23

Deshawn y López se pasaron la mañana discutiendo más mociones; yo no tenía ni idea de cuánto tiempo se perdería en eso. Pero finalmente, después del almuerzo, llegamos al espectáculo principal.

—Por favor, diga su nombre —dijo el secretario.

Karen se había puesto un vestido beige, sencillo y barato.

—Karen Cynthia Bessarian.

—Siéntese.

Karen se sentó, y Deshawn se levantó… casi como las figuras de un tiovivo.

—Hola, Karen —dijo Deshawn, sonriendo cálidamente—. ¿Cómo se encuentra hoy?

—Bien, gracias.

—Me alegro. Supongo que los motivos de salud no son ya para usted una cuestión importante, ¿verdad?

—No, gracias a Dios.

—Parece usted aliviada. ¿Ha tenido problemas de salud en el pasado?

—No más que cualquiera de mi edad, supongo —dijo Karen— Pero no es divertido pasar por ellos.

—Estoy seguro, estoy seguro —dijo Deshawn—. No quiero parecer chismoso, pero ¿podría compartir con nosotros alguno de ellos?

—Oh, la letanía habitual… Todo, desde amigdalitis a una prótesis de cadera. —Karen hizo una pausa— Supongo que lo peor fue mi lucha contra el cáncer de mama.

—Dios mío, eso es horrible —dijo Deshawn—. ¿Con qué la trataron?

—Al principio con fármacos y terapia de radiación. El tumor fue destruido pero, naturalmente, seguía corriendo el riesgo de tener más tumores en el futuro. Afortunadamente, ya no tengo que preocuparme más por eso.

—¿Porque se descargó en este cuerpo duradero?

—No, no. Porque me sometí a terapia genética. Tenía dos de los genes clave que predisponen a una mujer a tener cáncer de mama. Hace unos veinte años me sometí a terapia genética para eliminar esos genes de mi cuerpo. Eso redujo la probabilidad de volver a tener otro tumor en el pecho a un nivel muy bajo.

—Ya veo, ya veo. Bueno, me encanta oír eso. Pero continuemos. Karen, ¿ha estado fuera de Estados Unidos desde que se convirtió en una Mindscan?

—Sí.

—¿Dónde ha estado?

—En Canadá. Toronto.

—Y eso significa que ha cruzado la frontera entre Estados Unidos y Canadá desde que se descargó, ¿no?

—Sí, en tren al ir a Canadá, y en coche a la vuelta.

—¿Y ha volado recientemente?

—Sí.

—¿Desde dónde?

—Desde el Aeropuerto Internacional Lester B. Pearson de Toronto a Atlanta, Georgia.

—¿Por qué?

—Para asistir a un funeral.

—¡No el suyo, espero!

Unos cuantos miembros del jurado se rieron.

—No. De hecho, fue el funeral de mi primer marido, Daron Bessarian.

—Oh, Dios mío —dijo Deshawn, con apropiada teatralidad—. Lamento mucho oír eso. Con todo, cuando cruzó la frontera entre… ¿qué fue, Windsor y Detroit?, tuvo que hablar con los agentes de aduanas, ¿correcto?

—Sí.

—Y cuando voló desde Toronto a Atlanta, también tuvo que tratar con los agentes de aduanas, ¿correcto?

—Sí.

—Así que, de hecho, ha tratado usted con las aduanas de Estados Unidos y la de Canadá, ¿correcto?

—Sí.

—En esos encuentros, ¿tuvo que mostrar su identificación?

—Naturalmente.

—¿Qué identificación presentó?

—Mi pasaporte estadounidense, y mi tarjeta de identidad personal de Seguridad Nacional.

—¿Y tiene en su posesión esos documentos?

—Sí, los tengo.

—¿Puede verlos el tribunal?

—Por supuesto.

Karen llevaba un bolsito. Sacó el pasaporte y la tarjeta de identidad personal, más pequeña.

—Me gustaría mostrarlos como pruebas —dijo Deshawn—, y que el tribunal tome nota de que, en efecto, estaban en posesión de la demandante.

—¿Señora López?

—Señoría, el que posea física…

Herrington sacudió su larga cabeza.

—Señora López, no argumente su caso. ¿Tiene alguna objeción a que se acepten las pruebas?

—No, señoría.

—Muy bien —dijo el juez Herrington—. Continúe, señor Draper.

—Gracias, señoría. Bien, Karen, como acaba de demostrar, posee los papeles de identificación de Karen Bessarian, ¿correcto?

—Por supuesto —dijo Karen—. Soy ella.

—Bien, si en efecto tiene los documentos de Karen, veamos si va más allá.

Deshawn tomó un objeto de su mesa y lo mostró. Tenía el tamaño aproximado de un mazo de cartas: algunas partes tenían un brillante acabado plateado y el resto era negro mate.

—¿Sabe usted qué es esto?

—Un terminal para transacciones —dijo Karen.

—Exactamente —respondió Deshawn—. Sólo un terminal para transacciones corriente y moliente, inalámbrico. De los que se encuentran en tiendas y restaurantes… en cualquier parte donde se quiera acceder a los fondos de la cuenta corriente de uno y transferir cualquier cantidad a otra persona, ¿correcto?

—Eso es lo que parece ser, sí.

—Ahora, por favor, déjeme asegurarle que esto no es de pega: es una unidad real, que funciona, y está conectada con la red financiera global.

—Muy bien.

Deshawn se sacó un disco dorado del bolsillo.

—¿Qué es esto, Karen?

—Un reagan.

—Con lo cual quiere usted decir una moneda de diez dólares estadounidense, ¿correcto? Con el águila americana en una cara y el antiguo presidente Ronald Reagan en la otra, ¿no es así?

—Sí.

—Muy bien. ¿Tiene acceso a sus cuentas corrientes actualmente?

El tono de Karen fue comedido.

—En su sabiduría, hasta que este asunto se aclare, el juez Herrington ha puesto un límite al dinero que puedo sacar. Pero sí, tendría que poder acceder a mis cuentas.

—Muy bien —dijo Deshawn—. Esto es lo que me gustaría hacer: me gustaría darle esta moneda de diez dólares… buena para todas las deudas, públicas y privadas. A cambio, me gustaría que transfiriera usted diez dólares de su principal cuenta corriente a la mía. ¿Estaría dispuesta a hacer eso?

Karen sonrió.

—Naturalmente.

Deshawn miró al juez, quien asintió. Entonces cruzó el pozo y le entregó a Karen la moneda.

—No se la gaste toda a la vez —dijo, y un par de miembros del jurado se rieron; Deshawn era cálido e ingenioso, y lenta pero firmemente me pareció que se los estaba ganando—. Ahora, por favor…

Le tendió a Karen el terminal.

Karen colocó el pulgar, contra la plaquita escaneadora, y una de las luces verdes se encendió. Entonces acercó el aparato a su ojo derecho, y se encendió otra luz verde.

—¡Espere! —dijo Deshawn—. Antes de continuar, ¿quiere leer a este tribunal qué dice en este momento la pantalla de la terminal de transferencias?

—Con mucho gusto —respondió Karen—. Dice: «Identidad confirmada: Bessarian, Karen C.»

Deshawn recogió el aparato y se acercó al banco del jurado, para mostrarles la pantalla uno por uno. Estaba claro: el aparato había reconocido las huellas y los escaneos retinales de Karen.

—Entonces, en los puestos fronterizos, demostró usted su identidad sobre la base de lo que tenía… específicamente, sobre la base de los documentos que están en su poder, ¿correcto?

—Eso es.

—Y el terminal la ha identificado basándose en quién es… es decir, basándose en sus datos biométricos, ¿correcto?

—Eso tengo entendido, sí.

—Muy bien. —Deshawn rebuscó en el bolsillo de su chaqueta, y sacó su tarjeta de identificación—. Ésta es la cuenta a la que me gustaría que transfiriera diez dólares —dijo, entregándosela.

Karen tomó la tarjeta y la colocó cerca del escáner del aparato. Otra luz verde se encendió. Karen tecleó algo y…

—¡Espere! —dijo Deshawn—. ¿Qué acaba de hacer?

—He introducido mi PIN —explicó Karen.

—¿Su número de identificación personal?

—Sí.

—¿Y lo ha aceptado el terminal?

Karen alzó la unidad. No había duda de que la pantalla era verde, incluso desde el banco del jurado.

—¿Quién más aparte de usted conoce este PIN?

—Nadie.

—¿Lo tiene anotado en alguna parte?

—No. El banco dice que no es aconsejable hacerlo.

Deshawn asintió.

—Hace usted bien. Así que este terminal la ha reconocido no sólo basándose en sus datos biométricos, sino también con la información que usted posee y que sólo Karen Bessarian podría conocer, ¿correcto?

—Exactamente.

Deshawn asintió.

—Ahora, si es tan amable de terminar la transacción. No quiero perder mis diez pavos…

El jurado disfrutó de este comentario y Karen pulsó varias teclas.

—Transacción completada —dijo, y alzó el terminal, que mostraba la pauta adecuada de luces verdes.

Fue una demostración elegante y sencilla, y me pareció que al menos algunos de los jurados habían quedado impresionados por ella.

—Gracias —dijo Deshawn—. Su testigo, señora López.

—Ahora mismo no —intervino Herrington—. Continuaremos por la mañana.

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