7 La sangre llama a la sangre

Cuando la litera que transportaba a Mat abandonó las habitaciones de la Sede Amyrlin, Moraine volvió a envolver con cuidado el angreal, una escultura de una mujer con vaporosas ropas de marfil ennegrecido por el tiempo, con un paño de seda y volvió a introducirlo en su bolsa. Trabajar junto con otras Aes Sedai, combinando sus habilidades, encauzando el flujo del Poder Único en una única tarea, era algo fatigante en las mejores condiciones, aun con la ayuda de un angreal, y al hacerlo de noche, sin haber dormido, se incrementaba el esfuerzo. Además, el remedio aplicado al muchacho no había sido sencillo.

Leane condujo afuera a los camilleros con gestos vivos y algunas palabras bruscas. Los dos hombres estaban cabizbajos, nerviosos por la presencia simultánea de tantas Aes Sedai, una de las cuales era la Sede Amyrlin en persona, sin contar que habían estado utilizando el Poder. Habían permanecido aguardando en el corredor, agazapados junto a la pared mientras ellas trabajaban, y estaban ansiosos por salir de los aposentos de las mujeres. Mat yacía con los ojos cerrados y la tez pálida, pero su pecho se movía con el ritmo de la respiración de un sueño profundo.

«¿Cómo afectará esto a las circunstancias? —se preguntó Moraine—. Ya no es necesario, habiendo desaparecido el Cuerno, y sin embargo…»

La puerta se cerró tras Leane y los camilleros, y la Amyrlin exhaló un aliento entrecortado.

—Un desagradable asunto, éste. Desagradable. —Tenía el semblante plácido, pero se restregaba las manos como si quisiera lavárselas.

—Pero bastante interesante —observó Verin. Ella había sido la cuarta Aes Sedai que la Amyrlin había elegido para la tarea— Es una pena que no tengamos la daga para completar la curación. A pesar de todo lo que hemos hecho esta noche, no vivirá mucho tiempo. Meses, tal vez, como mucho. —Las tres Aes Sedai se encontraban solas en las habitaciones de la Amyrlin. Más allá de las aspilleras, el alba perlaba el ciclo.

—Pero ahora dispondrá de esos meses —replicó secamente Moraine— Y, si puede recuperarse, aún hay posibilidades de deshacer el vínculo. «Si puede recuperarse. Sí, claro está».

—Aún puede deshacerse —convino Verin. Era una mujer regordeta, de rostro cuadrado, e, incluso con el don de la edad indefinida de que disfrutaban las Aes Sedai, tenía hebras grises en su pelo castaño. Aquél era el único indicio de su edad, pero, tratándose de una Aes Sedal, ello representaba que era muy vieja. Su voz se mantenía firme, sin embargo, acorde con sus lisas mejillas— Pero ha estado vinculado a esa daga durante mucho tiempo, según puede calcularse en un caso así. Y permanecerá ligado a ella aún más, tanto si la encuentra como si no. Quizá por entonces ya haya llegado a una fase irrecuperable del todo, aun cuando no contamine a los demás. Una cosa tan pequeña, esa daga —musitó—, pero corromperá a quienquiera que la lleve el tiempo suficiente. Y el que la lleva echará a perder a los que tengan contacto con él, los cuales envenenarán a su vez a otros, y el odio y las sospechas que destruyeron Shadar Logoth, las manos de todos los hombres y mujeres esgrimidas contra su prójimo, volverán a recorrer libremente el mundo. Me pregunto a cuántas personas puede infectar, por ejemplo, en un año. Sería posible hacer una estimación con un razonable margen de error.

Moraine asestó una dura mirada a la hermana Marrón. «Debemos afrontar un nuevo peligro y ella habla como lo haría de un rompecabezas encontrado en un libro. Luz, las Marrones no son en absoluto conscientes de lo que ocurre en el mundo».

—En ese caso debemos hallar la daga, hermana. Agelmar va a enviar soldados para perseguir a quienes se han llevado el Cuerno y asesinado a sus vasallos, los mismos que han robado la daga. Si encuentran el cuerno, también encontrarán la daga.

Verin asintió, pero arrugó el entrecejo a un tiempo.

—No obstante, si la recobran, ¿quién podrá devolverla sin mancillarse? Quienquiera que la toque corre el riesgo de contaminarse si la traslada durante cierto tiempo. Tal vez en un baúl, bien envuelta y acolchada, pero, con todo, sería una amenaza para quienes se hallen cerca durante algún tiempo. Sin disponer del arma para estudiarla, no podemos tener la certeza de cómo se han de escudar contra ella. Pero tú la viste más de una vez, Moraine. Tú la trataste lo bastante como para que ese joven sobreviviera llevándola y no infectara a los otros. Debes de conocer su capacidad de influencia.

—Hay alguien —anunció Moraine— que puede recuperar la daga sin que le resulte dañino. Alguien a quien hemos acorazado contra su infección hasta el grado máximo de que puede ser receptor alguien: Mat Cauthon.

—Sí, por supuesto —acordó la Amyrlin—. Puede hacerlo. Si vive bastante tiempo. Sólo la Luz sabe hasta dónde la transportarán antes de que la encuentren los hombres de Agelmar. Suponiendo que la encuentren. Y si el chico muere antes… Bien, si la daga permanece fuera de control durante ese tiempo, tendremos otra fuente de preocupación. —Se frotó los ojos con cansancio—. Creo que también hemos de localizar a ese Padan Fain. ¿Por qué es tan importante ese Amigo Siniestro como para que se arriesguen de ese modo con el fin de rescatarlo? Hubiera sido mucho más sencillo robar el Cuerno simplemente. Tan peligroso como una tempestad invernal, penetrar en la fortaleza de esa manera, pero corrieron ese riesgo para liberar a ese Amigo Siniestro. Si los Acechantes lo consideran tan importante… —Se detuvo y Moraine adivinó que estaba preguntándose si únicamente eran los Myrddraal los que impartían las órdenes—. … Entonces debe serlo.

—Debemos encontrarlo —corroboró Moraine, con la esperanza de encubrir la ansiedad que sentía—, pero lo más probable es que se halle donde está el Cuerno.

—Como tú digas, hija. —La Amyrlin se llevó la mano a la boca para contener un bostezo— Y ahora, Verin, si nos dispensas, voy a mantener una pequeña conversación con Moraine y luego dormiré un poco. Supongo que Agelmar insistirá en festejar esta noche lo que quedó malogrado la anterior. Tu ayuda ha sido incalculable, hija. Por favor, recuerda que no debes comunicar a nadie la naturaleza de la dolencia del muchacho. Algunas de nuestras hermanas verían la Sombra en él en lugar de un objeto que han creado los hombres.

No era preciso mencionar al Ajah Rojo. Y tal vez, reflexionó Moraine, las Rojas ya no eran las únicas con quienes había que obrar con cautela.

—No diré nada, desde luego, madre. —Verin realizó una reverencia, pero no hizo ademán de dirigirse a la puerta— He pensado que quizá querríais ver esto, madre. —Extrajo un pequeño cuaderno, forrado con suave piel marrón, de su cinturón— Es lo que había escrito en las paredes de la mazmorra. Hemos tenido algunos problemas para traducirlo. En su mayor parte era lo habitual: blasfemias y fanfarronadas; al parecer, los trollocs conocen poca cosa más. Pero había una parte trazada con pulso más firme. Un Amigo Siniestro instruido o tal vez un Myrddraal. Podría tratarse tan sólo de una provocación, pero tiene la forma de una poesía o canción y el sonido propio de las profecías. Disponemos de escasos conocimientos sobre las profecías de la Sombra, madre.

La Amyrlin titubeó un poco antes de asentir. Las profecías de la Sombra, augurios siniestros, solían, por desgracia, cumplirse, al igual que las de la Luz.

—Léemelo.

Verin hojeó las páginas y luego se aclaró la garganta y comenzó a recitar con voz calmada y monótona:

Hija de la Noche, vuelve a caminar.

La antigua batalla continúa librando.

A su nuevo amante busca,

a aquel que la servirá y morirá

y aun así le servirá.

¿Quién se opondrá a su retorno?

Las Murallas Resplandecientes se postrarán.

La sangre alimenta a la sangre.

La sangre llama a la sangre.

La sangre es, fue y será

por los siglos de los siglos.

El hombre que encauza se halla solo.

Entrega a sus amigos al sacrificio.

Dos caminos se abren ante él.

Uno va a la muerte sin agonía,

otro a la vida eterna.

¿Cuál elegirá? ¿Cuál elegirá?

¿Qué mano da cobijo? ¿Qué mano da muerte?

La sangre alimenta a la sangre.

La sangre llama a la sangre.

La sangre es, fue y será

por los siglos de los siglos.

Luc fue a las Montañas Funestas.

Isam aguardó en los altos puertos.

La cacería ya se ha iniciado.

Los sabuesos de la Sombra

ahora corren, y matan.

Uno vivió y otro falleció, pero ambos existen.

La Hora del Cambio ha llegado.

La sangre alimenta a la sangre.

La sangre llama a la sangre.

La sangre es, fue y será

por los siglos de los siglos.

Los Vigilantes esperan en la Puerta de Toman.

La simiente del Martillo quema el antiguo árbol.

La muerte sembrará y el verano arderá,

antes del advenimiento del Gran Señor.

La muerte segará y los cuerpos se abatirán,

antes del advenimiento del Gran Señor.

De nuevo la simiente mata lavando

antiguos agravios,

antes del advenimiento del Gran Señor.

Ahora llega el Gran Señor.

Ahora llega el Gran Señor.

La sangre alimenta a la sangre.

La sangre llama a la sangre.

La sangre es, fue y será

por los siglos de los siglos.

Ahora llega el Gran Señor.

Se abrió un largo silencio cuando hubo concluido la lectura.

—¿Quién más ha visto esto, hija? —inquirió al fin la Amyrlin—. ¿Quién conoce su existencia?

—Solamente Serafelle, madre. He hecho que lo borraran los criados después de haberlo copiado. Ellos no han preguntado nada—, estaban ansiosos por hacer desaparecer las huellas.

—Bien. Hay demasiadas personas en las Tierras Fronterizas capaces de interpretar la escritura trolloc. No es necesario aportarles otro motivo de preocupación. Ya tienen suficientes.

—¿Qué crees tú? —preguntó Moraine a Verin con tono cauteloso—. ¿Crees que son profecías?

Verin ladeó la cabeza, lanzando una mirada a sus notas con ademán reflexivo. —Posiblemente. Tiene la misma estructura que algunas de las profecías siniestras que conocemos. Y algunas de sus partes son bastante explícitas. No obstante, podría ser sólo una provocación. —Apoyó un dedo en una de las líneas—. «Hija de la Noche, vuelve a caminar». Eso únicamente puede significar que Lanfear está libre de nuevo. O que alguien quiere hacernos pensar que lo está.

—Eso sería inquietante, hija —señaló la Amyrlin—, de ser cierto. Pero los Renegados aún están prisioneros. —Lanzó una ojeada a Moraine, delatando un desasosiego en sus facciones que instantáneamente logró controlar—. Aun cuando los sellos estén debilitándose, los Renegados siguen confinados.

Lanfear: en la Antigua Lengua, Hija de la Noche. Su verdadero nombre no estaba registrado en ningún sitio, pero aquél era el apelativo que ella había escogido para sí, a diferencia de la mayoría de los Renegados, que habían adoptado el nombre que les habían conferido aquellos que habían padecido su traición. A decir de algunos, ella había sido la más poderosa entre los Renegados, junto a Ishamael, el Traidor de la Esperanza, pero había mantenido ocultas sus capacidades. Quedaban escasos documentos sobre aquel tiempo para que los estudiosos pudieran afirmarlo.

—Con tantos falsos Dragones que aparecen, no me sorprende que alguien trate de involucrar a Lanfear en ello.

La voz de Moraine permanecía tan impasible como su cara, pero su interior un hervidero de emociones. Sólo se conocía un detalle respecto a Lanfear aparte de su nombre: antes de desertar a las filas de la Sombra, antes de que Lews Therin Telamon conociera a Ilyena, Lanfear había sido su amante. «Sólo nos faltaba esta complicación».

La Sede Amyrlin frunció el entrecejo como si la hubieran invadido idénticos pensamientos, pero Verin asintió como si todo se redujera a palabras.

—Otros nombres también son identificables, madre. Lord Luc, por supuesto, era el hermano de Tigraine, por aquel entonces heredera del trono de Andor, y desapareció en la Llaga. Sin embargo, no sé quién es Isam ni qué relación guarda con Luc.

—Averiguaremos lo que precisemos conocer a su debido tiempo —dijo Moraine con tono tranquilizador—. No hay pruebas todavía de que sean profecías. —Ella reconocía el nombre: Isam había sido el hijo de Breyan, esposa de Lain Mandragoran, cuyo intento de arrebatar el trono de Malkier para su marido había atraído la arremetida de las hordas trolloc. E Isam había tenido lazos familiares de sangre con Lan. «¿O tiene lazos de sangre? Debo ocultárselo, hasta que sepa cómo va a reaccionar. Hasta que nos hallemos lejos de la Llaga. Si creyera que Isam está vivo…»

—«Los Vigilantes esperan en la Punta de Toman» —prosiguió Verin— Existen algunas personas que todavía se aferran a la vieja creencia de que los ejércitos que Artur Hawkwing envió al otro lado del Océano Aricio regresarán un día, aunque después de tanto tiempo… —Bufó con desdén— Los Do Miere A’vron, los Vigilantes sobre las Olas, todavía mantienen una… comunidad, es la palabra más adecuada, supongo, en la Punta de Toman, en Falme. Y uno de los nombres con que se conoció a Artur Hawkwing fue el de Martillo de la Luz.

—¿Estás insinuando, hija —dijo la Sede Amyrlin—, que los ejércitos de Artur Hawkwing, o más bien sus descendientes, podrían realmente regresar después de mil años?

—Circulan rumores de que hay guerra en el llano de Almoth y en la Punta de Toman —apuntó lentamente Moraine—. Y Artur Hawkwing envió a dos de sus hijos con sus huestes. Si sobrevivieron en las tierras que encontraron, es posible que haya muchos descendientes de Hawkwing. O ninguno.

La Amyrlin dirigió una mirada disimulada a Moraine, con evidentes deseos de hallarse a solas con ella para saber qué tramaba. Moraine le respondió con un gesto tranquilizador y su vieja amiga esbozó una mueca.

Verin, con la nariz todavía pegada en sus anotaciones, no advirtió aquella silenciosa comunicación.

—No lo sé, madre. Lo dudo, no obstante. No conocemos absolutamente nada de las tierras que se propuso conquistar Artur Hawkwing. Es una lástima que los Marinos se nieguen a atravesar el Océano Aricio. Dicen que las islas de la Muerte se encuentran en la otra orilla. Me gustaría saber qué quieren decir con eso, pero esos condenados y lacónicos Marinos… —Suspiró, sin levantar la cabeza aún— No disponemos más que de una referencia a «las tierras bajo la Sombra, más allá del sol poniente, más allá del Océano Aricio, donde reinan los Ejércitos de la Noche». Nada que nos indique si las huestes enviadas por Artur Hawkwing bastaron para derrotar esos Ejércitos de la Noche o ni tan sólo si continuaron vivos tras la muerte de Hawkwing. Después del inicio de la Guerra de los Cien Años, todo el mundo se hallaba demasiado ocupado tratando de quedarse con un retazo del imperio de Artur Hawkwing para pensar en los ejércitos que cruzaron el mar. A mí me parece, madre, que, si sus descendientes estuvieran vivos y con intención de volver, no habrían esperado tantos años.

—¿Entonces crees que no son profecías, hija?

—Ahora bien, «el antiguo árbol» —leyó Verin, inmersa en sus propios pensamientos— Siempre han existido rumores, que no han pasado de eso, de que mientras la nación de Almoth permaneciera como tal, tendrían una rama de Avendesora, tal vez incluso un ejemplar vivo. Y el estandarte de Almoth era «azul por el firmamento, negro por la tierra que se extendía bajo él, con el frondoso Árbol de la Vida para unirlos». Claro está que los taraboneses se autodenominaban el Árbol del Hombre y pretenden descender de dirigentes y nobles de la Era de Leyenda. Y los domani afirman pertenecer a la estirpe de quienes crearon el Árbol de la Vida en la Era de Leyenda. Hay otras posibilidades, pero, como habréis notado, madre, al menos tres de ellas se centran en torno al llano de Almoth y la Punta de Toman.

—¿Vas a aclarar tus conclusiones, hija? —la regañó la Amyrlin, con voz engañosamente calmada— Si la semilla de Artur Hawkwing no va a volver, entonces esto no son profecías y no importa un pimiento de qué antiguo árbol hablan.

—Sólo puedo proporcionaros lo que entra dentro de mis conocimientos, madre —repuso Verin, levantando la mirada de sus notas— y dejar que seáis vos quien decidáis. Yo creo que los últimos miembros de los ejércitos extranjeros de Hawkwing perecieron hace mucho tiempo, pero lo que yo crea no determina la realidad. La Hora del Cambio, desde luego, representa el final de una era, y el Gran Señor…

La Amyrlin golpeó con fuerza la mesa.

—Sé muy bien quién es el Gran Señor, hija. Creo que será mejor que te retires ahora. —Inspiró profundamente, recobrando la apostura—. Vete, Verin. No quiero enojarme contigo. No quiero olvidar quién era la que encargaba a las cocineras que me dejaran dulces por la noche cuando era una novicia.

—Madre —intervino Moraine—, no hay nada en esto que sugiera que se trata de una profecía. Cualquiera con un poco de sentido común y cierto grado de instrucción podría haberlo preparado, y nadie duda que los Myrddraal poseen una astuta inteligencia.

—Y por supuesto —añadió con calma Verin—, el hombre que encauza el poder ha de ser uno de los tres jóvenes que viajan contigo, Moraine.

Moraine la miró consternada. «¿Que no son conscientes de lo que ocurre en el mundo? Soy una estúpida». Antes de advertir lo que hacía, ya había recurrido al intermitente resplandor que siempre notaba al alcance, aguardándola: a la Fuente Verdadera. El Poder Único circuló por sus venas, cargándola de energía, amortiguando el brillo del Poder de la Sede Amyrlin mientras ésta efectuaba idéntica acción. Moraine nunca había considerado siquiera la posibilidad de esgrimir el Poder contra otra Aes Sedai. «Vivimos tiempos azarosos y el mundo pende de un hilo, y debe hacerse lo que es obligado hacer. Es preciso. Oh, Verin, ¿por qué tenías que meter la nariz en los asuntos ajenos?»

Verin cerró el cuaderno y volvió a deslizarlo bajo su cinturón; luego miró alternativamente a una y otra mujer. Era imposible que no percibiera el nimbo que rodeaba a cada una de ellas, la luz que emanaba del contacto con la Fuente Verdadera. Sólo alguien avezado en el uso del Poder podía advertir aquella aureola, pero no era factible que ninguna Aes Sedai dejara de advertirla en otra mujer.

El rostro de Verin evidenció un asomo de satisfacción, pero no dio señales de haber caído en la cuenta del alcance de su conclusión. Se limitó a observarlas como si hubiera encontrado una nueva pieza que encajaba en un rompecabezas.

—Sí, deduje que debía de ser así. Moraine no podía hacerlo sola y ¿qué mejor ayuda que la de su amiga de juventud, que solía escabullirse con ella para robar pasteles? —Pestañeó—. Perdonadme, madre. No hubiera debido decirlo.

—Verin, Verin. —La Amyrlin sacudió la cabeza especulativamente—. Acusas a tu hermana… ¿y a mí?… de… No voy siquiera a pronunciarlo. ¿Y te arrepientes de haber hablado con demasiada familiaridad a la Sede Amyrlin? Tienes un agujero en la barca y te preocupa que esté lloviendo. Piensa en lo que estás insinuando, hija.

«Es demasiado tarde para ello, Siuan —pensó Moraine— Si no hubiéramos cedido al pánico y recurrido a la Fuente, tal vez en ese caso… Pero ella está segura ahora».

—¿Por qué nos has dicho esto, Verin? —preguntó en voz alta— Si das crédito a lo que afirmas, deberías estar contándoselo a las otras hermanas, a las Rojas en particular.

Los ojos de Verin se abrieron desmesuradamente a causa de la sorpresa.

—Sí, sí, supongo que debería hacerlo. No lo había pensado. Pero si lo hiciera, te neutralizarían, Moraine, y a vos, madre, y amansarían a ese hombre. Nadie ha estudiado nunca la progresión en un varón que esgrime el Poder. ¿Cuándo se produce, exactamente, la locura y cómo lo ataca? ¿Puede todavía funcionar con su cuerpo descomponiéndose a su alrededor? ¿Durante cuánto tiempo? A menos que lo amansen, lo que le sucederá a ese joven, sea cual sea de los tres, ocurrirá tanto si yo estoy allí para registrar las respuestas como si no. Si dispone de cuidado y guía, podríamos ser capaces de realizar algunas anotaciones con un razonable margen de seguridad, durante un tiempo al menos. Asimismo, hay que tener en cuenta el Ciclo Kareathon. —Les devolvió impasiblemente sus atónitas miradas—. ¿Deduzco, madre, que él es el Dragón Renacido? No puedo creer que dejarais caminar libremente a un hombre capaz de encauzar el Poder, a no ser que sea el Dragón.

«Sólo le preocupa la sabiduría —caviló Moraine—. Estamos ante la culminación de la más espantosa profecía que el mundo ha visto, tal vez el fin del mundo, y sólo le importan los conocimientos. Pero, a pesar de ello, aún es peligrosa».

—¿Quién más sabe algo de esto? —La voz de la Amyrlin sonaba débil, pero tajante— Serafelle, me temo. ¿Quién más, Verin?

—Nadie, madre. A Serafelle sólo le interesan de verdad las cosas que alguien ha escrito ya en un libro, preferentemente tan remoto como sea posible. Piensa que hay suficientes libros y manuscritos antiguos y fragmentos esparcidos por el mundo, perdidos u olvidados, para multiplicar por diez lo que hemos ido reuniendo en Tar Valon. Está convencida de que aún puede recuperarse mucho del antiguo conocimiento para…

—Basta, hermana —la atajó Moraine. Liberó el contacto con la Fuente Verdadera y tras un momento notó cómo la Amyrlin seguía su ejemplo. Era siempre una pérdida sentir cómo el Poder se escurría, como la sangre y la vida que manaran de una herida abierta. Una parte de sí deseaba retenerlo, pero, a diferencia de algunas de sus hermanas, su autodisciplina le prohibía aferrarse a aquel sentimiento— Siéntate, Verin, y cuéntanos lo que sabes y cómo lo has averiguado, sin omitir nada.

Mientras Verin tomaba una silla, mirando a la Amyrlin para pedirle permiso para sentarse en su presencia, Moraine la observó con tristeza.

—No es probable —comenzó a exponer Verin— que alguien que no haya estudiado los antiguos registros notara algo, aparte de un comportamiento extraño. Discúlpame, madre. Hará casi veinte años, cuando Tar Valon estaba sitiada, que percibí la primera clave y eso sólo fue…

«Que la Luz me asista, Verin, cuánto te quise por aquellos dulces y por tu pecho, sobre el que podía sollozar. Pero haré lo que debo hacer. Lo haré. Debo hacerlo».


Perrin atisbó la espalda de la Aes Sedai que se retiraba. Sintió olor a jabón de lavanda, a pesar de que la mayoría de la gente no lo hubiera advertido ni a una distancia menor. Ya había intentado ver a Mat en una ocasión y aquella Aes Sedai —Leane, había oído que la llamaban— casi le había arrancado la cabeza sin siquiera volverse para saber quién era. Se encontraba incómodo entre Aes Sedai, sobre todo cuando comenzaban a mirarlo a los ojos.

Después de detenerse ante la puerta para escuchar —no oyó pasos procedentes del corredor ni del otro lado de la hoja— entró y la cerró suavemente tras él.

La enfermería era una larga estancia de paredes blancas, y las entradas a los balcones de los arqueros situadas en ambos extremos dejaban penetrar la luz a raudales. Mat se hallaba en una de las estrechas camas alineadas en los muros. Después de lo sucedido la noche anterior, Perrin esperaba encontrar ocupados la mayoría de los lechos, pero al cabo de un momento cayó en la cuenta de que la fortaleza estaba llena de Aes Sedai. Lo único que no podían curar las Aes Sedai era la muerte. De todas maneras, era evidente que para él la habitación olía a enfermedad.

Perrin esbozó una mueca al pensarlo. Mat yacía quieto, con las manos inmóviles encima de las mantas. Parecía extenuado. No realmente enfermo, sino como si hubiera trabajado en los campos tres días seguidos sin pararse a descansar. Olía… mal. No era algo que Perrin pudiera expresar con palabras; simplemente, olía mal.

Perrin se sentó con cuidado en la cama próxima a la de Mat. Era más corpulento de lo usual y siempre había sido mayor que los otros chicos, por lo que alcanzaba a recordar. Debía obrar con prudencia para no herir a alguien por accidente o romper algo. Aquello se había convertido en una segunda naturaleza. También le agradaba rumiar las cosas con detenimiento y, a veces, comentarlas con alguien. «Con Rand creyéndose un señor, no puedo hablar con él, y Mat a buen seguro va a tener poco que contar».

Había ido a uno de los jardines la noche anterior, para reflexionar. El recuerdo todavía lo avergonzaba ligeramente pues, si no se hubiera ido, se habría encontrado en su habitación y habría acompañado a Egwene y Mat, y tal vez habría evitado que resultaran heridos. Sabía que, con toda seguridad, ahora habría estado en una de aquellas camas, al igual que Mat, o muerto, pero aquello no modificaba sus sentimientos. Con todo, había ido al jardín, y su preocupación actual no guardaba ninguna relación con el ataque trolloc.

Algunas sirvientas y una de las doncellas de lady Amalisa, lady Timora, lo habían hallado sentado en la oscuridad. Tan pronto como llegaron a donde él se encontraba, Timora ordenó partir a toda prisa a una de las demás y él oyó que le decía:

—¡Ve a buscar a Liandrin Sedai! ¡Rápido!

Habían permanecido de pie, vigilándolo como si creyeran que iba a desaparecer en una nube de humo cual un juglar. Aquella escena había tenido lugar antes de que sonaran los primeros toques de alarma y todos los ocupantes de la fortaleza empezaran a correr de un lado a otro.

—Liandrin —murmuró ahora—, del Ajah Rojo. Todo cuanto hacen se reduce a perseguir a los hombres capaces de encauzar el Poder. Tú no crees que yo sea uno de ellos, ¿verdad? —Mat no dio respuesta alguna, desde luego. Perrin se frotó rudamente la nariz— Ahora hablo solo. Sólo me faltaría eso.

—¿Quién…? —balbució Mat, pestañeando—. ¿Perrin? ¿Qué ha pasado? —No abrió por completo los ojos y su voz sonaba cargada de soñolencia.

—¿No lo recuerdas, Mat?

—¿Recordar? —Mat se acercó pesadamente una mano al rostro y luego la dejó caer con un suspiro. Sus ojos volvieron a cerrarse— Recuerdo a Egwene. Me pidió… que fuera… a ver a Fain. —Soltó una carcajada, que concluyó con un bostezo— No me lo pidió, lo ordenó. No sé lo que pasó después… —Juntó los labios y volvió a sumirse en la profunda y regular respiración del sueño.

Perrin se levantó de un salto al percibir el ruido de pasos que se acercaban, Pero no tenía adónde dirigirse. Todavía se encontraba de pie junto al lecho de Mat cuando se abrió la puerta y entró Leane. La mujer se detuvo, apoyó los puños en las caderas y lo miró de arriba abajo. Era casi tan alta como él.

—Tú —dijo en tono suave y vivo a la vez— eres casi tan buen mozo como para hacerme desear pertenecer al Ajah Verde. Casi. Pero, si has molestado a mi paciente… Bien, he dado cuenta de hermanos casi tan fornidos como tú antes de ir a la Torre, de manera que no debes creer que esos hombros tan anchos van a servirte de ayuda.

Perrin se aclaró la garganta. La mitad del tiempo no comprendía a qué se referían las mujeres cuando decían algo. «No como Rand. Él siempre sabe qué hay que decir a las chicas». Advirtió que había fruncido el entrecejo y modificó la expresión. No quería pensar en Rand, pero aún deseaba menos inducir a enojo a una Aes Sedai, en especial a una que comenzaba a mover con impaciencia el pie.

—Eh… no lo he molestado. Todavía está dormido. ¿Lo veis?

—Ya veo, y es mejor que así sea. ¿Qué estás haciendo aquí? Te dije que no debías entrar.

—Sólo quería saber cómo estaba.

La mujer vaciló.

—Pues está durmiendo. Y, dentro de pocas horas, se levantará de esa cama y pensarás que nunca estuvo mal.

Su vacilación le erizó los pelos de la nuca. Estaba mintiendo. Las Aes Sedai nunca mentían, pero tampoco decían siempre la verdad. No estaba seguro de qué era lo que sucedía —Liandrin estaba buscándolo, Leane estaba engañándolo— pero creyó llegado el momento de apartarse de las Aes Sedai. No había nada que pudiera hacer por Mat.

—Gracias —dijo—. Será mejor que lo deje dormir, entonces. Excusad.

Trató de rodear a la mujer para encaminarse a la puerta, pero de pronto las manos de ésta saltaron como un resorte y, agarrándole la cara, la ladearon para mirarle los ojos. Notó que algo lo recorría, una cálida oleada que se inició en la coronilla para descender hasta los pies y volver a subir y luego bajar. Zafó la cabeza de sus manos.

—Estás tan sano como un animalillo salvaje —dictaminó, frunciendo los labios—. Pero, si tú naciste con esos ojos, yo soy un Capa Blanca.

—Son los únicos que he tenido —gruñó. Se sintió un tanto avergonzado por hablar a una Aes Sedai con aquel tono, pero su sorpresa fue aún mayor cuando la tomó suavemente por los brazos y la alzó para depositarla luego en el suelo a un lado, fuera de su camino. Cuando se miraron mutuamente, se preguntó si sus ojos traslucirían el mismo estupor que los de la mujer —Perdonad —se disculpó de nuevo, antes de alejarse casi a la carrera.

«Mis ojos. ¡Mis malditos ojos, condenados por la Luz!» El sol matinal iluminó sus ojos y éstos brillaron como el oro bruñido.


Rand se revolvió en la cama, tratando de hallar una postura cómoda sobre el delgado colchón. La luz del sol penetraba por las aspilleras, trazando dibujos en las desnudas paredes. No había dormido durante el resto de la noche y, a pesar del cansancio, sabía que ya no podría conciliar el sueño. El jubón de cuero estaba en el suelo, entre la cama y la pared, pero, salvo aquella prenda, estaba completamente vestido y llevaba incluso puestas sus nuevas botas. La espada descansaba junto al lecho, y el arco y el carcaj estaban en un rincón, con los hatillos formados con las capas.

No podía librarse de la sensación de que debía aprovechar la oportunidad que le había brindado Moraine y partir de inmediato. Aquel apremio lo había acompañado toda la noche. En tres ocasiones se había levantado para irse, y en dos de ellas había llegado a abrir la puerta. Los pasillos estaban casi solitarios, transitados únicamente por criados que se ocupaban de tareas tardías; tenía el camino libre. Pero tenía que saberlo.

Perrin entró, cabizbajo y bostezando, y Rand se sentó en la cama.

—¿Cómo está Egwene? ¿Y Mat?

—Ella está dormida, según me han dicho. No me han permitido entrar en los aposentos de las mujeres para visitarla. Mat está… —De pronto Perrin miró, ceñudo, el suelo—. Si estás tan interesado, ¿por qué no has ido a verlo tú mismo? Pensaba que ya no te importábamos. Tú lo dijiste. —Abrió la puerta del armario para buscar una camisa limpia.

—Fui a la enfermería, Perrin. Había una Aes Sedai allí, aquella tan alta que está siempre con la Sede Amyrlin. Me dijo que dormía, que debía irme y que ya tendría ocasión de volver en otro momento. Hablaba como maese Thane, dando órdenes a los hombres en el molino. Ya sabes cómo es maese Thane, tan tajante, exigente e imperativo.

Perrin no respondió, limitándose a cambiar de camisa.

Rand examinó la espalda de su amigo por un momento y luego emitió una carcajada.

—¿Quieres oír algo? ¿Sabes lo que me dijo? A la Aes Sedai de la enfermería, me refiero. Ya has visto su estatura, casi igual que la de la mayor parte de los hombres. Si fuera un palmo más alta, podría mirarme directamente a los ojos. Bueno, me miró de arriba abajo y luego murmuró: «Eres alto, ¿eh? ¿Dónde estabas cuando yo tenía dieciséis años? ¿O treinta incluso?». Y luego se echó a reír, como si fuera una broma. ¿Qué te parece?

Perrin terminó de abrocharse la camisa limpia y lo miró de soslayo. Con sus amplias espaldas y sus espesos rizos, le hacía pensar a Rand en un oso herido. Un oso que no comprendía por qué lo habían herido.

—Perrin, yo…

—Si quieres bromear con las Aes Sedai —espetó Perrin—, puedes hacerlo, mi señor. —Comenzó a introducir los faldones de la camisa en los pantalones—. Yo no suelo dedicar mucho tiempo a intercambiar… ingeniosidades, ¿es ésa la palabra?, con las Aes Sedai. Pero, claro, yo sólo soy un torpe herrero y podría hacer quedar mal a alguien, mi señor. —Después de recoger la chaqueta del suelo, se encaminó hacia la puerta.

—Diantre, Perrin, lo siento. Tenía miedo y pensaba que estaba en un lío… Tal vez lo estaba, tal vez aún lo estoy, no lo sé… y no quería que Mat y tú estuvierais conmigo. Luz, todas las mujeres estaban buscándome anoche. Creo que eso forma parte del embrollo en que estoy metido. Y Liandrin… Ella… —Extendió las manos—. Perrin, créeme, no querrías verte envuelto en ello.

Perrin se había parado, pero seguía encarado a la puerta y sólo volvió la cabeza lo bastante para que Rand viera un ojo dorado.

—¿Buscándote? Quizá nos buscaban a todos.

—No, estaban buscándome a mí. Ojalá no fuera así, pero sé lo que digo.

Perrin sacudió la cabeza y dijo:

—Liandrin me quería a mí, estoy seguro. Lo oí.

—¿Por qué iba a…? Eso no modifica nada. Mira, abrí la boca y dije lo que no debía. No hablaba de veras, Perrin. Ahora, por favor, ¿vas a decirme cómo está Mat?

—Está dormido. Leane, la Aes Sedai, ha afirmado que estaría de pie dentro de pocas horas. —Se encogió de hombros con embarazo— Creo que miente. Ya sé que las Aes Sedai no mienten nunca, al menos no con embustes evidentes, pero estaba mintiendo o encubriendo algo. —Se detuvo, mirando de reojo a Rand—. ¿No iba en serio todo lo que dijiste? ¿Nos iremos juntos de aquí? ¿Tú, yo y Mat?

—No puedo, Perrin. No puedo decirte por qué, pero debo irme por mi… ¡Perrin, espera!

La puerta se cerró de golpe detrás de su amigo. Rand volvió a recostarse en el lecho.

—No puedo explicártelo —murmuró, aporreando la cama con el puño. No puedo. «Pero ahora puedes irte —le advirtió una vocecilla interior—. Egwene se repondrá y Mat se levantará dentro de un par de horas. Ahora puedes irte, antes de que Moraine cambie de opinión».

Se disponía a sentarse, cuando una llamada en la puerta lo hizo incorporarse de un salto. Si Perrin estuviera de vuelta, no llamaría. Sonó de nuevo un golpe.

—¿Quién es?

Lan entró y empujó la puerta tras él con el talón de la bota. Como de costumbre, llevaba la espada por encima de una sencilla chaqueta verde, que resultaba casi invisible en el bosque. En aquella ocasión, no obstante, lucía un ancho brazalete dorado atado alrededor del brazo izquierdo, cuyos flecos le llegaban casi al codo y en el que tenía prendida una grulla dotada en vuelo, el símbolo de Malkier.

—La Sede Amyrlin quiere verte, pastor. No puedes presentarte así. Quítate esa camisa y péinate. Pareces salido de un pajar. —Abrió el armario de par en par y comenzó a rebuscar entre las ropas que Rand había decidido dejar allí.

Rand permaneció clavado en el suelo; sentía como si le hubieran golpeado la cabeza con un martillo. De algún modo lo había esperado, por supuesto, pero tenía la convicción de que ya se habría marchado cuando fueran a llamarlo. «Ella lo sabe. Luz, estoy seguro de ello».

—¿Qué queréis decir con que quiere verme? Me voy, Lan. Teníais razón. Voy a ir al establo ahora mismo, recogeré mi caballo y me marcharé.

—Debieras haberlo hecho anoche. —El Guardián arrojó una camisa de seda blanca sobre la cama— Nadie rechaza una audiencia con la Sede Amyrlin, pastor. Ni el propio capitán general de los Capas Blancas. Es posible que Pedron Niall se pasara todo el tiempo planeando la manera de darle muerte, si le fuera factible hacerlo y escapar, pero comparecería ante ella. —Se volvió con una de las chaquetas de cuello alto en las manos y la alzó— Ésta será apropiada. —Cada una de las mangas iba recorrida de una línea de enmarañadas y espinosas zarzas bordadas en oro, que también rodeaban los puños. El cuello, rematado de oro, estaba adornado con garzas doradas— El color también es apropiado. —Parecía divertido, o satisfecho, por algún motivo— Vamos, pastor. Cámbiate la camisa. Venga.

Rand se quitó de mala gana la prenda de lana cruda que llevaba puesta.

—Voy a sentirme como un idiota —murmuró—. ¡Una camisa de seda! Nunca en mi vida he llevado una camisa de seda. Y jamás me he puesto una chaqueta tan elegante, ni siquiera en los días de fiesta. —«Luz, si Perrin me ve con esto… Diantre, después de escuchar todas esas necedades de que pretendo ser un señor, si me ve con esto, nunca más se avendrá a razones».

—No puedes comparecer ante la Sede Amyrlin vestido como un mozo recién salido de las caballerizas, pastor. Deja que te vea las botas. No están mal. Bien, vístete, vístete. No hagas esperar a la Amyrlin. Lleva la espada.

—¡Mi espada! —La camisa de seda que se pasaba por la cabeza amortiguó la exclamación de Rand. Se la colocó de un tirón—. ¡En los aposentos de las mujeres! Lan, si acudo a una audiencia con la Sede Amyrlin…, ¡la Sede Amyrlin!, llevando una espada, me va a…

—No va a hacerte nada —lo interrumpió secamente Lan— Si la Amyrlin te teme… y serás más inteligente si piensas que no, porque yo no sé de nada capaz de amedrentar a esa mujer… no será a causa de tu espada. Ahora recuerda: arrodíllate al personarte ante ella. Sólo con una rodilla, fíjate bien —agregó con rudeza—. No eres ningún mercader a quien han descubierto estafando el peso de una mercancía. Tal vez será mejor que lo practiques.

—Sé cómo hacerlo, creo. Vi cómo los guardias reales se arrodillaban delante de Morgase.

La sombra de una sonrisa cruzó los labios del Guardián.

—Sí, hazlo igual que ellos. Eso les dará algo en que pensar.

—¿Por qué estáis diciéndome esto, Lan? —preguntó Rand ceñudo— Sois un Guardián. Estáis obrando como si estuvierais de mi parte.

—Estoy de tu parte, pastor. Un poco, lo bastante para ayudarte en algo. —El rostro del Guardián era pétreo y las palabras de solidaridad sonaban extraño pronunciadas con su ruda voz— La poca formación que posees te la he dado yo y no voy a consentir que te rebajes y te humilles. La Rueda teje nuestros hilos en el Entramado según sus designios. Tú dispones de menos libertad de movimientos que los demás, pero, por la Luz, aun así puedes afrontarlo con la cabeza bien alta. Recuerda quién es la Sede Amyrlin y muéstrale el debido respeto, pero compórtate como te he indicado y mírala a los ojos. Bien, no te quedes ahí con la boca abierta. Arréglate la camisa.

Rand cerró la mandíbula y se arregló la camisa. «¿Recuerda quién es? ¡Que me aspen si no daría algo por olvidarme de quién es!»

Lan siguió dándole instrucciones sin parar mientras Rand se ponía la chaqueta roja y se ajustaba la espada: qué había de decir y a quién, y qué no debía decir; qué había de hacer y qué debía evitar; cómo moverse, incluso. No estaba seguro de poder retenerlo todo —en su mayor parte sonaba curioso y fácil de olvidar— y estaba convencido de que, fuera lo que fuese lo que no recordara, se trataría precisamente del detalle exacto susceptible de mover a enfado a las Aes Sedai. «Si todavía no están enfadadas. Si Moraine se lo ha dicho a la Sede Amyrlin, ¿a quién más se lo habrá contado ya?»

—Lan, ¿por qué no puedo irme tal como lo había planeado? Llegado el momento en que se enterara de que no iba a comparecer, ya estaría galopando a varios kilómetros de las murallas.

—Y ella enviaría rastreadores antes de que hubieras recorrido dos leguas. La Amyrlin obtiene siempre lo que quiere, pastor. —Ajustó el cinto de la espada de Rand de manera que quedase centrada la hebilla—. Lo que hago por ti es lo mejor que puedo hacer. Créeme.

—Pero ¿por qué todo esto? ¿Qué significa? ¿Por qué debo ponerme la mano sobre el corazón si la Amyrlin se pone en pie? ¿Por qué debo rehusar cualquier cosa que no sea agua, y no es que desee tomar una comida con ella, y luego derramar un poco en el suelo y decir «La tierra está sedienta»? Y, si me pregunta la edad, ¿por qué he de decirle cuánto tiempo ha pasado desde que me dieron la espada? No comprendo la mitad de lo que me habéis explicado.

—Tres gotas, pastor, no la derrames. Debes rociar sólo tres gotas. Podrás comprenderlo más adelante con tal que lo recuerdes ahora. Considéralo como una costumbre. La Amyrlin hará contigo lo que deba hacer. Si piensas que puedes evitarlo, es como si te creyeras capaz de volar a la luna igual que Lenn. No puedes escapar, pero quizá puedes permanecer íntegro durante un tiempo y tal vez seas capaz de mantener tu orgullo al menos. Que la Luz me consuma; probablemente estoy perdiendo el tiempo, pero no tengo nada mejor que hacer. Mantente firme.

El Guardián sacó de su bolsillo una ancha cuerda dorada y la ató alrededor del brazo izquierdo de Rand con un complicado nudo, en el cual prendió un alfiler esmaltado de rojo, en el que estaba representada un águila con las alas extendidas.

—Encargué que lo hicieran para dártelo y ahora es una ocasión tan oportuna como otra. Esto les dará que pensar. —Ahora no cabía duda al respecto: el Guardián estaba sonriendo.

Rand contempló con preocupación el alfiler. Caldazar: el Águila Roja de Manetheren.

—Una espina en el pie del Oscuro —murmuró— y una zarza en su mano. —Miró al Guardián— Hace mucho tiempo que Manetheren pereció y cayó en el olvido, Lan. Ahora sólo es un nombre que consta en los libros. Solamente existe Dos Ríos. Por lo demás, yo únicamente soy un pastor y un granjero. Eso es todo.

—Bien, la espada que no se quebraba se hizo añicos al final, pastor, pero luchó contra la Sombra hasta el último aliento. Hay una norma, superior a las otras, que debe regir la vida de un hombre. Sean cuales sean las adversidades, afróntalas con la cabeza bien alta. ¿Estás listo ya? La Sede Amyrlin está aguardando.

Rand siguió al Guardián en dirección al corredor, con un nudo en el estómago.

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