37

¿Quién hubiese pensado que podrían cumplirse ambos destinos para Marte? Pero, naturalmente, ahora pueden. Viajaremos al Marte de este universo, el que alumbra los cielos nocturnos de las Américas, África, Europa, Asia y Oceanía y, como ha sido siempre nuestra costumbre, conquistaremos esta nueva frontera, para crear allí un hogar adicional para el Homo sapiens...


Cuando regresaron a la mansión, Jock los estaba esperando.

A Mary te pareció que iba a estallarle el corazón.

—Adikor, Ponter —dijo Jock—. Me temo que van a tener que marcharse.

—¿Porqué?

—Han llamado del hospital. El estado de Lonwis está empeorando, y no saben qué hacer. Van a llevarlo rápidamente de regreso al mundo neanderthal, para que puedan tratado allí. He dispuesto que un avión de las Fuerzas Aéreas estadounidenses lo lleve hasta Sudbury, pero quiere que ustedes dos lo acompañen. Dice … lo siento, caballeros, pero dice que tal vez no dure mucho, y necesita contarles sus ideas sobre ordenadores cuánticos a ustedes dos.

Ponter miró a Mary, quien alzó las cejas, deseando que hubiera alguna alternativa.

Os llevaré al aeropuerto —dijo.

—Una cosa, amigos. Antes de que se vayan, una pregunta.

—¿Sí?

—¿Cuándo … cómo lo llaman ustedes … «Dos que se convierten en uno»? ¿Cuándo tendrá lugar otra vez?

—Dentro de tres días —dijo Adikor—. ¿Por qué?

—Oh, por nada en particular-respondió Jock—. Sólo por curiosidad.


El escritor de codones seguía dentro de la caja fuerte de Jock, maldición. Mary quería llevárselo cuando Louise y ella huyeran a Canadá, pero eso iba a ser imposible. De todas formas, aunque la caja fuerte era aparentemente inexpugnable, los archivos de Jock no lo eran. Louise no tuvo ningún problema para descubrir la clave (que resultó ser «minimax», un término que Mary reconoció vagamente; tenía que ver con la teoría de juegos). Cuando todos se hubieron marchado por la noche, Mary volvió al despacho de Jock y Louise a su laboratorio.

Mary introdujo la clave «minimax» para acceder a los archivos ocultos del servidor de Sinergía. Luego pulsó el icono de Surfaris y el programa USAMRIID Geneplex se abrió y cargó el diseño del virus. Mary se dispuso a modificarlo.

Fue una experiencia difícil. A pesar de su formación científica, a pesar de todo lo que le había dicho Vissan, en el fondo, Mary seguía pensando que había algo místico en la vida; que, en esencia, era algo más que sólo química. Pero naturalmente no era así; la física que había en ella lo sabía. Programa la secuencia adecuada de nucleóticos y acabarás produciendo una serie de proteínas que hará exactamente lo que desees. Con todo, Mary apenas podía creer lo que estaba haciendo. Era como cuando estaba casada con Colmo Él escribía poesía en su tiempo libre, y vendía (en el sentido poético del término, lo que quería decir que la regalaba a cambio de ejemplares de la publicación) docenas de poemas a sitios como The Malahat Review, White Wall Review y HazMat. A Mary siempre le había sorprendido que se sentara ante su teclado (empleaba WordStar, ¿renunciaría alguna vez a aquel programa?) y produjera algo hermoso, lleno de significado y único absolutamente a partir de la nada.

Y ahora ella estaba haciendo lo mismo: especificaba secuencias que acabarían siendo una forma de vida (o, al menos, un virus) que nunca había existido. Naturalmente, sólo estaba modificando el molde Sudaris ya existente que algún otro genetista había creado, pero, de cualquier manera, el virus resultante sería novedoso.

Y, sin embargo, el virus que estaba creando sería inofensivo. El original sólo habría abortado su misión en caso de estar alojado en la célula de un gtiksin en vez estado en la de un barast; la versión de Mary abortaría a pesar de los estímulos que recibiera: no haría nada no importaba en qué tipo de célula estuviera. Mary cambió sólo la secuencia lógica. Dejó intacto el código que produciría la fiebre hemorrágica, no por deseo de veda alguna vez, sino para asegurarse de que, a primera vista al menos, su secuencia se pareciera a la que Jock pretendía que produjera el escritor de codones.

Mary quiso distinguir mentalmente su versión de la de Jock.

Frunció el ceño, tratando de pensar en algo adecuado. El original de Jock se llamaba «Surfaris», una palabra que ni siquiera el diccionario Oxford on-line recogía en su base de datos. Entonces se le ocurrió que podía estar en plural y probó con la forma en singular: «Surfari.»

Y allí estaba. Era una combinación de «sud» y «safari», la búsqueda que hacían los surferos de buenas olas. Mary no vio la relevancia de aquello, así que tecleó el nombre en plural que Jock utilizaba, para buscar en Google.

Por supuesto.

Los Surfaris. Un grupo de rock que en 1963 grabó una canción que luego sería un clásico entre su círculo de seguidores, Aniquilación.

«Dulce Jesús —pensó Mary—. Aniquilación.» Sacudió la cabeza con disgusto.

Bueno, ¿cuál era el contrario de «aniquilación»?

A los treinta y nueve años, Mary era lo bastante joven (apenas) para recordar los días de auge de los discos de vinilo de 45 rpm. Sin duda Aniquilación habría sido lanzada en ese formato. Pero ¿qué venía (toda vía recordaba el término) en la cara B? Google al rescate: Surfer Joe, escrita por Ron Wilson. Mary no recordaba haber oído jamás aquella canción, pero claro, ése solía ser el destino de las caras B.

No importaba, era un nombre en código tan bueno como cualquiera; Mary pensaría en el virus original de Jock como Aniquilación y en su versión modificada e inocua como Surfer Joe. Naturalmente, guardó Surfer Joe con el mismo nombre de archivo que el genetista de Jock había utilizado para la versión Aniquilación, pero al menos ahora para ella eran mentalmente distintas.

Mary se acomodó en el sillón. Sí que se parecía a jugar a Dios.

Y, tenía que admitirlo, se sentía bien.

Se permitió una risita, preguntándose cómo llamarían los neanderthales a las ideas megalomaníacas. Sin duda, no lo consideraban «jugar a ser Dios». Tal vez «imitar a Lonwis».

—¡Mary!

A Mary se le paró el corazón. Había creído que estaba sola en el edificio. Alzó la cabeza y … «Dios, no.»

Cornelius Ruskin estaba de pie en la puerta.

—¿Qué haces aquí? —dijo Mary con la voz temblorosa. Empuñó un pisapapeles de malaquita de la mesa.

Cornelius alzó una mano; en ella llevaba una cartera de cuero marrón.

—Me he olvidado la cartera en el despacho. He venido a recogerla.

De repente, Mary lo comprendió. El otro experto en genética, el que Jock había utilizado para codificar aquella … aquella perversión, era Cornelius. Tenía que serlo.

—¿Qué estás haciendo en el despacho de Jock?

Cornelius no veía la pantalla desde la puerta.

—Nada. Estoy buscando un libro.

—Bueno —dijo Cornelius—. Mary, yo …

—Ya tienes tu cartera. Márchate.

—Mary, si quisieras …

Mary sentía el estómago revuelto.

—Louise está arriba, te lo advierto. Gritaré.

Cornelius se quedó en la puerta. Su expresión era cansada.

—Sólo quiero decir que lo siento …

—¡Márchate! ¡Lárgate de aquí!

Cornelius vaciló un momento, luego se dio la vuelta. Mary escuchó sus pisadas perderse pasillo abajo, y el sonido de la pesada puerta de la mansión al abrirse y cerrarse.

Se le nubló la vista, y se sintió mareada. Inspiró profundamente, luego otra vez más, tratando de calmarse. Tenía las manos resbaladizas por el sudor y notaba un sabor agrio en la garganta. «Maldito sea, maldito sea, maldito sea … »

La violación explotó de nuevo en la mente de Mary, con una viveza que no sentía desde hacía semanas. Los fríos ojos azules de Cornelius Ruskin visibles tras la máscara de esquí, el hedor a cigarrillos de su aliento, su brazo apretujándola Contra aquella pared.

Maldito Cornelius Ruskin.

Maldito Jock Krieger.

Malditos los dos en el infierno. Malditos los hombres en el infierno.

Sólo los hombres podían crear algo como el virus Aniquilación.

Sólo los hombres harían algo tan horripilante, tan abominable.

Mary hizo una mueca. Ni siquiera tenía palabras adecuadas para tanto mal. «Horripilante» parecía sacado de la propaganda de una mala película de terror y «abominable» iba casi siempre seguido de «hombre de las nieves», como si tanta maldad sólo pudiera existir en el reino de los mitos.

Ella siempre había asociado ese mal con este mundo, el mundo de Genghis Khan y Adolf Hitler y Pol Pot y Paul Bernardo y Osama bin Laden.

Y Jock Krieger.

Y Cornelius Ruskin.

Un mundo de hombres. No, no sólo de hombres. De una clase muy concreta de hombres. Homo sapiens varones.

Mary tomó aire, calmándose. No todos los hombres eran malvados. Lo sabía. Lo sabía de verdad. Su padre y sus hermanos, y Reuben Montego y el padre Caldicott y el padre Belfontaine.

Y Phil Donahue y Pierre Trudeau y Ralph Nader y Bill Cosby. y el Dalai Lama y Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Hombres compasivos, admirables. Sí, había algunos.

Mary no tenía ni idea de cómo distinguir genéticamente entre hombres buenos y malos, entre visionarios y psicópatas. Pero había un marcador genérico inconfundible para la violencia masculina: el cromosoma y. Cierto, no todo el que tenía un cromosoma y era un malvado; de hecho, la inmensa mayoría no lo eran. Pero cada hombre malvado, por definición, tenía que tener Un cromosoma Y, el más corto de todos los cromosomas Homo sapiens y sin embargo el que mayor impacto tenía sobre la psicología.

Y la historia.

Y la seguridad de mujeres y niños. Cornelius Ruskin tenía un Y.

Jock Krieger también.

Y.

¿Por qué?

No. No, era demasiado. Se parecía demasiado a jugar a Dios.

Pero ella podía hacerla. Oh, nunca había soñado con hacer una cosa así allí, en su mundo. No era una asesina: Mary estaba segura de su ética personal, pLles el hombre a quien más odiaba, el hombre a quien más quería ver castigado, era Cornelius Ruskin, y cuando Ponter propuso matarlo Mary insistió en que no lo hiciera.

A pesar de la sugerencia de Adikor, Mary estaba segura de que Jock Krieger no pretendía que su virus Aniquilación fuera descargado en su propia versión de la Tierra. Sin duda pretendía descargado en la otra versión, el mundo neanderthal, una serpiente para aquel Edén sin estropear.

Naturalmente, si todo salía según lo planeado, si conseguía detener a Jock, no se liberaría ningún virus en el mundo neanderthal.

Pero si tenía que ser uno, bueno, que fuese el Surfer Joe de Mary, la versión que acababa de producir, inofensiva, o …

O …

Podía hacer una revisión más radical, una versión que modificara la lógica original para actuar sólo si …

Era sencillo, muy sencillo.

Una versión que actuara sólo si la célula anfitriona que el virus había invadido no pertenecía a un neanderthal y contenía un cromosoma Y.

Si Y solo si …

Mary frunció el ceño. Un Surfer Joe revisado.

Un sustituto, como el nuevo Papa, que fuera un paso más allá. Negó con la cabeza. Era una locura. Un pecado.

¿O no? Había estado protegiendo a un mundo entero del Homo sapiens varón. Después de todo, si ella y los paleoantropólogos que compartían su punto de vista tenían razón, había sido el Homo sapiens varón (los cazadores del dan, no los recolectores, no las mujeres) los que habían eliminado a sus primos del arco superficial prominente hasta que no quedó ninguno.

Y ahora, utilizando las herramientas del siglo XXI y la tecnología aportada por los propios barasts, el Homo sapiens varón se disponía a hacer de nuevo lo que había hecho antes.

Mary contempló la pantalla del ordenador de Jock.


Sería sencillo. Muy sencillo. El esquema lógico ya estaba construido. Sólo necesitaba cambiar las secuencias que se probaban y cómo se bifurcaban las ramas del árbol.

Buscar un cromosoma Y sería muy fácil: bastaba tomar un gen de la base de datos del Proyecto Genoma Humano que apareciera sólo en ese cromosoma. Mary buscó lápiz y papel en el escritorio de Jock, y luego escribió a mano en una libreta amarilla:


Paso 1: ¿Hay presente un cromosoma Y?

SÍ, es varón: ir al Paso 2.

NO, abortar (no es varón).


Paso 2: ¿Se encuentra un gen ALPA junto a un telómero?

SÍ, abortar (es un neanderthal).

NO, probablemente es gliksin: ir al Paso 3.


Paso 3: ¿Se encuentra un gen BETA junto a un télomero?

SÍ, abortar (esto nunca se da en un gliksin).

NO, es decididamente un gliksin: ir al Paso 4.


Mary miró lo que había escrito una y otra vez, pero no pudo encontrar ningún fallo. No había ningún punto donde la lógica pudiera quedar atrapada en un bucle infinito, y no había una sino dos comprobaciones para asegurarse de que se trataba de un varón Homo sapiens y no de un Homo neanderthalensis.

Naturalmente, era una tontería: sin duda detendrían a Jock antes de que pudiera soltar su virus. Modificado era sólo una medida de protección, por si lograba llegar de algún modo al otro lado.

Mary negó con la cabeza y miró la hora en su reloj. Era pasada la medianoche, el principio de un nuevo día.

Debía irse a casa ya. El virus Aniquilación de Jock había sido desactivado; no haría nada, suponiendo, como Mary esperaba fervientemente que no hubiera utilizado todavía el escritor de codones para producir las moléculas virales. Surfer Joe no mataría a nadie. Eso era todo lo que quería conseguir, después de todo.

Era todo lo que había que hacer. y sin embargo …

Sin embargo …

Nadie saldría herido. Encontraría un modo de propagar la información para asegurarse de que todos en su Tierra supieran que no era seguro que los varones gliksins viajaran al mundo neanderthal. La tecnología descontaminadora por láser sintonizado se aseguraría de que el virus Surfer Joe nunca atravesara el portal. Los varones gliksins (la mayoría decente y la horrible minoría que causaba tanto daño) estarían a salvo mientras dejaran en paz el mundo de Ponter.

Mary tomó aire lentamente, y luego lo dejó escapar muy despacio.

Cruzó las manos sobre el regazo, la izquierda todavía con la marca clara en su anular donde antes llevaba el anillo de boda.

Mary Vaughan pensó y pensó y pensó. Por fin descruzó las manos.

Y entonces, naturalmente, hizo lo único que podía hacer.

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