Fui dando tumbos durante horas después de mi último encuentro con Brian Hades… algo extraño en la Luna, donde ya de por sí tienes que andar como una marioneta. ¿Podía estar en lo cierto ? ¿Podía mi yo robot haberse enrollado con Rebecca? Cristo, oh, Cristo. La deseaba… La deseaba tanto que me dolía físicamente. No había sido consciente de cuánto amor había reprimido para salvar potencialmente a Rebecca del dolor, pero ahora que no tenía nada que me obligara a reprimirlo, me estaba superando. La mitad de mis horas despierto las pasaba pensando en ella; todos los sueños que recordaba estaban relacionados con ella. Tenía que volver a verla, tenía que averiguar si había una oportunidad para nosotros…
Y, sin embargo, si no la había, ¿qué? ¿Y si todos aquellos tonteos, todas aquellas caricias a hurtadillas, todos aquellos besos de hola y adiós, e incluso aquella maravillosa noche de sexo habían significado realmente algo sólo para mí?
No. No, no podía estar tan confundido. Había algo… tenía que haberlo. Y tenía que recuperarlo antes de que ese puñetero… ese puñetero androide hiciera sus movimientos.
Sin embargo, no tenía ni idea de cómo conseguirlo. Pero mantendría los ojos y los oídos bien abiertos, buscando una oportunidad. Hasta entonces…
Hasta entonces, Hades tenía razón. Yo apenas había arañado la superficie de lo que tenía que ofrecer la Luna. Y ahora que me había decidido a salir de allí, de un modo u otro, bien podía intentar al menos probar algunas de las delicias que había mencionado. Después de todo, me sería imposible volver a aquel lugar.
Y así, para empezar, probé con una de las furcias. Escogí a una preciosa y pequeña dama japonesa de grandes ojos castaños: la elegí sin pensarlo, sin ser consciente al principio de que, naturalmente, era la que más se parecía a Rebecca Chong.
Y tuvimos sexo, y ella fue muy atrevida y muy buena. Y Hades tenía razón: la baja gravedad hacía posibles proezas sorprendentes. Lo hicimos de pie, lo hicimos apoyados en una mano, lo hicimos de todo tipo de formas, y yo seguía pensando en Rebecca, siempre en Rebecca.
Al final, quedé físicamente satisfecho y le di las gracias a la mujer. Pero no fue hacer el amor.
Y no fue con la mujer que yo amaba.
María López se levantó.
—La parte demandada llama a la profesora Alyssa Neruda.
Una mujer alta, esbelta y morena, de unos sesenta años y probablemente de antepasados asiáticos y europeos, subió al estrado.
—¿Jura o promete solemnemente que el testimonio que va a dar en la causa ahora pendiente ante este tribunal será la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y así Dios la ayude? —preguntó el secretario.
—Lo juro —dijo Neruda.
—Por favor, tome asiento en el estrado —dijo el secretario—. Diga y deletree su nombre y apellido para que conste en acta.
Neruda se sentó.
—Me llamo Alyssa, A-L-Y-S-S-A, Neruda, N-E-R-U-D-A.
—Gracias.
López se puso en pie.
—Profesora Neruda, ¿dónde trabaja usted actualmente?
—En la Universidad de Yale.
—¿En qué situación?
—Soy catedrática de bioética.
—¿Tiene la plaza?
—Sí.
—¿Qué títulos superiores tiene?
—Tengo un Medicinae Doctor por Harvard.
—¿Eso quiere decir que es doctora en medicina?
—Exacto.
—¿Tiene algún otro título superior?
—Tengo un Legum Magister por la Universidad de Yale.
—Eso es doctorado en leyes, ¿cierto?
—Cierto.
—Lo que significa que es usted también abogada.
—Sí, lo soy. Con capacidad para actuar ante los tribunales de Connecticut y el estado de Nueva York.
—Señoría —dijo López—, entregamos el curriculum vítae de la profesora Neruda, que ocupa cuarenta y seis páginas. —Entregó una copia en papel al secretario—. Profesora Neruda —continuó—, ¿se le ha pedido alguna vez que preste declaración en un caso menor que al final acabara ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos?
—En efecto, sí.
—¿Ha tenido que ver alguno de esos casos con la definición de lo que es ser persona?
—Sí.
—¿Qué caso o casos?
—El caso Littler contra Carvey.
—¿Cuándo se presentó ese caso ante el Tribunal Supremo?
—En agosto de 2028.
—Por favor, recuérdenos quiénes fueron los litigantes.
—Littler, el demandante, era el señor Oren Littler, del condado de Bledsoe, Tennessee. Carvey, la demandada, era su novia por aquel entonces; una tal Stella Carvey, también de Bledsoe.
—¿Y cuál fue, en resumen, el conflicto entre el señor Littler y la señora Carvey?
—Littler y Carvey llevaban saliendo aproximadamente dos años. Su relación era íntima, sexual. Hacia el 1 de mayo de 2028, la señora Carvey se quedó embarazada. Se enteró de ello hacia el 25 de mayo de 2028, por un test de embarazo casero. Informó del hecho al señor Littler, y acordaron casarse, tener el bebé y criarlo juntos.
—Por favor, continúe, profesora.
—A las seis semanas de embarazo, la señora Carvey y el señor Littler tuvieron una pelea. La señora Carvey anuló la boda y puso fin a su relación romántica. También le dijo al señor Littler que iba a interrumpir su embarazo. Littler lo desaprobó: quería que la criatura naciera y estaba dispuesto a asumir la plena custodia y responsabilidad.
»La señora Carvey rechazó sus pretensiones en este sentido y, por eso, el señor Littler acudió a los tribunales: para impedir que la señora Carvey abortara basándose en que el feto debía ser tratado como una persona ante la ley. En este punto quiero señalar que el juez instructor del caso no decidió que la pretensión del señor Littler fuera cierta. Más bien (era un hombre) consideró que el argumento del señor Littler era suficientemente convincente para que la decisión fuera tomada por un jurado.
López miró al banco de nuestro jurado.
—¿Y qué decidió el jurado?
—Decidieron que, según Roe contra Wade, la señora Carvey tenía todo el derecho a abortar.
—¿Y ése fue el final del asunto?
Neruda negó con la cabeza.
—No lo fue. El señor Littler apeló; la apelación falló a su favor y el caso fue remitido al Tribunal Supremo por la vía rápida.
—¿Por la vía rápida? —preguntó López—. ¿Por qué?
—Aunque ninguno de los jueces implicados seguía en activo, el tribunal revisó Roe contra Wade. En ese caso, la mujer que usaba el seudónimo Jane Roe pleiteaba por el derecho a someterse a un aborto legal. Wade era Henry Wade, el fiscal del distrito del condado de Dallas, Tejas, donde vivía Roe: se le acusó de mantener la prohibición de abortar entonces vigente en su jurisdicción. Roe contra Wade fue y es controvertido en muchos aspectos, pero también destaca como un ejemplo clásico de que la justicia que llega con retraso es injusticia. Cuando el Tribunal Supremo llegó a tratar el caso Roe contra Wade, el embarazo de Jane Roe había llegado a su fin, había parido a su hija y la había dado en adopción. Sí, ganó el derecho a someterse a un aborto, pero fue demasiado tarde para que le sirviera de nada. A causa de eso, el Tribunal Supremo accedió a tratar Littler contra Carvey de manera expeditiva.
López asintió.
—¿Y qué encontró el Tribunal Supremo en Littler contra Carvey?
—En una sesión ininterrumpida, el tribunal declaró que el hijo no nacido de Stella Carvey era en efecto una persona, con todos los derechos que tienen las personas según la Quinta, Octava, Decimotercera y Decimocuarta Enmiendas de la Constitución.
—¿Y por tanto…?
—Por tanto, se prohibió abortar a la señora Carvey.
—¿En relación a Roe contra Wade, cómo se considera Littler contra Carvey} —preguntó López.
—A menudo se cita como el caso que anuló el Roe —dijo Neruda.
—¿Porque hace que abortar embriones más allá de cierto estado de desarrollo sea ilegal de nuevo en Estados Unidos?
—Exacto.
—¿Y cuál es el estatus de Littler contra Carvey en la actualidad?
—Se considera un caso de jurisprudencia.
López asintió.
—Hace un momento, he dicho que Littler contra Carvey hace que los abortos sean ilegales después de cierta etapa del desarrollo. ¿Puede explicarle al jurado cómo se estableció en Littler la línea divisoria entre persona y no persona?
—Naturalmente. Littler contra Carvey se centró precisamente en esto: ¿cuándo se convierte un embrión en persona? Después de todo —dijo Neruda, volviéndose ligeramente hacia el juez Herrington—, no podemos decidir muy bien cuándo alguien deja de ser una persona si no sabemos cuándo empezó a serlo.
El juez asintió con su larga cara de calzador.
—Pero continúe —dijo.
—Naturalmente, naturalmente —dijo Neruda—. Trazar el límite entre persona y no persona ha sido uno de los grandes desafíos de la bioética. Una postura, claro, es la que mantienen los defensores a ultranza de la vida: una nueva persona, con sus correspondientes derechos, se crea en el momento de la concepción. En el polo opuesto están quienes dicen que una nueva persona no existe hasta el momento de nacer, unos nueve meses más tarde… y de hecho, desde los años setenta del siglo XX ha habido una facción muy activa que sostiene que incluso el momento del nacimiento es demasiado prematuro, porque argumentan que la persona no empieza realmente a ser tal hasta que no posee una capacidad cognitiva significativa, a los dos o tres años de edad; esa gente encuentra el infanticidio indoloro y el aborto moralmente aceptables por igual.
Vi a varios miembros del jurado reaccionar con horror, pero Neruda continuó.
—Concepción y nacimiento son, naturalmente, momentos precisos en la vida. Aunque no se observó una concepción humana hasta 1969, sabíamos por estudios animales de un centenar de años antes que la concepción se produce cuando el espermatozoide y el ovocito se unen.
—¿Ovocito? —dijo López.
—El gameto femenino. Lo que los profanos llaman el óvulo.
—Muy bien —dijo López—. La concepción se produce en el momento en que esperma y óvulo se unen.
—Sí, y es en un segundo concreto de tiempo. También, por supuesto, medimos de manera muy precisa el momento del nacimiento. De hecho… —Neruda guardó silencio.
—¿Sí, profesora?
—Bueno, naturalmente, allí está sentado el señor Sullivan.
Yo siempre me sentaba muy recto últimamente: no tenía sentido acomodar mi cuerpo mecánico. Me eché hacia delante.
—¿Qué hay de significativo en el señor Sullivan? —preguntó López.
—Bueno, ahora es un Mindscan, pero su original fue, creo, el primer niño nacido después de medianoche el 1 de enero de 2001 en Toronto, Canadá.
—Décima prueba de la defensa —dijo López, mostrando un recorte de periódico—. Una noticia del Toronto Star del martes 2 de enero de 2001, conmemorando ese hecho.
La prueba fue aceptada, y la profesora Neruda continuó.
—Así pues, descartando los extremismos de los que hablaba antes, generalmente aceptamos que una persona es persona en el momento en que nace. Pero ha habido casos fascinantes que han puesto a prueba la flexibilidad de este particular rubicón para definir la persona.
—¿Por ejemplo? —preguntó López.
—Departamento de Salud y Servicios Humanos contra Maloney.
—¿Qué pasó en ese caso?
—Brenda Maloney era una mujer emocionalmente inestable del Bronx, Nueva York. En 2016 completó las treinta y nueve semanas de embarazo. La llevaban al paritorio cuando vio un cuchillo de carne en una bandeja de comida destinada a otro paciente. Agarró el cuchillo y se lo hundió en el vientre, matando al bebé momentos antes de que naciera.
Una vez más, los miembros del jurado dieron un respingo, y Neruda continuó.
—¿Había cometido asesinato la señora Maloney? Al final el caso no llegó a juicio, porque la señora Maloney fue declarada incapaz… pero el caso galvanizó a la opinión pública. La idea de que un embrión no es persona hasta al menos el momento del nacimiento perdió mucho apoyo después de aquello.
—En otras palabras —dijo López—, la postura dura a favor de la libre elección (la que defiende que hasta que el bebé ha salido del cuerpo no es una persona) perdió fuerza debido al caso Maloney, ¿correcto?
—Ésa sería en efecto mi lectura de los comentarios legales de esa época, sí.
—Ha dicho usted que sólo había dos puntos absolutamente claros, limpia y simplemente delimitados por las circunstancias biológicas, para establecer la condición de persona: concepción y nacimiento, ¿cierto?
—Exacto.
—Y el caso Maloney (y otros casos, estoy segura) hicieron que el indicador del nacimiento dejara de ser sostenible a los ojos de la mayoría de los legisladores y políticos, ¿no es así?
—Exacto —volvió a contestar Neruda—. Aparte de la concepción o el corte del cordón umbilical todo parece arbitrario. Incluso el nacimiento es arbitrario, cuando puedes inducirlo con medicamentos, o por cesárea.
»De hecho, pronto tendremos sin duda la habilidad de traer bebés al mundo en vientres artificiales. Mire el ejemplo típico de la ciencia ficción: un feto en un frasco de cristal lleno de líquido. El feto ha estado creciendo durante casi nueve meses. Yo disparo con una pistola al frasco de cristal. Si mi bala alcanza al feto y le atraviesa el corazón, entonces he practicado un aborto. Pero si falla y sólo rompe el frasco y arroja al bebé sobre la mesa, entonces he atendido un parto. Es muy difícil trazar esos límites.
—En efecto —dijo López—. Y, de hecho, ¿no hubo intentos legales para definir la vida que comienza en un tercer punto, como es la implantación?
—Sí, así es. Pero fue un lío.
—¿Por qué?
—Bueno, la concepción no tiene lugar en el útero, después de todo: el óvulo fertilizado (por usar la expresión común) normalmente recorre la trompa de Falopio hasta el útero y luego se implanta en la pared uterina. Ese hecho a veces se ha citado como el principio de la persona, pero fue rechazado por el Tribunal Supremo en Littler contra Carvey.
—¿Por qué?
—Por los avances de la ciencia, señora López. No podían hacerlo entonces, y nosotros no lo hemos logrado todavía, pero reconocemos, como he dicho antes, que en principio será posible con el tiempo llevar embriones a término dentro de vientres artificiales. El tribunal no quiso establecer el precedente de que los embriones llevados a término in vitro no fueran humanos. Buscaron una localización innata al embrión.
—Bueno, entonces, puesto que los tribunales no estaban contentos con el nacimiento estándar, la concepción parece ser el indicador obvio para elegir, ¿no? Dijo usted que es fácil determinar cuándo se produce.
—Oh, sí, en efecto —asintió Neruda—. Antes de la concepción, no existe ningún nuevo organismo con cuarenta y seis cromosomas… más o menos uno, como en el caso de los síndromes de Down o de Turner. Pero en cuanto se da la concepción, se crea una huella genética completa de una persona… queda determinado el sexo de la persona y todo lo demás.
—¿Entonces el tribunal falló en Littler contra Carvey que la condición de persona se confiere en la concepción?
Neruda negó con la cabeza.
—No pudieron fallar eso… Habría sido convertir a millones de americanos en asesinos.
López ladeó la cabeza.
—¿Qué quiere decir?
Neruda tomó aire y lo dejó escapar lentamente.
—El diccionario Oxford dice que la expresión «control de natalidad» se introdujo en el lenguaje en 1914. Pero, naturalmente, es una expresión inadecuada. No intentamos controlar la natalidad… sino hacer algo nueve meses antes: ¡impedir el embarazo! De hecho, aunque concepción y nacimiento se encuentran en extremos opuestos del lapso temporal que estamos discutiendo, usamos «anticoncepción» y «control de natalidad» como sinónimos.
»Ahora bien, hay auténticos anticonceptivos: condones, diafragmas y espermicidas impiden la concepción por el método expeditivo de bloquear el acceso del esperma al óvulo, o de matarlo antes de que llegue allí. Y, naturalmente, la esterilización quirúrgica del hombre o la mujer impiden la concepción, al igual que la abstinencia. También lo hace el método Ogino si tienes mucha suerte y mucho cuidado.
»Pero el método más común de… planificación familiar no es ninguno de los mencionados. Más bien son las llamadas píldoras de control de natalidad… o parches, implantes y similares, que hacen el mismo trabajo.
»Las píldoras a veces impiden la concepción… quiero decir que es una de las cosas que hacen. Pero también pueden tener efectos secundarios: impiden la implantación de un óvulo fertilizado en el útero. Si el tribunal hubiera fallado que la vida comienza en la concepción, entonces habría tenido que aceptar que las píldoras para el control de la natalidad pueden matar esa vida, privándola de los aportes para continuar existiendo que recibiría una vez implantada en el útero.
»Pero a los americanos les encantan las píldoras para el control de la natalidad y todos los productos farmacéuticos relacionados, que endurecen la pared uterina para que los embriones no se implanten. La píldora original para el control de la natalidad fue introducida en 1960, y se ha estado perfeccionando desde entonces, de modo que actualmente no tiene apenas efectos secundarios. Pero un país conservador (y éste desde luego lo es desde que Pat Buchanan ocupó el Despacho Oval), que quería por un lado santificar al nonato y que por otro encontraba muy convenientes las píldoras para el control de la natalidad, tuvo necesariamente que llegar a la conclusión de que la vida, y la persona, empezaban después de la concepción, para que esos casos en los que la píldora impedía la implantación más que la concepción no fueran considerados asesinato.
—Y en el caso Littler contra Carvey el tribunal hizo exactamente eso, ¿correcto?
—Correcto. —Neruda traía sus propias gráficas, que aparecieron en la pantalla mural—. El Tribunal Supremo de Estados Unidos estableció por ley que la persona comienza a serlo en el momento de la individualización. Hasta catorce días después de la concepción, un solo óvulo fertilizado puede dividirse en dos o más gemelos idénticos: de hecho, el término técnico para los gemelos idénticos es el de gemelos monozigóticos, porque son gemelos formados a partir de un solo zigoto, una célula formada por la unión de dos gametos. Bien, si el embrión sigue teniendo el potencial para convertirse en varios individuos, o eso decía la argumentación, entonces no se veía reducido a ser un sol0 individuo en particular, y por eso no podía haber ninguna persona específica. ¿Lo ve?
Yo sí que lo veía, aunque al mirar de reojo a Karen, no me pareció que ella hubiera caído en la cuenta todavía.
—Entonces, con la ley vigente en la mano —dijo López—, una persona es persona en tanto él o ella puede ser sólo una persona, ¿correcto?
Vi a Deshawn reaccionar a esto con un alzamiento de cejas hacia la cabeza calva. No era la táctica que esperábamos que siguieran… y era muy astuta.
—Así es —dijo Neruda—. El argumento legal es que una vez que te has convertido en un individuo, y sólo en uno, entonces tienes derechos como persona.
López cruzó el pozo y se detuvo ante el banco del jurado.
—Entonces, en su opinión legal, profesora Neruda, ¿qué tiene esto que ver con el caso que nos ocupa?
Neruda extendió los brazos.
—¿No lo ve? Karen Bessarian… oh, perdóneme, usar su nombre de soltera sería más adecuado en este caso. Karen Cohen no se convirtió en una persona el día en que fue concebida en… bueno, nació a finales de mayo de 1960, así que presumiblemente eso debió de ser en algún momento de agosto de 1959. Más bien se convirtió en persona quince días más tarde, cuando ese embrión ya no tuvo potencial para convertirse en varios individuos.
López miró a los miembros del jurado, para asegurarse de que no habían perdido el hilo.
—Sí, profesora —dijo—. Continúe.
Neruda sonrió y continuó para descargar el golpe.
—Y, ya que la individualización es la prueba legal, Karen (ahora Karen Bessarian) presumiblemente cesó de ser un individuo a los ojos de la ley no el día en que su cuerpo murió en la Luna, sino el día, antes de eso, en que su mente fue escaneada y se hizo una segunda instalación de la misma. Esa persona que había sido Karen Bessarian fue, en esencia, restaurada legalmente al estado de embrión de menos de quince días: perdió sus derechos como persona en el momento en que pudo decirse que ya no era un individuo singular. ¿Comprende? La única entidad legal conocida como Karen Cynthia Bessarian dejó de existir en el momento en que se hizo ese escaneo. Y, naturalmente, cuando una persona desaparece, desaparece para siempre.
Si yo hubiera estado en mi antiguo cuerpo biológico, estoy seguro de que en este punto me habría desplomado, aturdido. López había sorteado de manera muy elegante toda nuestra estrategia… y estaba diciendo que si el tribunal desafiaba su postura, desafiaría, necesariamente, la lógica subyacente a las leyes sobre el aborto. Una mirada al juez Herrington confirmó que eso era lo último que éste quería.
—Hagamos una pausa —dijo, con aspecto de estar tan horrorizado como yo me sentía.