39

Y estamos entrando en una nueva era, El Cenozoico (la era de la vida reciente) está terminando. El Novozoico (la era de la vida nueva) está a punto de comenzar…


—¡Emergencia médica! —gritó Reuben Montego. Su negra cabeza afeitada resplandecía con las fuertes luces del gigantesco edificio—. Vamos directamente al nivel de dos mil metros.

El técnico del ascensor asintió.

—Ahora mismo, doctor.

Mary sabía que la cabina estaba esperando en la superficie en respuesta a la llamada que Reuben había hecho desde su consulta. Los tres se metieron en ella y el técnico, que iba a quedarse arriba, cerró la pesada puerta. Cinco zumbidos: descenso directo sin paradas. El ascensor empezó a bajar por un pozo que tenía cinco veces la altura de cada una de las torres del World Trade Center o hasta que, naturalmente, algún varón Homo sapiens las destruyó.

De camino, Mary, Louise y Reuben habían recogido cascos y los atuendos mineros de las taquillas. Se los pusieron mientras el ascensor realizaba su ruidoso descenso.

—¿Qué tipo de policía tienen al otro lado? —preguntó Reuben con su grave voz de acento jamaicano.

—Casi ninguna —respondió Mary casi gritando, para hacerse oír por encima del estrépito. «y debería continuar así», pensó: un mundo libre de crímenes y violencia.

—Entonces, ¿estamos sólo nosotros?

—Me temo que sí.

—¿Y si llevamos a algunos soldados canadienses? —preguntó Louise.

—Todavía no sabemos quién está detrás de todo esto —dijo Mary—. Jock podría estar actuando por su cuenta … o tener detrás incluso el Ministerio de Defensa y el Pentágono.

Louise miró a Reuben y Mary vio cómo se le acercaba. Si tenían la mitad de miedo que la propia Mary, no podía reprocharles que quisieran abrazarse. Mary se colocó al otro lado del sucio ascensor e hizo como si mirara pasar los niveles, para que Reuben y Louise pudieran tener unos cuantos minutos para ellos.

—Mi vocabulario es todavía bastante incompleto —-dijo la voz de Christine a través de los implantes que Mary tenía en el oído—. ¿Qué significa yetém?

Mary no había oído nada: los micrófonos del Acompañante eran más potentes, desde luego. Susurró para que los otros dos no pudieran oírla.

—Es francés: Je t'aime. Significa «te quiero». Louise me dijo que Reuben siempre se lo dice en francés.

—Ah —dijo Christine.

Continuaron bajando, hasta que, por fin, el ascensor se detuvo con una sacudida. Reuben abrió la puerta, revelando el túnel minero que se perdía en la distancia.


—¿A qué hora pasó? —preguntó Mary cuando llegaron a la zona de espera del portal, construida sobre una plataforma en la cámara de seis pisos de altura del Observatorio de Neutrinos de Sudbury.

Un soldado de las Fuerzas Armadas canadienses la miró, alzando las cejas.

—¿Quién?

—Jock Krieger. Del Grupo Sinergía.

El hombre (rubio, de tez clara) consultó una carpeta.

—Un tal John Kevin Krieger pasó hace unas tres horas.

—Es él-dijo Mary—. ¿Llevaba algo consigo?

—Perdóneme, doctora Vaughan, pero en realidad no puedo divulgar …

Reuben se adelantó y le mostró una tarjeta de identidad.

—Soy el doctor Montego, el médico de la empresa minera, y nos encontramos ante una emergencia médica. Krieger puede ser altamente infeccioso.

—Debería llamar a mi superior —dijo el soldado.

—Hágalo —replicó Reuben—. Pero primero díganos qué llevaba.

El hombre frunció el ceño, pensando.

—Una de esas maletas con ruedecitas.

—¿Algo más?

—Sí, una caja de metal, del tamaño aproximado de una caja de zapatos.

Reuben miró a Mary.

—¡Maldita sea! —dijo ella.

—¿Pasó la caja por descontaminación? —preguntó Louise.

—Por supuesto —respondió el soldado, a la defensiva—. Por aquí no pasa nada sin ser descontaminado.

—Bien —dijo Mary—. Pasemos nosotros.

—¿Puedo ver su identificación?

Mary y Louise entregaron sus pasaportes.

—¿De acuerdo? Ahora, déjenos pasar.

—¿Y él? —dijo el soldado, señalando a Reuben.

—¡Por el amor de Dios, hombre!, acabo de enseñarle mi tarjeta de médico. No llevo encima el pasaporte.

—No puedo …

—¡Por el amor de Dios! —dijo Mary—. ¡Esto es una emergencia!

El soldado asintió.

—Muy bien —dijo por fin—. Muy bien, adelante.

Mary echó a correr, abriendo camino hacia el tubo de Derkers. En cuanto llegó a su boca continuó avanzando y …

Fuego azul. Electricidad estática. Otro mundo.

Mary oyó dos conjuntos de pisadas tras ella, de modo que no se volvió para ver si Louise y Reuben la seguían mientras salía del túnel. Un fornido varón neanderthal alzó la cabeza, sorprendido. Probablemente, nadie había atravesado corriendo el portal hasta entonces.

Mary conocía de vista al técnico neanderthal. Él también la reconocía, pero, para sorpresa de Mary, iba derecho hacia Reuben, que venía justo detrás.

Mary advirtió de pronto lo que sucedía: el neanderthal pensaba que Louise y Reuben la estaban persiguiendo.

—¡No! —gritó—. ¡No, vienen conmigo! ¡Déjelos pasar!

Su grito implicó que Christine tuviera que esperar a que terminara la exclamación antes de traducir las palabras, para que su altavoz externo (capaz de producir un buen volumen, pero no tan alto como un grito humano) no quedara ahogado. Mary escuchó las palabras en neanderthal que salieron de su antebrazo:

¡Rak! ¡Ta sooparb nolant, rak! ¡Derpant helk!

A mitad de la traducción, el técnico neanderthal trató de detener su carrera, pero resbaló en el pulido suelo de granito de la sala de cálculo y chocó contra Reuben. El médico voló por los aires. Louise pasó por encima del neanderthal y cayó de espaldas.


Mary corrió a ayudar a Louise a incorporarse. Reuben se estaba poniendo también en pie.

¡Lupal! —exclamó el neanderthal. ¡Lo siento!

Mary subió el corto tramo de escaleras que conducía a la sala de control, dejando atrás a otro sobresaltado neanderthal, y luego continuó corriendo hacia la galería que comunicaba las instalaciones de cálculo cuántico con el resto de la mina de níquel.

—¡Espere! —gritó el segundo neanderthal—. ¡Tiene que pasar por descontaminación!

—¡No hay tiempo! —dijo Mary—. ¡Esto es una emergencia y … ! Pero Reuben la interrumpió.

—No, Mary, tiene razón. ¿Recuerdas cómo enfermó Ponter la primera vez que llegó a nuestro lado? Estamos intentando impedir una epidemia, no desencadenar una.

Mary maldijo.

—Muy bien.

Miró a Reuben y Louise, el negro jamaicano-canadiense de la cabeza afeitada y la pálida oriunda de Quebec de larga melena castaña. Sin duda se habían visto desnudos muchas veces, pero ninguno de los dos había visto jamás a Mary así.

—Desnudaos —dijo con decisión—. Quitáoslo todo, incluidos relojes y joyas.

Louise y Reuben estaban acostumbrados a los procesos de descontaminación por su trabajo en el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, que se mantenía en condiciones estériles hasta que la primera llegada de Ponter destruyó el detector. A pesar de todo, vacilaron un instante.

Mary empezó a desabrocharse la blusa.

—Vamos —dijo—. No hay tiempo que perder. Reuben y Louise empezaron a quitarse la ropa.

—Dejad vuestra ropa aquí —dijo Mary echando sus bragas en una cesta redonda—. Nos pondremos ropa neandertal en la habitación de al lado.

Totalmente desnuda, Mary entró en la cámara de descontaminación. Había sido diseñada para que cupiera cómodamente un neanderthal adulto, pero, a insistencia de Mary, los tres se metieron juntos para ahorrar tiempo. Mary estaba demasiado nerviosa para sentirse cortada porque el culo de Louise se apretujara contra el suyo propio, ni porque Reuben, que había acabado frente a ella, tuviera la cara contra sus pechos.

Mary tiró de una clavija de control. El suelo de la cámara cilíndrica comenzó a girar lentamente y los láseres a disparar. Mary estaba ya acostumbrada al procedimiento, pero oyó el jadeo de Louise cuando los impresionantes emisores de rayos zumbaron al cobrar vida.

—No pasa nada —dijo Mary, tratando de ignorar la parte de su cerebro que calculaba exactamente qué porciones de Reuben se apretujaban contra ella—. Es completamente seguro. Los láseres distinguen qué proteínas tiene que haber en el cuerpo humano (incluidas las bacterias intestinales y todo eso) y las atraviesan directamente. Pero descomponen las proteínas extrañas, matando cualquier agente patógeno.

Mary pudo sentir a Louise rebulléndose levemente, pero parecía fascinada.

—¿Qué tipo de láseres pueden hacer eso?

—Láseres en cascada cuántica —respondió Mary, repitiendo algo que había oído decir a Ponter—. En la gama billón-de-ciclos por-latido.

—¡Láseres de teraherzios sintonizables! —exclamó Louise—. Sí, por supuesto. Algo así podría interactuar de modo selectivo con las moléculas grandes. ¿Cuánto dura el procedimiento?

—Unos tres minutos.

—Oye, Mary —dijo Reuben—. Deberías hacerte mirar ese lunar que tienes en el hombro izquierdo …

—¿Qué? Jesús, Reuben, éste no es momento …

Pero Mary se interrumpió, al darse cuenta de que él estaba haciendo exactamente lo mismo que Louise: refugiarse en un estado mental técnico, intentando mantenerse a un nivel profesional. Después de todo, Reuben estaba completamente desnudo con dos mujeres, una de las cuales era su amante y la otra la amiga de su amante. Lo último que él (o Mary) necesitaba en aquel momento era componer mentalmente una carta para Penthouse.

Veré a un dermatólogo —dijo Mary, suavizando su tono. Se encogió de hombros tanto como los estrechos confines del lugar se lo permitieron—. Maldita capa de ozono …

Mary giró levemente la cabeza.

—Louise, debería haber una lucecita cuadrada en la puerta que tienes delante. ¿La ves?

—Sí. ¡Oh, está verde! Bien. —Se movió levemente, como disponiéndose a salir.

—¡Quieta! —exclamó Mary—. El verde es el color neanderthal que significa «alto»: la carne verde es carne podrida. Cuando se ponga en rojo, eso significa adelante. Háznoslo saber cuando así sea.

Louise asintió; Mary notaba la nuca de la cabeza de la joven subir y bajar. Quizás había sido un error traer a dos personas sin ninguna preparación para el mundo neanderthal. Después de todo …

—¡Rojo! —anunció Louise—. ¡La luz está en rojo!

—Muy bien —dijo Mary—. Abre la puerta. El pomo tiene forma de estrella de mar … ¿lo ves? Empújalo hacia arriba para abrir la puerta.

Mary notó que Louise se agitaba un poco más y, luego, de repente, la presión en su espalda cedió cuando Louise salió de la cámara. Mary dio un paso hacia atrás, media vuelta y salió también.

—¡Por aquí! —gritó.

Entraron en una sala cuyas paredes estaban cubiertas de agujeros cúbicos, cada uno con un conjunto de prendas neanderthal.

—Éstas te quedarán bien, Reuben —dijo Mary, señalando un conjunto—. Y ésas a ti. —Indicó otro.

Mary ya era experta en ropa barast, pero Louise y Reuben estaban bastante confundidos. Mary le fue gritando las instrucciones a Reuben y se agachó junto a Louise, que tenía problemas con el calzado incluido en los pantalones. Mary la ayudó a ponérselos y le ató los cordones en los tobillos.

Luego echaron a correr hacia la galería. Mary esperaba que hubiera algún vehículo esperándolos, pero, naturalmente, si había alguno, Jock se lo había llevado.

«Una carrera de tres kilómetros», pensó Mary. Santo Dios, no hacía nada así desde sus días de estudiante, e incluso entonces le resultaba terrible. Pero la adrenalina corría por su cuerpo como si no fuera a haber un mañana … cosa que bien podía ser el caso para los barasts. Corrió por el túnel, cuyo suelo estaba cubierto de tablones planos de madera.

Había mucha menos iluminación en aquel túnel que en el correspondiente del lado gliksin. Los neanderthales usaban robots para las labores mineras y no necesitaban tanta luz. En ese aspecto, tampoco la necesitaban los neanderthales, cuyo sentido del olfato les proporcionaba una excelente imagen mental de lo que sucedía a su alrededor.

—¿Cuánto … falta? —llamó Louise desde atrás.

A pesar de la urgencia de la situación, a Mary le agradó ver que la joven parecía ya agotada.

—Tres mil metros —contestó.

De repente algo apareció ante Mary. Si su corazón no le hubiese latido enloquecido, probablemente hubiese empezado a hacerlo entonces. Pero no era más que un robot minero. Recalcó el hecho para que ni Louise ni Reuben se asustaran y le gritó al robot:

—¡Espera! ¡Ven aquí!

Christine proporcionó la traducción y al cabo de un momento el robot volvió a aparecer. Mary le echó un vistazo: un aparato bajo, plano, con seis patas, como un escarabajo de dos metros de largo y protuberancias cónicas y ventosas semiesféricas en los brazos articulados. Había sido construido para acarrear roca, por el amor de Dios. Tenía que ser lo bastante fuerte.

—¿Puedes llevarnos? —preguntó Mary.

Su Acompañante tradujo las palabras, y una luz. roja parpadeó en el caparazón del robot.

—Este modelo es incapaz de hablar —añadió Christine—, pero la respuesta es sí.

Mary se encaramó en el caparazón plateado de la máquina, golpeándose la espinilla derecha al hacerla. Se volvió hacia Reuben y Louise, que se habían detenido junto a ella.

—¡Subid a bordo!

Louise y Reuben intercambiaron miradas de asombro, pero se encaramaron también a la espalda del robot. Mary dio un golpecito en el flanco de la máquina.

—¡Arre!

Su Acompañante probablemente no conocía esa palabra, pero sin duda comprendió la intención de Mary y la transmitió al robot. La máquina flexionó las patas de inmediato, como para calibrar cuánto peso llevaba, y se lanzó en la dirección hacia la que se encaminaban, tan rápido que Mary sintió el viento caliente en la cara. Había charcos de agua fangosa en varios puntos, y cada vez que una pata del robot se metía en uno, Mary y los otros resultaban salpicados por el líquido sucio.

—¡Agarraos! —gritaba Mary una y otra vez, aunque dudaba que Reuben y Louise necesitaran que los conminara a hacerlo. De todas formas, ella misma sentía como si fuera a salir despedida del caparazón a cada momento y su vejiga se oponía con fuerza al abuso.

Pasaron junto a otro robot minero (un modelo zancudo y enhiesto que a Mary le recordaba una mantis religiosa) y luego, unos seiscientos metros más allá, dejaron atrás a una pareja de neanderthales varones que iba en dirección opuesta y saltaron para apartarse del robot justo a tiempo.

Finalmente, llegaron al ascensor. Gracias a Dios, los dos neanderthales acababan de salir de él y la cabina estaba todavía en el fondo. Mary se bajó del cangrejo robótica y se metió corriendo en el ascensor. Louise y Reuben la siguieron, y en cuanto estuvieron todos dentro de la cabina cilíndrica Mary se abalanzó hacia el interruptor montado en el suelo que iniciaba el viaje hacia arriba.

Mary aprovechó para ver cómo les iba a los otros; todo tenía un tono levemente verdoso bajo las lámparas luciferinas. Por una vez, Louise no parecía una modelo: el sudor le corría por la cara, tenía el pelo y la ropa neandertal completamente manchados de lodo y (Mary lo advirtió al cabo de un segundo) grasa o algo similar del robot.

Reuben tenía aún peor aspecto. El robot había avanzado a saltos y, en algún momento, la cabeza calva de Reuben debía de haber golpeado el techo de la mina. Tenía un feo chichón en la calva, y se lo tocaba con los dedos y se quejaba.

—Muy bien —dijo Mary—. Tenemos unos minutos hasta que el ascensor llegue a la superficie. Allí habrá un ayudante o dos, y no os dejarán pasar sin colocaras Acompañantes temporales. Permitídselo: tardará más convencerlos de que se trata de una emergencia. Además, los Acompañantes nos permiten comunicamos entre nosotros y con cualquier neanderthal con el que necesitemos hablar. Todos los que se almacenan en la mina tienen la base de datos de traducción.

Mary sabía que la cabina del ascensor subía lentamente, pero dudaba que Louise y Reuben lo notaran. Alzó el antebrazo y le habló.

—¿Has contactado ya con la red de información planetaria, Christine?

—No —dijo la voz en el oído de Mary—. Probablemente no podré volver a conectar hasta que falte poco para llegar a la superficie, pero lo intentaré … espera, espera. Sí, lo tengo. Estoy en la red.

—¡Magnífico! —dijo Mary—. Ponme con Ponter.

—Llamando —dijo el implante—. No hay respuesta todavía.

—Vamos, Ponter —instó Mary—. Vamos …

—¡Mare! —dijo la voz de Ponter, traducida e imitada por Christine—. ¿Qué estás haciendo en este lado? Dos no se convierten en Uno hasta pasado mañana y …

—¡Ponter, calla! Jock Krieger ha pasado a este lado. Tenemos que encontrarlo y detenerlo.

—Llevará un Acompañante temporal-dijo Ponter—. Vi en mi mirador las discusiones en el Gran Consejo Gris después de que dejaran pasar a los gliksins sin ellos. Confía en mí: eso no volverá a suceder.

Mary negó con la cabeza.

—No es ningún idiota. Desde luego merece la pena dar la orden de localizar su Acompañante, pero apuesto a que habrá encontrado un modo de quitárselo.

—No puede. Eso habría disparado numerosas alarmas. No puede ir deambulando por ahí. Probablemente estará con Bedros o con algún otro alto cargo. No, tendríamos que poder localizarlo. ¿Dónde estás?

La cabina del ascensor se detuvo y Mary indicó a Reuben y Louise que salieran.

—Acabamos de llegar a la sala de equipo de la mina de níquel Debral. Louise y Reuben me acompañan.

—Yo estoy en casa —dijo Ponter—. Hak, pide cubos de viaje para Mare y para mí, y contacta con un adjudicador.

—Mary oyó a Hak cumplir la orden; luego Ponter continuó—: ¿Alguna idea de dónde puede estar Krieger?

—En este momento, no, aunque mi deducción es que planea soltar el virus en el Centro cuando Dos sean Uno.

—Eso tiene sentido —dijo Ponter—. Es el momento de mayor densidad de población, y hay montones de viajes entre ciudades cuando acaba, así que …

La voz de Hak, sin traducción, lo interrumpió al hablarle.

—Mare —dijo Ponter un momento después—. Hak ha contactado con una adjudicadora. Cuando llegue vuestro cubo de viaje, dirigíos al pabellón de archivos de coartadas del Centro. Me reuniré con vosotros allí.

Un ayudante neanderthal colocaba ahora un Acompañante temporal en el antebrazo izquierdo de Reuben. Un momento después se acercó a Louise y le colocó otro. Mary alzó el brazo para mostrarle que llevaba una unidad permanente.

—Muy bien —le dijo a Louise y Reuben—. ¡Tomad un abrigo y en marcha!

Había nevado desde la última vez que Mary estuvo allí; el resplandor blanco del suelo era feroz.

—La adjudicadora ha llamado a otros dos adjudicadores —dijo Ponter, conectando de nuevo— para ordenar un escrutinio judicial de las transmisiones del Acompañante de Jock. Una vez hecho eso, podrán localizarlo.

—Cristo —dijo Mary, cubriéndose los ojos con una mano y escrutando el horizonte en busca del cubo de viaje—. ¿Cuánto tardarán?

—No mucho, espero.

—Muy bien. Te llamaré. Christine, ponme con Bandra.

—Día sano —dijo la voz de Bandra.

—Bandra, cariño, soy Mary.

—¡Mare, querida! No te esperaba hasta pasado mañana. Estoy tan nerviosa con el Dos que se convierten en Uno. Si Harb …

—Bandra, márchate del Centro. No me preguntes por qué, sólo márchate.

—¿Harb va …?

—No tiene nada que ver con Harb. Pilla un cubo de viaje y ponte en marcha, ve a cualquier sitio alejado del Centro.

—No comprendo. ¿Es …?

—¡Hazlo! Confía en mí.

—Claro que, …

—¿Bandra? —dijo Mary. Miró a Louise y Reuben, y luego pensó «al infierno»—. Bandra, tendría que habértelo dicho antes. Te quiero.

La voz de Bandra se llenó de alegría.

—Yo también te quiero, Mare. No veo el momento de que volvamos a estar juntas.

—Tengo que irme —dijo Mary—. Date prisa. ¡Sal del Centro! Mary miró retadora a Louise, que tenía una expresión de «¿qué demonios ha sido eso?» escrita en el rostro. Pero entonces Louise señaló más allá. Mary se volvió. El cubo de viaje se acercaba volando sobre una zona cubierta de una capa de nieve.

Corrieron hacia él, y en cuanto se posó en el suelo, Mary se sentó en el sillón de horcajadas junto al conductor, un piloto pelirrojo de la generación 144. Vio a Reuben y Louise subir a la parte trasera y montar torpemente en los asientos.

—Al Centro de Saldak, lo más rápido posible —le indicó Mary al conductor. Se perdieron unos dolorosos segundos cuando su Acompañante tradujo las palabras y la respuesta del conductor.

—¡Sí, ya sé que Dos están separados! —replicó Mary—. Y sé que él es varón —dijo, indicando con la cabeza en dirección a Reuben—. Esto es una emergencia médica. ¡Vamos!

Christine era un aparatito listo. Mary reconoció el imperativo neanderthal «Tik!» como la primera palabra que murmuraba, lo que significa que había traducido el «¡Vamos!» al principio. Mientras el conductor ponía el vehículo en marcha, el Acompañante añadió el resto de lo que Mary había dicho.

—Christine, ponme con Ponter.

—Hecho.

—Ponter, ¿por qué demonios hacen falta tres adjudicadores para ordenar que localicen a Jock?

La respuesta traducida de Ponter empezó a llegar de nuevo a los implantes de Mary, que tiró de un mando de la placa plateada de su Acompañante para que el resto de su respuesta fuera transferido al altavoz externo y Louise y Reuben pudieran oírlo:

—Eh, tú eres la que decía que la intimidad de nuestro sistema de archivos de coartadas no estaba suficientemente protegido. De hecho, hace falta el consenso unánime de tres adjudicadores para ordenar el escrutinio judicial de un Acompañante cuando no se ha denunciado ningún delito.

Mary contempló el paisaje que pasaba veloz … al menos para un neanderthal: el cubo viajaba a unos sesenta kilómetros por hora nada más.

—Bueno, ¿no puedes acusarlo de un crimen? —preguntó—. En tal caso sólo necesitarás un adjudicador, ¿no?

—Así es más rápido —contestó Ponter—. Una acusación requiere un procedimiento complicado y … ah, aquí está mi cubo de viaje.

Mary oyó el sonido del vehículo al descender y unos cuantos chasquidos y repiqueteos mientras Ponter subía a bordo. Él pronunció la palabra neanderthal para «archivo de coartadas», que Mary reconoció, y luego volvió a prestarle atención.

—Muy bien. Ahora vamos a … oh, espera un latido.

La conexión se cortó unos segundos y luego la voz de Ponter regresó.

—Los adjudicadores han ordenado el escrutinio judicial. Un técnico del pabellón del archivo de coartadas está localizando a Jock.

Reuben se inclinó hacia delante para hablar por el Acompañante de Mary.

—-Ponter, soy Reuben Montego. En cuanto hayáis localizado a Krieger, haz que despejen la zona. Yo estoy a salvo, y Louise y Mary también, pero cualquier neanderthal expuesto al virus de Jock puede darse por muerto.

—Eso haré —dijo Ponter—. Podemos enviar un mensaje de emergencia a todos los Acompañantes. Estaré dentro de poco en el pabellón de coartadas. Me aseguraré de que así sea.

Ante ellos aparecieron los edificios del Centro de Saldak. Docenas de mujeres preparaban los adornos para el Dos que se convierten en Uno.

—Lo hemos localizado —dijo la voz de Ponter—. Hak, deja de traducir: transmite directamente.

Ponter empezó a gritar en neanderthal al conductor del cubo de viaje de Mary, sin duda.

El conductor repuso con varias palabras, una de las cuales era «Ka». El vehículo empezó a virar.

—Está en la plaza de Konbor —dijo Ponter, sus palabras traducidas una vez más—. Le he dicho a vuestro conductor que os lleve allí. Me reuniré con vosotros.

—No —dijo Louise, inclinándose hacia delante—. No, es demasiado peligroso para ti … para cualquier neanderthal. Déjanoslo a nosotros.

—No está solo. Los adjudicadores están viendo las transmisiones de su Acompañante. Está con Dekant Dorst.

—¿Quién es? —preguntó Mary.

—Una de las representantes electas del Centro de Saldak. Una hembra de la generación 141.

—Maldición —dijo Mary. Normalmente, confiaba en que cualquier barast hembra pudiera contener a cualquier varón gliksin, pero los 141 tenían setenta y ocho años—. No queremos que esto se convierta en una toma de rehenes. Tenemos que sacarla de allí.

—Desde luego.

—Dekan Dorst debe tener implantes en los oídos, ¿verdad? —dijo Mary.

—Por supuesto —dijo Ponter.

—Christine, ponme con Dekant Dorst.

—Hecho.

Mary habló inmediatamente, antes de que la mujer barast respondiera al trino que su Acompañante habría emitido entre sus oídos.

—Dekam Dorst, no diga una palabra, y no muestre ningún gesto que indique a Jock Krieger que se está comunicando con nadie. Sólo tosa una vez si me entiende.

Del altavoz externo de Christine surgió una tos.

—Muy bien. Me llamo Mary Vaughan y soy una gliksin. Jock está en este momento bajo escrutinio judicial. Creemos que ha introducido una sustancia peligrosa en el Centro de Saldak. Tiene que escapar de él en cuanto tenga oportunidad. Vamos hacia allá. ¿De acuerdo?

Otra tos.

Mary se sintió fatal: la anciana tenía que estar aterrorizada.

—¿Alguna sugerencia? —preguntó Mary a Reuben y Louise.

—Podría decirle a Jock que tiene que ir al cuarto de baño —dijo Louise.

—¡Brillante! Ponter, ¿dónde están Jock y esa mujer, ahora mismo? ¿Al aire libre o a cubierto?

—Déjame preguntárselo a la adjudicadora … Están al aire libre, van a pie hacia el centro de la plaza.

—El virus Aniquilación de Jock está diseñado para transmitirse por el aire —dijo Mary—. Seguramente lleva un aerosol en la caja de metal. Probablemente pretende colocarlo en el centro de la plaza para que se esparza durante las festividades del Dos que se convierten en Uno.

—Si es así —dijo Ponter—, lo más probable es que lo suelte al final de la fiesta, para que todos los varones vuelvan a casa antes de que nadie muestre ningún síntoma de enfermedad. Así llegará no sólo al Borde de Saldak: hay muchos varones que vienen de lugares más lejanos.

—Cierto. Dekant, en cuanto tenga ocasión, dígale a Jock que tiene que entrar en un edificio público para usar el cuarto de baño, pero que él tiene que quedarse fuera porque es varón. ¿De acuerdo? Estaremos allí enseguida.

Otra tos y luego, por primera vez, Mary oyó la voz de Dekant, que parecía bastante nerviosa.

—Sabio Krieger, debe perdonarme, pero este viejo cuerpo mío … Me temo que tengo que orinar. Hay unas instalaciones que puedo usar.

La voz de Jock, apagada, distante:

—Muy bien. Yo la …

—No, debe esperar usted fuera. Dos no son Uno todavía, ya sabe … ¡todavía no!

Jock dijo algo que Mary no logró entender. Unos veinte segundos más tarde, Dekant habló.

—Muy bien, sabia Vaughan. Ahora estoy a salvo dentro.

—Bien —dijo Mary—. Ahora, si …

Pero fue interrumpida por una voz neanderthal femenina que surgió de los cuatro Acompañantes en el cubo de viaje … y, presumiblemente, de todos los Acompañantes conectados a los archivos de coartadas de Saldak.

—Habla la adjudicadora Mykalro —dijo la voz.—. Tenemos una emergencia. Evacuen inmediatamente el Centro de Saldak. Háganlo a pie, en hoverbús o en cubo de viaje, pero salgan de ahí ahora mismo. No se retrasen. Puede que pronto haya una enfermedad contagiosa fatal en el aire. ¡Si ven a un varón gliksin de pelo gris, evítenlo! Se halla bajo escrutinio judicial, y en este momento se encuentra en la plaza de Konbor. Repito …

De repente el conductor hizo descender el cubo de viaje hasta el suelo.

—Hasta aquí puedo acercarme —dijo—. Ya han oído a la adjudicadora. Si quieren continuar tendrán que hacerlo a pie.

—Maldita sea —dijo Mary, pero Christine no lo tradujo—. ¿A qué distancia estamos?

El conductor señaló.

—Eso de allí es la plaza de Konbor.

A lo lejos, Mary distinguió una serie de edificios bajos, un puñado de cubos de viaje aparcados y una zona despejada.

Estaba furiosa, pero empujó el control en forma de estrella de mar que abría su lado del cubo y bajó. Louise y Reuben la siguieron. En cuanto pudo, el cubo de viaje volvió a elevarse y se marchó por donde había venido.

Mary echó a correr hacia donde había indicado el conductor.

Jock se encontraba en una zona al aire libre cubierta de nieve. Mary vio otros cubos de viaje alejándose del Centro camino del Borde. Esperó que la adjudicadora hubiera tenido el buen sentido de no transmitir su advertencia al Acompañante de Jock.

Mary, Reuben y Louise cubrieron rápidamente la distancia hasta situarse a veinte metros de él. Tras recuperar el aliento, Mary gritó:

—Se acabó, Jock.

Jock llevaba un típico abrigo de piel de mamut y la caja metálica que el soldado canadiense había descrito: presumiblemente su bomba en aerosol. Se dio la vuelta, sorprendido.

—¿Mary? ¿Louise? Y … vaya, el doctor Montego, ¿no es así?

¿Qué están haciendo aquí?

—Sabemos lo del virus Surfaris —dijo Mary—. No puede escapar.

Para sorpresa de Mary, Jock sonrió.

—Bueno, bueno, bueno. Tres valientes canadienses que vienen a salvar a los neanderthales. —Negó con la cabeza—. Ustedes siempre me han hecho gracia, con su tonto socialismo y sus equivocados corazones compasivos. ¿Pero saben qué es lo que más gracia me hace de los canadienses?

Metió la mano bajo el abrigo y sacó una pistola semiautomática.

—No llevan armas.

Apuntó con la pistola directamente a Mary.

—Ahora, querida, ¿cómo decías que ibas a detenerme?

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