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Finalmente llegué a casa esa noche; a los refugiados en el metro les llegó la noticia de que, de alguna forma, el desastre se había evitado. A las ocho de la noche pude coger un tren abarrotado en dirección a la estación Union; lo cogí a pesar de que tuve que permanecer de pie todo el trayecto hasta casa. Quería ver a Susan, ver a Ricky.

Susan me abrazó con tal fuerza que me hizo daño, y Ricky me abrazó también, y todos nos fuimos al sofá y Ricky se sentó en mis rodillas, y nos abrazamos más, una familia.

Más tarde Susan y yo llevamos a Ricky a la cama, y le di un beso de buenas noches, mi niño, mi hijo, al que amaba con todo mi corazón. Con tantas cosas alterando su vida recientemente, era demasiado joven para comprender lo que había pasado hoy.

Susan y yo nos sentamos en el sofá, y a las 10:00 vimos las imágenes tomadas por los telescopios de la Merelcas, emitidas como historia principal en The National. Peter Mansbridge tenía un aspecto más adusto que de costumbre mientras relataba lo cerca que la Tierra estuvo de su fin. Después de mostrar el metraje, Donald Chen del RMO se unió a él en el estudio —el Centro de Emisión de la CBC estaba más o menos al sur del museo— para explicar en detal e lo que había sucedido, y para confirmar que la anomalía (ésa fue la palabra empleada por Don) negra seguía interpuesta entre la Tierra y Betelgeuse, protegiéndola.

Mansbridge concluyó la entrevista diciendo:

—Supongo que a veces tenemos suerte —se volvió hacia la cámara—. En otras noticias de hoy…

Pero no había más noticias —ninguna que importase lo más mínimo, ninguna que se pudiese comparar con lo sucedido hoy.

«A veces tenemos suerte», había dicho Mansbridge. Pasé un brazo sobre los hombros de Susan, la acerqué a mí, sentí el calor de su cuerpo, olí la fragancia de su champú. Pensé en el a, y, por una vez, no en el poco tiempo que nos quedaba sino de los momentos maravillosos que habíamos compartido en el pasado.

Mansbridge tenía razón. En ocasiones, efectivamente, tenemos suerte.


Al día siguiente, en el metro de camino al museo, me vino una revelación completa.

Pasó más de una hora desde que llegué a mi despacho hasta la aparición del avatar de Hollus. Estuve inquieto todo el tiempo, esperándola.

—Buenos días, Tom —dijo—. Me gustaría disculparme por la dureza de mis palabras de ayer. Fueron…

—No te preocupes por eso —dije—. Todos nos volvemos un poco locos cuando nos damos cuenta de que vamos a morir —no hice una pausa, no le permití recuperar el control de la conversación—. Olvídate de eso. Pero mira, esta mañana se me ocurrió algo, mientras venía en metro, encerrado allí con toda esa gente. ¿Qué hay del arca? ¿Qué hay de esa nave enviada desde Groombridge 1618 a Betelgeuse?

—Con toda seguridad quedó incinerada —dijo Hollus. Sonaba triste—. El primer espasmo de la estrella moribunda sería suficiente.

—No —dije—. No fue eso lo que sucedió —agité la cabeza todavía aturdido por la enormidad—. Maldición, debí haberlo comprendido antes… y él también.

—¿Quién? —preguntó Hollus.

No le respondí, todavía no.

—Los nativos de Groombridge no abandonaron su planeta —dije—. Se fueron a un mundo virtual, como los otros.

—No encontramos ningún paisaje de advertencia en la superficie de su mundo —dijo Hollus—. ¿Y por qué, entonces, iban a enviar una nave a Betelgeuse? ¿Propones que contenía a un grupo que no deseaba trascender?

—Nadie iría a vivir a Betelgeuse; como dijiste, simplemente no es adecuada. Y cuatrocientos años luz es un camino terriblemente largo sólo para obtener un empuje gravitatorio. No, estoy seguro de que la nave que detectasteis no tenía ni pasajeros ni tripulación; todos los nativos de Groombridge siguen en su planeta natal, viviendo en un mundo de realidad virtual. Lo que los nativos de Groombridge enviaron a Betelgeuse fue una nave no tripulada que contenía un catalizador de algún tipo… algo para provocar la explosión de supernova.

Los pedúnculos de Hollus dejaron de moverse.

—¿Provocar? ¿Por qué?

Me dolía la cabeza; la idea era excesiva. Miré a la forhilnor.

—Para esterilizar todos los mundos en esta parte de la galaxia —dije—. Para eliminar toda la vida. Si vas a enterrar algunos ordenadores y luego transferir tu consciencia a esos ordenadores, ¿cuál sería tu mayor temor? Que alguien pasase por al í y desenterrase los ordenadores, dañándolos o destruyéndolos. En muchos de los mundos visitados por tu nave espacial, se crearon paisajes de aviso para evitar que se desenterrase lo que había debajo. Pero en Groombridge, decidieron hacerlo aún mejor. Intentaron asegurarse de que nadie, ni siquiera alguien de una estrella cercana, pudiese pasar por allí e interferir con ellos. Sabían que Betelgeuse, la mayor estrella del espacio local, acabaría convirtiéndose en supernova. Y por tanto aceleraron las cosas algunos milenios, enviando un catalizador, una bomba, un dispositivo que provocó la explosión de supernova tan pronto como llegó. —Hice una pausa—. De hecho… de hecho, es por eso por lo que todavía podíais ver la llama de fusión de la nave, aunque ya casi había llegado a Betelgeuse. Evidentemente, nunca se viró para frenar. En lugar de eso, se lanzó directamente al corazón de la estrel a, desencadenando la explosión de supernova.

—Eso es… es monstruoso —dijo Hollus—. Es completamente egoísta.

—Vaya si lo es —dije—. Evidentemente, los nativos de Groombridge no podían saber con seguridad que hubiese otras formas de vida en otros planetas. Después de todo, alcanzaron la inteligencia aislados… dijiste que el arca llevaba viajando cinco mil años. Podría haberles parecido, simplemente, una precaución prudente; no estaban seguros de que en realidad estuviesen eliminando otras civilizaciones. —Hice una pausa—. O quizá no les importase nada. Quizá pensaron que eran el pueblo elegido de Dios y que él había puesto Betelgeuse allí mismo para que lo usasen de tal forma.

—Ciertamente podrían haber creído tal cosa —dijo Hollus—, pero sabes que no es cierto.

Tenía razón. Lo sabía. Había visto la pistola humeante. Había visto una prueba suficiente incluso para mí. Respiré hondo, intentando calmarme, intentando controlar todas las ideas que corrían por mi mente. Evidentemente, podría ser algo fabricado por una especie avanzada; podría ser un deflector artificial de supernovas; podría haber sido…

Pero en algún momento, la teoría más simple —la teoría que proponía el menor número de elementos— debía ser aceptada. En algún momento, debía dejar de exigirle a esa pregunta —esa pregunta entre todas— más pruebas que a cualquier otra teoría. En algún momento —quizás al final de tu vida— debes encararte con ella. En algún punto, las paredes deben desmoronarse.

—¿Quieres que lo diga? —dije. Me encogí ligeramente de hombros, como si la idea fuese un suéter que fuese preciso mover para que se ajustase correctamente—. Sí, fue Dios; era el creador.

Hice una pausa, dejando que las palabras flotasen libremente durante un tiempo, pensando si debía retirarlas. Pero no lo hice.

—Hace un tiempo dijiste, Hollus, que pensabas que Dios era un ser que de alguna forma había sobrevivido al anterior big crunch, que de alguna forma había conseguido seguir existiendo desde un ciclo anterior de la creación. Si eso es cierto, sería parte del cosmos. O, si no lo era hasta ahora, quizá tenga la habilidad, ¿cuál es la palabra que emplean los teólogos?, la habilidad de encarnarse. Dios adoptó forma física y se interpuso entre la estrella en explosión y nuestros tres mundos.

Y de pronto se me ocurrió otra idea.

—De hecho, ¡no fue la primera vez que hizo tal cosa! —exclamé—. Recuerda la supernova Vela de 1320 después de Cristo… una supernova casi tan cercana como Betelgeuse, una supernova cuyos restos se pueden detectar ahora, pero que nadie vio cuando se produjo, nadie la registró, ni siquiera los chinos aquí en la Tierra, nadie en otro sitio, nadie en tu planeta, ni nadie en el mundo wreed. Esa entidad intervino allí también, protegiéndonos de la radiación de la supernova. Tú mismo lo dijiste, la primera vez que hablamos sobre Dios; la tasa de formación de supernovas debe estar cuidadosamente equilibrada. Bien, si no puedes evitar las supernovas, ¿qué es lo segundo mejor?

Los pedúnculos de Hollus se acercaron. Pareció hundirse un poco, como si sus cinco piernas tuviesen problemas para sostenerla. Sin duda la idea de que la entidad fuese Dios se le había ocurrido a ella antes que a mí, pero estaba claro que no había pensado lo que eso implicaba con respecto a la supernova Vela.

—Dios no sólo provoca las extinciones masivas —dijo la forhilnor—. También las evita, cuando conviene a su propósito.

—Increíble, ¿no? —dije, sintiéndome tan inestable como lo parecía Hollus.

—Quizá debiésemos ir a verle —dijo Hollus—. Si ahora sabemos dónde está Dios, quizá deberíamos ir a verle.

La idea era pasmosa, inmensa. Sentí cómo mi corazón se desbocaba.

—Pero… pero lo que vimos en realidad sucedió cerca de Betelgeuse hace 400 años — dije—. Y se precisarían al menos otros 400 años para que la nave llegase hasta al í. ¿Por qué iba a quedarse Dios esperando durante 1.000 años?

—El periodo de vida típico de un humano o un forhilnor es de más o menos un siglo, que es más o menos 50 millones de minutos —dijo Hollus—. Dios es presumiblemente al menos tan viejo como el universo, que lleva existiendo 13.900 millones de años; incluso si estuviese cerca del final de su vida, para él un millar de años sería comparable a cuatro minutos para ti o para mí.

—Aun así, seguro que no va a malgastar el tiempo esperándonos.

—Quizá no. O quizá sabía que sus actos serían observados, llamando nuestra atención. Quizá disponga encontrarse al í de nuevo, en el único lugar en el que le hemos podido localizar, para un encuentro en el momento apropiado. Puede que parta para ocuparse de otros asuntos en el ínterin, para regresar luego. Parece ser muy móvil; presumiblemente si sabía que la arca de Groombridge iba a detonar Betelgeuse, se hubiese limitado a destruir el arca durante su camino. Pero una vez que se inició la explosión, llegó allí muy rápido… y podría regresar con igual rapidez, para cuando nosotros lleguemos al í.

—Si quiere encontrarse con nosotros. No es más que una posibilidad remota, Hollus.

—Sin duda lo es. Pero mi tripulación se embarcó en este viaje para encontrar a Dios; esto es lo más cerca que hemos estado, y por tanto debemos seguir por este camino —sus pedúnculos me miraron—. Estás invitado a unirte a nosotros en el viaje.

Mi pulso volvió a desbocarse, incluso más rápido que antes. Pero no podía ser para mí.

—No me queda tanto tiempo —dije en voz baja.

—La Merelcas puede acelerar en menos de un año hasta acercarse mucho a la velocidad de la luz —dijo Hollus—. Y una vez alcanzada semejante velocidad, la mayor parte de la distancia se recorrerá en lo que parecerá poco tiempo; evidentemente, hará falta otro año para desacelerar, pero en poco más de dos años subjetivos podríamos llegar a Betelgeuse.

—No tengo dos años.

—No, claro —dijo Hollus—. No si permaneces despierto durante el viaje. Pero creo que te conté que los wreeds viajan en animación suspendida; podríamos hacer lo mismo contigo, y no sacarte de la criopreservación hasta que no hayamos llegado a nuestro destino.

Mi visión se volvió borrosa. La oferta era increíblemente tentadora, una propuesta asombrosa, un regalo inimaginable.

De hecho…

De hecho, quizás Hollus pudiese congelarme hasta…

—¿Podríais congelarme indefinidamente? —pregunté—. Con el tiempo, seguro que se hallará una cura para el cáncer, y…

—Lo lamento, pero no —dijo Hollus—. El proceso produce una degradación; aunque la técnica es tan segura como la anestesia general durante un periodo máximo de cuatro años, nunca hemos reanimado con éxito a nadie después de más de diez años en criopreservación. Es adecuada para viajar, pero no es una forma de ir al futuro.

Ah, bien; en cualquier caso, jamás me vi siguiendo los pasos helados de Walt Disney. Pero, aun así, realizar ese viaje con Hollus, volar a bordo de la Merelcas para ver lo que podría ser el Dios real… era una idea increíble, un concepto pasmoso.

Y, comprendí de pronto, podría incluso ser lo mejor para Susan y Ricky, evitándoles la agonía de los últimos meses de mi vida.

Le dije a Hollus que tendría que pensarlo, que tendría que discutirlo con mi familia. Una posibilidad tan tentadora, una oferta tan seductora… pero había muchos factores a considerar.

Había dicho que Cooter fue a reunirse con su creador —pero en realidad no creía tal cosa—. Simplemente había muerto.

Pero quizá yo me reuniría con mi creador… mientras estuviese vivo.

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