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Compañeros seres humanos. compañeros Homo sapíens, nosotros continuaremos nuestro gran viaje, continuaremos nuestra maravillosa gesta, continuaremos siempre hacia delante. Ésa es nuestra historia, ése es nuestro futuro. No nos detendremos, no vacilaremos, no nos rendiremos hasta que hayamos alcanzado las estrellas más lejanas.

Ponter y Adikor habían pasado mucho tiempo en las Naciones Unidas, asesorando a un comité que intentaba decidir si continuar o no con la construcción del nuevo portal permanente entre la sede de la ONU y de todo, si los hombres no podían utilizarlo, argumentaban algunos, entonces todo el trabajo debía ser abandonado. Louise Benoit formaba parte del mismo comité.

En la Universidad Laurentian, naturalmente, hubo vacaciones de Navidad. Mary y Bandra estuvieron libres y decidieron volar a Nueva York y pasar la Nochevieja con Louise, Ponter y Adikor en Times Square.

—¡Es increíble! —dijo Bandra, gritando para hacerse oír por encima de la multitud—. ¿Cuánta gente hay aquí?

—Suele haber medio millón de personas —dijo Mary. Bandra miró en derredor.

—¡Medio millón! Creo que nunca ha habido medio millón de barasts juntos en un mismo sitio.

—¿Por qué celebráis el Año Nuevo en esta fecha? —preguntó Ponter—. No hay solsticio ni equinoccio.

—Bueno —dijo Louise—. La verdad es que no lo sé. ¿Mary?

Mary negó con la cabeza.

—No tengo ni idea. —Miró a Louise a los ojos, tratando de imitar su acento por encima del estrépito—. ¡Pero cualquier día es bueno para ir de fiestaaa!

Pero todavía era pronto para esperar una sonrisa por su parte.

Todo estaba bañado en un brillo de neón.

—¿Veis ese edificio de allí? —señaló Mary.

Adikor y Ponter asintieron.

—Era la redacción del New York Times … por eso este sitio se llama Times Square. ¿Y veis el asta de la bandera, allá arriba? Mide veintidós metros. Una bola enorme de quinientos kilos bajará por esa asta exactamente a las 11.59 y tardará exactamente sesenta segundos en llegar abajo. Cuando lo haga, será el principio del nuevo año y dará comienzo un gran castillo de fuegos artificiales.

Alzó una bolsa: todos habían recibido una, regalo del Distrito Comercial de Times Square.

—Ahora, cuando la bola llegue abajo … bueno, primero se supone que debéis besar a vuestros seres queridos, y gritar «Feliz Año Nuevo». Pero también hay que arrojar al aire el contenido de la bolsa. Está llena de trocitos de papel llamados confeti.

Adikor sacudió la cabeza. —Es un ritual complicado.

—¡Me parece maravilloso! —dijo Bandra—. Creo que nosotros … ¡Asombro! ¡Asombro!

—¿Qué? —dijo Mary.

Bandra señaló.

—¡Somos nosotros!

Mary se volvió. Una de las enormes pantallas de vídeo gigantes mostraba a Bandra y Mary. Mientras miraba (¡fue muy emocionante!), la imagen se movió a la izquierda, mostrando a Ponter y Adikor. Al cabo de un instante, la imagen volvió a centrarse en el alcalde de Nueva York, que saludaba a la multitud. Mary se volvió hacia los otros.

—Nuestra presencia no ha pasado desapercibida —dijo, sonriendo.

Ponter se echó a reír.

—¡Oh, estamos acostumbrados a eso!

—¿Vienes aquí cada año? —preguntó Adikor.

Caía un poco de nieve, y el aliento de Mary era visible mientras hablaba.

—¿Yo? Nunca había venido … pero lo veo por televisión todos los años, como otros trescientos millones de personas de todo el mundo. Es la tradición.

—¿Qué hora es ya? —preguntó Ponter.

Mary miró su reloj; había luz suficiente para poder ver.

—las once y media pasadas.

—¡Oooh! —dijo Bandra, señalando de nuevo—. ¡Ahora le toca el turno a Lou!

La pantalla gigante mostraba un primerísimo plano del hermoso rostro de Louise, y ella sonrió encantadora al verse. Hubo aullidos de aprecio en millares de hombres. Bueno, Pamela Anderson Lee había empezado en Jumbotron, también …

La pantalla cambió para mostrar a Dick Clark con una chaqueta de seda negra. Estaba de pie en un gran escenario, rodeado de cientos de globos rosados y transparentes.

—¡Hola, mundo! —gritó, y entonces, corrigiéndose con una enorme sonrisa perfecta, añadió—: ¡Hola, mundos!

La multitud vitoreó. Mary aplaudió con sus manos enguantadas.

—¡Bienvenidos al Feliz Año Nuevo con Dick Clark!

Más aplausos. Alrededor, la gente agitaba banderitas estadounidenses que habían repartido con las bolsas de confeti.

—Ha sido un año sorprendente-dijo Clark—. Un año que nos vio reuniéndonos con nuestros primos largamente perdidos, los neanderthales.

La pantalla cambió para mostrar un primer plano de Ponter, que tardó un segundo en localizar la cámara, y luego saludó suavemente, la nueva placa de Yak chispeando bajo el arco iris de neón.

La multitud empezó a entonar: —¡Pon-ter! ¡Pon-ter! ¡Pon-ter!

Mary sintió que el corazón le iba a estallar de orgullo. Pero Dick Clark continuó.

—Esta noche, además de los mejores grupos de rock del mundo, Krik Donalt va a tocar su éxito Dos que se convierten en Uno en directo, desde nuestro estudio de Hollywood. Pero, ahora mismo, vamos a … señor, señor, lo siento, pero tiene que marcharse.

Mary miró la enorme pantalla, desconcertada. Clark estaba solo en el escenario.

—Lo siento, señor, pero estamos en el aire —le decía Clark al vacío. Se dio la vuelta y gritó—: Matt, ¿podemos sacar de aquí a este payaso?

Hubo murmullos entre la multitud. Lo que Clark intentaba no funcionaba. De hecho, Bandra se inclinó hacia Mary y susurró:

—Está estropeando …

De repente, un hombre que les daba la espalda se volvió (una hazaña difícil, ya que estaban apretujados como sardinas) y, mirando directamente a Ponter, dijo:

—¡Dios mío, eres tú! ¡Eres tú!

Ponter sonrió amablemente.

—Sí, yo …

Pero el hombre, con los ojos muy abiertos, apartó a Ponter, y repitió:

—¡Eres tú! ¡Eres tú!

Parecía decidido a abrirse paso entre la multitud, y ésta, en su mayor parte, se apartaba para permitírselo.

—¡Jesús! —gritó una mujer junto a Bandra, pero Mary no vio qué la había molestado. Se volvió para mirar al hombre que había empujado a Ponter y, para su sorpresa, lo vio arrodillarse.

La voz de Dick Clark volvió a sonar por los altavoces, llena de pánico.

—¡No puedo hacer esto con él aquí!

Mary sintió que se le secaba la garganta. Extendió la mano izquierda, con intención de sujetarse. Bandra la agarró por el brazo.

—Mare, ¿estás bien?

Mary consiguió asentir.

—¡Jesús! —gritó de nuevo la mujer. Pero Mary negó con la cabeza.

No, no era Jesús.

¡Era la bendita Virgen María!

—Ponter —dijo Mary, la voz temblando—. Ponter, ¿la ves?

¿La ves?

—¿A quién?

A ella, está aquí —dijo Mary, señalando, y entonces, casi de inmediato, alzó las manos para persignarse—. ¡Está aquí mismo! —Mare, hay medio millón de personas …

—Pero ella brilla —dijo Mary en voz baja.

Ponter se volvió hacia Louise, y Mary se obligó a mirar en esa dirección durante un segundo. Los ojos marrones de Louise estaban muy abiertos y susurraba una y otra vez, demasiado bajo para que Mary la oyera, pero podía leerle los labios:

—Mon Dieu, mon Dieu, mon Dieu …

—¡Ves! —exclamó Mary—. ¡ Louise la ve también!

Pero incluso mientras lo decía, Mary tuvo sus dudas: la Virgen era santa, pero no se la saludaba diciendo «Dios mío, Dios mío, Dios mío».

La mirada de Mary fue atraída de nuevo hacia la perfecta forma iluminada que tenía delante, flanqueada por altos edificios.

Bandra todavía la sujetaba por el brazo. La mujer, al otro lado de Bandra, se había puesto de rodillas.

—¡María! —exclamó—. ¡Bendita Virgen María!

Pero estaba mirando en dirección completamente opuesta …

—Miren —gritó una voz, una de las miles que gritaban ahora pero que Mary pudo captar—. i La santa Madre!

Mary alzó la cabeza. Los reflectores surcaban el cielo, negro y vacío.

—¡Mare! —.Era la voz de Ponter—. Mare, ¿estás bien? ¿Qué está pasando?

Un hombre de delante de Mary se había dado la vuelta y rebuscaba en su abrigo. Durante medio segundo Mary pensó que iba a sacar una pistola, pero lo que sacó fue una gruesa cartera repleta de billetes. La abrió.

—¡Tome! —dijo, arrojando algunos billetes a Mary—. ¡Tome, cójalos!

Se volvió hacia Ponter y le dio dinero también.

—¡Cójalo! ¡Cójalo! Tengo demasiado…

De detrás de Mary llegó un fuerte grito:

—¡Alá akhbar! ¡Alá akhbar!

Y de delante:

—El Mesías. Por fin.

Y a la izquierda:

—¡Sí, sí! ¡Tómame, Señor!

Y a su derecha, alguien cantaba: —¡Aleluya!

Mary deseó tener su rosario. La Virgen estaba allí, ¡allí mismo!, llamándola.

—¡Mare! —gritó Ponter—. ¡Mare!

Detrás de Mary, alguien lloraba. Delante, alguien reía de manera incontrolable. Había quienes se cubrían la cara con las manos, o aplaudían, o alzaban las mallas al cielo.

Un hombre gritaba:

—¿Quién es ése? ¿Quién anda ahí? Y una mujer chillaba: —¡Márchate! ¡Márchate!

Y otra persona gritaba: —¡Bienvenidos al planeta Tierra!

A unos pocos metros de distancia, Mary vio a un hombre desmayarse, pero la multitud estaba demasiado apretujada para que cayera al suelo.

—¡Es el día del Juicio Final! —gritó una voz.

—¡Es el primer contacto! —gritó otra.

—¡Mahdi! ¡Mahdi! —gritó una tercera.

Cerca, una mujer entonaba:

—Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre …

Y junto a ella, un hombre decía: —Lo siento, lo siento, lo siento …

Y alguien gritaba con mucho énfasis:

—¡Esto no puede estar sucediendo! ¡Esto no puede ser real!

—¡Mare! —gritó Ponter, agarrándola por los hombros y obligándola a darse la vuelta, apartándola de la Virgen María—. ¡Mare!

—No —consiguió decir Mary—. No, suéltame. Ella está aquí…

—Mare, la multitud está enloqueciendo. ¡Tenemos que salir de aquí!

Mary se retorció, encontrando fuerzas que no sabía que tenía.

Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por estar con la Virgen … —¡Adikor, Bandra, rápido! —La voz de Ponter, traducida, estalló en su cerebro, ahogando las palabras de Nuestro Señor.

Mary extendió ambas manos, convirtiendo los dedos en garras, intentando arrancar los implantes.

—¡Tenemos que sacar de aquí a Mare y a Lou!

La luz blanca (la perfecta luz blanca) temblaba ahora, con titilaciones en forma de prisma en sus bordes. Mary sintió que su corazón se expandía, que su alma volaba, que …

«¡Disparos!»

Mary miró a la derecha. Un hombre blanco de unos cuarenta años tenía una pistola y le disparaba a algún demonio invisible, la cara deformada por el terror. Ante él, la gente moría, pero Times Square estaba demasiado abarrotada para que cayera. Mary vio el rostro de una persona, luego de otra, mientras las balas los alcanzaban.

Los chillidos de terror rivalizaron con los gritos de embeleso.

—Bandra —aulló Ponter—. ¡Abre paso! Yo sujeto a Marc. ¡Adikor, sujeta a Lou!

Mary sintió el sudor resbalando por su cara a pesar del frío.

Ponter iba a intentar arrancarla de …

«No —dijo la parte racional de Mary, luchando para abrirse paso en su conciencia—. La Virgen no está aquí.»

«¡Sí! —gritó otra parte—. ¡Sí que está!»

«No … no. ¡No hay ninguna Virgen! No hay ninguna … »

Pero la había, tenía que haberla, pues Mary notó de pronto que se elevaba del suelo, que se alzaba …

Porque Ponter la llevaba en brazos, cada vez más alto hasta que se la echó al hombro. Bandra, delante de ellos, apartaba a las personas como si fueran bolos, dividiendo las olas del mar, forzando una abertura en la multitud. Ponter cargó hacia delante, ocupando el espacio que l3andra despejaba antes de que se llenara de nuevo de aplastante humanidad. Todavía había unas cuantas zonas menos densas (lo que quedaba de los carriles reservados originalmente para los vehículos de emergencia), y Bandra se dirigía hacia una de ellas.

Un hombre se les acercó con una expresión de locura en el rostro. Lanzó un puñetazo a Ponter, que lo esquivó fácilmente. Pero otro hombre lo abordó, gritando:

—¡Vete, demonio!

Ponter trató de esquivar también sus golpes, pero era inútil. El atacante era como (exactamente como, advirtió Mary) un poseso.

Descargó un puñetazo en la ancha mandíbula de Ponter, y Ponter terminó por devolverle el golpe con la mano abierta. Lo alcanzó en el pecho. Incluso por encima de la cacofonía, Mary oyó el sonido de las costillas al romperse. El hombre cayó. La multitud se abalanzó para ocupar el espacio despejado por Bandra, y pareció que el atacante iba a ser pisoteado, pero unos segundos más tarde Ponter avanzó tanto que Mary ya no vio qué era del hombre caído.

La perspectiva de Mary oscilaba salvajemente mientras Ponter se lanzaba hacia delante, pero de repente captó la gigantesca bola iluminada que iniciaba su descenso por el asta de la bandera: una esfera geodésica de dos metros de diámetro, cubierta de cristal Waterford, encendida por dentro y por fuera. Mary no creía que nadie hubiera sido capaz de ponerla en marcha: seguramente, el mecanismo estaba en manos de un ordenador.

Luces. Focos. Láseres entrecruzándose en las nubes de hielo seco. Más gritos. Más disparos. Cristales rotos. Alarmas ululando.

Un agente de policía desmontado del caballo. —¡María! —gritaba Mary—. ¡Sálvanos!

—¡Ponter! —La voz de Adikor, tras ellos—. ¡Cuidado!

Mary notó que él volvía la cabeza. Otra persona enloquecida avanzaba hacia él blandiendo una palanca. Ponter se apartó a la derecha, derribando a la gente al hacerlo, para evitar ser alcanzado en la cabeza.

Bandra se dio la vuelta y agarró al hombre por la muñeca. De nuevo, cuando cerró la mano, Mary oyó el crujido de los huesos al romperse, y la palanca cayó al suelo.

Mary volvió la cabeza, buscando a la Virgen. la enorme bola ya casi había bajado del todo … y ellos casi habían salido de Times Square camino de la Calle 42.

De repente el cielo explotó …

Mary alzó la cabeza. ¡Las huestes celestiales! Las …

Pero no. No, al igual que la bajada de la bola debía de estar controlada por ordenador, al parecer lo mismo sucedía con los fuegos artificiales. Una gigantesca cola de pavo real de luces se abría tras ellos, seguida por cohetes rojos, blancos y azules que se alzaban hacia los cielos.

Las piernas de Ponter se movían arriba y abajo como pistones musculosos. La multitud era cada vez menos densa y ya avanzaba con rapidez. Bandra continuaba delante; Adikor, con Louise a hombros, los seguía, y todos continuaron corriendo hacia la oscuridad, hacia el nuevo año.

—¡María! —gritó Mary Vaughan—. ¡Santa María, vuelve!


La sede de las Naciones Unidas estaba casi dos kilómetros al este de Times Square. Tardaron noventa minutos en llegar allí a pie, luchando con el tráfico y la multitud todo el tiempo, pero por fin lo consiguieron y se pusieron a salvo en el interior. Un guardia de seguridad gliksin reconoció a Ponter y los dejó entrar.

Las visiones habían terminado poco después de la medianoche, tan bruscamente como habían comenzado. Mary tenía un terrible dolor de cabeza y se sentía vacía y fría por dentro.

—¿Qué has visto? —le preguntó a Louise.

Louise meneó lentamente la cabeza adelante y atrás, recordando claramente lo asombroso de todo aquello.

—A Dios —dijo—. A Dios Padre, igual que en el techo de la capilla Sixtina. Era … —Buscó una palabra—. Era perfecto.

Pasaron el resto de la noche en la planta número veinte del edificio de la secretaría, durmiendo en una sala de conferencias y escuchando los aullidos de las sirenas abajo: las visiones habían terminado, pero el caos acababa de desatarse.


Por la mañana vieron algún noticiario esporádico (algunas cadenas de televisión ni siquiera emitían) para intentar comprender qué había sucedido.

El campo magnético de la Tierra llevaba ya más de cuatro meses colapsándose: por primera vez desde que la conciencia había emergido en este mundo. La fuerza del campo había estado fluctuando, líneas de fuerza convergiendo y divergiendo salvajemente.

—Bueno —dijo Louise, con las manos en las caderas, mientras contemplaba la tele—, no es exactamente un crash, pero …

—¿Pero qué? —preguntó Mary. Las dos estaban agotadas, sucias y magulladas.

—Le dije a Jock que el principal problema relacionado con el colapso del campo magnético no sería que la radiación ultravioleta atravesara la atmósfera, ni nada de eso. Le dije que más bien serían los efectos sobre la conciencia humana.

—Fue como lo que experimenté en la cámara de pruebas de Verónica Shannon, pero mucho más intenso.

Ponter asintió.

—Pero, al igual que en la cámara de Verónica, ni yo ni, estoy seguro, ningún otro barast, experimentamos nada.

—Pero todos los demás —dijo Mary, e indicó el televisor—, en todo el maldito planeta según parece, tuvimos una experiencia mística.

—O la de ser abducidos por un ovni —dijo Louise—. O, al menos, algún tipo de encuentro con algo que en realidad no estaba allí.

Mary asintió. Pasarían días (¡meses!) hasta tener un recuento definitivo de los muertos y los daños, pero sin duda cientos de miles, si no millones, habían perecido en Nochevieja … o el día de Año Nuevo, en las zonas horarias al este de Nueva York.

Y, naturalmente, continuarían durante años los debates sobre lo que había significado la experiencia que al menos un comentarista llamaba ya el «Último Día».

El papa Marcos II iba a dirigirse a los fieles más tarde.

Pero, ¿qué podía decir? ¿Confirmaría las visiones de Jesús y la Santa Virgen mientras rechazaba los encuentros con deidades y profetas y mesías sagrados para musulmanes y mormones, para hindúes y judíos, para cienciólogos, wiccas y maoríes, para cherokees y mi'kmaqs e indios algonquinos y pueblos, para innuits y budistas?

¿Y qué pasaba con los avistamientos de ovnis, los alienígenas grises, los monstruos de ojos saltones?

El Papa tenía que dar alguna explicación. Todos los líderes religiosos tenían que hacerlo.

Adikor, Bandra y Louise estaban absortos en un reportaje de la BBC que mostraba los acontecimientos del día anterior en Oriente Medio. Mary le dio un golpecito a Ponter en el hombro y, cuando él la miró, le indicó que se acercara al otro lado de la sala de conferencias.

—¿Sí, Mare? —dijo él en voz baja.

—Todo es una pamema, ¿verdad?

Hak pitó, pero Mary lo ignoró.

—Mira, he cambiado de opinión. Sobre nuestra hija … Vio que el ancho rostro de Ponter se entristecía.

—¡No, no! —dijo Mary, y extendió la mano para tocar su corto y musculoso antebrazo—. No, sigo queriendo tener una hija contigo. Pero olvida lo que dije en la cabaña de Vissan. Nuestra hija no debería tener el órgano de Dios.

Los ojos dorados de Ponter buscaron algo en los suyos.

—¿Estás segura?

Ella asintió.

—Sí, finalmente, por una vez en mi vida, estoy realmcnte segura de algo .

Dejó que la mano bajara por su brazo y entrelazó los dedos con los suyos.

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