21

—Ese maldito certificado de defunción lo cambia todo —dijo Malcolm Draper, caminando de un lado a otro: incluso a los descargados les gustaba caminar cuando pensaban. Nos habíamos retirado a la sala de juntas de la casa de Karen—. Nos pone una enorme carga encima para demostrar que Karen no está muerta.

Karen se había quitado la chaqueta del traje, aunque no podía tener calor; supongo que eso también era una costumbre que sobrevivía a la descarga.

Estaba sentada a mi derecha y Deshawn a mi izquierda. Asintió, sombría.

—Pero al menos el juez Herrington estuvo de acuerdo en celebrar un juicio con jurado —dijo Malcolm—, y creo que nos irá mejor con jurado que sin él. —Se detuvo cuando llegó al final de su camino, y se dio media vuelta.

—¿Qué sabemos de la otra abogada? —pregunté—. ¿Esa López?

Deshawn tenía un datapad delante, pero no lo consultó.

—María Theresa López —dijo—. Es joven, pero muy buena. Su especialidad es el derecho testamentario, así que tal vez esté pez en algunos de los temas en juego, pero lo dudo. Terminó la tercera de su promoción en Harvard, colaboró en Law Review y fue pasante del fiscal general de Michigan.

Malcolm asintió.

—Siempre he tenido por norma no subestimar jamás al otro bando.

—Todo esto va a requerir un montón de tiempo —dije yo—, y el juez ha congelado temporalmente los bienes de Karen.

En realidad, Herrington lo había congelado todo menos quinientos mil dólares: le había dejado lo suficiente para satisfacer los gastos básicos del mantenimiento de la casa y los pagos legales.

Y necesitaré más fondos de los que el juez me ha dejado, ¿verdad? —dijo Karen. Frunció sus labios de plástico—. Bueno, veamos qué puedo hacer al respecto.

Echó la cabeza atrás y le habló al aire.

—Teléfono, llama a Erica. Erica Colé es mi agente literaria —nos dijo en un aparte.

—Erica Colé Asociados —dijo el recepcionista, cuyo rostro ocupó una pared; pero antes de que Karen pudiera hablar, continuó—: Oh, eres tú, Karen. Te paso inmediatamente.

Una pauta relajante apareció en la pantalla durante unos tres segundos, pero fue sustituida por el rostro de una mujer blanca de unos cincuenta años. Era un estudio en círculos: cabeza redonda con rizos de pelo, ojos redondos tras gafas redondas.

—Hola, Karen. ¿Qué tal?

—Erica, éste es mi amigo Jake Sullivan, y estos dos caballeros son mis abogados, Malcolm y Deshawn Draper.

—¿Malcolm Draper? —dijo Erica—. ¿Ése Malcolm Draper?

Malcolm asintió.

—Caramba, tendríamos que hablar —dijo Erica—. ¿Tiene representante?

—¿Literario? No.

—Tendríamos que hablar, desde luego que sí —dijo Erica, asintiendo decididamente.

Karen emitió una tos mecánica y los ojos de Erica se volvieron hacia ella.

—Lo siento.

—Sabes que he estado jugueteando con la idea de escribir otro libro.

Erica asintió, expectante.

—Bueno, pues estoy preparada… si la oferta es lo suficientemente buena.

—¿Qué tienes en mente? ¿Otro libro de MundoDino?

—Sí —respondió Karen.

—Humm —intervino Malcolm—, ah, perdóneme por interrumpir, pero…

Todos lo miramos.

Él se encogió de hombros, como pidiendo disculpas.

—Hasta que todo esto haya quedado resuelto, debería mantenerse apartada de ninguna propiedad sobre la que no tenga claros los derechos.

Por primera vez, vi furia en el rostro de Karen.

—¿Qué? ¡MundoDino es propiedad mía!

—¿Qué está pasando? —preguntó Erica.

Deshawn y Malcolm pasaron un par de minutos informando a Erica sobre la demanda de Tyler, mientras yo veía a Karen subirse por las paredes. No me pareció que ése fuera el momento de decirle a Karen que, aunque perdiéramos el caso, todo lo que tenía que hacer era esperar setenta años a que MundoDino pasara a dominio público: entonces podría escribir todas las secuelas que quisiera, y nadie podría impedírselo.

—Muy bien —dijo Karen por fin, los brazos cruzados sobre el pecho—. No será un libro de MundoDino. Pero será mi primera nueva novela en quince años.

—¿Tienes el esbozo? —preguntó Erica—. ¿Muestras de los capítulos?

Lo bueno de ser un gorila de quinientos kilos es que rara vez tienes que recordárselo a nadie.

—No las necesito —dijo Karen llanamente.

Dirigí la mirada a la pantalla de pared justo a tiempo de ver a Erica asentir.

—Tienes razón. No las necesitas.

—¿Cuál es el mayor anticipo pagado jamás por una novela? —le pregunté a Karen.

—Cien millones de dólares —contestó Erica de inmediato—. Por el último libro de la serie de Lien de Barbara Geiger.

Karen asintió.

—St. Martin's tiene todavía la opción sobre mi próxima novela, ¿no?

—Así es —dijo Erica.

—Muy bien. Llama a Hiroshi. Dale setenta y dos horas para hacer una primera oferta que sobrepase los cien millones o la obra será para el mejor postor. Dile que necesito el cincuenta por ciento en el momento de la firma, y necesitaré firmar a la semana de cerrar el acuerdo. Cuando tengas el cheque, irás desembolsándome cantidades según las necesite… Pero para empezar, necesitaré dinero para gastos, así que consígueme cien mil en metálico.

—¿Cuándo podrás entregar el manuscrito? —preguntó Erica.

Karen pensó un momento.

—Ya no me canso, ni pierdo el tiempo durmiendo. Dile que lo entregaré dentro de seis meses; podrá tenerlo en las librerías para la Navidad de 2046.

—¿Tienes un título de trabajo?

Karen no perdió un segundo.

—Sí. Dile que se llama Nada va a detenerme ahora.


La única desventaja de tener a Deshawn en vez de a Malcolm como abogado principal de Karen era que él sí que necesitaba dormir. Karen tenía seis habitaciones para invitados en la mansión, y Deshawn se retiró a descansar a una de ellas. Malcolm, mientras tanto, estaba usando la pantalla mural de la sala de reuniones para estudiar los precedentes legales, y Karen (fiel a su palabra) tomaba en su despacho notas para su nueva novela.

Y yo me quedé en el salón. Estaba probando el sofá reclinable de cuero La-z-boy. Nunca me gustó la tapicería de cuero cuando era biológico, porque me hacía sudar, pero eso ya no era un problema. Cuando me tumbé, contemplé la nada gris de una pantalla mural desconectada.

—¿Jake? —dije en voz baja.

Nada. Lo intenté de nuevo.

—¿Jake?

¿Qué dem… ?

—Soy yo. El otro Jake Sullivan. En el exterior.

¿De qué estás hablando?

—¿No te acuerdas?

¿Acordarme de qué?¿Cómo puedo oírte?

—¿Me recuerdas? Hemos hablado hace un rato.

Qué quieres decir con… «hemos hablado»?

—Bueno, de acuerdo, no ha sido con palabras. Pero nos hemos comunicado. Nuestras mentes se tocaron.

Esto es una locura.

—Es lo que has dicho antes. Mírate el codo izquierdo. ¿Hay tres pequeñas X marcadas debajo, en la parte exterior del antebrazo?

Tú qué sabes… Mira eso. ¿Cómo han llegado aquí?

—Te las has hecho tú. ¿No te acuerdas?

No.

—¿Y no recuerdas haberte comunicado conmigo antes?

No.

—¿Qué recuerdas?

Todo tipo de cosas.

—¿Qué recuerdas que sea reciente? ¿Qué pasó ayer, por ejemplo?

No lo sé. Nada en particular.

—Muy bien. Muy bien. Humm… Vamos a ver… De acuerdo. De acuerdo. La Navidad pasada. Habíame de la Navidad pasada.

Nos nevó… Hace años que no teníamos navidades blancas en Toronto, pero recuerdo que nevó un poco en Nochebuena, y que siguió nevando hasta el día 26. Le regalé a mi madre una cubertería de plata.

Me quedé anonadado.

—Continúa.

Bueno, y ella me regaló un juego de ajedrez precioso con piezas de ónice. El tío Blair vino a cenar y…

—Jake.

¿Sí?

—Jake, ¿en qué año estamos?

Dos mil treinta y cuatro. Naturalmente, estamos hablando de la Navidad, así que eso fue el año pasado, el dos mil treinta y tres.

—Jake, estamos en 2045.

Chorradas.

—No. Estamos en septiembre de 2045. El tío Blair murió hace cinco años. Recuerdo la Navidad de la que estás hablando. Recuerdo la nieve. Pero eso fue hace más de una década.

Tonterías. ¿Qué es esto?

—Eso es lo que a mí me gustaría saber. —Hice una pausa, la mente desbocada, tratando de aclararme—. Jake, si sólo es 2034, como dices, entonces ¿cómo estás en un cuerpo artificial?

No lo sé. Me lo he estado preguntando.

—No existían las descargas hace tanto tiempo.

¿Descargas?

—Inmortex. El proceso Mindscan.

Nada, entonces:

Bueno, no puedo discutir el hecho de que estoy aquí, en algún tipo de cuerpo sintético. Pero… pero dijiste que era septiembre.

—Eso es.

No lo es. Es finales de noviembre.

—Si eso es cierto, las hojas tendrían que haberse caído de los árboles… suponiendo que todavía estés cerca de Toronto. ¿Has visto el exterior hoy?

Hoy no, pero ayer y…

—Lo que consideras ayer no cuenta.

No hay ventanas en esta habitación.

—Es azul, ¿verdad? El color de la habitación.

Si.

—Hay un cartel de la estructura del cerebro en una pared, ¿no? Te pedí que le hicieras una marquita a diez centímetros de la esquina inferior izquierda.

No, no lo hiciste.

—Sí que lo hice. La última vez que nos comunicamos. Ve a mirar: la verás. Una rotura de un centímetro.

Está ahí, sí, pero eso sólo significa que has estado en esta habitación antes.

—No. Pero, además de las tres X de tu antebrazo, eso significa que eres la misma instalación con la que he contactado antes.

Ésta es la primera vez que nos comunicamos.

—No lo es… aunque comprendo que pienses que sí.

Me acordaría si hubiéramos hablado antes.

—Eso crees. Pero bueno, vamos, no sé… parece como si tu capacidad de formar nuevos recuerdos a corto plazo hubiera desaparecido. No puedes recordar nada nuevo.

¿Y llevamos así once años?

—No. Eso es lo extraño. El Jacob Sullivan biológico se sometió al proceso Mindscan el mes pasado. No pudiste ser creado antes.

Sigo sin estar seguro de creerme nada de esto… pero, por no discutir, aceptemos que es verdad. Comprendo que algo saliera mal con la… la «descarga», como la llamas, que me impidiera formar recuerdos nuevos a corto plazo. ¿Pero por qué perder una década de recuerdos antiguos?

—No tengo ni idea.

¿De verdad estamos en 2045 ?

—Sí.

Una larga pausa.

¿Cómo les va a los Blue Jays?

—Van de culo.

Bueno, al menos no me he perdido gran cosa.


St. Martin's Press ofreció un anticipo de 110 millones de dólares por el siguiente libro de Karen Bessarian. Mientras tanto, Inmortex accedió a pagar la mitad de los costes del juicio y a proporcionar todo el apoyo que pudiera.

Karen gastó seiscientos mil dólares en comprar en subasta el primer hueco posible para el juicio. Todo aquello me parecía obsceno, pero supongo que era sólo mi perspectiva canadiense. En Estados Unidos podías saltarte la cola de los hospitales si tenías dinero suficiente: ¿por qué no podías hacer lo mismo con la justicia también? De todas formas, según explicó Deshawn, como había sido Karen quien había comprado el hueco, el caso fue considerado como una demanda suya contra Tyler.

Deshawn Draper y María López pasaron un par de días escogiendo jurados. Naturalmente, Deshawn quería apasionados de la obra de Karen, bien de los libros originales o de las películas basadas en ellos. Y quería llenar el jurado de negros, hispanos y gays porque consideraba (como el abogado que contratamos) que estaban más predispuestos a una definición más amplia de persona.

Deshawn también quería jurados ricos: el tipo más difícil de encontrar, porque los ricos solían encontrar excusas para escaquearse de sus responsabilidades cívicas.

—Se supone que la muerte y los impuestos son inevitables —nos dijo Deshawn—. Pero los pobres saben que los ricos tienen modos de evitar pagar su parte a Hacienda. Con todo, encuentran algún consuelo en el hecho de que la muerte es la gran igualadora… o lo era, hasta Inmortex. No les va a gustar que Karen haya encontrado un modo de sortearla. Por su parte, los ricos son siempre paranoicos en lo que respecta a sus parientes ambiciosos: la gente rica despreciará a Tyler.

Yo observé, fascinado (y levemente horrorizado) todo el voir diré, pero pronto se decidió el jurado compuesto por siete personas: seis jurados activos más uno alternativo. Los que querían Deshawn y López acabaron cancelándose mutuamente en su mayoría, y nos quedamos con cuatro mujeres hetero, dos de las cuales eran negras y otras dos blancas; un negro gay; un blanco hetero y un hispano hetero. Todos tenían menos de sesenta años: López había conseguido eliminar a todos aquellos que pudieran estar demasiado preocupados por su propia mortalidad. Ninguno era rico, aunque dos (al parecer un número bastante alto para un jurado) eran desde luego de clase media alta. Y sólo uno, el hispano, había leído uno de los libros de Karen (irónicamente, Retorno a MundoDino, que era una secuela), y dijo que le había dejado indiferente.

Finalmente, nos dispusimos a comenzar. El tribunal era sencillo y moderno, con paneles de madera manchada de rojo en las paredes. A una orden del alguacil, todos nos levantamos como se ve en la tele. Resultó que el juez asignado al caso era el mismo Sebastian Herrington que había oído las mociones preliminares. Entró y tomó asiento tras el largo estrado, cuya madera estaba salpicada del mismo rojo que las paredes. Tras el estrado, a un lado, estaba la bandera de Michigan, y la bandera estadounidense al otro. Junto al juez se hallaba el estrado de los testigos.

Deshawn y Karen estaban sentados a la mesa del demandante, junto al banco del jurado. Tyler y la señora López estaban sentados a una mesa idéntica, más allá. Delante de las dos mesas había una amplia zona despejada de losas amarillas; Malcolm me contó que era conocida como el pozo.

Yo no tenía ningún papel significativo en aquel asunto, así que mi asiento se hallaba en la galería de espectadores que, al contrario de lo que sucedía en la mayoría de los tribunales que había visto en la tele, nos permitía ver los rostros de la demandante y el demandado, así como los del juez y los testigos. Malcolm Draper estaba sentado a mi lado. En la galería se encontraban también las dos hijas de Tyler, de diez y ocho años, acompañadas por la remilgada esposa de Tyler. Las niñas tenían un aspecto adorable: su presencia estaba claramente pensada para que el jurado nos considerara unos desalmados al privarlas de su legítima herencia.

Naturalmente, el juicio estaba siendo retransmitido, y todos los asientos estaban ocupados, sobre todo por periodistas. También había presente un puñado de gente de Inmortex, venida desde Toronto.

—Oiremos los alegatos iniciales —dijo el juez Herrington, sujetándose con una mano la barbilla en forma de calzador—, comenzando por el demandante. ¿Señor Draper?

Deshawn se levantó. Ese día llevaba un traje azul marino, una camisa celeste, y una corbata de un tono intermedio entre ambos.

—Damas y caballeros del jurado —dijo—, la Biblia lo deja claro: honrarás a tu padre y a tu madre. No es una sugerencia: es uno de los diez mandamientos. Bien, estamos hoy aquí porque un hombre, un hombre avaricioso, ha elegido quebrantar ese mandamiento.

Se situó detrás de Karen y colocó las manos sobre sus hombros.

—Me gustaría que conocieran a la madre de ese hombre. Ésta es Karen Bessarian, la famosa escritora. Ha trabajado muy duro a lo largo de los años, creando algunos de los personajes más memorables de la literatura contemporánea. Ha ganado un montón de dinero… y bien que ha hecho. Después de todo, ése es el Sueño Americano, ¿no? Trabaja duro y saldrás adelante. Pero ahora su hijo (ese de allí es él: Tyler Horowitz) ha elegido deshonrar a su madre de la manera más extrema, más severa, más escandalosa. Dice que está muerta. Y quiere su dinero.

»Llegarán a conocer a Karen Bessarian durante este juicio. Es cariñosa, cálida, generosa y amable. No les está pidiendo que le concedan ningún resarcimiento monetario ni punitivo. Todo lo que quiere es impedir que su hijo siga intentando hacer cumplir su testamento, hasta que, y si llega el caso, muera.

Deshawn miró a cada uno de los miembros del jurado a los ojos.

—¿Es mucho pedir por parte de una madre?

Se sentó y le dio a Karen una palmadita en la mano.

Herrington asintió con su cara de calzador.

—Gracias, señor Draper. ¿Su alegato inicial, señora López?

María López se levantó. Llevaba una chaqueta del rojo más fuerte que yo había visto jamás; era sorprendente que todavía estuviera encontrando colores nuevos. Sus pantalones eran negros, y su blusa gris oscuro.

—Damas y caballeros del jurado, este caso no trata sobre la avaricia. —Sacudió la cabeza con una sonrisa triste—. No trata de dinero. Trata de un hijo que quiere ver descansar a su amada madre, trata del luto, de hacer las cosas que hay que hacer. —Hizo una pausa y le tocó el turno de mirar ella a cada miembro del jurado a los ojos—. Poner justo fin a los asuntos de un progenitor muerto es uno de los deberes más tristes que tiene que llevar a cabo un hijo. Es doloroso, pero hay que hacerlo. Los intentos de terceros por prolongar la agonía del pobre Tyler son crueles. Karen Bessarian está muerta, y lo demostraremos. Murió en la superficie de la Luna. Y en cuanto a la… máquina que está aquí sentada diciendo ser la señora Bessarian, demostraremos que es una impostora, una cosa que intenta falsamente reclamar un dinero al que no tiene ningún derecho. Dejemos que Tyler entierre a su madre.

«Estoy de acuerdo con el abogado de la acusación en una cosa. La verdadera Karen Bessarian era una mujer generosa. En su testamento dejó diez mil millones de dólares a organizaciones de caridad… a organizaciones como la Sociedad Americana contra el Cáncer, la Sociedad Humana de las Naciones Unidas y Médicos sin Fronteras. Con ese dinero se puede hacer una enorme cantidad de buenas obras. Nadie está más triste por el fallecimiento de la señora Bessarian que su devoto y amoroso hijo. Pero está ansioso por ver la fortuna de su madre ayudar a otra gente… precisamente como ella pretendía antes de su muerte. No nos interpongamos en el camino del último deseo de una gran mujer. Gracias.

—Muy bien —dijo el juez Herrington—. Señor Draper, puede usted presentar ahora el caso de la demanda.

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