26

Y por eso me presento aquí hoy, para impulsar la siguiente fase. Ha llegado la hora, amigos míos, de que al menos algunos de nosotros avancemos para dejar nuestra versión de la Tierra y dar el siguiente paso de gigante…


Mary, Ponter y Mega pasaron la noche en casa de Vissan, durmiendo en el suelo. Al día siguiente, con el escritor de codones envuelto en pieles para que nadie lo viera, llamaron un cubo de viaje para que los llevara al Centro de Kraldak, y desde allí tomaron un helicóptero hasta el Centro de Saldak … justo a tiempo para el final de Dos que se convierten en Uno.

Ponter se reunió con Adikor, y los dos subieron a un hoverbús que regresaba a territorio masculino. Mary sabía que a Ponter lo esperaba otro viaje al día siguiente: acompañaría al contingente de las Naciones Unidas, incluido Jock Krieger, en su visita a la isla de Donakat.

Mary sentía el corazón triste y ya estaba contando los días que faltaban para el siguiente Dos que se convierten en Uno … aunque no esperaba seguir viviendo en aquel mundo para entonces; tendría que regresar antes al Grupo Sinergía, aunque naturalmente volvería para la festividad.

Mary estaba sumamente celosa de Adikor. Era injusto, lo sabía, pero se sentía como «la otra», como si Ponter hubiera escapado a un encuentro con una amante ilícita y regresara con su verdadera familia.

Mary inició el largo y lento camino de regreso a la casa que compartía con Bandra, llevando consigo el escritor de codones envuelto en pieles. Había muchas otras mujeres a su alrededor, pero ninguna parecía triste. Las que hablaban entre sí estaban riendo; las que caminaban solas sonreían de oreja a oreja … no a modo de saludo, sino para sí. Sonrisas íntimas, sonrisas de recuerdo.

Mary se sentía como una idiota. ¿Qué demonios estaba haciendo en aquel mundo, con aquella gente? Sí, había disfrutado del tiempo pasado con Ponter. El sexo había sido tan fabuloso como siempre, la conversación igual de fascinante y el viaje con Ponter y Mega para conocer a Vissall había resultado maravilloso en todos los aspectos. ¡Pero faltaban veinticinco días para que Ponter y ella pudieran volver a estar juntos!

Una bandada de palomos bloqueó temporalmente el sol. Mary sabía que eran aves migratorias que oscilaban entre dos hogares, uno en el norte y otro en el sur. Mary dejó escapar un largo suspiro y continuó caminando. Sabía por qué las mujeres neanderthales sonreían. No podía decirse que regresaran a una existencia solitaria. Más bien regresaban con sus amantes femeninas, con sus hijos si los tenían, con sus familias.

Mary se levantó el cuello de su abrigo de pelo de mamut; se había levantado una fría brisa. Odiaba el invierno en Toronto … y sospechaba que lo odiaría aún más aquí. Toronto era tan grande, con tanta industria, tanta gente y tantos coches que alteraba el medio ambiente local. Al norte de la ciudad (y al sur, en Nueva York occidental), todo quedaba empantanado por la nieve. Pero en Toronto sólo nevaba unas cuantas veces al año y normalmente no caía ninguna nevada fuerte antes de Navidad. Por supuesto, no se encontraba en el lugar que se correspondía con Toronto: Saldak estaba cuatrocientos kilómetros más al norte, en el punto que ocupaba Sudbury en el mundo de Mary, y en Sudbury sí que había toneladas de nieve. En Saldak debía nevar todavía más.

Mary se estremeció, aunque aún no hacía demasiado frío. Mientras seguía caminando, pensó en pedirle a su Acompañante que le hablara de los inviernos de la zona, pero sospechó que Christine confirmaría sus peores temores.

Por fin llegó al árbol achaparrado y distendido que formaba la estructura principal de la casa que compartía con Bandra. Estaba perdiendo las hojas. Mary entró. Llevaba pantalones neanderthales con zapatos incorporados, pero por costumbre se agachó para intentar quitarse el calzado en cuanto atravesó la puerta. Suspiró de nuevo, preguntándose si alguna vez llegaría a acostumbrarse a aquel lugar.

Entró en su dormitorio, dejó allí el escritor de codones y volvió al salón. Escuchó el sonido de agua que corría. Seguramente Bandra ya estaba en casa y su hombre-compañero había regresado al Borde en un hoverbús anterior. El ruido del agua había ahogado el de Mary al entrar, y como la puerta del cuarto de baño estaba cerrada (Mary sabía que se trataba de una concesión a la higiene, no a la intimidad) sin duda Bandra no la olía todavía.

En la cocina se sirvió un poco de zumo de frutas. Había oído decir que los neanderthales que trabajaban en el sur recolectando fruta se afeitaban todo el pelo de la cabeza y el cuerpo para soportar mejor las temperaturas cálidas. Mary intentó imaginar a Ponter sin pelo. Había visto culturistas en televisión, y por algún motivo todos eran lampiños. O bien se afeitaban o los esteroides tenían ese efecto. En cualquier caso, decidió que Ponter estaba bien tal como estaba.

Mary esperaba que Bandra saliera del cuarto de baño pronto, pero no lo hizo … y la verdad era que necesitaba orinar. Por pura necesidad, se había visto obligada a superar sus necesidades de intimidad a la hora de compartir el cuarto de aseo. Se acercó a la puerta y la abrió con la palma de la mano.

Bandra estaba de pie delante del lavabo, encogida, apoyada en el espejo cuadrado.

—Discúlpame —dijo Mary—. Necesitaba … ¡oh, cielos! Bandra, ¿te encuentras bien?

Mary tardó un instante en darse cuenta de que había salpicaduras de sangre en el lavabo de granito pulido; costaba distinguir las gotas rojas sobre la piedra rosada.

Bandra no se volvió. De hecho, parecía esforzarse por ocultar su rostro. Mary se acercó.

—Bandra, ¿qué ocurre?

Agarró el hombro de Bandra. De haber querido, la neanderthal hubiera impedido que Mary le hiciera dar la vuelta: tenía fuerza de sobra. Pero aunque se resistió un poco al principio, permitió que Mary la hiciera volverse.

Mary contuvo la respiración. La mejilla izquierda de Bandra estaba terriblemente magullada, una zona negra y azul rodeada de amarillo de unos diez centímetros iba desde encima de su ceño hasta la comisura de la boca. De un corte central, de la mitad del diámetro de la magulladura, que Bandra ya casi había limpiado, manaba la sangre fresca.

—Dios mío —dijo Mary—. ¿Qué te ha pasado?

Mary encontró una manopla (cuadrada, áspera), la mojó en el agua, y ayudó a Bandra a limpiarse la herida.

Ahora las lágrimas rodaban por el rostro de Bandra, cayendo desde los profundos pozos de sus ojos, desviándose alrededor de su enorme nariz, para fluir sobre su mandíbula sin barbilla y caer al lavabo de granito, diluyendo la sangre que allí había.

—Yo … nunca tendría que haberte dejado que vinieras —dijo Bandra en voz baja.

—¿Yo? —dijo Mary—. ¿Qué he hecho yo?

Pero Bandra parecía perdida en sus propios pensamientos. —No es tan grave —dijo, mirándose en el espejo.

Mary soltó la manopla y colocó ambas manos sobre los anchos hombros de Bandra.

—Bandra, ¿qué ha pasado?

—Estaba intentando arrancarme la costra —dijo Bandra en voz baja—. Me ha parecido que a lo mejor podría cubrir el moratón y tú no te darías cuenta, pero … —Tomó aire por la nariz, un sonido que entre los neanderthales era estentóreo.

—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó Mary.

—No importa.

—¡Claro que importa! ¿Quién ha sido?

Bandra hizo acopio de valor.

—Te acepté en mi casa, Mare. Sabes que los barasts necesitamos muy poca intimidad … pero en este asunto debo insistir.

Mary se sintió asqueada.

—Bandra, no puedo quedarme cruzada de brazos mientras estás herida.

Bandra recogió la manopla y se frotó unas cuantas veces la cara para ver si la hemorragia había cesado. Cuando comprobó que así era, la soltó. Mary la acompañó al salón y la hizo sentarse en el sofá. Se sentó junto a ella, tomó las dos manazas de Bandra entre las suyas y la miró a los ojos color trigo.

—Tómate tu tiempo —dijo—, pero tienes que contarme qué ha ocurrido.

Bandra apartó la mirada.

—Habían pasado tres meses desde la última vez que lo hizo, así que pensaba que esta vez no lo haría, que tal vez …

—Bandra, ¿quién te ha pegado?

La voz de Bandra fue casi inaudible, pero Christine repitió la palabra para que Mary pudiera oída.

—Harb.

—¿Harb? —preguntó Mary, sobresaltada—. ¿Tu hombre-compañero?

Bandra movió la cabeza arriba y abajo apenas unos milímetros. —Dios mío … —dijo Mary. Inspiró profundamente, y luego asintió, tanto para sí como para Bandra—. Muy bien. Esto es lo que vamos a hacer: iremos a las autoridades y lo denunciaremos.

—Tant —dijo Bandra. «No.»

—Sí —respondió Mary con firmeza—. Estas cosas también pasan en mi mundo. Pero no tienes que seguir soportándolas. Podremos conseguirte ayuda.

—Tant. —repitió Bandra, con más fuerza.

—Sé que será difícil, pero acudiremos juntas a las autoridades. Estaré contigo en todo momento. Le pondremos fin a esto. —Indicó el Acompañante de Bandra—. Tiene que haber una grabación de lo que hizo en los archivos de coartadas, ¿no? No podrá escaparse.

—No presentaré ninguna denuncia contra él. Sin la denuncia de la víctima, no se ha cometido ningún crimen. Es la ley.

—Sé que crees que lo amas, pero no tienes que soportar esto.

Ninguna mujer tiene que hacerla.

—No lo amo —dijo Bandra—. Lo odio.

Muy bien. Entonces hagamos algo. Venga, te ayudaré a lavarte y ponerte ropa limpia, y luego iremos a ver a un adjudicador.

—Tant dijo Bandra, golpeando con la palma de la mano la mesa que tenía delante. Sonó tan fuerte que Mary creyó que la mesa se haría astillas—. i Tant! —-repitió Bandra. Pero no lo decía con miedo sino más bien con convicción.

—Pero ¿Porqué no? Bandra, si crees que es tu deber soportar esto…

—No sabes nada de nuestro mundo. Nada. No puedo ir a un adjudicador con esto.

—¿Por qué no? La agresión es un delito aquí, ¿no?

—Por supuesto.

—Incluso la de aquellos a quien uno está unido, ¿no?

Bandra asintió. —Entonces, ¿por qué no?

Por nuestras hijas! —replicó Bandra—. Por Hapnar y Dranna.

—¿Qué pasa con ellas? —preguntó Mary—. ¿Irá Harb tras ellas también? ¿Era … era un padre maltratador?

—¿Ves? —exclamó Bandra—. No entiendes nada.

—Entonces házmelo entender, Bandra. Hazme entender, o iré al adjudicador yo sola.

—¿Y a ti qué más te da?

Mary se quedó de piedra. Aquél era un asunto que importaba a todas las mujeres. Sin duda …

Y de repente sintió como si un meteoro le hubiera caído encima.

Ella no había denunciado su propia violación y su jefa de departamento, Qaiser Remtulla, había sido la siguiente víctima de Cornelius Ruskin. Quería enmendar aquello de alguna manera, no quería volver a sentirse culpable por permitir que un delito contra una mujer no fuera denunciado.

—Sólo intento ayudarte —dijo—. Me preocupo por ti.

—Si te preocupas, entonces olvidarás que me has visto así.

—Pero …

—¡Tienes que prometerlo! Prométemelo.

—Pero, ¿por qué, Bandra? No puedes dejar que esto continúe …

Tengo que dejar que esto continúe! —Cerró los ojos, los enormes puños—. Tengo que dejar que continúe.

—¿Por qué? Por el amor de Dios, Bandra …

—No tiene nada que ver con tu tonto Dios —dijo Bandra—, Tiene que ver con la realidad.

—¿Qué realidad?

Bandra volvió a apartar la mirada, inspiró profundamente, luego dejó escapar el aire.

—La realidad de nuestras leyes —dijo por fin.

—¿A qué te refieres? ¿No lo castigarían por algo así?

—Oh, sí —dijo Bandra amargamente. Claro que sí.

—¿Entonces…?

—¿Sabes cuál será el castigo? Mantienes una relación con Ponter Boddit. ¿Con qué castigo se amenazó a su hombre-compañero Adikor cuando lo acusaron falsamente de haber asesinado a Ponter?

—Habrían esterilizado a Adikor —dijo Mary—. Pero Adikor no se lo merecía, porque no hizo nada. Pero Harb …

—¿Crees que me importa lo que pueda sucederle? No sólo esterilizarán a Harb. La violencia no puede ser tolerada en el poso genético. También esterilizarán a todo aquel que comparta el cincuenta por ciento de su material genético.

—Oh, Cristo —dijo Mary en voz baja—. Tus hijas …

—¡Exactamente! La generación 149 será concebida pronto. Mi Hapnar concebirá su segundo hijo entonces, y mi Dranna concebirá el primero. Pero si yo denuncio la conducta de Harb …

Mary sintió como si la hubieran golpeado en el estómago. Si Bandra denunciaba la conducta de Harb, sus hijas serían esterilizadas, igual que, supuso, cualquier hermano que Harb tuviera, y sus padres, si todavía vivían … aunque sospechaba que la madre tal vez se salvara, ya que posiblemente sería post-menopáusica.

—No creía que los hombres neanderthales fueran así. Lo siento, Bandra.

Bandra se encogió levemente de hombros.

—Hace mucho tiempo que llevo esta carga. Estoy acostumbrada. Y …

—¿Si?

—Y creía que se había acabado. Él no me pegaba desde que se marchó mi mujer-compañera. Pero…

—Nunca paran —dijo Mary—. No definitivamente. —Podía saborear el ácido en el fondo de su garganta. Algo habrá que puedas hacer. Puedes defenderte. Seguro que eso es legal. Podrías …

—¿Qué?

Mary miró el suelo cubierto de hierba.

—Un neanderthal puede matar a otro con un puñetazo certero.

—Si que es cierto! —dijo Bandra—. Sí que es cierto. ¿Ves?, debe amarme, porque si no me amara, yo estaría muerta.

—Pegarle a alguien no es forma de amar —dijo Mary—, pero defenderte y golpear … con fuerza … puede que sea tu única opción.

—No puedo hacer eso. Si se llega a la decisión de que yo no tenía por qué matarlo, me juzgarían a mí por conducta violenta y mis hijas sufrirían de todas formas, pues también comparten la mitad de mis genes.

—Un maldito atolladero —dijo Mary. Miró a Bandra—. ¿Conoces esa expresión?

Bandra asintió.

—Una situación sin salida. Pero te equivocas, Mare. Hay una salida. Tarde o temprano, Harb, o yo, moriremos. Hasta entonces …

Alzó las manos, abrió los puños y volvió las palmas hacia arriba en un gesto de impotencia.

—¿Pero por qué no te divorcias de él, o como lo llaméis aquí?

Se supone que eso es fácil.

—Los mecanismos legales de lo que llamas divorcio son fáciles, pero la gente sigue chismorreando, sigue haciéndose preguntas. Si yo disolviera mi unión con Harb, la gente me interrogaría a mí y lo interrogaría a él al respecto. La verdad podría salir a la luz, y de nuevo mis hijas correrían el riesgo de ser esterilizadas. —Negó con la cabeza—. No, no, así es mejor.

Mary abrió los brazos y envolvió a Bandra en ellos, sujetándola, mientras acariciaba su pelo naranja y plata.

Загрузка...