4 La audiencia

Sola en sus aposentos del apartamento de mujeres, Moraine se ajustó sobre los hombros el chal, bordado con hiedra trepadora y sarmientos de parra, y estudió el efecto en el alto espejo enmarcado ubicado en una esquina. Sus grandes y oscuros ojos podían adquirir igual dureza que los de un halcón cuando estaba enojada. En aquellos momentos parecían penetrar el plateado cristal. Únicamente por azar llevaba aquella prenda en las alforjas al llegar a Fal Dara. Con la resplandeciente Llama de Tar Valon centrada en la espalda y largos flecos destinados a mostrar el Ajah de quien los llevaba —los de Moraine eran azules como un cielo matinal—, los chales apenas se utilizaban fuera de Tar Valon y aun allí su uso estaba casi restringido al interior de la Torre Blanca. Pocos acontecimientos, salvo un encuentro de la Antecámara de la Torre, requerían la formalidad de los chales, y, fuera de las Murallas Resplandecientes, la imagen de la Llama induciría a mucha gente a echar a correr, para ocultarse o para llamar a los Hijos de la Luz. Una flecha de un Capa Blanca era tan fatal al clavarse en una Aes Sedai como en cualquier otra persona, y los Hijos de la Luz eran demasiado astutos para dejar que una Aes Sedai viera al arquero antes de que su proyectil se hundiera en su cuerpo, cuando todavía podía contrarrestar el ataque de algún modo. Moraine no había abrigado ninguna expectativa de lucir el chal en Fal Dara, pero, para acudir a una audiencia con la Sede Amyrlin, debían respetarse ciertas normas.

Moraine era delgada y de baja estatura, y la peculiar tersura de la piel propia de las Aes Sedai le daba aspecto de ser más joven de lo que en realidad era, pero tenía un donaire y una calmada apostura que la hacían destacar y dominar en cualquier reunión. Los modales aprendidos durante su infancia en el palacio real de Cairhien se habían perfeccionado, en lugar de desaparecer con los años, aún más numerosos, en que había ejercido como Aes Sedai. Era consciente de que los necesitaría ese día. No obstante, su exterior no reflejaba más que tranquilidad. «Deben de haber surgido problemas o de lo contrario no habría venido en persona», pensó por décima vez, lo cual originaba un centenar de interrogantes más: «¿Qué problemas y a quién ha elegido para acompañarla? ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora? No podemos permitirnos que ahora se tuerzan nuestros esfuerzos».

El anillo con la Gran Serpiente que rodeaba un dedo de su mano derecha emitió un opaco destello cuando tocó la delicada cadena de oro prendida en sus oscuros cabellos, los cuales pendían en ondas sobre sus hombros. Una pequeña piedra azul claro colgaba de la cadena, en medio de su frente. Muchas de las mujeres de la Torre Blanca conocían los trucos que era capaz de realizar usándola como foco de energía, aunque sólo era un pedazo de cristal azul pulido, algo que había utilizado una jovencita para su temprano aprendizaje, sin disponer de ninguna guía. Aquella muchacha había rememorado cuentos sobre los angreal y los incluso más poderosos sa’angreal, aquellos fabulosos vestigios de la Era de Leyenda que permitían que una Aes Sedai encauzase una cantidad de poder que la habría destruido sin su ayuda, y había llegado a la conclusión de que era preciso algún objeto en el que centrarse para encauzar la energía. Sus hermanas de la Torre Blanca conocían algunas de sus artimañas y abrigaban sospechas acerca de otras, incluyendo algunas que no existían, las cuales la habían sorprendido al llegar a sus oídos. Los efectos que obtenía de la piedra eran sencillos y poco espectaculares, y raras veces tenían una utilidad práctica; eran el tipo de cosas que imaginaría un niño. Aun así, si habían venido con la Sede Amyrlin mujeres con las que no compartía tendencias similares, el cristal podría servirle para amedrentarlas, debido a los rumores.

En la puerta de la habitación sonó un rápido e insistente repiqueteo. Ningún shienariano llamaría de ese modo, a ninguna puerta, pero aún menos a la suya. Continuó contemplando el espejo hasta apartar una mirada serena, en cuyas oscuras profundidades se ocultaba cualquier rastro de pensamiento. «Sean cuales sean los problemas que la han impulsado a salir de Tar Valon, los olvidará cuando yo le plantee éste». Oyó una segunda llamada, incluso más apremiante que la primera, antes de cruzar la habitación y abrir la puerta y dirigir una relajada sonrisa a las dos mujeres que habían venido a buscarla.

Reconoció a ambas. Anaiya, de pelo oscuro y con un chal de flecos azules, y Liandrin, de cabello rubio y con una prenda de flecos rojos. Liandrin, que no sólo aparentaba lozanía, sino que era en verdad joven y hermosa, con un rostro de muñeca y una pequeña y petulante boca, había levantado la mano para volver a llamar. Sus morenas cejas y aún más oscuros ojos formaban un marcado contraste con la multitud de pálidas trenzas que le rozaban los hombros, pero aquella combinación no era rara en Tarabon. Las dos mujeres eran más altas que Moraine, si bien Liandrin superaba su estatura por pocos centímetros.

La achatada cara de Anaiya dibujó una sonrisa tan pronto como Moraine hubo aparecido en el umbral. Aquella sonrisa le confería la única belleza que podía lucir, pero era suficiente; casi todo el mundo se sentía cómodo, protegido y mimado cuando Anaiya le sonreía.

—Que la Luz te ilumine, Moraine. Me alegra volver a verte. ¿Estás bien? Ha transcurrido mucho tiempo.

—Mi corazón se encuentra más liviano por tu presencia, Anaiya. —Aquello era, en efecto, cierto; era un alivio comprobar que disponía al menos de una amiga entre las Aes Sedai que habían llegado a Fal Dara— Que la Luz te ilumine.

Liandrin frunció los labios, dando un tirón a su chal.

—La Sede Amyrlin solicita tu presencia, hermana. —Su voz era también petulante y fría, y no sólo cuando se dirigía a Moraine; Liandrin siempre parecía insatisfecha por algún motivo desconocido. Con el entrecejo arrugado, trató de lanzar una mirada a la estancia por encima del hombro de Moraine— Esta habitación tiene salvaguardas. No podemos entrar. ¿Por qué te proteges contra tus hermanas?

—Me protejo contra todo —repuso Moraine sin inmutarse— Muchas de las criadas sienten curiosidad por las Aes Sedai y no quiero que me registren la habitación cuando no estoy aquí. No había necesidad de establecer distinciones hasta ahora. —Cerró la puerta y ambas se hallaron en el corredor— ¿Vamos? No debemos hacer esperar a la Sede Amyrlin.

Comenzó a caminar por el pasillo conversando con Anaiya. Liandrin permaneció un momento parada, mirando la puerta, como si se preguntara qué escondía Moraine, y luego se apresuró a reunirse con ellas. Se colocó al otro lado de Moraine, caminando más rígidamente que un guardia. Anaiya se limitaba a andar, haciendo compañía a Moraine. Los pasos de sus pies calzados con escarpines de tela sonaban quedamente sobre tupidas alfombras adornadas con simples diseños.

Las mujeres vestidas con librea que se cruzaban con ellas les dedicaban profundas reverencias que, en ocasiones, demostraban más respeto que las realizadas ante el señor de Fal Dara. Tres Aes Sedai juntas, y la Sede Amyrlin en la fortaleza; aquél era un honor que no se había encontrado entre las expectativas de aquellas mujeres. También había algunas aristócratas en los corredores, las cuales hacían reverencias que sin duda no hubieran realizado por lord Agelmar. Moraine y Anaiya sonreían y respondían con una inclinación de cabeza a tales gestos, ya procedieran de sirvientes o de nobles. Liandrin hacía caso omiso de todos.

Encontraban únicamente mujeres, por supuesto. Ningún varón shienariano de más de diez años entraría en los aposentos de las mujeres sin permiso o invitación, a pesar de que algunos niños corrieran y jugaran por los pasadizos. Éstos hincaban una rodilla en el suelo, torpemente, cuando sus hermanas hacían profundas reverencias. De vez en cuando Anaiya sonreía y acariciaba una cabecita al pasar.

En esta ocasión, Moraine —le reprochó Anaiya— has estado demasiado tiempo fuera de Tar Valon. Demasiado. Tus hermanas te echan de menos y la Torre Blanca te necesita.

—Algunas de nosotras hemos de trabajar en el mundo —repuso Moraine con suavidad— Dejo los asuntos de la Antecámara de la Torre a tu cargo, Anaiya. No obstante, en Tar Valon estáis más al corriente de los acontecimientos que yo. Con excesiva frecuencia, dejo de enterarme de lo que sucedió en el lugar en que me encontraba el día antes. ¿Qué noticias traéis?

—Tres falsos Dragones más. —Liandrin pronunció las palabras a regañadientes— En Saldaea, Murandy y Tear los falsos Dragones asolan la tierra. Mientras tanto, las del Ajah Azul os limitáis a sonreír y hablar de trivialidades y tratáis de aferraros al pasado. —Anaiya enarcó una ceja y Liandrin cerró bruscamente la boca con un respingo.

—Tres —musitó Moraine. Por un instante le brillaron los ojos, pero pronto volvió a enmascarar su semblante— Tres en los últimos dos años y ahora tres más simultáneamente.

—Nos ocuparemos de éstos al igual que lo hicimos con los demás. De esas sabandijas de varones y de la chusma que siga a sus estandartes.

Moraine sentía cierta diversión al escuchar las aseveraciones de Liandrin. Ésta, sin embargo, era leve, pues era demasiado consciente de la realidad, excesivamente consciente de las posibilidades.

—¿Han bastado unos meses para que lo olvidaras, hermana? El último falso Dragón casi llegó a destruir Ghealdan antes de que su ejército fuera abatido. Sí, Logain está en Tar Valon en estos momentos, amansado e inofensivo, supongo, pero algunas de nuestras hermanas murieron para contrarrestar su poder. La muerte de una sola de nuestras hermanas es más de lo que podemos permitirnos, pero las pérdidas de Ghealdan fueron mucho más terribles. Los dos anteriores a Logain no eran capaces de encauzar el Poder, a pesar de lo cual las gentes de Kandor y Arad Doman guardan un recuerdo demasiado vivo de ellos. Pueblos quemados y hombres perecidos en combate. ¿Será tan sencillo que el mundo se enfrente con tres de ellos a un tiempo? ¿Cuántos se sumarán en torno a sus estandartes? Nunca ha habido escasez de seguidores para cualquier hombre que se autoproclame el Dragón Renacido. ¿Cuán espantosas serán las guerras esta vez?

—La situación no es tan desesperada —objetó Anaiya—. Por lo que sabemos, sólo el de Saldaea es capaz de encauzar el Poder. No ha tenido tiempo para atraer muchos partidarios y, según nuestros cálculos, ya debe de haber hermanas en la ciudad para enfrentarse con él. Los tearianos están haciendo retroceder a su falso Dragón y a sus secuaces en Haddon Mirk, mientras que el de Murandy ya está encadenado. —Exhaló una risita admirativa— ¿Quién iba a pensar que los murandianos, de entre todos los pueblos, iban a derrotar tan deprisa al suyo? Si les preguntan, nunca se autodenominan murandianos, sino lugardeños o inishlinni, o vasallos de tal o cual dama o señor. No obstante, por temor a que cualquiera de los países vecinos lo tomaran como excusa para invadirlos, los murandianos se abalanzaron sobre su falso Dragón casi tan pronto como éste abrió la boca para autoproclamarse.

—De todos modos —replicó Moraine—, no es de despreciar la presencia de tres a la vez. ¿Ha conseguido alguna de nuestras hermanas efectuar una predicción? —Era una posibilidad asaz remota, pues eran muy pocas las Aes Sedai que habían manifestado la más mínima habilidad para ello durante siglos, por lo cual no le sorprendió ver cómo Anaiya sacudía la cabeza. No le sorprendió, pero sí le aportó ciertas dosis de alivio.

Llegaron a una encrucijada de corredores al mismo tiempo, que lady Amalisa, la cual realizó una profunda reverencia, extendiendo sus amplias faldas verdes.

—Honor a Tar Valon —murmuró— Honor a las Aes Sedai.

La hermana del señor de Fal Dara requería más que un simple asentimiento con la cabeza. Moraine tomó las manos de Amalisa, para que se incorporara.

—Vos nos honráis a nosotras, Amalisa. Levantaos, hermana.

Amalisa se enderezó grácilmente, con el rostro ruborizado. Nunca había estado en Tar Valon, y el hecho de recibir el tratamiento de hermana por parte de una Aes Sedai era una distinción suma incluso para alguien de su rango. Bajita y de mediana edad, poseía una belleza madura, que resaltó el arrebol de sus mejillas.

—Es un honor excesivo para mí, Moraine Sedai.

—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Amalisa? —preguntó, sonriendo, Moraine—. ¿Debo llamaros mi señora Amalisa como si nunca hubiéramos tomado el té juntas?

—Desde luego que no —respondió Amalisa con una sonrisa. La fortaleza que evidenciaban las facciones de su hermano eran visibles en las suyas también, lo cual no iba en detrimento de la suavidad del contorno de sus mejillas y mandíbula. Había personas que opinaban que por más aguerrido y afamado guerrero que fuera Agelmar, apenas si se hallaba a la altura de su hermana—. Pero estando la Sede Amyrlin aquí… Cuando el rey Easar visita Fal Dara, en privado lo llamó magami, tiíto, al igual que lo hacía de pequeña, cuando me llevaba sobre sus hombros, pero en público debe ser distinto.

—En ocasiones la formalidad es necesaria, pero los hombres suelen otorgarle excesiva importancia —terció Anaiya—. Por favor, llamadme Anaiya y yo os llamaré Amalisa, si ello no os molesta.

Por el rabillo del ojo, Moraine vio cómo Egwene desaparecía velozmente Por uno de los pasillos laterales. Una silueta encorvada y cabizbaja, vestida con un jubón de cuero y cargada de fardos, caminaba pesadamente tras ella. Moraine se permitió esbozar una pequeña sonrisa, que se apresuró a borrar. «Si esa muchacha muestra la misma capacidad de iniciativa en Tar Valon —se dijo—, llegará a ocupar la Sede Amyrlin un día. Si aprende a controlar dicha iniciativa. Y si queda una Sede Amyrlin que ocupar».

Cuando devolvió la atención a las demás, Liandrin estaba hablando.

—… y me encantaría tener ocasión de aprender más cosas sobre vuestra tierra. —Lucía una sonrisa, franca y casi parecida a la de una chiquilla, y su tono era amistoso.

Moraine reforzó la impasibilidad de su rostro mientras Amalisa las invitaba a reunirse con ella y sus damas en su jardín privado y Liandrin aceptaba con afabilidad. Liandrin apenas hacia amigas y jamás fuera del Ajah Rojo. «Sin duda, nunca con personas que no sean Aes Sedai. Antes entablaría relaciones con un hombre o con un trolloc». Moraine no estaba segura de si Liandrin establecía alguna distinción entre los varones y los trollocs y aquella incertidumbre era extensible a todos los miembros del Ajah Rojo.

Anaiya explicó que en aquellos instantes habían de comparecer ante la Sede Amyrlin.

—Desde luego —repuso Amalisa—. Que la Luz la ilumine y el Creador la proteja. Pero más tarde, entonces. —Se irguió e inclinó la cabeza al tiempo que se alejaban las tres mujeres.

Moraine estudió el semblante de Liandrin mientras caminaban, sin mirarla directamente. La Aes Sedai de cabellos dorados tenía la vista fija y los rosados labios fruncidos en ademán pensativo. Al parecer, había olvidado la presencia de Moraine y Anaiya. «¿Qué estará tramando?»

Anaiya no dio muestras de haber advertido nada fuera de lo ordinario, pero había que tener en cuenta que ella siempre aceptaba a las personas tal como eran y como deseaban ser. Moraine no salía de su estupor al comprobar lo airosa que salía siempre Anaiya en la Torre Blanca, lo cual se debía a que las Aes Sedai de modales sinuosos siempre interpretaban su franqueza y honestidad, su tolerancia para con todos, como argucias. Invariablemente sus planes se desmoronaban cuando resultaba que sus palabras y sus intenciones eran del todo genuinas. Además, tenía la capacidad de vislumbrar lo esencial de las cosas, y de aceptar lo que percibía. Ahora prosiguió alegremente la exposición de las novedades.

—Las noticias de Andor son buenas y malas a un tiempo. Los alborotos callejeros de Caemlyn se apagaron con la llegada de la primavera, pero todavía se habla mucho, demasiado, acusando a la reina, así como a Tar Valon, por el largo invierno que han padecido. Morgase se mantiene en el tronco con menor firmeza que el año pasado, pero lo mantiene y así lo hará mientras Gareth Bryne sea el capitán general de la guardia de la reina. Y lady Elayne, la heredera de la corona, y su hermano, lord Gawyn, han acudido sanos y salvos a Tar Valon para iniciar su aprendizaje. En la Torre Blanca había cierto temor de que fuera a interrumpirse dicha tradición.

—No será así mientras Morgase no haya exhalado el último aliento —afirmó Moraine.

Liandrin tuvo un ligero sobresalto, como si acabara de despertar de un sueño.

—Quiera la Luz que continúe respirando. La comitiva de la heredera del trono fue seguida por los Hijos de la Luz hasta el río Erinin, hasta los mismos puentes de Tar Valon. Otros todavía se mantienen acampados junto a las murallas de Caemlyn, buscando la oportunidad de causar problemas, y dentro de Caemlyn hay quienes les prestan crédito.

—Tal vez es hora de que Morgase aprenda a demostrar un poco más de prudencia —suspiró Anaiya—. El mundo está volviéndose más peligroso con cada día que transcurre, incluso para una reina. Quizás en especial para una reina. Siempre ha sido muy obstinada. Recuerdo cuando vino a Tar Valon de muchacha. Carecía del talento para convertirse en una hermana de plenos derechos y ello le escocía. A veces creo que por ello presiona a su hija, sin dejar que ella decida.

—Elayne nació con la chispa en su interior —disintió Moraine—; no es ésa una cuestión que pueda decidirse. Morgase no se arriesgaría a permitir que su hija muriera por falta de formación aunque todos los Capas Blancas de Amadicia estuvieran acampados fuera de Caemlyn. Ordenaría a Gareth Bryne y a la guardia real abrir un paso entre ellos hasta Tar Valon y Gareth Bryne lo haría aun cuando tuviera que forcejear solo. —«Pero todavía debe mantener en secreto el alcance del potencial de la muchacha. ¿Aceptaría el pueblo de Andor que Elayne sucediera a Morgase en el trono si lo supieran? ¿No a una reina formada en Tar Valon de acuerdo a la traición, sino a una Aes Sedai de derecho?» En toda la historia conocida únicamente había habido unas cuantas soberanas que pudieran recibir el título de Aes Sedai y las pocas que habían permitido que ello se hiciera público lo habían lamentado hasta su muerte. Sintió un acceso de tristeza. Sin embargo, todavía quedaban muchas cosas pendientes para permitirse concentrar la ayuda, o la preocupación, en una sola tierra y un trono. ¿Qué más ha sucedido, Anaiya?

—Debes de estar al corriente ya de que se ha convocado la Gran Cacería del Cuerno en Illian, por primera vez en cuatrocientos años. Los illianos dicen que la última Batalla se halla próxima… —Anaiya se estremeció levemente, pero continuó con su exposición— …y que el Cuerno de Valere debe encontrarse antes de la confrontación final con la Sombra. Hombres de toda procedencia reuniéndose, unánimemente ansiosos por pasar a formar parte de la leyenda, deseosos de encontrar el Cuerno. Murandy y Altara abrigan sus recelos, claro está, pues piensan que no es más que un pretexto para atacarlos. Ése es probablemente el motivo por el que los murandianos apresaron con tanta rapidez a su falso Dragón. En todo caso, habrá una nueva serie de historias para que los bardos y los juglares las añadan al ciclo. Quiera la Luz que sólo sean nuevas historias.

—Tal vez no serán el tipo de relatos que esperan —aventuró Moraine. Liandrin la miró vivamente y ella mantuvo el semblante inalterado.

—Supongo que no —admitió plácidamente Anaiya—. Las historias que menos esperan serán las que precisamente agregarán al ciclo. Aparte de eso, sólo dispongo de rumores para ofrecerte. Los Marinos están agitados, corriendo con sus barcos de un puerto a otro sin apenas pausa. Las hermanas de las islas dicen que el Coramoor, su Elegido, va a llegar pronto, pero no explican nada más. Ya sabes cuán poco locuaces son los Atha’an Miere al hablar con los forasteros respecto al Coramoor y en eso nuestras hermanas se acogen más a la mentalidad de los Marinos que a la de las Aes Sedai. Los Aiel también están desasosegados, al parecer, pero nadie sabe por qué. Nadie sabe nunca nada a ciencia cierta acerca de los Aiel. Al menos no hay evidencia de que vayan a cruzar de nuevo la Columna Vertebral del Mundo, gracias a la Luz. —Suspiró, sacudiendo la cabeza—. Qué no daría por tener tan sólo una hermana de la sangre Aiel. Sólo una. Sabemos tan poco de ellos…

—A veces me induces a pensar que perteneces al Ajah Rojo —señaló, riendo, Moraine.

—El llano de Almoth —dijo Liandrin, en apariencia sorprendida de haber hablado.

—Eso sí que es en verdad un rumor, hermana —replicó Anaiya—. Algunos susurros escuchados a partir de Tar Valon. Es posible que se libren batallas en el llano de Almoth y tal vez en la Punta de Toman. Digo que es posible. Los rumores eran discretos, rumores de rumores. Nos fuimos antes de tener ocasión de enterarnos mejor.

—Debe de ser en Tarabon y Arad Doman —apuntó Moraine—. Se han venido disputando el llano de Almoth durante casi tres siglos, pero nunca habían llegado a enfrentamientos directos. —Miró a Liandrin; se suponía que las Aes Sedai renunciaban a sus antiguas lealtades a países y gobernantes, pero eran pocas las que lo hacían por completo. Era duro no preocuparse por la tierra que las había visto nacer— ¿Por qué iban a hacerlo ahora…?

—Ya basta de parloteo ocioso —espetó la mujer de pelo dorado— Te está aguardando la Amyrlin, Moraine. —Dio tres rápidos pasos, adelantándose a las demás, y abrió una de las hojas de la gran puerta—. La Amyrlin no te reserva un parloteo ocioso.

Tocándose inconscientemente la bolsa que pendía de su cintura, Moraine pasó bajo el dintel, dedicando una breve inclinación de cabeza a Liandrin, como si ésta estuviera manteniendo abierta la puerta para ella. Ni siquiera sonrió al percibir la palidez que imprimió la rabia en el rostro de Liandrin. «¿Qué está tramando esta maldita muchacha?»

El suelo de la antecámara estaba cubierto de abigarradas alfombras y la habitación se hallaba confortablemente amueblada con sillas, bancos con cojines y pequeñas mesas, todos de madera austeramente labrada o simplemente pulida. Unas cortinas de brocado flanqueaban las altas aspilleras para conferirles un aspecto más similar al de las verdaderas ventanas. En las chimeneas no ardía fuego; el día era cálido y el frescor shienariano no llegaría hasta bien entrado el atardecer.

Menos de media docena de las Aes Sedai que habían acompañado a la Amyrlin se encontraban allí. Verin Mathwin y Serafelle, del Ajah Marrón, no levantaron la vista al entrar ella. Serafelle estaba concentrada leyendo un antiguo libro de gastadas y descoloridas tapas de cuero, sosteniendo amorosamente sus estropeadas páginas, mientras la regordeta Verin, sentada con las piernas cruzadas bajo una aspillera, mantenía levantado en dirección a la luz un pequeño capullo y efectuaba anotaciones y bocetos con pulso firme en un libro apoyado sobre su rodilla. Tenía un tintero abierto en el suelo junto a ella y un montoncillo de flores en el regazo. Las hermanas Marrones apenas se preocupaban de asuntos ajenos a la búsqueda del conocimiento. Moraine ponía en duda en ocasiones su percepción de los acontecimientos presentes del mundo o incluso los que acaecían a su alrededor.

Las otras tres mujeres que ya se hallaban en la estancia se volvieron, pero ninguna hizo ademán de acercarse a Moraine, sino que se limitaron a mirarla. Había una, una esbelta mujer del Ajah Amarillo, a quien no conocía; pasaba demasiado tiempo fuera de Tar Valon para conocer a todas las Aes Sedai, a pesar de que su número hubiera ido reduciéndose. No obstante, había mantenido trato con las dos restantes. Carlinya era de tez tan pálida y de modales tan fríos como el fleco blanco de su chal, todo lo contrario de la morena y apasionada Alanna Mosvani, del Verde, pero ambas permanecían de pie, observándola sin pronunciar palabra alguna, con expresión inalterable. Alanna se ajustó bruscamente el chal en torno al cuerpo, pero Carlinya no se movió en absoluto. La delgada hermana Amarilla se giró con aire pesaroso.

—Que la Luz os ilumine a todas, hermanas —saludó Moraine. Nadie respondió. No estaba segura de si Serafelle o Verin la habían oído. «¿Dónde están las otras?» No había ninguna necesidad de que todas estuvieran allí; la mayor parte de ellas estarían descansando en sus habitaciones. Sin embargo, se hallaba crispada, asaltada por un tumulto de interrogantes que bullían en su cabeza. Nada de ello se reflejó en su cara.

Se abrió la puerta interior, dando paso a Leane, que no llevaba ahora su bastón coronado con la llama dorada. La Guardiana de las Crónicas era de estatura tan elevada como la mayoría de los hombres, flexible y grácil, aún hermosa, con piel cobriza y cortos cabellos oscuros. Llevaba una estola azul, de la anchura de una mano, en lugar de un chal, dado que ocupaba un puesto en la Antecámara de la Torre, si bien como Guardiana y no como representante de su Ajah.

—¡Aquí estás! —exclamó, y señaló a Moraine la puerta situada a su espalda—. Ven, hermana. La Sede Amyrlin está aguardando. —Hablaba naturalmente de forma rápida y entrecortada, con un tono que no modificaban el enojo, la alegría o la excitación.

Mientras caminaba en pos de ella, Moraine se preguntó qué emoción estaría experimentando la Guardiana. Leane presionó la puerta tras ellas y ésta obstruyó de golpe la entrada, produciendo un sonido similar al de una celda que se cerrara.

La Sede Amyrlin estaba sentada detrás de una amplia mesa ubicada en el centro de la alfombra, sobre la cual reposaba un cubo achatado de oro, del tamaño de un baúl de viaje, profusamente engastado de plata. A pesar de su solidez y de la firmeza de sus patas, la mesa parecía hundirse bajo un peso que tendrían dificultades en sostener dos fornidos hombres.

Al advertir el arcón de oro, Moraine hubo de esforzarse para mantener la serenidad de su semblante. La última vez que lo había visto, se encontraba bajo llave en la cámara acorazada de lord Agelmar. Al enterarse de la llegada de la Sede Amyrlin, se había formulado el propósito de decírselo ella misma. El hecho de que se hallara en poder de la Amyrlin era una nadería, pero una nadería preocupante. Tal vez los acontecimientos estaban desbordándola.

—Como me habéis llamado, madre, he venido a vos —dijo, realizando una profunda reverencia. La Amyrlin extendió una mano y Moraine besó su anillo, que representaba la forma de la Gran Serpiente y no difería en nada de los que llevaban las demás Aes Sedai. Tras incorporarse, adoptó un tono más familiar, aun cuando no demasiado. Era consciente de que la Guardiana se encontraba detrás de ella, junto a la puerta— Confío en que hayáis tenido un buen viaje, madre.

La Amyrlin había nacido en Tear, en el seno de una humilde familia de pescadores, no integrada en una casa noble, y su nombre era Siuan Sanche, si bien eran pocos quienes lo habían utilizado, o habían abrigado siquiera la pretensión de hacerlo, en el transcurso de los diez años posteriores a su elección por parte de la Antecámara de la Torre. Ella era la Sede Amyrlin y no cabía darle otro tratamiento. La ancha estola que le cubría los hombros presentaba rayas en las que se daban cita todos los colores de los siete Ajahs; la Amyrlin participaba de todos los Ajahs y, a un tiempo, no pertenecía a ninguno. Era de estatura media, más atractiva que hermosa, pero su rostro reflejaba una fuerza anterior a la ostentación de aquel cargo, la fortaleza de una muchacha que había sobrevivido en las calles de Maule, el barrio portuario de Tear, y la clara mirada de sus ojos azules había obligado a bajar la vista a reyes y soberanas e incluso al capitán general de los Hijos de la Luz. Sus propios ojos aparecían fatigados ahora y sus labios evidenciaban una nueva tensión.

—Invocamos a los vientos para que impulsaran nuestros bajeles a remontar con mayor velocidad el Erinin, hija, e incluso solicitamos la ayuda de las corrientes. —La voz de la Amyrlin era profunda, y triste—. He visto las inundaciones que provocamos en los pueblos de las riberas y sólo la Luz sabe los estragos que hemos provocado en el tiempo. No habremos contribuido a mejorar la opinión que de nosotras tienen las gentes malogrando cosechas y causando daños. Y todo para llegar aquí lo antes posible. —Sus ojos se desviaron hacia el ornado cubo de oro y a punto estuvo de alzar una mano para tocarlo, pero, cuando volvió a hablar, únicamente dijo— Elaida está en Tar Valon, hija. Vino con Elayne y Gawyn.

Moraine seguía consciente de la presencia de Leane, que permanecía en silencio como era de rigor en compañía de la Amyrlin, pero observando y escuchando.

—Es una sorpresa escucharlo, madre —repuso con cautela— No corren tiempos propicios para que Morgase se encuentre sin ninguna consejera Aes Sedai. —Morgase era de los pocos gobernantes que admitían abiertamente disponer de una consejera Aes Sedai; casi todos tenían una, pero eran contados quienes lo reconocían públicamente.

—Elaida insistió, hija, y, a pesar de su condición de reina, dudo que Morgase sea capaz de contrariar la voluntad de Elaida. De todos modos, tal vez en esta ocasión desearía no serlo. Elayne tiene un gran potencial, mayor que el que nunca he visto. Ya está realizando progresos palpables. Las hermanas Rojas se hallan henchidas de orgullo por esta razón. No creo que la chica sienta inclinación por sus tendencias, pero es joven y no hay modo de predecir su reacción futura. Aun cuando no consigan doblegar su enfoque, ello apenas modificará las cosas. Elayne podría convertirse en la más poderosa Aes Sedai que hemos tenido a lo largo de un milenio, y es el Ajah Rojo quien la ha descubierto. Han ganado una influencia superior en la Antecámara como consecuencia de ello.

—Tengo a dos jóvenes conmigo en Fal Dara, madre —anunció Moraine—. Ambas de Dos Ríos, donde la sangre de Manetheren corre aún con fuerza, a pesar de que ellos ni siquiera recuerden que esa tierra se llamó así en un tiempo. La antigua estirpe se manifiesta como un canto en Dos fríos. Egwene, una muchacha de pueblo, es como mínimo tan capaz como Elayne. He visto a la heredera del trono y estoy en condiciones de afirmarlo. Respecto a la otra, Nynaeve, era la Zahorí de su pueblo y, sin embargo, apenas es más que una muchacha. Es significativo que las mujeres de su pueblo la eligieran como Zahorí a su edad. Una vez que haya cobrado un control consciente sobre lo que ya realiza ahora sin saberlo, será tan poderosa como cualquiera de las que habitan en Tar Valon. Con entrenamiento, resplandecerá como una hoguera al lado de las velas de Elayne y Egwene. Y no existe ninguna posibilidad de que ninguna de ellas vayan a escoger el Rojo. Los hombres las divierten, las exasperan incluso, pero les inspiran simpatía. Sin duda contrarrestarán la influencia que consiga el Ajah Rojo en la Torre Blanca con motivo de haber encontrado a Elayne.

La Amyrlin asintió como si aquello no tuviera mayor importancia. Moraine enarcó las cejas a causa de la sorpresa antes de recobrar el aplomo y suavizar sus rasgos. Ésas eran las dos mayores preocupaciones de la Antecámara de la Torre: que cada año se encontraran menos muchachas susceptibles de aprender a encauzar el Poder Único, o así parecía, y que entre las que localizaban apenas hubiera alguna que dispusiera de un poder considerable. Más angustiante que el temor hacia quienes las hacían responsables del Desmembramiento del Mundo, más terrible que el odio que les profesaban los Hijos de la Luz, más amenazador que las tretas de los Amigos Siniestros, era la descarnada reducción de sus miembros y la disminución de sus habilidades. Los corredores de la Torre Blanca, antaño abarrotados de Aes Sedai, estaban ahora medio despoblados y lo que en otro tiempo podía realizarse sin dificultad por medio del Poder Único se conseguía ahora con mucho esfuerzo, o simplemente no se lograba.

—Elaida tenía otro motivo para acudir a Tar Valon, hija. Mandó el mismo mensaje con seis palomas distintas para asegurarse de que yo lo recibiera, y únicamente alcanzo a suponer a quién más de Tar Valon envió palomas, y luego vino en persona. Explicó a la Antecámara de la Torre que estás inmiscuyéndote con un joven que es ta’veren y, además, peligroso. Estuvo en Caemlyn, según dijo, pero, cuando averiguó en qué posada se alojaba, descubrió que tú lo habías ayudado a partir apresuradamente.

—La gente de esa posada nos sirvió correcta y fielmente, madre. Si ha ocasionado algún daño a alguna de esas personas… —Moraine no logró contener la dureza de su voz y oyó cómo Leane se agitaba, inquieta. Nadie hablaba a la Sede Amyrlin con ese tono, ni siquiera un rey.

—Deberías saber, hija —replicó secamente la Amyrlin— que Elaida no causa daño más que a quienes considera peligrosos: Amigos Siniestros o esos pobres e insensatos hombres que intentan encauzar el Poder Único. O a alguien que amenace a Tar Valon. Cualquier persona que no sea Aes Sedai podría ser una pieza de un tablero por lo que a ella respecta. Por fortuna para él, el posadero, un tal maese Gill según recuerdo, parece tener un elevado concepto de las Aes Sedai y por ello respondió a sus preguntas de manera que consideró satisfactoria. Elaida habló en buenos términos de él. Sin embargo, habló más de un joven con el que emprendiste viaje. Más peligroso que cualquier hombre nacido después de Artur Hawkwing, lo calificó. En ocasiones ella realiza predicciones, lo sabes bien, y sus palabras tuvieron efecto en la Antecámara.

Habida cuenta de la escucha de Leane, Moraine imprimió la mayor suavidad posible a su voz.

—Hay tres jóvenes conmigo, madre, pero ninguno de ellos es un rey y dudo mucho que alguno de ellos abrigue pretensiones, ni siquiera en sueños, de unir el mundo bajo su mandato. Nadie ha participado del sueño de Artur Hawkwing desde la Guerra de los Cien Años.

—Sí, hija. Jóvenes pueblerinos, eso me ha comunicado lord Agelmar. Pero uno de ellos es ta’veren. —Los ojos de la Amyrlin se posaron de nuevo sobre el achatado cubo— En la Antecámara se recomendó ordenarte cumplir una temporada de retiro y contemplación. La propuesta fue formulada por una de las Asentadas del Ajah Verde, con la aprobación de sus dos compañeras.

Leane emitió un sonido de disgusto, o tal vez de frustración. Siempre se mantenía en un segundo plano cuando hablaba la Amyrlin, pero Moraine comprendió aquella leve interrupción que se había permitido. El Ajah Verde había permanecido aliado al Azul a lo largo de un milenio; desde la época de Artur Hawkwing, ambas agrupaciones habían hablado con una misma voz.

—No siento deseos de cuidar plantas en algún pueblo remoto, madre. —«Ni pienso hacerlo, diga lo que diga la Antecámara de la Torre».

—También se sugirió, por medio de una portavoz de las Verdes asimismo, que el cuidado de tu retiro corriera a cargo del Ajah Rojo. Las Asentadas Rojas aparentaron sorpresa, pero parecían gaviotas que iban a pescar aprovechando la distracción de su presa. —La Amyrlin dio un resoplido— Las Rojas se manifestaron contrarias a custodiar a alguien que no fuera de su Ajah, pero prometieron acceder a los deseos de la Antecámara.

Moraine se estremeció en contra de su voluntad.

—Eso sería… extremadamente desagradable, madre. —Sería más que desagradable; las Rojas no se distinguían por sus buenos modales. Apartó con firmeza aquel pensamiento— Madre, no acabo de comprender esa aparente alianza entre las Verdes y las Rojas. Sus creencias, sus actitudes respecto a los hombres, su visión de nuestro cometido como Aes Sedai son completamente opuestas. Una Roja y una Verde no son capaces siquiera de conversar sin terminar hablando a gritos.

—Las cosas cambian, hija. Soy la quinta de la línea ininterrumpida de Azules que han sido elevadas a la condición de Sede Amyrlin. Quizá crean que ya son demasiadas o que el modo de pensar del Azul ya no basta en un mundo atestado de falsos Dragones. Tras un millar de años, las cosas se modifican. —La Amyrlin esbozó una mueca y siguió hablando como para sí—. Los viejos muros se debilitan y las antiguas barreras se desmoronan. —Recobró, el aplomo y la firmeza en la voz—. Hubo otra propuesta, cuya pestilencia persiste cual un pescado abandonado durante una semana en un malecón. Dado que Leane pertenece al Ajah Azul y que yo provengo de él, se planteó la cuestión de que, si se enviaba a dos hermanas del Azul conmigo en este viaje, se otorgarían cuatro representantes del mismo Ajah. Lo propusieron en la Antecámara, delante de mí, igual que si estuvieran considerando la conveniencia de reparar las cloacas. Dos de las Asentadas Blancas votaron contra mí, y dos Verdes. Las Amarillas murmuraron entre sí y no se pronunciaron a favor de ninguna de las facciones. Si hubiera habido una más que hubiera expresado su negativa, tus hermanas Anaiya y Maigan no estarían aquí. Incluso se habló, abiertamente, de que yo no debía abandonar la Torre Blanca.

Moraine sintió una conmoción mucho mayor que al escuchar que el Ajah Rojo quería hacerse cargo de ella. Fuera cual fuese su Ajah de procedencia, la Guardiana de las Crónicas únicamente se pronunciaba a favor de la Amyrlin y ésta representaba a todas las Aes Sedai y a todos los Ajahs. Así había sido desde un principio y nadie había sugerido que hubiera que modificarlo, ni siquiera en los más horrendos días de la Guerra de los Trollocs, ni cuando los ejércitos de Artur Hawkwing habían acorralado a todas las Aes Sedai supervivientes en el interior de Tar Valon. Y, por encima de todo, la Sede Amyrlin era la Sede Amyrlin. Todas las Aes Sedai habían hecho la promesa de obedecerla. Nadie podía cuestionar lo que hacía o adónde decidía ir. Aquella actitud era contraria a la tradición y las normas que habían venido siguiéndose durante tres mil años.

—¿Quién osaría hacer tal cosa, madre?

La carcajada que exhaló la Sede Amyrlin era amarga.

—Casi todo el mundo, hija. Motines en Caemlyn. La Gran Cacería convocada sin que ninguna de nosotras lo sospechara siquiera hasta su proclamación. Falsos Dragones proliferando como las setas tras la lluvia. Naciones que desaparecen y casas nobles que se entregan al juego de las Casas con una intensidad inusitada desde que Artur Hawkwing acabó con sus intrigas. Y, lo que es peor, cada una de nosotras sabe que el Oscuro está cobrando mayor fuerza. Muéstrame a una hermana que no piense que la Torre Blanca está perdiendo su capacidad de intervención en los acontecimientos y, si no es del Ajah Marrón, es que está muerta. Es posible que se nos esté acabando el tiempo a todas, hija. A veces me parece que casi siento cómo va disminuyendo perceptiblemente.

—Como vos decís, madre, las cosas cambian. Pero aún existen peligros más amenazadores fuera de las Murallas Resplandecientes que en su interior.

Durante un largo momento la Sede Amyrlin intercambió su mirada con la de Moraine y luego asintió lentamente.

—Déjanos solas, Leane. Deseo hablar con mi hija Moraine en privado.

—Como deseéis, madre —respondió Leane, tras unos breves instantes de vacilación.

Moraine advirtió su sorpresa. La Sede Amyrlin ofrecía pocas audiencias sin que estuviera presente la Guardiana y menos a una hermana que le había dado motivos para ser castigada.

La puerta se abrió y cerró tras Leane. Ella no diría ni una palabra de lo acaecido en la estancia, pero la noticia de que Moraine se hallaba a solas con la Amyrlin se propagaría entre todas las Aes Sedai que se encontraban en Fal Dara con la velocidad de un fuego en un bosque seco, y las conjeturas comenzarían su ciclo.

Tan pronto como la puerta estuvo cerrada, la Amyrlin se puso en pie y Moraine notó un momentáneo hormigueo mientras la otra mujer encauzaba el Poder Único. Por espacio de un instante, le pareció que la Sede Amyrlin estaba rodeada de una aureola de resplandeciente luz.

—No sé de ninguna de las otras que utilice tu viejo truco —comentó la Sede Amyrlin rozando con un dedo la piedra azul que pendía sobre la frente de Moraine—, pero la mayoría de nosotras recordamos pequeñas argucias de infancia. En cualquier caso, nadie puede oír lo que digamos ahora.

De pronto rodeó a Moraine en un cálido abrazo entre viejas amigas, al cual correspondió Moraine con igual afecto.

—Tú eres la única, Moraine, con quien puedo recordar quién era. Incluso Leane se comporta siempre como si yo me hubiera convertido en la estola y el bastón, aun cuando estemos solas, como si no hubiéramos compartido risas durante el noviciado. En ocasiones me gustaría que todavía fuéramos novicias tú y yo. Aún lo bastante inocentes como para contemplarlo todo cual un cuento de juglar que se había colado en la realidad, aún lo bastante inocentes para creer que encontraríamos hombres, serían príncipes, ¿recuerdas?, apuestos, fuertes y amables, que podrían avenirse a vivir con mujeres que tuvieran el poder de una Aes Sedai. Todavía lo suficientemente ingenuas como para soñar el final feliz de los cuentos de juglar, en que viviríamos igual que otras mujeres, disponiendo simplemente de más prebendas que ellas.

—Somos Aes Sedai, Siuan. Nos debemos a nuestras obligaciones. Aun si tú y yo no hubiéramos nacido con la capacidad de encauzar el Poder, ¿renunciarías a ello por un hogar y un marido, aunque éste fuera un príncipe? No lo creo. Ése es el sueño de una comadre de pueblo. Ni siquiera las Verdes le conceden tanto crédito.

La Amyrlin retrocedió unos pasos.

—No, no renunciaría. La mayoría de las veces no lo haría. Pero ha habido ocasiones en que he envidiado a esa comadre de pueblo. En estos momentos, casi estoy a punto de hacerlo. Moraine, si alguien, incluso Leane, descubre lo que planeamos, nos neutralizarían. Y no puedo decir que se equivocaran al hacerlo.

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