Pero ha habido objeciones a la terraformación de Marte por parte de aquellos que opinan que, aunque no tenga vida indígena, deberíamos dejar su prístina belleza natural intacta … que si lo visitamos deberíamos tratarlo como hacemos con nuestros parques terrestres, llevándonos sólo recuerdos y dejando atrás nada más que pisadas…
Ponter y Adikor habían pasado toda la noche en el hospital con Lonwis y Jock. Mary acabó por irse sola a casa sin poder decirle a Ponter lo que había descubierto.
Agotada, no llegó a Seabrecze hasta las once de la mañana, pero Ponter, Adikor y Jock no habían regresado todavía. Después de enterarse por la señora Wallace del estado de Lonwis (estable) subió las escaleras hasta el laboratorio de Louise Benoit.
—¿Te apetece ir a almorzar? —preguntó Mary. Louise pareció agradablemente sorprendida.
—Claro. ¿Cuándo?
—¿Qué tal ahora mismo?
Louise consultó el reloj y le sorprendió lo temprano que era. Pero algo en la voz de Mary había despertado su curiosidad.
—Bon-dijo.
—Magnífico —contestó Mary.
Sus abrigos estaban colgados en un perchero junto a la puerta principal de la mansión. Se los pusieron y salieron al frío día de noviembre. Caían unos cuantos copos de nieve.
Había varios restaurantes a ambos lados de Culver Road. Muchos eran de temporada (Seabreeze era un lugar de veraneo, después de todo), pero algunos abrían todo el año. Mary empezó a caminar con decisión hacia el oeste y Louise la siguió.
—Bueno, ¿qué te pasa? —preguntó Louise.
—Anoche estuve en el despacho de Jock —dijo Mary sin más preámbulos—, mientras él estaba en el hospital con Lonwis. Ha mandado diseñar un virus para matar a los neanderthales.
—¿Qué? —preguntó Louise incrédula.
—Creo que va a exterminarlos … a todos ellos.
—¿Porqué?
Mary trató de asegurarse de que nadie las seguía.
—Porque la hierba es más verde al otro lado de la cerca. Porque quiere reclamar su versión de la Tierra para nuestra especie de humanos. —Le dio una patada a la basura que ensuciaba la calle—. Tal vez podamos empezar de nuevo sin todo esto.
Más allá, a la izquierda de la carretera, se distinguía un parque de atracciones, cerrado durante el invierno, la montaña rusa convertida en un amasijo de intestinos oxidados.
—¿Qué … qué podemos hacer? —dijo Louise—. ¿Cómo lo detendremos?
—No lo sé. Me tropecé con el diseño del virus por casualidad.
Mi conexión a la red se interrumpió, y por eso fui a su despacho para usar su ordenador, ya que se había marchado y no iba a volver en todo el día. Pero se marchó con tanta prisa cuando Lonwis sufrió el infarto que no interrumpió la conexión. Copié en un cedé el diseño del virus, pero creo que lo que me gustaría hacer es volver a su cuenta y modificar el archivo maestro para que no produzca nada letal. Supongo que tiene planeado introducir esas instrucciones en el escritor de codones, y luego lanzar el virus al mundo neanderthal.
—¿Y si ya ha creado el virus?
—No lo sé. Si lo ha hecho, estamos perdidos.
Caminaban por una estrecha acera. Un coche pasó junto a ellas.
—¿Has pensado en acudir a la prensa con el cedé? Ya sabes, dar la voz de alarma.
Mary asintió.
—Pero quiero … desactivar ese virus antes. Y necesitaré ayuda para volver a entrar en el ordenador de Jock.
—La red del Grupo Sinergía utiliza codificación RSA —dijo Louise.
—¿Hay algún modo de burlarla? Louise sonrió.
—Antes de conocer a nuestros amigos neanderthales yo hubiese dicho que no, que no había ningún modo efectivo. Después de todo, la mayoría de los sistemas de codificación, incluyendo el RSA, se basan en claves que son el producto de dos números primos grandes. Hay que poder calcular los factores primos del número clave para romper el código, y con una codificación de 512 bits, como la que usa nuestro sistema, los ordenadores convencionales tardarían milenios en probar todos los factores posibles. Pero los ordenadores cuánticos …
Mary lo entendió en un destello.
—Los ordenadores cuánticos prueban todas las posibilidades simultáneamente.
Entonces frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué propones? ¿Que cerremos el portal para que el ordenador de Ponter pueda romper para nosotras la codificación de Jock?
Louise negó con la cabeza.
—Dejando aparte el hecho de que el ordenador de Ponter no es el único ordenador cuántico que existe en el mundo neanderthal (sólo es el más grande, eso es todo), no tenemos que ir hasta allí para resolver el problema. —Sonrió—. Puede que tú te hayas pasado los dos últimos meses pasando de un universo a otro, pero yo he estado trabajando duro aquí, y mi labor ha sido construir nuestro propio ordenador cuántico, basándome en lo que aprendí de Ponter durante el tiempo que estuvimos en cuarentena. Tenemos un ordenador cuántico perfectamente válido en mi laboratorio de Sinergía. No se acerca ni de lejos a lo que son capaces de hacer los registros de la unidad de Ponter (abrir un portal estable a otro universo), pero desde luego puede descifrar códigos de 512 bits.
—Eres maravillosa, Louise. Louise sonrió.
—Menos mal que por fin te das Cuenta.
En cuanto Ponter y Adikor regresaron del hospital, Mary les dijo que fueran a almorzar … esperando que la señora Wallace no le comentara a Jock que aquélla era la segunda vez que ella iba supuestamente a almorzar aquel día. Cuando estuvieron al aire libre, Mary los condujo a la parte posterior de la mansión y caminaron por la playa arenosa, mientras un frío viento soplaba sobre las aguas grises y revueltas del lago Ontario.
—Está claro que algo te preocupa-dijo Ponter—. ¿Qué ocurre?
—Jock ha creado un arma biológica —respondió Mary—. Es un virus que determina si la célula anfitriona pertenece a un neanderthal. Si es así, provoca una fiebre hemorrágica.
Oyó pitar a los Acompañantes de Ponter y Adikor; no era sorprendente: el tema de las enfermedades tropicales nunca había surgido hasta entonces.
—Las fiebres hemorrágicas son mortales —dijo Mary—. El Ébola es el ejemplo clásico en mi mundo; hace que la sangre salga por los ojos y otros orificios. Son fiebres muy contagiosas y no tenemos cura para ellas.
—¿Porqué querría alguien hacer una cosa así? —preguntó Ponter con repulsión.
—Para dejar vuestro mundo libre de humanos indígenas, para que así mi especie pueda quedarse con vuestra versión de la Tierra … como segundo hogar, tal vez.
Al parecer, Ponter no encontró ninguna palabra de su propio idioma para el sentimiento que quería expresar.
—Cristo —dijo su voz sin traducir.
—Estoy de acuerdo —repuso Mary—. Pero no estoy segura de cómo detener a Jock. Puede que esté actuando solo, o puede que su Gobierno, y posiblemente también el mío, esté detrás de esto.
—¿Se lo has dicho a alguien más, aparte de a nosotros? —preguntó Ponter.
—A Louise. Y le he pedido que alerte también a Reuben Montego.
—¿Estás segura de que nos podemos fiar de ellos? —preguntó Adikor.
Mary asintió.
—Podemos contar con ellos. Pero no podemos fiamos de nadie más.
—Bueno, de nadie más de este mundo-dijo Ponter—. Pero todos en mi mundo tienen que perder si Jock suelta su virus. Deberíamos ir allí y …
—¿Y qué?
Ponter se encogió de hombros.
—Y cerrar el portal. Cortar el enlace. Proteger nuestro hogar.
—Aquí hay más de una docena de barasts, a este lado del portal —dijo Mary.
—Entonces tenemos que llevarlos antes a casa —contestó Ponter.
—El motivo por el que están aquí es para impedir que el Gran Consejo Gris cierre el portal —dijo Adikor—. No será fácil convencerlos de que regresen … y además, ¿quién sabe cuándo podremos trasladar a Lonwis?
Ponter frunció el ceño.
—Sigue siendo demasiado peligroso dejar que Jock encuentre un modo de llevar su virus a nuestro mundo.
—Tal vez lo estamos interpretando mal —dijo Adikor—. A lo mejor Jock sólo odia el hecho de que haya barasts aquí, en esta Tierra, y pretende soltar su virus aquí.
—En ese caso, el primer paso sigue siendo llevar de vuelta a todos los barats a nuestro lado —respondió Ponter—. Pero ya oíste lo que dijo: «Recibo informes de las idas y venidas de todos los neanderthales.» Le resultaría más fácil localizar al puñado de barasts que ya estamos aquí y matarnos por medios más convencionales.
Adikor inspiró profundamente.
—Supongo que tienes razón. Miró a Mary, luego a Ponter.
—Cuando regresaste de tu primera visita a este mundo, te pregunté si los gliksins eran buenas personas, si debíamos intentar reestablecer el contacto con ellos.
Ponter asintió.
—Lo sé. Es culpa mía. Yo …
—No —dijo con fuerza Mary. Si había algo que le habían enseñado los folletos que le había dado Keisha, era que no se puede echar la culpa a la víctima—. No, no es culpa tuya, Ponter.
—Eres muy amable-dijo Ponter—. Entonces, ¿cómo deberíamos actuar?
—Volveré a entrar en el ordenador de Jock esta noche, cuando se marche, y modificaré el diseño del virus para que no sea peligroso. Recemos para que no lo haya producido ya.
—Mare … —dijo Ponter con amabilidad.
—Lo sé, lo sé. Vosotros no rezáis. Pero tal vez deberíais empezar.