5 La sombra en Shienar

Neutralizadas. La palabra pareció aletear en el aire de manera casi ostensible. Cuando el proceso se realizaba en un hombre capaz de encauzar el Poder, al cual había que detener antes de que la locura lo impulsara a provocar la destrucción a su alrededor, recibía el nombre amansamiento, pero para las Aes Sedai se denominaba neutralización. Neutralizadas, imposibilitadas para encauzar el flujo del Poder Único. Con la habilidad de detectar el saidar, la mitad femenina de la Fuente Verdadera, pero sin tener ya la posibilidad de entrar en contacto con él. Recordando lo que habían perdido hasta el fin de sus días. Eran tan raras las veces en que se había efectuado que todas las novicias tenían la obligación de aprender el nombre de cada una de las Aes Sedai que habían sido neutralizadas desde el Desmembramiento del mundo y el delito que habían cometido. Sin embargo, nadie podía pensar en ello sin estremecerse. Las mujeres sobre llevaban con tanto pesar la neutralización como los hombres el amansamiento.

Moraine había sido consciente de ese riesgo desde el inicio, y sabía que era necesario correrlo, lo cual no significaba que fuera agradable. Entornó los ojos y sólo el brillo que desprendían mostró su furia y su preocupación.

—Leane te seguiría hasta las laderas de Shayol Ghul, Siuan, y hasta la Fosa de la Perdición. No puedes creer que fuera a traicionarte.

—No. Pero, en este caso, ¿lo consideraría una traición? ¿Acaso es deslealtad delatar a un traidor? ¿Nunca te has parado a considerarlo?

—Nunca. Lo que hacemos, Siuan, es lo que ha de hacerse. Lo sabemos desde hace casi veinte años. La Rueda teje según sus designios y el Entramado nos eligió a ti y a mí para cumplir esta función. Formamos parte de las profecías y las profecías deben cumplirse. ¡Deben cumplirse!

—Las profecías deben cumplirse. Nos enseñaron que lo harán y que ello obedece a una necesidad y, sin embargo, dicho cumplimiento va en contra de los fundamentos de nuestra formación. Algunos dirían que va en contra de todo por lo que luchamos. —Frotándose los brazos, la Sede Amyrlin caminó hasta la angosta aspillera para contemplar el jardín de abajo. Tocó las cortinas—. Aquí en los aposentos de las mujeres cuelgan tapices para dar una imagen más liviana y diseñan hermosos jardines, pero no hay ningún recodo en esta edificación que no sirva a un propósito de guerra y muerte. —Prosiguió en el mismo tono reflexivo— únicamente en dos ocasiones tras el Desmembramiento del Mundo se ha privado a la Sede Amyrlin de la estola y el bastón.

—Tetsuan, que traicionó a Manetheren a causa de la envidia que le producían los poderes de Elisande, y Bonwhin, que intentó utilizar a Artur Hawkwing como una marioneta para controlar el mundo y a punto estuvo de destruir Tar Valon.

La Amyrlin continuó estudiando el jardín.

—Las dos del Rojo, y las dos sustituidas por Amyrlin procedentes del Azul. La razón por la que no se ha elegido una Amyrlin del Rojo desde Bonwhin y el motivo por el que el Ajah Rojo aprovechará cualquier pretexto para destituir a una Amyrlin del Azul confluyen en un mismo punto. No siento el más mínimo deseo de ser la tercera que pierda la estola y el bastón, Moraine. Para ti, claro está, las consecuencias serían la neutralización y el destierro afuera de las Murallas Resplandecientes.

—Elaida, en primer lugar, no me dejaría partir tan fácilmente. —Moraine observó la espalda de su amiga. «Luz, ¿qué te ha sucedido? Nunca había hablado de este modo. ¿Dónde está su fuerza, su pasión?»— Pero ello no ocurrirá, Siuan.

La otra mujer continuó hablando, como si no la hubiera oído.

—Para mí, sería distinto. Aun neutralizada, no es posible dejar que vague por el mundo una Amyrlin; podría ser considerada como una mártir, convertirse en un punto de encuentro de la oposición. Tetsuan y Bonwhin permanecieron en la Torre Blanca como sirvientes. Criadas de la más ínfima condición a quienes podía señalarse para dar ejemplo de lo que podía ocurrirles hasta a las más poderosas. Nadie puede solidarizarse con una mujer que debe fregar suelos y cazuelas durante todo el día. Compadecerse de ella, sí, pero no sumarse a su tendencia.

Moraine apoyó los puños en la mesa, con mirada ardiente.

—Mírame, Siuan. ¡Mírame! ¿Estás diciendo que quieres renunciar, después de todos estos años, después de todo lo que hemos hecho? ¿Renunciar y dejar que el mundo se desmorone? ¡Y todo por el temor a recibir una azotaina por no haber limpiado bien las cazuelas! —Acompañó sus palabras de todo el desdén que le fue posible reunir y fue un alivio ver cómo su amiga se volvía con celeridad hacia ella. La fortaleza todavía estaba allí, desgastada, pero presente. Aquellos claros ojos azules relucían de ira tanto como los suyos.

—Recuerdo muy bien cuál de las dos chillaba más alto cuando recibíamos azotes durante el noviciado. Tú habías llevado una holgada vida en Cairhien, Moraine. En nada equiparable a trabajar en una barca de pesca. —De improviso, Siuan golpeó ruidosamente la mesa— No, no estoy sugiriendo la conveniencia de renunciar, ¡pero tampoco propongo que deba quedarme mirando cómo todo se me escapa de las manos mientras no puedo hacer nada! La mayor parte de mis problemas con la Antecámara los has suscitado tú. Incluso las Verdes están extrañadas de que no te haya hecho comparecer en la Torre y te haya sometido a una dura disciplina. La mitad de las hermanas que me han acompañado son de la opinión de que deberías ser entregada al cuidado de las Rojas y, si llegara a producirse lo que tememos, sentirás deseos de volver a ser una novicia, que no debe afrontar mayor peligro que una azotaina. ¡Luz! Si alguna de ellas recuerda que éramos amigas durante el noviciado, yo caería junto a ti.

»¡Habíamos elaborado un plan, Moraine! Localizar al muchacho y llevarlo a Tar Valon, donde podríamos ocultarlo, mantenerlo a salvo y guiarlo. Desde que abandonaste la Torre, sólo me has enviado dos mensajes. ¡Dos! Siento como si estuviera intentando navegar por Los dedos del Dragón en medio de la oscuridad. Una nota para informarme de que entrabas en Dos Ríos, en dirección a ese pueblo, el Campo de Emond. Pronto, pensé yo, lo encontrará y lo tendrá entre sus manos. Después un mensaje desde Caemlyn para decirme que ibas a Shienar, a Fal Dara, en lugar de a Tar Valon. Fal Dara, con la Llaga casi al alcance de la mano. Fal Dara, donde los trollocs saquean el campo y los Myrddraal cabalgan casi hasta sus murallas. Casi veinte años de proyectos y búsqueda, y arrojas prácticamente nuestros planes en el rostro del Oscuro. ¿Te has vuelto loca?

Ahora que había agitado la vivacidad de la otra mujer, Moraine recobró la calma exterior. Una calma que se acompañaba, sin embargo, de una inflexible insistencia.

—El Entramado se desentiende por completo de los planes humanos, Siuan.

De tanto calcular, olvidamos con lo que estábamos tratando: ta’veren. Elaida se equivoca. Artur Paendrag Tanreall nunca fue un ta’veren de tanta intensidad. La Rueda tejerá el Entramado en torno a ese joven según sus designios, sin atender a nuestros planteamientos.

La furia del semblante de la Amyrlin se vio sustituida por una palidez producto de la consternación.

—Parece como si tú dijeras que da igual que renunciemos o no. ¿Estás ahora sugiriendo tú que nos apartemos a contemplar cómo estalla el mundo?

—No, Siuan. Jamás. —«No obstante, el mundo va a estallar, Siuan, de una manera u otra, hagamos lo que hagamos. Nunca lo comprenderías»— Pero ahora debemos aceptar el hecho de que nuestros proyectos son precarios. Disponemos incluso de menor control del que esperábamos. Tal vez únicamente la capacidad de contacto de la uña de un dedo. Los vientos del destino están soplando, Siuan, y hemos de cabalgar con su impulso hacia donde éste nos conduzca.

La Amyrlin se estremeció como si sintiera en la nuca la gelidez de aquellos vientos. Sus manos se dirigieron al achatado cubo de oro y sus dedos hallaron con destreza los puntos precisos entre los complejos diseños. Ingeniosamente equilibrada, la tapa se izó para mostrar un curvado cuerno dotado que reposaba en un espacio dispuesto para ello. La Aes Sedai levantó el cuerno y leyó la inscripción de plata, escrita en la Antigua Lengua, engastada en torno a su boca.

«La tumba no constituye una frontera a mi llamada» —tradujo, tan quedamente como si hablara para sí— El Cuerno de Valere, creado para llamar a los héroes fallecidos y hacer que se levanten de la tumba. Una de las profecías afirma que se encontraría justo a tiempo para la última Batalla. —De improviso volvió a depositar el objeto en su oquedad y cerró el arcón como si no soportara por más tiempo su visión— Agelmar me lo ha dado tan pronto como ha finalizado la recepción, diciendo que temía ir a su cámara acorazada, estando el cuerno allí. La tentación era demasiado grande, ha confesado. La tentación de hacer sonar el Cuerno y conducir la hueste que responda a su llamada hacia el norte, a la Llaga, para arrasar Shayol Ghul y acabar con el Oscuro. Lo abrasaba el éxtasis de la gloria, según sus palabras, y eso ha sido lo que le ha indicado que no había de ser él. No podía aguardar a deshacerse de él y, sin embargo, deseaba tenerlo.

Moraine asintió. Agelmar conocía la Profecía del Cuerno, al igual que la mayoría de quienes combatían al Oscuro.

—«Que aquel que sople en mí no piense en la gloria, sino en la salvación».

—Salvación —repitió con una risa amarga la Amyrlin—. A juzgar por el destello de sus ojos, Agelmar no sabía si estaba rechazando la salvación o alejando la condenación de su alma. Sólo era consciente de que debía librarse de él antes de que lo consumiera. Ha intentado mantenerlo en secreto, pero, a pesar de ello, parece que ya corren rumores al respecto en la fortaleza. Yo no siento sus tentaciones, pero el cuerno me produce carne de gallina. Habrá que volver a ponerlo en su cámara acorazada hasta que partamos. No podría dormir sabiendo que está en la habitación de al lado. —Se frotó las arrugas de preocupación que surcaban su frente y suspiró—. Y se supone que no debía ser encontrado hasta poco tiempo antes de la Última Batalla. ¿Es posible que ésta se avecine? Creía, confiaba en disponer de más tiempo.

—El Ciclo Kareathon.

—Sí, Moraine. No tienes necesidad de recordármelo. He convivido con las Profecías de1 Dragón durante tantos años como tú. —La Amyrlin sacudió la cabeza—. Nunca ha habido más de un falso Dragón por espacio de una generación desde el Desmembramiento y ahora hay tres sueltos en el mundo a un tiempo, además de los tres que aparecieron en los últimos dos años. El Entramado exige un Dragón porque el Entramado teje sus hilos en dirección a Tarmon Gai’don. A veces me acechan las dudas, Moraine. —Lo dijo pensativamente, como si ello la sorprendiera, y prosiguió en igual tono—. ¿Qué ocurriría si Logain fuese el elegido? Podía encauzar el Poder, antes de que las Rojas lo llevaran a la Torre Blanca y lo amansaran. Y también puede hacerlo Mazrim Taim, el hombre de Saldaea. ¿Qué pasaría si fuera él? Ya hay hermanas en Saldaea; tal vez ya lo estén apresando ahora. ¿Qué pasaría si hubiéramos ido desencaminadas desde el principio? ¿Qué será de nosotros si el Dragón es amansado antes de que comience a librarse la última Batalla? Incluso las profecías pueden resultar erróneas si la persona en que se basan sus pronósticos es asesinada o amansada. Y entonces deberemos enfrentarnos al Oscuro como si afrontáramos desnudos la tormenta.

—Ninguno de ellos es el elegido, Siuan. El Entramado no exige un Dragón, sino el verdadero Dragón. Hasta que se proclame como tal, el Entramado seguirá urdiendo falsos Dragones, pero después de éste no habrá ninguno más. Si Logain o el otro fueran el elegido, ya no surgirían más.

—«Porque llegará como el alba que rasga la noche y volverá a hacer pedazos el mundo con su advenimiento y creará otro nuevo». O vamos desnudos hacia la tormenta o nos aferramos a una protección que nos flagelará. Que la Luz nos asista a todos. —La Amyrlin se revolvió como si quisiera espantar las propias palabras pronunciadas. Tenía el rostro congestionado, como si le costara respirar—. Nunca podrás ocultarme lo que piensas como lo haces con otras personas, Moraine. Tienes más cosas que contarme, y no halagüeñas precisamente.

A modo de respuesta, Moraine tomó la bolsa de cuero que pendía de su cinturón, la abrió y derramó su contenido sobre la mesa. Su aspecto era similar al de un montón de loza fragmentada, de resplandecientes tonos blancos y negros.

La Sede Amyrlin tocó con curiosidad un pedazo, y contuvo el aliento.

—Cuendillar.

—Piedra del corazón —acordó Moraine.

El método de elaboración del cuendillar se había perdido con el Desmembramiento del Mundo, pero lo que se había realizado con ese material había sobrevivido al cataclismo. Incluso los objetos engullidos por la tierra o hundidos en el mar habían pervivido intactos; no podía ser de otro modo. Ninguna fuerza conocida era capaz de quebrar la piedra del corazón una vez completada; hasta el Poder Único dirigido contra ella únicamente lograba incrementar su dureza. A excepción del misterioso poder que había roto aquélla.

La Amyrlin recompuso apresuradamente las piezas. Éstas formaron un disco del tamaño de la cabeza de un hombre, con una mitad más negra que el azabache y la otra de una blancura superior a la de la nieve, unidas por una sinuosa línea, incólumes al paso de las eras. El antiguo símbolo de las Aes Sedai, anterior al Desmembramiento del Mundo, que databa de un tiempo en que los hombres y mujeres esgrimían conjuntamente el Poder. La parte blanca de la bisección recibía ahora el nombre de la Llama de Tar Valon; la parte negra se garabateaba en las puertas, como el Colmillo del Dragón, para acusar a los moradores de la vivienda de tratos con el maligno. Sólo se habían creado siete piezas como aquélla; todos los objetos realizados con piedra del corazón eran registrados en la Torre Blanca y de aquellos siete se conservaba un recuerdo especial. Siuan Sanche lo observó como si fuera una víbora enroscada en su almohada.

—Uno de los sellos de la prisión del Oscuro —dijo al fin con aversión. Era uno de los sellos cuya vigilancia estaba adjudicada a la Sede Amyrlin. El secreto guardado a los ojos del mundo, suponiendo que el mundo le concediera alguna importancia, era que ninguna Sede Amyrlin había conocido los lugares donde se encontraban los sellos desde la Guerra de los Trollocs.

—Sabemos que el Oscuro está cobrando poder, Siuan. Al igual que sabemos que su prisión no puede permanecer sellada para siempre jamás. El producto del trabajo de los humanos nunca está a la altura de la obra del Creador. Sabíamos que había extendido nuevamente su mano sobre el mundo, aun cuando, gracias a la Luz, su contacto sólo había sido indirecto. Los Amigos Siniestros se multiplican, y lo que tildábamos de malo hace tan sólo diez años ahora parece casi una futilidad comparado con lo que se efectúa ahora día a día.

—Si los sellos están rompiéndose ya… Quizá no tengamos tiempo para nada.

—Poco, pero suficiente. Deberemos adaptarnos a la situación.

La Amyrlin tocó el sello fracturado y su voz sonó atenazada, como si hubiera de hacer esfuerzos para hablar.

—He visto al muchacho en el patio durante la ceremonia de bienvenida. Ése es uno de mis talentos: percibir a los ta’veren. Un talento raro hoy en día, aun más escaso que los ta’veren, y ciertamente de poca utilidad. Un chico alto, bastante guapo. Apenas distinto de cualquier joven que uno puede encontrarse en cualquier ciudad. —Se detuvo para recobrar aliento— Moraine, resplandecía como el sol. En pocas ocasiones he sentido temor en la vida, pero su imagen me sobrecogió de pies a cabeza. Quería agazaparme, aullar. Apenas era capaz de hablar. Agelmar ha pensado que estaba molesta con él, por lo poco que he dicho. Ese joven… es el que hemos estado buscando durante veinte años.

Su voz contenía un indicio de interrogante, al que Moraine dio respuesta.

—Lo es.

—¿Estás segura? ¿Puede…? ¿Puede… encauzar el Poder Único?

Su boca se frunció en torno a esas palabras y Moraine notó asimismo la tensión, una tenaza interior, un frío que se le prendía en el corazón. Conservó, sin embargo, la calma en las facciones.

—Sí. —Un hombre que esgrimía al Poder. Aquello era algo que ninguna Aes Sedai podía considerar sin miedo, algo cuya posibilidad aterrorizaba al mundo entero. «Y yo lo dejaré vagar solo por el mundo».— Rand al’Thor se manifestará ante el mundo como el Dragón Renacido.

La Amyrlin se estremeció.

—Rand al’Thor. No parece un nombre que inspire temor ni que vaya a embravecer el mundo. —Volvió a estremecerse y se frotó con vigor los brazos, pero sus ojos adquirieron de pronto un resuelto brillo—. Si es el elegido, entonces tal vez dispongamos realmente del tiempo suficiente. Pero ¿está a salvo aquí? Tengo a dos hermanas Rojas conmigo y ya no puedo responder tampoco de las Verdes o las Amarillas. Que la Luz me consuma, no puedo responder de ninguna de ellas, no con un asunto de esta categoría. Incluso Verin y Serafelle se abalanzarían sobre él como lo harían con una culebra escarlata que entrara en el cuarto de los niños.

—Está a salvo, por el momento.

La Amyrlin esperó a que añadiera algo. El silencio flotó largamente, hasta que resultó evidente que no iba a hacerlo.

—Dices que nuestro antiguo plan es inútil. ¿Qué sugieres ahora?

—He dejado, a propósito, que él pensara que ya no presenta ningún interés para mí, que puede ir a donde le plazca en lo que a mí concierne. —Levantó las manos al advertir el gesto de la Amyrlin—. Era preciso, Siuan. Rand al’Thor fue criado en Dos Ríos, donde la obstinada sangre de Manetheren fluye con fuerza en todas las venas, y su propia sangre es como roca al lado de arcilla comparada con la de Manetheren. Debemos tratarlo con cuidado o de lo contrario se doblegará en cualquier dirección opuesta a la que pretendamos.

—En ese caso lo trataremos con tanto cuidado como a un recién nacido. Lo envolveremos en suaves tejidos y jugaremos con sus pies, si es eso lo que crees que necesitamos. Pero ¿con qué propósito inmediato?

—Sus dos amigos, Matrim Cauthon y Perrin Aybara, están anhelantes por ver mundo antes de volver a hundirse en la oscuridad de Dos Ríos. Si es que pueden hacerlo; ellos también son ta’veren, aunque en menor grado que él. Los induciré a llevar el Cuerno de Valere a Illian. —Titubeó, frunciendo el entrecejo—. Hay… un problema que afecta a Mat. Lleva una daga de Shadar Logoth.

—¡Shadar Logoth! Luz, ¿por qué demonios los dejaste acercarse a ese lugar? Todas las piedras están infectadas. Nadie estaría a salvo aunque se llevara el más ínfimo guijarro. Que la Luz nos asista, si Mordeth tocó al muchacho… —Parecía que la Amyrlin tuviera estrangulada la voz—. Si eso ha ocurrido, el mundo estaría perdido.

—Pero no lo hizo, Siuan. Hacemos lo que debemos hacer acuciados por la necesidad y aquél era un caso de necesidad. Me he ocupado de que Mat no infecte a los demás, Pero había tenido la daga durante demasiado tiempo en su poder antes de que yo me enterara. El vínculo sigue ahí. Había pensado llevarlo a Tar Valon para curarlo, pero, habiendo tantas hermanas, podríamos hacerlo aquí. Siempre que haya suficientes de ellas en cuyo buen juicio podamos confiar y no vean Amigos Siniestros donde no los hay. Utilizando mi angreal, necesitaremos un par de hermanas, aparte de nosotras dos.

—Leane servirá y encontraré a otra. —De improviso la Sede Amyrlin torció el gesto— La Antecámara quiere que devuelvas el angreal, Moraine. Quedan pocos, y ahora estás considerada como… persona no digna de confianza.

Moraine esbozó una sonrisa que no afectó a sus ojos.

—Todavía pensarán cosas peores de mí antes de que haya acabado. Volviendo a nuestro tema, Mat estará alborozado por ocupar un lugar tan prominente en la leyenda del Cuerno y me parece que no será difícil convencer a Perrin. Necesita algo que lo distraiga de sus preocupaciones. Rand sabe lo que es, en parte al menos, y siente temor por ello, claro está. Quiere marcharse a algún sitio donde esté solo, donde no pueda dañar a nadie. Dice que nunca volverá a esgrimir el Poder, pero no está seguro de poder contenerse.

—Y está en lo cierto. Sería más sencillo renunciar a beber agua.

—Exactamente. Y quiere librarse de las Aes Sedai. —Moraine esbozó una ligera y triste sonrisa— Si se le ofrece la posibilidad de dejar a un lado a las Aes Sedai y permanecer un poco más de tiempo con sus amigos, estarán tan entusiasmado como Mat.

—Pero ¿cómo va a dejar a un lado a las Aes Sedai? Tú debes viajar con él. No podemos perderlo ahora, Moraine.

—No puedo acompañarlo. —«Media una gran distancia de Fal Dara a Illian, pero él ha recorrido un camino casi tan largo»— Debemos soltarle el lazo por un tiempo. No hay otra alternativa. He ordenado quemar todas sus viejas ropas. Han existido demasiadas oportunidades para que algún hilo de sus vestimentas cayera en manos inadecuadas. Los limpiaré antes de que partan; ellos ni siquiera se percatarán de ello. De ese modo no habrá ninguna posibilidad de que les sigan el rastro y el otro hilo de esa categoría se encuentra encerrado aquí en las mazmorras. —La Amyrlin, a punto de asentir, le dirigió una mirada interrogativa, pero ella no hizo ninguna pausa— Viajarán con toda la seguridad que puedo ofrecerles, Siuan. Y, cuando Rand me necesite en Illian, estaré allí, y me ocuparé de que sea él quien presente el Cuerno al Consejo de los Nueve y a la Asamblea. Yo me encargaré de todo en Illian. Siuan, los illianos seguirían al Dragón, o al propio Ba’alzemon, si llegara con el Cuerno de Valere, e igual disposición tendrán los que se han congregado para la Cacería. El verdadero Dragón Renacido no tendrá necesidad de reunir un ejército de seguidores antes de que las naciones le declaren la guerra. Comenzará su andadura con una nación que lo acoja y sus huestes que lo secunden.

La Amyrlin se arrellanó en la silla, pero de inmediato se inclinó hacia adelante, al parecer indecisa entre la fatiga y la esperanza.

—¿Pero se proclamará el mismo? Si tiene miedo… La Luz sabe bien que tiene motivos para ello, pero los hombres que se autodenominan Dragón desean el poder. Si él no tiene ambiciones…

—Dispongo de los medios para obligarlo a proclamarse como el Dragón tanto si lo quiere como si no. E, incluso si no lograra llevar a cabo mis propósitos por algún motivo, el Entramado se ocupará de hacerlo. Recuerda que es ta’veren, Siuan. No posee mayor control sobre su destino del que tiene la mecha de una vela sobre el fuego.

—Es arriesgado —observó, suspirando, la Amyrlin—. Arriesgado. Sin embargo, mi padre solía decirme «Muchacha, si no corres ningún riesgo, nunca te ganarás un real». Debemos organizarlo todo. Siéntate. Eso requiere tiempo. Mandaré a buscar vino y queso.

—Ya hemos permanecido reunidas demasiado rato. Si alguna de ellas intentara escuchar y descubriera tu salvaguarda, ya estarían elucubrando ahora. No vale la pena despertar sus sospechas. Podemos concertar una cita mañana. —«Además, mi muy querida amiga, no puedo contártelo todo, ni exponerme a que averigües que te oculto algo».

—Supongo que tienes razón. Pero será lo primero de que nos ocupemos por la mañana. Hay demasiadas cosas de las que debes ponerme al corriente.

—Por la mañana —convino Moraine. La Amyrlin se puso en pie y ambas se unieron de nuevo en un abrazo— Por la mañana te explicaré cuanto debes saber.

Leane miró intensamente a Moraine cuando ésta apareció en la puerta y luego se precipitó en la estancia donde se hallaba la Amyrlin. Moraine trató de aparentar mortificación en el rostro, como si hubiera padecido una de las famosas charlas de recriminación de la Amyrlin, de las cuales salían la mayoría de las mujeres con los ojos desorbitados y las rodillas trémulas, pero aquella expresión le resultaba ajena. Evidenciaba más enfado que otra cosa, lo cual servía casi a igual propósito. Era vagamente consciente de las otras Aes Sedai que se hallaban en la antecámara; le pareció que algunas se habían ido y que otras habían llegado desde que ella entró, pero apenas si les dirigió la mirada. Era ya muy tarde y tenía mucho que hacer antes de que llegara la mañana. Mucho, antes de volver a hablar con la Sede Amyrlin.

Apresurando el paso, se introdujo en el dédalo de corredores de la fortaleza.


La columna que avanzaba por Tarabon con entrechocar de arneses habría causado gran impresión bajo la acerada luz de la luna si hubiera habido alguien en condiciones de verla. Dos mil Hijos de la Luz, a lomos de magníficos caballos, envueltos en tabardos y capas blancas, con armaduras bruñidas y su caravana de carromatos de provisiones, sus herreros y criados con la retahíla de remonta. Había algunos pueblos en aquellos parajes escasamente poblados de bosques, pero habían evitado los caminos e incluso los campos de los labriegos. Debían reunirse con… alguien en un diminuto pueblo cercano a la frontera norteña de Tarabon, en la orilla del llano de Almoth.

Geofram Bornhald, que cabalgaba a la cabeza de su hueste, se preguntaba qué sentido tenía todo aquello. Recordaba demasiado bien su entrevista con Pedron Niall, capitán general de los Hijos de la Luz, en Amador, pero sus pesquisas apenas habían dado resultado allí.

—Estamos solos, Geofram —había advertido el hombre de pelo blanco con débil voz de anciano—. Recuerdo que me prestaste el juramento hará… treinta y seis años.

—Mi señor capitán general, ¿puedo preguntaros por qué me ordenasteis regresar de Caemlyn con tanta urgencia? Con un poco más de presión, Morgase habría sido derribada del trono. Existen casas nobiliarias de Andor que consideran su relación con Tar Valon tal como lo hacemos nosotros y estaban dispuestas a hacer públicas sus pretensiones al trono. Dejé a Elmon Valda a cargo del ejército, pero él insistía en la necesidad de seguir a la heredera hasta Tar Valon. No me sorprendería enterarme de que ha raptado a la muchacha o atacado incluso Tar Valon. —Y Dain, el hijo de Bornhald, había llegado justo antes de que a éste se le ordenara regresar. Dain daba muestras de gran celo. Suficiente, en todo caso, para acceder a ciegas a cualquier propuesta de Valda.

—Valda camina por la senda de la Luz, Geofram. Pero vos sois el mejor comandante de guerra entre los Hijos. Reuniréis una legión, con los mejores hombres de que podáis disponer, y los conduciréis a Tarabon, evitando todo ojo conectado con una lengua capaz de hablar. Toda lengua de esas características debe ser silenciada, si los ojos ven.

Bornhald había vacilado. Cincuenta Hijos juntos, o incluso un centenar, podían entrar en cualquier país sin reparos, al menos expresados abiertamente, pero toda una legión…

—¿Es la guerra, mi señor capitán general? Corren rumores en las calles, descabellados en su mayoría, que afirman que las huestes de Artur Hawkwing han vuelto. El rey…

—No da órdenes a los Hijos, capitán Bornhald. —Por primera vez, la voz del capitán general había sonado con tono levemente tajante— Soy yo quien lo da. Dejemos que el rey continúe sentado en palacio, dedicado a su actividad habitual, la cual consiste en no hacer nada. Espero que vuestra legión cabalgue durante tres días. Ahora retiraos, Bornhald. Tenéis un trabajo que cumplir.

—Excusad, mi señor capitán general, pero ¿con quién he de reunirme? —había inquirido Bornhald con el entrecejo fruncido— ¿Por qué me arriesgo a entrar en guerra con Tarabon?

—Se os comunicará lo que debáis saber al llegar a Alcruna. —De improviso, el capitán general había adoptado un aspecto que correspondía a una persona de más edad. Con aire ausente había dado un tirón a su blanca túnica, con el sol emblemático de los Hijos bordado sobre el pecho— Hay fuerzas implicadas que quedan fuera de vuestro conocimiento, Geofram. Fuera de lo que os es posible conocer. Elegid rápidamente a vuestros hombres. Ahora retiraos. No me formuléis más preguntas. Y que la Luz cabalgue con vos.

Ahora Bornhald se enderezó en la silla, tratando de destensarse la espalda. «Estoy envejeciendo», pensó. Tras un día y una noche viajando ininterrumpidamente a caballo, ya sentía el peso de cada una de las canas que poblaban su cabello, algo que no hubiera notado pocos años antes. «Al menos no he matado a ninguna persona inocente». Era capaz de mostrarse tan implacable con los Amigos Siniestros como cualquier hombre que había prestado juramento a la Luz —los Amigos Siniestros debían ser destruidos antes de que arrastraran el mundo hacia la ominosa Sombra— pero él se esforzaba por cerciorarse de que realmente se trataba de Amigos Siniestros. Había sido complicado evitar las miradas de los taraboneses con tantos hombres, aun en la campiña más remota, pero lo había logrado. No había sido preciso silenciar ninguna lengua.

Los exploradores que había enviado en vanguardia regresaron trayendo con ellos más individuos cubiertos con capas blancas, algunos de los cuales llevaban antorchas que iluminaban en la noche a cuantos se hallaban en cabeza de la columna. Murmurando una imprecación, Bornhald ordenó el alto mientras examinaba a quienes se aproximaban a él.

Sus capas tenían el mismo sol resplandeciente que lucía él en el pecho, idéntico al de todos los Hijos de la Luz, y su dirigente llevaba incluso los galones dorados correspondientes a alguien de igual rango al de Bornhald. Sin embargo, detrás del sol había rojos cayados de pastor: interrogadores. Con hierros candentes, tenazas y chorros de agua, los interrogadores atrancaban la confesión e inducían al arrepentimiento a los Amigos Siniestros, pero había quien sostenía que ellos decidían la culpabilidad desde el inicio. Geofram Bornhald era uno de los que compartían aquella opinión.

«¿Me han enviado aquí para mantener un encuentro con interrogadores?»

—Os estábamos esperando, capitán Bornhald —anunció el cabecilla con voz ronca. Era un hombre alto de nariz aguileña, cuyos ojos tenían el mismo brillo de certeza presente en las miradas de todos los interrogadores— Hubierais podido ir más deprisa. Yo soy Einor Saren, lugarteniente de Jaichin Carridin, el cual tiene a su cargo la dirección de la Mano de la Luz en Tarabon. —La Mano de la Luz, la Mano que sonsacaba la verdad, o así decían. El nombre de interrogadores no era de su agrado— Hay un puente en el pueblo. Ordenad a vuestros hombres que lo atraviesen. Hablaremos en la posada. Es sorprendentemente acogedora.

—El capitán general en persona me indicó que evitara toda mirada.

—El pueblo ha sido… pacificado. Haced que avancen vuestros hombres. Ahora soy yo quien da las órdenes. Dispongo de documentos explícitos al respecto, sellados por el capitán general, si tenéis alguna duda.

Bornhald contuvo el gruñido que pugnaba por remontar su garganta. Se preguntó si los cadáveres habrían sido apilados en las afueras del pueblo o arrojados al río. Sería un acto propio de los interrogadores, que tenían la sangre fría para perpetrar la matanza de todo un pueblo y la estupidez necesaria para tirar los muertos al agua para que flotaran río abajo y proclamaran su hazaña de Alcruna a Tanchico.

—Mis dudas están relacionadas con la razón por la que me hallo en Tarabon con dos mil hombres, interrogador.

El semblante de Saren adoptó una nueva rigidez, pero su voz permaneció dura e intransigente.

—Es muy simple, capitán. Hay ciudades y pueblos en el llano de Almoth que no están sujetas a mayor autoridad que la de un alcalde o un Consejo de Pueblo. Ya es hora de que sean encaminados hacia la senda de la Luz. Habrá muchos Amigos Siniestros en tales sitios.

El caballo de Bornhald coceó el suelo.

—¿Estáis diciendo, Saren, que he traído en secreto a una legión entera a través de Tarabon para exterminar a algunos Amigos Siniestros de unos cuantos puebluchos?

—Estáis aquí para hacer lo que se os ordene, Bornhald. ¡Para trabajar al servicio de la Luz! ¿O acaso estáis apartándoos de la Luz? —La sonrisa de Saren era una mueca— Si es batallas lo que buscáis, seguramente tendréis ocasión de entrar en combate. Los extranjeros disponen de una gran hueste en la Punta de Toman, probablemente mayor de la que podrían contener las fuerzas conjuntas de Tarabon y Arad Doman, aun cuando sean capaces de dejar de reñir entre sí. Si los extranjeros se abren paso, dispondréis de cuantas luchas podáis haceros cargo. Los taraboneses pretenden que los extranjeros son monstruos, criaturas del Oscuro. Algunos afirman que tienen Aes Sedai luchando a su lado. Si son Amigos Siniestros, deberemos ocuparnos de ellos también, en su momento.

Bornhald retuvo el aliento por espacio de unos instantes.

—Entonces los rumores son ciertos. Los ejércitos de Artur Hawkwing han regresado.

—Extranjeros —se limitó a repetir Saren, quien, a juzgar por su tono de voz, lamentaba haberlos mencionado— Extranjeros y probablemente Amigos Siniestros, procedan de donde procedan. Eso es cuanto sé y todo cuanto debéis conocer vos. Ellos no son asunto que os concierna. Estamos desperdiciando el tiempo. Haced que vuestros hombres atraviesen el río, Bornhald. Os comunicaré las órdenes en el pueblo. —Volvió grupas y partió al galope por donde había venido, seguido por los soldados que lo iluminaban con antorchas.

Bornhald cerró los ojos para precipitar el retorno de la visión nocturna. «Están utilizándonos como piezas de un tablero».

—¡Byar! —Abrió los párpados cuando su lugarteniente apareció a su lado, irguiendo la espalda sobre la silla ante su capitán. El hombre de rostro enjuto presentaba casi el mismo brillo en los ojos que los interrogadores, pese a lo cual era un buen soldado— Hay un puente más adelante. Trasladad la legión al oro lado del río y montad el campamento. Me uniré con vosotros tan pronto como me sea posible.

Tiró de las riendas y cabalgó en la dirección que había tomado el interrogador. «Piezas de un tablero. Pero ¿quién está moviéndolas? ¿Y por qué?»


Las sombras de la tarde daban paso al crepúsculo mientras Liandrin caminaba hacia los aposentos de las mujeres. Al otro lado de las aspilleras la oscuridad iba en aumento, cercando la luz de las lámparas del corredor. El atardecer era una hora turbadora para Liandrin en los últimos tiempos, así como lo era la aurora. El día nacía con el alba, al igual que el crepúsculo traía consigo la noche, pero, al despuntar del día, moría la noche y, al anochecer, el día. El poder del Oscuro estaba enraizado en la muerte, se alimentaba de ella, y en tales ocasiones tenía la sensación de que sentía cómo se incrementaba su poderío. Algo se agitaba en la penumbra, algo que casi pensó alcanzar si se volvía con la suficiente celeridad, algo que estaba segura de percibir si miraba con bastante atención.

Sirvientas ataviadas de negro y oro le dedicaban reverencias al pasar, pero ella no respondía con ningún gesto. Mantenía la mirada fija hacia adelante, sin verlas.

Al llegar a la puerta que buscaba, se detuvo para lanzar una rápida ojeada por el pasadizo. Las únicas mujeres que se advertían eran criadas; no había ningún hombre, por supuesto. Abrió la hoja sin dignarse llamar.

La habitación exterior de los aposentos de lady Amalisa estaba profusamente iluminada y un vivo fuego en el hogar mantenía a raya la gelidez de la noche shienariana. Amalisa y sus damas se hallaban sentadas en distintos lugares de la estancia, en sillas y en alfombras, escuchando a una de ellas, que, de pie, leía un libro en voz alta. Se trataba de La danza del halcón y el colibrí, de Teven Aerwin, que pretendía exponer la conducta adecuada que habían de tener los hombres respecto a las mujeres y las mujeres respecto a los hombres. Liandrin frunció los labios; ella no lo había leído, por supuesto, pero había oído hablar lo suficiente de él para servirse de la coyuntura. Amalisa y sus damas reaccionaban a cada recomendación con grandes carcajadas, dejándose caer unas sobre otras y dando taconazos en el suelo como unas chiquillas.

La lectora, la primera en captar la presencia de Liandrin, se interrumpió con los ojos desorbitados a causa del asombro. Las demás se volvieron para averiguar qué era lo que miraba y el silencio sustituyó a las risas. Todas, salvo Amalisa, se pusieron en pie, alisándose apresuradamente el cabello y las faldas.

Lady Amalisa se incorporó grácilmente, con una sonrisa.

—Nos honra vuestra visita, Liandrin. Es ésta una grata sorpresa. No os esperaba hasta mañana. Pensaba que desearíais reposar después del largo via…

—Deseo hablar con lady Amalisa a solas —la atajó con brusquedad Liandrin, dirigiéndose al aire—. Todas vosotras debéis salir ahora mismo.

Siguió un momento de estupor, tras el cual las otras mujeres se despidieron de Amalisa. Una a una realizaron reverencias ante Liandrin, la cual no dio ninguna muestra de reconocimiento. Continuó contemplando el vacío frente a sí, pero las vio y las escuchó: parabienes ofrecidos con embarazo visible provocado por el mal talante de la Aes Sedai; ojos que se desviaban hacia el suelo al comprobar el poco caso que ella les hacía. Se deslizaron frente a ella hacia la puerta, retrocediendo con torpeza para que sus faldas no rozaran la suya.

—Liandrin, no compren… —comenzó a decir Amalisa cuando la puerta se hubo cerrado tras ellas.

—¿Seguís la senda de la Luz, hija mía? —Allí no se reproduciría la insensatez de llamarla hermana. La otra mujer era mayor que ella, pero debían observarse las antiguas formas. Por más tiempo que hubieran permanecido relegadas en el olvido, ya era hora de que fueran recordadas.

Tan pronto como hubo formulado la pregunta, sin embargo, Liandrin cayó en la cuenta de que había cometido un error. Era un tipo de pregunta que, expresada por una Aes Sedai, causaba indefectiblemente duda y ansiedad, pero Amalisa enderezó la espalda y endureció las facciones.

—Eso es un insulto, Liandrin Sedai. Soy shienariana, de una noble casa y por mis venas corre la sangre de soldados. Mi estirpe viene combatiendo a la Sombra desde antes de la fundación de Shienar, a lo largo de tres mil años, sin tregua ni vacilación.

Liandrin cambió de estrategia, pero sin abandonar el ánimo de ataque. Cruzó a grandes zancadas la habitación, tomó de la repisa de la chimenea la copia forrada en cuero de La danza del halcón y el colibrí y la levantó sin mirarla.

—En Shienar, más que en otras tierras, hija mía, debe profesarse gran aprecio a la Luz y temor a la Sombra. —Arrojó sin preámbulo el libro al fuego. Las llamas saltaron como si fuera una tea, crepitando mientras lamían la chimenea. En el mismo instante todas las lámparas de la estancia se hincharon en una susurrante llamarada e inundaron a aquélla de luz con el vigor de un incendio—. Aquí más que en otro lugar. Aquí, tan cerca de la maldita Llaga, donde acecha la corrupción. Aquí, incluso aquel que cree caminar por la senda de la Luz, puede, sin embargo, ser corrompido por la Sombra.

La frente de Amalisa estaba perlada de sudor. La mano que había alzado para protestar por el libro se deslizó lentamente por su costado. Sus rasgos todavía mantenían la firmeza, pero Liandrin la vio tragar saliva y mover un pie.

—No comprendo, Liandrin Sedai. ¿Es por el libro? Sólo son insensateces. Había un leve temblor en su voz. «Estupendo». Las lámparas de cristal crujieron mientras las llamas avivaban su calor, iluminando la habitación con una claridad equiparable a la del mediodía en el campo. Amalisa permanecía rígida como una columna, con el rostro inflexible, al tiempo que intentaba no mirarlas de soslayo.

—Sois vos la insensata, hija mía. A mí me tienen sin cuidado los libros. Aquí, los hombres entran en la Llaga y caminan entre su contaminación, en el mismo corazón de la Sombra. ¿Cómo ha de extrañarnos que su infección penetre en ellos? Con su asentimiento o sin él, es posible que ello ocurra. ¿Por qué creéis que la Sede Amyrlin ha venido en persona?

—¡No! —La negación sonó como un jadeo.

—Del Rojo soy, hija mía —prosiguió implacablemente Liandrin—, y persigo a todos los hombres corruptos.

—No comprendo.

—No sólo a esos necios que intentan usar el Poder Único. A todos los hombres corrompidos, de todo rango y condición.

—No… —Amalisa se humedeció los labios con inquietud y realizó patentes esfuerzos por recobrar la apostura— No os comprendo, Liandrin Sedai. Por favor…

—Los de alta cuna aún con más ahínco que los plebeyos.

—¡No! —Como si algún invisible soporte se hubiera desvanecido, Amalisa se postró de rodillas, dejando caer la cabeza— Por piedad, Liandrin Sedai, decidme que no os referís a Agelmar. No puede tratarse de él.

Liandrin aprovechó aquel momento de duda y confusión para asestar su golpe. Permaneció inmóvil pero utilizó el arma del Poder Único. Amalisa dio un respingo con la boca desencajada, como si la hubieran pinchado con una aguja, y los petulantes labios de Liandrin esbozaron una sonrisa.

Aquél era el truco especial que ella conservaba de su periodo de infancia, cuando había comenzado a dar muestras de sus talentos. La Maestra de las Novicias le había prohibido hacer uso de él cuando lo descubrió, pero para Liandrin ello únicamente significó que debía añadirlo a las habilidades que era necesario ocultar ante quienes la envidiaban.

Dio unos pasos y levantó la barbilla de Amalisa. El metal que la había envarado continuaba presente en ella, pero ahora era de inferior calidad, maleable para las formas de presión pertinentes. Las lágrimas bajaban rodando por las mejillas de Amalisa. Liandrin dejó que las llamas recobraran su normal intensidad pues ya no las precisaba. Aplicó una mayor suavidad a sus palabras, pero su voz era tan inflexible como el acero.

—Hija, nadie desea veros a vos y a lord Agelmar entregados a la chusma como Amigos Siniestros. Os ayudaré, pero vos debéis colaborar.

—¿Co… colaborar con vos? —Amalisa se llevó las manos a las sienes; parecía confusa—. Por favor, Liandrin Sedai, no… comprendo. Todo es… Todo es…

Aquélla no era una habilidad totalmente perfeccionada; Liandrin no podía obligar a nadie a hacer lo que ella quería, a pesar de que lo había intentado; y con qué denuedo lo había intentado. Sin embargo, podía desarmarlos con sus argumentos, hacer que desearan creerla, que desearan más que nada en el mundo quedar convencidos de su imparcialidad.

—Obedeced, hija. Obedeced y responded con sinceridad a mis preguntas y os prometo que nadie os acusará a vos y a Agelmar de ser Amigos Siniestros. No os arrastrarán desnuda por las calles ni seréis echada a latigazos de la ciudad si el populacho no os despedaza antes. No permitiré que ello ocurra. ¿Comprendéis?

—Sí, Liandrin Sedai, sí. Haré lo que digáis y responderé con sinceridad.

Liandrin se irguió, mirando por encima del hombro a la otra mujer. Lady Amalisa permaneció en la misma postura, de rodillas, con expresión tan ingenua como la de un niño, un niño que aguardaba el consuelo y la ayuda de alguien más sabio y fuerte. Liandrin sentía que aquello era lo apropiado. Nunca había entendido por qué bastaba una simple inclinación de cabeza o una reverencia para las Aes Sedai, cuando los hombres y mujeres se arrodillaban ante reyes y reinas. «¿Qué reina tiene el poder de que dispongo yo?» Su boca se torció por el enojo y Amalisa sintió escalofríos.

—Tranquilizaos, hija mía. He venido a ayudaros, no a castigaros. Sólo recibirán castigo quienes lo merezcan. Decidme únicamente la verdad.

—Lo haré, Liandrin Sedai. Lo juro por mi casa y por mi honor.

—Moraine vino a Fal Dara con un Amigo Siniestro.

Amalisa estaba demasiado asustada para evidenciar sorpresa.

—Oh, no, Liandrin Sedai. No. Ese hombre llegó después. Se encuentra en las mazmorras ahora.

—Más tarde, decís. Pero ¿es cierto que habla a menudo con él? ¿Se reúne con frecuencia con ese Amigo Siniestro? ¿A solas?

—A… a veces, Liandrin Sedai. Sólo a veces. Quiere averiguar por qué vino aquí. Moraine Sedai es… —Liandrin alzó bruscamente la mano y Amalisa tragó saliva e interrumpió lo que iba a decir.

—Moraine iba acompañada de tres hombres jóvenes. Eso lo sé. ¿Dónde están ahora? He estado en sus habitaciones y no se encuentran allí.

—No… no lo sé, Liandrin Sedai. Parecen buenos chicos. ¿No pensaréis que son Amigos Siniestros?

—No. Amigos Siniestros, no. Algo peor. Son mucho más peligrosos que Amigos Siniestros, hija mía. El mundo entero se halla amenazado por ellos. Debemos encontrarlos. Ordenaréis a vuestras sirvientas que busquen por toda la fortaleza, y lo mismo haréis vos misma y vuestras damas. En todos los recovecos. Os encargaréis personalmente de ello. ¡Personalmente! Y no hablaréis a nadie de ello, salvo a quien yo os diga. Nadie más ha de saberlo. Nadie. Esos jóvenes deben sacarse de Fal Dara en secreto para ser llevados a Tar Valon. En el mayor de los secretos.

—Como ordenéis, Liandrin Sedai. Pero no comprendo la necesidad de mantenerlo en secreto. Nadie obstaculizará aquí los deseos de las Aes Sedai.

—¿Habéis oído hablar del Ajah Negro?

Amalisa la miró con ojos desencajados y se inclinó hacia atrás, apartándose de ella, alzando las manos como para protegerse de un golpe.

—Un v… vil rumor, Liandrin Sedai. Vi…, vil. N… no hay Aes Sedai que S…, sirvan al Oscuro. No le concedo ningún crédito. ¡Debéis creerme! Bajo la Luz, j… juro que no le concedo crédito. Por mi honor y por mi casa, juro…

Calculadoramente, Liandrin dejó que siguiera hablando, observando cómo las últimas fuerzas abandonaban a la mujer mientras ella guardaba silencio. Era de todos conocido que las Aes Sedai montaban en terrible cólera con quienes osaban tan sólo mencionar el Ajah Negro, pero mucho más aún con quienes afirmaban creer en su existencia encubierta. Después de eso, con su voluntad menoscabada por aquel pequeño truco de infancia, Amalisa sería como la arcilla en sus manos. Después de recibir una nueva estocada.

—El Ajah Negro es real, hija. Real, y se halla presente aquí, dentro de las murallas de Fal Dara. —Amalisa permanecería de rodillas, con la boca abierta. Era casi tan terrible como oír que el Oscuro caminaba por la fortaleza de Fal Dara. No obstante, Liandrin no se apiadó lo más mínimo— Cualquier Aes Sedai con quien os crucéis puede ser una hermana Negra. Lo juro. No puedo deciros quiénes son, pero dispondréis de mi protección. Si seguís la senda de la Luz y me obedecéis.

—Lo haré —susurró con voz ronca Amalisa— Lo haré. Por favor, Liandrin Sedai, por favor, decidme que protegeréis a mi hermano y a mis damas…

—Protegeré a quien se haga acreedor de tal protección. Preocupaos por vos misma, hija mía. Y pensad sólo en las órdenes que os he dado: sólo en eso. El destino del mundo depende de ello, hija mía. Todo lo demás debe ser olvidado ahora.

—Sí, Liandrin Sedai. Sí. Sí.

Liandrin se giró y atravesó la estancia sin volverse a mirar hasta hallarse junto a la puerta. Amalisa estaba todavía arrodillada, observándola con ansiedad.

—Levantaos, mi señora Amalisa. —Liandrin utilizó un tono condescendiente, que sólo traslucía ligeramente la burla que sentía. «¡Hermana, vaya! No aguantaría ni un día como novicia. Y ella tiene el poder de impartir órdenes a sus subalternos»— Levantaos.

Amalisa se incorporó con lentos movimientos espasmódicos, como si hubiera estado atada de manos y pies durante horas. Cuando al fin estuvo de pie, Liandrin agregó, con la voz impregnada nuevamente de la dureza del acero:

—Y si no cumplís vuestra palabra, si me decepcionáis, sentiréis envidia de ese miserable Amigo Siniestro que está encerrado en las mazmorras.

Por el aspecto del rostro de Amalisa, Liandrin no creyó que ésta escatimara esfuerzos para complacerla.

Tras haber cerrado la puerta, Liandrin notó de pronto un hormigueo en la piel. Reteniendo el aliento, giró sobre sí, mirando a ambos lados del corredor en penumbra. Nadie. Fuera de las aspilleras ya era noche cerrada. El solitario pasadizo, en sombras entre las lámparas de la pared, se burlaba de ella. Se encogió de hombros con inquietud y luego comenzó a caminar resueltamente. «Sólo son imaginaciones. Nada más que eso».

Ya era noche cerrada, y había muchas cosas que hacer antes del alba. Sus órdenes habían sido explícitas.


En las mazmorras reinaba la más completa negrura a cualquier hora, a menos que alguien introdujera una linterna, pero Padan Fain se encontraba sentado en el borde de su camastro, escrutando la oscuridad con una sonrisa en el rostro. Oía cómo los otros dos prisioneros gruñían en sueños, murmurando entre pesadillas. Padan Fain estaba esperando algo, algo que había aguardado durante largo tiempo, durante demasiado tiempo. Pero ya no tardaría mucho.

La puerta que daba al recinto de los vigilantes se abrió, derramando una aureola de luz que resaltó sombríamente una silueta en el umbral.

Fain se puso en pie.

—¡Vos! No sois el que esperaba. —Se desentumeció los músculos con una despreocupación que no sentía. La sangre galopaba por sus venas; le pareció que sería capaz de saltar sobre la fortaleza si lo intentaba— Sorpresas para todos, ¿eh? Bien, entrad. La noche está avanzando y necesito dormir un poco.

Mientras la lámpara penetraba en la celda, Fain alzó la cabeza, sonriendo a causa de algo presentido sin verlo, algo que se hallaba más allá del techo de la mazmorra.

—Todavía no ha concluido —susurró— La batalla nunca acaba.

Загрузка...