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Y así, por fin, las historias de Peter Hobson y Sandra Philo convergían, la muerte de Hans Larseny los otros intentos de asesinato por venirunían sus vidas. Sandra trabajaba en integrar los recuerdos de Peter con los suyos en ese momento… montando un puzzle pieza a pieza.

La detective Alexandria Philo de la Policía Metropolitana de Toronto estaba sentada tras su mesa mirando al aire.

El turno de noche entraría en media hora, pero no estaba deseando volver a casa.

Habían pasado cuatro meses desde que ella y Walter se habían separado, y Walter compartía la custodia de su hija. Cuando Cayley estaba con él, como era el caso esta semana, la casa parecía grande y desierta.

Quizá conseguirse una mascota ayudaría, pensó Sandra. Quizás un gato. Algo vivo, algo que se moviese, algo que la recibiese cuando llegase a casa.

Sandra negó con la cabeza. Era alérgica a los gatos, y podía pasar sin los problemas de nariz y los ojos enrojecidos. Sonrió con tristeza; había roto con Walter para dejar de tener esos mismos problemas.

Sandra había vivido con sus padres durante la universidad, y se había casado con Walter justo después de graduarse. Ahora tenía treinta y seis años y, con su hija lejos, estaba sola por primera vez en su vida.

Quizá fuese al YWHA esta noche. Hacer un poco de ejercicio. Se miró críticamente las caderas. En cualquier caso, sería mejor que ver la tele.

—¿Sandra?

Levantó la vista. Gary Kinoshita estaba frente a ella, con un informe en las manos. Casi tenía sesenta años, y exhibía una envergadura de mediana edad y pelo gris muy corto.

—¿Sí?

—Tengo uno para ti… acaba de entrar. Sé que casi es cambio de turno, pero Rosenberg y Macavan están ocupados con los asesinatos múltiples de Sheppard. ¿Te importa?

Sandra alargó la mano. Kinoshita le entregó el informe. Incluso mejor que el YWHA, pensó. Algo que hacer. Las caderas podían esperar.

—Gracias —dijo.

—Es… ah, un poco desagradable —dijo Kinoshita.

Sandra abrió el informe, echó un vistazo a la descripción: una transcripción generada por ordenador del mensaje radiofónico de los agentes que habían llegado al lugar de los hechos.

—Oh.

—Hay un par de uniformes allí. Te están esperando.

Ella asintió y se puso en pie, se ajustó la pistolera para estar cómoda, luego se puso la blazer verde pálida sobre la blusa verde oscura. El asesinato número 212 de Metro ahora le pertenecía.

El viaje no le llevó mucho. Sandra trabajaba en la 32 División en Ellerslie al oeste de Yonge, y el lugar de los hechos estaba en el 137 de Tuck Friarway; Sandra odiaba los estúpidos nombres de las calles en las nuevas subdivisiones. Como siempre, examinó el vecindario antes de entrar. Típico de clase media; es decir, la clase media moderna. Pequeñas casas iguales de ladrillo, todas en fila, con espacios tan estrechos entre ellas que tendrías que ponerte de lado para pasar. Los patios delanteros eran en gran parte caminos que llevaban a garajes para dos coches. Buzones de correos comunales en las intersecciones. Árboles que no eran más que arbustos creciendo en pequeños espacios de hierba.

Localización, localización, localización, pensó Sandra. Sí.

Un coche blanco de la Policía Metropolitana estaba frente al garaje del 137, y el furgón usado por el equipo médico estaba aparcado ilegalmente en la calle. Sandra caminó hasta la puerta principal. Estaba abierta. Atravesó la entrada y miró. El cuerpo estaba justo allí, tirado. Tenía aspecto de llevar muerto unas doce horas. Sangre reseca en el suelo. Y allí estaba, justo como decía la transcripción. Un caso de mutilación.

Apareció un agente uniformado, un hombre negro que le sacaba a Sandra cabeza y media… toda una hazaña; la habían llamado «Jirafa» en el instituto.

Sandra enseñó la placa.

—Detective Philo —dijo.

El uniformado asintió.

—Pase por la derecha cuando entre, detective —dijo con un fuerte acento jamaicano—. Todavía no han venido los del laboratorio.

Sandra lo hizo así.

—¿Usted es?

—King, señora. Darryl King.

—¿Y el muerto es?

—Hans Larsen. Trabajaba en publicidad.

—¿Quién encontró el cuerpo, Darryl?

—La esposa —dijo él, inclinando la cabeza hacia la parte de atrás de la casa. Sandra pudo ver una mujer bonita que llevaba una blusa roja y una falda de cuero negro—. Está con mi compañero.

—¿Tiene coartada?

—Más o menos —dijo Darryl—. Es administradora asistente en el Scotiabanks en Finch y Yonge, pero uno de los cajeros se puso enfermo, y estuvo en la ventanilla todo el día. Cientos de personas la vieron.

—¿Qué tiene eso de «más o menos»?

—Creo que ha sido un profesional —dijo Darryl—. No hay señales de vacilación. No hay huellas. También ha desaparecido el disco de la cámara de seguridad.

Sandra asintió, luego volvió a mirar a la mujer de rojo y negro.

—Podría ser una mujer celosa quien lo encargara —dijo ella. —Quizá —dijo Darryl, mirando de lado al cadáver—. Simplemente me alegro de caerle bien a mi mujer.

Control, el simulacro sin modificar, soñaba.

Noche. Una manta de nubes en el cielo, pero con las estrellas visibles de alguna forma. Un árbol gigante, doblado y viejo… quizás un roble, quizás un arce; parecía tener los dos tipos de hojas. A un lado quedaban expuestas las raíces, por la erosión…, como si hubiese pasado una gran tormenta o inundación. Todo el árbol parecía en precario, en peligro de caerse.

Peter subió al árbol, agarrando ramas con las manos, subiendo más y más alto. Bajo él, Cathy también subía, el viento hacía volar su falda a su alrededor.

Y abajo, muy bajo, una… una bestia de algún tipo. Un león, quizás. Estaba de pie sobre los cuartos traseros, imponente, con las patas delanteras apoyadas sobre el tronco. Aunque era de noche, Peter podía ver el color de la piel del león. No era exactamente del tono rojizo que esperaba, era más bien rubio.

De pronto el árbol se agitó. El león lo empujaba.

Las ramas se movían. Peter subió más. Abajo, Cathy intentaba coger otra rama, pero estaba demasiado lejos. Demasiado lejos. El árbol se agitó de nuevo y ella se cayó…


Noticias en la red

Bajo el impacto de una serie de desapariciones de jóvenes en el sur de Minnesota, el Minneapolis Star ha revelado hoy que ha recibido un mensaje de correo electrónico supuestamente del asesino, quien dice que todas las víctimas han sido enterradas vivas en ataúdes especiales recubiertos de plomo que son completamente opacos a la radiación electromagnética para evitar que las ondas del alma escapen.

Investigadores en La Haya, Holanda, anunciaron hoy el primer seguimiento con éxito de una onda del alma moviéndose por una habitación después de abandonar el cuerpo de la persona fallecida. «El fenómeno, aunque muy difícil de detectar, parece conservar su cohesión e intensidad a una distancia de al menos tres metros del cuerpo», dijo Maarten Lely, profesor de bioética en el campus local de la Universidad de la Comunidad Europea.

La Sociedad de la Caja de Pandora, con sede en Spokane, Washington, pidió hoy una moratoria mundial en la investigación sobre la onda del alma. «Una vez más —dijo la portavoz Leona Wright—, la ciencia se adentra enloquecida en áreas a las que, en todo caso, sería preciso acercarse con cuidado.»

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La abogada Katarina Koenig de Flushing, Nueva York, anunció hoy una demanda común en nombre de los herederos de los pacientes terminales que hablan muerto en el Hospital Bellevue de Manhattan, afirmando que, a la luz del descubrimiento de la onda del alma, los procedimientos del hospital para determinar cuándo dejar de tratar a los pacientes eran inadecuados. Koenig ganó anteriormente una demanda común contra Consolidated Edison en nombre de los pacientes con cáncer que hablan vivido cerca de líneas eléctricas de alta tensión.

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