26

Regresé a mis habitaciones (no podía llamarlo mi «hogar») en Alto Edén, y me tomé la primera de las pildoras de toraplaxina. Luego me tumbé en el sofá, frotándome la frente, esperando que la medicina me ayudara. A una orden hablada, la imagen del lago Louise desapareció de la pared y fue sustituida por las noticias de la CBC. Me pregunté si Inmortex controlaba qué programas veíamos. No me hubiera extrañado. Vaya, apuesto a que incluso…

De repente mi corazón dio un brinco tan grande que sentí como si me hubieran dado una patada en el esternón.

Estaban pasando un reportaje sobre Karen Bessarian.

La otra Karen Bessarian.

—¡Márcalo! —grité al aire.

La línea de datos superpuesta en la pantalla decía: «Detroit.» Una periodista blanca hablaba a la cámara delante de un edificio antiguo.

—Una extraña batalla está teniendo lugar en este tribunal de Michigan —decía la mujer—. El hijo de la famosa novelista Karen Bessarian, autora de la superpopular serie de MundoDino, es demandado por una entidad que dice ser Karen Bessarian…

Vi el reportaje, asombrado. Tardé un momento en reconocer a Karen: había optado por un rostro sustancialmente más joven. Pero, mientras seguían pasando imágenes, vi que era claramente ella… o, al menos, su versión descargada.

¡Y su derecho a ser la Karen Bessarian legal y real estaba siendo debatido en los tribunales! La periodista no ofrecía ninguna opinión sobre el rumbo del juicio, pero el simple hecho de que aquella charada pudiera estar teniendo lugar me dejó a cuadros. ¡Sin duda Brian Hades no podría retenerme mucho más! ¡Sin duda que tendría que dejarme regresar a la Tierra, reemprender mi antigua vida! Cualquier otra cosa sería como hacer de mí su rehén…


—La parte demandante llama a Tyler Horowitz —dijo Deshawn, poniéndose en pie.

Pude ver que Karen se agitaba incómoda en su asiento, junto a él.

Cuando Deshawn iniciaba su turno de preguntas, Tyler parecía desafiante en el estrado.

—Señor Horowitz, su abogada conocía de algún modo el número de identificación personal de su madre. ¿Tuvo usted algo que ver en ello?

—Humm, yo, ah, me acojo a la Quinta Enmienda.

—Señor Horowitz, no es ningún delito conocer el PIN de alguien. Si algunos son lo bastante descuidados para que pueda descubrirse, es problema de ellos, no suyo. A menos, por supuesto, que lo haya usado usted para acceder de manera fraudulenta a los fondos de su madre, en cuyo caso, naturalmente, debería primar su recurso de acogida al privilegio de la Quinta Enmienda. ¿Es ése su deseo?

—No he tocado ni un céntimo del dinero de mi madre —dijo Tyler, bruscamente.

—No, no, por supuesto que no —dijo Deshawn, quien esperó el tiempo perfecto antes de añadir—: Todavía.

López se puso en pie.

—¡Protesto, señoría!

—Se aprueba —dijo Herrington—. Cuidado, señor Draper.

Deshawn inclinó su cabeza calva hacia el estrado.

—Mis disculpas, señoría. Señor Horowitz, si quiere que deje en paz su habilidad para hurgar en la cuenta corriente de su madre, lo haré.

—Maldición, lo está tergiversando usted todo —dijo Tyler—. Yo… Mire, hace años, mi madre mencionó que su PIN era el número de extensión del lugar donde trabajaba cuando estaba embarazada de mí; entonces trabajaba recaudando fondos para la Universidad del Estado de Georgia. Cuando la señora López lo preguntó, llamé al archivero de allí y le pedí que buscara en una vieja guía telefónica interna. Así que ya ve, no es nada espantoso.

Deshawn asintió.

—Por supuesto que no.

Guardó silencio varios segundos, hasta que finalmente el juez Herrington le instó.

—¿Señor Draper?

Deshawn empezó a sentarse, como si hubiera terminado su intervención, pero antes de que su culo tocara la silla, volvió a levantarse y preguntó, con voz vibrante:

—Señor Horowitz, ¿ama usted a su madre?

—La amaba, sí, mucho. Ahora está muerta.

—¿Lo está? —dijo Deshawn—. ¿No reconoce que la mujer que está sentada aquí a mi lado es, de hecho, su madre?

—Eso no es una mujer. No es un ser humano. Es un robot, una máquina.

—Y, sin embargo, contiene los recuerdos de su madre, ¿no?

—Supuestamente.

—¿Son adecuados los recuerdos?¿Se ha dado cuenta alguna vez de que fallara al dar los detalles exactos de algo que usted mismo recuerde también?

—No, nunca —dijo Tyler—. Los recuerdos son exactos.

—Y entonces ¿en qué sentido no es este ser su madre?

—En todos los sentidos. Mi madre era de carne y hueso.

—Ya veo. Ahora, déjeme hacerle algunas preguntas específicas. Su madre, como sabemos, nació en 1960… y por eso creció con las prácticas dentales del siglo XX. —Deshawn se estremeció ante tan bárbara idea—. Tengo entendido que tiene empastes en algunos dientes, ¿correcto?

—Tenía empastes —dijo Tyler—. Sí, creo que es así.

—Ahora bien, no por el simple hecho de que partes naturales de sus dientes hayan sido sustituidas por algo llamado «amalgama», una mezcla de plata y mercurio (¡mercurio!), deja de ser su madre, a sus ojos, ¿correcto?

—Esos empastes se los hicieron antes de que yo naciera.

—Sí, sí. Pero usted no los veía como extraños ni ajenos. Eran parte de su madre.

Tyler entornó los ojos.

—Supongo.

—Y tengo entendido que a su madre también le implantaron una prótesis de cadera hace quince años.

—Así es.

—Pero el hecho de que su cadera fuese artificial… no por ello dejó de ser su madre, ¿no?

—Bueno…, no. No.

—¿Y no es cierto que su madre se sometió a cirugía láser-k para modificar la forma del ojo, para mejorar su visión?

—Sí, así es.

—¿Cambió eso su modo de verla?

—Sólo cambió su modo de verme.

—¿Qué? Ah, sí. Muy listo. En cualquier caso, hace pocos años, creo que es cierto que su madre también se hizo instalar un par de implantes en el oído, para oír mejor. ¿No es así?

—Sí.

—¿Cambió eso su modo de verla? —preguntó Deshawn.

—No.

—Y, como su madre ha declarado antes, se sometió a terapia genética para reescribir su ADN y eliminar los genes que ya le habían provocado un cáncer de mama. Pero eso no alteró su modo de verla, ¿no?

—No, no lo hizo.

—Así que la eliminación de partes de su cuerpo (como en la operación de amígdalas), no alteró su manera de verla, ¿me equivoco?

—Bueno, no.

—Y la sustitución de partes de su cuerpo, como los empastes dentales y la cadera artificial, no alteró su modo de verla, ¿cierto?

—Cierto.

—Y la modificación de partes de su cuerpo, como los ojos mediante cirugía láser, tampoco alteró su modo de verla, ¿correcto?

—Correcto.

—Y la adición de nuevas partes a su cuerpo, como los implantes auditivos, tampoco hizo que la viera de un modo distinto, ¿verdad?

—Cierto.

—Ni siquiera que reescribieran su código genético para eliminar genes indeseables alteró tampoco su percepción de ella, ¿correcto?

—Sí.

—Eliminar. Sustituir. Modificar. Añadir. Reescribir. Acaba de declarar que ninguna de esas cosas hizo que Karen Bessarian dejara de ser su madre a sus ojos. ¿Puede entonces argumentarnos exactamente qué hay en la Karen Bessarian que está sentada en esta sala que hace que no sea su madre?

—Es que no lo es —dijo Tyler, llanamente.

—¿En qué sentido?

—En todos los sentidos. No lo es.

—Ya van dos veces, señor Horowitz. ¿Va a negarla una tercera?

López volvió a levantarse.

—¡Señoría!

—Lo retiro —dijo Deshawn—. Señor Horowitz, ¿cuánto tiene que ganar personalmente si este tribunal accede a permitirle impugnar el testamento de su madre?

—Mucho —dijo Tyler.

—Vamos, debe de conocer la cifra.

—No, no lo sé. No suelo manejar los asuntos financieros de mi madre.

—¿Cabe suponer que serían docenas de miles de millones? —preguntó Deshawn.

—Supongo.

—Es algo más que treinta monedas de plata, ¿no?

—¡Señoría, por el amor de Dios! —exclamó López.

—Lo retiro, lo retiro —dijo Deshawn—. Su testigo, señora López.


Después del almuerzo, María López se levantó, cruzó el pozo y se encaró a su cliente. Tyler parecía a la vez abatido y avergonzado. Su traje verde oliva estaba arrugado y llevaba su pelo ya escaso despeinado.

—El señor Draper le ha pedido que argumente qué hace que la demandante en este caso no sea su madre real —dijo López—. Ha tenido tiempo en la pausa para pensarlo.

Hubiese puesto los ojos en blanco, pero todavía no sabía cómo. Lo que López quería decir, por supuesto, era que habían tenido tiempo de reunirse en el almuerzo y que le había proporcionado una respuesta mejor.

López continuó.

—¿Quiere intentar decirnos de nuevo por qué la entidad que se hace llamar Karen Bessarian no es de hecho su difunta madre?

Tyler asintió.

—Porque es, como mucho, una copia de algunos aspectos de mi madre. No hay ninguna continuidad de personalidad. Mi madre era un ser humano nacido de carne y hueso. Cierto, en algún momento le hicieron un escaneo del cerebro y crearon esta… esta cosa a partir de él. Pero mi madre de carne y hueso no dejó de existir en el momento en que se hizo el escaneo; no es que la copia continuara donde la original cesó. Más bien, mi madre de carne y hueso voló en un avión espacial hasta la órbita baja de la Tierra, luego tomó una nave espacial hasta la Luna y se estableció en una colonia de retiro en su cara oculta. Todo eso le sucedió a mi madre después de que se hiciera esta copia, y esta copia no tiene ningún recuerdo de ello. Aunque reconozcamos que la copia es idéntica en todos los aspectos materiales a mi madre (y no lo reconozco, ni por un segundo), han tenido experiencias divergentes. Esta copia no es más mi madre de lo que lo sería su hermana gemela, si tuviera una.

Tyler hizo una pausa, luego continuó.

—Sinceramente, no me importa…, de verdad que no, si las conciencias copiadas son personas por derecho propio. Ésa no es la cuestión. La cuestión es si son la misma persona que el original. Y, en el fondo de mi corazón, con mi intelecto, con cada fibra de mi ser sé que no lo son. Mi madre está muerta. Desearía (¡oh, Dios, cómo lo deseo!) que no fuera cierto. Pero lo es. —Cerró los ojos—. Lo es.

—Gracias —dijo López.

—Señor Draper —dijo el juez Herrington—, puede llamar a su siguiente testigo.

Deshawn se puso en pie. Miró a Tyler, a Herrington, luego a Karen sentada a su lado. Y luego, extendiendo un poco los brazos, dijo:

—Señoría, la parte demandante pide un receso.

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