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Y aunque algún día puede que viajemos también a Dargal (pues es así como los neanderthales llaman al planeta rojo de su universo, la bengala carmesí que brilla sobre los continentes de Durkanu, Podlar, Ranilass, Evsoy, Galasoy y Nalkanu), dejaremos esa versión de Marte tal como la encontremos. En efecto, como tantas otras cosas en esta nueva era en la que ahora entramos, guardaremos nuestro pastel y también lo comeremos…


Mary Vaughan se incorporó en su cama de Bristol Harbour Village, despierta de repente.

«¿Cuándo … cómo lo llaman ustedes … “Dos que se convierten en uno”? ¿Cuándo tendrá lugar otra vez?» Eso era lo que Jock había preguntado el día anterior. Mary estaba demasiado preocupada por el empeoramiento del estado de salud de Lonwis y la inminente partida de Ponter para fijarse entonces, pero ahora recordó algo que la obligó a despertarse: por qué le importaba aquello a Jock.

Cuando Dos se convirtieran en Uno sería el momento perfecto para soltar el virus. Resultaría mucho más fácil infectar al menos a la población de Saldak cuando todo el mundo, de un sexo u otro, estuviera en el Centro … y, por supuesto, había más tráfico entre ciudades durante el Dos que se convierten en Uno que en ningún otro momento del mes; el virus se esparciría rápidamente.

Los cuatro días de festividad comenzarían al cabo de dos días.

Eso significaba que Jock no actuaría hasta entonces … y por tanto Mary tenía que actuar antes.

Miró al techo para ver qué hora era … pero estaba aquí, no allí, y no había nada en el techo. Se volvió hacia el reloj de la mesilla de noche. Sus dígitos rojos anunciaban las 5.04 de la madrugada. Mary tanteó para encender la lámpara y llamó por teléfono a casa de Louise Benoit en Rochester.

Allô? —dijo una voz soñolienta después de seis llamadas.

—Louise, soy Mary. Mira … Dos que se convierten en Uno es pasado mañana. Estoy segura de que es entonces cuando Jock va a soltar su virus.

Louise se esforzaba claramente por centrarse.

—Dos que se convierten …

—¡Sí, sí! Dos que se convierten en Uno. El único momento en el mundo neanderthal en que hay una alta densidad de población en sus ciudades y mucho tráfico entre ellas. Tenemos que hacer algo.

D'accord —dijo Louise, la voz ronca—. Mais quoi?

Lo que tú me dijiste que debíamos hacer: acudir a la prensa, dar la voz de alarma. Pero, mira, será más seguro si las dos volvemos a Canadá antes de hacerlo. Saldré de aquí dentro de media hora, lo que significa que puedo recogerte a eso de las seis y media. Iremos en coche hasta Toronto.

—Bon. Estaré lista.

Mary colgó, entró en el cuarto de baño y abrió el grifo de la ducha. ¡Si tan sólo supiera cómo dar la voz. de alarma … ! Naturalmente, la habían entrevistado en la tele y la radio en multitud de ocasiones y …

Pensó en una simpática productora que había conocido en CBC Newsworld en 1996, cuando los únicos neanderthales conocidos eran fósiles, cuando Mary aisló una muestra de ADN del espécimen neanderthal del Rhcinisches Landesmuseum. El teléfono de los presentadores de la CBC probablemente no saliera en la guía, pero no había ningún motivo para que el de una productora no lo hiciera. Mary volvió al dormitorio, descolgó el teléfono y marcó el 1-416555-1212, la información telefónica de Taranta. Consiguió el número que necesitaba.

Un minuto después, otra mujer adormilada atendió su llamada.

—¿Di-diga?

—¿Kerry? —dijo Mary—, ¿Kerry Johnson? Casi pudo oír a la mujer frotándose los ojos.

—Sí. ¿Quién es?

—Soy Mary Vaughan. ¿Me recuerda? ¿La genetista de York. … la experta en ADN neanderthal?

Mary se sintió en parte decepcionada de que ni Louise ni Kerry contestaran con el manido «¿Tiene idea de la hora que es?» En cambio, Kerry pareció de pronto plenamente despierta.

—Sí, la recuerdo.

—Tengo una gran historia para usted.

—La escucho.

—No, no es algo de lo que se pueda hablar por teléfono. Ahora mismo estoy en Rochester, Nueva York, pero estaré en Toronto dentro de unas cinco horas. Necesito que me saque en directo en Newsworld cuando llegue allí…


Mary y Louise recorrían el puente Queenston-Lewiston que cruzaba el río Niágara. Exactamente en el centro del puente tres banderas se agitaban con la brisa, marcando la frontera: primero la de barras y estrellas, luego la azul de la ONU y, finalmente, la hoja de arce.

—Es agradable volver a casa —dijo Louise cuando las dejaron atrás.

Como hacía siempre, Mary sintió que se relajaba un poquito ahora que había regresado a su tierra natal. Recordó el viejo chiste:

Canadá podría haber tenido la cultura británica, la cocina francesa y el don de la oportunidad estadounidense … pero acabó teniendo la cultura estadounidense, la cocina británica y don de la oportunidad francés.

De todas formas, era bueno estar de vuelta.

Al salir del puente se encontraron ante una hilera de cabinas de aduanas. Ante tres de las cuatro abiertas había pequeños grupos de coches alineados; ante la cuarta había una cola más larga de camiones. Mary se unió a la fila mediana y esperó a que los vehículos que tenía delante fueran atendidos dando golpecitos de impaciencia al volante con la palma de la mano.

Por fin les tocó el turno. Mary detuvo el coche junto a la cabilla y bajó la ventanilla. Esperaba oír el habitual saludo del agente de aduanas canadiense: «¿Nacionalidad?» Pero, en cambio, para su asombro, la encargada dijo:

—La señora Vaughan, ¿verdad?

El corazón de Mary dio un brinco. Asintió.

—Aparque más adelante, por favor.

—¿Pasa … pasa algo? —preguntó Mary.

—Haga lo que le digo —ordenó la mujer, y descolgó un teléfono.

Mary sintió las palmas de las manos sudorosas en el volante mientras avanzaba lentamente.

—¿Cómo sabían que eras tú? —preguntó Louise.

Mary negó con la cabeza.

—¿Por la matrícula?

—¿Y si huimos? —preguntó Louise.

—Me llamo Mary, no Thelma. Pero, Cristo, si …

Un agente de aduanas calvo con la panza sobresaliendo por encima del cinturón salía del largo y bajo edificio de inspección. Le indicó a Mary que aparcara en una de las plazas en batería que tenía delante. Ella sólo había parado allí para ir al cuarto de baño … y sólo cuando estaba desesperada: el lugar era bastante sórdido.

—¿Señora Vaughan? ¿Señora Mary Vaughan? —dijo el agente.

—¿Sí?

—La estábamos esperando. Mi ayudante va a traer un coche ahora mismo.

Mary parpadeó.

—¿Para mí?

—Sí… y es una emergencia. i Venga!

Mary bajó del coche, y lo mismo hizo Louise. Entraron en el edificio de aduanas y el hombre gordo las hizo pasar al otro lado del mostrador. Descolgó un teléfono y marcó una tecla de extensión.

—Tengo a la señora Vaughan-dijo, y le pasó el teléfono a Mary.

—Soy Mary Vaughan.

—¡Mary! —exclamó una voz con acento jamaicano.

—¡Reuben! —Alzó la cabeza y vio que Louise sonreía—. ¿Qué pasa?

—Dios, mujer, tienes que comprarte un teléfono móvil —dijo Reuben—. Mira, sé que Louise y tú vais para Toronto, pero creo que será mejor que vengáis a Sudbury … y rápido.

—¿Por qué?

—Tu Jock Krieger ha atravesado el portal.

El corazón de Mary dio un vuelco.

—¿Qué? ¿Pero cómo ha llegado tan rápido?

—Habrá venido en avión, y eso es lo que vosotras deberíais hacer también. Estás a seis horas de coche de aquí. Pero tengo a La pepita de níquel esperándoos en Sto Catherines.

La pepita de níquel era el Learjet de Inco, pintado de verde oscuro en los flancos.

—Lo he descubierto por accidente —continuó Reuben—. He visto su nombre en el archivo de entradas de la mina cuando confirmaba la llegada de otra persona.

—¿Por qué no lo ha detenido nadie? —preguntó Mary.

—¿Y por qué iban a hacerlo? He consultado con los tipos del Ejército que están allá abajo en el observatorio de neutrinos. Me han dicho que llevaba pasaporte diplomático estadounidense, así que lo dejaron pasar al otro lado. De todas formas, mira, he mandado por fax un mapa a la aduana, indicando cómo llegar al aeródromo …

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