Hace cuatro décadas, mi predecesor en el Despacho Oval, John F Kennedy, dijo: «Ha llegado el momento de dar grandes pasos, el momento de una nueva empresa americana.» Entonces yo no era más que un chaval que vivía en un gueto de Montgomery, pero recuerdo vivamente cómo esas palabras hicieron que todo mi ser vibrara…
Mary y Ponter enfilaron el camino de acceso a la casa de Reuben Montego poco antes de las siete de la tarde. Louise y Reuben conducían ambos un Ford Explorer, prueba evidente, pensó Mary con una sonrisa, de que estaban hechos el uno para el otro. El de Louise era negro y el de Reuben marrón. Mary aparcó y Ponter y ella fueron a la puerta principal. Tuvo que pasar ante el coche de Louise; pensó en palpar el capó, pero no dudaba de que hacía rato que se había enfriado.
Reuben tenía un par de acres de tierra en Lively, un pueblecito de las afueras de Sudbury. A Mary le gustaba la casa de dos pisos, grande y modernas. Llamó al timbre y un momento después apareció Reuben, seguido por Louise.
—Mary —exclamó Reubcn, envolviéndola en un abrazo—. Y Ponter también! —dijo, una que vez soltó a Mary, y lo abrazó también a él.
Reuben Montego era esbelto, treintañero y negro, con la cabeza rapada. Llevaba una sudadera con el logo de los Toronto Blue Jaya en el pecho.
—Pasad, pasad —dijo, invitándolos a dejar atrás el fresco aire de la tarde. Mary se quitó los zapatos, pero Ponter no … porque no llevaba. Vestía pantalones neanderthal, cuya parte inferior se adaptaba al calzado incorporado en ellos.
—¡Es una reunión de cuarentena! —declaró Ponter, observando afectuosamente al pequeño grupo. Y en efecto lo era: los cuatro habían tenido que pasar allí dentro cuatro días por orden del Ministerio de Sanidad canadiense, cuando Ponter cayó enfermo durante su primera visita.
—Sí que lo es, amigo mío —respondió Reuben al comentario de Ponter. Mary miró en derredor: le gustaban mucho los muebles, una inteligente mezcla de caribeño y canadiense, con estanterías y madera oscura por todas partes. Reuben era un poco descuidado, pero su ex esposa tenía un gusto exquisito.
Mary notó inmediatamente que se relajaba en aquella casa. Naturalmente, contribuía a ello el hecho de que allí había sido donde empezó a enamorarse de Ponter, o que encerrada a salvo, con oficiales de la Policía Montada en el exterior, apenas dos días después de que Cornelius Ruskin la violara en el campus de la Universidad de York en Toronto, se había convertido en un verdadero refugio para ella.
—Tal vez haga un poco de frío a estas alturas de la estación —dijo Reuben—, pero se me ocurre que podríamos preparar una barbacoa.
—¡Sí, por favor! —contestó Ponter, entusiasmado. Reuben se echó a reír.
—Muy bien, pues. Manos a la obra.
Louise Benoit era vegetariana, pero no le importaba comer con gente que disfrutaba de la carne … lo cual era buena cosa, porque a Ponter la carne le encantaba. Reuben había colocado tres gigantescos pedazos de carne en la parrilla, mientras que Louise se entretenía preparando una ensalada. Reuben entraba en la cocina y salía al patio trasero colaborando con Louise para tenerlo todo a punto. Mary los vio trasteando en la cocina, trabajando juntos, tocándose afectuosamente de vez en cuando. Los primeros días de su matrimonio con Colm habían sido así; más tarde, pareció que siempre estaban interponiéndose en el camino del otro .
Mary y Ponter se habían ofrecido a ayudar, pero Reuben dijo que no era necesario. La cena no tardó en estar servida y los cuatro se sentaron a comer. A Mary le sorprendió advertir que conocía a aquella gente (tres de las personas más importantes de su vida) desde hacía sólo tres meses. Cuando los mundos chocan, los cambios se producen rápido.
Mary y Reuben comían con cuchillo y tenedor. Ponter llevaba guantes de cocina reciclables que había traído consigo, y agarraba su trozo de carne y arrancaba pedazos con los dientes.
—Han sido unos meses sorprendentes —dijo Reuben, pensando quizá lo mismo que Mary—. Para todos nosotros.
Sí que lo habían sido. Ponter Boddit había sido mandado por accidente a esta versión de la realidad por un error en el experimento de cálculo cuántico que estaba realizando en su mundo. En su versión de la Tierra, el hombre-compañero de Ponter, Adikor, fue acusado de haberlo asesinado y de haber eliminado luego el cadáver. Adikor y la hija mayor de Ponter, Jasmel Ket, habían conseguido restablecer el portal universal el tiempo suficiente para que Ponter regresara a casa … y exonerar a Adikor.
Una vez en casa, Ponter convenció al Gran Consejo Gris para que les permitiera a Adikor y a él abrir un portal permanente. Lo consiguieron rápidamente.
Mientras tanto, el campo magnético de la versión humana de la Tierra había empezado a alterarse, al parecer como preludio de una inversión de los polos. La Tierra neanderthal había experimentado hacía poco su propia inversión … y de una manera extraordinariamente rápida: el comienzo del colapso de su campo había acaecido hacía tan sólo veinticinco años y la inversión y el restablecimiento del campo se habían completado en apenas quince.
Mary, todavía trastornada por su violación, dejó la Universidad de York para reunirse al recién formado Grupo Sinergía de Jock Krieger. Pero en un viaje de regreso a Taranta, Ponter identificó al violador: Cornelius Ruskin, que también había violado a Qaiser Rentulla, la jefa de departamento de Mary en York.
—Unos meses sorprendentes, en efecto —dijo Mary. Sonrió a Reuben y luego a Louise; eran una pareja muy atractiva. Ponter estaba sentado junto a ella; Mary le hubiese tomado de la mano, pero la llevaba enfundada en un guante ensangrentado. Reuben y Louise no tenían aquel impedimento; Reuben apretó la mano de Louise y le sonrió con cara de enamorado.
Los cuatro charlaron animadamente mientras tomaban el plato principal, luego el postre de cóctel de frutas y finalmente el café (los tres Homo sapiens) y Coca-Cola (Ponter). Mary disfrutó de cada segundo pero también estuvo un poco triste porque lamentaba que veladas como aquélla, cenando con Ponter y sus amigos, serían muy esporádicas: la cultura de Ponter imponía un ritmo de vida muy distinto.
—Oh, por cierto —dijo Reuben, dando un sorbo a su café—, una amiga mía de la Laurentian me ha estado dando la lata para que te la presente.
La Universidad Laurentian, en Sudbury, era el lugar donde Mary había llevado a cabo sus estudios sobre el ADN de Ponter, para demostrar que era un neanderthal.
Ponter alzó su única ceja.
¿Si?.
—Se llama Verónica Shannon, y es posdoctorada del Grupo de Investigación Neurocientífica de allí.
Ponter esperaba que Reuben añadiera algo, pero como no lo hizo, lo instó con la palabra neanderthal que significaba sí.
—¿Ka?
—Lo siento —dijo Reuben—. Es que no estoy seguro de cómo plantearlo. Supongo que no sabes quién es Michael Persinger.
—Yo sí que lo sé —intervino Louise—. Leí un artículo que hablaba de él en Saturday Night.
Reuben asintió.
—Sí, apareció en portada y todo. Y también hay artículos sobre él en Wired y The Skeptical lnquirer y Maclean 's y Scientific American y Discover.
—¿Quién es? —preguntó Ponter. Reuben soltó su tenedor.
—Persinger es un estadounidense que eludió el reclutamiento … en los viejos tiempos en que la fuga de cerebros entre fronteras iba en la otra dirección. Lleva años en la Laurentian, y ha inventado un aparato que puede inducir experiencias religiosas en la gente. a través de la estimulación magnética cerebral.
—Oh, ese tipo —dijo Mary, poniendo los ojos en blanco.
—Pareces dudosa —observó Reuben.
—Porque lo dudo. Qué montón de patrañas.
—Yo mismo lo he probado —dijo Reuben—. No con Persinger … sino con mi amiga Verónica, que ha desarrollado un sistema de segunda generación, basado en la investigación de Persinger.
—¿Y viste a Dios? —preguntó Mary con retintín.
—Podríamos decir que sí. Tienen algo. —Miró a Ponter—. Y ahí es donde entras tú, grandullón. Verónica quiere probar su equipo contigo.
—¿Porqué?
—¿Por qué? —repitió Reuben, como si la respuesta fuera obvia—. Porque en nuestro mundo la idea de que tu gente nunca haya desarrollado la religión es escandalosa. No es que la tuvierais y la descartarais, sino que en toda vuestra historia nadie haya concebido jamás la idea de Dios o de la otra vida.
—Esas ideas, ¿cómo lo decís?, «chocan frontalmente» con la realidad observable —dijo Ponter. Miró a Mary—. Perdóname, Mare. Sé que crees en esas cosas, pero …
Mary asintió.
—Pero tú no.
—Bien —continuó Reuben—. El grupo de Persinger cree que han encontrado el motivo neuronal por el que el Homo sapiens tiene creencias religiosas. Así que mi amiga Verónica quiere ver si puede inducir una experiencia religiosa en un neanderthal. Si puede, entonces habrá que buscar algunas explicaciones, puesto que vosotros no tenéis creencias religiosas. Pero Verónica sospecha que la técnica que funciona con nosotros no funcionará con vosotros. Piensa que vuestros cerebros deben tener algo distinto a un nivel básico.
—Una premisa fascinante —dijo Ponter—. ¿Supone algún peligro el procedimiento?
Reuben negó con la cabeza.
—Ninguno en absoluto. De hecho, tuve que comprobarlo.— Sonrió—. El gran problema de la mayoría de los estudios psicológicos es que todos los conejillos de indias son estudiantes de psicología que se presentan voluntarios. Sabemos mucho de los cerebros de esa gente, que pueden o no ser típicos, pero muy pocos de los cerebros de la población en general. Conocí a Verónica el año pasado; me abordó para hacer algunas pruebas a los mineros … una muestra de población completamente distinta a la habitual.
Reuben era el médico de la mina de níquel Creighton, donde estaba emplazado el Observatorio de Neutrinos de Sudbury.
—Les ofreció unos cuantos dólares a los mineros, pero Inco quiso que verificara el procedimiento antes de dejar que lo aplicara. Me leí la obra de Persinger, estudié las modificaciones de Verónica y me sometí yo mismo al procedimiento. Los impulsos magnéticos son minúsculos comparados con los de las resonancias magnéticas, y se las recomiendo por rutina a mis pacientes. Es completamente seguro.
—Entonces, ¿me pagará unos cuantos dólares? —preguntó Ponter.
Reuben pareció sorprendido.
—Eh, uno tiene que comer —dijo Ponter. Pero no pudo mantener la seriedad: una gran sonrisa cruzó su rostro—. No, no, tienes razón, Reuben, no me importa la compensación. —Miró a Mary—. Lo que sí me importa es comprender este aspecto vuestro, Mare … esta cosa que es una parte tan importante de vuestras vidas pero que yo encuentro incomprensible.
—Si quieres saber más sobre mi religión, ven a misa conmigo —dijo Mary.
—Con mucho gusto —respondió Ponter—, Pero también me gustaría conocer a esa amiga de Reuben.
—Tenemos que ir a tu mundo —dijo Mary, algo petulante—. Pronto Dos se convertirán en Uno.
Ponter asintió.
—Oh, es verdad … y no queremos perdernos ni un momento de eso. —Miró a Reuben—. Tu amiga tendría que hacemos un hueco mañana. ¿Será posible?
—Voy a llamarla ahora mismo —dijo Reuben, levantándose—. Estoy seguro de que removerán cielo y tierra para encontrarte sitio.