Aunque Toby Bailey le había dado algunos indicios valiosos, Sandra siguió recorriendo alfabéticamente el listado de empleados de Doowap. Finalmente, le llegó el turno a Cathy Hobson… una de las que Bailey había mencionado como relacionadas con Hans.
Sandra evaluó a Cathy cuando ésta se sintió. Una mujer hermosa, delgada, con mucho pelo negro. Sabía vestir bien. Sandra sonrió.
—Gracias por cederme su tiempo. No la entretendré mucho rato. Sólo quiero hacerle algunas preguntas sobre Hans Larsen.
Cathy asintió.
—¿Lo conocía bien? —preguntó Sandra.
Cathy miró más allá de Sandra, a la pared tras ella.
—No lo conocía muy bien.
No tenía sentido enfrentarse a ella en ese momento. Sandra miró el listado.
—Él había trabajado aquí más tiempo que usted. Me interesa cualquier cosa que pudiese decirme. ¿Qué tipo de hombre era?
Cathy miró al techo.
—Muy… extrovertido.
—¿Sí?
—Y, bien, con un sentido del humor algo crudo.
Sandra asintió.
—Alguien lo ha mencionado también. Contaba muchos chistes verdes. ¿Le molestaba eso a usted?
—¿A mí? —Cathy parecía sorprendida, y miró a Sandra a los ojos por primera vez—. No.
—¿Qué más puede decirme?
—Él… ah, era bueno en su trabajo, por lo que sé. Su parte y la mía no interaccionaban muy a menudo.
—¿Qué más? —Sandra sonrió animándola—. Cualquier cosa sería útil.
—Bien, estaba casado. Supongo que ya lo sabía. El nombre de su mujer era, oh…
—Donna-Lee —dijo Sandra.
—Sí. Eso es.
—Buena mujer, ¿no?
—Está bien —dijo Cathy—. Muy bonita. Pero sólo la he visto un par de veces.
—Entonces, ¿venía a la oficina?
—No, no que yo recuerde.
—Entonces, ¿dónde la conoció?
—Oh, a veces el grupo de aquí sale a tomar una copa.
Sandra consultó sus notas.
—Cada viernes —dijo—. O eso me han dicho.
—Sí, eso es cierto. A veces su mujer estaba allí.
Sandra la observó cuidadosamente.
—¿Entonces estaba usted en el círculo social de Hans?
Cathy levantó una mano.
—Sólo como parte del grupo. A veces también recibíamos un montón de entradas para los Blue Jays, e íbamos a eso. Ya sabe, entradas que nos dan los proveedores de la compañía. —Se tapó la boca—. ¡Oh! No es ilegal, ¿verdad?
—No por lo que sé —dijo Sandra, volviendo a sonreír—. No es realmente mi departamento. Cuando veía a Hans y a su esposa juntos, ¿parecían felices?
—No sabría decirlo. Supongo que sí. Es decir, ¿quién puede saber, mirando a un matrimonio desde fuera, lo que sucede realmente?
Sandra asintió.
—Eso es cierto.
—Parecía feliz.
—¿Quién?
—Ya sabe; la mujer de Hans.
—¿Su nombre es…?
Cathy pareció confusa.
—¿Cómo?, D-Donna-Lee.
—Donna-Lee, sí.
—Lo dijo usted antes —dijo Cathy, un poco a la defensiva.
—Oh, sí. Lo hice. —Sandra tocó las teclas del cursor en su palmtop, repasando la lista de preguntas—. A otro asunto: un par de las personas que he entrevistado han dicho que Hans tenía reputación de mujeriego.
Cathy no dijo nada.
—¿No es cierto, señora Hobson? —Era la primera vez que la llamaba «señora».
—Uh, bien, sí, supongo que lo es.
—Alguien me dijo que había dormido con muchas de las mujeres de la compañía. ¿Ha oído cosas similares sobre él?
Cathy alisó una arruga inexistente en la falda.
—Supongo que sí.
—¿Pero no pensó que valía la pena mencionarlo?
—No quería… —dejó de hablar.
—No quería hablar mal del fallecido. Por supuesto, por supuesto. —Sandra sonrió con amabilidad—. Perdóneme por preguntarlo, pero… ah, ¿tuvo alguna vez una relación con él?
Cathy la miró.
—Por supuesto que no. Soy…
—Una mujer casada —dijo Sandra—. Por supuesto. —Sonrió de nuevo—. Discúlpeme por tener que preguntárselo.
Cathy abrió la boca para dar más objeciones, luego, después de un momento, la cerró. Sandra reconoció el drama que se ejecutaba en el rostro de Cathy. Me parece que la dama protesta demasiado.
—¿Conoce a alguien con quien tuviese alguna relación? —preguntó Sandra.
—No con seguridad.
—Claro que si tenía esa reputación debía haber rumores por ahí.
—Ha habido rumores. Pero no creo en repetir habladurías, detective, y —Cathy recuperó algo de fuerza ahí— no creo que tenga autoridad para obligarme.
Sandra asintió, como si aquello fuese completamente razonable. Cerró la tapa del ordenador de mano.
—Gracias por su sinceridad —dijo, con tono neutral como para evitar que fuese imposible caracterizar el comentario como sincero o sarcástico—. Sólo una pregunta más. De nuevo, me disculpo, pero tengo que preguntarlo. ¿Dónde estaba el 14 de noviembre entre las ocho y las nueve de la mañana? Ése es el momento de la muerte de Hans.
Cathy inclinó la cabeza.
—Veamos. Ése fue el día antes de que nos enterásemos. Bien, por supuesto, estaría de camino al trabajo. De hecho, ahora que lo dice, ése sería el día en que recogí a Carla y la llevé a su trabajo.
—¿Carla? ¿Quién es ésa?
—Carla Wishinski, una amiga. Vive a un par de manzanas de nuestra casa. Su coche estaba en el taller, así que acepté llevarla.
—Entiendo. Bien, muchas gracias. —Miró la lista de nombres—. Cuando salga, ¿podría pedirle por favor al señor Stephen Jessup que pase?