20

Desperté al día siguiente del funeral por Karen con un terrible dolor de cabeza. Digo «al día siguiente» aunque todavía estábamos en medio de uno de los interminables días lunares: el sol tardaba dos semanas en arrastrarse desde un horizonte a otro. Pero Alto Edén mantenía un reloj diurno basado en la rotación de la Tierra, e Inmortex lo había estandarizado de manera arbitraria con la zona horaria del Este norteamericano; al parecer, íbamos a cambiar al sistema de ahorro energético cuando llegara octubre.

Pero yo no pensaba en nada de eso. En lo que pensaba era en lo mucho que me dolía la cabeza. De vez en cuando tenía migrañas en la Tierra, pero aquello era mucho peor y parecía afectar todo el centro de la parte superior de mi cabeza, no un lado. Me levanté de la cama y me dirigí al cuarto de baño de mi suite, donde me eché agua fría en la cara. No sirvió de nada; todavía me sentía como si alguien me estuviera clavando un cincel en el cráneo, tratando de separar los dos hemisferios de mi cerebro.

Me fumé un porro, esperando que me sirviera de algo… pero no fue así. De modo que me busqué una silla y le dije al teléfono que llamara al hospital.

—Buenos días, señor Sullivan —dijo la joven negra que respondió.

—Hola. ¿Está por ahí el doctor Chandragupta?

—Lo siento, señor, pero se ha marchado de Alto Edén. Va de camino a LS Island. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarle?

Abrí la boca para responder, pero advertí que me sentía un poquito mejor; tal vez el canuto me había ayudado algo.

—No —dije—. No es nada. Seguro que estaré bien.

Karen estaba en su despacho, hablando con sus otros abogados, su consejero de inversiones y demás: intentaba decidir qué hacer exactamente con el intento de su hijo por recurrir su testamento.

Yo estaba acostado en la cama de Karen, mirando la blancura del techo como era mi costumbre. No estaba cansado, naturalmente: ya no lo estaba nunca. Pero estar así tumbado era mi postura favorita a la hora de pensar: era mucho mejor que esa otra postura de estar sentado en el váter que Rodin había intentado hacer pasar por reflexión.

—Hola —dije, mirando a la nada—. Hola. ¿Estás ahí, Jake?

Nada. Nada en absoluto.

Traté de despejar mi mente, apartando todos los pensamientos sobre Tyler y su traición y Rebecca y su traición y Clambead y su traición y…

—Hola —dije de nuevo—. ¿Hola?

Y por fin un leve cosquilleo en los bordes de mi percepción.

¿Qué dem…?

¡Contacto! Me sentí aliviado y jubiloso.

—Hola —repetí, en voz baja pero con claridad—. Soy yo… la otra instalación de Jacob Sullivan.

¿Qué otra instalación?

—La del exterior. La que vive la vida de Jake.

¿Cómo te estás comunicando conmigo?

—No lo… ¿No eres la misma copia que contactó conmigo antes? Tuvimos esta conversación ayer.

No recuerdo…

Hice una pausa. ¿Podía ser una instalación distinta?

—¿Dónde estás?

En una especie de laboratorio, creo. Sin ventanas.

—¿Las paredes son azules?

Sí. ¿Cómo lo…?

—¿Y hay un diagrama de un cerebro en una pared?

Sí.

—Entonces es probablemente la misma habitación. O… una igual. Mira ese diagrama. ¿Qué es, un cartel o algo parecido?

Sí.

—¿Impreso en papel?

Sí.

—¿Puedes hacerle alguna marca? ¿Tienes un boli?

No.

—Bueno, rómpelo un poquito. Acércate y…, humm, hazle un pequeño desgarrón de un centímetro de largo a diez centímetros de la esquina inferior izquierda.

Esto es una locura. Una chaladura. ¡Voces en mi cabeza!

—Creo que es un enlace cuántico.

¿Cuántico?¿De verdad? Cojonudo.

—Venga, haz esa marca en el cartel. Así sabré la próxima vez que conecte si se trata de la misma habitación o de otra similar con otra copia de nosotros.

Muy bien. A diez centímetros de la esquina izquierda. Ya lo he hecho.

—Bien. Ahora viene la parte difícil. Dijiste que tenías el cuerpo que ordenaste, ¿no?

Yo no he dicho eso. ¿Cómo lo sabías?

—Me lo dijiste ayer.

¿Yo?

—Sí… Tú u otro de nosotros. Ahora necesito que marques tu cuerpo de alguna manera. ¿Hay algún modo de poder hacerlo?

¿Por qué?

—Para que pueda asegurarme de que he contactado con el mismo tú la próxima vez.

Muy bien. Hay un pequeño destornillador en un estante. Me haré una marca en la plastipiel, en un sitio donde no llame la atención.

—Perfecto.

Una larga pausa. Y entonces:

Muy bien. He marcado tres pequeñas X en la parte exterior de mi antebrazo izquierdo, justo debajo del codo.

—Bien. Bien. —Hice una pausa, tratando de digerirlo todo.

Oh, espera. Viene alguien.

—¿Quién es? ¿Quién es?

Buenos días, doctor. ¿Qué puedo…? ¿Que me tienda? Claro. Eh, ¿qué está…? ¿Se ha vuelto loco? No puede… ¡Jake!

Yo… Oh. ¡Eh! Eh, ¿qué está pasan… ?

—¡Jake! ¿Estás bien? ¡Jake! ¡Jake!


Austin Steiner, como descubrí, era un competente abogado de familia, pero aquel caso era importante y Karen necesitaba lo mejor. Por suerte, yo sabía exactamente a quién llamar.

El rostro de Malcolm Draper apareció en la pantalla mural, en toda su gloria de Will Smith en sus mejores tiempos.

—Vaya, pero si es… Jake Sullivan, ¿no?

—Eso es —dije—. Nos vimos en Inmortex, ¿recuerda?

—Por supuesto. ¿Qué puedo hacer por usted, Jake?

—¿Tiene licencia para ejercer la abogacía en Michigan?

—Sí. Michigan, Nueva York, Massachusetts. Y tengo asociados que…

—Bien. Bien. Tengo un caso.

Alzó las cejas.

—¿Qué tipo de caso?

—Bueno, supongo que técnicamente es una recusación, pero…

Malcolm sacudió la cabeza.

—Lo siento, Jake. Creía que le había dicho cuál es mi especialidad. Libertades civiles; derechos civiles. Estoy seguro de que mi secretaria podrá buscarle un buen especialista en Michigan, pero…

—No, no. Creo que le interesará. Verá, la persona cuyo testamento va a ser recurrido es Karen Bessarian.

—¿La autora? Sigo sin…

No lo sabía.

—Conoció usted también a Karen en Inmortex. La señora del acento de Georgia.

—¿Ésa era Karen Bessarian? Dios mío. Pero… oh. Oh, vaya. ¿Quién intenta recurrir su testamento?

—Su hijo, un tal Tyler Horowitz.

—Pero la Karen biológica no ha muerto todavía. Sin duda los tribunales de Michigan…

—No, sí que ha muerto. O al menos eso es lo que asegura Tyler.

—Cristo. Se transfirió justo a tiempo.

—Eso parece. Como puede imaginar, este caso va más allá de los litigios habituales.

—Desde luego —dijo Draper—. Es perfecto.

—¿Cómo dice?

—Es el tipo de caso de prueba que el mundo ha estado esperando. Llevamos muy poco tiempo copiando conciencias, y hasta ahora nadie ha desafiado las transferencias de personas legales.

—¿Entonces se encargará de su caso?

Hubo una pausa.

—No.

—¿Qué? Malcolm, le necesitamos.

—Soy exactamente lo que no necesitan: yo también soy un Mindscan, recuerde. No necesitan un maldito robot defendiendo los derechos de otro. Necesitan a alguien de carne y hueso.

Tenía razón.

—Supongo que es verdad. ¿Hay alguien que pueda recomendarnos?

Él sonrió.

—Oh, sí. Sí, naturalmente.

—¿Quién?

—Cuando ha llamado, ¿qué ha dicho la recepcionista?

Fruncí el ceño, irritado porque estuviera jugando.

—Humm… «Draper y Draper», creo.

—Exactamente… y eso es lo que necesitan: al otro Draper. Mi hijo Deshawn.

—Usted y él se llevan bien… desde que se descargó, quiero decir.

Malcolm asintió.

Gruñí.

—No está mal para variar.


Pudimos conseguir una audiencia preliminar la tarde siguiente. Malcolm y Deshawn Draper tomaron un vuelo de Manhattan a Detroit a las ocho de la mañana: un vuelo corto, de menos de una hora. Karen hizo que su chofer los recogiera en la limusina y los llevara a su mansión, que serviría como base de operaciones el tiempo que fuese necesario.

—Hola, Jake —dijo Malcolm cuando entraba por la puerta— ¡Karen, hola! Cuando nos conocimos no tenía ni idea de quién era usted. Debo decir que es un honor. Les presento a mi hijo, y socio, Deshawn.

Deshawn tenía unos treinta y tantos años y esa cabeza completamente calva que queda tan bien a los negros y tan mal a los blancos.

—¡Karen Bessarian! —dijo Deshawn, sacudiendo la cabeza asombrado. Tomó una de sus manos entre las suyas—. Mi padre tiene razón.

¡No tiene ni idea del honor que es conocerla! No puedo decirle cuánto me encantan sus libros.

Sonreí. Estoy seguro de que acabaré por acostumbrarme a ser el consorte de la realeza.

—Gracias —respondió Karen—. Es un placer conocerle. Por favor, pasen.

Karen nos condujo por un largo pasillo. Todavía había habitaciones en la mansión en las que yo no había estado nunca, y ésta era una de ellas: una especie de sala de juntas. Tres de sus paredes estaban cubiertas con más estanterías; la cuarta era una pantalla mural. Bueno, Karen era importante; supongo que tenía sentido que dispusiera de un sitio para celebrar reuniones.

Malcolm apreció lo que veía, aunque yo no.

—¿La Sociedad Folio? —dijo, contemplando los libros, todos los cuales eran de tapa dura y con caja.

Karen asintió.

—Un juego completo… Todos los volúmenes que publicaron.

—Muy bonito —dijo Malcolm. Había una mesa larga con sillas giratorias alrededor. Karen ocupó la cabecera y nos indicó a los demás que nos sentáramos. Naturalmente, ninguno de nosotros aparte de Deshawn necesitaba nada de beber, y parecía contento sólo con estar en presencia de Karen.

—Caballeros —dijo Karen—, muchas gracias por venir.

Indicó la sala, pero creo que realmente pretendía incluir todo lo que había más allá también.

—Como pueden imaginar, no quiero perder todo esto. ¿Cómo vamos a impedirlo?

Malcolm tenía las manos cruzadas sobre la superficie de la mesa.

—Como le dije a Jake, Deshawn será el abogado principal… necesitamos un rostro humano. Naturalmente, yo trabajaré entre bambalinas, igual que varios de nuestros asociados en Nueva York. —Miró a su hijo—. ¿Deshawn?

Deshawn llevaba un traje gris y una corbata verde; yo estaba aprendiendo a amar el verde.

—¿Ha informado ya a Inmortex sobre el litigio?

Miré a Karen.

—No —respondió ella—. ¿Por qué debería hacerlo?

—Imagino que querrán subirse al carro —dijo Deshawn—. Después de todo, este caso apunta al corazón de lo que están vendiendo. Si el tribunal falla que no es usted Karen Bessarian, que es alguien nuevo y que no tiene derecho a sus posesiones, Inmortex tendrá graves problemas.

—No había pensado en eso.

Deshawn miró a su padre, y luego otra vez a nosotros.

—Hay otro aspecto que debemos tener en cuenta. Mientras este asunto esté en el aire, su hijo Tyler casi con toda probabilidad intentará que congelen sus cuentas… y sin duda un juez aceptará esa petición. Ningún magistrado va a obligarla a abandonar esta casa todavía, pero puede encontrarse con que no tiene acceso a sus cuentas bancarias.

—Yo tengo dinero —dije de inmediato—. Sobreviviremos a esto.

—A menos que alguien lo desafíe a usted también —contestó Deshawn.

Fruncí el ceño. Tenía razón. Aunque los canadienses no fueran tan dados a los litigios como los estadounidenses, mi madre había dejado bastante claro que no creía que yo siguiera siendo yo.

—Entonces ¿qué podemos hacer? —pregunté.

—Primero —dijo Malcolm—, por favor comprendan que no se trata de nuestras tarifas, sino de cuidar de ustedes. Y por favor comprendan que esperamos ganar plenamente… con tiempo.

—¿Con tiempo? —dije—. ¿Cuánto tardará esto?

Malcolm miró a Deshawn, pero Deshawn inclinó la cabeza hacia su padre, delegando en él.

—En una causa civil —dijo Malcolm— se puede esperar a que haya un hueco libre, o se puede pujar por uno; los estados recaudan así un montón de dinero hoy en día. He estudiado el asunto en Detroit. Si está dispuesta a ofrecer, digamos, medio millón, podría tener un juicio con jurado en un par de semanas. Pero eso será sólo el principio. A menos que abortemos este asunto o lo resolvamos antes del juicio, esto llegará hasta el Tribunal Supremo, no importa lo que se decida en primera instancia. De un modo u otro, Bessarian contra Horowitz se convertirá en un referente legal.

Karen sacudió la cabeza tristemente.

—He pasado toda mi vida profesional tratando de ganarme un nombre, pero no quiero terminar como Miranda, Roe o D'Agostino. —Hizo una pausa—. Es curioso: muchos escritores usan seudónimo, pero Bessarian es mi apellido auténtico; lo recibí de mi primer marido. Roe era un seudónimo, ¿no?

—Jane Roe, sí —dijo Malcolm—. Porque ya tenían a una Jane Doe en los tribunales. Su verdadero nombre era Norma McCorvey: ella misma lo reveló años más tarde. —Se encogió de hombros—. Irónicamente, luego se volvió una antiabortista furibunda. No mucha gente llegó a asistir a las celebraciones por la victoria cuando se falló Roe contra Wade y el caso fue sobreseído.

Karen volvió a sacudir la cabeza.

—Bessarian contra Horowitz. Santo Dios, qué manera de terminar una familia.

Deshawn pareció comprenderla.

—Naturalmente, puede que no llegue a juicio.

—No voy a llegar a ningún acuerdo —dijo Karen llanamente.

—Lo entiendo. Pero intentaremos que el asunto sea sobreseído en todas las etapas. De hecho, esperamos que lo echen para atrás esta misma tarde, en la audiencia preliminar.

—¿Cómo? —preguntó Karen—. Quiero decir, sería magnífico si fuese cierto, pero ¿cómo?

—Muy simple —dijo Deshawn. Tenía las manos cruzadas sobre la mesa exactamente igual que su padre—. Hay un motivo por el que Alto Edén está en la cara oculta de la Luna. Me refiero a que, cierto, es un lugar magnífico para los ancianos, pero hay algo más. La cara oculta de la Luna no es jurisdicción de nadie. Cuando… ¿cómo los llaman? ¿Pellejos descartados?

Malcolm asintió.

—Cuando los pellejos mueren allí arriba —continuó Deshawn—, no hay papeleo… ni certificado de defunción. Y sin un certificado de defunción, la acción de Tyler no puede prosperar; no se puede recurrir un testamento en este estado sin uno.


El juez asignado para las mociones iniciales del caso era un tal Sebastian Herrington, un hombre blanco que parecía tener cuarenta y tantos años, aunque según su biografía en la Red tenía casi setenta. Supuse que eso era bueno para nosotros: alguien que se sometía a tratamientos de rejuvenecimiento probablemente estaría favorablemente dispuesto hacia la postura de Karen.

—Muy bien —dijo el juez—. ¿Qué tenemos aquí?

No era más que una audiencia preliminar y los medios de comunicación no se habían enterado todavía: en la sala no había nadie más que Karen y yo, los dos Draper y una mujer hispana de aspecto severo y unos treinta y cinco años que representaba a Tyler. Se levantó en respuesta a la pregunta del juez.

—Señoría, soy María López, abogada de Tyler Horowitz, único hijo de la novelista Karen Bessarian, ahora fallecida. —López llevaba el pelo castaño corto con mechas rubias. Su rostro era duro, casi aguileño, y su frente alta e inteligente—. La señora Bessarian era viuda —continuó—. Tyler y sus hijas menores de edad (las nietas de la señora Bessarian) son los únicos herederos mencionados en su testamento; son sus únicos herederos ante la ley, y los lógicos depositarios de sus propiedades. Es más, Tyler es mencionado como representante personal en el testamento de la señora Bessarian. Tyler ha cursado una petición en su nombre y el de sus hijas como únicos beneficiarios del testamento. Quiere resolver la cuestión de su herencia y busca la aprobación del tribunal para hacerlo.

Se sentó.

—Me parece un asunto muy claro —dijo el juez Herrington, que tenía un rostro aún más alargado que el mío, con una barbilla que se abría como un calzador. Se volvió hacia nosotros—. Pero veo que tenemos un grupo poco habitual esta mañana. ¿Quién es el abogado?

—Señoría —dijo Deshawn, poniéndose en pie—. Soy Deshawn Draper, de Draper y Draper; nuestro bufete está en Manhattan, pero tenemos licencia para practicar la abogacía aquí en Michigan.

Herrington tenía una boca pequeña, que frunció en un semicírculo perfecto. Nos señaló a los tres, sentados a la mesa, con un pequeño gesto de la mano.

—¿Y éstos son?

—Mi socio, Malcolm Draper. Karen Bessarian. Y Jacob Sullivan, un amigo de la señora Bessarian.

—Quería decir, ¿qué son éstos?

La voz de Deshawn sonó completamente firme, completamente tranquila.

—Son Mindscans, señoría: conciencias descargadas. Los originales de estas tres personas se sometieron al proceso Mindscan ofrecido por Inmortex Incorporated, transfirieron sus derechos como persona a estos nuevos cuerpos y se han retirado a la cara oculta de la Luna.

Herrington compuso ahora sus rasgos en una expresión interrogante, con sus ojos marrones muy abiertos bajo una ceja negra que abarcaba toda su frente.

—Naturalmente, conozco la reputación de su firma, señor Draper, pero… —Frunció el ceño y se mordió el labio inferior unos instantes—. Los tiempos están cambiando, como dijo Bob Dylan.

—En efecto, señoría —dijo Deshawn, cálidamente—. Así es.

—Muy bien —dijo Herrington—. Sospecho que se oponen ustedes a la petición del señor Horowitz.

—Absolutamente, señoría. Nuestra postura es simple. Primero y principal, ésta es Karen Bessarian.

Karen, que estaba sentada entre Malcolm y yo, iba vestida con un traje de chaqueta azul oscuro muy elegante. Asintió.

Herrington consultó un datapad.

—Aquí dice que la señora Bessarian nació en 1960. Esta… esta creación…

—He elegido una versión más juvenil de mi propio rostro —dijo Karen—. No soy presumida, pero…

Herrington asintió.

—Obviamente, si ésta es realmente Karen Bessarian es un tema cuyo juicio quiero reservarme… Aunque si lo es, bueno, es un placer conocerla; disfruté mucho con las novelas de Karen Bessarian. —Miró de nuevo a Deshawn—. ¿Tiene algo más, señor Draper?

—No se trata de lo que yo tengo, señoría. Se trata de lo que la señora López no tiene. —Deshawn intentaba no parecer engolado, pero no lo conseguía del todo—. Tiene ante usted a una mujer que dice ser Karen Bessarian, sana y salva. Y sin duda a falta de un certificado de defunción, el tribunal tiene que asumir que está diciendo la verdad.

El juez Harrington adoptó de nuevo aquella expresión interrogante: los ojos muy abiertos, la ceja alzada.

—No comprendo —dijo.

Deshawn ofreció su propia versión de un rostro sorprendido.

—Para comenzar, o bien el médico encargado o el examinador médico del condado firma un certificado de defunción si en efecto ha muerto alguien. Pero como no se ha firmado ningún certificado de defunción, evidentemente…

—Señor Draper —dijo el juez Harrington—, parece que se con funde usted.

—Yo… empezó a decir Deshawn, pero dejó la frase en suspenso antes de que María López se levantara.

—En efecto, señoría —dijo ésta, con gran satisfacción—. Tenemos un certificado de defunción de Karen Bessarian, aquí mismo.

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