21

Los científicos nos dicen que nuestra especie de humanidad subió hasta el norte de África, contempló el estrecho de Gibraltar y vio otra tierra allí. … y, por supuesto, como resulta natural en nosotros, nos arriesgamos a cruzar ese traicionero canal y pasamos a Europa…


Vissan era una 144, más de una década mayor que Mary. Tenía ojos verdes y su pelo era predominantemente gris, con sólo unas cuantas vetas rubias que revelaban su color original. Llevaba harapos remendados aquí y allá con trozos de piel y una bolsa de cuero, donde al parecer guardaba el botín recolectado esa mañana.

Los cuatro regresaron caminando a la cabaña.

—Muy bien —dijo Vissan, mirando a Mary—. Acepto la historia de su identidad. Pero sigo sin saber por qué me buscan.

Habían llegado a un pequeño arroyo. Ponter tomó en brazos a Mega y la hizo pasar primero, y luego le ofreció la mano a Mary para cruzar. Vissan lo vadeó sola.

—Yo también soy química de la vida —dijo Mary—. Estamos interesados en el escritor de codones.

—Está prohibido —respondió Vissan, encogiéndose de hombros—. Prohibido por un puñado de bobos estrechos de miras.

Ponter hizo un gesto para que guardaran silencio. Ante ellos habían más ciervos. Mary contempló a las hermosas criaturas.

—Vissan —susurró Ponter, aunque Christine dio la traducción a mayor volumen, ya que solo Mary podía oírla. ¿Tiene suficiente comida? Con mucho gusto abatiré a uno de esos ciervos para usted.

Vissan se echó a reír y habló con voz normal.

—Es usted muy amable, Ponter, pero me las apaño bien. Ponter agachó la cabeza y continuaron caminando, hasta que los ciervos se dispersaron por propia voluntad. Ante dios, más arriba, divisaron la cabaña.

—Mi interés en el escritor de codones no es sólo académico —dijo Mary—. Ponter y yo queremos tener una hija.

—¡Voy a tener una hermanita! —exclamó Mega—. Ya tengo una hermana mayor. No mucha gente tiene una hermana mayor y una hermana menor, así que soy especial.

—Así es, querida —dijo Mary—. Eres muy especial. —Se volvió hacia Vissan.

—¿Qué hay de su mujer-compañera barast? —preguntó Vissan, mirando ahora a Ponter.

—Ya no existe.

—Ah. Lo siento.

Habían llegado a la cabaña. Vissan abrió la puerta y les indicó que entraran. Se quitó su abrigo de piel…

Y Mary vio la horrible cicatriz en la parte interior de su antebrazo izquierdo, donde se había arrancado el Acompañante.

Ponter se sentó a la mesa con Mega, atendiéndola. Mega había recogido una piña y dos bonitas piedras por el camino y quería que su padre las viera.

Mary miró a Vissan.

—¿Todavía existe su prototipo?

—¿Para qué lo necesita? —preguntó Vissap—. ¿Ha sido alguno de ustedes esterilizado por el Gobierno?

—No. No es nada de eso.

—Entonces, ¿para qué necesitan mi aparato?

Mary miró a Ponter, que estaba escuchando atentamente a Mega, quien ahora le estaba contando las cosas que había aprendido en la escuela.

—Los barasts y los gliksins, además de los chimpancés, bonobos gorilas y orangutanes, tienen todos un antepasado común —dijo Mary—. Al parecer, ese antepasado tenía veinticuatro pares de cromosomas, igual que todos sus descendientes, excepto los gliksins. En los gliksins, dos cromosomas se han fundido en uno, lo que significa que nosotros sólo tenemos veintitrés pares. El genoma tiene la misma longitud, pero el distinto número de cromosomas dificultaría una concepción natural.

—¡Fascinante! —exclamó Vissan—. Sí, el escritor de codones podría producir fácilmente un diploide a juego que combinara el ácido desoxirribonucleico de Ponter y el suyo propio.

—Eso esperamos. Y por eso nos interesa saber si el prototipo existe todavía.

—Oh, existe, claro —dijo Vissan—. Pero no puedo entregárselo … es un artilugio prohibido. Por mucho que odie ese hecho, es la realidad. Los castigarían por poseerlo.

—Está prohibido aquí —dijo Mary.

—No sólo en la vecindad de Kraldak. Está prohibido en todo el mundo.

—En todo este mundo —insistió Mary—. Pero no en mi mundo. Podría llevado allí; Ponter y yo podríamos concebir allí.

Los ojos de Vissan se ensancharon bajo su ceja ondulante. Permaneció en silencio unos instantes, y Mary supo que era mejor no interrumpir sus pensamientos.

—Supongo que podría, sí —dijo Vissan por fin—. ¿Por qué no? Es mejor que alguien se beneficie de ello. —Una pausa—. Necesitará ayuda médica para extraer un óvulo de su cuerpo. Su haploide natural sería extraído y un médico añadiría un diploide completo de cromosomas creados usando el escritor de cojones. El óvulo sería entonces implantado en su vientre. A partir de ese momento, sería exactamente igual que un embarazo normal. —Sonrió—. Antojos de patatas con sal, vómitos matutinos y todo eso.

Mary se había sentido entusiasmada cuando todo era abstracto, una solución mágica. Pero ahora …

—Yo … no me había dado cuenta de que eliminaría mi ADN natural. Creía que tan sólo reestructuraríamos el ADN de Ponter para que fuera compatible con el mío.

Vissan alzó la ceja.

—Dijo usted que era química de la vida, Mare. Sabe que no hay nada de particular en el ácido desoxirribonucleico producido por su cuerpo, o por una máquina. De hecho, sería imposible distinguir una cadena natural de otra artificial. No hay ninguna diferencia química entre ellas.

Mary frunció el ceño. Había reprendido muchas veces a su hermana por pagar un suplemento por vitaminas «naturales» que eran químicamente indistinguibles de las producidas en laboratorio. Pero …

—Pero uno de ellos procede de mi cuerpo y otro de una máquina.

—Sí, pero …

—No, no, tiene usted razón —dijo Mary—. Llevo años diciéndole a mis alumnos que el ADN no es nada más que información codificada. —Le sonrió a Ponter— ya Mega—. Mientras sea nuestra información codificada, seguirá siendo nuestro bebé.

Ponter alzó la cabeza y asintió.

—Naturalmente, habrá que secuenciar nuestro material genético personal.

—Eso es fácil-dijo Vissan—. De hecho, el escritor de codones puede hacerlo también.

—¡Maravilloso! —dijo Mary—. ¿Está aquí el prototipo?

—No. No, lo escondí. Lo enterré, pero envuelto en plástico y metal para protegerlo. No está lejos. Puedo recuperarlo fácilmente.

—Significaría mucho para nosotros —dijo Mary. Luego se le ocurrió algo—. ¿Le gustaría venir conmigo? ¿A mi mundo? Puedo garantizarle que allí no prohibiremos su aparato, ni le impediremos que siga investigando en ese campo.

—¡Qué idea tan sorprendente! ¿Cómo es su mundo?

—Bueno, es diferente. Para empezar, tenemos una población mayor.

—¿Cómo de mayor?

—Seis mil millones.

—¡Seis mil millones! Me parece que entonces difícilmente les hace falta ningún aparato para ayudar a concebir …

Mary asintió, dándole la razón.

—Y varones y hembras viven juntos todo el tiempo.

—¡Qué locura! ¿No se ponen nerviosos los unos a los otros?

—Bueno … sí, a veces sí, pero … Como decía, es un lugar diferente. Y tenemos muchas cosas maravillosas. Tenemos una estación espacial… un hábitat permanente orbitando nuestro planeta. Tenemos edificios que se alzan hasta el ciclo … —«Aunque no tantos como solíamos tener» pensó Mary—. Y tenemos una cocina mucho más variada.

—Ponter, ¿ha estado usted allí?

—¡Mi papá ha estado allí ya tres veces! —dijo Mega.

—¿Me gustaría? —preguntó Vissan.

—Eso depende-contestó Ponter—. ¿Le gusta vivir aquí, en el bosque?

—Mucho. Me he acostumbrado.

—¿Le molestan los olores?

—¿Los olores?

—Sí. Para conseguir energía, ellos queman petróleo y carbón, así que sus ciudades apestan.

—Eso no me atrae mucho. Creo que me quedaré aquí.

—Lo que usted prefiera —dijo Mary—. Pero ¿podría enseñarnos a manejar el escritor de codones?

Vissan miró a Ponter.

—¿Qué le parece esto? Yo me he apartado voluntariamente de las trampas de la civilización, y por eso los Grises no tienen ninguna autoridad sobre mí. Pero usted …

Ponter miró a Mary y luego a Vissan.

—He desafiado antes a los Grandes Grises. Decidí desobedecer su orden de regresar a este universo para que el portal pudiera cerrarse. De hecho, todavía estaría en el universo de Mary si una embajadora no hubiera convencido a otros para que cruzaran. Y …

—¿Si?

—Y, bueno, a veces se esteriliza a gente injustamente, así que …

Ponter guardó silencio y Mary habló entonces.

—Se refiere a su hombre-compañero, Adikor. La primera vez que Ponter desapareció en mi mundo, pensaron que Adikor lo había asesinado y se había deshecho del cadáver. Iban a esterilizarlo. —Se volvió hacia Ponter—. ¿No es así, Ponter?

—¿Qué? —dijo Ponter; en un tono extraño—. Oh, sí. Sí, a eso me refería, por supuesto …

—Bueno, si se sienten contentos con tener el escritor de codones —dijo Vissan—, yo se lo dejaré con mucho gusto. —Indicó la puerta—. Iré a recogerlo. No le digan nunca a nadie, al menos en este mundo, que lo tienen.

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