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Y somos eso: un pueblo grande y maravilloso. Sí, hemos tenido tropiezos … ha sido porque siempre caminamos avanzando hacia nuestro destino…


Cornelius Ruskin trató de controlarse mientras veía las noticias, pero no pudo: temblaba de pies a cabeza.

Había pretendido que su modificación del virus Surfaris de Jock Krieger fuera un arma defensiva, no ofensiva … un modo de proteger al mundo neanderthal de las depredaciones de…

Bueno, de gente como él. De como él solía ser …

Y ahora, dos hombres habían muerto.

Naturalmente, si todo iba a partir de ahora como él había pensado, no moriría nadie más. Los Homo Sapiens varones se quedarían en su propio mundo, sin otro impedimento que llevar su mal a través del portal.

Cornelius había encontrado una bonita casa de alquiler en Rochester, en una calle arbolada que parecía sacada de una antigua serie de televisión: un maravilloso contraste con su antiguo ático en los suburbios. Pero no le parecía cómoda, sino un infierno. Se aferraba a los brazos de su nuevo sillón mientras la CNN emitía la entrevista con Mary Vaughan, una de las mujeres que él había violado.

Ella no hablaba de eso. Explicaba por qué los gliksins varones tenían que quedarse en su mundo, sin viajar nunca al mundo neanderthal. La acompañaba, con aspecto sano y robusto, Ponter Boddit.

La entrevista, realizada por la CBC Newsworld, había sido adquirida por la CNN; al parecer Mary había contactado con la CBC hacía unos cuantos días, antes de salir corriendo para intentar detener a Jock Krieger, pero ahora estaba de vuelta en aquella realidad.

Aquella realidad con la que Cornelius Ruskin tenía que vivir.

—Entonces, ¿lo que está diciendo es que no es seguro que ningún Homo sapiens varón viaje al mundo neanderthal? —preguntó el entrevistador, un joven asiático.

—Así es —respondió Mary—. La cepa viral que Jock Krieger liberó es …

—Ésa es la cepa que los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades estadounidenses han bautizado como Ébola-Saldak, ¿cierto?

—Así es. Suponemos que la intención de Krieger era crear una cepa que sólo fuera fatal para los neanderthales, pero en cambio acabó siendo algo que sólo mata selectivamente a los Homo sapiens varones. No sabemos hasta dónde se ha extendido la cepa en el mundo neanderthal, pero sí que es mortal para los humanos varones de nuestra especie a las horas de haber quedado expuestos a ella.

—¿Qué hay de la tecnología de descontaminación neanderthal?

Doctor Boddit, ¿qué puede decimos al respecto?

—Utiliza láseres para destruir las biomoléculas extrañas del organismo —dijo Ponter—. La doctora Vaughan y yo fuimos sometidos a la técnica antes de volver a esta versión de la Tierra. Es completamente efectiva, pero, como ha dicho la doctora Vaughan, cualquier varón gliksin infectado con el Ébola-Saldak morirá a menos que se le trate muy rápidamente con este mismo proceso, y hay muy pocas estaciones de descontaminación en mi mundo.

—¿Y aparte de esta tecnología láser, no hay ninguna cura o vacuna?

—Todavía no —respondió Mary—. Naturalmente, trataremos de encontrar una. Pero, recuerde, llevamos años intentando encontrar una cura para otras cepas del Ébola, hasta el momento sin éxito.

Cornelius negó con la cabeza. Cuando se había dado cuenta de que Jock no se limitaba a las simulaciones sino que realmente planeaba producir su virus, Cornelius había modificado e] código que había escrito y dejado que Jock produjera litros del virus en un envase sellado. Luego había restaurado el código original para que, si Jock volvía a comprobarlo, no supiera nunca que había sido cambiado.

Suponía que con eso se compensaría un poco su deuda kármica … aunque nunca pudiera reparar lo hecho en Toronto. Pero el violador era el antiguo Cornelius, el Cornelius furioso. Ahora era un hombre nuevo, todavía agraviado, pero capaz de controlar su furia por el agravio. No, ya no se sentía como antes, cuando atacó a Mary Vaughan, cuando violó a Qaiser Remtulla, cuando la testosterona corría por sus venas. Pero seguramente ellas todavía lo consideraban el mismo, todavía despertaban empapadas en sudor frío, con visiones aterradoras de …

Bueno, no de él, imaginaba, sino de un hombre con un pasamontañas negro. Al menos, así era como debía verlo Qaiser, pues no conocía la identidad de su atacante.

Pero Mary Vaughan sabía quién era.

Era una espada de doble filo. Cornelius lo entendía así. Mary no podía identificarlo sin que Ponter quedara expuesto a ser acusado por … por la cura que le había administrado.

Pero, de todas formas, sin duda las imágenes que acosaban a Mary tenían un rostro de piel blanca, ojos azules y rasgos contraídos de furia y odio.

Ya poco importaba, advirtió Cornelius, que nadie se enterara jamás de su papel en la muerte de Reuben y Jock. Mary ya le había dicho a todo el mundo que Jock había cometido un error fatal en el diseño del virus, que la bomba le había estallado entre las manos, que había sido víctima de su propia creación .

Y, la verdad fuera dicha, a Cornelius no le remordía la conciencia por la muerte de Krieger, quien después de todo planeaba un genocidio neanderthal.

Pero un hombre inocente había muerto también, ese doctor … ese doctor de verdad, un sanador, un salvador de vidas, Reuben Montego.

Cornelius soltó los brazos del sillón y alzó las manos para ver si le seguían temblando. Así era. Agarró de nuevo los brazos.

—Un hombre inocente —dijo en voz alta, aunque no había nadie que pudiera oírlo. Negó con la cabeza.

«Como si tal cosa pudiera existir … »

Pero, claro, tal vez existía.

Los panegíricos sobre Reuben Montego que ya habían aparecido online hablaban muy bien de él. Y su novia, Louise Benoit, a quien Cornelius había conocido en el Grupo Sinergía, estaba absolutamente destrozada por su muerte, y repetía una y otra vez cuán amable y bueno era Montego.

Una vez más, Cornelius había causado una gran tristeza a una mujer.

Sabía que tendría que hacer algo pronto respecto a su castración.

Otros cambios, después de todo, empezarían a producirse dentro de poco: su metabolismo se retardaría, la grasa empezaría a acumularse en su cuerpo. Ya había advertido que la barba le salía más despacio y que estaba abstraído gran parte del tiempo … abstraído, o deprimido. La solución obvia era iniciar un tratamiento con testosterona. Sabía que la testosterona era un esteroide, producido principalmente en las células de Leydig de los testículos. También sabía que podía sintetizarse a partir de esteroides más fáciles de conseguir, como la diosgenina; sin duda había un mercado negro. Cornelius había intentado ignorar el tráfico de drogas que tenía lugar cerca de su viejo apartamento de Driftwood, pero si quería un camello especializado en testosterona podría localizar uno allí, o en la propia Rochester.

Pero no. No, no quería hacer eso. No quería volver a ser su viejo yo, a sentirse de aquella manera.

No había vuelta atrás para él. Y…

Y tampoco había camino hacia delante.

Alzó las manos. Ya no le temblaban. No le temblaban en absoluto.

Se preguntó qué diría la gente sobre él cuando ya no estuviera.

Había seguido el reciente debate sobre los puntos de vista religiosos en la prensa. Si la gente como Mary Vaughan tenía razón, él lo sabría … incluso en la muerte, lo sabría. Y tal vez, sólo tal vez, el haber salvado el mundo neandertal de seres como él mismo contaría algo.

Naturalmente, si los neanderthales tenían razón, la muerte sería el olvido, el simple cese del ser.

Cornelius esperaba que los neanderthales tuvieran razón.

No quería dejar ninguna prueba de la mutilación que había sufrido. No podía importarle menos lo que le sucediera a Ponter Boddit, pero no quería que su propia familia supiera lo que había hecho en Toronto.

Cornelius Ruskin entró en el garaje y empezó a sacar gasolina del depósito de su coche.


—Bueno, Bandra, ¿qué te parece? —preguntó Mary.

Bandra llevaba ropa gliksin: Nikes de gamuza, vaqueros lavados a la piedra y una camisa verde suelta, todo comprado en el mismo Mark's Work Wearhouse que había proporcionado ropa nueva a Ponter durante su primera visita al mundo de Mary. Se colocó las manos en las anchas caderas y miró alrededor, asombrada.

—No … no se parece a ninguna morada que yo haya visto jamás.

Mary contempló también el gran salón.

—Así es como vive la mayoría de la gente … al menos en Norteamérica. Bueno, en realidad es una casa excepcionalmente bonita, y la mayoría de la gente vive en grandes ciudades, no en el campo.

—Hizo una pausa—. ¿Te gusta?

—Me costará acostumbrarme —contestó Bandra—. Pero, sí, me gusta mucho. ¡Es tan grande!

—Dos pisos. Doscientos metros cuadrados, más el sótano.

—Dejó pasar un segundo para que el Acompañante de Bandra hiciera la conversión, entonces sonrió—. Y hay tres cuartos de baño.

Los ojos de color trigo de Bandra se abrieron de par en par.

—¡El colmo del lujo!

Mary sonrió, recordando el eslogan del tinte de pelo que utilizaba.

—Porque nosotras lo valemos.

—¿Y dices que la tierra de alrededor es también nuestra?

—Sí. Dos hectáreas y media.

—Pero … ¿podemos permitírnoslo? Sé que todo tiene un precio.

—No podríamos permitirnos tanta tierra cerca de Toronto. ¿Pero aquí, en las afueras de Lively? Claro. Después de todo, la Universidad Laurentian nos pagará bien a ambas, para lo que son los salarios académicos.

Bandra se sentó en el sofá del salón e indicó los muebles de madera oscura finamente tallados.

—Los muebles y la decoración son preciosos —dijo.

—Es una mezcla poco habitual-respondió Mary—. Canadiense y caribeño. Naturalmente, la familia de Reuben querrá algunas cosas, y estoy segura de que Louise también querrá unas cuantas, pero nosotras nos quedaremos con la mayoría. Compré la casa amueblada.

Bandra bajó la cabeza.

—Ojalá hubiera conocido a tu amigo Reuben.

—Te habría gustado —dijo Mary, sentada junto a Bandra en el sofá—. Era un tío magnífico.

—¿Pero no te entristecerá vivir aquí?

Mary negó con la cabeza.

—En realidad, no. Verás, es aquí donde Ponter, Louise, Reuben y yo estuvimos juntos en cuarentena durante la primera visita de Ponter a mi mundo. Aquí es donde empecé a conocer a Ponter, donde empecé a enamorarme de él.

Señaló la habitación, las estanterías cargadas de libros, algunas novelas de misterio.

—Lo veo ahí mismo, usando el borde de esa estantería como poste para rascarse, moviéndose a izquierda y derecha. Y tuvimos tantas maravillosas conversaciones en este mismo sofá… Sé que sólo estaré con él cuatro días al mes a partir de ahora, y sobre todo en su mundo, no en el mío, pero es como si, en cierto sentido, éste también fuera su hogar.

Bandra sonrió. —Comprendo.

Mary le dio una palmadita en la rodilla.

—Y por eso te quiero. Porque lo comprendes.

—Pero ya no estaremos las dos solas —dijo Bandra, sonriendo ahora—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que conviví con un bebé.

—Espero que me ayudes.

—Por supuesto. ¡Sé lo que es dar de comer nueve diadécimos!

—Oh, no me refiero a eso … ¡aunque sin duda lo agradeceré!

No, lo que quiero decir es que espero que me ayudes a educar a Ponter y a mi hija. Quiero que ella conozca y aprecie ambas culturas, gliksin y barast.

—Verdadera sinergia —dijo Bandra, sonriendo ampliamente—. Dos que de verdad se convierten en Uno.

Mary le devolvió la sonrisa.

—Exactamente.


La llamada se produjo dos días después, a eso de las seis de la tarde. Mary y Bandra habían terminado su primer día de trabajo en la Laurentian y se relajaban en casa, la casa que había pertenecido a Reuben. Mary, tendida en el sofá, terminaba por fin la novela de Scott Turow que había empezado hacía siglos, antes de que el portal interuniversal se abriera por primera vez. Bandra estaba reclinada en el sofá-cama. La-Z-Boy donde Mary había dormido durante la cuarentena. Leía un libro en su base de datos neanderthal.

Cuando sonó el teléfono de dos piezas que había en la mesita, junto al sofá, Mary marcó la página del libro, se enderezó y descolgó.

—¿Diga?

—Hola, Mary —dijo una voz femenina con acento paquistaní—. Soy Qaiser Remnilla, de York.

—¡Santo cielo, hola! ¿Cómo estás?

—Estoy bien, pero … pero te llamo con una noticia triste. ¿Te acuerdas de Cornelius Ruskin?

Mary sintió que se le agarrotaba el estómago.

—Por supuesto.

—Bueno, lamento ser yo quien tenga que decírtelo, pero me temo que ha fallecido.

Mary alzó las cejas.

—¿De verdad? Pero era muy joven …

—Treinta y cinco años, según me han dicho.

—¿Qué ha pasado?

—Hubo un incendio y … —Hizo una pausa) y Mary pudo oírla tragar saliva con esfuerzo—. Y parece que no quedó gran cosa.

Mary se esforzó por encontrar una respuesta. Por fin un «Oh» escapó de sus labios.

—¿Querrías … quieres asistir al funeral? Será el viernes, aquí en Toronto.

Mary no tuvo ni que pensárselo.

—No. No, en realidad no lo conocía —dijo. «En realidad no lo conocía en absoluto.»

—Bueno, bien, comprendo —contestó Qaiser—. He creído que debía contártelo.

A Mary le hubiese gustado decirle a Qaiser que ahora podría dormir tranquila, que el hombre que la había violado (que las había violado a ambas) estaba muerto, pero …

Pero se suponía que Mary no sabía nada de la violación de Qaiser. La cabeza le daba vueltas: ya encontraría algún modo de hacérselo saber a Qaiser.

—Te agradezco que hayas llamado. lamento no poder asistir. Se despidieron, y Mary depositó el teléfono en su horquilla.

Bandra había devuelto el sofá-cama a su posición recta.

—¿Quién era?

Mary se acercó a Bandra, extendió los brazos, la ayudó a ponerse en pie y la atrajo hacia sí.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Bandra. Mary la abrazó con fuerza.

—Me encuentro bien.

—Estás llorando —dijo Bandra. No veía la cara de Mary, apoyada en su hombro: tal vez olió la sal de las lágrimas.

—No te preocupes —susurró Mary—. Sólo abrázame. y Bandra hizo eso exactamente.

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