20

Pero ha llegado el momento de reemprender nuestro viaje. pues es nuestro amor al viaje lo que nos hace grandes…


—¡Adivina! —le dijo Ponter a Mega—. ¡Hoy vamos a hacer un viaje! ¡Vamos a volar en helicóptero!

Mega era todo sonrisas.

—¡Ya me lo dijo Mary! ¡Bien!

Había muchos viajes entre ciudades cuando Dos se convertían en Uno: los helicópteros volaban habitualmente desde el Centro de Saldak al Centro de Kraldak esos días, y Ponter, Mary y Mega se dirigieron al punto de despegue. Ponter llevaba una bolsa de cuero. Mary se ofreció a ayudado con el peso puesto que Mega iba a hombros de su padre.

El helicóptero era marrón rojizo, de forma cilíndrica; a Mary le recordó una lata gigantesca de Dr. Pepper. El interior de la cabina era sorprendentemente espacioso, y Mary y Ponter disponían de amplios asientos acolchados uno frente al otro. Mega, por su parte, se sentó junto a Ponter y se lo estuvo pasando la mar de bien mirando por las ventanillas mientras el suelo iba alejándose.

La cabina tenía un excelente aislamiento acústico; Mary había volado pocas veces en helicóptero, pero siempre le había dado dolor de cabeza.

—Tengo un regalo para ti —le dijo Ponter a Mega. Abrió su bolsa de cuero y sacó un complejo juguete de madera.

Mega soltó un gritito de placer.

—Gracias, papá!

—Y no me he olvidado de ti —dijo él, sonriéndole a Mary. Buscó de nuevo dentro de la bolsa y sacó un ejemplar de The Globe and Mail, el periódico nacional canadiense.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Mary, los ojos como platos.

—De la instalación de cálculo cuántico. Encargué a uno de los gliksins que lo trajera del otro lado.

Mary estaba asombrada … y encantada. Apenas había pensado en el mundo donde había nacido, pero no estaría nada mal que se pusiera al día … y había echado de menos la tira de Dilbert. Desdobló el periódico. Había habido un descarrilamiento de trenes cerca de Vancouver; India y Pakistán volvían a amenazarse mutuamente; y el ministro de Hacienda había presentado un nuevo presupuesto en el Parlamento. Pasó la página. El periódico crujió con fuerza cuando lo hizo, y entonces …

—Oh, Dios mío!

—¿Qué ocurre? —preguntó Ponter.

Mary se alegró de estar sentada.

—El Papa ha muerto —dijo, en voz baja. Estaba claro que la muerte había tenido lugar hacía unos días, de lo contrario hubiese estado en primera plana.

—¿Quién?

—El líder de mi sistema de creencias. Ha muerto.

—Lo siento-dijo Ponter—. ¿Qué sucederá ahora? ¿Se trata de una crisis?

Mary negó con la cabeza.

—Bueno, no … no exactamente. Como te conté, el Papa era viejo y frágil. Hace tiempo que se sabía que tenía los días contados.

Mary había dejado de preocuparse por no usar frases hechas y determinadas expresiones, ya que Bandra conocía tantas, pero vio la expresión de desconcierto en el rostro de Ponter.

—Que iba a morir relativamente pronto.

—¿Lo conocías?

—¿Conocer al Papa? —dijo Mary, asombrada—. No. No, sólo las personas muy importantes llegan a conocer personalmente al Papa . …-—…:Miró a Ponter—. Tú habrías tenido muchas más posibilidades que yo.

—Yo … no estoy seguro de qué le diría a un líder religioso.

—Era más que eso. Para los católicos, el Papa es quien da a la

humanidad las instrucciones de Dios.

Mega quiso bajarse de su asiento y encaramarse en el regazo de

Ponter en ese momento. Él la ayudó a hacerla.

—¿Quieres decir que el Papa habla con Dios?

—Supuestamente.

Ponter sacudió levísimamente la cabeza. Mary forzó una sonrisa.

—Sé que no crees que eso sea posible.

—No empecemos de nuevo. Pero … pero pareces triste. Y sin embargo no conocías personalmente al Papa, y has dicho que su muerte no supone una crisis para vuestro sistema de creencias.

Ponter hablaba en voz baja y por eso Mega lo ignoraba. Pero Christine transmitía su traducción de las palabras de Ponter a volumen normal a través de los implantes que Mary tenía en el oído.

—Es por la conmoción. Y, bueno …

—¿Sí?

Mary resopló.

—El nuevo Papa tomará decisiones políticas, sobre temas fundamentales.

Ponter parpadeó.

—¿Como cuáles?

—La Iglesia católica es … bueno, mucha gente dice que no se ha adaptado al ritmo de los tiempos. Ya sabes que no permite el aborto, ni el divorcio … la disolución del matrimonio. Pero tampoco permite que sus sacerdotes practiquen el sexo.

—¿Por qué no?

Mega estaba entretenida asomada a la ventanilla.

—Bueno, tener una vida sexual se supone que disminuye la capacidad para cumplir con los deberes espirituales —dijo Mary—. Pero la mayoría de las otras religiones no exigen el celibato a sus sacerdotes y muchos católicos piensan que es una idea que hace más mal que bien.

—¿Mal? Nosotros les decimos a los chicos adolescentes que no se contengan, porque podrían llenarse de esperma y explotar. Pero eso es sólo un chiste, claro. ¿Qué mal puede haber en el celibato?

Mary apartó la mirada.

—Se sabe que los curas … los miembros del clero célibe … —Cerró los ojos, empezó de nuevo—. Es sólo un porcentaje muy pequeño de los curas, compréndelo. La mayoría son hombres buenos y honrados. Pero algunos han abusado de niños.

—Abusado, ¿cómo? —preguntó Ponter.

—Sexualmente.

Ponter miró a Mega; la niña no parecía estar prestando atención a lo que decían.

—Define «niños».

—Niños y niñas pequeños, de tres, cuatro años y más.

—Entonces es bueno que esos curas sean célibes. El gen de esa actividad debería extinguirse.

—Eso quisieras —dijo Mary. Se encogió de hombros. Tal vez vosotros hagáis lo adecuado, al esterilizar no sólo al culpable, sino también a los que comparten al menos la mitad de su material genético. En cualquier caso, parece que el abuso infantil por parte de los sacerdotes está alcanzando proporciones epidémicas. —Agitó el Globe—. Al menos, ésa es la impresión que una se lleva leyendo los periódicos.

—No sé leerlos —dijo Ponter—, aunque espero aprender. Pero he visto vuestros noticiarios en televisión y los he oído en la radio de vez en cuando. He oído los comentarios: «¿Cuándo vamos a ver el lado oscuro de la civilización neanderthal? Seguro que también tienen cualidades malas.» Pero te digo, Mare —Christine podría haber sustituido los murmullos de Ponter por el nombre de Mary bien pronunciado, pero no lo hizo—, que nosotros no tenemos nada comparable a vuestros corruptores de niños, a vuestros contaminadores; a vuestros fabricantes y usuarios de bombas, a vuestra esclavitud, a vuestros terroristas. Nosotros no ocultamos nada, y sin embargo persiste la creencia de que tenemos que tener actitudes malas similares. No sé si esta falacia es comparable a vuestros impulsos religiosos, pero parece que hace un daño similar: vuestra gente cree que cierta cantidad de mal es inevitable. Pero no lo es. Si surge algún beneficio del contacto entre tu mundo y el mío, tal vez sea esa revelación.

—A lo mejor tienes razón —dijo Mary—. Pero, ¿sabes?, hemos progresado con el tiempo. Y ahí es donde entra el nuevo Papa.

—¡Papá, mira! —exclamó Mega, señalando por la ventanilla. Otro helicóptero.

Ponter torció el cuello.

—Sí que es verdad —dijo, acariciando el pelo de su hija—. Bueno, ya sabes, mucha gente tiene que viajar para ver a sus seres queridos cuando Dos se convierten en Uno.

Mary esperó a que Mega siguiera mirando por la ventanilla.

—Muchas cosas dependen de lo que el nuevo Papa decida hacer —continuó diciendo—. O, por expresarlo como lo haría mi fe, a que Dios le diga lo que hay que hacer. El último Papa no fue capaz de tratar el tema del abuso infantil por parte de los sacerdotes. Pero el nuevo Papa podría conseguirlo. Y podría poner fin al celibato sacerdotal. Podría elaborar una política antiabortista menos extrema. Podría reconocer a los homosexuales.

—¿Reconocerlos cómo? ¿Son diferentes?

—No, lo que quiero decir es que mi Iglesia considera que las relaciones entre personas del mismo sexo son pecado. Pero el nuevo Papa podría ser más flexible en eso, y en todo lo demás.

—¿Cuáles son tus propias creencias en esos asuntos?

—¿Yo? Estoy a favor de la libertad de elección … es decir, estoy a favor de dejar que la mujer decida si lleva o no a término un embarazo. No tengo nada contra la homosexualidad. No creo que haya que obligar a los curas al celibato. Y desde luego no creo que los matrimonios tengan que ser tan difíciles de disolver. Eso es lo que más me interesa ahora mismo: Colm y yo acordamos conseguir una anulación … básicamente, declarar ante la Iglesia y Dios que nuestro matrimonio nunca existió, para que pueda ser borrado de los registros. Ahora, sin embargo …

Hizo una pausa, luego continuó.

—Ahora, supongo que deberíamos esperar un poco para ver qué va a hacer el nuevo Papa. Si permite a los católicos divorciarse sin abandonar la Iglesia, yo sería mucho más feliz.

Otro neandertal se inclinó hacía ellos justo entonces.

—Estamos a punto de aterrizar en Kraldak, señor. Tendrá que abrocharle el cinturón a su hija.


Ponter llamó a un cubo de viaje para que los llevara al lugar que Hak había identificado. El conductor no parecía gustarle la misión (la cabaña estaba mucho mas allá del Borde de Kraldak), pero Ponter acabó por convencerlo. El cubo sobrevoló macizos rocosos, bosquecillos y dejó atrás varias lagunas hasta que por fin llegó al sitio que Hak había localizado.

Bajaron y se acercaron a la estructura. Era una especie de cabaña de troncos, pero los troncos estaban colocados verticalmente, no en horizontal. Ponter llamó a la puerta, pero no hubo respuesta. Accionó el pomo en forma de estrella de mar, abrió la puerta y …

y la pequeña Mega gritó …

A Mary la sangre se le heló en las venas. Frente a ella, en la pared opuesta, iluminado por un haz de luz que entraba por una ventana, había un gigantesco cráneo de …

No podía ser, pero …

Pero desde luego eso parecía: un cíclope. Un cráneo deforme, con una enorme cuenca ocular central.

Ponter había tomado en brazos a su hija y la estaba consolando.

—Sólo es el cráneo de un mamut —dijo. Mary advirtió que tenía razón. Le habían quitado los colmillos y el agujero central correspondía en vida a la trompa.

Ponter llamó a Vissan por su nombre, pero la cabaña no era más que una gran sala, con una mesa central, una sola silla, alfombras de piel en el suelo, una chimenea y un puñado de troncos, un montón de ropa en un rincón; era imposible que nadie se escondiera allí dentro. Mary se dio la vuelta, mirando de nuevo el paisaje agreste, esperando divisar a Vissan, pero podía estar en cualquier parte …

—Sabio Boddit!

Era el conductor del cubo de viaje. Ponter regresó a la puerta.

—¿Sí? —gritó.

—¿Cuánto tiempo estaremos aquí?

—No lo sé. Un diadécimo o más, creo.

El conductor se lo pensó.

—Bueno, entonces voy a cazar-declaró—. Han pasado meses desde la última vez que salí al campo.

—Que se divierta —dijo Ponter, despidiendo al hombre. Volvió a entrar en la cabaña y se acercó a la ropa del rincón. Se llevó a la cara una camisa, inhalando profundamente. Hizo lo mismo con otras prendas y luego miró a Mary.

—Muy bien. Tengo su olor. Ponter se subió a Mega a los hombros y salió. Mary los siguió, cerrando la puerta. Ponter dilató las aletas de la nariz husmeando, y dio prácticamente la vuelta a la cabaña antes de detenerse.

—Por ahí —dijo, señalando al este.

—Magnífico —contestó Mary—. Vamos.

Las niñas pequeñas neanderthales lo sabían todo de la recolección, pero rara vez veían a un cazador en acción, y Mega parecía encantada con la aventura. Incluso con ella encaramada en sus hombros, Ponter consiguió mantener un buen ritmo mientras atravesaba el bosque y los macizos rocosos. Mary se esforzó por no quedarse atrás. En un momento determinado, asustaron a unos ciervos, que echaron a correr; en otro, su llegada hizo que una bandada de palomos alzara el vuelo.

Mary no era muy buena calculando distancias en el bosque, pero debían de haber recorrido seis o siete kilómetros ya cuando Ponter finalmente señaló a una figura en la distancia, agachada junto a un arroyo.

—Allí está —dijo en voz baja-o Tiene el viento en contra, así que estoy seguro de que no sabe todavía que estamos aquí.

—Muy bien —contestó Mary—. Acerquémonos.

Ponter le advirtió a Mega que estuviera callada, y se acercaron hasta unos cuarenta metros de la hembra neanderthal. Pero entonces Mary pisó una rama, que crujió con fuerza, y la mujer alzó la cabeza, sobresaltada. La situación permaneció detenida durante un segundo, con Ponter, Mary y Mega mirando a la mujer, y la mujer mirándolos a ellos. Entonces la neanderthal se dio media vuelta y echó a correr.

—¡Espere! —gritó Mary—. ¡No se vaya!

Mary no esperaba que sus palabras sirvieran de nada, pero la hembra se detuvo en seco y se dio media vuelta. Y entonces Mary se dio cuenta: había gritado en inglés, y aunque Christine había traducido diligentemente sus palabras un momento después, la mujer probablemente nunca había oído una voz tan aguda ni aquel extra00 lenguaje hasta entonces. Alguien que hubiera estado viviendo sola, sin Acompañante ni mirador; desde principios del verano, probablemente no tenía ni idea de que habían abierto un portal que comunicaba con un universo paralelo.

Ponter, Mega y Mary se acercaron a unos veinte metros de la mujer, que tenía una expresión de absoluto asombro marcada en el rostro.

—¿Qué … qué eres? —dijo en la lengua neandertal.

—Soy Mary Vaughan. ¡Por favor, no huya! ¿Es usted Vissan Lennet?

La neanderthal se quedó boquiabierta … y Mary advirtió que había dicho palabras con «i» larga, nunca oída por ella antes.

—Sí —dijo Vaughan en la lengua neanderthal—. Soy Vissan … pero por favor no me hagan daño.

Mary miró a Ponter, sorprendida, pero se dirigió de nuevo a la mujer.

—¡Claro que no le haremos daño! —Se volvió hacia Ponter—.

¿Por qué nos tiene miedo?

—No lleva Acompañante —dijo Ponter en voz baja—. No se está haciendo ningún registro de este encuentro por su parte, y no tiene ningún estatus bajo nuestra ley: nunca podría pedir una revisión de nuestras grabaciones en los archivos de coartadas.

—¡No tenga miedo! —gritó Mega con buena voluntad—. ¡Somos simpáticos!

Ponter, Mary y Mega habían conseguido acercarse a Vissan otros cinco metros sin que echara a correr.

—¿Qué es usted? —repitió Vissan.

—¡Es una gliksin! —dijo Mega—. ¿No lo ve?

Vissan miró a Mary.

—No, de verdad. ¿Qué es?

Mega tiene razón. Soy lo que ustedes llaman una gliksin.

—¡Asombroso! —dijo Vissan—. Pero … pero es usted una adulta. Si alguien hubiera recuperado material genérico gliksin hace muchos diez meses, yo lo sabría.

Mary tardó un momento en comprender lo que quería decir Vissan: pensaba que Mary era un clan, hecho a partir de ADN antiguo. —No, no es eso. Yo soy …

—Déjame a mí —dijo Ponter—. Vissan, ¿sabe quién soy?

Vissan entornó los ojos, luego negó con la cabeza.

—No.

—Es mi papá-dijo Mega—. Se llama Ponter Boddit. Es un 145. …¡Yo soy una 148!

—¿Conoce a una química llamada Lurt Fradlo? —preguntó Ponter, mirando a Vissan.

—¿Fradlo? ¿De Salduk? Conozco su trabajo.

—Es la mujer-compañera de Adikor —dijo Mega—. Y Adikor es el hombre-compañero de mi papá.

Ponter colocó una mano sobre el hombro de Mega.

—Eso es. Adikor y yo somos físicos cuánticos. Juntos, accedimos a una realidad alternativa donde los gliksins sobrevivieron hasta la actualidad y los barasts no.

—Me está frotando el pelo de la espalda —dijo Vissan.

—¡No, qué va! —dijo Niega—. ¡Es verdad! Papá desapareció en otro mundo, allá en la mina de níquel de Debral. Nadie sabía lo que le había pasado. Oaklar pensó que Adikor le había hecho algo malo a papá, pero Adikor es un buen tipo: ¡nunca haría nada por el estilo! Jasmel (ésa es mi hermana) trabajó con Adikor para traer de vuelta a mi papá. Pero luego hicieron un portal que está siempre abierto, y Mare vino desde el otro lado.

—No —dijo Vissan, bajando la cabeza—. Ella tiene que ser de este mundo. Tiene un Acompañante.

Mary bajó también la cabeza: una parte de la placa de Christine asomaba bajo la manga de su chaqueta. Se quitó la chaqueta, se subió la manga, y extendió el brazo.

—Pero el Acompañante me ha sido implantado hace muy poco —dijo—. La herida está cicatrizando todavía.

Vissan dio su primer paso hacia Mary. Luego otro, y otro más.

—Así es —dijo por fin.

—Lo que estamos diciendo es verdad —intervino Ponter. Señaló a Mary—. Puede ver que es verdad.

Vissan se colocó las manos en sus anchas caderas y estudió el rostro de Mary, con su diminuta nariz, su alta frente y la proyección ósea de su mandíbula inferior. Entonces, con voz llena de asombro, dijo:

—Sí, supongo que puedo.

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