Regresé al despacho de Brian Hades en el edificio de administración de Alto Edén… y debo decir que él empezaba a molestarse.
—Señor Sullivan, de verdad, ya hemos pasado por esto antes. No puede usted regresar a la Tierra, así que por favor, por favor, relájese y disfrute de lo que hay aquí. Ni siquiera ha empezado a arañar la superficie de las actividades que ofrecemos.
Las pildoras que me estaban administrando eran tranquilizantes, por supuesto: estoy seguro de ello. Trataban de drogarme, de mantenerme tranquilo. Las había arrojado todas al reciclador.
—Es otoño en la Tierra —dije—. Al menos, en el hemisferio norte. ¿Ofrecen caminar por un sendero de hojas caídas? Pronto será invierno. ¿Ofrecen hockey sobre hielo en un estanque congelado? ¿Esquí? ¿Puestas de sol que no sean sólo una bola de luz cayendo tras un horizonte rocoso, sino que estén de verdad teñidas de color y amortajadas por bancos de nubes?
—Señor Sullivan, sea razonable.
—¡Razonable! Nunca he pedido ser… ser un puñetero astronauta.
—De hecho, sí que lo hizo. Y además, hay cosas que puede hacer aquí que nunca podría hacer en la Tierra. ¿Ha intentado volar ya? Sabe, es posible volar aquí, con su propio poder, con alas postizas bien grandes. Se lo ofrecemos, en el gimnasio.
Hizo una pausa, como esperando que yo respondiera. No lo hice.
—¡Y escalar montañas! Sabe, puede salir ahí fuera sin problemas. Escalar montañas es fabuloso en baja gravedad; las paredes de Heaviside son magníficas para eso.
Hades al parecer pudo leer la expresión «ni hablar» en mis ojos, y lo intentó de nuevo.
—¿Y el sexo? ¿Ha probado el sexo en baja gravedad? Es mejor que el sexo en gravedad cero. Con ingravidez, los movimientos normales tienden a apartarte de tu pareja. Pero en gravedad lunar cualquiera puede hacer el tipo de acrobacias que se ven en las películas porno.
Con eso sí que consiguió una reacción por mi parte. Prácticamente le grité:
—¡No, no he tenido sexo, por el amor de Dios! ¿Con quién diablos iba a practicarlo aquí?
—Tenemos algunas de las mejores trabajadoras sexuales del… del Sistema Solar, señor Sullivan. Preciosas, comprensivas, atléticas, sanas.
—No quiero sexo… o al menos no quiero sólo sexo. Quiero hacer el amor, con alguien a quien ame, y que me ame.
Su tono fue amable.
—He mirado sus archivos, señor Sullivan. No tenía usted a nadie así en la Tierra, por lo que…
—Eso era antes. Era cosa mía. Pero ahora que estoy bien…
—¿Ahora que está bien podrá distinguir entre una mujer que realmente lo ame y una mujer que vaya buscando su dinero?
—Váyase al carajo.
—Lo siento, no tendría que haber dicho eso. Pero, en serio, señor Sullivan, sabía usted que renunciaba al romance cuando vino aquí.
—¡Durante un año o dos! ¡No durante décadas!
—Y aunque comprendo su reticencia a relacionarse con algunos de nuestros invitados maduros, hay montones de trabajadores de su edad. Y no es que un hombre inteligente y atractivo como usted no tenga ninguna perspectiva de disfrutar aquí de un verdadero romance. No tenemos ninguna política corporativa en contra de que el personal se relacione sentimentalmente con los invitados.
—Eso no es lo que quiero. Hay alguien concreto en la Tierra.
—Ah —dijo Hades.
—Y necesito intentarlo con ella; tengo que hacerlo. Tontamente no intenté nada con ella antes, pero mi situación es distinta ahora.
—¿Cómo se llama? —preguntó Hades.
Me sorprendió la pregunta… me sorprendió tanto que la respondí.
—Rebecca. Rebecca Chong.
—Señor Sullivan —dijo Hades, con voz muy suave y amable—, ¿se le ha ocurrido que ya hay una versión suya en la Tierra que ya no sufre del síndrome de Katerinsky? Eso significa que hace semanas que él puede haber tenido el mismo cambio en sus sentimientos que usted experimenta ahora. Tal vez Rebecca y él estén ya juntos…, cosa que no dejaría sitio alguno para usted.
Mi corazón latía con fuerza… Una sensación que mi otro yo no conocería nunca.
—No —dije—. No, eso… eso no es posible.
Hades alzó las cejas como diciendo «¿ah, no?». Pero no dio voz a las palabras, la primera auténtica amabilidad que tuvo conmigo.
Después de almorzar, le tocó a Deshawn el turno de interrogar a Caleb Poe, el profesor de filosofía.
—Tiene usted una bonita voz, doctor Poe —dijo Deshawn, de pie tras la mesa de la parte demandante.
Poe alzó las cejas, sorprendido.
—Gracias.
—Muy agradable —continuó Deshawn—. Muy bien modulada. ¿Se lo habían dicho?
Poe ladeó la cabeza.
—De vez en cuando.
—Estoy seguro de que sí. De hecho, parece que podría ser usted un buen cantante.
—Gracias.
—¿Canta usted, doctor Poe?
—Sí.
—¿En qué ocasiones?
—Protesto —dijo López, extendiendo los brazos—. Irrelevante.
—Todo quedará revelado pronto —dijo Draper, mirando al juez.
Herrington frunció el ceño un momento.
—Tengo una definición muy conservadora de «pronto», señor Draper. Pero continúe.
—Gracias —dijo Deshawn—. Doctor Poe, ¿en qué ocasiones canta usted?
—Cuando estudiaba en la universidad, en clubes nocturnos, bodas, las típicas funciones empresariales.
—Pero ya no va a la universidad. ¿Sigue teniendo muchas oportunidades para cantar?
—Sí.
—¿Y dónde lo hace?
—En un coro.
—Un coro parroquial, ¿es correcto?
Poe se agitó levemente en su asiento.
—Sí.
—¿De qué Iglesia?
—Episcopaliana.
—Entonces, canta usted en el coro de un templo cristiano, ¿cierto?
—Sí.
—Como parte de los servicios religiosos de cada domingo, ¿me equivoco?
—Señoría —dijo López—. Una vez más, ¿cuál es la relevancia de todo esto?
—Ya he pasado de la primera P y la primera R, señoría —dijo Draper—. Déjeme llegar al final.
—Muy bien —dijo Herrington, golpeando impaciente con una estilográfica el estrado.
—Canta usted en ceremonias religiosas —dijo Draper, mirando de nuevo a Poe.
—Sí.
—¿Se describiría a sí mismo como una persona religiosa?
Poe se mostró ahora retador.
—Supongo que lo soy, sí. Pero no soy un fanático.
—¿Cree usted en Dios?
—Eso es el sine qua non de ser religioso.
—Cree usted en Dios. ¿Cree en el diablo?
—No soy ningún fundamentalista de la Biblia —dijo Poe—. No me tomo las cosas literalmente. Creo que el universo, tal como calculan las últimas cifras, tiene once mil novecientos millones de años de antigüedad. Creo que la vida evolucionó a partir de formas más simples a través de la selección natural. Y no creo en cuentos de hadas.
—¿No cree en el diablo?
—Exacto.
—¿Y en el infierno?
—Una invención que debe más al poeta Dante que a la teología racional —contestó Poe—. Las historias del infierno y los demonios eran quizás útiles cuando el clero tenía que tratar con poblaciones analfabetas, sin educación ni sofisticación. Pero ahora no somos esas cosas: podemos guiarnos por argumentos morales y tomar elecciones morales razonadas, sin que nos amenacen con el coco.
—Muy bien —dijo Deshawn—. Muy bien. Entonces ha pasado usted de las trampas más tontas de la religión primitiva, ¿no es así?
—Bueno, yo no lo expresaría de una forma tan poco elegante.
—Pero no cree usted en el diablo.
—No.
—Y no cree en el infierno.
—No.
—Y no cree en el diluvio universal.
—No.
—¿Y no cree en el alma?
Poe guardó silencio.
—¿Doctor Poe? ¿Quiere responder a mi pregunta, por favor? ¿Es cierto que no cree en el alma?
—Ésa… no sería mi postura.
—¿Quiere decir que sí que cree en el alma?
—Bueno, yo…
Deshawn se plantó delante de su mesa.
—¿Cree que tiene usted alma?
—Sí —dijo Poe, con decisión ahora—. Sí, lo creo.
—¿Y cómo ha conseguido esa alma?
—Me la dio Dios.
Deshawn miró significativamente al jurado, y luego se volvió hacia Poe.
—¿Puede explicarnos qué es el alma según su concepción?
—Es la esencia de quien soy —dijo Poe—. Es la chispa de lo divino en mí. Es la parte de mí que sobrevivirá a la muerte.
—Según usted entiende estos asuntos, ¿tiene alma todo ser viviente?
—Absolutamente.
—¿Sin excepciones?
—Ninguna.
Deshawn se había trasladado al pozo y señalaba hacia Karen, sentada a la mesa de la parte demandante.
—Ahora, por favor, mire a la señora Bessarian. ¿Tiene alma?
Karen era toda atención; alerta, sus ojos verdes brillaban.
Poe respondió con énfasis.
—No.
—¿Por qué no? ¿Cómo lo sabe?
—Ella… eso… es un objeto fabricado. Bien podría preguntarme si una estufa o un coche tienen alma.
—Comprendo lo que quiere decir. Pero aparte de una creencia a priori, doctor Poe, ¿cómo puede decir que la señora Bessarian no tiene alma? ¿Qué prueba puede realizar para demostrar que usted sí tiene un alma, pero ella no?
—No hay ninguna prueba semejante.
—Claro que no la hay —dijo Deshawn.
—Protesto —dijo López—. Eso no es una pregunta.
—Aceptada —declaró el juez Herrington.
Deshawn asintió, contrito.
—Muy bien —dijo—. Pero esto sí: doctor Poe, ¿cree que Dios lo juzgará después de la muerte?
Poe guardó silencio un instante. Tenía el aspecto de un animal que sabía que lo estaban cazando.
—Sí, lo creo.
—¿Y qué es lo que juzgará Dios?
—Si he sido moral o inmoral en mi vida.
—Sí, sí, ¿pero qué parte de usted estará juzgando? Recuerde, a esas alturas, estará usted muerto. Obviamente no juzgará su cuerpo frío, ¿no?
—No.
—Y no juzgará la masa eléctricamente muerta que fue su cerebro, ¿no?
—No.
—¿Entonces qué juzgará? ¿Qué parte de usted?
—Juzgará mi alma.
Deshawn miró al jurado y extendió los brazos.
—Bueno, eso no parece justo. Quiero decir, sin duda que fueron su cuerpo o su cerebro los que llevaron a cabo cualquier acto inmoral. Su alma sólo iba de acompañante en el viaje.
—Bueno…
—¿No es ése el caso? Cuando ha expuesto usted antes sus bonitos términos filosóficos del viajero interior, de una auténtica conciencia que acompaña al cuerpo zombi, el viajero al que se refería es realmente el alma, ¿no? ¿No es eso lo que pretende fundamentalmente?
Deshawn dejó que la palabra resonara en el aire un momento.
—Bueno, yo…
—Si estoy confundido, doctor Poe, por favor corríjame. En términos sencillos y profanos, no hay ninguna distinción significativa entre su auténtica conciencia y lo que el resto de nosotros entendemos como alma, ¿correcto?
—Ésa no sería mi formulación…
—Si hay alguna diferencia, por favor, explíquela, profesor.
Poe abrió la boca pero no dijo nada: parecía uno de esos antepasados peces que había enumerado antes.
—¿Doctor Poe? —dijo Deshawn—. La sala espera su respuesta.
Poe cerró la boca, inspiró profundamente por la nariz y pareció pensar.
—En términos profanos —dijo por fin—, reconozco que los dos términos se confunden.
—¿Reconoce que su noción filosófica de la conciencia superpuesta al zombi, y la noción filosófica del alma superpuesta al cuerpo biológico son esencialmente lo mismo?
Después de un momento, Poe asintió.
—Una respuesta verbal, por favor, profesor… para que conste en acta.
—Sí.
—Gracias. Ahora bien, hace unos momentos hablábamos de que Dios juzga a las almas después de la muerte. ¿Por qué hace eso Dios?
Poe se agitó en su asiento.
—Yo… no entiendo la pregunta.
Deshawn extendió los brazos.
—Quiero decir, ¿cuál es el sentido de que Dios juzgue las almas? ¿No hacen justo lo que Dios pretendía que hicieran?
Poe entornó los ojos: estaba claramente esperando una trampa, pero no podía verla. Ni, sinceramente, podía verla yo.
—No, no. El alma elige hacer el bien o el mal… y al cabo del tiempo Dios la hace responsable de esas acciones.
—Ah —dijo Deshawn—. Entonces el alma tiene voluntad, ¿no?
Poe miró a López, como buscando guía. Vi que ella se encogía infinitesimalmente de hombros. El profesor dirigió de nuevo su mirada a Deshawn.
—Sí, por supuesto —dijo por fin—. Ésa es la cuestión. Dios nos ha dado el libre albedrío, y es el alma la que ejecuta ese libre albedrío.
—En otras palabras, el alma puede tomar las decisiones que quiera, a pesar de los deseos de Dios, ¿correcto?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que Dios desea que seamos buenos, que sigamos los preceptos de los diez mandamientos, por ejemplo, o el sermón de la montaña… pero no nos obliga a ser buenos. Podemos hacer lo que se nos antoje.
—Sí, por supuesto.
—Y, puesto que el alma es la parte de nosotros que realmente toma decisiones, entonces de hecho es el alma la que puede hacer lo que se le antoje, ¿correcto?
—Bueno, sí.
—¿Pero qué hay de la naturaleza física del alma? Antes de la muerte, ¿está localizada en el individuo?
—¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que no está dispersa por ahí… es un fenómeno localizado, ¿no? Existe dentro de una persona específica.
López lo intentó de nuevo.
—Señoría, protesto. Irrelevante.
Pero Herrington estaba embobado.
—Denegada, señora López… y no me moleste con nuevas protestas durante este testimonio. Profesor Poe, responda a la pregunta del señor Draper. ¿Está el alma localizada dentro de una persona específica?
Poe asistió azorado al intercambio entre el juez y la abogada que le pagaba por su testimonio, pero por fin se decidió a hablar.
—Yo… sí.
—¿Y después de la muerte? —preguntó Deshawn—. ¿Qué le pasa entonces al alma?
—Deja el cuerpo.
—¿Físicamente? ¿Materialmente? ¿Como una onda de energía o algo así?
—El alma es insustancial y trasciende nuestras nociones de espacio y tiempo.
—¡Qué conveniente! —dijo Deshawn—. Pero vayamos un paso más allá, ¿quiere? El alma no necesita respirar, ¿correcto? Ni necesita comer. Es decir, ¿puede continuar existiendo sin la infraestructura de un cuerpo biológico para mantenerla?
—Por supuesto —dijo Poe—. El alma es inmortal e insustancial.
—Y, sin embargo, tiene una localización específica. Su alma, antes de la muerte, está en su interior, y la mía está en mi interior, ¿correcto?
Poe extendió los brazos.
—Si va a pedirme que señale el alma en una resonancia magnética o una radiografía, señor Draper, admito libremente que no puedo hacerlo.
—En absoluto, en absoluto. Sólo quiero asegurarme de que seguimos la misma idea. Estamos de acuerdo en que el alma está localizada — la suya en su interior, la mía en mi interior.
—Sí, así es.
—Y el alma es móvil después de la muerte del cuerpo, ¿cierto? ¿Puede ir al cielo?
—Sí. Si Dios le permite la entrada.
—Pero ¿puede ir a otra parte?
—¿A qué se refiere?
—Me refiero a que el alma no cambia con la muerte. Sigue teniendo voluntad, ¿no? Su alma no se ha convertido en una autómata, ¿no? ¿No se ha convertido en una zombi?
Poe volvió a agitarse de nuevo en el asiento de los testigos.
—No.
—Bien, entonces, doctor Poe, si no hay ninguna prueba que pueda usted realizar para determinar si un alma está presente, si el alma está localizada en un lugar específico, y si el alma no requiere nutrición ni otro mantenimiento por parte de un cuerpo vivo, si el alma deja el cuerpo a la muerte, si el alma trasciende el tiempo y el espacio y puede moverse a una nueva localización después de dejar el cuerpo original, y si el alma sigue teniendo libertad para actuar incluso después de la muerte, ¿entonces cómo puede decir que a la muerte de la Karen Bessarian biológica su alma no eligió mudarse a la forma artificial que está ahí sentada a la mesa de la parte demandante?
—Yo… ah…
—¿No es eso posible, doctor Poe? Dadas las propiedades del alma tal como usted mismo las ha descrito, ¿no es posible? El cuerpo biológico de Karen Bessarian está aparentemente muerto. Pero queda muy claro, ¿no es así?, que la señora Bessarian quiso transferir su persona a la forma mecánica que está sentada en esta sala con nosotros. Puesto que eso fue su deseo, el deseo de su alma, ¿no es probable que su alma haya buscado ahora cobijo en una forma artificial?
Poe no dijo nada.
Deshawn asintió amablemente.
—Reconozco que ha sido toda una diatriba, doctor Poe, pero la última parte era una pregunta, y tiene usted que contestarla.
—Bueno, si quiere jugar…
—¿Jugar a qué, doctor Poe? Usted mismo ha dicho que era significativo que una persona biológica tiene un alma y una descarga no. De hecho, usó el lenguaje de la filosofía para decirnos que la Karen Bessarian que está presente en esta sala debe de carecer de alma… un estado que ha descrito como zombi. Hay quienes dirían que eso sí que es un juego, ya que usted mismo ha admitido que no puede detectar, medir ni señalar el alma.
Deshawn volvió a su mesa y se colocó detrás de Karen, con una mano sobre cada uno de sus hombros.
—Aunque las almas sólo las cree Dios, y no puedan ser duplicadas por ningún proceso mortal, ¿no sigue siendo posible que el alma de la señora Bessarian resida ahora en este cuerpo artificial… haciendo de ella no más un zombi que lo que era el original antes de fallecer?
—Bueno, yo…
—Es posible, ¿verdad? —dijo Deshawn.
Poe dejó escapar un largo y estremecedor suspiro.
—Sí —dijo por fin—. Supongo que es posible.