22 Espías

Nada sucede como yo lo preveía —murmuró Moraine, sin aguardar respuesta de Lan.

La larga y pulida mesa que se hallaba frente a ella estaba atestada de libros y papeles, pliegos y manuscritos, muchos de ellos polvorientos a causa de un largo período de almacenamiento y estropeados por el tiempo, algunos reducidos a meros fragmentos. La estancia parecía casi estar formada por libros y manuscritos, dispuestos en estantes salvo en los retazos ocupados por las puertas, las ventanas y el hogar. Las sillas eran de respaldo alto y bien tapizadas, pero la mayoría de ellas, y gran parte de las mesillas, tenían libros encima y algunas también debajo. Sin embargo, Moraine sólo era responsable del desorden situado ante ella.

Se levantó y se trasladó a la ventana, por la que observó la noche y las luces del pueblo, emplazado a corta distancia. No había peligro de sufrir persecución en ese lugar. A nadie se le ocurriría pensar que hubiera ido allí. «Ordenar mis pensamientos y comenzar de nuevo —se dijo—. Eso es cuanto he de hacer».

Ninguno de los habitantes del pueblo sospechaba que las dos ancianas hermanas que vivían en esa confortable casa fueran Aes Sedai. Nadie recelaba tales cosas en una pequeña aldea como la Fuente de Tifan, una comunidad de campesinos perdida en las praderas de los llanos de Arafel. Los lugareños acudían a las hermanas en busca de consejo sobre sus problemas o cura para sus dolencias, y las tenían por mujeres bendecidas por la Luz, pero nada más. Adeleas y Vandene se habían retirado voluntariamente juntas hacía tanto tiempo que muy pocas incluso en la Torre Blanca recordaban que aún seguían con vida.

Con el también envejecido Guardián que les quedaba, vivían pacíficamente, todavía empeñadas en escribir la historia del mundo desde el Desmembramiento, y de todo lo que pudieran incluir de las épocas anteriores. Entretanto, había muchos datos que reunir, muchos misterios que resolver. Su morada era el lugar más adecuado para que Moraine encontrase la información que buscaba. El inconveniente era que no estaba allí.

Al percibir sus ojos un movimiento, se volvió. Lan estaba repantigado contra la chimenea de amarillentos ladrillos, más impasible que una piedra.

—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos, Lan?

Si no hubiera estado atisbando alguna reacción en él, no habría percibido el rápido movimiento de su ceja. No era frecuente que lo tomara por sorpresa. Aquél era un tema que ninguno de los dos mencionaba nunca; hacía casi veinte años que ella —con todo el orgullo de alguien todavía lo bastante joven para ser considerado joven, rememoró— había dicho que jamás volvería a hablar de ello y que esperaba el mismo silencio de él…

—Lo recuerdo —fue cuanto dijo.

—Y todavía no vas a presentarme excusas, supongo. Me tiraste a una charca. —No sonrió, a pesar de considerarlo algo divertido ahora—. Me quedé empapada hasta los huesos, y en lo que los hombres fronterizos llamáis la nueva primavera. Casi me congelé.

—Recuerdo que hice fuego, también, y que colgué unas mantas para que pudieras calentarte en privado. —Atizó el fuego y volvió a colgar las tenazas en su gancho. Aun las noches de verano eran frías en las Tierras Fronterizas—. Recuerdo asimismo que, mientras dormía esa noche, vaciaste la mitad de la charca sobre mí. Nos habríamos ahorrado muchos escalofríos los dos si me hubieras dicho simplemente que eras una Aes Sedai en lugar de demostrarlo. En lugar de tratar de separarme de mi espada. No es un buen modo de presentarse a un hombre de las Tierras Fronterizas, aun tratándose de una mujer.

—Era joven y estaba sola y tú eras entonces tan fornido como lo eres ahora y tu fiereza era más evidente. No quería que supieras que era una Aes Sedai. Me pareció que responderías más abiertamente a mis preguntas si lo ignorabas. —Guardó silencio un momento, pensando en los años transcurridos desde aquel encuentro. Había sido bueno encontrar un compañero que sumar a su búsqueda—. En las semanas siguientes, ¿sospechaste que iba a pedirte que te vincularas a mí? Lo decidí el primer día.

—Jamás se me ocurrió —respondió secamente—. Estaba demasiado ocupado preguntándome si podría escoltarte hasta Chachin y salvar el pellejo. Cada noche me deparabas una sorpresa diferente. Recuerdo en particular las hormigas. No creo que disfrutara de una noche de sueño entera durante todo el viaje.

La mujer se permitió esbozar una sonrisa, rememorando.

—Era joven —repitió—. ¿Y acaso te irrita tu vínculo al cabo de estos años? No eres un hombre que lleve un lazo fácilmente, incluso uno tan liviano como el mío. —Era un comentario hiriente, y ella lo había formulado a propósito.

No. —Su voz era fría, pero cogió de nuevo las tenazas y propinó a las brasas un fuerte golpe que no precisaban. Las centellas ascendieron en cascada por la chimenea—. Lo elegí libremente, sabiendo lo que implicaba. —Realizó una ceremoniosa reverencia—. Es un honor serviros, Aes Sedai. Así ha sido y será siempre.

—Tu humildad, Lan Gaidin —bufó Moraine—, siempre ha sido más arrogante de lo que lograrían aparentar muchos reyes con sus ejércitos a las espaldas. Desde el primer día que te vi, siempre ha sido así.

—¿Por qué sacas a colación los días pasados, Moraine?

Por centésima vez, o así se le antojó, eligió con cuidado las palabras que iba a pronunciar.

—Antes de partir de Tar Valon dispuse algunas cosas, en previsión de que algo me ocurriera, para que tu vínculo quede transferido a otra. —Lan la observó en silencio—. Cuando experimentes mi muerte, te sentirás compelido a buscarla de inmediato. No quiero que te coja por sorpresa.

—Compelido —musitó quedamente, con furia— jamás has utilizado mi vínculo para obligarme. Creía que detestabas eso.

—Si hubiera dejado esto sin resolver, quedarías libre con mi muerte y ni mi más conminatoria orden podría retenerte. No voy a permitir que mueras en un inútil intento de vengarme, como tampoco consentiré que regreses a tu igualmente inútil guerra privada en la Llaga. La contienda que libramos es la misma, aunque seas incapaz de verlo, y voy a ocuparme de que pelees con un objetivo. Ni una venganza ni una muerte sin funeral en la Llaga cumplen con mis deseos.

—¿Y prevés próxima tu muerte? —Su voz era tranquila y su rostro inexpresivo, igual que una piedra azotada por una ventisca de invierno. Era un ademán que ella había visto muchas veces en él, en especial cuando estaba a punto de estallar con violencia—. ¿Has planeado algo, sin mí, que pueda conducirte a la muerte?

—De pronto me alegro de que no haya ninguna charca en esta habitación —murmuró Moraine; luego alzó las manos cuando él se irguió, ofendido por la ligereza de su tono—. Preveo la muerte en cada uno de mis días, al igual que tú. ¿Cómo podría ser de otro modo con la tarea que venimos cumpliendo durante estos años? Ahora, cuando hemos llegado a un punto crítico, debo contemplarla como algo incluso más probable.

Lan examinó por un momento sus anchas y cuadradas manos.

—Nunca había pensado —confesó lentamente— que no fuera yo el primero de nosotros que iba a morir. Con todo, incluso en el peor de los casos, siempre me pareció… —De improviso se frotó las manos—. Si existe la posibilidad de que vaya a ser regalado como un perrillo faldero, me gustaría al menos saber quién va a ser mi ama.

—Jamás te he considerado como un animal de compañía —protestó con vehemencia Moraine— y tampoco lo ve así Myrelle.

—Myrelle. —Hizo una mueca—. Sí, había de ser Verde, o si no algún proyecto de muchacha recién ascendida a hermana de derecho.

—Si Myrelle es capaz de mantener a raya a sus tres Gaidin, tal vez pueda manejarte a ti. Aunque me consta que le gustaría quedarse contigo, ha prometido transferir tu vínculo cuando encuentre a otra que te convenga más.

—Ya. No sólo un perrillo sino un paquete. ¡Myrelle va a ser una… vigilante! Moraine, ni siquiera las Verdes tratan de ese modo a sus Guardianes. En cien años, ninguna Aes Sedai ha transferido el vinculo de su Guardián a otra, pero tú pretendes hacerlo con el mío, no una, sino dos veces.

—Ya está hecho y no voy a volverme atrás.

—¡Que la Luz me ciegue! Si van a pasarme de mano en mano, ¿tienes al menos idea de a manos de quién voy a parar?

—Lo que hago es por tu propio bien, y tal vez por el de otra persona asimismo. Cabe la posibilidad de que Myrelle encuentre un proyecto de muchacha recién ascendida a hermana de derecho, ¿no es eso lo que has dicho?, que necesite un Guardián curtido en las batallas y conocedor del mundo, un proyecto de muchacha que quizá necesite a alguien que la arroje a una charca. Tienes mucho que ofrecer, Lan, y verte desaprovechado en una tumba anónima o devorado por los cuervos, cuando podrías servir a una mujer que te necesita, sería peor que el pecado del que parlotean los Capas Blancas. Sí, creo que ella va a necesitarte.

Lan abrió ligeramente los ojos, lo cual era para él igual que otro hombre que se quedara boquiabierto considerando sorprendentes conjeturas. Raras veces lo había visto tan desconcertado. Abrió la boca dos veces antes de decidirse a hablar.

—¿Y en quién estáis pensando para ese…?

—¿Estás seguro de que tu vínculo no te irrita, Lan Gaidin? ¿Sólo ahora te das cuenta por primera vez de la fuerza de ese lazo, de su profundidad? Podrías acabar con alguna Blanca en ciernes, toda lógica y desapasionamiento, o con una joven Marrón que no te viera más que como un par de manos para transportar sus libros y bosquejos. Yo puedo entregarte a quien quiera, como un paquete, o un perrillo faldero, y tú no tienes más alternativa que aceptarlo. ¿Estás seguro de que no te irrita?

—¿Es para eso que lo has hecho? —rechinó. Sus ojos relumbraron como un fuego azul y su boca se torció. Furia; por primera vez veía cómo la furia afloraba a su rostro—. ¿Toda esta charla ha sido una prueba, ¡una prueba! para ver si podías desgastar mi vínculo? ¿Después de todo este tiempo? Desde el día en que me sometí a ti, he cabalgado adonde me has dicho que fuera, aun cuando lo considerara una imprudencia, incluso cuando tenía motivos para cabalgar en dirección opuesta. Nunca has necesitado de mi vínculo para obligarme. Cumpliendo tus instrucciones he contemplado cómo ibas al encuentro del peligro y he mantenido las manos quietas cuando bullía de deseos de desenvainar la espada y franquearte un camino seguro. ¿Después de esto, me sometes a una prueba?

—No es una prueba, Lan. He hablado claramente, sin tergiversar nada, y he obrado según te he comunicado. Pero en Fal Dara comencé a preguntarme si todavía estabas plenamente de mi lado. —Los ojos del Guardián mostraron recelo. «Lan, perdóname. No habría agrietado los muros que mantienes con tanto ahínco, pero debo saberlo»— ¿Por qué actuaste como lo hiciste con Rand? —El hombre pestañeó; era obvio que no era aquello lo que esperaba. Ella sabía qué en lo que él había previsto y no iba a perder dicha ocasión ahora que estaba en posición desventajosa—. Lo llevaste a la Amyrlin hablando y comportándose como un señor y un soldado nacido en las Tierras Fronterizas. Ello se ajustaba, en cierto modo, a lo que yo había planeado para él, pero tú y yo nunca habíamos hablado de enseñarle algo de eso. ¿Por qué, Lan?

—Me pareció… lo correcto. Un joven perro lobo ha de enfrentarse a su primer lobo algún día, pero si el lobo lo ve como un cachorro, si se comporta como un perrillo, el lobo le dará muerte sin duda. El perro lobo ha de ser un perro lobo a los ojos del lobo, aún más que en su propio fuero interno, si debe sobrevivir.

—¿Ésa es la opinión que te merecen las Aes Sedai? ¿La Amyrlin? ¿Yo? ¿Lobos que pretenden abatir a tu joven perro lobo? —Lan sacudió la cabeza—. Sabes lo que es, Lan. Sabes en lo que debe convertirse. Debe. El objetivo por el que he trabajado desde el día en que nos conocimos y anteriormente a ello. ¿Dudas ahora de lo que hago?

—No. No, pero… —Estaba reponiéndose, levantando de nuevo sus muros, pero éstos aún no estaban reconstruidos—. ¿Cuántas veces has dicho que los ta’veren arrastran a los que se encuentran a su alrededor como un remolino las ramitas? Tal vez yo fui arrastrado también. Sólo sé que me pareció lo correcto. Esos chicos campesinos necesitaban a alguien a su lado. Rand al menos lo necesitaba. Moraine, creo en lo que haces, incluso ahora, cuando desconozco la mitad de lo que implica, créeme. No te he pedido que me libres de mi vínculo ni pienso hacerlo. Sean cuales sean tus planes para morir y verme… entregado… a buen recaudo, será un placer para mí proteger tu vida y ver que dichos Planes, al menos, no conducen a nada.

ta’veren —suspiró Moraine—. Quizá fue eso. En lugar de guiar un barco flotando en una corriente, estoy intentando manejar un tronco entre rápidos. Cada vez que lo empujo, me devuelve el empellón, y el tronco aumenta de tamaño cuanto más nos alejamos. No obstante debo hacer que llegue a puerto. —Soltó una breve carcajada—. No me disgustará, mi viejo amigo, si consigues hacer fracasar esos planes. Ahora déjame, por favor. Necesito estar sola para reflexionar. —Lan vaciló sólo un momento antes de volverse hacia la puerta. En el último instante, empero, no pudo dejarlo marchar sin formular otra pregunta—. ¿Alguna vez sueñas con algo diferente, Lan?

—Todos los hombres sueñan. Pero sé en qué quedan los sueños. Esto… —tocó el puño de su espada— es la realidad. —Los muros habían regresado, altos e infranqueables como siempre.

Después de que hubo salido, Moraine se arrellanó en la silla y así permaneció contemplando el fuego. Pensó en Nynaeve y en grietas en una pared. Sin proponérselo, sin tener conciencia de lo que hacía, aquella joven había resquebrajado las paredes de Lan y había puesto en las fisuras simientes de enredadera. Lan se creía seguro, apresado en su fortaleza por el destino y su propio deseo, pero, lenta y pacientemente, las enredaderas estaban derribando los muros para dejar al desnudo el hombre que albergaban. Ya estaba compartiendo algunas de las lealtades de Nynaeve; en el comienzo se había mostrado indiferente a los chicos de Campo de Emond, considerándolos sólo gente en la que Moraine estaba interesada. Nynaeve había modificado aquel aspecto al igual que había transformado a Lan.

Para su sorpresa, Moraine sintió un acceso de celos. Jamás lo había experimentado antes, ciertamente no por ninguna de las mujeres que habían puesto su corazón a los pies del Guardián o por aquellas que habían compartido su lecho. Lo cierto era que nunca lo había tenido por un objeto que pudiera suscitar sus celos ni había creído que pudiera lograrlo ningún hombre. Ella estaba casada con su lucha, al igual que él estaba ligado a la suya. Pero habían sido compañeros en esas batallas durante mucho tiempo. El había reventado su caballo para después correr hasta la extenuación con ella en brazos para llevarla a Anaiya para que la curara. Ella había cuidado de sus heridas en más de una ocasión, salvando con sus artes una vida que él había estado dispuesto a ceder para preservar la suya. Él siempre había dicho que estaba desposado con la muerte. Ahora una nueva novia había capturado sus ojos, aun cuando él permaneciera ciego ante ello. Pensaba que aún estaba a salvo tras sus parapetos, pero Nynaeve había enlazado flores de boda en sus cabellos. ¿Estaría todavía presto a cortejar la muerte con tanto arrojo? Moraine se preguntaba cuándo le pediría que lo librase de su vínculo. Y qué haría cuando llegara ese momento.

Se levantó con una mueca de desagrado. Había otros asuntos más importantes mucho más importantes. Sus ojos se posaron en los libros abiertos y papeles que abarrotaban la estancia. Tantos indicios… pero ninguna respuesta…

Vandene entró con una tetera y tazas en una bandeja. Era esbelta y airosa, con una espalda erguida, y el pelo cuidadosamente recogido en la nuca era casi blanco. La edad imprecisa que representaba su suave rostro correspondía a largos, largos años.

—Le habría hecho traer esto a Jaem en lugar de importunarte yo, pero está en el establo practicando con la espada. —Chasqueó la lengua mientras apartaba un raído manuscrito para depositar la bandeja sobre la mesa—. El hecho de que Lan esté aquí le ha recordado que es algo más que un jardinero mañoso. Los Gaidin son tan arrogantes… Pensaba que Lan todavía estaba aquí; por eso he traído una taza de más. ¿Has encontrado lo que buscabas?

—Ni siquiera estoy persuadida de lo que busco. —Moraine frunció el entrecejo, observando a la otra mujer. Vandene era del Ajah Verde, no del Marrón como su hermana, pero las dos habían estudiado tanto tiempo juntas que sabía tanto de historia como Adeleas.

—Sea lo que sea, no parece que sepas dónde mirar. —Vandene movió algunos de los volúmenes y pliegos esparcidos sobre la mesa, sacudiendo la cabeza—. Demasiados temas: la Guerra de los Trollocs, los Vigilantes sobre las Olas, la leyenda del Retorno, dos tratados sobre el Cuerno de Valere, tres sobre profecías de la Sombra y… Luz, aquí está el libro de Santhra sobre los Renegados. Es desagradable, ése, tanto como éste acerca de Shadar Logoth. Y las Profecías del Dragón, en tres traducciones y el original. Moraine, ¿qué estás buscando? Las profecías, puedo entenderlo; hemos escuchado algunas noticias aquí, en un lugar remoto como éste. También hemos oído algo de lo que ocurre en Illian. Incluso circulan rumores en el pueblo de que alguien ha encontrado ya el Cuerno. —Gesticuló con un manuscrito basado en el Cuerno y tosió a causa del polvo que levantó—. Eso han de ser rumores, por descontado. Pero ¿qué…? No. Dijiste que querías mantenerlo en privado, y así será.

—Un momento —indicó Moraine, deteniendo a la otra Aes Sedai, de camino a la puerta—. Tal vez tú puedas responderme a algunas preguntas.

—Lo intentaré. —Vandene sonrió de pronto—. Adeleas opina que debí haber escogido el Marrón. Pregunta. —Sirvió té en dos tazas y tendió una a Moraine; después se sentó junto al fuego.

El vapor se ondulaba sobre las tazas mientras Moraine seleccionaba con cuidado sus preguntas. «Para hallar las respuestas sin revelar demasiado».

—El Cuerno de Valere no aparece mencionado en las profecías, pero ¿está vinculado con el Dragón en algún sitio?

—No. Exceptuando el hecho de que el Cuerno debe ser hallado antes del Tarmon Gai’don y de que se supone que es el Dragón Renacido quien debe librar la última Batalla, no hay ningún vínculo entre ambos. —La mujer de pelo cano sorbió su té, en espera de una nueva consulta.

—¿Hay algo que relacione al Dragón con la Punta de Toman?

Vandene titubeó.

—Sí y no. Ésta es una discusión que sostenemos Adeleas y yo. —Su voz adoptó un tono didáctico y momentáneamente habló como una de las Marrones—. Hay un verso en el original que, traducido literalmente, dice: «Cinco cabalgan hacia adelante y cuatro regresan. Sobre los vigilantes se proclamará, con estandarte cruzará el cielo en llamas…». Bien, continúa. La cuestión oscura es la palabra ma’vron. Yo sostengo que no debería traducirse simplemente como «vigilantes», que es a’vron. Ma’vron tiene más implicaciones. En mi opinión significa los Vigilantes sobre las Olas, aun cuando ellos se autodenominen Do Miere A’vron, y no ma’vron, claro está. Adeleas me dice que soy una quisquillosa, pero yo creo que significa que el Dragón Renacido aparecerá en algún lugar por encima de la Punta de Toman, en Arad Doman o Saldaea. Aunque Adeleas piense que es una tontería, escucho todas las novedades provenientes de Saldaea. Mazrim Taim es capaz de encauzar el poder, por lo que cuentan, y nuestras hermanas no han conseguido acorralarlo todavía. Si el Dragón ha renacido y alguien ha encontrado el Cuerno de Valere, la Batalla Final se halla próxima. Tal vez no podamos concluir nuestra historia. —Se estremeció y luego rió bruscamente—. Extrañas preocupaciones; supongo que me estoy convirtiendo realmente en una Marrón. Es una perspectiva demasiado horrible para contemplarla. Pasa a la pregunta siguiente.

—No creo que debas inquietarte por Taim —apuntó Moraine con aire ausente. Era un lazo con la Punta de Toman, si bien tenue—. Será sometido al igual que lo fue Logain. ¿Qué puedes decirme de Shadar Logoth?

—¡Shadar Logoth! —resopló Vandene—. En resumen, la ciudad fue destruida por su propio odio, con todos sus moradores vivientes salvo Mordeth, el consejero que dio inicio a todo, valiéndose de las tácticas que los Amigos Siniestros utilizan para combatirse entre sí, y que ahora yace atrapado allí aguardando un alma que robar a alguien. Es peligroso entrar y no es recomendable tocar nada de la población. Pero toda novicia próxima a ascender al grado de Aceptada está al corriente de eso. Con más detalle, tendrás que quedarte un mes aquí y escuchar las clases de Adeleas, pues ella es la experta en esta cuestión, pero incluso yo me hallo en condiciones de afirmar que no hay nada en ese tema que guarde relación con el Dragón. Ese lugar estaba muerto cien años antes de que Yurian Arco Pétreo se alzara sobre las cenizas de la Guerra de los Trollocs y, de todos los falsos Dragones, es él quien está más próximo históricamente hablando.

—Creo que no me he explicado bien —puntualizó Moraine, levantando una mano— Y ahora no me refiero al Dragón, renacido o falso. ¿Se te ocurre alguna razón por la que un Fado tomaría algo procedente de Shadar Logoth?

—No si supiera de qué se trata. El odio que acabó con Shadar Logoth era un odio dirigido contra el Oscuro; destruiría igualmente a los secuaces de la Sombra que a aquellos que siguen la senda de la Luz. Tienen tantos motivos como nosotros para temer a Shadar Logoth.

—¿Y qué sabes de los Renegados?

—Saltas de un tema a otro. Puedo decirte poco más de lo que aprendiste siendo novicia. Nadie tiene apenas más información acerca de los Sin Nombre. ¿Quieres que divague sobre lo que ambas aprendimos de jovencitas?

Moraine guardó silencio un instante. No quería revelar gran cosa, pero Vandene y Adeleas poseían más conocimientos de los que existían en cualquier otro sitio excepto la Torre Blanca, donde le aguardaban ahora más complicaciones de las que deseaba afrontar. Dejó salir de sus labios el nombre, como si se le escapara.

—Lanfear.

—Por una vez —suspiró la otra mujer—, no tengo ningún dato que añadir a los conocimientos de una novicia. La Hija de la Noche continúa siendo un misterio tal como si realmente ella se hubiera envuelto en tinieblas. —Hizo una pausa, contemplando su taza, y, cuando levantó la mirada, sus ojos miraron fijamente a Moraine—. Lanfear estuvo unida al Dragón, a Lews Therin Telamon. Moraine, ¿dispones de alguna pista referente al lugar donde renacerá el Dragón? ¿O dónde renació? ¿Ha venido ya al mundo?

—Si así fuera —replicó con voz inmutable Moraine—, ¿me encontraría aquí en lugar de en la Torre Blanca? La Amyrlin sabe lo mismo que yo, lo juro. ¿Habéis recibido una llamada de ella?

—No, y supongo que la recibiríamos. Cuando llegue el tiempo en que debamos enfrentarnos al Dragón Renacido, la Amyrlin necesitará a todas las hermanas, todas las Aceptadas, todas las novicias capaces de encender una vela por su cuenta. —Vandene bajó la voz, musitando—: Con tamaño poder como el que esgrimirá, debemos aplastarlo antes de que tenga ocasión de utilizarlo en nuestra contra, antes de que pueda enloquecer y destruir el mundo. Primero, no obstante, hemos de dejar que se bata con el Oscuro. —Rió sin ganas al advertir la expresión de Moraine—. No soy del Rojo. He estudiado lo bastante las profecías para saber que no hemos de tener la osadía de amansarlo antes. Si es que podemos amansarlo. Sé tan bien como tú, tanto como cualquier hermana que se preocupe en investigar, que los sellos que retienen al Oscuro en Shayol Ghul están debilitándose. Los illianos convocan la Gran Cacería del Cuerno. Abundan los falsos Dragones. Y dos de ellos, Logain y ahora ese sujeto de Saldaea, son capaces de encauzar el Poder. ¿Cuándo fue la última ocasión en que las Rojas encontraron dos hombres que encauzasen el poder en menos de un año? Eso no se ha dado a lo largo de toda mi vida, y yo soy mucho más vieja que tú. Las señales están en todas partes. El Tarmon Gai’don se avecina. El Oscuro se liberará de su prisión. Y el Dragón renacerá. —Su taza tintineó al depositarla—. Supongo que es por esto por lo que he temido que hubieras encontrado alguna señal de su advenimiento.

—El advenimiento se producirá —la tranquilizó Moraine— y nosotras haremos lo que debe hacerse.

—Si lo creyera necesario, arrancaría a Adeleas de las garras de sus libros y partiríamos hacia la Torre Blanca. Pero me encuentro mucho más dichosa aquí. Tal vez tengamos tiempo para finalizar nuestra historia.

—Espero que así sea, hermana.

—Bien, tengo tareas que atender antes de acostarme —anunció Vandene, levantándose—. Si no tienes más preguntas, te dejaré entregada a tus estudios. —A pesar de ello se detuvo y demostró que, por más tiempo que hubiera pasado entre libros, todavía era del Ajah Verde—. Deberías hacer algo al respecto de Lan, Moraine. El pobre está más agitado por dentro que el Monte del Dragón. Tarde o temprano, entrará en erupción. He conocido suficientes hombres para distinguir cuándo uno está perturbado por una mujer. Los dos habéis estado juntos mucho tiempo. Tal vez finalmente se haya dado cuenta de que eres una mujer aparte de una Aes Sedal.

—Lan me ve como lo que soy, Vandene: una Aes Sedai. Y todavía como a una amiga, confío.

—Las Azules. Siempre tan dispuestas a salvar el mundo que acabáis perdiéndoos a vosotros mismas.

Después de que se hubo marchado la Aes Sedai de cabellos blancos, Moraine cogió la capa y, murmurando para sí, se encaminó al jardín. Algo de lo que había dicho Vandene le enturbiaba la mente, pero no lograba recordar qué era. Una respuesta, o el indicio de una respuesta, a una pregunta que no había formulado, pero que tampoco conseguía concretar.

El jardín era pequeño, al igual que la casa. A la pálida la luz de la luna, a la que se sumaba el amarillento resplandor que despedían las ventanas, podían apreciarse sus avenidas arenosas entre cuidados macizos de flores. Se echó la capa a los hombros para resguardarse del suave frescor de la noche. «¿Cuál era la respuesta, y cuál la pregunta?»

Oyó crujir la arena tras ella y se volvió, pensando que era Lan.

Una sombra se cernía sombríamente a tan sólo unos pasos de ella, una sombra que parecía ser un hombre de altura desmesurada envuelto en una capa. La luna iluminó su blanco rostro de mejillas prominentes y ojos excesivamente grandes, situados sobre una arrugada boca de labios rojos. La capa se abrió, desplegándose en unas grandes alas semejantes a las de un murciélago.

Consciente de que ya era demasiado tarde, se abrió al saidar, pero el Draghkar comenzó a canturrear y su quedo arrullo la paralizó, fragmentando su voluntad. El saidar la abandonó. Sólo sintió una vaga tristeza al caminar hacia la criatura, pues el profundo tarareo que la atraía suprimía los sentimientos. Unas blanquísimas manos, similares a las de un hombre pero rematadas en garras, se alargaron hacia ella y unos labios de color sanguinolento se curvaron en un remedo de sonrisa, mostrando unos afilados dientes, pero tan tenuemente que tuvo la certeza de que no iba a morderla. «Guárdate del beso del Draghkar». Una vez que la hubieran tocado sus labios, estaría muerta de hecho, pronta a entregar su alma y después su vida. Quienquiera que la encontrase, aun cuando llegara en el instante en que el Draghkar la dejara tendida, hallaría un cadáver sin una marca y frío como si la muerte se hubiera producido dos días antes. Y, si llegaba antes de que hubiera agonizado, lo que encontraría sería aún más terrible, algo que ya no sería ella misma. El canturreo la compelía a avanzar al encuentro de esas pálidas manos y el Draghkar inclinó la cabeza hacia ella.

Experimentó apenas una ligera sorpresa cuando la hoja de una espada silbó sobre su hombro para atravesar el pecho del Draghkar, y poco más cuando una nueva arma pasó junto al otro y fue a clavarse junto a la primera.

Aturdida, oscilante, contempló igual que desde una gran distancia cómo la criatura retrocedía, apartándose de ella. Entonces vio a Lan y luego a Jaem, el Guardián de pelo ceniciento cuyo huesudo brazo aferraba su espada con tanta certeza y tino como el de su compañero más joven. Las pálidas manos del Draghkar se mancharon de sangre al chocar con el afilado acero, al tiempo que azotaba a los dos hombres con el batir de sus alas. De improviso, herido y desangrándose, entonó su canturreo de nuevo, esta vez dirigido a los Guardianes.

Moraine se recobró con esfuerzo; se sentía casi tan agotada como si el monstruo hubiera logrado besarla. «No hay tiempo para debilidades». En un instante se abrió al saidar y, a medida que el Poder la llenaba, se fortaleció para tocar directamente al engendro de la Sombra. Los dos hombres estaban demasiado cerca y cualquier otra cosa que intentara los dañaría a ellos también. Aun utilizando el Poder, sabía que se sentiría mancillada por el Draghkar. En el preciso instante en que se disponía a actuar, Lan gritó.

¡Abraza a la muerte!

¡Abraza a la muerte! —lo secundó Jaem con firmeza. Y ambos se adelantaron hasta hallarse al alcance del Draghkar y hundieron sus espadas hasta la empuñadura.

Echando atrás la cabeza, el Draghkar exhaló un bramido que pareció penetrar el cerebro de Moraine con agujas. Aun envuelta en el saidar lo percibía. Como un árbol talado, el Draghkar se desplomó, golpeando con un ala a Jaem, que cayó de rodillas. Lan se dejó caer, exhausto.

Vandene y Adeleas acudieron presurosas, linternas en mano.

—¿Qué ha sido ese ruido? —inquirió Adeleas—. ¿Acaso se ha vuelto Jaem…? —Se paró en seco cuando la luz de su lámpara alumbró al Draghkar.

Vandene tomó las manos de Moraine.

—¿No te ha…? —Dejó inconclusa la pregunta al tiempo que se rodeó de una aureola, patente a los ojos de Moraine. Al notar la fuerza que fluía de la otra mujer a ella, Moraine deseó, por vez primera, que las Aes Sedai pudieran hacer tanto por ellas mismas como por los demás.

—No —respondió agradecida—. Encárgate de los Gaidin.

—Si no me hubieras enojado tanto, obligándome a desfogarme practicando figuras con Jaem —observó Lan, mirándola con la boca fruncida—, si no me hubieras enfurecido como para que desistiera de regresar a la casa…

—Pero lo hice —replicó—. El Entramado lo incorpora todo a su tejido.

Jaem estaba murmurando, pero aun así accediendo a que Vandene le examinara la espalda. No era más que huesos y tendones, a pesar de lo cual parecía tan resistente como una vieja raíz.

—¿Cómo, —se preguntó Adeleas— ha podido acercarse tanto una criatura de la Sombra sin que nosotras la hayamos detectado?

—Tenía salvaguardas —explicó Moraine.

—¡Imposible! —exclamó Adeleas— únicamente una hermana podría… —Calló y Vandene desplazó su atención de Jaem a Moraine.

Ésta pronunció entonces las palabras que ninguno de ellos deseaba oír.

—El Ajah Negro. —Llegaron gritos del pueblo—. Será mejor que escondáis esto. —Señaló el Draghkar, tendido sobre un macizo de flores—. Deprisa. Vendrán a preguntar si precisáis ayuda, pero si ven esto se iniciarían rumores que no os convienen.

—Sí, desde luego —convino Adeleas— Jaem, ve a su encuentro. Diles que no sabes qué fue ese ruido, pero que todo está en orden aquí. Distráelos. —El Guardián de cabello gris se precipitó en la noche en dirección a las voces que se aproximaban del pueblo. Adeleas se volvió para examinar al Draghkar como si se tratara de un pasaje indescifrable de uno de sus libros—. Tanto si hay Aes Sedai involucradas como si no, ¿qué puede haberlo traído aquí? —Vandene miró a Moraine en silencio.

—Me temo que debo marcharme —dijo Moraine—. Lan, ¿ensillarás los caballos? —Al alejarse agregó—: Os dejaré unas cartas para que las enviéis a la Torre Blanca, si es posible. —Adeleas asintió distraídamente, con la atención todavía fija en el ser postrado en el suelo.

—¿Y allí adonde vas encontrarás las respuestas que necesitas? —inquirió Vandene.

—Puede que haya encontrado una que buscaba sin saberlo. Mi única esperanza es que no sea demasiado tarde. Necesitaré una pluma y pergamino. —Se dirigió a la casa con Vandene, dejando que Adeleas se ocupara del Draghkar.

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