14

Una reconstrucción…

A media ciudad de distancia, cerca del lago Ontario, Cooter Falsey estaba sentado en el sofá excesivamente relleno de una sórdida habitación de motel, abrazándose a las rodil as y gimoteando en voz baja:

—Se suponía que eso no sucedería —decía, una y otra vez, casi como si fuese un mantra, una oración—. Se suponía que eso no sucedería.

Falsey tenía veintiséis años, era delgado, rubio, con un corte de pelo militar, y tenía unos dientes que deberían haber llevado aparatos, pero que nunca se habían arreglado.

J. D. Ewell estaba sentado en la cama, frente a Falsey. Tenía diez años más que Cooter, de rostro ojeroso y con pelo oscuro más largo.

—Escúchame —dijo despacio. Luego con más fuerza—: ¡Escúchame!

Falsey levantó los ojos rojos.

—Bien —dijo Ewell—. Así está mejor.

—Está muerto —dijo Falsey—. El locutor de la radio lo ha dicho: el médico está muerto.

Ewell se encogió de hombros.

—Ojo por ojo, ¿no?

—No quería matar a nadie —dijo Falsey.

—Lo sé —dijo Ewell—. Pero el médico realizaba el trabajo del diablo. Lo sabes bien, Cooter. Dios te perdonará.

Falsey pareció pensarlo.

—¿Tú crees?

—Claro —dijo Ewell—. Tú y yo rezaremos por Su perdón. Y Él nos lo concederá. Sabes que lo hará.

—¿Qué nos pasará si nos detienen aquí?

—Nadie va a detenernos, Cooter. No te preocupes de eso.

—¿Cuándo podremos volver a casa? —dijo Falsey—. No me gusta estar en el extranjero. Ya fue desagradable ir hasta Búfalo, pero al menos eso era América. Si nos pillasen, quién sabe lo que los canucks nos harían. Puede que nunca nos dejen volver a casa.

Ewell pensó en mencionar que al menos Canadá no tenía pena de muerte, pero decidió que mejor no. En lugar de eso, dijo:

—Todavía no podemos atravesar la frontera. Ya oíste las noticias: ya han descubierto que fueron los mismos que se encargaron de la clínica en Búfalo. Mejor quedarse aquí por un tiempo.

—Quiero volver a casa —dijo Falsey.

—Confía en mí —dijo Ewell—. Es mejor quedarse aquí —hizo una pausa, preguntándose si era hora de sacar el tema—. Además, hay un trabajo más para nosotros aquí arriba.

—No quiero volver a matar a nadie. No lo haré… no podré, J. D. No podré.

—Lo sé —dijo Ewell. Alargó la mano y rozó el brazo de Falsey—. Lo sé. Pero no tendrás que hacerlo, lo prometo.

—Eso no lo sabes —dijo Falsey—. No puedes estar seguro.

—Sí que puedo —dijo Ewell—. En esta ocasión no tendrás que preocuparte de matar a nadie… porque en esta ocasión lo que perseguimos ya está muerto.


—Bien, ha sido una conversación desconcertante —dije, volviéndome en dirección a Hollus después de que el wreed hubiese desaparecido de la sala de reuniones.

Los pedúnculos de Hollus se agitaron en un movimiento en S.

—Ahora comprendes por qué me gusta tanto hablar contigo, Tom. Al menos a ti te comprendo.

—Parece que un ordenador traducía la voz de T'kna.

—Sí —dijo Hollus—. Los wreeds no hablan de forma lineal. En lugar de eso, las palabras se entremezclan de una forma compleja que para nosotros está muy lejos de ser intuitiva. El ordenador tenía que esperar hasta que terminase de hablar, para luego intentar descifrar el significado.

Lo pensé un momento.

—¿Es similar a esos acertijos con palabras? Ya sabes, esos en los que escribes «él sí», pero lo decodificas como que la palabra «él» está lejos de la palabra «sí» y lo lees como «él está fuera de sí», y luego lo consideras como metáfora que significa «él se encontraba en un estado emocional de extrema agitación».

—Nunca he visto acertijos así, pero sí, supongo que eso es vagamente similar —dijo Hollus—, pero con ideas mucho más complejas, y relaciones mucho más intrincadas entre las palabras. Para los wreeds el contexto es extremadamente importante; las palabras tienen significados completamente distintos dependiendo de su posición. También poseen una lengua llena de sinónimos que parecen significar exactamente lo mismo, pero sólo uno de ellos es apropiado en un momento determinado. Nos llevó años aprender a comunicarnos verbalmente con los wreeds; sólo algunos miembros de mi pueblo, y yo no soy uno de ellos, pueden hacerlo sin la asistencia de un ordenador. Pero más al á de la mera estructura sintáctica, los wreeds son diferentes de los humanos y los forhilnores. En lo fundamental, no piensan de la misma forma que nosotros.

—¿Qué tienen de diferente? —pregunté.

—¿Te fijaste en sus dígitos? —preguntó Hollus.

—¿Te refieres a los dedos? Sí. Conté veintitrés.

—Los contaste, sí —dijo el forhilnor—. También es lo que tuve que hacer la primera vez que vi a un wreed. Pero un wreed no tendría que contar. Simplemente hubiese sabido que había veintitrés.

—Bien, son sus dedos… —dije.

—No, no, no. No tendría que contarlos porque puede percibir ese nivel de cardinalidad de un solo vistazo —agitó el torso—. Es divertido —dijo—, pero quizás he estudiado más psicología humana que tú… no es que sea mi campo, pero… —Volvió a hacer una pausa—. Ese es otro concepto ajeno a los wreeds: la idea de tener un campo especializado de trabajo.

—Te estás explicando tan bien como T'kna —dije moviendo la cabeza.

—Tienes razón; lo lamento. Déjame que intente cambiar la forma. He estudiado psicología humana… lo que se puede recibiendo las emisiones de televisión y radio. Dices que contaste veintitrés dedos de T'kna, y sin duda fue así. Mentalmente te dijiste, uno, dos, tres, etcétera, etcétera, hasta llegar a veintitrés. Y, si eres como yo, probablemente contaste de nuevo para asegurarte de que no te habías equivocado la primera vez.

Asentí; efectivamente así lo había hecho.

—Bien, si te mostrase un objeto, digamos, una piedra, no tendrías que contarlo. Simplemente percibirías su cardinalidad: sabrías que hay un objeto. Lo mismo sucede con dos objetos. Simplemente miras un par de piedras y de un vistazo, sin procesarlo, percibes que hay dos de ellas. Puedes hacer lo mismo con tres, cuatro o cinco elementos, si eres un humano medio. Sólo cuando te enfrentas a seis o más elementos empiezas a contarlos.

—¿Cómo lo sabes?

—Vi un programa sobre ese asunto en el canal Discovery.

—Vale. Pero ¿cómo se descubrió?

—Con pruebas para determinar la velocidad a la que los humanos podían contar objetos. Si te muestran uno, dos, tres, cuatro o cinco objetos, puedes responder a la pregunta de cuántos objetos hay más o menos en el mismo tiempo. Sólo seis o más objetos lleva más tiempo, y el tiempo que se precisa para dar la respuesta aumenta en incrementos iguales con cada elemento adicional.

—No lo sabía —dije.

—Se vive y se aprende —dijo Hollus—. Los miembros de mi especie habitualmente perciben cardinalidades hasta seis… una ligera mejora sobre la tuya. Pero los wreeds nos ganan completamente; el wreed típico puede percibir cardinalidades hasta cuarenta y seis, aunque algunos individuos pueden llegar hasta sesenta y nueve.

—¿En serio? Pero ¿qué sucede con más elementos? ¿Los cuentan todos empezando con el elemento uno?

—No. Los wreeds no pueden contar. Literalmente no saben cómo hacerlo. O perciben la cardinalidad, o no lo hacen. Tienen palabras diferentes para los numerales del uno al cuarenta y seis, y luego simplemente tienen una palabra que significa «muchos».

—Pero has dicho que algunos de ellos pueden percibir números mayores.

—Sí, pero no pueden expresar el total; literalmente no disponen del vocabulario. Los wreeds que pueden percibir cardinalidades mayores disponen evidentemente de una ventaja competitiva. Uno de ellos podría ofrecerse para intercambiar cincuenta y dos animales domesticados por sesenta y ocho animales domesticados, y el otro wreed menos dotado, sabiendo sólo que son grandes cantidades no tendría forma de evaluar la justicia del trato. Los sacerdotes wreeds casi siempre tienen una habilidad superior a lo normal para realizar esa operación.

—Verdaderos cardenales de la iglesia —dije.

Hollus comprendió el chiste. Agitó los pedúnculos al decir.

—Exacto.

—¿A qué supones que se debe que nunca adquiriesen la capacidad de contar?

—Nuestros cerebros sólo tienen las habilidades que la evolución les dio. Para los antepasados de tu especie y la mía, había ventajas reales en saber cómo determinar cantidades superiores a cinco o seis: si hay siete miembros furiosos de tu especie bloqueándote el camino a la izquierda, y ocho a la derecha, tus posibilidades, aunque pequeñas, son sin embargo mejores yendo a la izquierda. Si hay diez miembros de tu tribu, incluyéndote a ti mismo, y tu trabajo consiste en recoger fruta para cenar, será mejor que vuelvas con diez o te ganarás un enemigo. Es más, recoger sólo nueve probablemente signifique que tú tendrás que renunciar a tu fruta para aplacar a los otros, con el resultado de haber invertido esfuerzo sin ninguna ganancia personal.

»Pero los wreeds nunca forman grupos permanentes de más de unos veinte individuos… una cantidad que pueden percibir como un géstalt. Y si hay cuarenta y nueve enemigos a la izquierda y cincuenta a la derecha, la diferencia no tiene demasiada importancia; estás perdido igualmente. —Hizo una pausa—. Es más, empleando una metáfora humana, podrías decir que la naturaleza entregó a los wreeds una mala mano… o, en realidad, cuatro malas manos. Tú tienes diez dedos, que es un buen número: se presta con facilidad a la matemática, ya que es un número par que se puede dividir en mitades, quintos y décimos; también es la suma de los primeros números enteros: uno más dos más tres más cuatro igual a diez. A nosotros los forhilnores también nos salió bien. Contamos golpeando los pies, y tenemos seis: también un número entero, y uno que sugiere mitades, tercios y sextos. Y es la suma de los tres primeros enteros: uno más dos más tres es igual a seis. Una vez más, un cimiento mental para la matemática.

»Pero los wreeds tienen veintitrés dedos, y veintitrés es un número primo. Y no es la suma de ninguna secuencia continua de números primos. Veintiuno y veintiocho son las sumas de los primeros seis y los primeros siete enteros respectivamente; veintitrés no tiene tal característica. Con la disposición de dedos que tienen, simplemente jamás desarrollaron la habilidad de contar o el tipo de matemática que nosotros ejecutamos.

—Fascinante —dije.

—Ciertamente lo es —dijo Hollus—. Más: debes haber notado el ojo de T'kna.

Eso me sorprendió.

—En realidad no. No parecía tener ojos.

—Tiene exactamente uno: la banda húmeda y negra alrededor de la parte superior de su torso. Es un ojo largo que percibe un círculo completo de 360 grados. Una estructura fascinante: la retina wreed está cubierta de láminas fotorreceptivas que se alternan con rapidez siguiendo una secuencia asombrosa entre opacidad y transparencia. Esas láminas están superpuestas hasta una profundidad de más de un centímetro, lo que ofrece imágenes claras simultáneamente en todas las distancias focales.

—Los ojos han aparecido docenas de veces en la historia de la Tierra —dije—. Los insectos, cefalópodos, ostras, vertebrados y muchos otros desarrollaron ojos de forma independiente. Pero nunca había oído algo parecido a esa disposición.

—Ni nosotros tampoco hasta encontrarnos con los wreeds —dijo Hollus—. Pero la estructura de su ojo también influye en su forma de pensar. Centrándonos en la matemática durante un momento, piensa en el modelo básico de todos los ordenadores digitales, ya estén fabricados por humanos o por forhilnores; es el modelo que vosotros llamáis, según un documental que vi en la cadena pública, máquina de Turing.

La máquina de Turing no es más que una cinta de papel infinitamente larga dividida en celdas, junto con la cabeza escritora/ borradora que puede moverse de izquierda a derecha o permanecer inmóvil, y que puede escribir un símbolo en una celda o borrar el símbolo que estaba al í. Programando movimientos y acciones de la cabeza escritora/borradora, puede resolverse cualquier problema computable. Le indiqué a Hollus que continuase.

—El ojo wreed ve un panorama completo y circular, y no requiere enfoque: todos los objetos se ven en todo momento con igual claridad. Los humanos y los forhilnores empleamos las palabras «concentrar» y «enfocar» para describir tanto fijar la atención y el acto de pensar; te concentras en una tarea, enfocas un problema. Los wreeds no hacen ninguna de las dos cosas, perciben el mundo de forma holista, porque son fisiológicamente incapaces de enfocar una cosa. Oh, pueden establecer prioridades de forma intuitiva: los depredadores cercanos son más importantes que una hoja de hierba lejana. Pero la máquina de Turing se fundamenta en una forma de pensar que a ellos les resulta extraña; la cabeza impresora es donde se concentra toda la atención; es el foco de la operación. Los wreeds nunca desarrollaron ordenadores digitales. Sin embargo, sí tienen ordenadores analógicos y les gusta modelar fenómenos empíricamente, así como comprender los factores que los producen. Pero no pueden ofrecer un modelo matemático. Para expresarlo de otra forma, pueden predecir sin explicar; su lógica es intuitiva, no deductiva.

—Asombroso —dije—. Yo me inclinaba por pensar que la matemática sería lo único que compartiríamos con otras formas de vida inteligentes.

—Ésa era también nuestra suposición. Y, evidentemente, los wreeds sufren algunas desventajas por su falta de matemática. La radio les elude; lo que explica por qué a pesar de que el proyecto SETI haya estado escuchando a Delta Pavonis, no se les detectase. Mi pueblo se sorprendió hasta el extremo al encontrar una civilización tecnológica cuando nuestra nave estelar llegó allí.

—Bien, quizá los wreeds realmente no sean inteligentes —expuse.

—Lo son. Levantan ciudades hermosas a partir de la arcilla que cubre la mayor parte de su mundo. Para ellos, la planificación urbana es una forma artística; perciben la metrópoli completa como una entidad cohesiva. De hecho, de muchas formas, son más inteligentes que nosotros. Bien, quizá se trate de una exageración; digamos que son inteligentes de forma diferente. Lo más cerca que hemos llegado para establecer un área común es en el uso de la estética para evaluar las teorías científicas. Tanto tú como yo estamos de acuerdo en que la teoría más hermosa probablemente sea la correcta; buscamos la elegancia en el funcionamiento de la naturaleza. Los wreeds comparten esa idea, pero para ellos es mucho más innato comprender lo que constituye la belleza; les permite discernir qué teoría de varias es la correcta sin demostrarlas matemáticamente. Su sentido de la belleza también parece estar relacionado con el hecho de que sean buenos en materias que a nosotros nos dejan perplejos.

—¿Como cuáles?

—Como la ética y la moral. En la sociedad wreed no hay crimen, y parecen capaces de resolver con facilidad los dilemas morales más complejos.

—¿Por ejemplo? ¿Qué ideas tienen sobre asuntos morales?

—Bien —dijo Hollus—, una es que no es preciso defender el honor.

—Muchos humanos estarían en desacuerdo.

—Sospecho que ninguno que esté en paz consigo mismo.

Pensé en ello, luego me encogí de hombros. Quizá tuviese razón.

—¿Qué más?

—Dímelo tú. Preséntame un ejemplo de un dilema moral, e intentaré mostrarte cómo lo resolvería un wreed.

Me rasqué la cabeza.

—Vale… vale, ¿qué hay de éste? Mi hermano Bill se ha casado hace poco por segunda vez. Bien, creo que su nueva esposa, Marilyn, es encantadora…

—Los wreeds dirían que no deberías intentar aparearte con la esposa de tu hermano.

Reí.

—Oh, eso lo sé. Pero ése no es el problema. Creo que Marilyn es encantadora, pero, bien, es bastante curvilínea… incluso, regordeta y mona. Y no hace ejercicio. Bien, Bill le insiste continuamente para que vaya al gimnasio. Mientras tanto, Marilyn quiere que deje de insistir, diciendo que él debería aceptarla tal y como es. Y Bill dice: «Bien, ya sabes, si yo debo aceptar que tú no hagas ejercicio, entonces tú deberías aceptar que yo quiera cambiarte… ya que querer cambiar a la gente es una parte importante de mi carácter.» ¿Comprendes? Y, por supuesto, Bill afirma que sus comentarios son desinteresados, motivados por una preocupación sincera por la salud de Marilyn. —Me detuve. El asunto me da dolor de cabeza cada vez que lo pienso; siempre acabo con ganas de decir: «Norman, concéntrate!» Miré a Hollus—. Bien, ¿quién tiene razón?

—Ninguno de los dos —respondió Hollus de inmediato.

—¿Ninguno de los dos? —repetí yo.

—Exacto. Es un problema simple, desde el punto de vista de un wreed; como no tienen matemática, nunca tratan los problemas morales como juegos de suma cero en el que alguien debe ganar y alguien debe perder. Dios, dirían los wreeds, quiere que nos amemos tal y como somos y también que luchemos por ayudar al otro a alcanzar su potencial; las dos cosas deberían producirse simultáneamente. En realidad, una creencia fundamental de los wreeds es que el propósito en la vida de un individuo es ayudar a otros a alcanzar la grandeza. Tu hermano no debería manifestar su desagrado ante el peso de su esposa, pero, hasta que él alcance ese ideal de silencio, su esposa debería ignorar los comentarios; aprender a ignorar cosas es uno de los grandes caminos hacia la paz interior, dicen los wreeds. Pero igualmente, si te encuentras en una relación de amor, y tu compañero depende de ti, tienes la obligación de proteger tu propia salud llevando cinturones de seguridad en los vehículos, comiendo bien, haciendo ejercicio y demás; ésa es la obligación de Marilyn para con Bill.

Fruncí el ceño mientras lo digería.

—Bien, supongo que tiene sentido. —Aunque no se me ocurría ninguna forma de comunicárselo a Bill o a Marilyn—. Aun así, qué hay de algo controvertido. Viste el artículo en el periódico sobre la bomba en la clínica abortista.

—Los wreeds dirían que la violencia no es una solución.

—Estoy de acuerdo. Pero hay un montón de personas nada violentas a ambos lados del problema del aborto.

—¿Cuáles son los dos lados? —preguntó Hollus.

—Se denominan a sí mismos «pro-vida» y «pro-elección». Los pro-vida creen que toda concepción tiene derecho a llegar hasta el final. Los pro-elección creen que las mujeres deberían tener el derecho a controlar sus procesos reproductivos. Bien, ¿quién tiene razón?

Los pedúnculos de Hollus se agitaron con velocidad inusitada.

—Una vez más, ninguno de los dos. —Hizo una pausa—. Espero no ofender; nunca he tenido el deseo de criticar a tu especie. Pero me asombra que tengáis salones de tatuaje y clínicas abortivas. Los primeros, negocios dedicados a alterar permanentemente la apariencia personal, dan a entender que los humanos pueden predecir lo que querrán décadas en el futuro. Las últimas, instalaciones para poner fin a los embarazos, dan a entender que los humanos cambian a menudo de opinión en periodos temporales de unos pocos meses.

—Bien, muchos embarazos son involuntarios. La gente mantiene relaciones sexuales porque es divertido; lo hacen incluso cuando ni siquiera quieren procrear.

—¿No tenéis métodos anticonceptivos? Si no es así, estoy seguro de que Lablok podría desarrollar algunos.

—No, no. Disponemos de métodos de control de la natalidad.

—¿Son efectivos? —preguntó Hollus.

—Sí.

—¿Son dolorosos?

—¿Dolorosos? No.

—Los wreeds dirían que en ese caso el aborto no debería ser un problema moral porque precauciones simples eliminarían la necesidad de discutirlo más que en un puñado de casos poco usuales. Si uno puede elegir con facilidad no tener un embarazo, entonces está claro que ésa es la forma adecuada de manifestar la elección. Si se pueden evitar difíciles problemas morales, como decidir cuándo comienza la vida, ¿por qué no hacerlo?

—Pero hay casos de violaciones e incesto.

—¿Incesto?

—Mantener relaciones con un miembro ele la propia familia.

—Ah. Pero seguro que son acontecimientos excepcionales. Y posiblemente la mejor lección moral que mi gente ha aprendido durante su asociación con los wreeds es que los principios generales no deberían fundamentarse sobre casos excepcionales. Esa idea ha simplificado mucho nuestro sistema legal.

—Bien, entonces, ¿qué haces con los casos excepcionales? ¿Qué habría que hacer en el caso de una violación que acabe en embarazo?

—Es patente que la mujer no tiene la oportunidad de ejercer retroactivamente sus derechos reproductivos por medio de los anticonceptivos; por tanto, está claro que debería permitírsele recuperar el control de su propia biología hasta donde desee. En ese caso, el aborto es evidentemente una opción aceptable; en otros, el control de natalidad es sin duda la ruta preferible.

—Pero hay humanos que creen que el control artificial de la natalidad es inmoral.

Los ojos de Hollus se miraron brevemente entre sí, luego recuperaron sus oscilaciones normales.

—Los humanos parecéis tener una gran facilidad para inventar problemas morales. Los anticonceptivos no tienen nada de inmoral —hizo una pausa—. Pero han sido ejemplos sencillos para la forma de pensar wreed. Cuando nos adentramos en áreas más complejas, me temo que sus respuestas no tienen demasiado sentido; suenan a galimatías; aparentemente nuestros cerebros no están preparados para apreciar lo que dicen. Los departamentos de filosofía en los equivalentes forhilnores de lo que llamáis universidades no tenían muy buen nivel hasta que encontramos a los wreeds; ahora están muy ocupados intentando descifrar el complejo pensamiento wreed.

Lo medité todo.

—¿Y con mentes dirigidas hacia la ética y para apreciar la belleza subyacente, los wreeds han decidido que Dios efectivamente existe?

Hollus flexionó sus piernas en las rodil as superiores e inferiores.

—Sí.

No soy un hombre demasiado arrogante. No insisto en que la gente se dirija a mí como doctor Jericho, e intento guardarme mis opiniones. Pero aun así, siempre he creído tener una buena visión de la realidad, y una visión precisa del mundo.

Y mi mundo, incluso antes de sufrir cáncer, no incluye un dios.

Pero ahora he conocido no a una sino a dos formas de vida extraterrestre, dos seres diferentes provenientes de mundos más avanzados que el mío. Y esas dos criaturas avanzadas creen que el universo fue creado, creen que manifiesta claras pruebas de diseño inteligente. ¿Por qué me sorprendió tanto? ¿Por qué había supuesto que tales ideas sería, bien, alienígenas para cualquier ser avanzado?

Desde tiempos antiguos, el secreto de los filósofos ha sido el siguiente: nosotros sabemos que Dios no existe, o, al hemos, si existe, que nuestros asuntos individuales le son completamente indiferentes —pero no podemos comunicárselo al populacho; es el temor a Dios, la amenaza del castigo divino y la promesa de una recompensa divina, lo que mantiene a raya a aquellos que no son lo suficientemente sofisticados para resolver cuestiones morales por sí solos.

Pero en una especie avanzada, con alfabetismo universal y los deseos materiales cumplidos por medio del poder de la tecnología, está claro que todos son filósofos —todos conocen esa antigua y secreta verdad, todos saben que Dios no es más que un mito, y se puede dejar de fingir y pasar de la religión.

Evidentemente, es posible disfrutar de las tradiciones de una religión —las ceremonias, los lazos con el pasado— sin creer en Dios. Después de todo, como ha comentado uno de mis amigos judíos, los judíos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial ahora o son ateos o no estaban prestando atención.

Pero, de hecho, hay millones de judíos que creen —creen de verdad— en Dios (o D-s); es más, el judaísmo sionista seglar iba de capa caída mientras que los ritos formales se incrementaban. Y hay millones de cristianos que creen en la trinidad divina de, como comenta ocasionalmente uno de mis amigos judíos, Papaíto, Júnior y el Fantasma. Y hay mil ones de musulmanes que abrazan el Corán como la palabra revelada de Dios.

Es más, incluso entonces, en el amanecer del siglo siguiente al del descubrimiento del ADN, la física cuántica y la fisión nuclear, y en el que inventamos los ordenadores, las naves espaciales y los láseres, el noventa y seis por ciento de la población mundial todavía cree sinceramente en un ser supremo —y el porcentaje va en aumento en lugar de decrecer.

Bien, una vez más, ¿por qué me sorprendía que Hollus creyese en Dios? ¿Que un alienígena de una cultura un siglo o dos más avanzada que la mía no hubiese deshecho el último vestigio de lo sobrenatural? Incluso si no hubiese tenido una teoría de gran unificación para justificar sus creencias, ¿por qué iba a ser tan descabel ado que no fuese un ateo?

Nunca me cuestioné si tenía razón o no al enfrentarme con creacionistas evidentemente confundidos. Nunca había dudado de mis convicciones cuando me veía asaltado por fundamentalistas. Pero allí estaba, reuniéndome con criaturas de otras estrellas, y el hecho de que ellos pudiesen venir a mí mientras que yo era incapaz de ir a verles a ellos dejaba muy claro quién era intelectualmente superior.

Y esos alienígenas creían en aquello de lo que yo descreía desde mi niñez.

Creían que un diseñador inteligente había creado el universo.

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