22

Cathy había ido de nuevo a ver a la terapeuta. Peter comprendió que la envidiaba: al menos ella tenía alguien con quien hablar, alguien que la escucharía. Si sólo…

Y luego se le ocurrió.

Por supuesto.

La respuesta perfecta.

No comprometería el experimento… realmente no.

Sentado en la oficina de su casa, Peter llamó al ordenador de Mirror Image. Cuando se le pidió que se identificase, tecleó el nombre de su cuenta, fobson. Cuando le habían dado su primera cuenta electrónica, en la Universidad de Toronto, le habían asignado la primera inicial y su apellido como nombre de acceso: phobson. Pero un compañero de clase le dijo que podía ahorrarse una tecla cambiado la «ph» por una «f», y desde entonces Peter lo había adoptado como su nombre estándar.

Atravesó capas y capas de menús y finalmente llegó al sistema experimental de IA.

Sarkar había establecido un menú simple para traer a cualquier de los sims al foreground.


[F1] Espíritu (vida después de la muerte)

[F2] Ambrotos (inmortalidad)

[F3] Control (sin modificar)


Peter intentó elegir, y, al hacerlo, comprendió que se enfrentaba a la misma pregunta que él y Sarkar habían decidido responder. ¿Cuál de ellos sería más comprensivo? ¿La versión de después de la muerte? ¿Podría un ser sin cuerpo físico entender realmente las dificultades matrimoniales? ¿Qué parte del matrimonio era emocional o intelectual? ¿Qué parte de las emociones era hormonal?

¿Y la versión inmortal? Quizá. La inmortalidad significa permanencia. Quizás un inmortal tuviese una afinidad particular a los temas de la fidelidad. Después de todo, el matrimonio se supone que dura para siempre.

Para siempre.

Peter pensó en Spenser. Y en Susan Silverman. Y en Halcón. Disfrutaba de los libros sobre ellos. ¿Pero cuándo fue la última vez que Robert B. Parker había encontrado una nueva situación para ellos, una nueva faceta de su personalidad que explorar?

Un siglo con Cathy.

Un milenio con Cathy.

Peter negó con la cabeza. No, la versión inmortal no lo entendería. Seguro que la inmortalidad no daba un sentido de la permanencia. No, en absoluto. Le daría a uno perspectiva. Una visión a largo plazo.

Peter se inclinó hacia delante y pulsó F3, seleccionando el simulacro Control. Él, sólo él, él sin modificar.

—¿Quién está ahí? —dijo el sintetizador de voz.

Peter se volvió a echar sobre la silla.

—Soy yo, Peter Hobson.

—Oh —dijo el sim—. Quieres decir que soy yo.

Peter levantó una ceja.

—Algo así.

La voz sintetizada rió.

—No te preocupes. Me estoy acostumbrando a ser el simulacro de Peter Hobson, la edición de base. ¿Pero sabes tú quién eres? Quizá tú también seas sólo un simulacro. —El altavoz silbó el tema inicial de Twilight Zone… silbando mucho mejor de lo que el Peter de carne y hueso lo había hecho nunca.

Peter rió.

—Supongo que no me gustaría que nuestra situación estuviese invertida —dijo.

—Bien, no está tan mal —dijo el sim—. Estoy leyendo mucho. Tengo dieciocho libros empezados a la vez; cuando me aburro de uno, me cambio a otro. Por supuesto, el procesador de la estación de trabajo es mucho más rápido que un cerebro químico, por lo que recorro el material muy rápido; finalmente estoy acabando a Thomas Pynchon.

Era una simulación sorprendente, pensó Peter. Sorprendente.

—Me gustaría tener más tiempo para leer —dijo Peter.

—Me gustaría poder hacer el amor —dijo el sim—. Todos tenemos que cargar con nuestras cruces.

Peter rió de nuevo.

—Bien, ¿por qué me has sacado de la botella? —preguntó el sim.

Peter se encogió de hombros.

—No lo sé. Para hablar, supongo. —Una pausa—. Te creamos después de descubrir lo de Cathy.

No había necesidad de ser más específico. La voz manufacturada sonaba triste.

—Sí.

—Todavía no se lo he dicho a nadie.

—No pensé que lo hicieses —dijo el sim.

—¿Oh?

—Somos un hombre privado —dijo—, si me perdonas la gramática. No somos dados a revelar nuestras emociones íntimas.

Peter asintió.

—Un poco más alto para el tribunal, por favor —dijo el sim.

—Lo siento. Olvido que no puedes verme. Estoy de acuerdo contigo.

—Naturalmente. Mira, no hay muchos consejos que pueda darte. Es decir, lo que yo piense probablemente tú ya lo has pensado. Pero intentemos esto. Digamos, sólo entre tú y yo: ¿todavía amas a Cathy?

Peter estuvo callado durante varios segundos.

—No lo sé. La Cathy que conozco… la que pensaba que conocía, en cualquier caso… no hubiese hecho nada como eso.

—Sin embargo, ¿cuán bien puedes llegar a conocer a alguien?

Peter asintió de nuevo.

—Exactamente. Perdóname por usarte como ejemplo, pero…

—La gente lo odia cuando lo haces, sabes.

—¿Qué?

—Que los uses como ejemplos. Tienes esta tendencia a usar a quien esté cerca como ejemplo. «Perdóname por usarte como ejemplo, Bertha, pero cuando alguien está realmente gordo…»

—Oh, vamos. Nunca he dicho nada así. Lo sabes.

—Exagero para obtener un efecto cómico; otra característica tuya que no todo el mundo aprecia. Pero sabes lo que quiero decir: empiezas una conversación hipotética, e introduces a la gente como ejemplos: «Mira tu propio caso, Jeff. ¿Recuerdas cuando arrestaron a tu hijo por robar? Me pregunto lo duro que quisiste ser con los delincuentes juveniles en ese caso.»

—Lo hago para aclarar mis argumentos.

—Lo sé. La gente lo odia.

—Supongo que lo sabía —dijo Peter—. En cualquier caso —dijo la palabra con fuerza para recuperar el control de la conversación— para usar lo que Sarkar y yo hacemos como ejemplo: creamos modelos de mi mente. Modelos, eso es todo. Simulacros que parecen operar de la misma forma que el original. Pero cuando una persona real establece una relación con alguien más…

—¿Está teniendo realmente una relación con esa persona, o sólo con un modelo, una imagen, un ideal, que ha construido en su propia mente?

—Uh, sí. Eso era lo que iba a decir.

—Por supuesto. Lo siento, Peter, pero va a ser difícil que te sorprendas a ti mismo con tu propia inteligencia. —El chip de voz rió.

Peter estaba algo irritado.

—Bien, es una pregunta válida —dijo—. ¿La conocía realmente?

—En un sentido amplio, tienes razón: probablemente no conoces a nadie realmente. Pero, aun así, Cathy es la persona que mejor conocemos en todo el mundo. La conocemos mejor que a Sarkar, mejor que a mamá y papá.

—Pero, entonces, ¿cómo pudo hacer esto?

—Bien, nunca ha tenido la fuerza de voluntad que tenemos nosotros. Es evidente que el gilipollas de Hans la presionó.

—Pero ella debía haber resistido la presión.

—Concedido. Pero no lo hizo. Ahora, ¿qué hacemos sobre eso? ¿Por su causa renunciamos a la relación más importante de nuestras vidas? Incluso dejando eso de lado, en un nivel más pragmático, ¿quieres realmente volver a buscar a una compañera? ¿A las citas? Cristo, eso sería una verdadera jodienda.

—Suena como si defendieses los matrimonios de conveniencia.

—Quizá todos los matrimonios lo sean hasta cierto grado. Ciertamente hemos especulado con que mamá y papá permanecieron juntos simplemente porque era el camino más fácil.

—Pero nunca tuvieron lo que Cathy y yo tuvimos.

—Quizá. Sin embargo, todavía no has contestado a mi pregunta. A los chicos binarios nos gustan las respuestas simples de sí-o-no.

Peter permaneció un momento en silencio.

—¿Quieres decir si todavía la amo? —suspiró—. No lo sé.

—No podrás decidir lo que hacer hasta que no resuelvas esa pregunta.

—No es tan simple. Incluso si todavía la amo, no podría soportar que esto sucediese de nuevo. Pienso en ello constantemente. Cualquier cosa me lo recuerda. Veo su coche en el garaje; eso me recuerda que ella llevó a Hans. Veo el sofá en el cuarto de estar; ahí es donde me lo dijo. Oigo las palabras «adulterio» o «asunto» en televisión… Cristo, nunca me había dado cuenta de lo mucho que la gente usa esas palabras… y eso me lo recuerda. —Peter se echó hacia atrás en la silla—. No puedo dejarlo de lado hasta que esté seguro de que siempre quedará olvidado. Después de todo, no lo hizo sólo una vez. Lo hizo tres veces… tres veces en un periodo de varios meses. Quizá pensó que cada vez era la última.

—Quizá —dijo el sim—. ¿Recuerdas cuando nos extirparon las amígdalas?

—¿Qué quieres decir con «nosotros», hombre blanco? Yo soy el que tiene las cicatrices.

—Lo que sea. Lo importante es que nos las quitaron cuando teníamos veintidós. Muy mayor para algo así, Peter. Continuamente teníamos la garganta irritada y amigdalitis. Finalmente el viejo doc DiMaio dijo que se acabó lo de tratar con los síntomas. Hagamos algo con la causa.

La voz de Peter sonaba tensa.

—¿Pero qué ocurre si… si… si yo soy la causa de la infidelidad de Cathy? ¿Recuerdas el almuerzo con Colin Godoyo? Dijo que engañar a su mujer era un grito de ayuda.

—Por favor, Peter. Tú y yo sabemos que eso son gilipolleces.

—No estoy seguro de que cada uno de nosotros tenga un voto.

—Como sea, estoy seguro de que Cathy sabe que son gilipolleces.

—Eso espero.

—Tú y Cathy tenéis un buen matrimonio… ya lo sabes. No se pudrió por dentro; lo atacaron desde fuera.

—Supongo —dijo Peter—, pero lo he estado repasando mucho… buscando una pista de haberlo estropeado en algún sitio.

—¿Y encontraste alguna? —preguntó el sim.

—No.

—Por supuesto que no. Siempre has intentado ser un buen marido… y Cathy también fue una buena esposa. Ambos trabajasteis para hacer que el matrimonio fuese un éxito. Os interesáis por el trabajo del otro. Cada uno apoya los sueños del otro. Y habláis con libertad y sinceridad sobre todo.

—Pese a todo —dijo Peter—, desearía poder estar seguro. —Hizo una pausa—. ¿Recuerdas Perry Masón} No la serie de televisión original con Raymond Burr, sino la versión que hicieron en los setenta. ¿Lo recuerdas? La repitieron en AE A finales de los noventa. Harry Guardino interpretaba a Hamilton Burger. ¿Recuerdas esa versión?

El sim hizo una pausa momentánea.

—Sí. No era muy buena.

—De hecho, apestaba —dijo Peter—. Pero ¿la recuerdas?

—Sí.

—¿Recuerdas al que interpretaba a Perry Masón?

—Claro. Era Robert Culp.

—¿Puedes recordarlo? ¿Lo ves en el tribunal? ¿Lo recuerdas en esa serie?

—Sí.

Peter estiró los brazos.

—Robert Culp nunca interpretó a Perry Masón. Monte Markham lo hizo.

—Sí. Yo también pensaba que era Culp, hasta que vi una historia sobre Markham en el Star de ayer; está en la ciudad haciendo Twelve Angry Men en el Royal Alex. Pero ¿conoces la diferencia entre esos dos actores, Culp y Markham?

—Claro —dijo el sim—. Culp salía en I Spy y El gran héroe americano. Y, veamos, en Bob and Carl and Ted and Alice. Gran actor.

—¿Y Markham?

—Un sólido actor de carácter; siempre me gustó. Nunca tuvo una serie de éxito, pero ¿no estuvo en Dallas un año o así? Y, alrededor del 2000, apareció en esa terrible comedia de situación con James Carey.

—Exacto —dijo Peter—. ¿Ves? Los dos tenemos recuerdos, verdaderos y sólidos recuerdos, de Robert Culp interpretando un papel que realmente interpretó Monte Markham. Por supuesto, ahora mismo estás reescribiendo esos recuerdos, y estoy seguro de que ahora puedes ver a Markham en el papel de Masón. Así es como funciona la memoria: guardamos sólo la información suficiente para reconstruir el suceso más tarde. Guardamos las deltas: recordamos trozos básicos de información, y anotamos los cambios. Luego cuando necesitamos recuperar el recuerdo, lo reconstruimos, y a menudo no lo hacemos exactamente.

—¿Adonde pretendes llegar? —dijo el sim.

—Mi idea, querido hermano, es ésta: ¿cuán precisos son nuestros recuerdos? Recordamos todos los sucesos que llevaron al asunto de Cathy, y nos encontramos libres de culpa. Todo encaja perfectamente; todo es consistente. ¿Pero cuan preciso es? ¿En alguna forma que hemos elegido no recordar, en algún momento que hemos eliminado, por algún acto que se perdió en la mesa de montaje neuronal, la empujamos a los brazos de otro hombre?

—Creo —dijo el sim—, que si tienes el poder de introspección para plantear esa pregunta, sabes que la respuesta es probablemente no. Eres un hombre reflexivo, Peter… yo mismo lo digo.

Hubo un largo silencio.

—No he sido de mucha ayuda, ¿no? —preguntó el sim.

Peter se lo pensó.

—No, al contrario. Ahora me siento mucho mejor. Hablar de ello me ha ayudado.

—¿Incluso si esencialmente fue hablar contigo mismo? —preguntó el sim.

—Incluso así —dijo Peter.

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