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El alba del Cenozoico, la frontera entre el Cretáceo y el Terciario en que se extinguieron los dinosaurios, quedó registrada por una capa de barro encontrada en ambas versiones de la Tierra. El principio del Novozoico en este universo, nuestro universo, el universo del Homo sapiens, quedará marcado por las pisadas de los primeros colonos de Marte, el primer miembro de nuestra especie que deje la cuna que es esta Tierra para no regresar nunca…


Ponter y los tres adjudicadores se encontraban en la sala de observación del pabellón de archivos de coartadas: todo se desplegaba ante ellos desde diversos puntos de vista. Los adjudicadores no sólo habían conectado el Acompañante de Jock Krieger al escrutinio judicial, sino que también habían hecho lo mismo con los de Mary Vaughan, Louise Benoit y Reuben Montego. Burbujas holográficas de cuatro metros de diámetro flotaban en la sala, cada una mostrando las inmediaciones de uno de los cuatro Acompañantes en la escena.

Ponter y los tres adjudicadores también corrían peligro, naturalmente. Aunque el pabellón de archivos se hallaba situado en la periferia del Centro, seguía estando demasiado cerca de donde tenía Jugar el enfrentamiento.

—La hembra glksin de pelo oscuro estaba en lo cierto —dijo la adjudicadora Mykalro, una gruesa 142.

—Tiene usted que marcharse, sabio Boddit. Todos tenemos que hacerlo.

—Váyanse ustedes tres —dijo Ponter, cruzándose de brazos—.

Yo me quedo.

Y entonces Ponter vio a Jock sacar la pistola. Se envaró; no había vuelto a ver un arma de fuego desde que le habían disparado frente a la sede de las Naciones Unidas.

Volvió a vivir el momento en que la bala entró, caliente, penetrante y …

Y no podía permitir que eso le sucediera a Mare.

—¿Qué tipo de armas hay almacenadas aquí? —preguntó. Mykalro alzó su blanca ceja.

—¿Aquí? ¿En el pabellón de coartadas?

—O en la sala de al lado, en la cámara del Consejo —dijo Ponter.

La mujer neanderthal negó con la cabeza.

—Ninguna.

—¿Y las armas tranquilizantes que usan los controladores?

—Se guardan en el puesto de los controladores, en la plaza Dobronya.

—¿No las llevan los controladores?

—Normalmente no —dijo otro de los adjudicadores—. No hay ninguna necesidad. El Consejo Gris de Saldak sólo autorizó la adquisición de seis de esas unidades. Sospecho que ahora todas están guardadas.

—¿Hay algún modo de detenerlo? —preguntó Ponter, señalando una de las imágenes flotantes de Jock.

—Ninguna para esos débiles gliksins —dijo la adjudicadora Mykalro.

Ponter asintió, comprendiendo.

—Voy a ayudarlos, entonces. ¿A qué distancia están?

El segundo adjudicador miró una pantalla de datos.

—A unas 7.200 brazadas.

Ponter podía recorrer fácilmente esa distancia. —Hak, ¿has anotado la localización exacta?

—Si señor.

—Muy bien, adjudicadores —dijo Ponter—. Pónganse a salvo. Y deséenme suerte.

—No puedes dispararnos —dijo Mary, tratando de que la voz no le temblara, incapaz de apartar los ojos de la pistola—. Habrá un registro en los archivos de coartadas.

—Oh, sí, desde luego —dijo Jock—. Un sistema fascinante el que tienen aquí, lo admito: una caja negra por control remoto para cada hombre, mujer y niño. Por supuesto, será bastante fácil encontrar nuestros cuatro bloques. Cuando todos los neanderthales hayan muerto, no habrá nadie que me impida entrar en el pabellón y destruir esos bloques.

Por el rabillo del ojo, Mary vio que Reuben se apartaba lentamente de ella. Había un árbol a pocos metros tras él: si podía alcanzarlo, Jock no podría dispararle sin cambiar de posición. Mary no le reprochaba a Reuben que intentara protegerse. Louise, mientras tanto, se hallaba tras ella, presumiblemente a su derecha.

—No puedes pretender que tu virus surta un efecto mundial con una sola aplicación —dijo Mary—. Los neanderthales no tienen la densidad de población necesaria para mantener una epidemia. Nunca llegará más allá del Centro de Saldak.

—Oh, no te preocupes por eso —dijo Jock, sopesando la caja de metal—. De hecho, tengo que darte las gracias, doctora Vaughan: fue tu primera investigación lo que lo hizo posible. Hemos cambiado la reserva natural de esta versión del Ébola del pico de zapato a los palomos migratorios. Esos pájaros llevarán el virus por todo este continente.

—Los neanderthales son pacíficos … —dijo la voz de Louise.

—Sí —respondió Jock. Cuando sus ojos se movieron para dirigirse a Louise también lo hizo su pistola—. Y eso será su fin … aquí, ahora, tal como fue hace veintisiete mil años, la última vez que los derrotamos …

Mary estaba pensando en echar a correr y …

Y Reuben hizo exactamente eso, de un brinco. Jock giró hacia él y disparó. La detonación espantó a una bandada de pájaros (palomos, vio Mary), pero Jock falló. Reuben se encontraba ahora tras el árbol, a salvo por el momento.

Cuando Reuben hizo su intentona a la izquierda de Mary, Louise aprovechó el momento y se lanzó a la derecha. Como la mayor parte del norte de Ontario en cada universo, el terreno estaba salpicado de irregularidades: peñascos depositados por glaciares que habían retrocedido al final de la Edad de Hielo. Louise corrió tras una roca cubierta de líquenes que apenas era lo bastante grande para ocultar su cuerpo.

Mary se quedó en el centro, con el árbol a la izquierda y el peñasco a la derecha, demasiado lejos para alcanzarlos sin que Jock Krieger se lo impidiera.

—Ah, bueno —dijo Jock, encogiéndose de hombros como para indicar que los refugios temporales de Louis y Reuben no eran más que un inconveniente menor. Apuntó a Mary con la pistola—. Reza tus oraciones, doctora Vaughan.


Ponter corrió como no había corrido nunca, utilizando toda la potencia de sus piernas. Aunque había mucha nieve, el suelo de los paseos había sido despejado y avanzaba a buen ritmo. Tuvo cuidado de respirar solamente por la nariz, para que sus enormes cavidades nasales humedecieran y calentaran el aire gélido antes de llevarlo a sus pulmones.

—¿A qué distancia estoy?

Hak respondió a través de los implantes de su oído.

—Suponiendo que no se hayan movido, están tras la siguiente elevación. Un latido.

—Deberías intentar guardar silencio —continuó el Acompañante—. No vayas a alertar a Jock de tu presencia.

Ponter frunció el ceño. «No hay que decirle a un viejo cazador cómo acechar a su presa.»


El Acompañante le habló a Mary al oído.

—Ponter está sólo a unos cincuenta metros de distancia. Si pudieras conseguir que Jock continuara hablando un poco más, quizá …

Mary asintió lo suficiente para que Christine lo detectara. —¡Espera! —dijo—. ¡Hay algo que no sabes!

Jock no dejó de apuntarle.

—¿Qué?

— Mary pensó a toda velocidad.

—Los … los neanderthales … son … ¡son telépatas!

—¡Oh, venga ya!

—No, no … ¡es cierto!

De repente Ponter apareció tras un promontorio, detrás de Jock, recortado contra el sol poniente. Mary luchó por mantener una expresión neutral.

—Por eso nosotros somos religiosos y ellos no. Nuestro cerebro intenta contactar con otras mentes, pero no puede; algo en la disposición neura!… nos hace creer que existe una presencia superior con la que no podemos conectar. Pero en ellos el mecanismo funciona adecuadamente. No tienen experiencias místicas … —Cristo, ni ella misma se lo tragaba, ¿cómo podía esperar que él lo hiciera?—. ¡No tienen experiencias místicas, porque están siempre en contacto con otras mentes!

Ponter avanzaba abriendo exageradamente las piernas, pisando con cuidado la nieve y sin hacer apenas ruido. Jock tenía el viento en contra: si hubiera sido un neanderthal, sin duda lo habría detectado ya, pero gracias a Dios no lo era …

—¡Piensa en el valor de la telepatía en las operaciones secretas! —dijo Mary, alzando la voz pero disimulando que intentaba ahogar el poco ruido que hacía Ponter—. ¡ Y estoy sobre la pista de su causa genética! ¡Si nos matas a mí ya los barasts, el secreto se habrá perdido para siempre!

—Vaya, doctora Vaughan! —exclamó Jock—. Un ejercicio de desinformación. Estoy impresionado.

Ponter estaba ya tan cerca como podía sin que su larga sombra (¡maldito sol poniente!) entrara en el campo de visión de Jock. Entrelazó los puños, dispuesto a descargarlos sobre la cabeza de Jock y …

Jock debió oír algo. Empezó a girarse una fracción de segundo antes de que las manos de Ponter cayeran sobre él. En vez de hundirle el cráneo, los puños le golpearon el hombro izquierdo. Mary oyó el sonido del hueso al quebrarse, y Jock dejó escapar un aullido de dolor y soltó la caja con la bomba. Pero todavía empuñaba la pistola en la mano derecha y logró disparar un tiro. Jock no tenía el ceño protector de los neanderthales y, cuando se volvió hacia el sol, el resplandor lo cegó por un instante: el disparo salió desviado.

Era imposible que Mary llegara junto a Ponter a salvo, así que hizo lo único que pudo: corrió hacia la izquierda y se reunió con Reuben tras el árbol. Ponter soltó un temible rugido y golpeó de nuevo, un revés que envió a Jock boca abajo contra la nieve. El neanderthal se movió con rapidez, tiró del brazo derecho de Jock en la dirección contraria al movimiento natural. Resonó otro horrible crujido. Jock gritó y, con un movimiento rapidísimo, Ponter se hizo con la pistola. La arrojó lejos con tanta fuerza que silbó en el aire frío y seco. Luego le dio la vuelta a Jock para enfrentarse a él y echó atrás el brazo derecho, con el enorme puño cerrado.

Jock rodó a la derecha y, con el brazo bueno, agarró la caja y la atrajo hacia sí. Le hizo algo y un gas blanco empezó a manar de la caja. Ponter sólo era visible intermitentemente a través de la nube, pero Mary lo vio agarrar a Jock por la garganta y echar atrás el otro brazo apuntando con el puño al centro de su cara.

—Ponter, no! —gritó Louise, saliendo de detrás del peñasco—. Necesitamos saber …

Ponter ya había descargado su puñetazo, pero debió contenerse levemente en respuesta a las palabras de Louise. De todas formas, el impacto sonó como si cincuenta kilos de cuero cayeran al suelo. La cabeza de Jock salió impulsada hacia atrás y el hombre se desplomó en el suelo cubierto de nieve, con los ojos cerrados.

La nube continuó expandiéndose. Mary echó acorrer directamente hacia la caja. Seguía brotando gas que le nublaba la visión. Tanteó en busca de alguna válvula de cierre, pero no encontró ninguna.

Reuben también echó a correr, pero hacia Jock. Agachado, le tomó el pulso.

—Está inconsciente, pero vivo —dijo, mirando a Ponter.

Mary se quitó el abrigo y trató de cubrir la bomba. Pareció que contenía la caja, pero entonces ésta explotó e hizo jirones la prenda. Mary tenía varias despellejaduras y la nube se expandía más y más. Era como una niebla londinense muy densa; Mary no veía a un par de metros de distancia.

Louise estaba ahora inclinada junto a Jock.

—¿Cuánto tiempo permanecerá inconsciente?

Reuben alzó la cabeza y se encogió levemente de hombros.

—Ya has oído el sonido del puñetazo. Como poco Jock tiene conmoción y, probablemente, fractura de cráneo. Horas, en cualquier caso.

—¡Pero necesitamos saberlo! —dijo Mary.

—¿Saber qué? —preguntó Reuben.

El corazón de Mary latía desbocado, tenía el estómago revuelto y el ácido le subía por la garganta.

—¡Qué versión del virus ha utilizado! Reuben estaba completamente perdido.

—¿Qué? —dijo, incorporándose.

—Mary modificó el diseño del virus anoche —explicó Louise—. Si Jock lo ha fabricado esta mañana, entonces …

Mary no escuchaba. La cabeza le daba vueltas. Quería gritar. Si Jock había utilizado el escritor de codones para preparar el virus aquella mañana, entonces había producido el Surfer Joe que ella había modificado. Pero si lo había preparado antes, entonces la nube que los envolvía era la versión original Aniquilación, lo que significaba …

Los ojos le picaban, y le costaba trabajo mantener el equilibrio. Lo que significaba que el maldito hijo de puta gliksin que estaba allí tendido en la nieve acababa de matar al hombre que amaba.

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