37

Sarkar chasqueó los nudillos nervioso, colocó el taburete frente a la consola de ordenador principal y le habló al micrófono.

—Entrada.

—¿Nombre?

—Sarkar.

—Hola, Sarkar. ¿Orden?

—Borrado múltiple, sin preguntar: todos los ficheros en los subdirectorios Control, Espíritu y Ambrotos.

—¿Confirmar borrado?

—Sí.

—Fallo de borrado. Los ficheros son de sólo lectura.

Sarkar asintió.

—Atributos, todos los ficheros y subdirectorios especificados previamente, lectura y escritura.

—Los atributos están protegidos por una clave.

—Clave: Abu Yusuf.

—Clave incorrecta.

Sarkar se volvió a Peter.

—Ésa es la única clave que uso hoy en día.

Peter se encogió de hombros.

—Prueba de nuevo.

—Clave: Abu Yusuf —la deletreó.

—Clave incorrecta.

—¿Quién aseguró los ficheros? —preguntó Sarkar.

—Hobson, Peter G. —contestó el ordenador.

El corazón de Peter comenzó a ir más rápido.

—Oh, mierda.

—Muestra información de uso, Hobson, Peter G. —dijo Sarkar.

Una lista de fechas y horas apareció en la pantalla. Sarkar golpeó la mesa con la mano.

—¿Ves eso? ¿Nodo nueve-nueve-nueve? Modo de diagnóstico. Tu cuenta fue usada, pero internamente… desde dentro del sistema.

—¡Maldita sea! —Peter se inclinó sobre el micrófono—. Entrada.

—¿Nombre? —dijo el ordenador.

—Fobson.

—Hola, Peter. ¿Debo terminar tu otra sesión?

—¿Qué otra sesión?

—Estás conectado en el nodo cero-cero-uno y también en el nodo nueve-nueve-nueve.

Sarkar se inclinó hacia delante.

—Sí —dijo Peter—. Por supuesto. Termina la sesión en el nodo nueve-nueve-nueve.

—Fallo de terminación.

—Maldición —dijo Peter. Se volvió a Sarkar—. ¿Puede la otra sesión afectar a ésta?

—No. La más reciente tiene precedencia.

—Vale —dijo Peter, frotándose las manos—. Referencia directorios y ficheros especificados previamente por Sarkar. Desactivar atributos.

—¿Clave?

—Clave: Mugato.

—Clave incorrecta.

—Clave: Sybok.

—Clave incorrecta.

—Maldición —dijo Peter. Miró a Sarkar—. Ésas son las dos únicas claves que uso.

Sarkar bufó.

—No van a dejarnos borrarles.

—¿Podemos desconectar el sistema?

Sarkar asintió y le habló al micrófono.

—Iniciar cierre.

—Hay tareas ejecutándose. ¿Confirmar comando?

—Sí. Iniciar cierre.

—¿Clave?

—Clave: Abu…

La luz roja del micrófono se apagó. Sarkar golpeó la mesa con la mano.

—Han cerrado la entrada vocal.

—Cristo —dijo Peter.

—Esto es estúpido —dijo Sarkar furioso—. Todavía podemos tirar del cable físico. —Cogió el teléfono y marcó una extensión de tres dígitos.

—Mantenimiento —dijo una voz de mujer al otro lado de la línea.

—Hola —dijo Sarkar—. Sé que es tarde. Pero le habla el doctor Muhammed. Estamos… ah, teniendo algunas dificultades aquí. Necesito que desconecte la electricidad de nuestros ordenadores.

—¿Desconectarla, señor?

—Correcto.

—Vale —dijo ella—. Llevará unos minutos. Sin embargo, sabe que su departamento de datos tiene una fuente de potencia ininterrumpida. Las baterías durarán un rato.

—¿Cuánto?

—Si todo está encendido, sólo seis o siete minutos… suficiente para pasar un apagón pequeño.

—¿Puede desconectar la SAI?

—Claro, si quiere. Tendré que desenchufarla físicamente; no la puedo apagar desde aquí. Soy la única que está aquí ahora. ¿Puedo hacer que alguien lo haga mañana?

—Es una emergencia —dijo Sarkar—. ¿Puede subir y decirnos cómo hacerlo? Tengo a alguien conmigo si necesita fuerza.

—Vale. ¿Quiere que corte la corriente principal antes de subir?

—No… lo haremos después de desconectar la SAL —Tapó el auricular y le habló a Peter—. Eso significa que todo se apagará simultáneamente, sin dar ningún aviso a los sims.

Peter asintió.

—Lo que usted diga, señor —dijo la persona de mantenimiento—. Deme unos minutos y subiré. —Sarkar colgó.

—¿Qué harás cuando se apague la corriente? —preguntó Peter.

Sarkar ya estaba en el suelo, intentando retirar un panel de acceso bajo la consola del ordenador.

—Sacar los discos ópticos y conectarlos a un equipo de pruebas. Si quiero, puedo borrar datos bit a bit usando un láser Norton, por lo tanto…

Sonó el teléfono.

—¿Puedes cogerlo? —dijo Sarkar, luchando contra una tuerca testaruda.

La pantalla del videófono decía que la llamada era sólo audio. Peter cogió el auricular.

—¿Hola?

Hubo un silencio de estática durante unos segundos, le llegó una voz evidentemente sintética.

—Hola —dijo.

Peter se sintió sonrojarse por la ira. Odiaba las peticiones telefónicas computerizadas. Estaba a punto de colgar con fuerza cuando oyó la siguiente palabra.

—Pe…ter.

En la fracción de segundo antes de que el auricular golpease el módulo, comprendió que aunque el ordenador estuviese guiándose por un directorio telefónico, no había forma en que un extraño pudiese esperar encontrarle allí en ese momento. Se detuvo y se volvió a llevar el auricular a la cara.

—¿Quién es? —dijo. Miró las luces en el cuerpo del teléfono. No era una llamada interna; venía del exterior.

—Soy —dijo la voz, monótona y mecánica— tú.

Peter sostuvo el auricular frente a la cara, mirándolo como si fuese una serpiente.

Más palabras salieron del auricular, cada una separada de la siguiente por un pequeño espacio lleno de estática.

—Seguro que no esperabas que nos quedásemos atrapados en esa pequeña estación de trabajo, ¿no?

La persona de mantenimiento llegó unos minutos después, cargando con una caja de herramientas. Sarkar la miró, con la ansiedad clara, al menos a ojos de Peter, en el rostro.

—¿Todo listo? —dijo ella.

—Ah, no —le dijo Sarkar—. Siento haberla hecho subir. Nosotros… ah, ya no necesitamos desconectar la SAI o las líneas principales.

La mujer parecía sorprendida.

—Lo que usted diga.

—Mis disculpas —dijo Sarkar.

Ella asintió y se fue.

Peter y Sarkar se quedaron sentados mirándose confundidos.

—La hemos jodido de verdad, ¿no? —dijo finalmente Peter.

Sarkar asintió.

—Maldición —dijo Peter—. Maldita sea. —Una larga pausa—. Ya no hay forma de desconectarlos ahora que están en la red, ¿no?

Sarkar negó con la cabeza.

—¿Ahora qué? —dijo Peter.

—No lo sé —dijo Sarkar—. No lo sé.

—Si supiésemos que sim es responsable, quizá pudiésemos encontrar una forma de aislarlo. Pero, maldición, ¿cómo lo descubrimos?

—La moral —dijo Sarkar.

—¿Qué?

—¿Conoces a Lawrence Kohlberg?

Peter negó con la cabeza.

—Fue un psicólogo que investigó el razonamiento moral en los sesenta. Lo estudié mientras preparaba un sistema experto para el Instituto Clarke de Psiquiatría.

—¿Y?

—Y todo este asunto es una cuestión de moral… por qué una versión de ti se comportaría de forma diferente a las otras. Seguro que la clave de qué sim es culpable está unida a la naturaleza de la moral humana.

Peter no escuchaba realmente.

—¿Hay algo que podamos hacer para borrar los sims?

—No ahora que están en la red. Escucha, probablemente tienes razón: será útil descubrir qué sim es culpable. Déjame hacerte una pregunta.

—¿Cuál?

Sarkar hizo una pausa, recordando.

—Digamos que la mujer de un hombre padece una enfermedad terminal, pero que podría ser salvada con una medicina que cuesta veinte mil dólares.

—¿Qué relación tiene eso con esto?

—Sólo escucha… es uno de los escenarios de prueba de Kohlberg. Supongamos que el hombre sólo ha podido conseguir diez mil dólares, pero el farmacéutico se niega a darle la medicina, aunque él promete pagar el resto más tarde. El hombre entonces roba la medicina para salvar la vida de su mujer. ¿El acto del hombre es moralmente correcto o incorrecto?

Peter frunció el ceño.

—Es correcto, por supuesto.

—Pero ¿por qué? Ésa es la clave.

—Yo… yo no lo sé. Simplemente lo es.

Sarkar asintió.

—Sospecho que cada sim daría una razón diferente. Kohlberg definió seis niveles de razonamiento moral. En el más bajo, uno cree que el comportamiento moral es el que evita el castigo. En el más alto, que Kohlberg consideraba la región de gigantes morales como Gandhi y Martin Luther King, el comportamiento moral se basa en principios éticos abstractos. En ese nivel, las leyes externas contra el robo son irrelevantes; tu propio código interno de moral debería indicarte que debes dar más valor a la vida de otro que a las repercusiones que podrías sufrir por el delito.

—Bien, eso es lo que creo.

—Mahatma Hobson —dijo Sarkar—. Presumiblemente el sim de control compartiría el mismo punto de vista. Pero Kohlberg descubrió que era más probable que los criminales estuviesen en un nivel más bajo de razonamiento moral que los no criminales de la misma edad con el mismo cociente intelectual. Ambrotos podría estar fijado en el nivel más bajo, nivel uno: evitar el castigo.

—¿Porqué?

—Un inmortal viviría para siempre, pero también puede pasarse la eternidad en la cárcel. Una cadena perpetua sería terrible para él.

—Pero ¿cuántas veces se condena a alguien realmente a cadena perpetua? Ya conoces el viejo dicho: «No cometas el delito si no puedes cumplir la sentencia.» Bien, Ambrotos podría muy bien creer que puede cometer cualquier delito, después de todo, porque puede cumplir la condena.

—Bien visto —dijo Sarkar—. Pero todavía creo que es el culpable. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero quizá si supieses que ibas a vivir para siempre, querrías eliminar cualquier cosa que fuese a crecer en tu mente siglo tras siglo.

Peter agitó la cabeza.

—No opino así. Mira, si el asesinato es para mí un delito terrible, ¿no sería impensable, la atrocidad definitiva, para una versión inmortal de mí, quien sabría que la vida puede continuar indefinidamente?

Sarkar suspiró.

—Quizá. Supongo que podría ser cualquier cosa. ¿Qué hay de Espíritu? También su razonamiento moral podría estar en un nivel bajo. Aunque Espíritu está muerto, no hemos simulado ni el Cielo ni el Infierno para él. Tal vez se considera en el Purgatorio. Si se comporta bien, quizá cree que se le permitirá entrar en el Cielo. Kohlberg definía el segundo estado de los actos morales como aquellos que ganan recompensas.

Peter negó con la cabeza.

—Realmente no creo en el Cielo ni en el Infierno.

Sarkar intentó otra aproximación.

—Bien, míralo entonces así: el asesinato es un delito de pasión, y la pasión es un defecto de los seres de carne y hueso. Quita el sexo de la mente humana y no tendrías razón para matar a un adúltero. Eso estaría a favor de la inocencia de Espíritu y, por un proceso de eliminación, por la culpabilidad de Ambrotos.

—Quizá —dijo Peter—. Por otro lado, Espíritu sabe que hay vida después de la muerte… lo sabe en virtud de su existencia. Por tanto, para él, el asesinato sería un delito menos horroroso que para Ambrotos, ya que no sería un final total para la víctima.

»Espíritu por tanto se sentiría mucho más cómodo cometiendo asesinatos.

Sarkar suspiró frustrado.

—Podría argumentarse al revés, también. —Miró al reloj—. Mira… no hay nada que podamos hacer aquí. —Hizo una pausa—. De hecho puede que no haya nada más que podamos hacer en ningún sitio. —Se quedó sentado un momento, pensando—. Vete a casa. Mañana es sábado; iré a tu casa como a las diez de la mañana e intentaremos pensar qué hacer a continuación.

Peter asintió cansado.

—Pero primero… —Sarkar sacó la cartera, pescó un par de cincuenta y se los dio a Peter.

—¿Qué es esto?

—Los cien dólares que te pedí prestados la semana pasada. Quiero asegurarme de que los sims no tienen nada contra mí. Antes de irnos, envía un mensaje a la red diciendo que te los he devuelto.


Noticias en la red

Un grupo de manifestantes anunció ayer que SeaWorld de Florida, la última instalación de entretenimiento de Estados Unidos que mantiene delfines en cautividad, se negaba a sus peticiones para intentar determinar si los delfines tienen también la onda del alma.

George Hendricks de veintisiete años, un cristiano convertido, presentó hoy una demanda en Dayton, Ohio, contra sus padres, Daniel y Kim Hendricks, ambos de cincuenta y tres años, por no haber bautizado a Paul, hermano de George, que falleció en un accidente de automóvil el año pasado a la edad de veinticuatro años, y por tanto ser culpables de negligencia y abuso al impedir que el alma de Paul entrase en el Cielo. Posteriores investigaciones en La Haya. Holanda, indican que las ondas del alma parecen moverse en una dirección determinada. «Al principio pensamos que cada onda iba en una dirección distinta, pero eso fue antes de tener en cuenta la hora de la muerte de cada individuo —dijo el profesor de bioética Maarten Lely—. Ahora parece que todas las ondas del alma viajan en la misma dirección. A falta de una mejor referencia, esa dirección es aproximadamente hacia la constelación de Orion.»

Alemania se convirtió hoy en el primer país que declaró explícitamente ilegal interferir de cualquier forma con la partida de la onda del alma de los cuerpos muertos. Francia, Gran Bretaña, Japón y México debaten actualmente leyes similares.

La tasa de suicidios en las reservas de nativos en Estados Unidos y Canadá, y en tres grandes guetos de Estados Unidos, alcanzaron el récord de los últimos cinco años en este último mes. Una nota de suicidio, de Los Ángeles, ejemplifica un tema recurrente: «existe algo más allá de esta vida. No puede ser peor que estar aquí».

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