40

El tubo plegable que conducía al lunabús era más sólido que los que se conectan a los aviones (tenía que ser hermético, al fin y al cabo), pero la apariencia general era similar. Una vez llegué a su extremo, me encontré con un problema. La compuerta externa del lunabús, situada en el blanco casco del aparato, tenía una ventanilla y estaba descubierta. Pero la puerta interior, la del otro lado de la pequeña cámara, tenía su propia ventana, y ésa estaba cubierta. No supe cómo hacer que mi otro yo supiera que había llegado.

Después de permanecer allí de pie medio minuto, con lo que sin duda era una expresión estúpida en el rostro, decidí llamar simplemente a la compuerta exterior, esperando que el sonido se transmitiera al interior.

Por fin, la cobertura de la ventanita interior se retiró un momento y vi la cara redonda y barbuda que había aprendido a identificar como la de Brian Hades, el jefe de Inmortex en la Luna. No oí lo que decía, pero le habló a alguien que tenía a su izquierda (presumiblemente a mi otro yo) y, un momento más tarde, la compuerta externa se abrió. Entré, la puerta exterior se cerró detrás de mí, y unos pocos segundos más tarde la puerta interna se abrió, revelando al Jacob Sullivan de carne y hueso que apuntaba con una extraña pistola chata al lugar donde habría estado mi corazón de haber tenido uno.

—Supongo que es una solución —dije, señalando la pistola—. Si te deshaces de mí, ya no habrá discusión sobre cuál de nosotros es la persona real, ¿no?

Él no había dicho nada todavía, pero la pistola tembló un poco en su mano. Los dos rehenes (Brian y la mujer blanca) nos miraron.

—Asististe a la conferencia de ventas de Inmortex —dije—. Debes saber que si me disparas al pecho no es probable que causes un daño que el doctor Porter y su equipo no puedan reparar. Y mi cráneo es de titanio reforzado con una malla de carbono-nanotubo. Se supone que puede sobrevivir a una caída desde un avión aunque el paracaídas no se abra. Si decides dispararme a la cabeza, yo en tu lugar tendría cuidado con el rebote.

Jacob continuó mirándome, y entonces, por fin, relajó su tenaza sobre la pistola.

—Siéntate —dijo.

—Lo cierto es que ya no tengo ninguna necesidad de sentarme, puesto que no me canso. Así que prefiero estar de pie.

—Bueno, pues yo voy a sentarme —dijo él. Caminó por el pasillo y ocupó el primer asiento de pasajeros, el que estaba detrás del mamparo que bloqueaba la cabina. Giró el asiento para mirarme, la pistola todavía en la mano. Brian Hades, que nos miraba ansioso, estaba sentado en la segunda fila, y la rehén en otro asiento, con los ojos tan abiertos que parecía un personaje de dibujos animados.

—Bien —dije—, ¿cómo vamos a resolver esto?

—Me conoces tan bien como yo —dijo Jacob—. No voy a rendirme.

Me encogí un poco de hombros.

—Yo estoy igual de decidido. Y soy quien tiene la razón de su parte; después de todo, no he tomado ningún rehén. Lo que tú estás haciendo está mal. Lo sabes. —Hice una pausa—. Podemos salir todos de aquí. Todo lo que tienes que hacer es soltar esa pistola.

Vi una expresión de esperanza asomar en el hermoso rostro de la mujer.

—Pretendo soltar la pistola —dijo Jacob—. Pretendo dejar marchar a esta gente… Por cierto, Jake, te presento a Brian Hades y a… a…

—¿Ni siquiera recuerda mi nombre? —dijo la mujer—. ¿Me está arruinando la vida y ni siquiera recuerda mi nombre?

La miré y traté de mostrar compasión en el rostro.

—Soy Jake Sullivan —dije.

Ella no respondió, así que la insté:

—¿Y usted es…?

—Chloé. —Miró a Jacob—. Chloé Hansen.

Encantado de conocerla no parecía la respuesta adecuada, así que me limité a asentir y me volví a mirar a Jacob, sentado en su asiento giratorio.

—¿Bien?

—Mira —respondió Jacob—. Sé que en el fondo estás de acuerdo conmigo. Crees que la vida biológica es más real. Déjame tener lo que quiero.

Fruncí el ceño. No tenía sentido negarlo. Él tenía razón: yo había creído eso. Pero eso había sido antes de descargar, antes de que yo… Sí, maldición, sí, antes de que me enamorara de Karen. Me sentía más vivo que nunca. Miré a Jacob, preguntándome si podría hacerle comprender eso. Naturalmente, él, yo, amaba a Rebecca, pero nunca habíamos permitido que nuestro amor floreciera, que se convirtiera en una relación.

—Ahora es diferente —dije—. Mis sentimientos han cambiado.

—Entonces nos hallamos en un callejón sin salida.

—¿Sí? Tarde o temprano tendrás que dormir.

Él no dijo nada.

—Además —añadí, intentando dar un levísimo paso hacia delante—, conozco todas tus debilidades.

Él miraba el suelo (creo que estaba cansado), pero alzó bruscamente la cabeza al oír eso.

—Conozco todas tus debilidades psicológicas —dije.

—Son también tus debilidades.

Asentí lentamente.

—Eso crees tú. Pero ¿sabes qué he aprendido y tú no, pobre y débil hijo de puta? He aprendido que cuando estás enamorado, y alguien te ama, no tienes ninguna debilidad. No importa lo que hayas hecho en el pasado, no importa lo que hayas sentido en los rincones más oscuros de tu mente. Virgilio dijo amor vincit omnia, y era un tipo bastante inteligente: el amor lo vence todo.

De repente, sonó un pitidito.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—El videófono —contestó Jacob, señalando una unidad montada en la pared junto a la compuerta—. Atiéndelo.

Me acerqué al teléfono, busqué el botón de respuesta y lo pulsé.

En la pantalla apareció el rostro de Smythe.

—Lamento interrumpir —dijo—. Pero creo que querrán oír esto también. Hay una llamada de la Tierra. Es Deshawn Draper. Dice que el jurado ha decidido y…

—¡Ahora no! —exclamé.

Me volví hacia Jacob, pero no interrumpí la conexión. Smythe todavía debía de ser capaz de oírlo todo, aunque su campo de visión fuera limitado.

—Ya está, Jacob, ¿ves? —dije—. Tienes toda mi atención. Eres mi prioridad número uno. —Di un par de pasos hacia él, tratando de recuperar el terreno que había perdido para ir a responder el teléfono—. Terminemos esto de manera pacífica, ¿quieres?

—Claro —dijo Jacob—. Dame lo que quiero.

—No puedo. Tengo mi propia vida. Tengo a Karen. —No quería ser cruel, de verdad que no. Pero él nunca había visto con tanta claridad como yo veía ahora: todos los tonos, todos los colores, toda la gloria—. Además, no sabrías qué hacer con tu vida en la Tierra: nunca lo has sabido. Has seguido la corriente, viviendo del dinero familiar. Por el amor de Dios, Jake, en muchos aspectos has estado tan desconectado de la realidad como papá. Pero ahora lo veo, ahora lo veo todo. La vida no consiste en estar solo: consiste en estar con alguien.

—Pero hay alguien —dijo Jacob—. Está Rebecca.

—Ah, sí. Rebecca. ¿Quieres que se ponga al teléfono desde la Tierra?

—¿Qué? No.

—¿Por qué? ¿Avergonzado de lo que estás haciendo? ¿Temes que no te mire igual si se entera?

Jacob se agitó incómodo en su asiento.

—Porque yo sé lo que es que no te mire igual. Fui a verla después de haber descargado. No pudo mirarme a los ojos; se alejaba cada vez que me acercaba a ella. Ni siquiera pudo decir mi nombre.

—Eso fue a ti.

—También será a ti, si se entera de lo que has hecho aquí. ¿Crees que no va a preguntar qué pasó con el yo Mindscan? ¿Crees que lo olvidará todo? —Sacudí la cabeza—. No puedes ganar en esto, no puedes.

Jacob se puso lentamente en pie, pero no logró erguirse.

—¿Te encuentras bien? —pregunté.

Empuñaba la pistola en una mano y se frotaba la coronilla con la otra.

—¿Jacob? —Él dio un respingo; yo había olvidado cuánto puede contorsionarse un rostro de carne—. Jacob, Dios mío…

—Tú formas parte —siseó entre clientes—. Tú formas parte también.

—¿Parte de qué, Jacob? Sólo quiero ayudar…

—¡Mientes! Todos estáis contra mí.

—No —dije, lo más amablemente que pude—. No, Jacob, te pasa algo en el cerebro… pero es temporal.

Jacob me apuntó con la pistola, que se había convertido en una especie de prótesis suya.

—Te mataré —susurró.

Me encogí infinitesimalmente de hombros.

—No puedes.

—Entonces los mataré a ellos —dijo, haciendo oscilar la pistola entre Brian y Chloé.

—¡Jacob, no! Por el amor de Dios… Esto no es… No somos nosotros. ¡Sabes que no! Es un efecto secundario de la cura. El doctor Chandragupta puede arreglarlo. Suelta la pistola y todos podremos salir por esa compuerta.

Él volvió a dar un respingo y se dobló un poco más. Su gesto era una mueca burlona.

—¿Para que puedan meter mano en mi cabeza?

—No, Jacob. Nada de eso. Ellos sólo…

—¡Cállate! —gritó—. ¡Cierra el pico, joder! —Miró a izquierda y derecha—. Ya estoy harto de ti. ¡Estoy harto de todos vosotros! ¿Crees que puedes arrebatarme mi vida?

Extendí los brazos en gesto conciliador, pero no dije nada.

Él volvió a dar un respingo y gruñó.

—Dios…

—Jacob, por favor…

—No puedo ceder —dijo él, como si le estuvieran arrancando las palabras—. Ya no hay vuelta atrás.

—Claro que la hay. Jacob, deten lo que estás haciendo y…

Pero Jacob negó con la cabeza, alzó la pistola, apuntó al pecho de Chloé y…

¡Whooooosh!

Una enorme vaharada de aire escapando… de la cabina, tras la puerta cerrada situada justo delante de donde estaba Jacob. Se giró, y Chloé corrió a esconderse tras un asiento.

La puerta de la cabina parecía estanca; no había peligro si se rompía, aunque no hubiera nada más que duro vacío al otro lado. No era una puerta deslizante, sino con bisagras, como la puerta de la cabina de un avión, y parecía funcionar manualmente.

—Jacob —dije—. Yo no corro peligro si la presión de la cabina salta, pero tú y tus… invitados sí. Los tres deberíais meteros en la cabina, al menos.

Él no contestó. Sólo pude verle el blanco de los ojos; el sudor le perlaba la frente.

—De hecho —dije, tan amablemente como pude—, todos podríamos acercarnos a la compuerta, volver a Alto Edén y…

—¡No! —Fue más rugido animal que palabra—. Os mataré…

Otro whoooosh.

De repente, para mi absoluta sorpresa, la puerta de la cabina se abrió hacia dentro. Increíble: con el vacío al otro lado, hacía falta una fuerza increíble para empujar esa puerta. Chloé gritó, creo, pero el grito se perdió en el rugido del aire que escapaba. La puerta continuó abriéndose y…

¡Oh, Jesús!

Y Karen Bessarian entró en la cabina, su cabello sintético ondeando hacia atrás con el viento debido a la atmósfera que se evacuaba. En cuanto estuvo completamente dentro, soltó la puerta de la cabina, que se cerró violentamente tras ella.

Jacob se volvió, alzó su pistola de pitones y disparó justo al lugar donde habría estado el estómago de Karen. Un clavo de metal se hundió en su cuerpo, pero ella siguió avanzando, paso tras paso.

Jacob disparó otra vez, apuntando esta vez más alto. Otro clavo se hundió en su pecho, arrancando plastipiel, descubriendo silicona y silicio.

Pero Karen continuó avanzando y…

Y Chloé se agazapó como un gato, sin que Jacob la viera, y luego saltó y voló por los aires y aterrizó en la espalda de Jacob y se aferró a su cuello. Jacob disparó otro proyectil, pero éste falló y atravesó la puerta de la cabina como si fuera inexistente, creando un agujero de dos centímetros por el que el aire empezó a escapar.

Jacob no se detuvo. Apuntó a la cabeza de Karen y disparó otro tiro. El clavo la alcanzó, pero rebotó en su cráneo impenetrable. Seguí instintivamente el rebote del clavo, que chocó en el mamparo lateral, donde se alojó sin quebrarlo.

Volví mi atención hacia Karen… y abrí la boca conmocionado, e instintivamente traté de contener la respiración. La cuenca de su ojo izquierdo estaba destrozada y el ojo había desaparecido. Bajo un agujero irregular en la plastipiel se veía metal azul, y una especie de lubricante amarillo, como lágrimas de ámbar, le corría por ese lado de la cara.

Pero su voz, con acento de Georgia y todo, sonaba bien. —Deja a mi novio, y a todos los demás, en paz —dijo, todavía avanzando.

Brian Hades entró entonces en acción. Saltó, volando en horizontal, la coleta ondeando, y agarró a Jacob por las piernas. Chloé se soltó de Jacob cuando éste empezó a caer, y se escabulló.

De repente fui consciente de que había sangre por todas partes. Tardé un momento en comprender lo que pasaba: la nariz de Jacob había reventado con el cambio de presión de aire, y geiseres gemelos de escarlata (¡Dios, pero si la sangre es rojo brillante!) chorreaban de sus fosas nasales. Cristo, si no lo hubieran curado del síndrome de Katerinsky, el cambio de presión probablemente lo habría matado.

Jacob estaba tendido en el duro suelo. Karen había cubierto la distancia que los separaba y se agachaba. Le agarró la muñeca derecha con la mano izquierda y la pistola chata con la mano derecha. Jacob no quería soltarla y…

Hubo un chasquido audible por encima del siseo del aire, y me di cuenta de que Karen había roto al menos un hueso de la mano de Jacob mientras le arrancaba la pistola. Miró el arma con disgusto y la arrojó a un lado; la pistola rebotó en la tapicería de uno de los asientos, y luego cayó a cámara lenta.

Jacob alzó la mano y agarró una de las pantorrillas de Karen. Pude ver la agónica expresión de su cara mientras lo hacía; el hueso roto de su mano derecha debía de estar torturándolo. Pero empujó la pantorrilla de Karen con todas sus fuerzas, y con la gravedad lunar eso fue suficiente para que ella se tambaleara adelante y atrás como un tronco.

De repente Jacob se puso en pie y corrió hacia la pistola. Brian se agachó y saltó, surcó la cabina, chocó con él y los dos volvieron a caer. Me abalancé hacia delante, tratando de ayudar a Brian, mientras Chloé me adelantaba por el otro lado. Brian logró ponerse en pie, y Jacob también, pero ignoró a Brian y en cambio centró su atención en Chloé, quien…

Mi inexistente corazón se detuvo un segundo; creo de verdad que lo hizo.

Chloé había empuñado el arma y la disparó directamente al centro del pecho de Jacob.

La boca de Jacob formó una de esas «oes» imperfectas que hacen los biológicos, sus ojos daltónicos y defectuosos se abrieron de par en par y una nueva mancha escarlata se unió a las otras que ya había en su camisa. Se tambaleó hacia atrás y…

Oh, Dios…

Y, en una repetición exacta de lo que le había sucedido a papá, se desplomó en uno de los sillones giratorios, y el sillón rotó media vuelta, y el Jacob John Sullivan nacido de hombre y mujer dejó de existir.

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