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Fue ese espíritu de búsqueda el que hizo que valientes como Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova y John Glenn cabalgaran sobre columnas de fuego hasta la órbita de la Tierra…


Cada semana, Jock Krieger revisaba los recortes de prensa sobre los neanderthales, tanto en las ciento cuarenta revistas a las que el Grupo Sinergía estaba suscrito como en todo lo recopilado y enviado por diversos medios impresos, la radio y los servicios de vídeo. La hornada de material que tenía delante incluía un avance de una entrevista con Lonwis Trob que aparecería en Popular Mechanichs; una serie de cinco artículos del San francisco Chronicle sobre lo que estaba haciendo la tecnología neanderthal al futuro de las empresas de Silicon Valley; una aparición del corredor. Jalsk Lalplun en Mundo Deportivo de la ABC; un editorial del Minneapolis Star Tribune diciendo que Tukana Prat debería ganar el premio Nobel de la paz por hallar un modo de mantener abierto el contacto entre los dos mundos; un especial de la CNN donde Craig Ventner entrevistaba a Borl Kadas, quien dirigía la versión neanderthal del proyecto Genoma Humano; un documental de la NHK sobre los neanderthales en la realidad y la ficción; el lanzamiento en DVD de En busca del fuego con comentarios de un paleoantropólogo neanderthal; un nuevo estudio del Departamento de Defensa sobre temas de seguridad relacionados con los portales interdimensionales, y así sucesivamente.

Louise Benoit había bajado al salón de la antigua mansión que albergaba al Grupo Sinergia para echarle también un vistazo al material. Estaba leyendo un artículo en New Scientist que planteaba la pregunta de por qué los neanderthales habían domesticado perros, si su sentido del olfato era como mínimo tan bueno como el de los caninos, lo que implicaba que los perros habían aportado poca cosa a su habilidad cazadora. Pero dejó de leer cuando Jock resopló ruidosamente.

—¿Qué ocurre? —preguntó, mirándolo por encima de la revista.

—Estoy harto de esto —dijo Jock, indicando el montón de revistas, recortes de periódicos, cintas de audio y de vídeo—. Estoy hasta las narices. «Los neanderthales son más pacíficos que nosotros.» «Los neanderthales son más conscientes del medio ambiente que nosotros.» «Los neanderthales son más listos que nosotros.» ¿Por qué demonios tiene que ser así?

—¿De verdad quieres saberlo? —preguntó Louise, sonriendo.

Rebuscó en el montón de revistas, y luego sacó el ejemplar de Maclean's del mes—. ¿Has leído el editorial?

—Todavía no.

—Dice que los neanderthales son como los canadienses y los gliksins como los estadounidenses.

—¿Y eso qué demonios se supone que significa?

—Bueno, el articulista dice que los neanderthales creen en todo lo que defiende Canadá: socialismo, pacifismo, ecologismo, humanismo.

—Santo cielo.

—Oh, venga ya —dijo Louise burlona—. Te oí hablar con Kevin: estuviste de acuerdo con Pat Ruchanan cuando dijo que mi país debería llamarse Canuquistán Soviético.

—Los canadienses son también gliksins, doctora Benoit.

—No todos —dijo Louise, todavía bromeando—. Después de todo, Ponter es ciudadano canadiense.

—Sigo sin creer que ése sea el motivo por el que salen tan bien parados en la prensa. Es esa maldita tendencia izquierdista de los periódicos.

—No, no lo creo —respondió Louise, soltando su revista—. El verdadero motivo por el que los neanderthales siguen saliendo mejor parados que nosotros es porque tienen el cerebro más grande. La capacidad craneana neanderthal es un diez por ciento superior a la nuestra. Nosotros apenas tenemos suficiente cerebro para pensar más allá de la primera fase de las ideas: si construimos una lanza mejor, podemos matar más animales. Pero, a menos que hagamos un auténtico esfuerzo, no vemos la segunda fase: si matamos demasiados animales, no quedará ninguno y pasaremos hambre. Parece que los neanderthales se hicieron una idea del panorama desde el primer día.

—Entonces, ¿por qué los derrotamos aquí, en el pasado de esta Tierra?

—Porque nosotros teníamos conciencia, verdadera autoconciencia, y ellos no. Recuerda mi teoría: el universo se dividió en dos cuando la conciencia emergió por primera vez. En una rama, nosotros, y sólo nosotros, la tuvimos. En la otra, ellos, y sólo ellos, la tuvieron. ¿Es extraño que, a pesar del tamaño cerebral o la robustez física, fueran los seres verdaderamente conscientes los que prevalecieron en sus respectivas líneas temporales? Pero ahora estamos comparando a seres conscientes con un cerebro de 1.400 centímetros cúbicos con otros con uno de 1.500. —Sonrió—. Hemos estado esperando a que aparecieran los alienígenas de cabeza grande, y aquí los tenemos. Pero no vienen de Alfa Centauri: vienen de aquí al lado.

Jock frunció el ceño.

—Un cerebro grande no implica necesariamente más inteligencia.

—No, necesariamente, no. Pero el Homo sapiens medio tiene un CI de 100, por definición. Y la inteligencia se distribuye siguiendo una curva de campana: para cada uno de nosotros con un CI de 130, hay otro con un el de 70. Pero supongamos que ellos tuvieran un el de 110 de media en vez de 100 … incluso antes de depurar su poso genético. Ésa podría ser toda la diferencia.

—Has mencionado la curva de campana. Leí ese libro, y…

—Y estaba lleno de chorradas. El CI no varía simplemente entre grupos raciales excepto cuando la malnutrición es un factor que hay que tener en cuenta. Has conocido a mi novio, Reuben Montego. Bueno, es médico, y es negro. Si La curva de campana tuviera razón, Reuben sería una rareza increíble, pero naturalmente no lo es. Las disparidades previas se debían a barreras económicas y sociales que impedían la educación superior de los negros, y no a una inferioridad inherente.

—¿Estás diciendo que nosotros somos inherentemente inferiores a los neanderthales?

Louise se encogió de hombros.

—No hay duda de que somos físicamente inferiores. ¿Por qué iba a costar aceptar que también lo somos mentalmente?

Jock hizo un gesto de disgusto.

—De todas formas, lo odio. Cuando estaba en RAND, nos pasábamos la vida intentando vencer a enemigos que eran nuestros iguales intelectualmente. Oh, a veces ellos nos aventajaban en el hardware y a veces lo hacíamos nosotros, pero no había un bando inherentemente más listo que el otro. Y ahora…

—No estamos intentando vencer a los neanderthales —dijo Louise, y luego, alzando las cejas, añadió—: ¿Verdad?

—¿Qué? No, no. Por supuesto que no. No seas tonta, jovencita.

—¿Un bebé? —dijo Lurt Fradlo, las manos en sus anchas caderas—. ¿Ponter y tú queréis tener un bebé?

Mary asintió tímidamente. Había dejado a Ponter en su casa y había viajado en cubo hasta la casa de Lurt en el Centro de Saldak. —Así es.

Lurt abrió los brazos y le dio a Mary un gran achuchón. —¡Maravilloso! ¡Absolutamente maravilloso!

Mary sintió que todo su cuerpo se relajaba.

—No sabía si lo aprobarías o no.

—¿Por qué no iba a aprobado? —preguntó Lurt—. Ponter es una persona maravillosa y tú eres una persona maravillosa. Seréis unos padres magníficos. —Hizo una pausa—. No lo distingo en vosotros los gliksins: ¿qué edad tienes, querida?

—Treinta y nueve años. Unos quinientos veinte meses. Lurt bajó la voz.

—Para nuestra especie, es difícil concebir a esa edad.

—Para la mía también, aunque tenemos todo tipo de medicamentos y técnicas que pueden ayudar. Pero hay un pequeño problema …

—¿Sí?

—Sí. Los barasts, como Ponter y tú, tenéis veinticuatro pares de cromosomas. Los gliksins como yo sólo tenemos veintitrés.

Lurt frunció el ceño.

—Eso hará muy difícil la fecundación.

Mary asintió.

—Oh, sí. Dudo que pudiéramos conseguido sólo practicando el sexo.

—¡Pero no dejéis de intentarlo! —dijo Lurt, sonriendo. Mary le devolvió la sonrisa.

—Desde luego. Pero espero poder encontrar un medio de combinar el ADN de Ponter y el mío. Uno de los cromosomas de mi especie está formado por la unión de dos de los cromosomas del antepasado común que vosotros y nosotros compartimos. Genéticamente, el contenido de las secuencias de ADN es muy similar, pero resulta que todo está en el cromosoma largo del Homo sapiens, en vez de en los dos más cortos del Homo neanderthalensis.

Lurt asentía lentamente.

—¿Y esperas poder superar este problema?

—Esa era mi idea. Creo que podría hacerse, incluso sólo con las técnicas que mi gente tiene a su alcance, pero sería muy difícil. Vosotros estáis mucho más avanzados en muchos aspectos. Me preguntaba si conocerías a alguien experto en este campo.

—Te aprecio mucho, Mare, pero tienes una tendencia a tener mala pata.

—¿Perdona?

—Hay una solución a tu problema. Una solución perfecta. Pero …

—¿Pero qué?

—Pero está prohibida.

—¿Prohibida? ¿Por qué?

—Por la amenaza que representa para nuestro modo de vida. Hubo una genetista llamada Vissan Lennet. Hasta hace cuatro meses vivía en Kraldak.

—¿Y eso está…?

—Es una ciudad situada a unas trescientas cincuenta mil brazadas al sur de aquí. Pero se marchó.

—¿Abandonó Kraldak? —dijo Mary.

Lurt negó con la cabeza.

—Lo abandonó todo.

Mary notó que sus cejas se alzaban.

—Dios mío … ¿quieres decir que se suicidó?

—¿Qué? No, sigue viva. Al menos, por lo que sabemos … no es que tengamos ningún modo de contactar con ella.

Mary indicó el antebrazo de Lun. —¿No puedes llamarla?

—No. Eso es lo que estoy intentando decir. Vissan abandonó nuestra sociedad. Se arrancó el Acompañante y se fue a vivir a los bosques.

—¿Por qué hizo eso?

—Vissan era una gran genetista, pero desarrolló un aparato que el Gran Consejo Gris no pudo permitir. De hecho, los Grandes Grises locales me llamaron y me preguntaron mi opinión al respecto. Yo no quería que prohibieran la investigación, pero los Grandes Grises consideraron que no tenían más remedio, dado lo que había hecho Vissan.

—¡Santo cielo, hablas como si hubiera creado una especie de arma genética!

—¿Qué? No, no, por supuesto que no. No estaba loca. El aparato que Vissan construyó fue un… «escritor de codones». Supongo que ésa sería la expresión correcta. Podía programarse para descifrar cualquier secuencia imaginable de ácido desoxirribonucleico o ácido nucleico con las proteínas asociadas. Si se puede imaginar, el escritor de codones de Vissan puede producirlo.

—¿De veras? ¡Caramba! Parece verdaderamente útil.

Demasiado útil, al menos en opinión del Gran Consejo Gris. Verás, entre muchas otras cosas, permitía la producción de … de … no estoy segura de cómo lo llamas tú: los semiconjuntos de cromosomas que existen en las células sexuales.

—Haploides —dijo Mary—. Los veintitrés… perdóname, veinticuatro cromosomas que se encuentran en el esperma o el óvulo.

—Exactamente.

—Pero ¿qué problema supone eso?

—Es contrario a nuestro sistema judicial-respondió Lurt—. ¿No lo ves? Cuando esterilizamos a un criminal y a sus parientes cercanos estamos impidiendo que produzcan conjuntos haploides de cromosomas: estamos impidiendo que puedan reproducirse. Pero el escritor de codones de Vissan habría permitido que el esterilizado evitara su castigo, simplemente programando al aparato para que produjera cromosomas que contuvieran su propia información genética.

—¿Y por eso fue prohibido el aparato?

—Exactamente —dijo Lurt—. Los Grandes Grises ordenaron la interrupción de la investigación… y Vissan se puso furiosa. Dijo que no podía formar parte de una sociedad que reprimía el conocimiento, y se marchó.

—Entonces … ¿entonces Vissan está viviendo aislada, de lo que encuentra?

Lurt asintió.

—Es bastante fácil. De jóvenes se nos entrena a todos en las habilidades necesarias.

—Pero … pero pronto llegará lo más crudo del invierno.

—Sin duda habrá construido una cabaña o algún tipo de refugio. En cualquier caso, el escritor de codones de Vissan es el aparato que necesitas. Sólo se construyó un prototipo antes de que el Gran Consejo Gris lo prohibiera. Normalmente, por supuesto no se pierde nada en este mundo: los implantes Acompañantes lo ven y registran todo. Pero Vissan se deshizo del prototipo después de quitarse el Acompañante y mientras estaba sola. Probablemente todavía existe, y desde luego es el instrumento ideal para crear el hijo híbrido que deseas.

—Si pudiera encontrarlo —dijo Mary.

—Exactamente. Si pudieras encontrarlo.

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