5

Mientras esperábamos llegaron tres personas más: otros que habían decidido descargarse. Pero la recepcionista me llamó a mí primero, y dejé a Karen charlando con sus compañeros ancianos. Seguí a la recepcionista por el pasillo profusamente iluminado, disfrutando del balanceo de sus jóvenes caderas, y me condujo hasta una consulta cuyas paredes me parecieron grises… Lo que quería decir que podrían haber sido de ese color, o verdes, o magenta.

—Hola, Jake —dijo el doctor Porter, levantándose de su asiento—. Me alegro de volver a verle.

Andrew Porter era un hombretón con aspecto de oso, de unos sesenta años, levemente encorvado por tener que tratar con un mundo poblado por personas más bajas que él. Tenía ojos estrábicos, llevaba barba y el pelo peinado hacia atrás y tenía la frente despejada. Su rostro amistoso albergaba unas cejas que parecían en constante movimiento, como si estuviera haciendo ejercicios o entrenándose para las Olimpiadas de pelo corporal.

—Hola, doctor Porter —dije. Lo había visto dos veces antes en visitas previas a ese lugar, durante las cuales me había sometido a diversas pruebas médicas, había rellenado impresos legales y habían escaneado mi cuerpo, pero todavía no mi cerebro.

—¿Preparado para verlo? —preguntó Porter.

Tragué saliva, luego asentí.

—Bien, bien.

Había otra puerta en la habitación, y Porter la abrió con gesto teatral.

—Jake Sullivan —declaró—, ¡bienvenido a su nuevo hogar!


En la habitación de al lado, tendido en una camilla, había un cuerpo sintético vestido con un batín de felpa blanco.

Sentí que me quedaba boquiabierto al contemplarlo. El parecido era notable. Aunque había cierto aire de maniquí de escaparate en el conjunto, seguía siendo yo, sin duda. Los ojos estaban abiertos, sin parpadear ni moverse. Tenía la boca cerrada. Los brazos yacían flácidos a los costados.

—Los chicos y chicas de Fisonomía me dicen que estuvo chupado —dijo Porter, sonriendo—. Normalmente, intentamos volver atrás el reloj varias décadas, recreando qué aspecto tenía la persona cuando vivió en su momento de esplendor: después de todo, nadie quiere descargarse en un cuerpo que parezca estar en las últimas. Es usted la persona más joven con la que han trabajado hasta ahora.

Era mi cara, desde luego: la misma forma alargada; la misma barbilla con hoyuelo; los mismos labios finos; la misma boca ancha; los mismos ojos demasiado juntos, las mismas cejas oscuras sobre ellos. Coronándolo todo, una densa mata de pelo oscuro. Todo el gris había sido eliminado, y (estiré el cuello para verlo) el duplicado no tenía la coronilla pelada.

—Unos cuantos arreglillos menores —dijo Porter, sonriendo—. Espero que no le importe.

Estoy seguro de que yo también sonreía.

—En absoluto. Es… es sorprendente.

—Estamos muy satisfechos. Por supuesto, el cerebro sintético subyacente tiene una forma idéntica al suyo: se hizo con equipo prototípico 3D a partir de las estereorradiografías que tomamos; incluso tiene la misma pauta de suturas, marcando dónde se unen los huesos del cráneo.

Yo había tenido que firmar un permiso para el uso intensivo de rayos X para producir el esqueleto artificial. Había recibido suficientes dosis en un día para aumentar la posibilidad de un probable cáncer futuro… Pero, claro, la mayoría de los clientes de Inmortex iban a morir pronto, mucho antes de que ningún cáncer fuera a ser un problema.

Porter tocó el lado de la cabeza simulada; la mandíbula se abrió, revelando el interior de la boca, detalladísimo.

—Los dientes son copias exactas de los suyos: incluso hemos incluido un compuesto cerámico más denso en los puntos adecuados para que se equiparen a los dos empastes que tiene; los registros dentales identificarían esta cabeza como suya. Ahora bien, puede ver que tiene una lengua, pero, naturalmente, no usamos la lengua para hablar; todo eso se hace con chips sintetizadores de voz. Pero hace un buen trabajo remedándola. La mandíbula al abrirse y al cerrarse encajará a la perfección con los sonidos que se producen… Como una especie de Supermarionation.

—¿Como qué? —pregunté.

—¿Los Thunderbirds? ¿El capitán Escarlata?

Negué con la cabeza.

Porter suspiró.

—Bueno, da igual, la lengua es muy compleja… la parte más compleja de la recreación, en realidad. No tiene papilas gustativas, ya que no necesitará usted comer, pero es sensible a la presión y, como decía, hará los movimientos adecuados para que coincidan con lo que dice su chip de voz.

—Realmente es… abracadabrante —dije, y entonces sonreí—. Creo que es la primera vez que uso esa palabra.

Porter se rió, pero luego me señaló.

—Por desgracia, no hemos podido duplicar eso: cuando usted sonríe, le sale un hoyuelo grande en la mejilla izquierda. A la cabeza artificial no le pasa eso. Sin embargo, lo hemos anotado en su archivo: estoy seguro de que podremos incluirlo en futuras puestas al día.

—Me parece muy bien —dije—. Han hecho ustedes un trabajo magnífico tal como está.

—Gracias. Nos gusta que la gente se familiarice con el aspecto antes de transferirla a un cuerpo artificial: es bueno que sepan lo que hay que esperar. ¿Hay alguna actividad especial que desee hacer?

—Béisbol —dije de inmediato.

—Eso requerirá mucha coordinación mano-ojo, pero lo conseguirá.

—Quiero ser tan bueno como Singh-Samagh.

—¿Quién? —preguntó Porter.

—Un pitcher que empieza en los Blue Jays.

—Oh. No sigo el juego. No puedo garantizarle que tenga alguna vez categoría profesional, pero desde luego será tan bueno, si no mejor, que antes.

Hizo una pausa antes de continuar.

—Descubrirá que todas las proporciones son exactamente las mismas de su cuerpo actual: la longitud de cada falange de los dedos, de cada segmento de sus miembros, y todo lo demás. Su mente ha construido un modelo muy sofisticado de cómo es su cuerpo: qué longitud tienen sus brazos, en qué punto está el codo o la rodilla, etcétera. Ese modelo mental es adaptable cuando aún se está creciendo, pero se establece firmemente en la edad madura. Hemos intentado hacer alta a la gente bajita, y corregir la longitud de miembros desiguales, pero creó más problemas de los que merecía la pena: a la gente le cuesta muchísimo ajustarse a un cuerpo que no es como el original.

—Humm, ¿eso significa…? Pensaba…

Porter se echó a reír.

—Ah, sí. Lo mencionamos en nuestros folletos. Bueno, verá, el órgano sexual masculino es un caso especial: varía sustancialmente de tamaño dependiendo de la temperatura, la excitación y todo lo demás. Así que, sí, de paso aumentamos lo que la naturaleza proporcionó en el original, a menos que se indique específicamente que no se quiere eso en los impresos que se cumplimentan; la mente está acostumbrada ya a que el pene tenga un tamaño variable, así que tolera bien unos cuantos centímetros de más.

Porter tiró del cinturón de felpa que mantenía cerrado el batín.

—Santo Dios —dije, sintiéndome horriblemente idiota, pero también enormemente impresionado—. Vaya, gracias.

—Nuestro objetivo es complacer —dijo Porter con una sonrisa beatífica.


En la época en que yo nací, Ray Kurzweil era el portavoz más activo en defensa de trasladar nuestras mentes a cuerpos artificiales. Su libro de entonces (el clásico La era de las máquinas espirituales, de 1999) proponía que treinta años más tarde (es decir, hace dieciséis años) sería posible copiar «las localizaciones, interconexiones y contenidos de todos los somas, axones, dendritas, vesículas presinápticas, concentraciones neurotransmisoras y otros componentes neuronales y niveles» de la mente del individuo, de modo que «toda la organización pueda ser recreada en un ordenador neuronal de suficiente capacidad, incluidos los contenidos de la memoria del individuo».

Es divertido volver a leer ese libro hoy, con la perspectiva de 2045. Kurzweil acertó en algunas cosas, pero se equivocó en varios puntos esenciales. Por ejemplo, la tecnología para escanear el cerebro con la resolución supuestamente requerida estuvo disponible en el año 2019, pero no resultó válida porque el escaneo tardaba horas en ser completado, y, naturalmente, incluso el cerebro de un individuo sedado experimentaba todo tipo de transiciones durante ese periodo. Unir los Jatos del cerebro en un periodo de tiempo tan largo producía un caos que no servía de nada: era imposible emparejar los impulsos visuales (o su falta) de la parte posterior de la cabeza con los pensamientos sobre impulsos completamente diferentes de la parte delantera. La conciencia es la acción sincronizada de todo el cerebro; los escaneos que apenas toman más que meros momentos siempre serían inútiles para reconstruirla.

Pero el proceso Mindscan de Inmortex permitía tomar una instantánea comprehensiva y general. El doctor Porter me llevó hasta la sala de escaneados pasillo abajo, que tenía paredes que me parecían de color naranja.

—Jake —dijo Porter—, ésta es la doctora Killian.

Señaló a una mujer negra de unos treinta años y aspecto sencillo.

—La doctora Killian es una de nuestras físicas cuánticas. Manejará el equipo de escaneado.

Killian dio un paso hacia mí.

—Y no le dolerá nada, se lo prometo —dijo, con acento jamaicano.

—Gracias —contesté.

—Me voy a mi puesto —dijo Porter. Killian le sonrió, y él se marchó.

—Creo que ya sabe —continuó Killian— que usamos niebla cuántica para hacer nuestros escaneos cerebrales. Permeamos su cabeza con partículas subatómicas: la niebla. Esas partículas están enlazadas cuánticamente con partículas idénticas que el doctor Porter inyectará pronto en el cráneo artificial del nuevo cuerpo que le mostró; ese cuerpo está todavía allí, al fondo del pasillo, pero la distancia no importa para los enlaces cuánticos.

Asentí; también sabía que Inmortex tenía una política estricta para no permitir nunca que la descarga conociera al original después de la transferencia. Podías hacer que un miembro de la familia o un abogado confirmara que la descarga y el original funcionaban bien después del proceso de copia, pero a pesar del comentario que Karen había hecho de esperar verse doble pronto, se consideraba desaconsejable que dos versiones de la misma persona se encontraran: destruía la sensación de unicidad personal.

La doctora Killian puso cara de preocupación.

—Tengo entendido que tiene usted MAV —dijo—. Pero naturalmente su nuevo cuerpo no se basará en un sistema circulatorio, así que eso resultará irrelevante.

Asentí. ¡En unos minutos más, sería libre! Mi corazón latía con fuerza.

—Todo lo que tiene que hacer —continuó la doctora Killian— es tumbarse en esta cama, aquí. La deslizaremos hasta esa cámara escaneadora… Parece un poco un TAG, ¿verdad? Y entonces haremos el escaneo. Sólo tarda unos cinco minutos, y casi todo ese tiempo se emplea en conectar el escáner.

La idea de que yo estaba a punto de divergir era asombrosa. El yo que iba a salir de ese cilindro escaneador continuaría con su vida, se dirigiría esta tarde a Pearson para tomar el avión espacial, y se marcharía a la Luna para vivir… ¿cuánto tiempo? ¿Unos pocos meses? ¿Unos cuantos años? Lo que le permitiera su Katerinsky.

Y el otro Jake, que recordaría este momento igual de vivamente, se iría pronto a casa y continuaría su vida donde yo la habría dejado, pero sin el daño cerebral potencial ni una muerte prematura colgando sobre su cabeza de titanio.

Dos versiones.

Era increíble.

Deseé que hubiera algún modo de copiar sólo partes de mí mismo, pero eso hubiese requerido una comprensión de la mente muy superior a lo que Inmortex podía ofrecer en este momento. Lástima: había un montón de recuerdos que hubiera preferido olvidar. Las circunstancias de la lesión de papá, naturalmente. Pero también otras cosas: momentos embarazosos, pensamientos de los que no estaba orgulloso, ocasiones en que había hecho daño a los demás y los demás me habían hecho daño a mí.

Me acosté en la cama, que estaba conectada a la cámara escaneadora por unas vías de metal.

—Pulse el botón verde para deslizarse —dijo Killian—, y el rojo para salir.

Por costumbre, miré con atención qué botón señalaba para cada acción. Asentí.

—Bien —dijo—. Pulse el botón verde.

Así lo hice, y la cama se deslizó hasta el tubo escaneador. El interior era tan silencioso que pude oír mi pulso en los oídos, el borboteo de mi digestión. Me pregunté de qué sonidos internos sería consciente en mi nuevo cuerpo, si es que habría alguno.

De cualquier manera, estaba ansioso por mi nueva existencia. La cantidad de vida no me importaba gran cosa, ¡pero la calidad! Y tener tiempo, no sólo años que se extendieran hasta el futuro, sino tiempo cada día. Los descargados, después de todo, no tenían que dormir, así que no sólo teníamos todos aquellos años extra, sino un tercio más de tiempo productivo.

El futuro estaba al alcance de la mano.

Crear otro yo.

Mindscan.


—Muy bien, señor Sullivan, ya puede salir.

Era la voz de la doctora Killian, con su acento jamaicano.

El corazón se me encogió. No…

—¿Señor Sullivan? Hemos terminado el escaneado. Si quiere pulsar el botón rojo…

Me golpeó como una tonelada de ladrillos, como un tsunami de sangre. ¡No! Yo debería estar en otra parte, pero no lo estaba.

Maldición, no lo estaba.

—Si necesita ayuda para salir… —ofreció la doctora Killian.

Me llevé por reflejo las manos al pecho, palpándolo, notando su suavidad, sintiéndolo subir y bajar. ¡Jesucristo!

—¿Señor Sullivan?

—Ya voy, maldita sea. Ya voy.

Pulsé el botón sin mirarlo, y la cama salió deslizándose del tubo escaneador, los pies primero: un parto de nalgas. ¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!

No había hecho ningún esfuerzo físico, pero mi respiración era rápida, entrecortada. Si tan sólo…

Sentí que una mano me sostenía por el codo.

—Ya lo tengo, señor Sullivan —dijo Killian—. Con cuidado…

Mis pies entraron en contacto con el suelo de losa. Sabía intelectualmente que era una situación al cincuenta por ciento, pero sólo había pensado en cómo iba a ser despertar en un cuerpo nuevo, sano, artificial. En realidad no había considerado…

—¿Se encuentra bien, señor Sullivan? —preguntó ella—. Parece…

—Estoy bien —repliqué—. Perfectamente. Jesucristo…

—¿Hay algo que pueda…?

—Estoy condenado. ¿No lo ve?

Ella frunció el ceño.

—¿Quiere que llame a un médico?

Negué con la cabeza.

—Acaba de escanear mi conciencia, haciendo un duplicado de mi mente, ¿no? —Lo dije en tono burlón—. Y como soy consciente de las cosas después de que haya terminado ese escaneo, eso significa que yo esta versión, no es esa copia. La copia no tiene ya que preocuparse por quedarse convertido en un vegetal… Es libre. Finalmente es libre de todo lo que ha estado colgando sobre mi cabeza durante los últimos veintisiete años. Ahora hemos divergido, y el yo curado ha iniciado su camino. Pero este yo sigue condenado. Podría haber despertado en un cuerpo nuevo y curado, pero…

Killian habló con tono amable.

—Pero, señor Sullivan, uno de ustedes tenía que quedarse en este cuerpo…

—Lo sé, lo sé, lo sé.

Sacudí la cabeza, y di unos cuantos pasos hacia delante. No había ventanas en la habitación, lo cual era probablemente lo mejor: creo que todavía no estaba preparado para enfrentarme al mundo.

—Y de nosotros dos, el que todavía está en este maldito cuerpo, con este cerebro jodido, sigue condenado.

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