32

Karen todavía temblaba por haber tenido que hablar de su hija muerta. La abracé un rato en el pasillo del tribunal. El jurado, naturalmente, se retiró a la sala de espera durante la pausa, así que no pudieron ver eso… Lo cual fue buena cosa: no era algo para consumo público de todas formas. Me encontré acariciando el pelo artificial de Karen con mi mano artificial, esperando de algún modo que el gesto le proporcionara consuelo. Al final del receso, Karen se había calmado un poco. Volvimos a la sala. Tomé asiento en la galería; Malcolm Draper ya estaba allí y Deshawn ya había vuelto a su mesa. Vi cómo entraba María López. Parecía… No estoy seguro de cómo describirlo exactamente. Frustrada, tal vez. O retadora. Las cosas no habían salido como tenía planeado hacía unos minutos. Me pregunté qué era lo que esperaba realmente que hubiera pasado.

La puerta de la cámara del juez Herrington se abrió.

—¡Todos en pie! —dijo el alguacil, y todos obedecimos.

Herrington ocupó su asiento en el estrado, dio un golpe de maza y dijo:

—Continuamos de nuevo con el caso Bessarian contra Horowitz. Señora López, puede usted continuar su interrogatorio directo a la señora Bessarian.

López se levantó. Vi que inspiraba profundamente, todavía insegura de sí misma.

—Gracias, señoría.

Pero no dijo nada más.

—¿Bien? —la instó Herrington al cabo de unos quince segundos.

—Mis disculpas, señoría —dijo López. Miró a Karen… o tal vez más allá de Karen, y un poco a la derecha, como si se estuviera concentrando en la bandera de Michigan en vez de en la testigo—. Señora Bessarian, déjeme formular de otra manera mi anterior pregunta. ¿Ha abortado alguna vez?

Deshawn se puso en pie al instante.

—¡Protesto! ¡Irrelevante!

—Será mejor que todo esto tenga un sentido, señora López —dijo Herrington; parecía enfadado.

—Lo tiene —contestó López, recuperando algo de su fuego—, si me permite un poco de margen.

—Un poco de margen es todo lo que va a conseguir… como de aquí a Warren: no nos lleve a dar la vuelta al mundo.

López hizo su reverencia característica.

—Por supuesto, señoría.

Repitió la pregunta, dándose otra oportunidad de hacer que el jurado oyera la palabra «abortado».

—Señora Bessarian, ¿ha abortado alguna vez?

Karen contestó con voz trémula.

—Sí.

Hubo un murmullo en la sala. El juez Herrington frunció el ceño y golpeó con la maza.

—No queremos retratarla como a una criminal aquí, señora Bessarian —dijo López—. No querríamos que el jurado pensara que ha cometido usted ese acto recientemente, ¿no? ¿Quiere decirle a la sala cuándo puso fin a la vida de un feto?

—En, humm… fue en 1988.

—Mil novecientos ochenta y ocho. Eso fue… ¿cuándo? Hace cincuenta y siete años, ¿no?

—Correcto.

—Así que, si no hubiera puesto fin a ese embarazo, tendría otro hijo… u otra hija, de unos cincuenta y cinco años de edad.

—Yo… Tal vez.

—¿Tal vez? —dijo López—. Creo que la respuesta es sí.

Karen tenía la cabeza gacha.

—Sí, supongo.

—Cincuenta y seis años. Un hombre o una mujer maduros, probablemente con hijos propios.

—Protesto, señoría —dijo Deshawn—. ¡Irrelevante!

—Continúe, señora López.

Ella asintió.

—La verdadera cuestión es que el aborto se ejecutó en 1988 —puso especial énfasis en el verbo ejecutar—. Y eso fue… Veamos… Cuarenta años antes de que el caso Roe contra Wade fuera anulado por el Littler contra Carvey.

—Si usted lo dice.

—Y el Roe contra Wade fue el caso que legalizó temporalmente la capacidad de una mujer para terminar con la vida que llevaba dentro, ¿no es así?

—La intención no era que fuese una medida temporal —dijo Karen.

—Perdóneme. Mi única intención era asegurar a la sala que usted eliminó a un feto cuando era legal hacerlo en Estados Unidos, ¿correcto?

—Sí. Fue un procedimiento legal. Llevado a cabo en un hospital público.

—Oh, claro. Desde luego. No queremos plantar en la mente del jurado una imagen de callejones oscuros y agujas torcidas.

—Acaba usted de hacerlo —dijo Karen, retadora—. Fue un procedimiento legal, moral y vulgar y corriente.

—¡Vulgar! —dijo López, con deleite—. Vulgar, sí. La palabra exacta.

—¡Protesto! —dijo Deshawn, extendiendo los brazos—. Si la señora López tiene una pregunta para la testigo…

—Oh, la tengo. La tengo. Señora Bessarian, ¿por qué abortó usted?

Deshawn se estaba enfadando: su rostro era todavía tranquilo, pero su voz no.

—¡Me opongo!

—Señora López, por favor, vaya al grano —dijo Herrington, sujetándose con una mano la mandíbula en forma de calzador.

—Unos minutos más, señoría. Señora Bessarian, ¿por qué abortó usted?

—No deseaba tener un hijo en ese momento.

—Entonces ¿el aborto fue en efecto una cuestión de conveniencia personal?

—Fue una cuestión de necesidad económica. Mi marido y yo estábamos empezando.

—Ah, entonces lo hizo por el bien de la criatura.

Deshawn extendió los brazos.

—¡Protesto! ¡Señoría, por favor!

—Lo retiro —dijo López—. Señora Bessarian, cuando abortó usted, no pensaba que estuviera cometiendo un asesinato, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Entonces era un procedimiento plenamente legal.

—Desde luego, desde luego. La época a la que a veces se hace alusión como Edad Oscura.

—No por mi parte.

—No, estoy segura. Cuéntenos, por favor: ¿por qué no fue asesinato terminar con su embarazo?

—Porque… porque no lo fue. Porque el Tribunal Supremo de Estados Unidos había legislado que era un procedimiento legal.

—Sí, sí, sí. Comprendo lo que la ley decía entonces. Lo que estoy preguntando es por su propio código moral. ¿Por qué no fue asesinato terminar con ese embarazo?

—Porque no era una persona… No a mis ojos, ni a los ojos de la ley.

—Hoy, naturalmente, la ley estaría en desacuerdo.

—Pero yo no.

Di un respingo. Karen estaba siendo demasiado luchadora para su propio bien. Y López se aprovechó.

—¿Está diciendo que sus baremos son más elevados que los de la ley?

—Mis baremos no están sujetos a los grupos de presión ni a los caprichos políticos, si es a eso a lo que se refiere.

—¿Y por eso sigue manteniendo que ese feto no era una persona?

Karen no dijo nada.

—Una respuesta, por favor, señora Bessarian.

—Sí.

Más murmullos; otro golpe de la maza.

—¿Está usted diciendo que el feto no era una persona? —preguntó López.

—Sí.

—Ese feto, que fue creado por la expresión física de amor entre usted y su difunto esposo, que Dios lo tenga en su gloria. Ese feto, que tenía cuarenta y seis cromosomas, mezclando de manera única su herencia y la de su marido.

Karen no dijo nada.

—Ese feto no era una persona, ¿correcto?

Karen guardó silencio durante un instante.

—Correcto.

—¿Cuánto tiempo llevaba embarazada cuando le puso fin?

—Nueve… No, diez semanas.

—¿No está segura?

—Ha pasado muchísimo tiempo.

—Ciertamente. ¿Por qué esperó tanto? ¿No supo hasta entonces que estaba embarazada?

—Lo supe a las cuatro semanas de embarazo.

—Entonces ¿por qué el retraso?

—Quería tiempo para pensar. —Karen no podía resistirse a pontificar desde el pulpito, maldición—. Algo que los quince días de Littler contra Carvey no ofrecen a las mujeres, ¿no? ¿No se le ha ocurrido pensar nunca, señora López, que al poner tan pronto en el embarazo el límite en el que los abortos pueden ser realizados se obliga a las mujeres a tomar decisiones apresuradas y que, si tuvieran más tiempo para analizar sus sentimientos, podrían no haber tomado?

—Yo haré las preguntas, señora Bessarian, si no le importa. Y, en efecto, supongamos que se hubiera quedado embarazada de nuevo en un momento inconveniente, y que este embarazo hubiera llegado después de Littler contra Carvey. ¿Habría permitido que la fecha especificada en la ley la obligara a tomar una decisión tan temprana?

—Es la ley.

—Sí. Pero es usted una mujer de posibles, señora Bessarian. Podría haber encontrado un modo de someterse a un aborto seguro… al menos para usted, pasado el límite de los quince días. Un ferry para cruzar el río y todo eso.

—Supongo.

—¿Y se habría sentido cómoda con su decisión? ¿Gerrymandeando la línea divisoria entre persona y no persona de la manera que le resultara más conveniente?

Karen no dijo nada.

—Responda la pregunta, por favor. ¿Habría movido la frontera entre persona y no persona por su propia conveniencia personal?

Karen continuó callada.

—Señoría, ¿quiere ordenarle a la testigo que responda, por favor?

—¿Señora Bessarian? —dijo el juez Herrington.

Karen asintió y luego ladeó la cabeza. Miró a Deshawn, luego a mí, luego al banco del jurado, luego a López.

—Sí —dijo por fin—. Supongo que lo habría hecho.

—Ya veo —dijo López. También ella miró al jurado—. Ya vemos.

Fuera cual fuese la incomodidad de López al principio había desaparecido hacía tiempo.

—Ahora, una vez más, señora Bessarian, ¿qué era eso de lo que carecía ese pobre feto, concebido de hombre y mujer, y que no hacía de él una persona, y que usted, una construcción artificial, sí posee, y hace una persona de usted?

—Yo… Ah…

—¡Vamos, señora Bessarian! ¿Se ha quedado sin palabras? ¡Usted, una escritora profesional!

—Es… Ah…

—La pregunta es sencilla: debe de haber algo de lo que su feto eliminado carecía y que usted misma posee. De lo contrario, ambos serían personas… según su propio código moral, si no a los ojos de la ley, ¿no?

—Yo poseo experiencia.

—Pero no propia. Quiero decir, no experiencia que… esta creación que tenemos delante haya tenido directamente. La «experiencia» que usted tiene fue copiada de la difunta y real Karen Bessarian, ¿no?

—Fue transferida de mi versión anterior, con el pleno y expreso consentimiento y deseo de esa persona.

—Tendremos que aceptar su palabra, ¿no? Quiero decir, perdóneme, pero la verdadera Karen Bessarian está muerta, ¿no es así?

—Sabía que mi cuerpo se estaba agotando, por eso dispuse mi transferencia a éste, más duradero.

—Pero no se transfirió todo, ¿no?

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir que los recuerdos de la señora Bessarian fueron transferidos, pero cosas triviales como, digamos, los contenidos de su estómago en el momento de la transferencia, no fueron duplicados en la copia.

—Bueno, no.

—Por supuesto que no. Eso es inconsecuente, después de todo. Como lo eran, digamos, las arrugas del rostro original.

—He optado por un rostro más joven —dijo Karen, retadora.

—Señoría, duodécima prueba de la parte demandada… una foto de Karen Bessarian tomada el año pasado.

El rostro de Karen apareció en la pantalla mural. Yo había olvidado lo increíblemente vieja que parecía entonces: pelo blanco, rostro de profundas arrugas, piel translúcida, ojos que parecían demasiado pequeños para sus cuencas, aquella sonrisa torcida provocada por la embolia. Aparté la mirada.

—Ésa es usted, ¿no? —preguntó López—. La usted original.

Karen asintió.

—Sí.

—La usted real, la usted que era…

—¡Protesto! —exclamó Deshawn—. La testigo ya ha respondido a esa pregunta.

—Se acepta —dijo Herrington.

López inclinó brevemente la cabeza.

—Muy bien. Perdóneme por ser brusca, señora Bessarian, pero obviamente decidió usted no someterse a operaciones de cirugía estética.

—No soy una persona particularmente presumida.

—Admirable. Sin embargo, usted claramente identificó sólo algunas partes de usted como la usted real, ¿no? Una vez más, ¿qué parte cree que poseía la usted real y de la que el feto que eliminó carecía?

—Una mente —dijo Karen—. Si yo fuera la copia de las conexiones neuronales de un feto y estuviera sentada aquí delante, no creo que le concediera usted ningún estatus especial.

—¿Entonces es el intelecto lo que crea a una persona? —dijo López, alzando las cejas.

—Bueno, sí.

—Y por tanto un feto no es una persona.

—Sí.

Ésa es mi Karen: de perdidos, al río. Algunos de los presentes en la sala contuvieron ostensiblemente la respiración.

—Quiero decir —continuó Karen—, lo son ahora, según la ley actual, pero…

—Pero no es la ley con la que usted está de acuerdo, ¿no?

—Las mujeres lucharon mucho y duro por el derecho a controlar sus propios cuerpos, señora López. Reconozco que las cosas han virado a la derecha desde que yo era joven, pero…

—No, no, no, señora Bessarian. No puede usted acusar a la sociedad contemporánea de estrechez de miras: hemos ampliado la definición de lo que caracteriza a un ser humano desde su época. Hemos ampliado la definición para incluir a los fetos.

—Sí, pero…

—Oh, cierto, esa ampliación no ha sido en la dirección que usted parece desear. Protegemos a los neonatos inocentes; usted quitaría eso, y en cambio deja que la gente se agarre a una vida falsa al otro extremo, ¿no es así? Los primeros nueve meses son demasiado pedir, pero nueve décadas adicionales, o incluso siglos, pegados al otro extremo, de forma sintética, es razonable. ¿Es ésa su postura, señora Bessarian?

—Mi postura, ya que lo pregunta, es que una vez que la ley le ha garantizado a alguien el derecho a ser persona, ese derecho es inalienable.

Al parecer López había estado esperando a que Karen dijera esto. Prácticamente saltó hacia su mesa y tomó un datapad.

—Decimotercera prueba, señoría —declaró, alzando el aparato. Cruzó el pozo y se la tendió a Karen—. Señora Bessarian, ¿quiere por favor pulsar el icono «Información Libro» y decirle a la corte qué libro aparece?

Karen así lo hizo.

—The American Heritage English Dictionary, novena edición completa.

—Muy bien. ¿Quiere ahora por favor despejar esa notificación, y leer el texto en la pantalla?

Karen tocó algunos controles.

—Es la definición de la palabra «inalienable».

—En efecto. ¿Quiere por favor leer esa definición?

—«Lo que no puede ser transferido a otro ni a otros: derechos inalienables.»

—«Lo que no puede ser transferido» —repitió López—. ¿Estaría usted de acuerdo con esa definición?

—Humm, bueno, estoy segura de que, para la mayoría de la gente, que algo sea «inalienable» significa que no pueden quitártelo.

—¿De veras? ¿Quiere probar con otros diccionarios? ¿El Meriam-Webster's, por ejemplo? ¿La Encarta? ¿El Oxford? Todos están cargados en ese datapad, señora Bessarian, y le aseguro que todos dan la misma definición: algo que no puede ser transferido. Y, sin embargo, usted acaba de decir que su postura es que los derechos de la persona son inalienables.

Deshawn extendió los brazos.

—Señoría, protesto… Es irrelevante. Me pidió el primer día que no fuera puntilloso con las distinciones semánticas, pero…

—Lo siento, señor Draper —dijo Herrington—. Rechazada la protesta. El argumento de la señora López da justo en el blanco.

López asintió hacia el estrado.

—Gracias, señoría. —Se volvió hacia Karen—. ¿Entonces qué?

¿O estamos ahora en el País de las Maravillas y una palabra significa lo que usted quiere que signifique?

—No tiente su suerte —dijo Herrington, amablemente.

—Por supuesto que no, señoría —respondió López—. ¿Qué, señora Bessarian? ¿Deberían ser transferibles los derechos como persona, o son, como usted dijo, inalienables?

Karen abrió la boca, luego la cerró.

—No importa, señora Bessarian —dijo López—. No importa. Me contento con dejarlo como una pregunta retórica. Estoy segura de que los buenos hombres y mujeres de este jurado sabrán cómo responderla por nosotros. —Se volvió hacia el estrado—. Señoría, no hay más preguntas de momento.

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