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Y ese impulso nos llevará hacia adelante y hacia afuera…


Bristol Harbour Village había sido el sueño de un promotor inmobiliario llamado Fred Sarkis: cinco bloques de apartamentos de lujo encaramados en lo alto de un acantilado de pizarra a orillas del lago Canandaigua. Uno de los lagos Finger del estado de Nueva York, el Canandaigua era una larga y profunda grieta en el paisaje formado por los glaciares de la Edad de Hielo.

BHV había sido construida a principios de los años setenta, antes de que la economía de Rochester, como la de tantas otras ciudades del norte del estado, se fuera al garete. Era un extraño fruto de su tiempo, como el Habitat de la Expo'67. La primera vez que Mary la había visto, le había parecido un buen escenario para una película de Spiderman: puentes de todo tipo comunicaban los aparcamientos al aire libre de varios pisos con los edificios en sí, lo que hubiese sido perfecto para balancearse con las telarañas.

Sin embargo, al parecer el desarrollo urbanístico no siguió el rumbo planeado y, a pesar de lujos como el campo de golf de Robert Trent Jones, calle arriba, y la cercana montaña Bristol para esquiar en invierno, siempre había muchos apartamentos en alquiler. La agente inmobiliaria con la que Mary había hablado no paraba de mencionar que Patty Dukc y John Astin, cuando todavía estaban casados, se habían alojado allí un verano. Mary sospechaba que el hecho de que vivieran allí dos neanderthales, serviría de reclamo comercial.

El apartamento que Mary había alquilado, de trescientos metros cuadrados, tenía dos dormitorios y dos pisos. Conservaba lo que debía haber sido la original y horrible alfombra peluda naranja; Mary no había visto nada igual desde hacía décadas. De todas formas, la vista era preciosa, pues daba directamente a la amplia extensión del lago. Desde el balcón superior, junto al dormitorio principal, se veía un panorama despejado; el balcón inferior daba a la cima de los tenaces árboles que habían crecido en la falda del acantilado. Desde cualquiera de ellos se divisaba la pasarela de cemento que salía del hueco del ascensor y caía docenas de metros hasta el paseo marítimo y la playa artificial de abajo.

—¡Esto sí que es un sitio interesante! —dijo Ponter mientras se plantaba en el balcón inferior, agarrando la barandilla con ambas manos—. Comodidades modernas en plena naturaleza. Casi me parece estar de vuelta en mi mundo.

Mary usaba un hornillo eléctrico en el balcón para cocinar los filetes que había comprado. Ponter continuó contemplando el lago, Adikor parecía interesado en una gran araña que avanzaba por la barandilla.

Cuando los filetes estuvieron listos (vuelta y vuelta para ellos, al punto para ella), Mary los sirvió, y Ponter y Adikor se lanzaron a ellos con sus manos enguantadas, mientras que Mary atacaba el suyo con un cuchillo. Naturalmente, la cena era lo fácil, pensó. Pero en algún momento alguien tendría que plantear la cuestión de dónde …

—Bueno —dijo Adikor—, ¿dónde dormiremos?

Mary inspiró profundamente.

—Creo que Ponter y yo deberíamos …

—No, no, no —dijo Adikor—. Dos no son Uno. Soy yo quien debería dormir con Ponter ahora.

—Sí, pero ésta es mi casa. Mi mundo.

—Eso es irrelevante. Ponter es mi hombre-compañero. Vosotros dos todavía no estáis unidos.

—¡Por favor! —dijo Ponter—. No peleemos.

Sonrió primero a Mary, luego a Adikor, pero se mantuvo en silencio unos minutos. Luego, con poca convicción, propuso:

—¿Sabéis?, podríamos dormir todos juntos …

—¡No! —dijeron Mary y Adikor simultáneamente.

«¡Santo cielo! —pensó Mary—. ¡Un ménage a trois homínido!»

—Creo que es lógico que Ponter y yo … —continuó Mary.

—Cartílagos —replicó Adikor—. Es obvio que …

—Mis amados —dijo Ponter, pero quizá porque mare era la palabra neanderthal para «amada», empezó de nuevo, usando una táctica diferente-o Mis dos amores, sabéis lo mucho que os quiero a ambos. Pero Adikor tiene razón: en circunstancias normales, yo estaría con él en esta época del mes. —Extendió una mano y tocó afectuosamente a Adikor—. Mare, tienes que acostumbrarte a esto. Va a ser una realidad durante el resto de mi vida.

Mary contempló el lago. Estaba en sombras, pero el sol todavía daba en la otra orilla, a dos kilómetros de distancia. Había cuatro aparatos de calefacción/refrigeración en el apartamento, uno en el extremo de cada planta. Había encendido el ventilador del que había en el dormitorio principal antes de irse a la cama cada noche, para que el ruido blanco ahogara la cacofonía de pájaros que traía el amanecer. Supuso que si lo ponía a máxima potencia no escucharía ningún sonido procedente del otro dormitorio …

Y Ponter tenía razón. Tenía que acostumbrarse a aquello. —Muy bien —dijo por fin, cerrando los ojos-o Pero vosotros tendréis que preparar el desayuno, entonces.

Adikor tomó la mano de Ponter y le sonrió a Mary.

—Trato hecho —dijo.


Ya había una gran caja fuerte insertada en la pared del fondo del despacho de Jock; había sido la primera reforma cuando el Grupo Sinergía había comprado aquella vieja mansión. La caja fuerte, rodeada de hormigón, cumplía las normas del Departamento de Defensa en lo referido a medidas de seguridad y contra incendios. Jock guardaba en ella el escritor de codones y sólo lo sacaba para estudiarlo.

Jock estaba sentado ante su mesa. En una esquina tenía la caja de conversión que Lonwis había ensamblado y que permitía que los diseños creados en el ordenador de Jock fueran descargados en el escritor de codones. Jock contemplaba uno de esos diseños. Su monitor (un LCD de diecisiete pulgadas, con un reborde negro) mostraba las notas y fórmulas que había preparado Cornelius Ruskin. Naturalmente, Jock le había dicho a Cornelius que su interés era puramente defensivo: que quería ver cómo sería el peor escenario posible si un artilugio como el escritor de codones cayera en manos equivocadas.

Jock sabía que tendría que haber entregado el aparato al Pentágono, pero esos hijos de perra querrían usado contra los humanos. No, ésta era su oportunidad, su única oportunidad, y tenía que aprovechada. En las primeras etapas del contacto entre los dos mundos parecería un accidente: un bicho desagradable que se había deslizado al otro lado. Lamentable, pero eso dejaría al Edén deshabitado, y sólo habría una baja entre los Homo sapiens: Cornelius Ruskin, cuando ya no le sirviera para nada.

Ruskin, por supuesto, sólo sabía lo que era necesario. Por ejemplo, por lo que a él se refería ya la mayoría de la comunidad de expertos en genética, la reserva natural del virus Ébola (el lugar donde acechaba cuando no infectaba a los humanos) era desconocida. Pero Jock sabía cosas que Ruskin no sabía: el Gobierno estadounidense había aislado la reserva ya en 1998: el Balaeniceps rex, el pico de zapato, un ave zancuda que habitaba los pantanos del este del África tropical La información había sido clasificada para que ninguna potencia enemiga la utilizase.

El Ébola era un virus ARN cuyo genoma había sido secuenciado por completo, aunque, una vez más, Ruskin no lo sabía; esa información también había sido clasificada, por el mismo motivo. Así que, por lo que Ruskin sabía, la secuencia que Jock le había pedido que manipulara no era más que una cadena viral aleatoria, no el verdadero código gen ético del Ébola.

Existían varias cepas del Ébola, con el nombre del lugar donde habían sido identificadas por primera vez. El Ébola-Zaire era, con diferencia, el más letal, pero sólo se transmitía a través de los fluidos corporales. El Ébola-Reston, que no afecta a los humanos, se transmitía por aire. Pero Ruskin no había tenido ningún problema (puramente como parte del ejercicio, por supuesto) para programar el escritor de codones para que intercambiara unos cuantos genes, produciendo por tanto una versión híbrida que tendría la virulencia del Ébola-Zaire con la habilidad del Ébola-Reston para transmitirse por vía aérea.

Unas cuantas modificaciones más redujeron la incubación del virus modificado a una décima parte de lo que era en la naturaleza: su tasa de mortalidad se elevaba a más del noventa y nueve por ciento. Y una última modificación había cambiado los marcadores genéticos que especificaban la reserva natural del virus …

La segunda parte del proyecto había sido más difícil, pero Cornelius había picado el anzuelo sin dificultad; era sorprendente cómo un sueldo de doscientos mil dólares motivaba a una persona.

La cosa era bastante sencilla sobre el papel: impedir que el virus se activara a menos que la célula anfitriona tuviera ciertas características. Por fortuna, cuando la embajadora Tukana Prat trajo consigo a diez de los más famosos neanderthales a las Naciones Unidas, éstos habían compartido libremente mucho conocimiento. Uno de ellos, Borl Kadas, había proporcionado toda la información extraída con la secuenciación del genoma neanderthal, que había sido realizada en el equivalente al año que Jock conocía como 1953. Esa base de datos había proporcionado la información necesaria para asegurar que el virus sólo matara cuando tuviera que hacerla.

Ya sólo quedaba un problema: hacer pasar el virus al otro lado. Al principio, a Jock le pareció que la solución más sencilla sería infectarse él mismo: después de todo, no causaría ningún efecto a un homínido con veintitrés pares de cromosomas. Pero la tecnología de láser sintonizado que se empleaba para descontaminar a la gente que cruzaba entre mundos lo hubiese eliminado fácilmente de su cuerpo. Incluso las valijas diplomáticas eran descontaminadas, así que meter simplemente una dosis del virus en una de ellas tampoco funcionaría.

No, necesitaba colocar un aerosol en un contenedor impenetrable a los pulsos láser usados por el equipo des contaminador neanderthal. Jock no tenía ni idea de cómo conseguido, pero los miembros de su equipo óptico (formado en principio para estudiar la tecnología de imágenes de los implantes Acompañantes, y escogido entre lo mejorcito de Bausch Lomb, Kodak y Xerox) sin duda serían capaces de logrado, puesto que la tecnología de láser sintonizado había sido también compartida libremente con los Romo sapiens por los neanderthales.

Jock descolgó el teléfono y marcó una extensión interna.

—Hola, Kevin —dijo—. Soy Jock. ¿Quieres bajar con Frank y Lilly a mi despacho, por favor? Tengo un trabajito para vosotros …

Mary encontró una solución sencilla al problema de trabajar en el mismo edificio que Cornelius Ruskin. Llegaba tarde y trabajaba hasta la noche; Cornelius se marchaba poco después de que ella llegara … o, si había suerte, incluso antes.

Ponter y Adikor viajaban con Mary desde Bristol Harbour Village: no tenían otro medio de transporte. Pero se pasaban la mayor parte del tiempo trabajando en el proyecto de cálculo cuántico con Lonwis Trob, y a menudo con Louise Benoir. … aunque ella trabajaba a horas más normales y ese día ya se había marchado a casa.

Mary redactaba un informe para Jock en el que se detallaba todo lo aprendido con Lurt, Vissan y otras sobre la genética neandertal. El trabajo la animaba y a la vez la deprimía: la animaba porque había aprendido mucho, y la deprimía porque los neanderthales estaban décadas por delante de su gente en aquel campo, lo que significaba que gran parte del trabajo que ella misma había realizado en el pasado estaba irremediablemente obsoleto, y …

Fuertes pisadas, alguien corriendo por el pasillo.

—¡Mare! ¡Mare!

Adikor apareció en la puerta, su rostro ancho y redondo aterrorizado.

—¿Qué ocurre?

—¡Lonwis Trob … se ha desplomado! Necesitamos ayuda médica y …

Y, a excepción de Bandra, que sabía el chiste del cazador que llamaba al 9-1-1, los neanderthales no tenían ni idea de cómo conseguir una cosa así; sus Acompañantes tampoco podían llamar a nadie en aquel lado del portal Mary se levantó y corrió pasillo abajo hasta el laboratorio de cálculo cuántico.

Lonwis estaba tendido boca arriba con los párpados temblorosos. Cuando los abrió, vieron sólo esferas lisas de metal azul; los iris mecánicos al parecer habían rodado hacia arriba.

Ponter estaba arrodillado junto a Lonwis. Empleaba el dorso de una mano, al parecer sin esfuerzo, para comprimir el pecho de Lonwis una y otra vez … una versión neanderthal del masaje cardiorrespiratorio. Mientras tanto, el Acompañante dorado de Lonwis hablaba en voz alta en idioma neandertal, describiendo los signos vitales de Lonwis.

Mary descolgó el teléfono que había en una de las mesas, marcó el 9 para conseguir línea exterior y luego el 9-1-l. —¿Bomberos, policía o ambulancia? —dijo la operadora.

—Ambulancia.

—¿Qué sucede?

—Un hombre con un ataque al corazón —dijo Mary—. ¡De prisa!

La operadora debía tener la dirección en pantalla, por el número de la llamada.

—Envío una ambulancia ahora mismo. ¿Saben hacer un masaje cardiorrespiratorio?

—Sí —respondió Mary—. Pero ya lo están haciendo y … tendría que habérselo dicho antes. El hombre que tiene el ataque es un neanderthal.

—Señora, es un delito serio …

¡No estoy bromeando! —exclamó Mary—. Llamo desde el Grupo Sinergía. Somos una cantera de investigación del Gobierno norteamericano, y tenemos neanderthales aquí.

Ponter seguía comprimiendo el pecho de Lonwis. Adikor, mientras tanto, había abierto el cinturón médico de Lonwis y usaba un inyector de gas comprimido para introducirle algo en el cuello.

—¿Puede decirme su nombre? —preguntó la operadora.

—¿Viene ya la ambulancia? ¿La ha enviado?

—Sí, señora. Está en camino. ¿Puede decirme su nombre?

—Mary N. Vaughan. V-A-U-G-H-A-N. Soy genetista.

—¿Qué edad tiene el paciente, señora Vaughan?

—Ciento ocho años … y no, no estoy bromeando. Es Lonwis Trob, uno de los neanderthales que visitaron las Naciones Unidas el mes pasado.

Stan Rasmussen (un experto en geopolítica que trabajaba pasillo abajo) había aparecido en la puerta. Mary cubrió el teléfono y le habló rápidamente.

—Lonwis está sufriendo un ataque al corazón. ¡Llame a Jock! Rasmussen asintió y se marchó corriendo.

—Voy a pasarla con los enfermeros —dijo la operadora del 9-1-1.

Un momento después se puso una voz diferente.

—Estamos a cinco minutos. ¿Puede describir el estado del paciente?

—No —dijo Mary—. Le pondré con su Acompañante.

Llevó el teléfono junto a Lonwis y le dijo al implante:

—Cambia al inglés, y responde todas las preguntas que te hagan. Viene ayuda de camino …

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