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Pero oler las flores marcianas sólo será hacer una pausa, un descanso para tomar aire, un instante de reflexión antes de que emprendamos de nuevo el viaje, siempre más y más lejos, aprendiendo, descubriendo, creciendo, expandiendo no sólo nuestras fronteras sino nuestras mentes…


Habían pasado casi tres semanas desde que el contingente de las Naciones Unidas, incluido Jock, regresara a casa. Ponter y Adikor trabajaban en las instalaciones de cálculo cuántico, a mil brazadas bajo la superficie, cuando llegó mensaje: un sobre de mensajería traído por un oficial de las Fuerzas Armadas canadienses a través del tubo de Derkers.

El propio Ponter abrió el paquete. El sobre de su interior llevaba el logotipo con el globo terráqueo doble del Grupo Sinergía, y por eso al principio Ponter supuso que era de Mare. Pero no. Para su asombro, el sobre iba dirigido a él, tanto en letras inglesas como en símbolos neanderthales.

Ponter abrió el sobre, con su amado Adikor mirando por encima del hombro. Dentro había una perla de memoria. Ponter la introdujo en el reproductor de su consola de control y apareció una imagen tridimensional de Lonwis Trob, sus azules ojos mecánicos,·liando desde dentro. La imagen tenía aproximadamente un tercio del tamaño real y flotaba a un palmo por encima de la consola.

—Día sano, sabio Boddit —dijo Lonwis—. Necesito que regrese a la Sede del Grupo Sinergia, aquí, al sur del lago Jorlant, lo que los gliksins insisten en llamar lago Ontario a pesar de que los he corregido repetidas veces. Como sabes, estoy trabajando con la doctora Benoit en asuntos de cálculo cuántico y tengo una nueva idea para impedir la decoherencia incluso en sistemas a nivel de superficie, pero necesito tu experiencia en cálculo cuántico. Trae a tu compañero de investigación, el sabio Adikor Huid; su experiencia será de considerable ayuda también. Ven dentro de tres días.

La imagen se congeló, lo que significaba que la grabación había llegado a su fin. Ponter miró a Adikor.

—¿Te gustaría venir?

—¿Bromeas? —preguntó Adikor—. ¡Una oportunidad para conocer a Lonwis Trob! Me encantaría ir.

Ponter sonrió. Los gliksins decían que los barasts carecían del deseo de explorar nuevos lugares. Tal vez tuvieran razón: hasta ahora, a pesar de que era su tecnología lo que había hecho posible el portal, Adikor no había mostrado ningún interés en ver el mundo gliksin. Sin embargo iba a hacerla … para conocer a uno de sus héroes barasts.

—Tres días. Tiempo de sobra para hacer las maletas —dijo Ponter—. El Grupo Sinergía no está lejos de aquí… el aquí que está allí, quiero decir.

—Me pregunto qué esconde Lonwis bajo su ceño —comentó Adikor.

En la sala de control no había nadie excepto ellos dos, aunque un técnico neanderthal trabajaba en la sala de cálculo y un controlador neanderthal estaba sentado junto a la boca del portal, por si acaso.

—Tengo que invitar a Mare para que venga con nosotros —dijo Ponter.

Adikor entornó los ojos.

—Todavía no es Dos se convierten en Uno. Ponter asintió.

—Lo sé. Pero esa regla no se aplica en su mundo, y ella nunca me lo perdonaría si fuera allí y no la llevara.

—El sabio Trob no la ha mandado llamar —dijo Adikor. Ponter extendió la mano y tocó el brazo de Adikor.

—Sé que esto ha sido difícil para ti. He pasado demasiado tiempo con Marc y muy poco contigo. Sabes cuánto te quiero.

Adikor asintió lentamente.

—Lo siento. Estoy intentando … de verdad que lo intento, no ser quisquilloso con Mare y contigo. Me refiero a que quiero de verdad que tengas una mujer-compañera: lo sabes. Pero nunca pensé que encontrarías una que se interpondría en nuestro tiempo de estar juntos.

—Ha sido … complejo —dijo Ponter—. Te pido disculpas. Pero dentro de poco tu hijo Dab vendrá a vivir con nosotros … y entonces tendrás menos tiempo para mí.

En cuanto hubo dicho estas palabras, Ponter lo lamentó. El dolor se pintó en el rostro de Adikor.

—Criaremos a Dab juntos —dijo Adikor—. Es la costumbre; lo sabes.

—Lo sé. Lo siento. Es que …

—Es que esto es tan podridamente embarazoso —dijo Adikor.

—Lo resolveremos pronto. Te lo prometo.

—¿Cómo?

—Mare se trasladará al otro lado del portal y vivirá allí, en su mundo, excepto cuando Dos se conviertan en Uno. Las cosas volverán a la normalidad entre tú y yo, Adikor.

—¿Cuándo?

—Pronto. Lo prometo.

—Pero quieres que ella nos acompañe en este viaje … que venga con nosotros al Grupo Sinergía, que venga con nosotros a ver a Lonwis.

—Bueno, su contribución actual es como investigadora del Grupo Sinergía. Tiene lógica que regrese allí de vez en cuando, no me lo negarás.

La ancha boca de Adikor estaba fruncida en una mueca. Ponter empleó el dorso de la mano para acariciar suavemente la mejilla de su hombre-compañero, sintiendo sus pelos.

—Te quiero, Adikor. Nada se interpondrá jamás entre nosotros. Adikor asintió lentamente, y luego, tomando él mismo la iniciativa, habló a su Acompañante.

—Por favor, conéctame con Mare Vaughan.

Al cabo de un momento, la imitación de Christine de la voz de Mare surgió del altavoz externo del Acompañante de Adikor, traduciendo lo que Mare decía en su idioma:

—Día sano.

—Día sano, Mare. Soy Adikor. ¿Qué te parecería hacer un viajecito con Ponter y conmigo?


—¡Esto es sorprendente! —dijo Adikor mientras atravesaban en coche Sudbury, Ontario—. ¡Edificios por todas partes! ¡Y toda esa gente! ¡Hombres y mujeres juntos!

—Y esto es sólo una ciudad pequeña —contestó Ponter—. Espera a ver Toronto o Manhattan.

—Increíble —dijo Adikor. Ponter había ocupado el asiento trasero para que Adikor pudiera ir delante—.¡Increíble!

Antes de emprender el largo viaje hasta Rochester se detuvieron en la Universidad Laurentian para preguntar si había posibi1idades de empleo para Mary y Bandra. Ponter tenía toda la razón: se reunieron primero con los jefes de los departamentos de genética y geología, pero no tardaron en aparecer el decano de la universidad y su consejero. La Laurentian quería contratarlas a ambas. Estarían encantados de elaborar un calendario de trabajo que permitiera a Mary disfrutar de cuatro días de permiso al mes.

Ya que estaban allí, bajaron al cubil que Verónica Shannon tenía en el sótano. Adikor se metió en el «armario de Verónica» con un casco de pruebas recién construido que encajaba fácilmente en los cráneos neanderthales.

Mary esperaba que Adikor experimentara algo cuando estimularan la parte izquierda de su lóbulo parietal, pero no sucedió nada. Por si el cerebro neanderthal era como la imagen reflejada del gliksin (cosa improbable, dada la predominancia de diestros neanderthales), Verónica lo intentó por segunda vez estimulando la parte derecha del lóbulo parietal de Adikor, pero tampoco con eso obtuvo ninguna respuesta.

Mary, Ponter y Adikor se dirigieron luego al apartamento de ella en Richmond Hill. Adikor no dejaba de contemplar la autopista y los demás coches completamente asombrado.

Cuando llegaron a la casa de Mary, ésta recogió un enorme montón de correo acumulado del mostrador del conserje en el vestíbulo, y luego subieron en ascensor hasta su vivienda.

Allí, Adikor se asomó al balcón, fascinado por el panorama. Parecía contentarse con mirar, así que Mary ordenó una cena que sabía que le gustaría a Ponter: Kentucky Fried Chicken, ensalada de col, patatas fritas y doce latas de cola.

Mientras esperaban la comida, Mary encendió la tele, con la esperanza de pillar las noticias, y antes de que pasara mucho rato se encontró pegada a la pantalla.

Habemus papam! —dijo la presentadora, una mujer blanca de pelo rojizo y gafas de montura de alambre—. Ésas han sido las palabras más escuchadas hoy en la ciudad del Vaticano, en Roma: tenemos Papa.

La imagen cambió para mostrar la columna de humo blanco que se elevaba de la chimenea de la capilla Sixtina, indicando la quema de las papeletas después de que un candidato obtuviera la mayoría requerida de dos tercios más uno. Mary sintió que el corazón le latía con fuerza. Entonces apareció una imagen en foto fija: un hombre blanco de unos cincuenta y cinco años, pelo entrecano y rostro estrecho y alargado.

—El nuevo Pontífice es el cardenal Franco DiChario, de Florencia, y nos informan de que adoptará el nombre de Marcos II.

Una imagen doble ahora, de la presentadora y una mujer negra de unos cuarenta años que llevaba un elegante traje de chaqueta.

—Con nosotros, en el Centro de transmisión de la CBS, se encuentra Susan Doncaster, catedrática de estudios religiosos de la Universidad de Toronto. Gracias por su presencia, profesora.

—Es un placer, Samantha.

—¿Qué puede decimos de Franco DiChario? ¿Qué tipo de cambios podemos esperar que efectúe en la Iglesia Católica Romana?

Doncaster abrió un poco los brazos.

—Muchos de nosotros esperábamos un soplo de aire fresco con el nombramiento de un nuevo Papa, quizás el relajamiento de algunas de las políticas más conservadoras de la Iglesia. Pero ya se intuye que el hombre elegido insistirá en lo ya establecido: El Papa, Marcos II:—. Volvemos a tener a un italiano en el trono de san Pedro, y como cardenal, Franco DiChario ha sido muy conservador.

—¿Entonces no veremos una liberalización de la política sobre, digamos, el control de la natalidad?

—Casi con toda certeza, no —dijo Doncaster, negando con la cabeza—. DiChario ha manifestado en varias ocasiones que la encíclica Humanae Vitae del papa Pablo VI es la encíclica más importante del segundo milenio y una de las que deberían guiar a la Iglesia en el tercer milenio.

—¿Qué hay del celibato del clero? —preguntó Samantha.

—Una vez más, DiChario ha hablado con frecuencia sobre la importancia de los votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia a la hora de ser ordenado sacerdote. No veo ninguna posibilidad de que Marcos II modifique la postura de Roma en ese aspecto.

—Me da la impresión-dijo la presentadora, sonriendo levemente— de que no tiene sentido entonces preguntar por la ordenación de mujeres.

—No con Franco DiChario, desde luego-respondió Doncaster—. Nos encontramos con una Iglesia bajo asedio: está fortificando sus defensas tradicionales, no derribándolas.

—¿Entonces no hay tampoco ninguna probabilidad de que se suavicen las normas sobre el divorcio?

Mary contuvo la respiración, aunque conocía cuál iba a ser la respuesta.

—Ninguna —dijo Doncaster.

Mary había guardado el mando a distancia del televisor en un cajón a principios de verano: intentaba perder peso y le había parecido una forma bastante sencilla de obligarse a moverse de aquí para allá. Se levantó del sofá, se acercó a la pantalla de catorce pulgadas y pulsó el botón de desconexión.

Cuando se dio la vuelta, vio que Ponter la estaba mirando.

—No te gusta la elección del nuevo Papa —dijo.

—No, no me gusta. Y a mucha gente no va a gustarle tampoco.

Se encogió ligeramente de hombros, un gesto filosófico.

—Pero, claro, supongo que habrá alegría en muchos lugares también-suspiró.

—¿Qué vas a hacer?

—Yo … no lo sé. Quiero decir, no es que vaya a ser excomulgada. Le prometí a Colm que accedería a una anulación en vez de a un divorcio, pero …

—¿Pero qué?

—No me malinterpretes —dijo Mary— . .Me alegro de que nuestra hija vaya a tener el órgano de Dios. Pero me estoy cansando de todas estas ridículas restricciones. ¡Estamos en el siglo veintiuno, por el amor de Dios!

—Tal vez este nuevo Papa te sorprenda. Tal como lo he entendido, no ha hecho ningún anuncio desde que ha sido nombrado para el cargo. Todo lo que hemos oído son especulaciones.

Mary se sentó en el sofá.

—Lo sé. Pero si los cardenales hubieran querido un verdadero cambio hubiesen elegido a alguien diferente. —Se echó a reír—. ¡Escúchame! Es el punto de vista seglar, naturalmente. Se supone que la elección del Papa está inspirada por Dios. Así que lo que debería decir es que si Dios hubiera querido un verdadero cambio, habría elegido a alguien diferente.

—De todas formas, como ha dicho esa mujer, tenéis Papa … y parece lo bastante joven para servir durante muchos diezmeses.

Mary asintió.

—Conseguiré la anulación. Se lo debo a Colm. Yo soy quien abandonó el matrimonio y él no quiere ser excomulgado. Pero aunque una anulación signifique que podría seguir perteneciendo a la Iglesia católica, no voy a hacerla. Después de todo, hay muchas otras maneras de ser cristiano … no significa que vaya a abandonar mi fe.

—Me parece una decisión importante —dijo Ponter.

Mary sonrió.

—He tomado muchas últimamente. y no puedo seguir siendo católica. —Se sorprendió de lo fácilmente que le salían las palabras—. No puedo.

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