39

Peter se había intentado preparar para el encuentro inevitable. Aun así, cada vez que sonaba el intercomunicador, su corazón se disparaba. Las primeras veces fueron falsas alarmas. Entonces…

—Peter —dijo la voz de su secretaria—, el inspector Philo desea verte, de la Policía Metropolitana.

Peter respiró hondo, contuvo el aliento durante unos segundos, y lo dejó escapar en un largo suspiro. Tocó el botón del intercomunicador.

—Dígale a ella que pase, por favor.

Un momento más tarde la puerta de su oficina se abrió y Alexandria Philo entró. Peter había esperado que vistiese un uniforme de policía. En su lugar, llevaba una chaqueta blazer profesional, pantalones a juego y una blusa color café. Llevaba dos diminutos pendientes verdes. El pelo corto era de un rojo vivo, sus ojos verde brillante. Y era alta. Llevaba un maletín negro.

—Hola, detective —dijo Peter, poniéndose en pie y extendiendo la mano.

—Hola —dijo Sandra, dándole un apretón firme—. ¿Doy por supuesto que me esperaba?

—Mm, ¿por qué lo dice?

—No pude evitar oírle hablar con su secretaria. Usted dijo «dígale a ella que pase». Pero no le había dicho mi nombre, ni le había dado ninguna indicación de que fuese mujer.

Peter sonrió.

—Es muy buena en su trabajo. Mi mujer me ha contado un par de cosas sobre usted.

—Entiendo. —Sandra estaba en silencio, mirándole expectante.

Peter rió.

—Por otra parte. Yo también soy muy bueno en mi trabajo. Y gran parte de él consiste en asistir a reuniones con figuras del gobierno, y todas han recibido clases en comunicación interpersonal. Va a necesitar algo más que un silencio prolongado para que le cuente todas mis intimidades.

Sandra rió. No le había parecido bonita a Peter cuando había entrado, pero cuando reía parecía muy agradable.

—Por favor, siéntese, señora Philo.

Ella sonrió y se sentó, alisándose los pantalones como si llevase faldas a menudo. Cathy tenía el mismo hábito.

Hubo un corto silencio.

—¿Le gustaría tomar café? —preguntó Peter—. ¿Té?

—Café, por favor. Doble. —Parecía incómoda—. Ésta es una parte de mi trabajo que no me gusta, doctor Hobson.

Peter se levantó y fue hasta la cafetera.

—Por favor… llámeme Peter.

—Peter —sonrió—. No me gusta cómo la gente implicada es tratada en casos como éste. En ocasiones los policías tratamos a la gente con poco respeto por la educación o la presunción de inocencia.

Peter le dio la taza.

—Por tanto, doctor… —Se detuvo y sonrió—. Por tanto, Peter, voy a tener que hacerle algunas preguntas, y espero que entienda que es sólo mi trabajo.

—Por supuesto.

—Como sabe, uno de los compañeros de trabajo de su mujer fue asesinado.

Peter asintió.

—Sí. Nos dejó aturdidos.

Sandra lo miró con la cabeza inclinada a un lado.

—Lo siento —dijo Peter confundido—. ¿He dicho algo incorrecto?

—Oh, nada. Es sólo que las pruebas demuestran que se usó un aturdidor para someter a la víctima. Su comentario de estar aturdidos me pareció gracioso. —Levantó la mano—. Perdóneme; este trabajo nos pone la piel muy dura. —Una pausa—. ¿Ha usado alguna vez un aturdidor?

—No.

—¿Posee uno?

—Son ilegales en Ontario, excepto para la policía.

Sandra sonrió.

—Pero se pueden comprar con facilidad en Nueva York o Quebec.

—No —dijo Peter—, nunca he usado uno.

—Siento haber tenido que preguntarlo —dijo Sandra.

—Ese maldito entrenamiento policial —dijo Peter.

—Exacto —sonrió—. ¿Conocía al fallecido?

Peter intentó decir el nombre con calma.

—¿Hans Larsen? Claro, le conocía… conozco a la mayoría de los compañeros de trabajo de Cathy, ya sea por reuniones informales o por las fiestas de Navidad de su empresa.

—¿Qué opinaba de él?

—¿De Larsen? —Peter tomó un sorbo de café—. Pensaba que era un imbécil.

Sandra asintió.

—Gran número de personas parecían compartir su opinión, aunque otros hablaban muy bien de él.

—Sospecho que eso nos pasa a todos —dijo Peter.

—Sí. —Silencio de nuevo, luego—: Mire, Peter, parece un buen tipo. No quiero traer recuerdos dolorosos. Pero sé que su mujer y Hans, bien…

Peter asintió.

—Sí, lo hicieron. Pero acabó hace mucho tiempo.

Sandra sonrió.

—Cierto. Pero su mujer se lo contó recientemente.

—Y ahora Larsen está muerto.

Sandra asintió inmediatamente.

—Señora Philo…

Ella levantó una mano.

—Llámeme Sandra.

Peter sonrió.

—Sandra. —Mantén la calma, pensó. Sarkar tendrá el virus listo hoy o mañana. Se acabará pronto—. Deje que le diga algo, Sandra. Soy una persona pacífica. No me gusta ni la lucha ni el boxeo. No he pegado a nadie desde que era niño. Nunca he pegado a mi mujer. Y si tuviese un hijo, nunca lo azotaría a él o ella. —Tomó un sorbo de café. ¿Había dicho lo suficiente? ¿Sería mejor más? Calma, maldición. Cálmate. Pero lo que quería era contarle la verdad sobre sí mismo… no sobre esos duplicados mecánicos, sino sobre su verdadero ser, él de carne y hueso.

»Creo… creo que muchos de los problemas de este mundo provienen de la violencia. Al azotar a nuestros hijos les enseñamos que hay momentos en que es correcto golpear a alguien que amas… y luego nos asombramos cuando descubrimos que esos mismos chicos crecen pensando que está bien golpear a las esposas. Ni siquiera mato a las moscas, Sandra… las capturo en vasos y las llevo fuera. Me pregunta si maté a Larsen. Y le diré directamente que podría estar enfadado con él, podría incluso odiarle, pero matarle o herirle físicamente no está en mi naturaleza. Es algo que yo simplemente no haría.

—¿O ni siquiera lo pensaría? —preguntó Sandra.

Peter extendió los brazos.

—Bien, todos pensamos esas cosas. Pero hay una gran diferencia en las fantasías ociosas y la realidad. —Si no la hubiese, pensó Peter, te poseería a ti y a mi secretaria y aun centenar más de mujeres sobre esta misma mesa.

Sandra se recolocó ligeramente sobre la silla.

—Normalmente no hablo sobre mi vida personal mientras trabajo, pero pasé por algo muy similar a lo suyo, Peter. Mi marido, mi ex marido desde hace unos meses, me engañó también. Tampoco soy una persona violenta. Supongo que algunos considerarían estas palabras como extrañas viniendo de un agente de policía, pero es cierto. Peter, cuando descubrí lo que Walter había hecho… bien, quería verle muerto, quería verla muerta a ella. No soy dada a lanzar cosas, pero cuando lo descubrí mandé el control remoto de nuestro televisor al otro lado de la habitación. Se rompió contra la pared, y la envoltura se partió; todavía puede verse el punto en la pared donde golpeó. Así que sé, Peter, sé que la gente tiene reacciones violentas cuando suceden este tipo de cosas.

Peter asintió lentamente.

—Pero no maté a Hans Larsen.

—Creemos que fue un asesinato profesional.

—Tampoco hice que lo mataran.

—Déjeme decirle exactamente cuál es mi problema —dijo Sandra—. Como dije, estamos ante un acto profesional. Francamente, ese tipo de cosas cuestan un montón de dinero… especialmente con el… ah, trabajo extra de esta ocasión. Económicamente usted y Cathy están mejor que la mayoría de sus compañeros de trabajo; si alguien podía permitirse algo así, debía de ser usted o ella.

—Pero no lo hicimos —dijo Peter—. Mire, estaré encantado de someterme al detector de mentiras.

Sandra sonrió dulcemente.

—Muy considerado por su parte ofrecerse voluntariamente. Tengo un equipo portátil conmigo.

Peter sintió que se le tensaban los músculos del estómago.

—¿Sí?

—Oh, sí. De hecho es un Veriscan Plus… lo fabrica su compañía, ¿no?

Peter entrecerró los ojos.

—Sí.

—Por tanto estoy segura de que tiene mucha fe en sus habilidades. ¿Estaría realmente dispuesto a someterse a la prueba?

Peter vaciló.

—Con mi consejero legal presente, por supuesto.

—¿Consejero legal? —Sandra sonrió de nuevo—. No se le ha acusado de nada.

Peter se lo pensó.

—Vale —dijo—. Si sirve para poner fin a todo esto, sí, aceptaré someterme a la prueba, aquí y ahora. Pero en ausencia de un consejero, sólo podrá hacer tres preguntas: ¿Maté a Hans Larsen? ¿Maté a Rod Churchill? ¿Hice que lo mataran?

—Tengo que hacer más de tres preguntas: lo requiere la calibración de la máquina; ya lo sabe.

—Vale —dijo Peter—. Presumiblemente viene con una lista de preguntas de calibración. Aceptaré la prueba si no se desvía de la lista.

—Muy bien. —Sandra abrió la cartera, mostrando el equipo de polígrafo que había dentro.

Peter miró al dispositivo.

—¿No hay que ser un especialista para operar esa máquina?

—Debería leer los manuales de sus propios productos, Peter. Hay un chip de sistema experto de IA dentro. Cualquiera puede manejarlo.

Peter gruñó. Sandra fijó pequeños sensores en el brazo y la muñeca de Peter. Una pantalla plana surgió de dentro del maletín, y Sandra la colocó de forma que no pudiese verla. Tocó algunos controles, luego comenzó a hacer preguntas.

—¿Cuál es su nombre?

—Peter Hobson.

—¿Cuántos años tiene?

—Cuarenta y dos.

—¿Dónde nació?

—North Battleford, Saskatchewan.

—Ahora mienta. Dígame de nuevo donde nació.

—Escocia.

—Dígame la verdad: ¿cuál es el nombre de pila de su esposa?

—Catherine.

—Ahora mienta: ¿cuál es el segundo nombre de su mujer?

—Ah… T'Pring.

—¿Mató a Hans Larsen?

Peter miró cuidadosamente a Sandra.

—No.

—¿Mató a Rod Churchill?

—No.

—¿Hizo que mataran a cualquiera de los dos?

—No.

—¿Tiene alguna idea de quién los mató?

Peter levantó una mano.

—Acordamos tres preguntas, detective.

—Lo siento. Sin embargo, seguro que no le importa contestar a una más, ¿no? —sonrió—. No me gusta sospechar de usted de la misma forma que a usted no le gusta ser sospechoso. Sería agradable poder borrarle de mi lista.

Peter pensó. Maldición.

—Vale —dijo lentamente—. No conozco a ninguna persona que pueda haberles matado.

Sandra levantó la vista.

—Lo siento… supongo que le molesté cuando fui más allá de lo que acordamos. Hubo algunas cosas raras cuando dijo «persona». ¿Podría por favor sufrir un poco más y repetir la última respuesta?

Peter se arrancó el sensor del brazo y lo arrojó sobre la mesa.

—Ya he ido más allá de lo que acordamos —dijo con cierta irritación en la voz. Sabía que estaba poniendo las cosas peor, y luchó para evitar que el pánico lo dominara. Se quitó el segundo sensor de la muñeca—. He acabado de contestar preguntas.

—Lo siento —dijo Sandra—. Perdóneme.

Peter realizó un esfuerzo por calmarse.

—Está bien —dijo—. Espero que tenga lo que buscaba.

—Oh, sí —dijo Sandra, cerrando el maletín—. Sí.

No llevó mucho tiempo a las formas de vida artificial de Espíritu desarrollar los sistemas multicelulares: cadenas de unidades diferenciadas, unidas en filas simples. Con el tiempo, las formas de vida se tropezaron con el truco de formar dos filas: el doble de células, al menos una de ellas expuesta por un lado a la sopa nutritiva del mar simulado de Espíritu. Y luego las largas filas de células comenzaron a doblarse sobre sí mismas, formando una U. Y, al final, las formas de U se cerraron por debajo, formando una bolsa. Luego, al final, el gran avance: las partes delantera y trasera de la bolsa se abrieron, resultando en un cilindro formado por una doble capa de células, abierto por ambos lados: el diseño básico del cuerpo de cualquier vida animal sobre la Tierra, con un orificio para comer en la parte delantera y otro excretor en la parte trasera.

Nacieron generaciones. Murieron generaciones.

Y Espíritu seguía seleccionando.

Загрузка...