La idea me había llegado mientras dormía, sin duda por la grabación que había preparado para Ricky: una versión de mí que viviría después de que mi cuerpo hubiese muerto.
Estaba tan emocionado, que me levanté, bajé y palpé repetidamente el dodecaedro de holoforma con la esperanza de invocar a Hollus. Pero no vino; tuve que esperar a que apareciese por propia voluntad en mi despacho al día siguiente.
—Hollus —dije, tan pronto como la imagen se estabilizó—. Creo que sé lo que está enterrado bajo los paisajes de advertencia en todos esos mundos muertos.
Hollus me miró directamente a los ojos.
—No son desechos nucleares —dije—. Como dijiste, no hay señales relacionadas con los desechos nucleares, y no hay necesidad de preocuparse por ellos en periodos de tiempo de millones de años. No, enterraron algo que deseaban conservar por siempre, no algo de lo que quisiesen deshacerse. Es por eso que los casiopeianos llegaron al extremo de desactivar la tectónica de placas en su mundo volando su luna… querían asegurarse de que su cámara subterránea nunca sufriese subducción.
—Quizá —dijo Hollus—. Pero ¿qué desearían preservar con tanto cuidado intentando al mismo tiempo asustar a cualquiera para evitar que excavasen?
—A ellos mismos —dije.
—¿Propones algo similar a un refugio antibombas? Los análisis sísmicos sugieren que en la cámara de Mu Cassiopeae A Prima no hay suficiente volumen para contener más que un puñado de individuos.
—No, no —dije—. Creo que están todos al á abajo. Millones, miles de millones; cualesquiera fuese su población. Creo que escanearon sus cerebros y se descargaron en un mundo informático… y el hardware que genera ese mundo, las máquinas que no querían que nadie tocase, está almacenado bajo esos horrendos paisajes.
—Escaneados… —dijo la boca izquierda de Hollus—. Escaneados… —rumió la derecha—. Pero sólo hemos encontrado tres mundos con paisajes artificiales diseñados para asustar a los curiosos —dijo—. Los otros mundos que hemos visitado, Eta Cassiopeae A III, Sigma Draconis II y Groombridge 1618 III, simplemente habían sido abandonados.
—Puede que en esos mundos el hardware informático se enviase al espacio. O quizás esas especies decidieron que la mejor forma de no ser detectadas era no hacer nada en absoluto. Incluso una señal de aviso atrae a los curiosos; quizá decidieron ocultar su hardware informático sin ninguna indicación de dónde se encontraba.
—Pero ¿por qué iba a hacer tal cosa toda una especie? —preguntó Hollus—. ¿Por qué renunciar a la existencia física?
Para mí la respuesta era obvia. '
—¿Qué edad tienes? —pregunté. '
—¿En años subjetivos de la Tierra? ¿Cuarenta y siete años?
Eso me sorprendió. Por alguna razón, había esperado que Hollus fuese mayor que yo.
—¿Y cuánto tiempo vivirás?
—Quizás otros ochenta años, asumiendo que no sufra ningún accidente.
—¿Así que la esperanza de vida típica de un forhilnor es de unos ciento treinta años?
—Para las hembras, sí. Los machos viven unos diez años más.
—Entonces… oh, Dios… ¿eres hembra?
—Sí.
Estaba anonadado.
—No era consciente. Tu voz… es bastante profunda.
—Las voces forhilnores son así. De machos y hembras.
—Creo que seguiré tratándote como masculino… si no te importa.
—Ya no me ofende —dijo Hollus—. Puedes seguir haciéndolo.
—En cualquier caso —dije—, vivirás un total de unos ciento treinta años. Yo tengo ahora mismo cincuenta y cuatro; si no fuese por el adenocarcinoma, viviría otros veintitantos, e incluso treinta o cuarenta.
Los pedúnculos de Hollus se agitaron.
—Pero eso es todo. Si no tuviese cáncer, gran parte de ese tiempo lo pasaría con la salud deteriorada. —Hice una pausa—. ¿Cómo envejecen los forhilnores?
—Un poeta de mi mundo dijo en una ocasión, «Son lunas que se eclipsan»… una metáfora que viene a significar lo mismo que vuestro «es cuesta abajo»… desde el momento en que naces, también los cuerpos forhilnores se deterioran con el tiempo.
—Bien, si pudieses asumir una existencia virtual… si pudieses vivir en el interior de un ordenador… empezando en plena juventud, podrías vivir por siempre, sin deterioro.
—La inmortalidad siempre ha sido un sueño de mi pueblo —admitió Hollus.
—Del mío también. De hecho, muchos predicadores hacen uso de la promesa de la vida eterna, aunque en otra región, como forma de inducir el buen comportamiento. Pero aunque hemos extendido nuestra esperanza de vida por medio de mejoras sanitarias, estamos bien lejos de ser inmortales.
—Nosotros también —dijo Hollus—. Y también los wreeds. Pero tanto ellos como nosotros tenemos esperanzas de hacer que la vida eterna sea posible.
—Nosotros pensamos que habíamos realizado un gran hal azgo hace unos años cuando descubrimos cómo reponer los extremos del ADN —los cromosomas poseen pequeñas zonas protectoras en los extremos, como las puntas recubiertas de plástico de los cordones de los zapatos; cada vez que un cromosoma se divide, las puntas, llamadas telómeros, se acortan. Después de suficientes divisiones, las puntas desaparecen por completo, y el cromosoma no puede dividirse más.
—Nosotros también lo descubrimos —dijo Hollus—, hace casi cien años. Pero aunque reemplazar los telómeros hace que las células individuales se dividan por siempre en el laboratorio, no funciona en un organismo integrado.
»Cuando un organismo alcanza una masa crítica de células, la división o se detiene después de cierto número de repeticiones, como si los telómeros hubiesen desaparecido, o se reproduce incontrolablemente, y se forman tumores —hizo descender los pedúnculos—. Como ya sabes, perdí a mi propia madre debido al cáncer de vostirrarl, un órgano que realiza una función muy similar a la médula de vuestros huesos.
—Leucemia —dije en voz baja—. Llamamos leucemia al cáncer de médula.
Hollus guardó silencio durante un tiempo.
Sí, podía comprender el atractivo de la vida informática.
Ser transferido.
Separarse del mundo físico.
Vivir sin tumores, sin dolor.
Si se me presentase la oportunidad, ¿lo haría?
Sin pensarlo.
—Ciertamente es un buen incentivo para renunciar a la existencia física —dije—. Vivir por siempre con la buena salud de la juventud —miré a Hollus, que se sostenía sólo sobre cinco patas; parecía estar dejando descansar a la sexta—. En cuyo caso, quizá tu pueblo no tenga nada que temer. Presumiblemente, pronto vuestra especie desarrollará la misma capacidad… parece que toda especie lo consigue. Y entonces, si tu pueblo lo decide así, trascenderéis… transcenderéis a una nueva forma de existencia.
Hollus no dijo nada durante varios segundos.
—No estoy seguro de que a mí me apeteciese —dijo.
—Debe de ser muy tentador, si especie tras especie ha elegido esa ruta.
—Supongo que sí —dijo Hollus—. Mi especie ha estado realizando considerables avances en la tecnología de escaneo de cerebros… es algo más difícil para nosotros de lo que lo sería para vosotros, ya que nuestros cerebros están situados en el centro de nuestros cuerpos y porque sin duda la integración entre las dos mitades provoca algunos problemas. Aun así, imagino que seremos capaces de transferir la consciencia combinada de un forhilnor en unas décadas —hizo una pausa—. Pero eso explica el fenómeno que comenté con respecto a esos vídeos de ciencia ficción que me mostraste: por qué las especies extraterrestres que se encuentran en carne y hueso parecen tener siempre el mismo nivel tecnológico. Parece que hay una ventana reducida entre el desarrol o del viaje interestelar y cuando una especie deja de mantener una existencia corpórea. También explica por qué la búsqueda de inteligencia extraterrestre por medio de radiotelescopios fal aba por lo habitual; una vez más, hay un periodo de tiempo corto entre el desarrol o de la radio y el abandono de su uso.
—Pero, por lo que habéis podido deducir, ninguna de las especies que conocéis, excepto nuestras tres, han existido simultáneamente —hice una pausa—. Nuestras especies, las tres, puede que sean la primera oportunidad que ha tenido la galaxia de formar una… una federación planetaria.
—Una idea interesante —dijo Hollus—. ¿Supones que es por eso que Dios intervino en nuestros mundos? ¿Para darnos la sofisticación tecnológica simultáneamente de forma que pudiésemos formar una alianza?
—Posiblemente —dije—. Aunque no estoy seguro de para qué podría valer. Es decir, podría ser bueno para nuestras especies, pero ¿en qué beneficia al creador?
Hollus hizo descender su sexto pie.
—Esa es una muy buena pregunta —dijo al fin.
Esa noche, después de que acostásemos a Ricky y que yo le leyese un rato, Susan y yo nos sentamos en el sofá del salón. Yo tenía el brazo sobre sus hombros, y ella tenía la cabeza apoyada en mi pecho.
—¿Has pensado alguna vez en el futuro? —le pregunté. Levanté el brazo un poquito—. No me refiero al futuro cercano —estoy seguro de que en eso había pensado mucho—. Me refiero al futuro lejano… miles, incluso millones de años.
No podía ver el rostro de Susan. Esperaba que estuviese sonriendo.
—Yo no estaré aquí para verlo.
Yo me mantuve en silencio durante un momento; no sabía si realmente quería sacar el tema.
—Pero y si hubiese una forma —dije—. Una forma de vivir por siempre.
Susan era inteligente; una de las razones por las que me había casado con ella.
—¿Te lo ha ofrecido Hollus? ¿La inmortalidad?
Negué con la cabeza.
—No. Sabe tanto de la inmortalidad como nosotros. Pero su pueblo ha encontrado pruebas de otras seis especies que parecen haber descubierto una… una especie de inmortalidad.
Se movió ligeramente sobre mi pecho.
—¿Oh?
—Parece que han… bien, la palabra que hemos estado usando es «transcendido» a otro nivel de existencia… presumiblemente transfiriendo sus mentes a ordenadores.
—Eso no es «vivir por siempre». Igualmente podrías ser un cadáver conservado en formaldehído.
—Suponemos que los seres transferidos siguen existiendo en el interior del ordenador, actuando, reaccionando e interactuando. Es más, podría incluso serles imposible descubrir que ya no tienen existencia material; la experiencia sensorial podría ser comparable, o mejor, que aquella a la que nosotros estamos acostumbrados.
Susan parecía incrédula.
—¿Y dices que especies enteras lo han hecho?
—Ésa es mi teoría, sí.
—¿Y crees que las consciencias individuales siguen existiendo por siempre en el interior de ordenadores?
—Es posible.
—¿Lo que significa… lo que significa que tú no tendrías que morir?
—Bien, mi yo de carne y hueso moriría, evidentemente, y yo no compartiría la continuidad con la versión transferida después de que se realizase el escáner. Pero la versión transferida recordaría haber sido yo, y continuaría después de mi muerte. Por lo que a ella respectaría, y a los que interactuasen con ella, sería yo. Por tanto, sí, si tuviésemos acceso a esa tecnología, en un sentido muy real yo no tendría que morir. Asumo que una de las grandes razones para que se transfiriesen fue evitar las limitaciones que impone el hacerse viejo o la enfermedad.
—¿No está sobre la mesa? —preguntó Susan. Tenía el corazón desbocado; podía sentirlo—. ¿Realmente no te lo han ofrecido?
—No —dije—. Ni los forhilnores ni los wreeds saben cómo hacerlo… y, ya que estamos, simplemente asumimos que eso es lo que sucedió realmente a las otras especies. Parece que toda especie inteligente se destruye poco después de descubrir las armas nucleares, o que sobrevive unos ciento cincuenta años más pero luego decide trascender.
Susan levantó los hombros.
—Si fuese una opción… si fuese algo que te estuviesen ofreciendo ahora mismo… puede que mi respuesta fuese diferente. Ya lo sabes… —dejó de hablar, pero yo sabía que iba a decir que haría cualquier cosa por no perderme. Le apreté la mano.
»Pero —siguió diciendo—, si no fuese por eso, si no fuese por lo que afrontamos, diría no. No puedo imaginarlo como un estado en el que me gustaría estar.
—Vivirías por siempre —dije.
—No, existiría por siempre. No es lo mismo.
—Evidentemente, todo podría simularse. Cualquier aspecto de la existencia.
—Si no es real —dijo Susan—, no es lo mismo.
—No podrías distinguirlo de la realidad.
—Quizá no —dijo Susan—. Pero sabría que no lo es, y eso lo haría diferente.
Me encogí de hombros.
—Ricky parece igualmente feliz jugando al baseball en la Nintendo como jugándolo de verdad… es más, juega más a menudo con la versión informatizada; no creo que su generación vaya a tener el problema conceptual con esa opción que tenemos nosotros. — Hice una pausa—. Una existencia virtual tiene sus atractivos. No tendrías que envejecer. No tendrías que morir.
—Me gusta crecer y cambiar —frunció el ceño—. Es decir, claro, en ocasiones me gustaría conservar el cuerpo que tenía a los dieciocho, pero en general estoy satisfecha.
—Parece que una civilización tras otra se ha decidido por esa opción.
Susan frunció el ceño.
—¿Dices que se transfirieron o se autodestruyeron?
—Aparentemente. Hollus dice que su pueblo se enfrentó al mismo tipo de crisis nuclear al que nos enfrentamos nosotros.
—Quizá decidieron que no tenían más elección que cambiar la realidad por una simulación. Si, digamos, Estados Unidos y China entrasen en guerra, es probable que todos muriésemos, y la especie humana habría acabado.
Pero si todo esto fuese una simulación, y las cosas se pusiesen mal, simplemente podrían iniciar desde cero la simulación y seguir existiendo. Quizá la existencia irreal sea la esperanza a largo plazo para las especies violentas.
Ciertamente era una idea intrigante. Quizá no superabas el deseo de hacer volar a los demás. Quizá fuese inevitable que alguna nación, o algún grupo terrorista, o simplemente algún lunático, lo hiciese. Como había dicho Hollus, la capacidad de destruir la vida a escala masiva se hace más barata, portátil y más fácil con el paso del tiempo. Si no hubiese forma de volver a encerrar al genio en la botella —ya fuesen las armas nucleares, las biológicas, o alguna otra herramienta de destrucción masiva— entonces quizá las especies trascienden tan pronto como pueden hacerlo, porque es la única alternativa segura.
—Me pregunto qué elegirá la humanidad cuando llegue la hora —dije—. Presumiblemente, tendremos la tecnología dentro de un siglo —no había necesidad de expresarlo de forma dramática; Susan y yo estábamos en el mismo barco en lo que se refería a periodos de tiempo tan largos—. Tú y yo no viviremos para verlo, pero puede que Ricky sí. Me pregunto qué elegirán.
Susan mantuvo el silencio durante unos momentos. Luego empezó a mover lentamente la cabeza de un lado a otro.
—Me encantaría que mi hijo viviese para siempre, pero… pero espero que él y todos los demás elijan la existencia normal.
Pensé en ello —en el dolor de las rodillas rotas, los corazones partidos y los huesos fracturados; en los riesgos a los que era susceptible; en lo que yo sufría.
Dudaba de que hubiese alguna forma de invertir la decisión. Si copiabas lo que eras en un ordenador, casi seguro que no podías volver atrás. Si la versión biológica de ti seguía existiendo, tendría una existencia totalmente independiente desde el momento en que se realizase el escán. No habría forma de reintegrar más adelante las dos versiones; sería como intentar forzar a dos gemelos idénticos a que compartiesen el mismo cuerpo.
No quedaban formas de vida inteligente en ninguno de los seis mundos que la nave espacial de Hollus había explorado. Quizá todas las especies terminaban las versiones biológicas de sus yoes en cuanto se creaban las versiones electrónicas. De hecho, quizá fuese lo más razonable, evitando de tal forma la alteración terrorista del mundo virtual. Era evidente, al menos en la Tierra, que había grupos que jamás aceptarían transferirse voluntariamente: los amish, los luditas y otros. Pero a ellos podría escaneárseles subrepticiamente, trasladándolos a un mundo virtual indistinguible de aquel que habían abandonado, en lugar de dejar por ahí seres de carne y hueso cuyos descendientes pudiesen destruir los ordenadores. Me pregunté si alguna de las especies que había trascendido había acabado lamentando su decisión.
Susan y yo nos preparamos para irnos a la cama. Ella acabó durmiéndose, pero yo me quedé despierto, mirando al techo oscuro, envidiando a los wreeds.
Poco después del diagnóstico, había atravesado las pocas cal es desde el RMO hasta la librería Chapters en Bloor Street y compré un ejemplar de On Death and Dying de Elisabeth Kübler-Ross. Señalaba las cinco fases de aceptar la muerte: negación y aislamiento, furia, negociación, depresión y aceptación; según mi propia estimación, estaba bien metido en la quinta, aunque había días en que me parecía seguir atrapado en la cuarta. En cualquier caso, casi todos recorrían las fases en la misma secuencia. ¿Era por tanto sorprendente que existiesen fases por las que pasaban todas las especies inteligente?
Cazadora recolectora.
Agricultura y crianza de animales.
Metalurgia.
Ciudades.
Monoteísmo.
Una época de descubrimientos.
Una era de la razón.
Energía atómica.
Viaje espacial.
Una revolución de la información.
Un flirteo con el viaje interestelar.
Y luego…
Y luego…
Y luego otra cosa.
Como darwinista, había pasado incontables horas explicándole a los profanos que la evolución no tiene meta, que la vida es un arbusto lleno de ramas, un desfile de adaptaciones cambiantes.
Pero ahora, quizá, parecía como si hubiese una meta, un resultado final.
El fin de la biología.
El fin del dolor.
El fin de la muerte.
Yo estaba, de forma visceral —una metáfora apropiada, invocar los intestinos, la biología y la humanidad—, completamente opuesto a renunciar a la existencia corpórea. La realidad virtual no era nada, sólo una fantasía monumental. Mi vida tenía sentido porque era real. Oh, estoy seguro de que podría usar un dispositivo de realidad virtual para enviarme a excavaciones simuladas, y podría encontrar fósiles simulados, incluso incluyendo descubrimientos (como, oh, no sé, digamos, una secuencia mostrando en un mil ar de pasos graduales el cambio de una especie a otra). Pero no tendría sentido; no sería más que un planeador disparado por un cañón. No habría la emoción del descubrimiento… los fósiles estarían ahí simplemente porque yo quería que estuviesen al í. Y no aportarían nada al conocimiento real de la evolución. Nunca sé por adelantado lo que voy a encontrar en una excavación… nadie lo sabe. Pero lo que sea que encuentres debe encajar en el vasto mosaico de hechos descubierto por Buckland, Cuvier, Mantell, Dolió, Von Huene, Cope, Marsh, los Sternberg, Lambe, Park, Andrews, Colbert, Russell el Viejo, Russell el Joven sin ningún parentesco con el anterior, Ostrom, Jensen, Bakker, Horner, Weishampel, Dodson, Dong, Zheng, Sereno, Chatterjee, Currie, Brett-Surman y todos los demás, los pioneros y mis contemporáneos. Era real; era parte del universo compartido.
Pero ahora, aquí estaba invirtiendo la mayor parte de mi tiempo con una simulación de realidad virtual. Sí, había un Hollus de carne y hueso en algún lugar, y sí, incluso le había conocido. Pero la mayor parte de mis interacciones se producían con algo generado, con un ciberfantasma. Uno podía acabar inmerso en un mundo artificial. Sí, claro que sí.
Abracé a mi mujer, saboreando la realidad.