Había supuesto un cierto trabajo, pero el 4 de diciembre Philo había conseguido la orden de vigilancia que había pedido. Le permitía colocar un emisor en el guardabarros trasero del coche de Peter Hobson. El juez le había dado un permiso de diez días. El emisor tenía un chip temporizador: había operado exactamente durante el periodo autorizado, y ni un segundo más. Ahora los diez días habían terminado, y Sandra estaba analizando los datos recogidos.
Peter conducía mucho a su oficina, y también iba frecuentemente a restaurantes, incluyendo Sonny Gotlieb's, un lugar que también le gustaba a Sandra; al Hospital North York General (estaba en la junta de gobierno); y a otras partes. Pero había una dirección que aparecía una y otra vez: 88 Connie Crescent en Concord. Aquélla era una unidad industrial donde habían cuatro empresas. Realizó una referencia cruzada entre la dirección y los datos telefónicos de Peter, obtenidos con la misma orden. Repetidamente llamaba a un número registrado a nombre de Mirror Image, 88 Connie Crescent.
Sandra llamó a InfoGlobe y obtuvo pantallas llenas de datos sobre esa compañía: Mirror Image Ltd., fundada en el 2001 por el niño prodigio Sarkar Muhammed. Una firma especializada en sistemas expertos y aplicaciones de inteligencia artificial. Grandes contratos con el gobierno de Ontario y varias corporaciones Financial Post 100.
Sandra pensó en la prueba del detector de mentiras que Peter Hobson había realizado. Había dicho: «No conozco a ninguna persona que pueda haberles matado» y sus signos vitales se habían agitado al decir la palabra «persona».
Y ahora pasaba su tiempo en un laboratorio de inteligencia artificial.
Era casi demasiado increíble, una locura.
Pero Hobson no había cometido los asesinatos por sí mismo. El detector de mentiras lo había demostrado.
Era el tipo de cosas que las revistas policiales habían venido prediciendo desde hacía tiempo.
Quizás, ahora, al fin, aquí estaba.
Aquí.
Sandra se reclinó sobre la silla, intentado absorberlo todo.
Ciertamente no era suficiente para conseguir una orden de arresto.
No, una orden de arresto, no. Pero quizás una orden de registro. Guardó los ficheros de investigación, se desconectó y se dirigió a la puerta.
Se necesitaron cinco vehículos para llevarlos a todos allí: dos coches patrulla con un par de agentes uniformados cada uno; un coche brigada con el agente de enlace de esa fuerza policial: el registro se realizaba en la zona de York; el coche sin identificación de Sandra Philo, que la llevaba a ella y a Jorgenson, jefe de la división de delito informático; y el furgón CCD azul, que llevaba a cinco analistas y sus equipos.
El convoy se plantó frente al 88 Connie Crescent a las 10.17. Sandra y los cuatro agentes uniformados entraron directamente; Jorgenson fue al furgón CCD para hablar con su equipo.
El recepcionista de Mirror Image, un hombre mayor, asiático, miró sorprendido al entrar Sandra y los hombres uniformados.
—¿Puedo ayudarles? —dijo.
—Por favor, apártese del terminal de ordenador —dijo
Sandra—. Tenemos una orden para registrar estas instalaciones. —Levantó el documento.
—Creo que es mejor que llame al doctor Muhammed —dijo el hombre.
—Hágalo —dijo Sandra. Chasqueó los dedos, indicando que uno de los agentes uniformados debería permanecer allí para evitar que el recepcionista usase el terminal. Sandra y los otros tres entraron.
Un hombre delgado de piel oscura apareció al final del pasillo.
—¿Puedo ayudarles? —dijo con voz llena de preocupación.
—¿Es usted Sarkar Muhammed? —preguntó Sandra, reduciendo la distancia entre ellos.
—Sí.
—Soy la detective inspectora Philo, Policía Metropolitana de Toronto. —Le entregó la orden—. Tenemos razones para creer que se ha cometido un delito relacionado con los ordenadores en estas instalaciones. Esta orden nos da autoridad para buscar no sólo en las oficinas, sino también en los sistemas informáticos.
En ese momento, la puerta del área de recepción se abrió de golpe y Jorgenson y los cinco analistas entraron.
—Asegúrese de que ninguno de los empleados toca cualquier equipo informático —le dijo Jorgenson al mayor de los agentes. Los policías comenzaron a distribuirse por el edificio. Una pared del pasillo era mayoritariamente de cristal, y permitía ver una enorme instalación de proceso de datos. Jorgenson señaló a dos de los analistas—. Davis, Kato… vosotros ahí. —Los dos analistas fueron a la puerta, pero ésta tenía una cerradura CIEH.
—Doctor Muhammed —dijo Sandra—, nuestra orden nos da derecho a romper cualquier cerradura que consideremos necesario. Si prefiere que no lo hagamos, por favor, abra la puerta.
—Mire —dijo Sarkar—, aquí no hemos hecho nada malo.
—Abra la puerta, por favor —dijo Sandra con firmeza.
—Quiero examinar esa orden con mi abogado.
—Muy bien —dijo Sandra—. Jones, rómpala.
—¡No! —dijo Sarkar—. Vale, vale. —Se acercó a un lado de la puerta y apretó el pulgar contra el escáner azul. Él se echó a un lado y la puerta se abrió. David y Kato entraron, el primero yendo directamente a la consola principal, y el segundo empezando un inventario de la cinta DASD y las unidades ópticas.
Jorgenson se volvió a Sarkar.
—Tiene un laboratorio de IA. ¿Dónde está?
—No hemos hecho nada malo —dijo Sarkar de nuevo.
Uno de los agentes uniformados reapareció al otro extremo del pasillo.
—¡Es por aquí, Karl!
Jorgenson corrió por el pasillo, seguido por los tres miembros restantes de su equipo. Sandra también caminó en esa dirección, mirando las placas de las puertas al pasar.
El recepcionista asiático apareció al fondo del pasillo con aspecto preocupado. Sarkar le gritó:
—Llama a Kejavee, mi abogado; cuéntele lo que ha sucedido. —Luego se apresuró para seguir a Jorgenson.
Sarkar había estado trabajando en el laboratorio de IA cuando el recepcionista lo llamó. Había dejado la puerta abierta. Para cuando regresó allí, Jorgenson se alzaba sobre la consola principal, desconectando el teclado. Le hizo un gesto a uno de sus compañeros quien le pasó otro teclado de color negro brillante y teclas plateadas. Una unidad de diagnóstico: cada pulsación, cada respuesta del ordenador, cada retraso en el acceso de disco quedaría registrado.
—¡Eh! —gritó Sarkar—. Son sistemas delicados. Tenga cuidado.
Jorgenson lo ignoró. Se sentó en el taburete y sacó un sobre de vinilo de su cartera. Contenía disquetes, CDs, y tarjetas PCMCIA. Seleccionó una tarjeta que encajase en la unidad de disco de la consola, la insertó y luego le dio a algunas teclas.
Le pantalla del ordenador se puso en blanco, luego se llenó con información de diagnóstico del sistema.
—De lo mejor —dijo Jorgenson impresionado—, quinientos doce gigabytes de RAM, cinco coprocesadores matemáticos en paralelo, arquitectura de bus autorreferencial. —Le dio a la tecla de espacio; apareció otra pantalla—. También es la última revisión de firmware. Bueno.
Salió de su programa y comenzó a listar directorios en la prompt del sistema.
—¿Qué busca? —preguntó Sarkar.
—Cualquier cosa —dijo Sandra, entrando en la habitación—. Todo. —Luego a Jorgenson—: ¿Algún problema?
—No hasta ahora. Él ya estaba conectado, por lo que no tuvimos que romper el fichero de claves.
Sarkar se estaba alejando del grupo en dirección a una consola al otro lado de la habitación; una consola con un micrófono que salía de ella.
—Entrar —dijo Sarkar en voz baja, luego, sin esperar indicación—, nombre Sarkar.
—Hola, Sarkar —dijo el ordenador—. ¿Debo terminar tu otra sesión?
Sandra Philo había aparecido a su espalda, haciendo presión con la parte redondeada de un aturdidor.
—No lo haga —dijo simplemente.
Ella extendió la mano hacia la consola y apagó el interruptor marcado «Entrada de voz».
En ese punto, Kawalski, el agente de enlace de York, apareció en la entrada de la habitación.
—Tienen un sillón de barbero en la parte alta —dijo en general al grupo, luego miró a Sarkar—. ¿Hacen cortes de pelo?
Sarkar negó con la cabeza.
—En realidad es un sillón de dentista.
Jorgenson habló sin levantar la vista.
—Sin duda es una sala de escáner —dijo. Luego le habló a Sarkar—. Disfruté de su artículo en el Journal of AI Studies del mes pasado. Después quiero examinar esa habitación. —Volvió a teclear órdenes en el teclado negro y plateado.
Sarkar parecía exasperado.
—Si simplemente me dijesen qué están buscando…
—Maldición —dijo Jorgenson—. Aquí hay varios bancos encriptados.
Sandra miró a Sarkar.
—¿Cuáles son las claves de desencriptación?
Sarkar, sintiendo quizá que por fin tenía alguna medida de control, dijo:
—Creo que no estoy obligado a decírselas.
Jorgenson se levantó del taburete. Sin una palabra una segunda analista se sentó en él y comenzó a teclear.
—No importa —dijo Jorgenson encogiéndose de hombros—. Valentina estaba en el KGB, cuando existía. No hay mucho que no pueda romper.
Valentina metió una nueva tarjeta en la ranura, y tecleó furiosamente con dos dedos. Después de varios minutos miró a Sarkar con el rostro lleno de decepción. Sarkar se alegró visiblemente; quizás ella no era tan buena como había dicho Jorgenson. Pero luego a Sarkar se le hundió el corazón. La decepción en su rostro era simplemente la de alguien que había esperado un buen desafío y no lo había encontrado.
—¿El algoritmo Hunsacker? —dijo ella con mucho acento, moviendo la cabeza—. Podía haberlo hecho mejor.
Valentina apretó algunas teclas más y la pantalla, que hasta ese momento había estado ocupada con un galimatías, fue ocupada con listados de código fuente en inglés.
Se levantó, y Jorgenson volvió al trabajo. Limpió la pantalla, luego reemplazó la tarjeta de Valentina con otra propia.
—Iniciar búsqueda —dijo.
La pantalla se llenó con múltiples columnas de más o menos doscientos términos en orden alfabético.
—Aquí hay almacenamiento masivo en línea —dijo Jorgenson—, con varios esquemas de compresión. Llevará un rato repasarlo todo. —Se levantó—. Voy a echarle un vistazo a la habitación de escaneado.
Peter tenía una reunión de tarde en el North York General, y en lugar de malgastar la mañana luchando con el teléfono en la oficina, decidió hacer algo de trabajo desde casa. Pero tenía problemas para concentrarse. Sarkar había dicho que hoy tendría listo el virus, pero Peter sentía que él también debería estar haciendo algo. Alrededor de las diez y media, conectó con Mirror Image, esperando ver si podía descubrir cómo los sims se habían escapado.
Después de marcar, usó el comando Who para ver si Sarkar estaba conectado; Peter quería enviarle un hola electrónico. Sí lo estaba. Peter usó entonces What para ver qué actividad estaba realizando Sarkar; si era una tarea en background, probablemente no estaba sentado delante del terminal, y el correo electrónico sería una pérdida de tiempo.
What respondió lo siguiente:
Nodo | Usuario | Inicio conexión | Tarea
002 | Sarkar | 08.14.22 | búsqueda de texto
Bien, una búsqueda de texto podía hacerla en el background o el foreground. Peter tenía acceso como supervisor de nivel elevado en los sistemas de Sarkar. Pidió una visión de la tarea del nodo 002 en su propio monitor. La pantalla se llenó con una lista de términos de búsqueda, y un recuento constantemente actualizado de éxitos. Algunas, como Toronto, tenían cientos de aciertos hasta ahora, pero otras…
Cristo, pensó Peter. Mira eso…
Sarkar estaba buscando «Hobson» y «Pete*» y «Cath*» y…
Peter escribió un mensaje de correo electrónico: «Curioseando, ¿no?» Estaba a punto de enviarlo cuando vio todos los parámetros de búsqueda en la línea de estado: «Busca en todos los sistemas; dentro de cada sistema, busca en todos los almacenamientos en línea o no y en toda la memoria en funcionamiento.»
Una búsqueda como ésa podía llevar horas. Sarkar nunca haría algo así; era demasiado organizado para no tener al menos alguna idea sobre cómo hacer una búsqueda más precisa.
Peter miró a los otros términos de búsqueda.
Oh, mierda.
«Larsen», «Hans», «adulterio», «asunto».
Mierda. Mierda. Mierda.
Nunca Sarkar haría una búsqueda así. Alguien más estaba dentro del sistema.
Nodo 002 era el laboratorio de IA de Mirror Image. Peter giró la silla para encararse con el teléfono y le dio a la tecla para marcar ese número.
El teléfono sonó en el laboratorio de IA.
—¿Puedo contestar? —preguntó Sarkar.
Sandra asintió. Estaba mirando atentamente la pantalla. Muchos éxitos en palabras comunes —«asunto» tenía cuatrocientos hasta ahora— pero ninguno en Hobson o Larsen.
Sarkar atravesó la habitación hasta el videófono y pulsó el botón de Contestar.
El logotipo de Bell Canadá se hizo a un lado. Peter vio el rostro de Sarkar, con aspecto preocupado.
—¿Qué…? —dijo Peter, pero eso fue todo. Al fondo, por encima del hombro de Sarkar, vio el perfil de Sandra Philo. Peter rompió inmediatamente la conexión.
Philo allí, en Mirror Image.
Un registro. Un jodido registro.
Peter miró a la pantalla, conectada al nodo 002. Todavía no había éxitos con «Hobson». Pensó durante un segundo, luego empezó a darle a las teclas. Peter creó una segunda sesión bajo el nombre de Sarkar, usando la clave que le había oído. Luego accedió al subdirectorio de herramientas de diagnóstico y pidió un listado de ficheros. Había cientos de programas, incluyendo uno llamado Textrep. Ése sonaba prometedor. Pidió ayuda sobre él.
Bien. Exactamente lo que necesitaba. Sintaxis: texto a buscar, nuevo texto, parámetros de búsqueda.
Peter tecleó «Textrep / Hobson / Roddenberry / IA7-IA10»; que quería decir cambia todas la apariciones de «Hobson» por «Roddenberry» en los sistemas de inteligencia artificial del siete al diez.
El programa empezó a trabajar. Era una búsqueda mucho más pequeña —sólo un término— y en un área mucho más limitada de búsqueda: sólo cuatro ordenadores en lugar de los ciento o más que Philo estaba ahora examinando. Con suerte, realizaría todas las substituciones antes de que fuese demasiado tarde…
La consola lanzó un pitido, indicando que la tarea se había completado. Jorgenson había vuelto, sin haber encontrado nada de interés en la sala de escáner. Miró a la pantalla, luego a Sandra. Trece aciertos en Hobson. Sandra señaló el recuento.
—Muéstrelo en contexto —dijo.
Dos apariciones de la palabra en la entrada de un diccionario en línea para «Elección de Hobson».
Un fichero de identificación de usuarios que igualaba a «fobson» con Peter G. Hobson.
Un directorio informático con la dirección del domicilio privado y de empresa de Peter Hobson.
Y nueve referencias más, en su mayoría en notas de copyright a Hobson Monitoring Ltd. como parte de varios elementos de software de escaneado.
—Nothing —dijo Jorgenson.
—Tiene cuenta aquí —le dijo Sandra, volviéndose hacia Sarkar.
—¿Quién? —dijo él.
—Peter Hobson.
—Oh, sí. Usamos algunos programas escritos por su compañía.
—¿Nada más?
—Bueno, también es amigo mío. Por eso tengo su dirección personal en mi directorio. —Sarkar puso cara de inocente—. ¿Qué esperaba encontrar?