50 Después

Por mar y tierra viajaron los relatos, en barcos, caballos, carromatos y a pie, contados una y otra vez, hasta Arad Doman y Tarabon y aún más allá, modificándose y conservando a un tiempo su esencia, las señales y portentos acaecidos en el cielo de Falme. Y los hombres se proclamaron a favor del Dragón, y otros hombres los derribaron y a su vez fueron derribados.

Corrían otras historias, protagonizadas por una columna que cabalgaba hacia oriente atravesando el llano de Almoth. Un centenar de hombres de las Tierras Fronterizas, decían. No, un millar. No, un millar de héroes que se habían levantado de la tumba en respuesta a la llamada del Cuerno de Valere. Diez millares. Habían destruido una legión entera de Hijos de la Luz. Habían hecho retroceder hacia el océano al ejército de descendientes de Artur Hawkwing. Eran las huestes de Artur Hawkwing que habían regresado. Cabalgaban hacia las Montañas, hacia el lugar donde salía el sol.

Había, no obstante, algo que todas las historias referían por igual. A su cabeza cabalgaba un hombre cuyo rostro se había visto en el cielo de Falme, y por enseña llevaban el estandarte del Dragón.


Y los hombres clamaban al Creador: «Oh Luz de los Cielos, Luz del Mundo, haced que el Redentor Prometido nazca del seno de la montaña, tal como afirman las profecías, tal como acaeció en las eras pasadas y sucederá en las venideras. Haced que el Príncipe de la Mañana cante en honor de la tierra para que crezcan las verdes cosechas y los valles produzcan en adelante corderos. Permitid que el brazo del Señor del Alba nos proteja del de la Oscuridad y que la gran espada de la justicia nos defienda. Haced que el Dragón cabalgue de nuevo a lomos de los vendavales del tiempo».

De Charal Dríanaan te Calamon, El Ciclo del Dragón.

Autor anónimo, Cuarta Era

Загрузка...