41

—¿Cómo lo has hecho? —pregunté, después de salir del lunabús y de que todo el alboroto se acabara.

—¿Hacer qué? —dijo Karen.

—Irrumpir en la cabina. Y luego abrir la puerta contra la presión del aire.

—Lo sabes —dijo Karen, mirándome con su único ojo intacto. —No, no lo sé.

—¿No seleccionaste la opción de superfuerza?

—¿Qué? No.

Karen sonrió.

—Oh. Bueno, pues yo sí.

Asentí, impresionado.

—Recuérdame que no te haga enfadar.

—«Señor McGee, no me haga enfadar. No le gustaré cuando estoy enfadada» —dijo Karen.

—¿Qué?

—Lo siento. Otro programa de televisión que tengo que mostrarte.

—Me muero de ganas de… ¡Eh! Antes he cortado a Deshawn. ¿Sabes el veredicto?

—¡Oh, Dios! Me había olvidado. No, el jurado entraba en la sala cuando llamó. Todavía no habían leído el veredicto. Vamos a llamarlo.

Hicimos que Smythe nos llevara al centro de comunicaciones y llamamos al móvil de Deshawn usando un teléfono con altavoz para que todos pudiéramos oír. Contactar con alguien en la Tierra, con la intervención de operadores humanos, resultó un proceso complejo: no sabía que esas cosas siguieran existiendo. Pero por fin el teléfono de Deshawn sonó.

—Deshawn Draper —dijo, a modo de saludo, y luego, después de un segundo—. ¿Hola? ¿Hay alguien?

—¡Deshawn! Soy Karen, desde la Luna… Disculpa el lapso temporal. ¿Cuál es el veredicto?

—Oh, ¿ahora te interesa? —dijo Deshawn, un poco picado.

—Lo siento, Deshawn —dije yo—. Han pasado muchas cosas. Mi yo biológico ha muerto.

Una pausa, de más tiempo del necesario.

—Oh, vaya —dijo Deshawn—. Lo siento mucho. Debes sentirte…

—¡El veredicto! —exclamó Karen—. ¿Cuál ha sido el veredicto?

—… fatal. Ojalá… Oh, ¿el veredicto? Chicos, lo siento. Perdimos. Tyler ha ganado.

—Dios —dijo Karen, y luego en voz más baja—. Dios…

—Naturalmente, apelaremos —respondió Deshawn—. Mi padre ya ha empezado a trabajar en el papeleo. Llevaremos el caso hasta el Tribunal Supremo. Este tema es importante…

Karen siguió hablando con Deshawn. Yo me acerqué a una ventana y contemplé el árido paisaje lunar, lamentando no poder ver la Tierra desde allí.


Brian Hades estaba entusiasmado por haber dejado de ser rehén y Gabe Smythe también parecía feliz porque todo había terminado.

Excepto que no había terminado. Todavía había un asunto más que resolver.

Karen estaba hablando con el Malcolm Draper biológico, pidiéndole consejo para la apelación. Aunque en teoría el Malcolm biológico y el Mindscan debían de tener los mismos puntos de vista, en la práctica sus opiniones podían haber divergido… Aunque, desde luego, no era probable que tanto como la mía y la de Jacob.

Mientras Karen conversaba, fui al edificio de administración de Alto Edén y me encaré con Hades y Smythe. Hades se hallaba detrás de su escritorio en forma de riñon y Smythe estaba de pie tras él, apoyado sin esfuerzo, como podía hacerse en esta gravedad, contra un gabinete.

—Sé que han hecho otras instalaciones mías —dije simplemente, plantándome ante ellos—. Algunas en la Tierra, y al menos una aquí, en la Luna.

Hades se dio media vuelta y Smythe y él se miraron: el hombre alto con barba blanca y coleta, y el bajito con su tez florida y su acento británico.

—Eso no es cierto —dijo Hades por fin, girándose hacia mí. Asentí.

—La primera táctica de la dirección de empresas, en cualquier mundo: miente. Pero no va a funcionar hoy. Estoy seguro. He estado en contacto con las otras instalaciones.

Smythe entornó los ojos.

—Eso no es posible.

—Sí que lo es —dije—. Por una especie de… enlace, creo. —Los dos hombres reaccionaron con sorpresa a la palabra—. Y sé que les han estado ustedes haciendo cosas, a sus mentes. La pregunta que quiero que me respondan es por qué.

Hades no dijo nada, ni tampoco Smythe.

—Muy bien, déjenme que les diga lo que creo que están haciendo. Me enteré en el juicio que en filosofía existe un concepto: el llamado «zombi». No exactamente como los zombis del vudú; ésos son personas reanimadas. No, un zombi filosófico es un ser que parece y actúa igual que nosotros pero no tiene conciencia, ninguna conciencia propia. Incluso así, puede ejecutar tareas complejas de alto nivel.

—¿Sí? —dijo Smythe—. ¿Y?

—«Parece que eres el único que sabe/cómo es ser yo.»

—Lo siento —dijo Smythe—. ¿Está usted cantando?

—Eso intentaba. Es una estrofa del tema de una vieja serie de televisión llamada Friends. Era uno de los programas favoritos de Karen. Y es adecuado. Ser yo es ser como algo: ésa es la verdadera definición de conciencia. Pero para los zombis no es así. No son nadie. No sienten dolor ni placer, aunque reaccionan como si lo sintieran.

—Se dará usted cuenta —dijo Smythe— de que no todos los filósofos creen que esas entidades sean posibles. John Searle estaba a favor, pero Daniel Dennett no creía en ellas.

—¿Y usted qué cree, doctor Smythe? Es el psicólogo jefe de Inmortex. ¿Qué cree? ¿Qué cree Andrew Porter?

—No conteste —dijo Hades, mirando por encima del hombro— Ya no soy rehén, Gabe… Si valora su trabajo, no responda a eso.

—Entonces responderé yo —dije—. Creo que aquí en Inmortex sí que creen en los zombis. Creo que están experimentando con copias de mi mente, intentando producir seres humanos sin conciencia.

—¿Para qué? —preguntó Smythe.

—Para… todo. Para trabajar como esclavos, para ser juguetes sexuales. Lo que usted diga. Las personas religiosas dirían que son cuerpos sin alma; los filósofos dirían que existen sin ser auto-conscientes… sin saber que existen, sin que haya nadie en casa entre sus orejas. El mercado de descargar conciencias puede que sea enorme, pero el de trabajo robótico inteligente lo es aún más. Nadie ha encontrado un medio de crear verdadera inteligencia artificial, hasta ahora… y su proceso Mindscan lo hace por el método más sencillo posible: duplicando exactamente una mente humana. Vi aquel programa con Sampson Wainwright en la tele hace un montón de años… Las dos entidades, tras las cortinas. Sus copias son exactas… pero eso no es lo que querían, ¿no?

»No, querían la inteligencia de los humanos sin la auto-conciencia, sin que fueran igual que nada. Quieren esos zombis… seres pensantes que pueden ejecutar incluso las tareas más complejas sin equivocarse y sin quejarse ni aburrirse jamás. Y por eso están experimentando con copias pirata de mi mente, tratando de extraer las partes que son conscientes para producir zombis.

Smythe sacudió la cabeza.

—Créame, no se trata de nada tan terrible como lo que usted propone.

—Gabe —dijo Brian Hades, en voz baja pero severa.

—Es mejor saber la verdad que creer algo peor —dijo Smythe.

Hades lo pensó largamente, el rostro redondo y barbudo impasible. Por fin, casi imperceptiblemente, asintió.

Pero ahora que tenía permiso, Smythe parecía no saber qué decir. Frunció los labios y pensó durante varios segundos.

—¿Sabe quién es Phineas Gage?

—¿El tipo de La vuelta al mundo en ochenta días? —aventuré.

—Ése era Phileas Fogg. Phineas Gage era un trabajador del ferrocarril. En 1848, un tornillo de hierro le atravesó la cabeza abriéndole un agujero de nueve centímetros de diámetro.

—No es una forma agradable de morir.

—En efecto —dijo Smythe—. Pero no murió. Vivió una docena de años más.

Alcé las cejas, que todavía me tropezaban un poco, maldición.

—¿Con un agujero así en la cabeza?

—Sí. Naturalmente, su personalidad cambió… Lo cual nos enseñó mucho sobre cómo se creaba la personalidad en el cerebro. De hecho, mucho de lo que sabemos sobre el funcionamiento cerebral se basa en casos como el de Phineas Gage: accidentes extraños y notorios. La mayoría de ellos son casos únicos: sólo hay un Phineas Gage y podría haber varios motivos por los que lo que le pasó a él no es lo típico que le sucedería a la mayoría de la gente con ese tipo de lesión cerebral. Pero nos basamos en su caso, porque éticamente no podemos duplicar las circunstancias. O no podíamos, hasta ahora.

Me sentí mortificado.

—¿Entonces están dañando deliberadamente los cerebros de mis versiones sólo para ver qué pasa?

Smythe se encogió de hombros como si se tratara de un asunto sin importancia.

—Exactamente. Espero convertir los estudios sobre la conciencia en una ciencia experimental, no un juego de azar. La conciencia lo es todo: es lo que da forma y significado al universo. Nos debemos a nosotros mismos su estudio… descubrir por fin qué es, y por qué es algo ser consciente.

—Eso es monstruoso —dije con un hilo de voz.

—Los psicólogos han sido incapaces de probar sus teorías, excepto de manera tangencial —dijo Smythe, como si no me hubiera escuchado—. Estoy elevando la psicología de los pantanos de las ciencias inexactas al reino de lo exacto… dándole la misma precisión que tiene la física de partículas, por ejemplo.

—¿Con copias mías?

—Son sobras, como los embriones de más producidos en la fertilización in vitro.

Sacudí la cabeza, horrorizado, pero Smythe seguía imperturbable.

—¿Sabe qué he descubierto? ¿Tiene la menor idea? —Sus cejas habían escalado hasta su frente rosa—. Puedo desconectar la formación de la memoria a largo plazo; desconectar la formación de la memoria a corto plazo; darle memoria fotográfica y eidética; volverlo religioso; retardar su sentido del tiempo; darle un sentido del tiempo perfecto; darle una conciencia fantasma de la cola que tenía en el vientre. Sin duda pronto desentrañaré las adicciones, lo que hará a la gente inmune a ellas. Podré hacer que procesos normalmente autónomos como el ritmo cardiaco queden bajo el control consciente. Podré dar a los adultos la habilidad sin esfuerzo que tienen los niños para aprender nuevos idiomas.

»¿Sabe lo que sucede cuando se extraen la glándula pineal y el área de Broca? ¿Cuando se separa por completo el hipocampo del resto del cerebro? ¿Cuando se hace una transformación, de modo que lo que está normalmente codificado en el hemisferio izquierdo se marca en el lado derecho del cuerpo, y viceversa? ¿Qué ocurre cuando despiertas a una mente humana en un cuerpo que tiene tres brazos, o cuatro? ¿O tiene dos ojos situados en lados opuestos de la cabeza, uno mirando al frente, otro mirando atrás?

»Yo sé esas cosas. Sé más de cómo funciona la mente que Descartes, James, Freud, Pavlov, Searle, Chalmers, Nagel, Bonavista y Cho juntos. ¡Y no he hecho más que empezar mi investigación!

—Jesús —dije—. Jesús. Tiene que parar. Lo prohíbo.

—No estoy seguro de que tenga poder para eso —respondió Smythe—. Usted no creó su mente; no está sometida a copyright. ¡Además, piense en el bien que estoy haciendo!

—¿Bien? Está usted torturando a esa gente.

Smythe parecía impertérrito.

—Estoy haciendo una investigación necesaria.

Antes de que yo pudiera contestar, Brian Hades habló por primera vez en varios minutos.

—Por favor, señor Sullivan. Usted es el único que puede ayudarnos.

—¿Por qué yo? ¿Es porque soy joven?

—En parte, sí —dijo Hades—. Pero sólo en una pequeña parte.

—¿Qué más hay?

Hades me miró, y Smythe miró a Hades.

—Se reinició usted espontáneamente —dijo Hades—. Nadie más lo ha hecho.

Yo estaba completamente desconcertado.

—¿Qué?

—Si usted, como descargado, pierde la conciencia, no se acaba ahí —dijo Hades—. Más bien su conciencia vuelve por voluntad propia. Ningún otro Mindscan ha hecho eso.

—Yo no he perdido la conciencia. No desde que me descargué.

—Sí que lo ha hecho —dijo Hades—. Casi en cuanto fue creado. ¿No se acuerda? ¿En nuestras instalaciones de Toronto?

—Yo… Oh.

—¿Recuerda? —dijo Smythe, enderezándose—. Hubo un momento en que algo salió mal. Porter se dio cuenta… y se quedó sorprendido.

—No entiendo. ¿Qué tiene de sorprendente?

Smythe extendió los brazos como si fuera obvio.

—¿Sabe por qué los Mindscans no duermen nunca?

—No estamos sometidos a la fatiga —dije—. No nos cansamos.

Smythe sacudió la cabeza.

—No. Oh, eso es cierto, pero no es el motivo. —Miró a Hades, como dándole una oportunidad para que lo interrumpiera, pero Hades se encogió de hombros, pasando la pelota a Smythe.

—Todos hemos estado siguiendo el juicio desde aquí arriba, naturalmente —dijo Smythe—. Vio usted el testimonio de Andy Porter, ¿verdad?

Asentí.

—Y habló de las diferentes teorías de cómo se despiertan las conciencias, ¿recuerda? ¿Cuáles eran las correlaciones físicas?

—Claro. La conciencia podría ser cualquier cosa, desde redes neuronales hasta…

—Hasta autómatas celulares en la superficie de los microtúbulos que componen el citoesqueleto del tejido neuronal —dijo Smythe—. Porter es un buen miembro de la compañía; hizo que pareciera como si todavía fuera una cuestión pendiente de solución. Pero no lo es… aunque aquí en Inmortex somos los únicos que lo sabemos. La conciencia son los autómatas celulares… Ahí está imbuida. Sin ninguna duda.

Asentí.

—Vale. ¿Y?

Smythe inspiró profundamente.

—Con el proceso Mindscan, conseguimos una instantánea cuántica perfecta de su mente en un momento dado del tiempo: cartografiamos exactamente la configuración de, por usar la metáfora de Porter, los píxeles blancos y negros que componen los campos de autómatas celulares que cubren los microtúbulos de su tejido cerebral. Es una instantánea cuántica exacta. Pero eso es todo lo que es un Mindscan… una instantánea. Y no lo bastante buena. La conciencia no es un estado, es un proceso. Para que nuestra instantánea se vuelva conciencia, esa instantánea tiene que convertirse espontáneamente en un fotograma, en una película, una película que crea su propia historia sin guión, desplegándose hacia el futuro.

—Lo que usted diga.

Smythe asintió enfáticamente.

—Lo digo. La instantánea se convierte en una película cuando los píxeles blancos y negros se vuelven animados. Pero no lo hacen por su cuenta: hay que darles reglas para que obedezcan. Ya sabe, volverse blancos si tres vecinos son negros, o algo así. Pero las reglas no son innatas al sistema. Tienen que serle impuestas. Cuando lo son, los autómatas celulares siguen permutando incesantemente… y eso es la conciencia, ése es el fenómeno de la autoconciencia, de la vida interna, de que la existencia sea como algo.

—Entonces, ¿cómo añaden reglas que gobiernen las permutaciones? —pregunté.

Smythe alzó las manos.

—No lo hacemos. No podemos. Créame, lo hemos intentado… pero con nada de lo que somos capaces de hacer conseguimos que los píxeles empiecen a hacer nada. No, las reglas vienen de la mente ya consciente del sujeto escaneado. Es sólo porque la mente real y biológica se enlaza cuánticamente al principio con la nueva por lo que se transfieren las reglas, y los píxeles se convierten en autómatas celulares en la nueva mente. Sin ese enlace inicial, no hay proceso de conciencia viva, sólo una instantánea muerta. Nuestras mentes artificiales no tienen esas reglas insertadas, así que si la conciencia alguna vez se pierde en una mente copiada, no hay manera de volverla a despertar.

—Entonces, si uno de nosotros se quedara dormido…

—Moriría —dijo Smythe simplemente—. La conciencia nunca se reiniciaría.

—¿Y por qué tanto secreto?

Smythe me miró.

—Hay más de una docena de compañías intentando entrar en el negocio de las descargas: en 2055 será una industria que generará cincuenta trillones de dólares al año. Todos pueden hacer una versión de nuestro proceso Mindscan, pueden copiar la pauta de píxeles. Pero, hasta ahora, somos los únicos que saben que el enlace cuántico con la mente fuente es la clave para poner en marcha la conciencia copiada.

Sin enlazar las mentes, al menos inicialmente, el duplicado nunca hace nada. —Sacudió la cabeza—. Sin embargo, por algún motivo, su mente sí que se reinicia cuando está desconectada.

—Sólo he perdido el sentido una vez —dije—, y fue justo después del arranque inicial. No pueden saber qué ocurre lo mismo siempre.

—Sí que podemos —dijo Smythe—. Copias de su mente consiguen generar espontáneamente reglas para sus autómatas celulares, por su cuenta, sin estar enlazadas con la original. Lo sabemos porque hemos instalado copias múltiples de su mente en cuerpos artificiales, aquí en la Luna y abajo en la Tierra… y, no importa cuándo lo hagamos, las copias se inician espontáneamente. Aunque las desconectemos, vuelven a iniciarse de nuevo por su cuenta.

Fruncí el ceño.

—Pero ¿por qué iba yo a ser diferente de los demás en este aspecto? ¿Por qué se reinician espontáneamente las copias de mi mente?

—¿Sinceramente? —dijo Smythe, alzando sus cejas platino—. No estoy seguro. Pero creo que tiene que ver con el hecho de que usted era daltónico. Verá, la conciencia trata de la percepción de los qualia: cosas que sólo existen como construcciones en la mente, cosas como la amargura o la paz. Bien, los colores son uno de los qualia más básicos. Puede usted arrancar una rosa y aislar el tallo, o las espinas, o los pétalos: son entidades distintas y reales. Pero no se puede arrancar el color rojo, ¿no? Oh, puede eliminarlo (puede teñir una rosa), pero no puede quitar el rojo y señalarlo como una cosa separada. El rojo, el azul y demás son estados mentales… No existe el rojo por su cuenta. Bien, por accidente, le dimos a su mente acceso a estados mentales que nunca había experimentado. Eso la hizo inicialmente inestable. Trató de asimilar esos nuevos qualia y no pudo… así que se desplomó. Eso es lo que ocurrió cuando Porter lo transfirió por primera vez: se desplomó y perdió usted el sentido. Pero luego la conciencia se reinició, por su cuenta, como luchando por encontrar sentido a los nuevos qualia, para incorporarlos a su visión del mundo.

—Eso lo convierte a usted en un sujeto de pruebas de valor incalculable, señor Sullivan —dijo Brian Hades—. No hay nadie como usted.

—No debería haber nadie como yo —dije—. Pero ustedes siguen haciendo copias. Y eso no está bien. Quiero que desconecten los duplicados míos que han producido fraudulentamente, que destruyan el máster de grabación Mindscan y no vuelvan a hacer otro yo de nuevo.

—¿O…? —dijo Hades—. Ni siquiera puede demostrar que existen.

—¿Cree que lidiar con el Jacob Sullivan biológico fue difícil? Hágame caso: no quieran tener que lidiar con mi verdadero yo.

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