50 Enseñar y aprender

Unas cuatro horas más tarde, el sudor que le corría a Nynaeve por el rostro no tenía mucho que ver con el calor impropio de la estación, y la mujer se preguntaba si no habría sido mejor que Neres la hubiese engañado. O que se hubiese negado a llevarlas más allá de Boannda. La última luz del atardecer se colaba, sesgada, a través de las ventanas, casi todas ellas con los cristales rotos. Aferrando con fuerza la falda, inducida por una mezcla de irritación e inquietud, intentó evitar mirar a las seis Aes Sedai reunidas alrededor de una de las toscas mesas próximas a la pared. Sus bocas se movían silenciosamente mientras conferenciaban tras una pantalla de saidar. Elayne mantenía alta la barbilla, y las manos enlazadas sosegadamente a la altura de la cintura, pero cierta tirantez alrededor de los ojos y en las comisuras de sus labios echaban a perder su aire regio. Nynaeve no estaba segura de querer saber lo que decían las Aes Sedai; un mazazo tras otro habían echado por tierra todas sus expectativas, sumiéndola en el aturdimiento. Otro golpe más y seguramente empezaría a chillar, y no sabía si sería de rabia o de puro histerismo.

Todo, excepto sus ropas, estaba colocado sobre aquella mesa; la flecha de plata de Birgitte, delante de la fornida Morvrin; los tres ter’angreal, frente a Sheriam, y los cofres dorados, frente a Myrelle. Ninguna de las mujeres parecía complacida. El semblante de Carlinya podría muy bien haber estado tallado en hielo, e incluso la maternal Anaiya ostentaba una expresión severa; y en el gesto de permanente sorpresa de Beonin había un atisbo de enojo. De enojo y de algo más. A veces Beonin hacía intención de tocar el blanco paño extendido primorosamente sobre el sello de cuendillar, pero su mano siempre quedaba suspendida a mitad de camino y luego retrocedía.

Nynaeve apartó los ojos de aquel paño. Sabía exactamente cuándo habían empezado a ir mal las cosas. Los Guardianes que los rodearon en el bosque mostraron un trato correcto, aunque frío, una vez que ella convenció a Ino y a los shienarianos para que envainaran las espadas. Y Min los acogió cálidamente con sonrisas y abrazos. Pero las Aes Sedai y las otras personas que iban por las calles ocupadas en sus quehaceres habían seguido caminando sin dedicar más que una mirada de soslayo al grupo escoltado. Salidar estaba bastante abarrotado, con hombres armados haciendo instrucción en casi cualquier espacio abierto. La primera persona que les hizo algún caso aparte de los Guardianes y Min fue la delgada hermana Marrón ante quien los llevaron, en lo que antaño había sido el salón de esa posada. Elayne y ella habían contado a Phaedrine Sedai la historia acordada anteriormente; o lo intentaron. A los cinco minutos de empezar, las dejó plantadas de pie allí y con orden estricta de no mover ni un pie ni hablar una palabra con nadie, ni siquiera entre ellas. Pasaron otros diez minutos, en los que intercambiaron miradas desconcertadas mientras a su alrededor Aceptadas y novicias, Guardianes, sirvientes y soldados iban y venían a las mesas donde las Aes Sedai estaban enfrascadas en papeles y daban enérgicas órdenes. Y entonces las habían conducido ante Sheriam y las demás con tanta rapidez que Nynaeve dudaba que sus pies hubiesen tocado el suelo dos veces. Y ahí fue cuando empezó el interrogatorio, más adecuado para prisioneras capturadas que para heroínas que regresaban. Nynaeve se enjugó con toquecitos el sudor de la cara; pero, tan pronto como el pañuelo estuvo guardado de nuevo en la manga, sus manos volvieron a aferrar la falda.

Elayne y ella no eran las únicas que estaban de pie sobre la llamativa alfombra de seda. Podría pensarse que Siuan, con un sencillo vestido de fina lana azul, el semblante impasible y completamente sereno, se encontraba allí por su gusto si no fuera porque Nynaeve sabía a qué atenerse. Parecía absorta en tranquilas reflexiones. Al menos Leane miraba a las Aes Sedai, pero también ella estaba aparentemente segura de sí misma. De hecho, en cierto modo más segura de sí misma de lo que recordaba Nynaeve. La mujer de tez broncínea daba incluso la impresión de ser más esbelta, más mimbreña en cierta manera. Quizá se debía al escandaloso vestido que llevaba puesto. El cuello de la prenda era tan alto como el que vestía Siuan, pero la seda verde se ceñía a todas sus curvas, y el tejido no llegaba a ser transparente por un pelo. Sin embargo, eran sus rostros los que verdaderamente habían dejado estupefacta a Nynaeve. En realidad no había esperado encontrarlas vivas a ninguna de las dos, y, ciertamente, no con una apariencia tan joven, sólo unos pocos años mayores que ella misma, como mucho. Ni una sola vez se cruzaron sus miradas. De hecho, Nynaeve creyó percibir una marcada frialdad entre ellas.

Había otra diferencia en las dos mujeres, una que Nynaeve empezaba a notar ahora. Aunque todo el mundo, incluida Min, se había mostrado discreto al respecto, en realidad nadie hacía un secreto del hecho de que las habían neutralizado, pero por primera vez la antigua Zahorí era verdaderamente consciente de la habilidad presente en Elayne y las demás. Así como de su ausencia en Siuan y Leane. Algo se les había arrebatado, extirpado. Era como una mutilación. Quizá la peor herida que una mujer podía recibir.

La curiosidad pudo más que ella. ¿Qué tipo de herida sería? ¿Qué se había extirpado? Ya puesta, podía aprovechar la aburrida espera, y la irritación entretejida con el nerviosismo. Buscó el contacto con el saidar

—¿Te ha dado alguien permiso para encauzar aquí, Aceptada? —inquirió Sheriam, y Nynaeve dio un respingo y cortó de inmediato el contacto con la Fuente Verdadera.

La Aes Sedai de verdes ojos regresó al frente de las demás de vuelta a sus desparejadas sillas, colocadas sobre la alfombra en un semicírculo que dejaba a las cuatro mujeres de pie como foco de atención. Algunas de las Aes Sedai habían cogido cosas de la mesa. Tomaron asiento y contemplaron fijamente a Nynaeve, toda emoción anterior absorbida por la calma habitual en ellas. Ninguno de aquellos rostros intemporales denotaba el calor reinante ni con una sola gota de sudor. Finalmente, Anaiya habló en un tono suavemente reprobador:

—Has estado lejos de nosotras mucho tiempo, pequeña. Habrás aprendido más o menos en el ínterin, pero aparentemente también es mucho lo que has olvidado.

Nynaeve se puso colorada e hizo una reverencia.

—Disculpadme, Aes Sedai. No era mi intención propasarme. —Confiaba en que creyeran que era la vergüenza lo que le hacía arder las mejillas. Pues claro que había estado lejos de ellas mucho tiempo. Sólo unas horas antes era ella quien daba las órdenes y los demás se ponían firmes cuando hablaba. Ahora se esperaba que fuera ella la que obedeciera con prontitud. Era un mal trago.

—Nos habéis contado una… historia interesante. —Saltaba a la vista que Carlinya no creía gran cosa de su relato. La hermana Blanca giró entre sus dedos la flecha de plata de Birgitte—. Y habéis obtenido algunas posesiones raras.

—La Panarch Amathera nos hizo mucho regalos, Aes Sedai —dijo Elayne—. Parecía estar convencida de que habíamos salvado su trono. —Aun pronunciadas en un tono perfectamente reposado, aquellas frases eran como caminar sobre una fina capa de hielo. No sólo a Nynaeve la irritaba haber perdido la libertad de acción. El terso semblante de Carlinya se puso tenso.

—Habéis traído noticias perturbadoras —intervino Sheriam—. Y algunas… cosas inquietantes. —Sus ojos, ligeramente rasgados, se volvieron hacia la mesa, al plateado a’dam, y después se posaron de nuevo con firmeza sobre Elayne y Nynaeve. Desde que habían sabido lo que era y para qué servía, la mayoría de las Aes Sedai lo habían tratado como si fuese una víbora. Casi todas.

—Si hace lo que estas chiquillas afirman —adujo Morvrin con aire ausente—, debemos estudiarlo. Y si Elayne cree de verdad que es capaz de hacer un ter’angreal… —La hermana Marrón sacudió la cabeza. Su atención estaba centrada realmente en el retorcido anillo de piedra, con las motas y las vetas rojas, azules y marrones, que sostenía en una mano. Los otros dos ter’angreal reposaban en su amplio regazo—. ¿Dices que esto viene de Verin Sedai? ¿Y cómo es que nunca mencionó su existencia? —La última pregunta no iba dirigida a Nynaeve o Elayne, sino a Siuan.

Siuan frunció el entrecejo, pero no era el feroz ceño que Nynaeve recordaba. Apuntaba un atisbo de prevención, como si supiera que hablaba con sus superiores, e igual ocurría con su voz. Ése era otro cambio que a Nynaeve le costaba trabajo creer.

—Verin no me habló nunca de él. Me encantaría poder hacerle unas cuantas preguntas.

—Y yo tengo algunas preguntas sobre esto. —La tez olivácea de Myrelle se ensombreció mientras desdoblaba un papel muy familiar (¿por qué lo habrían guardado?) y leyó en voz alta—: «Lo que hace el portador de este documento lo hace bajo mis órdenes y mi autoridad. Obedeced y guardad silencio, siguiendo mi mandato. Siuan Sanche, Vigilante de los Sellos, Llama de Tar Valon, la Sede Amyrlin». —Apretó el puño y estrujó la hoja de papel y el sello—. No es algo que deba entregarse a una Aceptada.

—En ese momento no sabía en quién podía confiar —respondió sosegadamente Siuan. Las seis Aes Sedai la miraron de hito en hito—. Por entonces tenía autoridad para actuar como considerara conveniente. —Las seis Aes Sedai no pestañearon. La voz de Siuan adquirió un ligero timbre de exasperada súplica—. No podéis exigirme que responda por hacer lo que debía hacer cuando tenía perfecto derecho de hacerlo. Cuando el barco hace agua, tapas el agujero con lo que tienes a mano.

—¿Y por qué no nos lo contaste? —inquirió quedamente Sheriam, aunque con un atisbo de dureza en la voz. Como Maestra de las Novicias nunca había levantado la voz, aunque a veces uno habría preferido que lo hiciera—. Tres Aceptadas, ¡Aceptadas!, sacadas de la Torre para dar caza a trece hermanas del Ajah Negro. ¿Es que utilizas niñas para tapar el agujero en tu barco, Siuan?

—No somos niñas —replicó, acalorada, Nynaeve—. Varias de esas trece hermanas están muertas, y desbaratamos sus planes en dos ocasiones. En Tear, las…

—Ya nos habéis contado lo de Tear, muchacha —la cortó Carlinya como una afilada hoja de hielo—. Y lo de Tanchico. Y la derrota infligida a Moghedien. —Su boca se torció en una mueca sesgada. Ya había manifestado que Nynaeve había sido una necia por no mantener la mayor distancia posible entre una Renegada y ella, y que tenía suerte de haber salido con vida del encuentro. El hecho de que Carlinya tuviera tanta razón al decir eso (por supuesto no lo habían contado todo) sólo consiguió que el nudo que Nynaeve tenía en el estómago se apretara un poco más—. Sois unas niñas, y tendréis suerte si no decidimos daros unos azotes. Ahora, guardad silencio hasta que se os dé permiso para hablar.

Nynaeve se puso roja como la grana y esperó que lo interpretaran como azoramiento; guardó silencio.

—¿Y bien? —instó Sheriam, que no había apartado la vista de Siuan—. ¿Por qué no mencionaste en ningún momento que habías enviado a tres chiquillas a cazar leonas?

Siuan respiró hondo, enlazó las manos y agachó la cabeza con gesto arrepentido.

—No parecía significativo, Aes Sedai, con tantas otras cosas importantes. No he ocultado nada cuando había la más mínima razón para contarlo. He explicado hasta el último detalle que conocía sobre el Ajah Negro. Hacía tiempo que ignoraba dónde estaban estas dos jóvenes y lo que se traían entre manos. Lo importante es que ahora están aquí, y con esos tres ter’angreal. Debéis comprender lo que significa el tener acceso al estudio de Elaida, a sus papeles, aunque sólo sean fragmentos. De no ser por eso, no os habríais enterado de que sabe dónde estáis hasta que hubiese sido demasiado tarde.

—Nos damos cuenta de eso —manifestó Anaiya mientras miraba de soslayo a Morvrin, que seguía contemplando el anillo de piedra con el ceño fruncido—. Sólo que, tal vez, nos cogen un poco de sorpresa los medios.

—El Tel’aran’rhiod —musitó Myrelle—. Vaya, pero si se ha convertido en un mero asunto de discusiones eruditas en la Torre, casi una leyenda. Y las caminantes de sueños Aiel. ¿Quién habría imaginado que las Sabias Aiel pueden encauzar, y mucho menos hacer esto?

Nynaeve deseó haber podido mantener tal circunstancia en secreto —como la verdadera identidad de Birgitte y unas cuantas cosas más que había logrado guardar para sí— pero resultaba muy difícil evitar que a una se le escaparan cosas cuando la están interrogando mujeres capaces de horadar rocas con una mirada cuando se lo proponen. En fin, suponía que debía alegrarse de que se conformaran con lo que tenían. Una vez que se mencionó el Tel’aran’rhiod y el hecho de que podían entrar en él, un ratón habría metido en cintura a gatos antes que las mujeres hubiesen renunciado a hacer pregunta tras pregunta.

Leane se adelantó medio paso, sin mirar a Siuan.

—Lo importante es que con estos ter’angreal podéis hablar con Egwene, y a través de ella con Moraine. Entre ambas no sólo podréis tener vigilado a Rand al’Thor, sino influir en él incluso estando en Cairhien.

—A donde se dirigió desde el Yermo de Aiel —intervino Siuan—, donde pronostiqué que estaría. —Aunque sus ojos estaban prendidos en las Aes Sedai y sus palabras iban dirigidas a ellas, era obvio que el timbre áspero estaba destinado a Leane.

—De mucho sirvió. Para enviar a dos Aes Sedai al Yermo a la caza de espejismos —gruñó la antigua Guardiana.

Oh, sí, definitivamente allí había una gran frialdad.

—Basta, niñas —acotó Anaiya como si realmente fuesen unas crías y ella una madre acostumbrada a sus pueriles peleas. Dirigió a las otras Aes Sedai una mirada significativa—. Será muy positivo poder hablar con Egwene.

—Si es que funciona como afirman —dijo Morvrin mientras hacía saltar sobre la palma el anillo de piedra y toqueteaba los otros ter’angreal que tenía en el regazo. La mujer era de las que no creerían que el cielo era azul sin tener pruebas.

—Sí —asintió Sheriam—. Ésa será vuestra primera tarea, Elayne, Nynaeve. Tendréis ocasión de enseñar a Aes Sedai, de mostrarnos cómo utilizarlos.

Nynaeve hizo una reverencia mientras enseñaba los dientes; si preferían, podían interpretar el gesto como una sonrisa. ¿Enseñarles? Sí, y de ese modo jamás volverían a tener a su alcance ni el anillo ni los otros ter’angreal. La reverencia de Elayne fue aun más estirada, y su rostro semejaba una fría máscara. Sus ojos se desviaron hacia aquel estúpido a’dam casi con anhelo.

—Las cartas de valores nos serán útiles —comentó Carlinya. Con toda su frialdad y lógica del Ajah Blanco todavía se percibía irritación por el modo en que acortaba las palabras—. Gareth Bryne siempre quiere más oro del que tenemos, pero con ellas tal vez podamos satisfacer sus demandas.

—Sí —convino Sheriam—. Y también debemos coger la mayor parte del dinero. Cada día hay más bocas que alimentar y más cuerpos que vestir, aquí y en cualquier parte.

Elayne hizo un elegante asentimiento de cabeza, como si no fueran a disponer del dinero tanto si quería como si no, pero Nynaeve se limitó a esperar. El oro, las cartas de valores e incluso los ter’angreal sólo eran una parte.

—En cuanto al resto —continuó Sheriam—, hemos llegado a la conclusión de que abandonasteis la Torre cumpliendo una orden, por errónea que ésta fuera, y no se os puede responsabilizar por ello. Ahora que estáis de vuelta con nosotras sanas y salvas, reanudaréis vuestros estudios.

Nynaeve, que había estado conteniendo la respiración, soltó lentamente el aire. Era más de lo que había esperado desde que había empezado el interrogatorio. No es que le gustara, pero por una vez nadie iba a acusarla de tener mal genio; sobre todo en un momento en que resultaría contraproducente.

—¡Pero…! —barbotó impetuosamente Elayne, por el contrario. Aunque Sheriam la cortó antes de que pudiese añadir nada más.

—Reanudaréis vuestros estudios. Las dos sois muy fuertes con el Poder, pero no sois Aes Sedai todavía. —Aquellos verdes ojos se quedaron prendidos en ellas hasta que la mujer estuvo segura de que lo habían entendido bien, y entonces siguió hablando, ahora con un tono más afable, aunque todavía firme—. Habéis regresado con nosotras, y, si Salidar no es la Torre Blanca, para vosotras es como si lo fuera. Por lo que nos habéis contado en esta última hora, todavía queda mucho más por contar. —Nynaeve tuvo un sobresalto, pero los ojos de Sheriam volvieron de nuevo hacia el a’dam—. Lástima que no trajeseis a la seanchan con vosotras. Eso sí que es algo que deberíais haber hecho. —Por alguna razón, Elayne se puso muy colorada y, aparentemente, furiosa al mismo tiempo. En cuanto a ella, sólo sintió un gran alivio de que la mujer se refiriese sólo a la seanchan—. Empero, a unas Aceptadas no se les puede pedir cuentas por no pensar como Aes Sedai —prosiguió Sheriam—. Siuan y Leane tendrán muchas preguntas que haceros. Cooperaréis con ellas y responderéis del mejor modo que sepáis. Confío en que no habré de recordaros que no penséis aprovecharos de su actual condición. Algunas Aceptadas, y hasta algunas novicias, se creyeron en el derecho de juzgar quién era responsable de los acontecimientos, e incluso tomarse la justicia por su mano. —Su suave tono se tornó acerado—. Esas jóvenes están lamentando profundamente su equivocación. ¿Es menester que lo aclare más?

Nynaeve anduvo aun más presta que Elayne en asegurar que no era preciso, lo que es tanto como decir que casi balbucieron en su prisa por responder. Nynaeve no había pensado responsabilizar a nadie de lo ocurrido —a su modo de ver, la culpa habría que echársela a todas las Aes Sedai— pero no quería que Sheriam se enfadase con ella. Cuando fue plenamente consciente de lo que significaba esta última idea, sintió una gran amargura; ciertamente, los días de libertad habían acabado.

—Bien. Ahora podéis coger las joyas que la Panarch os dio y la flecha, un regalo que quiero que me expliquéis cuando haya tiempo, y marcharos. Una de las otras Aceptadas os encontrará un sitio para que durmáis. Lo de conseguir vestidos apropiados ya no es tarea tan fácil, pero se encontrarán. Confío en que dejaréis atrás vuestras… aventuras y ocuparéis de nuevo el lugar que os corresponde sin sobresaltos. —Aunque sin expresarlo con palabras, era obvia la promesa de que si no ocurría así los castigos les lloverían hasta hacerlas entrar en razón. Sheriam asintió, satisfecha, cuando vio que lo entendían bien.

Beonin no había pronunciado una palabra desde que habían quitado la pantalla aislante de saidar; pero, cuando Nynaeve y Elayne hacían la oportuna reverencia antes de salir, la hermana Gris se puso de pie y fue hacia la mesa donde estaban expuestas las cosas que habían llevado consigo.

—¿Y qué pasa con esto? —demandó con su fuerte acento tarabonés mientras retiraba con brusquedad el paño blanco que cubría el sello de la prisión del Oscuro. Para variar, sus grandes ojos de color azul traslucían más ira que sobresalto—. ¿Es que no va a haber más preguntas sobre esto? ¿Acaso tenéis intención de pasarlo por alto, como si no existiera?

El disco negro y blanco, colocado junto a la bolsa de gamuza, estaba partido en una docena o más de trozos que se habían vuelto a encajar lo mejor posible.

—Estaba en una pieza cuando lo guardamos en la bolsa. —Nynaeve hizo una pausa para humedecer con saliva la reseca boca. Por mucho que antes había evitado mirar el paño que lo cubría, ahora era incapaz de apartar los ojos del sello. Leane había sonreído de oreja a oreja cuando vio el vestido rojo que envolvía la bolsa con el disco y comentó que… No, no iba a dar largas al asunto, ni siquiera para sus adentros—. ¿Por qué íbamos a tomar precauciones especiales? ¡Es cuendillar!

—No lo miramos ni lo tocamos más que lo estrictamente necesario —añadió Elayne con un hilo de voz—. La sensación que daba era de algo repugnante, perverso. —Ya no ocurría así. Carlinya les había hecho coger un trozo a cada una, exigiendo saber de qué sensación de maldad estaban hablando.

Habían explicado lo mismo una y otra vez, y tampoco ahora nadie les prestó atención. Sheriam se levantó y se dirigió hacia la mesa, junto a la Gris de cabello dorado.

—No pasamos nada por alto, Beonin. Hacer más preguntas a estas muchachas no servirá de nada. Nos han dicho todo lo que saben.

—Plantear preguntas nunca está de más —adujo Morvrin, pero había dejado de toquetear los ter’angreal para mirar el sello con tanta intensidad como todas. Sería cuendillar, lo que habían confirmado Beonin y ella tras examinarlo, pero había partido un trozo sólo con sus manos.

—¿Cuántos de los siete aguantarán intactos todavía? —preguntó quedamente Myrelle, como si hablase consigo misma—. ¿Cuánto tiempo falta para que el Oscuro se libere y tenga lugar la Última Batalla? —Todas las Aes Sedai hacían un poco de todo, según sus habilidades e inclinaciones, pero cada Ajah tenía su propia razón de ser. Las Verdes, que se autodenominaban el Ajah de las Batallas, se mantenían en forma para enfrentarse a los nuevos Señores del Espanto en la Última Batalla. En la voz de Myrelle se advertía un dejo casi de ansiedad.

—Tres —repuso Anaiya con voz temblorosa—. Todavía aguantan tres. Si es que no hay algo nuevo que ignoramos. Roguemos por que no sea así. Roguemos por que tres sean suficientes.

—Y roguemos por que esos tres sean más resistentes que éste —musitó Morvrin—. El cuendillar no puede romperse así, siendo cuendillar. Es imposible.

—Discutiremos sobre esto más adelante —dijo Sheriam—, después de ocuparnos de otros asuntos más urgentes sobre los que sí podemos hacer algo. —Cogió el paño a Beonin y cubrió de nuevo el sello roto—. Siuan, Leane, hemos tomado una decisión respecto a… —Se calló de repente mientras se volvía hacia Elayne y Nynaeve—. ¿No os dije que os marchaseis? —A despecho de su aparente calma exterior, la agitación que la sacudía por dentro se hizo patente por el hecho de haberse olvidado de su presencia.

—Con vuestro permiso, Aes Sedai —farfulló precipitadamente Nynaeve mientras hacía otra reverencia, y se escabulló hacia la puerta.

Sin mover un solo músculo, las Aes Sedai, así como Siuan y Leane, las siguieron con la mirada a las dos. Nynaeve sentía los ojos de las mujeres como si las empujaran. Elayne caminaba ni un ápice más despacio que ella, a pesar de que echó otra ojeada al a’dam.

Una vez que la antigua Zahorí hubo cerrado la puerta y pudo recostarse en la hoja de madera sin pintar, apretando contra los senos el cofre dorado, respiró a gusto por primera vez —o ésa era la impresión que tenía— desde que había entrado en el salón de la vieja posada. No quería pensar en el sello roto. Otro sello roto. No, no quería. Esas mujeres serían capaces de trasquilar una oveja con sus ojos. Casi deseaba ser testigo de su primer encuentro con las Sabias; si es que no se encontraba justo en medio. No había sido precisamente fácil la primera vez que fue a la Torre, aprendiendo a hacer lo que le mandaban otras, a agachar la cabeza. Después de tantos meses de ser ella la que daba órdenes —bueno, después de consultar con Elayne… casi siempre—, no sabía cómo iba a volver a lo de antes.

El salón, con el techo de yeso desconchado y los hogares de piedra a punto de venirse abajo, seguía siendo la misma colmena atareada que cuando había entrado en él por primera vez. Ahora nadie le dedicó más que una mirada de soslayo, y ella les prestó aun menos atención. Un nutrido grupo de personas las aguardaba a Elayne y a ella.

Thom y Juilin, sentados en un banco apoyado contra la pared de yeso, sostenían una conversación, muy juntas las cabezas, con Ino, que estaba en cuclillas delante de ellos, la empuñadura de la larga espada asomando por encima de su hombro. Areina y Nicola, que lo observaban todo con pasmo aunque procuraban disimularlo, ocupaban otro banco con Marigan, que miraba cómo Birgitte intentaba distraer a Jaril y Seve haciendo torpes juegos malabares con tres de las bolas de madera pintadas de colores de Thom. Arrodillada detrás de los críos, Min les hacía cosquillas y les hablaba al oído, pero los niños no hacían otra cosa que agarrarse el uno al otro y mirar en silencio, con aquellos ojos demasiado abiertos.

Sólo otras dos personas en toda la sala estaban aparentemente ociosas. Dos de los tres Guardianes de Myrelle se apoyaban contra la pared, conversando, unos cuantos pasos más allá de los bancos, justo en el lado donde estaba la puerta trasera que conducía al pasillo de la cocina: Croi Makin, un joven andoreño de cabello rubio, agraciado perfil y con la dura esbeltez de una esquirla de roca; y Avar Hachami, de nariz aguileña y mandíbula cuadrada, con un espeso bigote surcado de canas que parecía un par de cuernos curvados hacia abajo. Nadie habría considerado guapo a Hachami ni siquiera antes de que la mirada de sus oscuros ojos le hubiera hecho tragar saliva. Ninguno de los dos miraba a Ino o a Thom o a cualquiera de los otros, naturalmente. Sólo era una casualidad que únicamente ellos dos entre tanta gente ocupada no tuviesen nada que hacer y que hubiesen escogido precisamente ese sitio para holgar, por supuesto.

Birgitte dejó caer una de las bolas cuando vio a Nynaeve y a Elayne.

—¿Qué les dijisteis? —preguntó en voz queda, sin apenas echar una fugaz ojeada a la flecha de plata que Elayne llevaba en la mano. La aljaba colgaba de su cinturón, pero el arco estaba recostado contra la pared.

Nynaeve se acercó más, aunque puso un gran empeño en no mirar hacia Makin y Hachami. Y con igual cuidado bajó el tono de voz y fue parca en darle énfasis:

—Les dijimos todo lo que querían saber.

—Están enteradas de que eres una buena amiga que nos ha ayudado —añadió Elayne mientras posaba la mano en el brazo de Birgitte—. Eres bienvenida y puedes quedarte aquí, al igual que Areina, Nicola y Marigan.

Sólo cuando se disipó parte de la tensión de la arquera, comprendió Nynaeve cuánta había habido en el salón y el grupo. Birgitte recogió la bola amarilla que se le había caído y le lanzó suavemente todas a Thom, quien las atrapó con una sola mano y las hizo desparecer en un abrir y cerrar de ojos. La mujer rubia esbozaba una débil sonrisa de alivio.

—No sé cómo expresaros lo contenta que estoy de veros a las dos —dijo Min, por cuarta o quinta vez como mínimo. Tenía el pelo más largo, aunque seguía pareciendo un gorro oscuro, y había en ella algo diferente si bien Nynaeve no acababa de dar con ello. Cosa sorprendente, unas flores recién bordadas recorrían las solapas de su chaqueta; siempre había llevado ropas lisas y muy sencillas—. Un rostro amigo es poco corriente aquí. —Sus ojos se desviaron un fugaz instante hacia los Guardianes—. Tenemos que encontrar un sitio donde ponernos cómodas y mantener una larga charla. Estoy impaciente por saber en qué habéis estado metidas desde que os marchasteis de Tar Valon.

Y también contarles en lo que había estado metida ella, si Nynaeve no se equivocaba en su suposición.

—También a mí me encantaría hablar contigo —repuso Elayne, muy seria. Min la miró y después suspiró y asintió con la cabeza, aunque no tan deseosa como un momento antes.

Thom, Juilin e Ino se plantaron detrás de Birgitte y Min; sus rostros traslucían aquella expresión que adoptaban los hombres cuando se proponían decir cosas que pensaban que no le gustaría oír a una mujer. Antes de que tuviesen ocasión de abrir la boca, sin embargo, una mujer de cabello rizoso, vestida con las ropas de Aceptada, se abrió paso sin contemplaciones entre Juilin e Ino, les asestó una mirada severa, y se plantó delante de Nynaeve.

El vestido de Faolain, con las siete bandas de colores en el dobladillo, una por cada Ajah, no estaba tan blanco como debería; la expresión severa de su rostro se había acentuado por un gesto ceñudo.

—Me sorprende verte aquí, espontánea. Creí que habías regresado corriendo a tu pueblo. Y que nuestra buena heredera del trono había vuelto con su madre.

—Y tú, Faolain, ¿sigues con tu afición de agriar la leche por gusto? —inquirió Elayne.

Nynaeve mantuvo el gesto apacible. A duras penas. Dos veces en la Torre a Faolain le habían asignado la tarea de enseñarle algo; para ponerla en su sitio, en su opinión. Aun en el caso de que tanto la maestra como la pupila fueran Aceptadas, la primera ostentaba el rango de Aes Sedai mientras durase la lección, y Faolain aprovechó esta circunstancia al máximo. La mujer de cabello rizoso había pasado ocho años como novicia y otros cinco más como Aceptada, y no le hacía ninguna gracia que Nynaeve no hubiese sido novicia en ningún momento ni que Elayne hubiese llevado el vestido completamente blanco durante menos de un año. Dos lecciones de Faolain y dos visitas de Nynaeve al estudio de Sheriam por obstinación, mal genio y una lista tan larga como su brazo.

—Me he enterado de que Siuan y Leane han recibido un trato muy desagradable por parte de alguien —dijo Nynaeve, manteniendo un tono ligero—. Creo que Sheriam tiene intención de dar un castigo ejemplar a esa persona para que no se repita nunca algo parecido. —Su mirada sostuvo la de la otra mujer sin vacilación, y los ojos de Faolain se abrieron en un gesto de alarma.

—No he hecho nada desde que Sheriam… —La Aceptada cerró la boca de golpe y su rostro enrojeció violentamente. Min se tapó la boca con la mano, y Faolain giró rápidamente la cabeza para observar a las otras mujeres, desde Birgitte hasta Marigan. Hizo un brusco ademán a Nicola y a Areina—. Supongo que vosotras dos serviréis. Venid conmigo. Ahora, no os hagáis las remolonas.

Las dos mujeres se pusieron de pie lentamente, Areina con expresión desconfiada y Nicola toqueteando nerviosamente la cintura de su vestido. Adelantándose a Nynaeve, Elayne se interpuso entre ellas y Faolain, con la barbilla levantada y una imperiosa mirada en sus azules ojos.

—¿Para qué las necesitas?

—Obedezco las órdenes de Sheriam Sedai —respondió Faolain—. En mi opinión son demasiado mayores para someterse a las pruebas por primera vez, pero hago lo que me mandan. Con cada grupo de lord Bryne que recluta hombres va una hermana y hace pruebas a mujeres incluso tan mayores como Nynaeve. —Su repentina sonrisa podría haberla esbozado una víbora—. ¿Es que habré de informar a Sheriam Sedai que lo desapruebas, Elayne? ¿Tengo que decirle que no permites que a tus criadas se las examine?

La barbilla de Elayne bajó un poco durante esta parrafada, pero por supuesto no podía ceder, simplemente. Necesitaba que alguien hiciese una maniobra de distracción. Nynaeve tocó a Faolain en el hombro.

—¿Han encontrado muchas? —preguntó.

A despecho de sí misma, la mujer giró la cabeza y, cuando volvió a mirar al frente, Elayne ya estaba tranquilizando a Areina y a Nicola, explicándoles que nadie les haría daño ni las obligaría a nada. Nynaeve no habría puesto la mano en el fuego por esto último. Cuando las Aes Sedai encontraban a alguien con el don innato, como Elayne o Egwene, alguien que finalmente encauzaría ni que quisiera ni que no, no se andaban con reparos para someterla al entrenamiento ya fuera de buen grado o a la fuerza. Parecían más indulgentes con aquellas que podían hacerlo tras un aprendizaje, pero que jamás tocarían el saidar sin enseñanza; y también con las espontáneas, aquellas —una de cada cuatro— que habían sobrevivido pese a aprender por sí mismas, por lo general sin saber lo que habían hecho, con lo que a menudo se provocaban una especie de bloqueo que impedía el acceso al Poder, como era el caso de Nynaeve. En teoría, podían elegir entre ir a la Torre para instruirse o quedarse. Nynaeve había escogido lo primero, pero sospechaba que si hubiese hecho lo contrario habría tenido que ir de todas formas, puede que incluso atada de pies y manos de ser menester. Cualquier mujer que tuviera la más ligera posibilidad de unirse a las Aes Sedai tenía tantas posibilidades de elegir como las de un cordero en una festividad.

—Tres —contestó Faolain al cabo de un momento—. Tanto esfuerzo para encontrar tres. Una de ellas, espontánea. —Realmente no le gustaban las espontáneas—. No entiendo por qué están tan ansiosas por encontrar novicias. No podrán ascender al rango de Aceptadas hasta que hayamos recuperado la Torre. Y todo es culpa de Siuan Sanche y de Leane. —Un tic nervioso le contrajo un músculo de la cara, como si comprendiera que este comentario podía entenderse como acoso a las antiguas Amyrlin y Guardiana. Agarró a Areina y a Nicola de un brazo—. Vamos. Cumplo órdenes y si hay que haceros las pruebas se os harán, ni que perdamos tiempo ni que no.

—Qué mujer tan desagradable —murmuró Min siguiendo con la mirada a la Aceptada, que sacaba a las dos mujeres de la sala casi a empujones—. Si hubiese justicia en el mundo, el futuro que le aguarda debería ser poco grato.

A Nynaeve le habría gustado preguntar a Min qué visión había tenido de la mujer de cabello rizoso —había cientos de preguntas que deseaba hacerle— pero Thom y los otros dos hombres se plantaron firmemente delante de ella y de Elayne, Juilin e Ino a uno y otro lado, de modo que entre los tres tenían una visión completa de la sala. Birgitte condujo a Jaril y a Seve junto a su madre, quedándose fuera del asunto. Min también sabía lo que se proponían los hombres a juzgar por la mirada triste que les dedicó; pareció a punto de decir algo, pero al final se encogió de hombros y se reunió con Birgitte.

Por la expresión en el rostro de Thom, el juglar podía estar a punto de hacer un comentario sobre el tiempo o preguntar qué había de comida; nada importante.

—Este sitio está lleno de peligrosos necios y soñadores. Creen que pueden deponer a Elaida. Ése es el motivo de que Gareth Bryne se encuentre aquí, para reunir un ejército.

La sonrisa de Juilin le llegó de oreja a oreja.

—Nada de necios. Mujeres y hombres chiflados. No me importa si Elaida ya estaba allí el día en que Logain nació. Están locos si creen que pueden derrocar desde aquí a una Amyrlin instalada en la Torre Blanca. Podríamos llegar a Cairhien en un mes, tal vez.

—Ragan y unos cuantos de los otros ya les han echado el ojo a los caballos que se pueden coger prestados. —También Ino sonreía; el gesto resultaba incongruente con el furibundo ojo rojo del parche—. Los guardias están apostados para detectar a los que llegan, no a los que salen. Podemos despistarlos en el bosque. Pronto se hará de noche y nunca nos encontrarán. —El que las mujeres se pusieran sus anillos de la Gran Serpiente al pisar la orilla del río había hecho milagros con su lenguaje. Aunque al parecer recuperaba de inmediato su habitual estilo cuando pensaba que no lo oían.

Nynaeve miró a Elayne, que sacudió levemente la cabeza. La muchacha aguantaría cualquier cosa con tal de llegar a Aes Sedai. ¿Y ella? Había pocas probabilidades de que pudiesen influir en estas Aes Sedai para que apoyaran a Rand si, por el contrario, habían decidido controlarlo. Más bien no había ninguna; más le valía ser realista. Y, sin embargo… Y sin embargo estaba la Curación. No aprendería nada en Cairhien, pero aquí… A menos de diez pasos de ella, Therva Maresis, una esbelta Amarilla de nariz larga, punteaba metódicamente una lista en un pergamino con su pluma. Un Guardián calvo y con negra barba se encontraba de pie cerca de la puerta, conversando con Nisao Dachen; la Aes Sedai no le llegaba al hombro aunque el hombre era de estatura normal. Por el contrario, Dagdara Finchey era tan corpulenta como cualquier hombre presente en la sala y más alta que la mayoría; departía con un grupo de novicias delante de una de las chimeneas apagadas, enviándolas con encargos a una tras otra. Nisao y Dagdara también eran del Ajah Amarillo, y se decía que Dagdara, cuyo cabello canoso apuntaba una edad muy avanzada en una Aes Sedai, sabía más sobre la Curación que cualesquiera otras dos hermanas Amarillas juntas. Sería distinto si yendo con Rand pudiese hacer algo útil por él; tal y como estaban las cosas, sólo vería cómo se volvía loco. Si hacía progresos con la Curación, a lo mejor encontraba un modo de detener esa demencia. Para su gusto, eran muchas las cosas que las Aes Sedai dejaban correr al considerarlas irremediables.

Todas aquellas ideas pasaron por su mente en el tiempo que empleó en mirar a Elayne y volverse de nuevo hacia los hombres.

—Nos quedamos aquí. Ino, si tú y los otros queréis reuniros con Rand, sois libres de hacerlo en lo que a mí respecta. Me temo que ya no tengo dinero para ayudaros.

El oro del que se habían apropiado las Aes Sedai hacía falta, como habían dicho, pero no podía evitar encogerse al pensar en las contadas monedas de plata que quedaban en su bolsillo. Estos hombres la habían seguido —y a Elayne, claro es— por motivos más o menos equivocados, pero eso no la eximía de su responsabilidad hacia ellos. Su lealtad era para Rand, y no había razón para que entraran en conflicto con la Torre Blanca. Echó una ojeada al cofre dorado, y añadió de mala gana:

—Pero tengo algunas joyas que podéis vender durante el viaje.

—Tú también debes irte, Thom —dijo Elayne—. Y tú, Juilin. No tiene sentido que os quedéis aquí. Nosotras ya no os necesitamos, pero Rand sí. —Trató de soltar en las manos de Thom su cofrecillo de joyas, pero el juglar rehusó cogerlo.

Los tres hombres intercambiaron miradas, siguiendo su irritante costumbre, e Ino llegó incluso a poner en blanco su único ojo. A Nynaeve le pareció que Juilin murmuraba algo entre dientes sobre que ya les había advertido que eran unas cabezotas.

—Quizá dentro de unos días —contestó Thom.

—Sí, dentro de unos días —ratificó Juilin.

—No me vendría mal un corto descanso si es que voy a tener que huir de unos Guardianes la mitad del camino hasta Cairhien —convino Ino mientras asentía.

Nynaeve les asestó la mirada más fría de su repertorio y se dio un deliberado tirón de la trenza. Elayne tenía la barbilla más levantada que nunca, y en sus azules ojos había bastante altivez para partir hielo. A esas alturas, Thom y los otros debían conocerlas lo suficiente para saber lo que significaban tales señales: no les iban a consentir sus tonterías.

—Si pensáis que todavía cumplís las órdenes de Rand al’Thor de que nos cuidéis… —empezó Elayne en un tono gélido.

—Prometisteis hacer lo que se os mandase —dijo al mismo tiempo Nynaeve—, y estoy dispuesta a…

—No es nada de eso —las interrumpió Thom mientras retiraba uno de los mechones rubios del rostro de Elayne con su nudoso índice—. En absoluto. ¿Es que un hombre viejo y tullido no tiene derecho a disfrutar de un pequeño descanso?

—A decir verdad —intervino Juilin—, sólo me quedo porque Thom me debe dinero. Se me dan bien los dados.

—¿Acaso esperáis que les robemos veinte caballos a los Guardianes como si fuera coser y cantar? —gruñó Ino. Por lo visto había olvidado que acababa de sugerir hacer eso exactamente.

Elayne los miraba de hito en hito, demasiado pasmada para hablar, e incluso Nynaeve no sabía qué decir. A lo que habían llegado. Ni siquiera eran capaces de ponerlos nerviosos. El problema era que dentro de sí había sentimientos enfrentados. Había decidido que se marcharan, y no porque no quisiera que estuvieran por allí viéndola hacer reverencias y fregando suelos. En absoluto. Empero, con la situación en Salidar tan distinta de lo que había esperado, tenía que admitir, por mucho que le costara, que resultaría… reconfortante saber que Elayne y ella contaban con alguien más aparte de Birgitte. Y no es que pensara aceptar la oferta de escapar, naturalmente —si es que podía llamarse así—, en ninguna circunstancia. Sólo que la presencia de los hombres sería… reconfortante. Aunque ciertamente no se lo daría a entender a ellos. Bueno, no llegarían a descubrirlo puesto que iban a marcharse, pensaran lo que pensaran. A Rand sí le vendría bien su ayuda, mientras que aquí lo único que harían sería estorbar. Sin embargo…

La puerta sin pintar se abrió y salió Siuan, seguida de Leane. Las dos mujeres se miraron con frialdad y después Leane soltó un resoplido y se alejó con unos movimientos increíblemente sinuosos, pasó delante de Croi y Avar y desapareció en el corredor que conducía a la cocina. Nynaeve frunció ligeramente el entrecejo. En medio de todo aquel alarde de frialdad había surgido un fugaz destello, algo tan momentáneo que se le habría pasado por alto si no hubiese ocurrido justo delante de sus ojos.

Siuan se volvió hacia ella y, de repente, se quedó inmóvil mientras su rostro se tornaba inexpresivo. Alguien más se había unido al reducido grupo.

Gareth Bryne, con el abollado peto abrochado encima de la sencilla chaqueta de ante y los guanteletes reforzados con acero en el envés metidos bajo el talabarte, irradiaba autoridad. El cabello encanecido y el rostro franco le otorgaban la apariencia de un hombre que ha visto y sufrido cuanto hay que ver y sufrir, un hombre que soportaría cualquier cosa.

Elayne sonrió e hizo una elegante reverencia. Una reacción totalmente distinta de su mirada estupefacta, al entrar en Salidar, cuando lo reconoció al final de la calle.

—No diré que sea estupendo veros aquí, lord Gareth. He sabido que surgieron ciertas dificultades entre mi madre y vos, pero estoy segura de que pueden arreglarse. Ya sabéis que madre es impulsiva a veces. Acabará rectificando y os pedirá que volváis a ocupar el lugar que os corresponde en Caemlyn, podéis estar seguro.

—Lo hecho, hecho está, Elayne.

Haciendo caso omiso de su pasmo —Nynaeve dudaba que nadie que conociese el rango de la joven la hubiese tratado jamás con tanta descortesía— se volvió hacia Ino.

—¿Habéis pensado en lo que os dije? La shienariana es la mejor caballería pesada del mundo, y tengo muchachos que son justo los más indicados para recibir el entrenamiento adecuado.

Ino frunció el entrecejo y su único ojo fue de Elayne a Nynaeve. Luego, lentamente, asintió.

—No tengo nada mejor que hacer —manifestó—. Les preguntaré a los otros.

—Con eso me basta. —Bryne le palmeó el hombro—. Y vos, Thom Merrilin. —El juglar se había dado media vuelta cuando el otro hombre se acercó, y se atusaba los bigotes mientras mantenía la vista fija en el suelo, como para ocultar su rostro. Ahora sostuvo la mirada impasible de Bryne con igual firmeza—. Antaño conocí a un hombre que se llamaba casi como vos. Era un diestro jugador de cierto juego.

—Antaño conocí a un hombre que guardaba un gran parecido con vos —repuso Thom—. Tenía un gran empeño en apresarme. Creo que me habría decapitado si hubiese caído en sus manos.

—De eso hará mucho tiempo, ¿no? A veces los hombres hacen las cosas más absurdas por una mujer. —Bryne miró de soslayo a Siuan y sacudió la cabeza—. ¿Queréis echar una partida de fichas, maese Merrilin? Hay veces que echo de menos la presencia de un hombre que sepa jugar bien, como se hace en los círculos de la alta aristocracia.

Las espesas cejas blancas de Thom se fruncieron casi tanto como lo habían hecho antes las de Ino, pero no apartó los ojos de Bryne un solo instante.

—Tal vez eche una o dos partidas —dijo finalmente— después de saber cuál es la apuesta. Siempre y cuando comprendáis que no tengo intención de pasarme la vida jugando a las fichas con vos, claro es. Ya no me gusta quedarme mucho tiempo en el mismo sitio. Soy lo que vulgarmente se llama un culo de mal asiento.

—Mientras no os den ganas de marcharos a mitad de una partida crucial, bien va —replicó Bryne con sequedad—. Venid conmigo, los dos. Y no esperéis muchas horas de sueño. Por aquí todo se necesita para ayer, excepto lo que tendría que haberse hecho la semana pasada. —Hizo una pausa y volvió a mirar a Siuan—. Hoy me han llegado las camisas medio limpias solamente. —Dicho esto, condujo a Thom y a Ino fuera. Siuan lo siguió con la mirada y después volvió el ceñudo semblante hacia Min, quien se encogió y salió corriendo por donde Leane se había marchado antes.

Nynaeve no entendía nada de este último intercambio. ¡Y el descaro de esos hombres, creyéndose que podían hablar a sus espaldas, o en sus narices o lo que fuera, sin que ella entendiese hasta la última palabra! Estaba más que harta de ellos, en cualquier caso.

—Qué bien que no le hiciese falta un rastreador —comentó Juilin mientras miraba de reojo a Siuan, con patente desasosiego. Todavía no se había repuesto del susto al enterarse de su nombre; Nynaeve no estaba segura de si había comprendido que la habían neutralizado y que ya no era la Sede Amyrlin. Ella sí que lo ponía nervioso—. Así podré sentarme y charlar. He visto un montón de tipos con pinta de ser de los que se relajan y sueltan la lengua frente a una jarra de cerveza.

—Prácticamente no me ha hecho caso —dijo Elayne sin salir de su asombro—. No me importa el problema que haya habido entre mi madre y él, pero no tiene derecho a… En fin, me ocuparé de lord Gareth Bryne después. Ahora he de hablar con Min, Nynaeve.

La antigua Zahorí hizo intención de seguirla cuando la muchacha se dirigió apresuradamente hacia el pasillo que llevaba a la cocina, ya que Min les daría respuestas claras, pero Siuan la agarró del brazo con tanta fuerza como si sus dedos fueran un cepo.

La Siuan Sanche que había agachado humildemente la cabeza ante aquellas Aes Sedai había desaparecido. Ninguna mujer en la sala llevaba el chal. En ningún momento alzó la voz; no hizo falta. Le asestó una mirada a Juilin tan intensa que por poco no lo mata del susto.

—Lleva cuidado con las preguntas que hagas, rastreador, o acabarás destripado y descamado, listo para el mercado. —Aquellos fríos ojos azules pasaron sobre Birgitte y Marigan. La boca de esta última se torció en una mueca, como si hubiese catado algo amargo, e incluso Birgitte parpadeó—. Vosotras dos, buscad a una Aceptada que se llama Theodrin y pedidle que os encuentre un sitio para dormir esta noche. Esos niños deberían estar ya en la cama. ¿A qué esperáis? ¡Moveos! —No bien las dos mujeres se hubieron alejado un paso, Birgitte tan deprisa como Marigan o puede que más, Siuan Sanche se volvió hacia Nynaeve—. Tengo unas cuantas preguntas para ti. Te ordenaron que cooperases y sugiero que lo hagas si sabes lo que te conviene.

Fue como estar atrapada en un torbellino. Antes de que Nynaeve se diera cuenta de lo que pasaba, Siuan la hacía subir una desvencijada escalera con la barandilla hecha con trozos de madera sin pintar y la conducía casi a empujones por un pasillo hacia un pequeño cuarto en el que apenas cabían las dos camas construidas una encima de la otra y pegadas contra la pared. Siuan ocupó la única banqueta que había y le indicó con un gesto que se sentara en la cama de abajo. Nynaeve prefirió quedarse de pie, aunque sólo fuera para demostrarle que no iba a permitir que la trataran de cualquier forma. No había mucho más en el cuarto; un lavabo, con un ladrillo calzando una pata rota, sostenía una palangana y un aguamanil desportillados. Unos pocos vestidos colgaban de clavijas, y lo que parecía ser un jergón estaba enrollado en un rincón. Nynaeve había caído muy bajo en el transcurso de un día, pero la caída de Siuan era mucho mayor de lo que alcanzaba a imaginar. No creía que la mujer pudiera plantearle muchos problemas; a pesar de que la mirada de sus ojos siguiera siendo la misma de siempre.

—Bien, como quieras, muchacha —resopló Siuan—. El anillo, ¿no hace falta encauzar para utilizarlo?

—No. Ya oísteis lo que le dije a Sheriam…

—¿Cualquiera puede usarlo? ¿Una mujer que no pueda encauzar? ¿Un hombre?

—Un hombre, tal vez. —Un ter’angreal que no precisaba el Poder por lo general funcionaba para hombres y para mujeres—. Y, sí, cualquier mujer.

—Entonces vas a enseñarme a utilizarlo.

Nynaeve enarcó una ceja. Ésa podía ser la palanca que la ayudara a conseguir lo que quería. Y, si no, le quedaba otra. Quizá.

—¿Están al tanto de esto? Toda la conversación giró en torno a enseñarles a ellas, pero a vos no se os mencionó en ningún momento.

—No, no lo están. —Siuan no parecía nerviosa en absoluto. Incluso sonrió, y de un modo poco agradable—. Ni lo estarán. En caso contrario, se enterarán de que tú y Elayne habéis fingido ser Aes Sedai desde que salisteis de Tar Valon. Puede que Moraine permita que Egwene se salga con la suya sin darle su merecido, porque seguro que ella lo ha hecho también. Si no estoy en lo cierto, entonces es que no sé distinguir entre un nudo doble y una vuelta de driza. Pero ¿y Sheriam, Carlinya y las demás? Estarás chillando como un bagre al que se destripa para sacarle la freza antes de que hayan acabado contigo. Mucho antes.

—Esto es ridículo. —Nynaeve cayó en la cuenta de que estaba sentada, aunque no recordaba haberlo hecho. Thom y Juilin no abrirían la boca, y nadie más lo sabía. Tenía que hablar con Elayne—. No hemos hecho tal cosa.

—No me mientas, muchacha. Si hubiese necesitado confirmación, tus ojos habrían sido suficiente. Tienes el estómago como si quisiera salírsete por la boca, ¿a que sí?

En efecto, ésa era exactamente la sensación que tenía.

—Por supuesto que no. Y si os enseño algo será porque quiero hacerlo. —No iba a dejar que esta mujer la intimidara. El último vestigio de piedad se extinguió—. Si lo hago, quiero algo a cambio: que me dejéis examinaros a Leane y a vos. Quiero saber si la neutralización puede curarse.

—No puede —repuso, impasible, Siuan—. Y ahora…

—Todo, excepto la muerte, debería tener remedio.

—«Debería tener» no es «tiene», muchacha. A Leane y a mí se nos prometió que se nos dejaría en paz y no se nos molestaría. Habla con Faolain o Emara si quieres saber lo que le ocurre a cualquiera que nos molesta. No fueron las primeras ni las que recibieron peor castigo, pero sí las que gritaron más tiempo.

Su otra palanca. Casi se había olvidado de ella al estar a punto de dejarse dominar por el pánico. Si es que era cierto lo que había creído percibir. Tenía que intentarlo.

—¿Qué opinaría Sheriam si se enterara de que vos y Leane realmente no estáis a punto de echaros las uñas la una a la otra? —Siuan se limitó a mirarla fijamente—. Creen que os han domado, ¿verdad? Cuanto más se tiene por costumbre abofetear a quien no puede devolver la bofetada, tanto más fácil resulta aceptar como prueba el que esa persona brinque obediente cada vez que una Aes Sedai tose. ¿Sólo hizo falta que os encogieseis un poco para hacerles olvidar que las dos habíais trabajado mano a mano durante años? ¿O las convencisteis de que la neutralización os había cambiado por completo, no sólo vuestro aspecto? Cuando descubran que habéis estado intrigando a sus espaldas, que las habéis manipulado, seréis vos la que gritaréis más alto que cualquier bagre. Sea lo que sea eso. —Ni pestañear siquiera. Siuan no iba a perder los nervios ni a admitir nada. Empero, había habido algo en aquel breve intercambio de miradas; Nynaeve estaba segura.

»Quiero estudiaros, a vos y a Leane, cada vez que lo pida. Y a Logain. —A lo mejor también podía descubrir algo con él. Los hombres eran diferentes; sería como enfocar el mismo problema desde otro ángulo. Y no es que fuera a curarlo aunque descubriese cómo hacerlo. El que Rand encauzara era algo necesario. Sin embargo no estaba dispuesta a dejar suelto por el mundo a otro hombre que pudiese manejar el Poder—. Si no, entonces podéis olvidaros del anillo y del Tel’aran’rhiod. —¿Qué se proponía hacer Siuan con eso? Seguramente, volver a experimentar algo que al menos guardaba algún parecido con ser Aes Sedai. Nynaeve aplastó sin contemplaciones la llamita de piedad que había vuelto a encenderse dentro de ella—. Y si hacéis alguna insinuación sobre que Elayne y yo hemos fingido ser Aes Sedai, entonces no tendré más remedio que contarles lo de Leane y vos. Tal vez Elayne y yo pasemos un mal trago hasta que la verdad salga a la luz, pero al final saldrá, y cuando ocurra estaréis llorando tanto tiempo como Faolain y Emara juntas.

El silencio se prolongó. ¿Cómo se las arreglaba la otra mujer para mantener ese aire impasible? Nynaeve siempre había pensado que se debía a su condición de Aes Sedai. La boca se le quedó seca, aunque era la única parte de su cuerpo que lo estaba. Si se había equivocado, si Siuan se mostraba dispuesta a echarle un pulso, entonces sabía muy bien quién acabaría llorando a lágrima viva.

—Espero que Moraine se las haya ingeniado para hacer más dócil a su potranca que ésta —rezongó entre dientes finalmente Siuan. Nynaeve no la entendió, pero apenas tuvo tiempo para pensarlo, porque un instante después la otra mujer se echaba hacia adelante, con la mano extendida—. Si tú guardas mi secreto, yo guardaré el tuyo. Enséñame a utilizar el anillo y podrás estudiar la neutralización y el amansamiento hasta hartarte.

Nynaeve casi no pudo reprimir un suspiro de alivio mientras estrechaba la mano tendida. Lo había conseguido. Por primera vez desde lo que le parecía una eternidad, alguien había intentado intimidarla y había fracasado. Casi se sentía dispuesta para enfrentarse a Moghedien. Sólo casi.


Elayne alcanzó a Min justo cuando salía por la puerta trasera de la posada, y caminó a su lado. Min llevaba un envoltorio con lo que parecían dos o tres camisas blancas debajo del brazo. El sol rozaba ya las copas de los árboles por el oeste, y bajo la menguante luz el patio del establo tenía el aspecto de la tierra recién removida, con un enorme tocón que podría haber pertenecido a un roble justo en el centro. El establo de piedra con techo de bálago no tenía puertas, y dejaba a la vista a los hombres que se movían entre las cuadras llenas. Sorprendentemente, Leane estaba hablando con un hombre corpulento, al borde de la sombra arrojada por el establo. Iba toscamente vestido, y tenía aspecto de herrero o de luchador. Lo chocante era lo cerca de él que estaba Leane, con la cabeza echada hacia atrás, como si lo estuviese mirando a los ojos. Y entonces le dio unas palmaditas en la mejilla antes de girar sobre sus talones y regresar apresuradamente a la posada. El hombretón la siguió con la mirada un momento y después desapareció en las sombras del establo.

—No me preguntes qué se trae entre manos —dijo Min—. Gente extraña viene a verlas a Siuan o a ella, y a algunos de los hombres ella… Bueno, ya lo has visto.

A Elayne no le interesaba realmente lo que hacía Leane, pero ahora que estaba sola con Min no sabía cómo sacar a colación el asunto del que quería hablar.

—¿Qué haces?

—La colada —murmuró Min, señalando con irritación las camisas—. No te imaginas lo estupendo que es ver a Siuan ser el ratón para variar, sin que sepa si el águila va a comérsela o a hacerla su animal de compañía y teniendo en ello las mismas opciones que les da a los demás: ¡ninguna!

Elayne apretó el paso para no quedarse atrás mientras cruzaban el patio. Fuera lo que fuera ese asunto, no le daba pie para llevar la conversación hacia el tema que le interesaba.

—¿Sabías lo que Thom iba a sugerir? Nos quedamos.

—Les dije que eso sería lo que haríais, aunque no tiene nada que ver con una visión. —Min aflojó de nuevo el paso cuando pasaron entre el establo y un muro de piedra medio desmoronado y continuaron por el sombrío callejón de abrojos y malas hierbas pisoteados—. Imaginé que no renunciaríais a la oportunidad de reanudar los estudios. Siempre estuviste deseosa de aprender. Y Nynaeve también, aunque no quiera admitirlo. Ojalá me hubiese equivocado, porque así me habría marchado con vosotras. Al menos, me… —Masculló algo entre dientes con un tono que sonaba furioso—. Esas tres que habéis traído significan problemas, y esto sí es una visión.

Ahí estaba, la oportunidad que había esperado. Pero en lugar de preguntarle lo que se proponía, inquirió:

—¿Te refieres a Marigan, Nicola y Areina? ¿Cómo pueden ser un problema? —Sólo una necia pasaría por alto lo que Min veía.

—No lo sé exactamente. Sólo capté atisbos de halos y únicamente por el rabillo del ojo, nunca cuando las miraba directamente, que habría sido el momento de distinguir algo preciso. No son muchas las personas que tienen halos continuamente, ya lo sabes. Problemas. A lo mejor van a hablar de cosas que saben. ¿Estabais haciendo algo que no queréis que sepan las Aes Sedai?

—Desde luego que no —repuso, cortante, Elayne. Min la miró de soslayo, y la heredera del trono añadió—: Bueno, nada que no tuviésemos que hacer. En cualquier caso, es imposible que se enteren. —Esta conversación no llevaba el derrotero que quería. Respiró profundamente y saltó al vacío—. Min, tuviste una visión sobre Rand y yo, ¿verdad?

—Sí. —Fue un monosílabo cauteloso.

—Viste que nos íbamos a enamorar.

—No exactamente. Vi que tú te enamorarías de él. Ignoro lo que Rand siente por ti; sólo sé que está vinculado a ti de algún modo.

Elayne apretó los labios. Era casi lo que había esperado, pero no lo que deseaba oír. «Desear» y «querer» hace que uno dé traspiés, pero «es» allana el camino, como decía Lini. Había que actuar con lo que «era» no con lo que uno «deseaba» que fuera.

—Y viste que habría alguien más, alguien con quien tendría que… compartirlo.

—Dos más —aclaró roncamente Min—. Y… yo soy una de ellas.

Elayne, que había abierto la boca para plantear la siguiente pregunta, se quedó así, sin decir nada, sólo mirándola con sorpresa.

—¿Tú? —consiguió pronunciar finalmente.

—¡Sí, yo! —se encrespó Min—. ¿Es que piensas que no puedo enamorarme? No quise que ocurriera, pero pasó, y no hay vuelta de hoja. —Se adelantó a Elayne por el callejón caminando a paso vivo, y en esta ocasión la heredera del trono no la alcanzó con la prontitud de antes.

Aquello explicaba algunas cosas, ciertamente. El nerviosismo con que Min siempre había soslayado hablar del tema. Los bordados de las solapas de su chaqueta. Y, a menos que fueran imaginaciones suyas, Min también llevaba los labios algo pintados. «¿Qué siento al respecto?», se preguntó, pero era incapaz de llegar a una conclusión.

—¿Quién es la tercera? —preguntó en tono quedo.

—Lo ignoro —murmuró Min—. Sólo sé que tiene mucho temperamento. No es Nynaeve, gracias a la Luz. —Soltó una débil risita—. No creo que hubiese podido soportar algo así. —De nuevo lanzó una mirada de soslayo, cautelosa, a Elayne—. ¿Qué consecuencias tendrá esto en las relaciones entre tú y yo? Te aprecio. Nunca tuve una hermana, pero a veces tuve la sensación de que tú… Deseo ser amiga tuya, Elayne, y no quisiera perder ese aprecio que te tengo pase lo que pase, pero no puedo dejar de amarlo.

—No me gusta mucho la idea de tener que compartir a un hombre —adujo, estirada, la heredera del trono. Desde luego, era una manera muy comedida de expresarlo.

—Tampoco a mí. Sólo que… Elayne, me avergüenza admitirlo, pero lo aceptaré de cualquier modo que sea posible. Tampoco es que ninguna de nosotras tenga muchas opciones. Luz, ha trastornado toda mi vida. Hasta el seso me trastorna sólo con pensar en él. —Min hablaba de un modo como si no supiera si ponerse a llorar o a reír.

Elayne exhaló muy, muy despacio. No era culpa de Min. Y quizá más valía que fuera Min en lugar de, por ejemplo, Berelain u otra a la que no soportara.

ta’veren —musitó—. Pliega el mundo a su alrededor. No somos más que briznas atrapadas en un torbellino. Empero, creo recordar que tú, Egwene y yo dijimos que jamás permitiríamos que un hombre se interpusiera en nuestra amistad. De algún modo lograremos resolverlo, Min, y cuando descubramos quién es la tercera… En fin, también resolveremos eso. De algún modo. —¡Una tercera! ¿Sería Berelain? «¡Oh, rayos y centellas!»

—Sí, de algún modo —repitió tristemente la otra joven—. Entre tanto, tú y yo estamos atrapadas aquí en un cepo. Sé que hay otra y sé que no puedo hacer nada al respecto, pero bastante tengo con resignarme y aceptar la idea de que estás tú como para… No todas las mujeres de Cairhien son como Moraine. Una vez vi a una noble cairhienina en Baerlon. De cara al exterior, habría hecho que Moraine pareciese como Leane, pero a veces decía cosas, con indirectas… ¡Y su halo! No creo que ningún hombre en toda la ciudad estuviese a salvo a solas con ella a menos que fuese feo, estuviese lisiado o, mejor aún, muerto.

Elayne resopló, pero cuando habló logró dar a su voz un tono ligero:

—No te preocupes por eso. Tenemos otra hermana tú y yo, alguien que no conoces. Aviendha vigila muy de cerca a Rand, y él no da ni diez pasos sin llevar una guardia de Doncellas Lanceras Aiel. —¿Una mujer de Cairhien? Por lo menos a Berelain la conocía, sabía algo de ella. No, ni hablar. No iba a preocuparse y darle vueltas al asunto como una estúpida muchachita. Una mujer adulta tomaba el mundo como era y sacaba el mejor partido posible de ello. ¿Quién sería esa mujer?

Habían salido a un patio abierto salpicado de cenizas frías. Grandes ollas, en su mayoría con picaduras allí donde se había limpiado el óxido, estaban colocadas contra el muro de piedra que rodeaba el patio; los árboles, al crecer, habían derrumbado la valla en varios tramos. A pesar de que las sombras del atardecer se extendían a través del patio, todavía quedaban dos ollas humeantes sobre las lumbres, y tres novicias, con el cabello empapado de sudor y las blancas faldas remangadas, trabajaban afanosas restregando sobre unas tablas metidas en profundas pilas llenas de agua jabonosa.

Elayne echó un vistazo a las camisas que Min llevaba debajo del brazo y abrazó el saidar.

—Deja que te ayude con eso. —Encauzar para hacer tareas asignadas estaba prohibido (el trabajo físico desarrolla el carácter, decían) pero esto no podía contarse como tal. Si removía las camisas en el agua con la energía necesaria, entonces no haría falta que se mojasen las manos—. Cuéntamelo todo. ¿Siuan y Leane están realmente tan cambiadas como parece? ¿Cómo llegasteis aquí? ¿De verdad está Logain en este pueblo? ¿Y por qué tienes que lavar las camisas de un hombre? En fin, quiero saberlo todo.

Min se echó a reír, más que satisfecha de cambiar de tema.

—Contártelo todo me llevaría una semana, pero lo intentaré. Para empezar, ayudé a Siuan y a Leane a escapar de la mazmorra donde Elaida las había encerrado, y después…

Sin dejar de atender a Min y lanzando las correspondientes exclamaciones de sorpresa, Elayne encauzó Aire para levantar una de las ollas de agua hirviendo de la lumbre. Apenas reparó en las miradas incrédulas de las novicias; estaba acostumbrada a su fuerza con el Poder y rara vez se le pasaba por la cabeza la idea de que, sin pensar, hacía cosas que algunas Aes Sedai eran incapaces de realizar. ¿Quién sería la tercera mujer? Más le valía a Aviendha estar pendiente de Rand y no quitarle ojo de encima.

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