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Naturalmente, una vez que estemos allí, una vez que hayamos plantado flores en la arena rojiza del cuarto planeta de nuestro sol, una vez que las hayamos nutrido con el agua tomada de los cascos polares marcianos, los Homo sapiens podremos de nuevo detenemos brevemente a oler esas rosas…


Gilipollas!

Jock sabía que el otro conductor no podía oído (hacía un día demasiado frío para que nadie llevara las ventanillas bajadas), pero odiaba que los subnormales le cortaran el paso.

El tráfico era insoportable. Probablemente, claro, reflexionó Jock, no peor que cualquier otro día en Rochester, pero todo le resultaba insoportable en comparación con la limpia, idílica belleza que había visto al otro lado.

«El otro lado.» Cristo, su madre solía hablar del cielo de esa forma. «Las cosas irán mejor en el otro lado.»

Jock no creía en el cielo (ni en el infierno, ya puestos), pero no podía negar la realidad del mundo neanderthal. Naturalmente, había sido puro azar que no lo hubieran destrozado todo. Si los humanos de verdad hubiesen tenido narices así, probablemente no habrían querido tampoco chapotear en su propia basura.

Jock se detuvo en un semáforo. Una primera plana de USA Today revoloteaba por la calle. Unos niños fumaban en la parada del autobús. Había un McDonald's una manzana más adelante. Sonaban sirenas a lo lejos y los conductores tocaban el claxon. Un camión que tenía al lado eructó humo por su tubo de escape vertical. Jock miró a derecha e izquierda, y acabó por divisar un único árbol que crecía en medio del asfalto a media manzana de distancia.

El locutor de las noticias de la radio comenzó diciendo que un hombre enajenado había abatido a tiros y matado a cuatro compañeros de trabajo en una fábrica de componentes electrónicos de Illinois. Luego dedicó diez segundos a un atentado suicida en El Cairo, una docena a lo que parecía la guerra inminente entre India y Pakistán, y acabó el avance con un vertido de petróleo en Puget Sound, el descarrilamiento de un tren cerca de Dallas y el atraco a un banco allí mismo, en Rochester.

«Qué desastre —pensó Jock, tamborileando con los dedos en el volante, esperando la señal para continuar—. Qué puñetero desastre.»

Jock entró por la puerta principal de la mansión del Grupo Sinergía. Se encontró a Louise Benoit en el pasillo.

—Hola, Jock —dijo ella—. ¿Es tan bonito como dicen el otro lado?

Jock asintió.

—No sé qué decirte —continuó Louise—. Te has perdido una aurora boreal sorprendente mientras estabas fuera.

—¿Aquí? ¿Tan al sur?

Louise asintió.

—Fue increíble. Nunca había visto nada igual… y soy física solar. El campo magnético de la Tierra está empezando a actuar.

—Todavía pareces consciente —dijo Jock con sequedad. Louise sonrió y señaló el paquete que él tenía en las manos.

—Pasaré por alto ese comentario, ya que me has traído flores. Jock miró la caja alargada que le había entregado Mary Vaughan.

—En realidad, es algo que Mary me pidió que trajera.

—¿Qué es?

—Eso voy a averiguar.

Jock se encaminó pasillo abajo hasta el lugar donde se sentaba la señora Wallace, que hacía las veces de recepcionista y secretaria administrativa suya.

—¡Bienvenido, señor!

Jock asintió. —¿Alguna cita hoy?

—Sólo una. La concerté mientras estaba usted fuera; espero que no le importe. Un genetista busca trabajo. Viene recomendado.

Jock gruñó.

—Estará aquí a las once y media —dijo la señora Wallace.


Jock comprobó su correo electrónico y sus mensajes de voz, se preparó un poco de café solo y desenvolvió el paquete que le había dado Mary. Se notaba, nada más vedo, que se trataba de tecnología alienígena: las texturas, los colores, el aspecto general… todo era diferente de lo que habría hecho un mundo humano. La afición neanderthal a los cuadrados era palpable: planta cuadrada, pantalla cuadrada y controles dispuestos en cuadrados.

Varios controles estaban etiquetados; algunos, para su sorpresa, en lo que parecía ser escritura a mano neanderthal. No era un aparato producido en cadena: tal vez se tratara de un prototipo …

Jock descolgó el teléfono y marcó un número interno.

—¿Lonwis? Soy Jock. ¿Puede bajar a mi despacho, por favor …?

La puerta de Jock se abrió (sin que llamaran antes) y entró Lonwis Trob.

—¿Qué ocurre, Jock? —preguntó el anciano neandertal.

—Tengo aquí este aparato —Jock indicó el largo artefacto que tenía sobre la mesa— y me estaba preguntando cómo ponerlo en marcha.

Lonwis cruzó la habitación; a Jock le pareció oír el crujido de las articulaciones del neanderthal. Se inclinó (esta vez el crujido fue claramente audible), acercando sus mecánicos ojos azules a la unidad.

—Aquí —dijo, señalando un control aislado. Lo agarró entre dos dedos retorcidos y tiró de él. La unidad empezó a zumbar levemente—. ¿Qué es?

—Mary dijo que un sintetizador de ADN. Lonwis se lo quedó mirando un poco más.

—La carcasa parece una unidad estándar, pero nunca he visto nada parecido. ¿Puedes levantarlo por mí?

—¿Qué? —dijo Jock—. Oh, claro.

Levantó el aparato de la mesa y Lonwis se inclinó para mirarlo por debajo.

—Habrá que enchufarlo a una fuente de energía externa y … sí, bien: tiene un puerto estándar. La doctora Benoit y yo hemos construido algunas unidades que permiten conectar la tecnología neanderthal a vuestros ordenadores personales. ¿Quieres una?

—Um, claro. Sí.

—Me encargaré de que la doctora Benoit te la traiga.

—Lonwis se encaminó hacia la puerta—. Que te diviertas con tu nuevo juguete.


Jock se pasó horas examinando el escritor de codones y leyendo las notas que Mary había preparado.

El aparato podía crear ADN, eso estaba bien claro.

Y ARN también, otro ácido nucleico como Jock bien sabía. También parecía capaz de producir proteínas asociadas, como las que se usaban para unir el ácido desoxirribolnucleico a los cromosomas.

Jock tenía algunos conocimientos de genética; muchos de los estudios en los que había participado en la RAND se referían a la guerra biológica. Si aquel aparato podía producir cadenas de ácidos nucleicos y proteínas, entonces …

Jock se frotó los dedos. ¡Lo que darían por aquello los chicos de Fort Detrick! Ácidos nucleicos. Proteínas. Eran la base de los virus, que después de todo no eran más que fragmentos de ADN o ARN contenidos en envoltorios proteínicos.

Jock contempló la máquina, pensando.


El teléfono de Jock sonó. Una llamada interna. Jock lo atendió.

—Su cita de las once y media está aquí —dijo la voz de la señora Wallace.

—Muy bien, que pase.

Un momento después, un hombre delgado de ojos azules, de unos treinta y tantos años, entró por la puerta.

—Doctor Krieger —dijo, tendiéndole la mano—. Es un placer conocerle.

—Siéntese.

El hombre así lo hizo, pero antes le entregó un grueso currículum vitae.

—Como puede ver, me doctoré en Oxford. Estuve en el Centro de Biomoléculas de allí.

—¿Ha hecho algún trabajo con neanderthales?

—No, no específicamente. Pero sí sobre otras muestras de finales del Cenozoico.

—¿Cómo se ha enterado de nuestra existencia?

—Trabajaba en la Universidad de York, como Mary Vaughan, y …

—Normalmente buscamos nuestros candidatos, ¿sabe?

—Oh, lo comprendo, señor. Pero me pareció que, si Mary se había ido al otro universo, tal vez necesitara usted un genetista.

Jock miró el objeto que tenía sobre la mesa.

—El caso, doctor Ruskin, es que así es.

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