36

Espíritu, la simulación del alma inmortal de Peter Hobson, continuaba viendo cómo evolucionaba la vida artificial de Sarkar. El proceso era fascinante.

No era un juego.

La vida.

Pero el pobre Sarkar… carecía de visión. Sus programas eran triviales. Algunos autómatas celulares simples, otros eran meramente formas evolucionadas que se parecían a insectos. Oh, los peces azules eran impresionantes, pero los de Sarkar no eran ni de lejos tan complejos como los peces de verdad y, además, los peces no habían sido la forma dominante de vida sobre la Tierra en más de trescientos millones de años.

Espíritu quería más. Mucho más. Después de todo, ahora podía manejar situaciones infinitamente más complejas que las concebidas por Sarkar, y tenía todo el tiempo del universo.

Sin embargo, antes de empezar, pensó durante mucho tiempo… pensó exactamente en lo que quería.

Y luego, con los criterios de selección definidos, se puso a crearlo.

Peter había decidido dejar las novelas de Spenser, al menos temporalmente. Le había avergonzado un poco el hecho de que la versión Control de sí mismo estuviese leyendo a Thomas Pynchon. Buscando en los estantes del cuarto de estar, encontró un viejo ejemplar de Una historia de dos ciudades que su padre le había dado cuando era niño. Nunca lo había leído, pero, para su vergüenza, era el único clásico que pudo encontrar en la casa; sus días de Marlowe y Shakespeare, Descartes y Spinoza habían pasado hacía mucho. Por supuesto, podía haberse bajado casi cualquier cosa de la red; algo bueno de los clásicos: todos eran ya de dominio público, libres de derechos. Pero últimamente había pasado demasiado tiempo relacionándose con la tecnología. Y un viejo libro mohoso era lo que necesitaba.

Cathy estaba sentada en el sofá con un lector en la mano. Peter se sentó a su lado, abrió la rígida portada y leyó:

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la época de la sabiduría, era la época de la estupidez, era la edad de las creencias, era la edad de la incredulidad, era la estación de la Luz, era la estación de la Oscuridad, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo frente a nosotros, no teníamos nada delante de nosotros, todos íbamos directamente al Cielo, todos íbamos directamente al otro lado.

Peter sonrió para sí: una frase digna del sim Espíritu. Quizá que te pagasen por palabras eran tan bueno como estar muerto para extender una idea.

No avanzó mucho más antes de ser consciente, en su visión periférica, de que Cathy había dejado el lector y lo estaba mirando. Peter la miró expectante.

—La detective, Philo, vino a verme de nuevo al trabajo —dijo, echándose el pelo negro tras la oreja.

Peter cerró el libro y lo puso sobre la mesa.

—Me gustaría que te dejase en paz.

Cathy asintió.

—Yo también… no podría decir que es mala; parece muy cortés. Pero cree que hay alguna conexión entre la muerte de mi padre y la muerte de Hans.

Peter movió la cabeza sorprendido.

—La muerte de tu padre sólo fue un aneurisma o algo así.

—Eso era lo que yo pensaba. Pero la detective dice que puede que lo matasen deliberadamente. Tomaba un antidepresivo llamado fenelzina, y…

—¿Rod? ¿Antidepresivos?

Cathy asintió.

—A mí también me sorprendió. La detective dice que comió algo que no debía y que eso hizo que se le disparase la presión sanguínea. Con su historial médico, fue suficiente para matarle.

—Pero seguro que fue un accidente —dijo Peter—. No prestó atención, o quizá no entendió las órdenes del médico.

—Mi padre era muy meticuloso, lo sabes. La detective Philo cree que alteraron su pedido de comida.

—¿Sí? —Peter se sentía incrédulo.

—Eso es lo que dice. —Un parpadeo—. ¿Recuerdas a Jean-Louis Desalíe?

—Jean-Louis… ¿quieres decir Ataque?

—¿Ataque?

—Ése era su mote en la universidad. Tenía una vena en la frente que le palpitaba. Siempre pensábamos que estaba punto de sufrir un ataque. —Peter miró por la ventana de la sala de estar—. Ataque Desalíe. Dios, no había pensado en él en años. ¿Me pregunto qué ha sido de él?

—Parece ser que es médico. Puede que su cuenta fuese usada para acceder a los registros médicos de mi padre.

—¿Qué podría tener Ataque contra tu padre? Es decir, cono, presumiblemente ni siquiera se conocían.

—La detective cree que otra persona usaba la cuenta de Desalíe.

—Oh.

—Y —dijo Cathy—, la detective sabe lo mío con Hans.

—¿Se lo dijiste?

—No, por supuesto que no. No es asunto suyo. Pero alguien lo hizo.

Peter expulsó aire.

—Sabía que todos en la compañía lo sabían. —Golpeó con la mano el brazo del sofá—. ¡Maldita sea!

—Créeme —dijo Cathy—, estoy tan avergonzada como tú.

Peter asintió.

—Lo sé. Lo siento.

La voz de Cathy era cautelosa, como probando las aguas.

—Intento pensar quién podría tener algo contra Hans y papá.

—¿Alguna idea?

Ella lo miró durante un lago rato. Al final, simplemente, dijo:

—¿Lo hiciste tú, Peter?

—¿Qué?

Cathy tragó saliva.

—¿Hiciste que mataran a Hans y a mi padre?

—No puedo creer esta puta situación —dijo Peter.

Cathy lo miró sin decir nada.

—¿Cómo puedes preguntarme algo así?

Ella agitó la cabeza ligeramente. Las emociones jugaban en su rostro… nerviosismo por tener que hacer la pregunta, miedo por la posible respuesta, un toque de vergüenza por siquiera pensar en la posibilidad, la rabia burbujeando.

—No lo sé —dijo en un tono que no tenía bajo su completo control—. Es sólo que… bien, tenías motivos, más o menos.

—Quizá para Hans, ¿pero para tu padre? —Peter extendió los brazos—. Si matase a todos los que me parecen idiotas, tendríamos cadáveres apilados hasta el techo.

Cathy no dijo nada.

—Además —continuó Peter, sintiendo la necesidad de llenar el silencio—, probablemente hay un montón de maridos furiosos a los que les gustaría ver muerto a Hans.

Cathy lo miró directamente.

—Pero si lo que dices de esos maridos es cierto, ninguno de ellos tendría nada contra mi padre.

—Esa estúpida detective te está poniendo paranoica. Te lo juro, no maté a tu padre o a… —dijo el nombre entre dientes— Hans.

—Pero si la detective tiene razón, fueron obra de un asesino a sueldo.

—Tampoco pagué a nadie. Dios mío, ¿quién crees que soy?

Ella movió la cabeza.

—Lo siento. Sé que no harías nada así. Es sólo que, bien, parecía algo que alguien en tu posición podría hacer… es decir, si ese alguien no hubieses sido tú.

—Te lo digo… oh, ¡Cristo!

—¿Qué?

—Nada.

—No, hay algo mal. Dímelo.

Peter ya estaba de pie.

—Más tarde. Tengo que hablar con Sarkar.

—¿Sarkar? ¿Crees que él es el responsable?

—Cristo, no. No es como si Hans hubiese escrito Los versos satánicos.

—Pero…

—Tengo que irme. Volveré tarde.

Peter cogió el abrigo y fue a la puerta principal.

Peter conducía por Post Road hacia Bayview. Activó el teléfono del coche y pulsó el botón de llamada rápida de la casa de Sarkar. Contestó su mujer.

—¿Hola?

—Hola, Raheema. Soy Peter.

—¡Peter! ¡Qué agradable oírte!

—Gracias. ¿Está Sarkar en casa?

—Está abajo viendo un partido de hockey.

—¿Puedo hablar con él, por favor? Es muy importante.

—Vaya —dijo Raheema triste—. Yo nunca consigo hablar con él durante un partido. Un segundo.

Al fin, la voz de Sarkar llegó al teléfono.

—Es un empate a seis, y es la prórroga de la muerte súbita, Peter. Mejor que esto sea muy importante.

—Lo siento —dijo Peter—. Pero, mira, ¿leíste en el periódico sobre la víctima de asesinato cuyo cuerpo fue mutilado hace varias semanas?

—Creo que sí, sí.

—Era compañero de trabajo de Cathy.

—Oh.

—Y… —dijo Peter, luego se detuvo.

Es tu mejor amigo, pensó Peter. Tu mejor amigo. Sentía una ligera náusea. ¿Todas aquellas cenas juntos, cara a cara, y ahora tenía que decirlo por teléfono?

—Cathy tuvo una aventura con él.

Sarkar sonaba sorprendido.

—¿En serio?

Peter forzó la palabra.

—Sí.

—Guau —dijo Sarkar—. Guau.

—Y sabes que el padre de Cathy murió hace poco.

—Por supuesto. Sentí mucho oírlo.

—No estoy seguro, de poder decir lo mismo —dijo Peter, deteniéndose brevemente en un semáforo en rojo.

—¿Qué quieres decir?

—Ahora sugieren que fue asesinato.

—¡Asesinato!

—Sí. Él y el compañero de Cathy.

A'udhu billah.

—Yo no lo hice —dijo Peter.

—Por supuesto que no.

—Pero quería verlos muertos, en cierta forma. Y…

—¿Eres sospechoso?

—Supongo.

—¿Pero no lo hiciste?

—No, al menos no esta versión de mí.

—Esta vers… oh, Dios mío.

—Exactamente.

—Encuéntrate conmigo en Mirror Image —dijo Sarkar. Colgó.

Peter cambió de carril.

Peter vivía más cerca de Mirror Image que el propio Sarkar. Contando que Peter tenía ventaja, acabó esperando treinta minutos a Sarkar, en un aparcamiento con sólo otro coche más.

El Toyota de Sarkar se colocó al lado del Mercedes de Peter. Peter estaba fuera del coche, apoyado en la puerta del pasajero.

—Los Leafs ganaron —dijo Sarkar—. Lo he oído durante el camino.

Un dato irrelevante. Sarkar buscaba algo de estabilidad en la locura. Peter asintió, aceptando el comentario.

—¿Luego crees… crees que uno de los sims…? —Sarkar tenía miedo de expresar la idea en voz alta.

Peter asintió.

—Quizá —comenzaron a caminar hacia la entrada de cristal de las oficinas de Mirror Image. Sarkar apretó el pulgar contra el escáner CEIH—. Aparentemente hay pruebas de que se examinaron los registros médicos de mi suegro, usando una cuenta que pertenecía a un hombre que conocí en la universidad.

—Oh. —Caminaban por un largo pasillo—. Aun así, necesitarían su clave.

—En la Universidad de Toronto asignan los nombres de cuenta añadiendo la primera inicial al apellido. Y la clave, por defecto en el primer día de clases, es siempre el apellido al revés. Te dicen que lo cambies, pero siempre hay algún idiota que nunca lo hace. Si una simulación de mí estaba buscando una forma de entrar en la base de datos médica, podría probar al azar todos los nombres de estudiantes de medicina que conocí en esa época a ver si alguno todavía usaba su antiguo nombre de cuenta y clave.

Llegaron a la sala de ordenadores de Sarkar. Éste colocó el pulgar sobre el escáner CEIH. La cerradura se desconectó y la pesada puerta se deslizó ruidosamente.

—Por tanto ahora debemos apagar a los sims —dijo Sarkar.

Peter frunció el ceño.

—¿Qué pasa?-dijo Sarkar.

—Yo… yo, supongo que soy un poco reticente a hacer eso —dijo Peter—. Primero, por supuesto, es probable que sólo un sim sea culpable; los otros no tienen por qué sufrir.

—No tenemos tiempo para jugar a detectives. Tenemos que detener esto antes de que el sim culpable mate de nuevo.

—Pero ¿matará de nuevo? Sé porque fue asesinado Hans y, aunque yo no hubiese podido hacer lo mismo, no puedo decir honestamente que sienta que esté muerto. E incluso entiendo porque fue asesinado mi suegro. Pero no hay nadie más que quiera ver muerto. Oh, hay otros que me han hecho mal, que me han engañado o estropeado partes de mi vida, pero sinceramente no deseo que ninguno de ellos esté muerto.

Sarkar imitó el gesto de darle un golpe con la mano en la cara a Peten

—Despierta, Peten Sería un acto criminal no desconectarlos.

Peter asintió lentamente.

—Por supuesto, tienes razón. Es hora de desenchufarlos.

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