47 El precio de un barco

Acabadas las abluciones matinales, Nynaeve se secó con la toalla y, de mala gana, se puso una camisola limpia de seda. La seda no era tan fresca como el lino, y, aunque el sol acababa de salir, el calor dentro del carromato presagiaba que tendrían otro día sofocante. Además de lo cual, la prenda estaba cortada del tal modo que la mujer temía que se le deslizara y cayera alrededor de los tobillos si respiraba mal. Al menos no estaba húmeda con la transpiración de la noche, como lo estaba la que había desechado.

Unos sueños inquietantes no la habían dejado descansar, sueños de Moghedien de los que despertaba tan sobresaltada que se incorporaba en la cama bruscamente. Y ésos no eran tan malos como aquellos en los que no se despertaba: sueños de Birgitte disparándole flechas, pero a ella, no al tablón, sin fallar; sueños de los seguidores del Profeta entrando a saco en el recinto del espectáculo; de quedarse atascadas en Samara para siempre porque no llegaba ninguna embarcación; de llegar a Salidar y encontrar que Elaida estaba al mando. O de nuevo Moghedien, que estaba allí también. De este último había despertado sollozando.

Todo, naturalmente, se debía a las preocupaciones y era lógico. Tres noches acampados allí sin que apareciera un barco; tres días sofocantes de estar plantada de pie, con los ojos vendados, contra el condenado tablón. Eso solo bastaba para ponerle de punta los nervios a cualquiera aun sin contar con la inquietud de no saber si Moghedien se dirigía o no hacia allí. Claro que el que la mujer supiera que viajaban con un espectáculo ambulante no significaba que las buscara precisamente en Samara. Había más espectáculos ambulantes en el mundo aparte de los que se habían reunido en esa ciudad. Sin embargo, buscar razones para no estar preocupada era más fácil que no preocuparse.

«Pero ¿por qué estoy inquieta por Egwene?» Sumergió una ramita machacada en un pequeño plato con sal y soda que había en el lavabo y empezó a frotarse enérgicamente los dientes. Egwene había aparecido de repente en casi todos sus sueños, gritándole y regañándola, pero no entendía cómo encajaba la muchacha en ellos.

A decir verdad, la ansiedad y la falta de sueño sólo eran responsables en parte del pésimo humor que tenía aquella mañana. Los otros motivos eran minucias, pero muy reales. Una china en el zapato no era apenas nada si se comparaba con que a uno le cortasen la cabeza, pero si la incordiante china sí estaba en el zapato y el tajo del verdugo sólo era una remota probabilidad…

Era imposible no mirar su propia imagen y su cabello suelto sobre los hombros en lugar de estar decentemente trenzado. Por mucho que se lo cepillase el descarado tono pelirrojo no desaparecería. Y sabía de sobra que había un vestido azul sobre la cama, a su espalda, de un azul tan chillón que haría pestañear incluso a una gitana, y con un escote tan exagerado como el del primer atuendo rojo que estaba colgado en una clavija. Ésa era la razón de que llevase puesta esta camisola que se sostenía tan precariamente. Un vestido así no era bastante, al menos en opinión de Valan Luca, de modo que Clarine trabajaba a marchas forzadas en otro par a juego de un color amarillo rabioso, y se había comentado algo sobre rayas. Nynaeve no quería saber nada de rayas.

«Al menos ese hombre podría dejarme elegir los colores», pensó mientras frotaba enérgicamente con la ramita machacada. O Clarine. Pero no, Luca tenía sus ideas y nunca consultaba. En ocasiones su elección de colores la hacía olvidar la línea de los escotes. «¡Debería tirárselo a la cara!» Pero sabía que no lo haría. Por otro lado, Birgitte se exhibía con aquellos vestidos sin el menor sonrojo. ¡Desde luego, la mujer no se parecía en nada a la heroína de las historias! Y no es que fuera a ponerse estos vestidos sin protestar sólo porque Birgitte lo hiciera. No competía con ella en ningún sentido. Sólo que…

—Si tienes que hacer algo, más te vale hacerte a la idea —gruñó sin sacarse la ramita de la boca.

—¿Qué has dicho? —preguntó Elayne—. Si vas a decir algo, por favor quítate eso de la boca. De otro modo el ruido es asqueroso.

Nynaeve se enjugó la barbilla y luego lanzó una mirada furibunda sobre el hombro. Elayne estaba sentada en su estrecho catre, con las piernas dobladas hacia un lado, y se trenzaba el cabello teñido de negro. Ya se había puesto las ajustadas calzas repletas de lentejuelas así como una camisa nívea de seda, con vuelos en el escote, que era excesivamente transparente. La blanca capa, también adornada con lentejuelas, descansaba a su lado. Blanca. También ella tenía dos trajes para actuar y un tercero estaba en confección, todos ellos blancos, aunque no exactamente lisos.

—Si vas a vestirte de ese modo, Elayne, no deberías sentarte así. Es indecente.

La joven se puso ceñuda, pero bajó los pies al suelo. Y alzó la barbilla con aquel aire altanero tan propio de ella.

—Creo que daré un paseo por la ciudad esta mañana —anunció fríamente, todavía trenzándose el cabello—. Me siento… encerrada en este carromato.

Nynaeve se aclaró la boca y escupió el agua en la palangana. Haciendo mucho ruido. Ciertamente el carromato daba la impresión de hacerse más y más pequeño con el paso de los días. A lo mejor no era necesario que estuvieran recluidas para dejarse ver lo menos posible —la idea había sido suya, y empezaba a lamentarlo— pero esto ya era ridículo. Tres días encerrada con Elayne salvo cuando tenían que actuar empezaban a parecerle tres semanas. O tres meses. Hasta ahora no se había dado cuenta de la lengua tan corrosiva que tenía Elayne. Tenía que llegar un barco. Cualquier clase de embarcación. Habría dado hasta la última moneda escondida en la chimenea de ladrillos, hasta la última joya, cualquier cosa, por disponer de un barco ese mismo día.

—Bueno, un paseo no llamará la atención, ¿verdad? Sin duda el ejercicio te vendrá bien. O tal vez sólo se deba a que esas calzas te aprietan demasiado las caderas.

Los azules ojos centellearon, pero la barbilla de Elayne permaneció erguida y su tono siguió siendo frío.

—Soñé con Egwene anoche, y entre la charla sobre Rand y Cairhien, porque a mí me preocupa lo que esté ocurriendo allí aunque a ti no, me comentó que te estabas volviendo una chillona verdulera. No es que opine igual, necesariamente. Yo habría utilizado el término «rabanera».

—¡Escúchame bien, pequeña marisabidilla maleducada! ¡Como no te…! —Todavía ceñuda, Nynaeve cerró la boca bruscamente y luego respiró lenta y profundamente. Con un gran esfuerzo consiguió que su voz sonara calmada cuando volvió a hablar—. ¿Que has soñado con Egwene? —Elayne asintió con un seco cabeceo—. ¿Y habló de Rand y de Cairhien?

La mujer más joven puso los ojos en blanco con exagerada exasperación y continuó haciéndose la trenza. Nynaeve se obligó a soltar el puñado de cabello rojo que apretaba entre sus dedos y rechazó la idea de enseñar a la heredera del trono de Andor una pequeña lección de modales. Como no apareciese pronto un barco…

—Si eres capaz de pensar en otra cosa que no sea cómo enseñar más las piernas de lo que ya lo estás haciendo ahora —continuó Nynaeve—, tal vez te interese saber que también estuvo en mis sueños. Dijo que Rand había logrado una gran victoria en Cairhien ayer.

—Puede que yo enseñe las piernas —bramó Elayne, con los pómulos enrojeciéndose de rabia—, pero al menos no llevo al aire los… ¿Que también has soñado con ella?

No tardaron mucho en cotejar notas, aunque Elayne siguió haciendo alarde de una lengua viperina. No era raro que soñaran con lo mismo; Nynaeve tenía buenas razones para gritar a Egwene, y Elayne seguramente había soñado con desfilar ante Rand con aquel traje de lentejuelas, si no con menos ropa; decírselo fue un simple acto de sinceridad, nada más. Aun así, enseguida se hizo patente que Egwene les había dicho lo mismo en ambos sueños, y aquello no dejaba lugar a la menor duda.

—No paraba de repetir que estaba realmente allí —murmuró la antigua Zahorí—, pero pensé que era parte del sueño. —Egwene les había comentado muy a menudo que tal cosa era posible, hablar con alguien en sus propios sueños, pero jamás insinuó que ella fuese capaz de hacerlo—. ¿Por qué iba a creerlo? Me refiero a que también dijo que finalmente había reconocido un trozo de lanza, que últimamente Rand lleva a todos sitios, como de procedencia seanchan, y eso es ridículo.

—Oh, sí, claro. —Elayne enarcó una ceja de un modo irritante—. Tan ridículo como toparnos con Cerandin y sus s’redit. Tiene que haber más refugiados seanchan, Nynaeve, y probablemente las lanzas sean lo menos importante que dejaron tras de sí.

¿Es que esta mujer no podía hablar sin soltar un aguijonazo?

—Ya me he dado cuenta de que tú comprendiste enseguida que no era un simple sueño —replicó con sorna.

Elayne se echó la coleta ya trenzada hacia atrás, por encima del hombro, y después sacudió subrepticiamente la cabeza otra vez, para calcular bien el movimiento.

—Espero que Rand se encuentre bien —dijo, y Nynaeve resopló; Egwene había dicho que el muchacho necesitaría varios días de descanso antes de poder levantarse, pero Moraine lo había curado. La otra mujer continuó—: Nadie le ha advertido que no debe prolongar en exceso el tiempo de contacto con el saidin. ¿Es que ignora que el Poder podría matarlo si absorbe demasiado o lo maneja estando cansado? En ese aspecto, para él es igual que para nosotras.

De modo que su intención era cambiar de tema, ¿no?

—A lo mejor no lo sabe —respondió dulcemente Nynaeve—, puesto que no existe una Torre Blanca para hombres. —Aquello la hizo pensar en otra cosa—. ¿De verdad crees que fue Sammael?

Cogida por sorpresa con una réplica en la punta de la lengua, Elayne la miró, furibunda, por el rabillo del ojo y después soltó un suspiro malhumorado.

—Eso no nos concierne directamente, ¿verdad? En lo que sí tendríamos que estar pensando es en utilizar el anillo otra vez. Y para algo más que reunirnos con Egwene. ¡Queda tanto que aprender! Cuanto más aprendo, más cuenta me doy de lo mucho que ignoro todavía.

—No. —Nynaeve no esperaba que la joven sacara el anillo ter’angreal en ese mismo momento, pero dio un paso hacia la chimenea de ladrillos de manera instintiva. Se acabaron las excursiones al Tel’aran’rhiod para cualquiera de nosotras dos, excepto para encontrarnos con ella.

—No necesitamos encauzar para hacerlo —prosiguió Elayne como si no la hubiese oído—. De ese modo no nos delatamos. —No miró a Nynaeve, pero en su voz había una nota mordaz. Sostenía que podían utilizar el Poder si actuaban con discreción, y Nynaeve sospechaba que eso era exactamente lo que la muchacha estaba haciendo a su espalda—. Apostaría a que si una de nosotras visitase el Corazón de la Ciudadela esta noche encontraría a Egwene esperando allí. Imagina, si pudiésemos hablar con ella en sus sueños ya no tendríamos que preocuparnos de un encuentro con Moghedien en el Tel’aran’rhiod.

—¿Es que crees que es tan fácil? —replicó secamente la antigua Zahorí—. Si tal fuese el caso, ¿piensas que no nos habría enseñado ya? ¿Y por qué no lo ha hecho hasta ahora?

Sus objeciones, empero, carecían de convicción. Era a ella a quien le preocupaba Moghedien. Elayne sabía que la mujer era peligrosa, pero era como saber que una víbora lo era; Elayne lo sabía, pero a ella la había mordido. Y poder comunicarse sin entrar en el Mundo de los Sueños sería muy ventajoso aparte de evitar a Moghedien. De todos modos, Elayne seguía sin prestarle atención.

—Me pregunto por qué insistiría tanto en que no se lo contáramos a nadie. No tiene sentido. —Se mordisqueó el labio inferior—. Hay otra razón para hablar con ella cuanto antes. En ese momento no le di importancia, pero la última vez que hablé con ella desapareció en mitad de una frase. Lo que he recordado ahora es que antes de desvanecerse de repente pareció sorprendida y asustada.

Nynaeve hizo una profunda respiración y se apretó el estómago con las manos en un vano intento de calmar el repentino nerviosismo que la atenazaba. No obstante, consiguió mantener la voz impasible.

—¿Moghedien?

—¡Luz, qué pensamientos tan agradables tienes! No. Si Moghedien pudiese entrar en nuestros sueños creo que a estas alturas lo sabríamos de sobra. —Elayne sufrió un escalofrío; sí que tenía una idea de lo peligrosa que era la Renegada—. En fin, no era esa clase de expresión. Estaba asustada, pero no tanto como para que se debiese a eso.

—Entonces, tal vez no estaba en peligro. Quizá… —Nynaeve se obligó a bajar las manos a los costados y apretó los labios con rabia. Sólo que no sabía con quién estaba enfadada.

Guardar el anillo para utilizarlo únicamente en las entrevistas con Egwene había sido una buena idea. Indudablemente. Aventurarse en el Mundo de los Sueños podía desembocar en un encuentro con Moghedien, y mantenerse alejadas de ella no sólo era una idea buena, sino excelente. Ella ya sabía que la superaba, y saberlo la sacaba de quicio, más cada vez que lo pensaba, pero era la pura verdad.

Empero, ahora existía la posibilidad de que Egwene necesitara ayuda. Una probabilidad muy remota. Sólo porque se mostrara debidamente cautelosa respecto a Moghedien no significaba que subestimara dicha posibilidad. Y podría ser que Rand tuviese a uno de los Renegados acosándolo personalmente como Moghedien estaba tras Elayne y ella. La información dada por Egwene sobre lo ocurrido en las montañas y en Cairhien tenía todos los visos de ser la provocación de un hombre con ganas de pelea a otro por un quítame allá esas pajas, pero hacer algo al respecto no estaba en sus manos. Sin embargo, Egwene…

A veces Nynaeve tenía la sensación de que había olvidado la razón por la que había salido de Dos Ríos: proteger a unos jóvenes de su pueblo que habían caído en las redes de las Aes Sedai. No eran mucho más jóvenes que ella misma —sólo unos pocos años—, pero la diferencia parecía mucho mayor cuando se era la Zahorí del pueblo. Ni que decir tiene que el Círculo de Mujeres habría escogido otra Zahorí a estas alturas, pero no por ello dejaba de ser su pueblo ni ellos dejaban de ser su gente. Y, para ser sincera, en el fondo de su corazón no por ello dejaba de ser su Zahorí. De algún modo, sin embargo, proteger a Rand, Egwene, Mat y Perrin de las Aes Sedai se había convertido en ayudarlos a sobrevivir primero, y finalmente, sin haber sido plenamente consciente de cómo o cuándo, incluso ese propósito había quedado arrumbado por necesidades mayores. El fin de entrar en la Torre Blanca para aprender cómo derribar mejor a Moraine se había transformado en un ardiente deseo de aprender a curar. Incluso su odio por la injerencia de las Aes Sedai en la vida de la gente ahora coexistía con su deseo de convertirse en una de ellas. No es que lo deseara realmente, pero era el único modo de aprender lo que quería aprender. Todo se había embrollado como una de esas redes de Aes Sedai, incluida ella misma, y no sabía cómo escapar de ella.

«Sigo siendo la de siempre, y los ayudaré en todo cuanto esté en mis manos».

—Esta noche usaré el anillo —anunció en voz alta. Se sentó en la cama y empezó a ponerse las medias. La lana no era muy cómoda con este calor, pero así al menos una parte de su cuerpo estaría decentemente vestida. Unas buenas medias de lana y unos buenos zapatos. Birgitte llevaba escarpines de brocado y finas medias de seda que sin duda eran muy frescas. Rechazó esa idea con firmeza—. Sólo para ver si Egwene está en la Ciudadela; en caso contrario, regresaré y no volveremos a utilizar el anillo hasta la próxima entrevista acordada.

Elayne la observaba atentamente, con una mirada intensa, sin pestañear, que la hizo tirar de las medias con una fuerza innecesaria y le despertó una incomodidad creciente. La joven no pronunció una sola palabra, pero su mirada impasible implicaba que Nynaeve podía estar mintiendo; aunque no lo hacía, por supuesto. Tampoco ayudó mucho el que hubiese surgido la idea, casi inconsciente, de que no había una verdadera razón para creer que Egwene iba a acudir al Corazón de la Ciudadela esa noche y que no resultaría difícil lograr que el anillo no le tocase la piel cuando se fuera a dormir. En ningún momento se había planteado esa idea seriamente —se había colado en su cabeza de rondón— pero había surgido, y ello hacía que le costara trabajo mirar a Elayne a los ojos. ¿Y qué, si tenía miedo de Moghedien? Tenerlo sólo era cuestión de sentido común, por mucho que admitirlo le revolviera las bilis.

«Haré lo que deba hacer». Puso todo su empeño en arrinconar el nerviosismo que le estrujaba la boca del estómago. Para cuando se hubo puesto las medias y la camisola, estaba más que ansiosa por meterse en el vestido azul y salir al calor del exterior con tal de escapar de los ojos de Elayne.

La muchacha estaba acabando de ayudarla a abrocharse la hilera de pequeños botones de la espalda —y rezongando que a ella no la había ayudado nadie, como si hiciese falta ayuda para ponerse aquellas polainas— cuando la puerta del carromato se abrió bruscamente de par en par, dejando entrar una bocanada de calor. Sobresaltada, Nynaeve dio un brinco y se cubrió el busto con las manos antes de darse cuenta de lo que hacía. Cuando vio que era Birgitte en vez de Valan Luca, fingió que lo que hacía era acomodarse el escote.

La otra mujer se alisó sobre las caderas un vestido azul brillante exactamente igual y se echó la trenza sobre uno de los desnudos hombros con una sonrisa de autocomplacencia.

—Si quieres llamar la atención no te molestes en toquetear el escote. Es demasiado obvio. Limítate a respirar hondo. —Hizo una demostración y luego se echó a reír al ver el gesto ceñudo de Nynaeve.

La antigua Zahorí tuvo que esforzarse para controlar el genio, aunque no veía razón para tener que hacerlo. Le costaba trabajo imaginar que en algún momento se hubiese sentido culpable de lo ocurrido. Seguro que Gaidal Cain se había alegrado de librarse de esta mujer. Y Birgitte llevaba el cabello peinado como quería, no como ella. Aunque, naturalmente, eso no tenía nada que ver con lo demás.

—Conocía a una persona como tú en Dos Ríos: Merian. Llamaba por su nombre de pila a todos los guardias de los mercaderes, y desde luego no tenía secretos para ninguno de ellos.

La sonrisa de Birgitte se volvió tensa.

—Y yo conocí a una mujer como tú. Se llamaba Mathena, y también era de las que miraban a los hombres por encima del hombro, e incluso hizo que ejecutaran a un pobre tipo porque la vio por casualidad cuando nadaba desnuda. Nunca la habían besado, hasta que Zheres le robó un beso. Habríase dicho que fue entonces cuando descubrió que los hombres existían. Se encandiló de tal modo que Zheres tuvo que irse a vivir a las montañas para escapar de ella. Estáte atenta al primer hombre que te bese. Tendrá que llegar uno antes o después.

Nynaeve dio un paso hacia ella con los puños apretados. O al menos lo intentó. De algún modo, Elayne se las ingenió para ponerse entre las dos, levantando las manos.

—Dejadlo ahora mismo, las dos —ordenó mientras sus ojos iban de la una a la otra con idéntica altanería—. Lini decía siempre que «La espera convierte a los hombres en leones enjaulados, y a las mujeres en gatos metidos en un saco», ¡pero vosotras vais a dejar de echaros las uñas en este mismo momento! ¡No lo aguanto ni un minuto más!

Para sorpresa de Nynaeve, Birgitte se puso colorada y farfulló una desabrida disculpa. A Elayne, naturalmente, pero el hecho de disculparse fue de por sí sorprendente. Birgitte había elegido quedarse cerca de Elayne, aunque ella no tuviera que permanecer escondida, pero después de tres días aparentemente el calor la estaba afectando tanto como a la propia Elayne. En lo tocante a ella, Nynaeve le asestó a la heredera del trono su mirada más gélida. Se las había ingeniado para mantener una actitud apacible mientras esperaban —lo había hecho—, pero Elayne no era precisamente la más indicada para hacer reproches.

—Bien —dijo la heredera del trono, todavía con el mismo tono helado—, ¿tienes alguna razón para haber irrumpido como un toro o es que simplemente se te ha olvidado cómo se llama a una puerta?

Nynaeve abrió la boca para hacer un comentario sobre gatos —sólo un leve recordatorio— pero Birgitte se le adelantó, aunque su voz sonó más tensa:

—Thom y Juilin han regresado de la ciudad.

—¡Que han regresado! —exclamó Nynaeve, y Birgitte le lanzó una breve mirada antes de volverse de nuevo hacia Elayne.

—¿Los enviaste tú? —inquirió.

—Claro que no —replicó hoscamente Elayne.

La muchacha salió por la puerta rápidamente, con Birgitte pisándole los talones, antes de que Nynaeve tuviese ocasión de decir una palabra. Lo único que podía hacer era seguirlas, así que fue tras ellas mascullando entre dientes. Más valía que a Elayne no se le hubiese ocurrido de repente que quien daba las órdenes allí era ella. Nynaeve todavía no le había perdonado que revelara tantas cosas a los dos hombres.

El seco calor era peor aun en el exterior, a pesar de que el sol todavía no había asomado del todo por encima del muro de lona que rodeaba el recinto del espectáculo. El sudor le había humedecido la frente antes de que la mujer hubiese llegado al pie de la escalerilla del carromato, pero por una vez no torció el gesto.

Los dos hombres estaban sentados en las banquetas de tres patas que había junto a la lumbre de cocinar, con el pelo revuelto y las chaquetas como si se hubiesen rebozado en el polvo. Un hilillo rojo resbalaba por debajo de un trozo de tela hecho una bola que Thom se apretaba contra el cráneo, y escurría sobre un manchón de sangre reseca que le cubría la mejilla y manchaba un lado del blanco bigote. Una contusión purpúrea, del tamaño de un huevo de gallina, sobresalía junto a un ojo de Juilin, que sostenía su vara de madera fragmentada en una mano burdamente envuelta en un vendaje ensangrentado. El ridículo gorro cónico, echado hacia atrás, parecía haber sido pisoteado.

Por el ruido en el interior del recinto rodeado por el muro de lona, los encargados de los caballos ya habían empezado su jornada limpiando las jaulas, y sin duda Cerandin estaba con sus s’redit —ninguno de los hombres se acercaba a ellos— pero había poco movimiento todavía en torno a los carromatos. Petro fumaba en la larga pipa mientras ayudaba a Clarine a preparar el desayuno. Dos de los Chavana examinaban una pieza de los aparatos con Muelin, la contorsionista, en tanto los otros dos charlaban con un par de las seis mujeres acróbatas que Luca había contratado, sacándolas del espectáculo de Sillia Cerano. Afirmaban ser las hermanas Murasaka, a despecho de que sus rasgos y tonos de tez eran tan dispares como los de los propios Chavana. Una de las dos que hablaban con Brugh y Taeric vestía con ropas de seda de fuertes colores y tenía los ojos azules y el cabello casi blanco, mientras que la piel de la otra era casi tan oscura como sus ojos. Todos los demás estaban vestidos ya para la primera representación del día, los hombres con los torsos al aire y llamativas polainas, Muelin con un pantalón rojo de gasa y un corpiño a juego muy ajustado y Clarine con traje de cuello alto y adornado con lentejuelas verdes.

Thom y Juilin atrajeron las miradas de varios, pero por fortuna nadie creyó necesario acercarse para preguntarles por su salud. Quizá se debiese a la expresión avergonzada que tenían, con los hombros hundidos y la vista clavada en el suelo. Sin duda sabían que les iba a caer un rapapolvo que les levantaría ampollas. Al menos Nynaeve estaba dispuesta a darles un buen repaso.

Pero Elayne dio un respingo al verlos y corrió a arrodillarse junto a Thom, desaparecida por completo la cólera que la embargaba un momento antes.

—¿Qué ha pasado? Oh, Thom, tu pobre cabeza. Debe de dolerte mucho. Esto está fuera del alcance de mis habilidades. Nynaeve te acompañará dentro y se ocupará de ello. Thom, eres demasiado mayor para meterte en estos líos.

El juglar, indignado, apartó a la muchacha lo mejor que pudo sin dejar de sostener el pegote de tela apretado contra la cabeza.

—Déjalo, pequeña. Me he hecho heridas peores al caerme de la cama. ¿Quieres hacer el favor de no preocuparte?

Desde luego Nynaeve no pensaba hacer Curación alguna a pesar de estar tan furiosa como para abrazar el saidar. Se plantó frente a Juilin, en jarras y con una expresión que dejaba muy claro que no iba a admitir tonterías ni evasivas.

—¿Qué os proponíais escabulléndoos sin decírmelo? —Era un buen modo de advertir también a Elayne que era ella la que estaba al mando—. Si te hubiesen degollado en lugar de acabar con un bollo en el ojo, ¿cómo nos habríamos enterado de lo que te había pasado? No había razón para que os marchaseis. ¡Ninguna! Los pasos para encontrar un barco ya se habían dado.

Juilin la miró malhumorado y se echó el gorro más hacia adelante.

—Con que ya se habían dado, ¿no? ¿Y por eso las tres habéis estado moviéndoos a hurtadillas por…?

Lo interrumpió un fuerte gemido de Thom, que se tambaleó. Después de que el viejo juglar hubo tranquilizado a Elayne asegurando que había sido una breve punzada dolorosa y que estaba en condiciones de asistir a un baile —y de asestar una mirada significativa a Juilin que obviamente confiaba en que las mujeres no advirtieran—, Nynaeve se volvió de nuevo hacia el atezado teariano con gesto furibundo para preguntarle que qué le hacía pensar que se habían estado moviendo a hurtadillas.

—Fue una suerte que saliéramos —dijo Juilin, en cambio, con voz tensa—. Samara es como un banco de cazones alrededor de un trozo de carne sangrienta. Hay chusma en cada calle dando caza a Amigos Siniestros y a cualquiera que no aclame al Profeta como la única y verdadera voz del Dragón Renacido.

—Empezó hace más o menos una hora, cerca del río —intervino Thom, que se resignó con un suspiro a que Elayne le lavase la cara con un paño mojado. Parecía hacer caso omiso de los rezongos de la joven, cosa que no debía de resultarle nada fácil ya que Nynaeve oyó claramente «viejo necio» y «necesitas que alguien se ocupe de ti antes de que consigas que te maten» entre otras cosas, en un tono exasperado y afectuoso por igual—. Ignoro cómo empezó, pero sí oí que se culpaba de ello a las Aes Sedai, a los Capas Blancas, a los trollocs, a todo el mundo excepto a los seanchan, y si hubiesen sabido su nombre también los habrían culpado a ellos. —Hizo un gesto de dolor cuando Elayne apretó un poco con el trapo—. En el transcurso de la última hora nos involucramos un poco más de la cuenta sólo para enterarnos de eso.

—Hay fuego —anunció Birgitte.

Petro y su esposa advirtieron su gesto y se pusieron de pie para otear, preocupados, hacia donde señalaba. Dos negras columnas de humo se elevaban sobre el muro de lona, en dirección a la ciudad. Juilin se incorporó y miró a Nynaeve a los ojos con expresión dura.

—Es hora de marcharse. Tal vez nuestra partida llame la atención de Moghedien sobre nosotros, pero lo dudo; por todas partes hay gente que huye a toda prisa. Dentro de dos horas, no serán sólo dos incendios, sino cincuenta, y evitarla a ella no servirá de nada si la chusma nos hace picadillo. Se revolverá contra los espectáculos una vez que haya destrozado todo lo que puede destrozarse en la ciudad.

—No pronuncies ese nombre —replicó secamente Nynaeve al tiempo que asestaba una ceñuda mirada a Elayne que la joven no advirtió. Revelar demasiado a los hombres siempre era un error. Lo malo es que Juilin tenía razón, pero también era una equivocación admitir tal cosa ante un hombre demasiado pronto—. Pensaré en tu sugerencia, Juilin. Detestaría tener que huir sin razón y después enterarme de que un barco ha atracado nada más marcharnos. —El rastreador la miró como si se hubiese vuelto loca, y Thom sacudió la cabeza a pesar de que Elayne se la estaba sujetando para limpiarle la herida; no obstante, una figura que se abría paso entre los carromatos levantó el ánimo de Nynaeve—. Quizá ya ha llegado.

El parche con el ojo pintado de Ino y su rostro surcado de cicatrices, el largo mechón de pelo y la espada sujeta a la espalda suscitó cabeceos indiferentes de Petro y de varios de los Chavana y un estremecimiento en Muelin. Había hecho personalmente las visitas vespertinas, aunque sin novedades de las que informar. Su presencia ahora tenía que significar que había algo.

Como solía hacer, sonrió a Birgitte nada más verla y dirigió su único ojo sano de manera ostentosa hacia el busto de la mujer, y, también como era habitual, ella correspondió a la sonrisa y lo miró de arriba abajo lentamente. Por una vez, sin embargo, a Nynaeve no le importó el comportamiento censurable de los dos.

—¿Hay algún barco?

La sonrisa de Ino se borró de inmediato.

—Hay un jod… Un barco —repuso, sombrío—, si es que puedo meteros en él indemnes.

—Sabemos lo de los disturbios, pero sin duda quince shienarianos serán capaces de llevarnos hasta allí a salvo.

—Así que sabéis lo de los disturbios —rezongó mientras miraba a Thom y a Juilin—. ¿Y sabéis la puñe…? ¿Sabéis que la gente de Masema está luchando contra los Capas Blancas en las calles? ¿Sabéis que el jod…? ¿Sabéis que Masema ha ordenado a los suyos tomar Amadicia a sangre y fuego? Ya son miles los que han cruzado el cond… ¡Aaag! El río.

—Aunque sea así —replicó firmemente Nynaeve—, espero que hagas lo que dijiste que harías. Recordarás que prometiste obedecerme —puso algo de énfasis en esta última palabra a la par que echaba una significativa mirada a Elayne.

Fingiendo no darse cuenta, la muchacha se puso de pie con el trapo manchado de sangre en la mano y se dirigió a Ino:

—Siempre me han dicho que los shienarianos se cuentan entre los soldados más valientes del mundo. —El anterior timbre cortante de su voz de repente se había convertido en mieles y regia suavidad—. Me han contado muchas historias de la bravura shienariana cuando era pequeña. —Posó una mano en el hombro de Thom, pero sus ojos se mantuvieron prendidos en Ino—. Todavía las recuerdo, y espero recordarlas siempre.

Birgitte se acercó y empezó a dar masajes a Ino en la nuca mientras lo miraba fijamente a los ojos. Aparentemente el parche con el ojo pintado no la afectaba en absoluto.

—Tres mil años guardando la Llaga —dijo suave, muy suavemente. ¡Hacía dos días que no le hablaba así a Nynaeve!—. Tres mil años y sin retroceder jamás aunque hubiera que pagar con creces en sangre cada palmo de terreno. Esto no será Enkara ni Umbral de Soralle, pero sé cómo actuaréis.

—¿Qué habéis hecho? —gruñó Ino—. ¿Leer todas las condenadas historias de las jodidas Tierras Fronterizas? —De inmediato se encogió y miró a Nynaeve, que no había tenido más remedio que ordenarle que utilizase un lenguaje decoroso, sin una sola palabra malsonante. El guerrero no lo llevaba muy bien, pero no había otro modo que evitar que reincidiera en su habitual retahíla de juramentos; y Birgitte no debería mirarla con ceño—. ¿No podéis hablar con ellas? —se dirigió a Thom y a Juilin—. Están chif… Son unas necias si intentan esto.

Juilin alzó las manos y Thom se echó a reír.

—¿Conoces alguna mujer que haga caso a un consejo sensato cuando no quiere oírlo? —contestó el juglar. Gruñó cuando Elayne le retiró la mano que apretaba la tela contra la cabeza y empezó a limpiar la herida del cuero cabelludo quizá con un poco más de fuerza de la estrictamente necesaria.

—En fin —dijo Ino sacudiendo la cabeza—, si me van a embaucar supongo que así será. La gente de Masema encontró el barco, el Serpiente de río o algo por el estilo, antes de que hiciese una hora que había atracado, pero los Capas Blancas se apoderaron de él. Eso es lo que inició este pequeño alboroto. La mala noticia es que los Capas Blancas todavía dominan los muelles. Aunque lo peor es que tal vez Masema ha olvidado lo del barco. Fui a verlo pero no quería oír una sola palabra de ese asunto; de lo único que hablaba era de colgar Capas Blancas y hacer que Amadicia doblase la rodilla ante el lord Dragón aunque para ello tuviera que prender fuego a todo el país. Sin embargo, no se ha molestado en dar la contraorden a toda su gente, y ha habido combates cerca del río y quizá los haya todavía. Llevaros a través de los disturbios de la ciudad no va a ser nada fácil, pero si hay lucha en los muelles entonces no prometo nada. Y no tengo la más remota idea de cómo voy a meteros en un barco que está en manos de Capas Blancas.

Soltó un largo suspiro y se limpió el sudor de la frente con el envés de una mano llena de cicatrices. El esfuerzo de pronunciar una parrafada tan larga sin intercalar una sola palabra gruesa era patente en su rostro. Nynaeve lo habría librado del compromiso de reprimir su lenguaje habitual en ese momento si no hubiese estado demasiado estupefacta para poder hablar. Tenía que ser una coincidencia. «Luz, dije que se consiguiera un barco a toda costa, pero no me refería a esto. ¡No a esto!» No entendía por qué Elayne y Birgitte la miraban de un modo tan impasible. Ambas estaban al tanto de este asunto y a ninguna se le ocurrió la posibilidad de que ocurriese algo así. Los tres hombres intercambiaron miradas preocupadas, obviamente conscientes de que allí pasaba algo pero sin imaginar qué podía ser, gracias le fueran dadas a la Luz por ello. De cuantas menos cosas estuviesen enterados los hombres, tanto mejor. Tenía que ser una coincidencia.

En cierto sentido, se alegró mucho de ver a otro hombre abriéndose paso entre los carromatos; ello le daba una excusa para apartar los ojos de Elayne y Birgitte. Por otro lado, la aparición de Galad le provocó una sensación de vacío en el estómago.

Vestía ropas de color marrón y un gorro de terciopelo en lugar de su blanca capa y su bruñido peto, pero la espada seguía colgada a su cadera. Hasta entonces no se había acercado a los carromatos, y el efecto causado por su rostro fue demoledor. Muelin dio un paso hacia él de manera inconsciente, en tanto que las dos esbeltas acróbatas se inclinaban hacia adelante, boquiabiertas. Los Chavana habían quedado en el olvido, y estaban ceñudos por ello. Incluso Clarine se alisó el vestido mientras lo observaba, hasta que Petro se quitó la pipa de los labios y le dijo algo. Entonces la mujer fue hacia donde su esposo estaba sentado, riéndose, y estrechó el rostro del hombretón contra sus grandes senos. Pero sus ojos siguieron prendidos en Galad por encima de la cabeza de su marido.

Nynaeve no estaba de humor para dejarse impresionar por una cara bonita, y su respiración apenas se alteró.

—Fuiste tú, ¿no es verdad? —lo increpó antes incluso de que llegara a su lado—. Te apoderaste del Serpiente de río, ¡a que sí! ¿Por qué?

—El Sierpe de río —corrigió él, contemplándola con incredulidad—. Me pediste que me asegurara de procuraros un pasaje.

—¡Pero no te pedí que iniciases una batalla campal!

—¿Una batalla campal? —intervino Elayne—. Una guerra. Una invasión. Todo empezó por esa embarcación.

—Le di mi palabra a Nynaeve, hermana —contestó sosegadamente Galad—. Mi primer deber es asegurarme de ponerte en camino a Caemlyn sana y salva. Y a Nynaeve, por supuesto. Los Hijos habrían tenido que enfrentarse a ese tal Profeta antes o después.

—¿No podías limitarte a informarnos que había un barco? —dijo Nynaeve con sarcasmo. Los hombres y su palabra de honor. Todo muy digno de admiración, a veces, pero debió haber hecho caso a Elayne cuando ésta le dijo que su hermanastro hacía lo que consideraba correcto pesase a quien pesase y por encima de todo.

—Ignoro para qué quería el Profeta ese barco, pero dudo que en tal caso hubierais podido encontrar pasaje para ir río abajo. —Sus palabras hicieron que Nynaeve se encogiera—. Aparte de lo cual, pagué vuestro pasaje al capitán mientras estaba descargando la bodega todavía. Una hora después, uno de los dos hombres que dejé de guardia para estar seguro de que no zarpaba sin vosotras vino para avisarme que su compañero había muerto y que el Profeta se había adueñado del barco. No comprendo por qué estás tan molesta por ello. Queríais un barco, lo necesitabais, y yo os conseguí uno. —Frunciendo el entrecejo, Galad se dirigió a Thom y Juilin—. ¿Qué les ocurre? ¿Por qué no dejan de mirarse entre sí?

—Mujeres —fue la escueta respuesta de Juilin, y se ganó un cachete en el pescuezo por parte de Birgitte. El rastreador le asestó una mirada furiosa.

—Las picaduras de los tábanos son muy dolorosas —sonrió la mujer, y el gesto ceñudo de Juilin se desdibujó en otro de incertidumbre mientras se colocaba el gorro cónico.

—Podemos quedarnos aquí todo el día discutiendo sobre lo que está bien y lo que está mal —manifestó secamente Thom—, o podemos subir a ese barco. El pasaje está pagado, y ya no hay modo de recobrar el precio que ha costado.

Nynaeve volvió a encogerse. Lo dijera con el sentido que lo dijera, ella sabía cómo interpretarlo.

—Puede que haya dificultades en llegar al río —apuntó Galad—. Me he puesto esta ropa porque los Hijos no son muy populares en Samara en este momento, pero la chusma puede atacar a cualquiera.

Observó a Thom, con su cabello y bigote blancos, dubitativamente, y a Juilin con una expresión menos crítica —aunque desaliñado, el aspecto del teariano era lo bastante duro para clavar postes— y luego se volvió hacia Ino.

—¿Dónde está tu amigo? Otra espada podría venirnos bien hasta que lleguemos donde están mis hombres.

La sonrisa de Ino fue malévola. Saltaba a la vista que no había cambiado lo que el uno sentía por el otro desde su primer encuentro.

—Está por aquí cerca. Y puede que haya uno o dos más. Yo los llevaré al barco, si es que tus Capas Blancas son capaces de conservarlo. O incluso si no pueden.

Elayne abrió la boca, pero Nynaeve se le adelantó:

—¡Basta ya, los dos! —Seguro que Elayne habría recurrido otra vez a palabras melosas para solventar el problema. Quizás hubiese funcionado, pero ella necesitaba descargar su rabia. Contra algo, lo que fuese—. Tenemos que movernos rápidamente. —Tendría que haber imaginado, cuando lanzó a dos dementes hacia una misma meta, lo que pasaría si ambos la alcanzaban al mismo tiempo. Estaban locos, los dos. ¡Todos los hombres lo estaban!—. Ino, reúne al resto de tus hombres tan deprisa como sea posible. —El soldado intentó decirle que ya estaban reunidos al otro lado de la cerca del recinto, pero la antigua Zahorí continuó con un ímpetu imparable—. Galad, tú…

—¡Arriba todo el mundo! —El grito de Luca la interrumpió. El hombre venía trotando entre los carromatos, cojeando, y con una contusión en un lado de la cara. Su capa escarlata estaba rota y manchada. Por lo visto Thom y Juilin no eran los únicos que habían ido a la ciudad—. ¡Brugh, ve a decirles a los mozos que enganchen los tiros! Tendremos que abandonar la cerca de lona —dijo, con un gesto de dolor—, ¡pero quiero estar en la calzada en menos de una hora! ¡Andaya, Kuan, despertad a vuestras hermanas! ¡Que se levanten todos los que aún estén dormidos! Y, si se están aseando, decidles que se vistan aunque estén sucios o se vendrán desnudos. ¡Daos prisa, a no ser que queráis jurar fidelidad al Profeta y marchar contra Amadicia! ¡Chin Akima ya ha perdido la cabeza, junto con la mitad de sus artistas, y Sillia Cerano y una docena de los suyos fueron azotados por ser demasiado lentos! ¡Moveos! —Para entonces, todo el mundo excepto los que se encontraban junto al carromato de Nynaeve corría de un sitio para otro.

El paso renqueante de Luca aminoró a medida que se acercaba y observaba desconfiadamente a Galad. Y a Ino, cómo no, a pesar de que ya había visto al hombre tuerto en dos ocasiones antes.

—Nana, quiero hablar contigo —dijo en voz baja—. A solas.

—No iremos con vosotros, maese Luca —respondió ella.

—A solas —insistió, y la cogió del brazo y tiró de ella.

Nynaeve miró al grupo para decir que no interfiriese y se encontró con que no era necesario. Elayne y Birgitte se dirigían presurosas hacia el muro de lona que rodeaba el recinto, y salvo por alguna que otra ojeada en dirección a Luca y a ella los cuatro hombres estaban absortos en una conversación. Nynaeve resopló sonoramente. Menudos hombres, que veían que maltrataban a una mujer y no hacían nada.

Se soltó el brazo de un tirón y caminó junto a Luca con un claro gesto de desagrado.

—Supongo que querrás tu dinero ahora que nos marchamos. Bien, pues lo tendrás. Cien marcos de oro. Aunque opino que deberías descontar algo por el tiro de caballos y el carromato que dejamos. Y por nuestra contribución al espectáculo. Sin duda hemos hecho que aumente el número de tus clientes. Morelin y Juilin con su número de funámbulos, yo con el tiro al arco, Thom…

—¿Crees que lo que busco es el dinero, mujer? —demandó mientras se volvía hacia ella—. ¡Si fuese eso, lo habría pedido el mismo día en que cruzamos el río! ¿Lo he hecho? ¿Te has parado a pensar alguna vez por qué no?

A despecho de sí misma, retrocedió un paso y se cruzó de brazos con aire severo. Y de inmediato deseó no haberlo hecho; con ese gesto sólo conseguía resaltar más lo que estaba enseñando. Por pura obstinación mantuvo la postura —no estaba dispuesta a actuar de modo que el hombre pensara que se sentía azorada, sobre todo cuando tal cosa era cierta— pero, sorprendentemente, los ojos de Luca se mantuvieron prendidos en los de ella. Quizás estaba enfermo. Hasta entonces nunca había evitado mirarle el busto, y si Valan Luca no estaba interesado en bustos ni en dinero…

—Si no es del oro, ¿de qué quieres hablar conmigo?

—Todo el camino de regreso de la ciudad a aquí —empezó lentamente— no he dejado de pensar que ahora os marchabais de verdad. —Nynaeve rehusó retroceder otro paso a pesar de que el hombre estaba muy cerca y la contemplaba fijamente. Por lo menos seguía mirándole la cara—. No sé de qué huís, Nana. A veces, casi he creído la historia que me contasteis. Ciertamente, Morelin tiene un porte noble. Pero tú no has sido nunca la doncella de una dama. Estos últimos días casi esperaba encontraros en cualquier momento a las dos rodando por el suelo y tirándoos de los pelos. Y tal vez a Merian enzarzada también. —Debió de advertir algo en la expresión de ella, porque carraspeó y se apresuró a continuar—. El asunto es que puedo encontrar a otra persona a la que Merian dispare. Gritas tan bien que cualquiera diría que estás realmente aterrada, pero… —Volvió a aclararse la garganta, con mayor precipitación esta vez, y se echó hacia atrás—. Lo que intento decir es que quiero que te quedes. Hay todo un mundo ahí fuera, miles de ciudades esperando un espectáculo como el mío, y sea quien sea de quien huyes jamás te encontraría estando conmigo. Unos cuantos artistas de Akima y varios de Sillia que no han escapado al otro lado del río… se han unido a mí. El espectáculo de Valan Luca será el más grande que el mundo ha visto nunca.

—¿Que me quede? ¿Por qué iba a quedarme? Te dije desde el principio que sólo queríamos llegar a Ghealdan, y nada ha cambiado.

—¿Que por qué? Para que seas la madre de mis hijos, naturalmente. —Le cogió una mano entre las suyas—. Nana, tus ojos me han robado el alma, tus labios enardecen mi corazón, tus hombros hacen que mi pulso se acelere, tu…

—¿Quieres casarte conmigo? —lo interrumpió, con incredulidad.

—¿Casarme? —Parpadeó—. Bueno… eh… sí. Sí, por supuesto. —Su voz cobró firmeza de nuevo y apretó los dedos de ella contra sus labios—. Nos casaremos en la primera ciudad donde pueda hacer los arreglos oportunos. Jamás le he pedido a otra mujer que se case conmigo.

—Eso no me cuesta trabajo creerlo —repuso débilmente. Tuvo que tirar para soltar su mano—. Aprecio en lo que vale tu propuesta y me siento honrada, maese Luca, pero…

—Valan, Nana. Valan.

—Pero tengo que rehusarla. Estoy comprometida con otro. —Bueno, en cierto modo lo estaba. Lan Mandragoran podía pensar que su sello sólo era un regalo, pero ella lo veía de manera distinta—. Y me voy.

—Debería atarte y llevarte conmigo. —El polvo y los desgarrones estropearon hasta cierto punto el ostentoso ondear de su capa mientras se erguía—. Con el tiempo, olvidarías a ese tipo.

—Inténtalo y haré que Ino te haga desear que te hubiesen troceado para hacer salchichas contigo. —La amenaza apenas desinfló al infatuado Luca. Nynaeve lo golpeó con el índice en el torso—. No me conoces, Valan Luca. No sabes nada sobre mí. Mis enemigos, a los que descartas tan fácilmente, te desollarían y te harían bailar con los huesos al aire, y te sentirías agradecido si eso era todo lo que hacían contigo. Bien, he de marcharme y no tengo tiempo de escuchar tus majaderías. ¡No, ni una palabra más! Estoy completamente decidida y no vas a conseguir hacerme cambiar de idea, de modo que mejor será que dejes de desvariar.

Luca soltó un sonoro suspiro.

—Eres la única mujer para mí, Nana. Que otros hombres se queden con esas aburridas gazmoñas y sus pestañeos y suspiros tímidos. Un hombre se da cuenta de que tiene que caminar a través de fuego y domar a una leona con sus manos desnudas cada vez que se acerca a ti. Cada día una aventura, cada noche… —La sonrisa que esbozó estuvo a punto de costarle un bofetón—. Volveré a encontrarte, Nana, y será a mí a quien elijas. Lo sé aquí. —Se dio unos golpecitos con el pulgar en el pecho en un gesto teatral, e hizo ondear la capa con un ademán aun más ostentoso—. Y tú también lo sabes, mi queridísima Nana. En el fondo de tu corazón, lo sabes.

Nynaeve no sabía si sacudir la cabeza o quedarse boquiabierta. Los hombres estaban locos. Todos ellos.

Luca insistió en escoltarla hasta el carromato llevándola sujeta por el brazo como si estuviesen en un baile.


Abriéndose paso entre el tumulto de mozos que corrían hacia los tiros, el ensordecedor griterío de hombres, relinchos de caballos, rugidos de osos, bufidos de leopardos, Elayne iba gruñendo como queriendo estar a la altura de los animales. Nynaeve no tenía ningún derecho a criticarla por enseñar las piernas. Se había fijado en el modo en que se erguía cada vez que aparecía Valan Luca. Y también cómo respiraba más hondo. Con Galad hacía lo mismo, a decir verdad. Ella no disfrutaba vistiendo polainas; eran cómodas, cierto, y más frescas que una falda. Ahora entendía la razón de que Min prefiriese las ropas masculinas. Casi. Estaba el problema de superar la sensación de que la chaqueta hacía las veces de un vestido tan corto que apenas tapaba las caderas. Pero lo había superado hasta el momento; aunque no pensaba permitir que Nynaeve, con su lengua viperina, lo supiera. Esa mujer tendría que haber comprendido que Galad pasaría por alto el coste de mantener su promesa; y no era que ella no se lo hubiese advertido incontables veces. ¡E involucrar en ello al Profeta! Nynaeve actuaba sin pensar lo que hacía.

—¿Decías algo? —preguntó Birgitte. La mujer se había recogido los vuelos de la falda sobre un brazo para mantener el paso, sin mostrar el menor rebozo por dejar al aire las piernas desnudas desde los escarpines de brocado azul hasta bastante más arriba de las rodillas, y aquellas medias diáfanas cubrían aun menos que sus polainas.

—¿Qué opinas de que vista con esta ropa? —inquirió, frenándose en seco.

—Que permite libertad de movimientos —respondió juiciosamente Birgitte, a lo que Elayne asintió con un cabeceo—. Claro que es una suerte que tu trasero no sea muy grande, dado lo ajustadas que…

La joven echó a andar a zancadas, furiosa, mientras se daba secos tirones de la corta chaqueta. La lengua de Nynaeve se quedaba chiquita comparada con la de Birgitte. En verdad tendría que haber exigido algún tipo de juramento de obediencia o, al menos, alguna muestra del respeto debido. Tendría que recordar eso cuando llegara el momento de vincular a Rand. Cuando Birgitte la alcanzó, con una expresión hosca en el rostro como si fuese ella la que casi estuviera fuera de sus casillas, ninguna de las dos habló.

Vestida con el traje de lentejuelas verdes, la seanchan de cabello claro hacía uso de la aguijada para guiar al s’redit macho que estaba empujando con la cabeza la jaula del león. Un mozo con el torso cubierto por un manoseado chaleco de cuero aferraba la lanza del carro y lo hacía girar hacia donde el tronco de caballos pudiera engancharse más fácilmente. El león paseaba, intranquilo, de un extremo a otro de la jaula, sacudiendo la cola y de vez en cuando emitiendo una especie de tos seca que sonaba como el preludio de un rugido.

—Cerandin —llamó Elayne—, tengo que hablar contigo.

—Dentro de un momento, Morelin. —Absorta en el grisáceo animal de grandes colmillos, su forma peculiar de pronunciar las palabras casi hizo incomprensible lo que decía.

—Ahora, Cerandin. No disponemos de mucho tiempo.

Pero la mujer no detuvo al s’redit y continuó el giro hasta que el mozo gritó que el carro estaba en posición.

—¿Qué quieres, Morelin? —preguntó entonces con timbre impaciente—. Todavía tengo mucho que hacer, y me gustaría cambiarme de ropa. Este vestido no es adecuado para viajar.

El colosal animal aguardaba pacientemente detrás de ella. Elayne apretó ligeramente los labios.

—Nos marchamos, Cerandin.

—Sí, lo sé. Es por los disturbios. Estas cosas no deberían consentirse. Si el tal Profeta piensa hacernos daño, va a enterarse de lo que son capaces Mer y Sanit. —Se giró un poco para rascar el rugoso lomo de Mer con la aguijada, y el animal rozó el hombro de la mujer con su largo apéndice nasal. La «trompa», como la denominaba Cerandin—. Algunos prefieren utilizar lopar o grolm en las batallas, pero si se utiliza bien a los s’redit

—Calla y escucha —la interrumpió firmemente Elayne. Resultaba todo un esfuerzo mantener cierta dignidad con la seanchan comportándose obtusamente y Birgitte plantada a un lado, cruzada de brazos. Estaba segura de que la arquera sólo esperaba la oportunidad para soltar otro comentario cortante—. No me refiero al espectáculo, sino a Nana, a ti y a mí. Vamos a coger un barco esta mañana, y en unas cuantas horas estaremos lejos del alcance del Profeta para siempre.

—Pocas embarcaciones fluviales pueden transportar s’redit, Morelin —respondió la seanchan a la par que sacudía la cabeza lentamente—. Aun en el caso de que hayas encontrado una que sí puede, ¿qué harán después? ¿Qué haré yo? Dudo que pueda ganar tanto si actúo sola como yendo con maese Luca, ni siquiera con tu número de caminar por el cable y Merian disparando su arco. Y supongo que Thom haría malabarismos. No, no, es mejor que todos nos quedemos con el espectáculo.

—Habrá que dejar a los s’redit —admitió Elayne—, pero estoy segura de que maese Luca se ocupará de ellos. No vamos a actuar, Cerandin. Ya no es necesario. Allí adonde voy hay personas a las que les gustaría saber… —Reparó entonces en el mozo, un tipo larguirucho con una nariz incongruentemente bulbosa, que se encontraba lo bastante cerca para oír la conversación—. Saber cosas de tu lugar de origen. Muchas más cosas de las que ya nos has contado. —No, el tipo no escuchaba; estaba mirando con lujuria, alternativamente, el busto de Birgitte y sus piernas. Mantuvo fijos los ojos en él hasta que la insolente sonrisa se tornó en una mueca forzada y reanudó sus tareas.

—¿Quieres que abandone a Mer, Sanit y Nerin al cuidado de unos hombres que tienen miedo de acercarse a ellos? —Cerandin sacudió la cabeza otra vez—. No, Morelin, nos quedamos con maese Luca. Y tú también. Es mucho mejor. ¿Te acuerdas de las terribles condiciones en que estabas el día que viniste? No querrás volver a lo mismo, ¿verdad?

Elayne respiró profundamente y se acercó más a la mujer. Nadie excepto Birgitte estaba lo bastante cerca para oírla, pero no quería correr riesgos innecesarios.

—Cerandin, mi verdadero nombre es Elayne de la casa Trakand, heredera del trono de Andor. Algún día seré la reina de Andor.

Basándose en el comportamiento de la mujer aquel primer día, e incluso más en lo que les había dicho sobre los seanchan, eso debería haber bastado para acabar con cualquier resistencia por su parte. Pero, en lugar de ello, Cerandin la miró directamente a los ojos.

—Afirmabas ser una noble el día que llegaste, pero… —Frunció los labios y echó una fugaz ojeada a las polainas de Elayne—. Eres una excelente funámbula, Morelin. Con un poco de práctica, llegarías a ser lo bastante buena para actuar ante la emperatriz algún día. Todo el mundo tiene su sitio y todo el mundo está en el que le corresponde.

Durante un instante, Elayne abrió y cerró la boca sin emitir un solo sonido. ¡La seanchan no la creía!

—Ya he perdido demasiado tiempo, Cerandin.

Alargó la mano hacia el brazo de la mujer para llevársela a rastras si era necesario, pero Cerandin le asió la mano, realizó un movimiento giratorio, y Elayne, con los ojos desorbitados y un chillido de sorpresa, se encontró sosteniéndose de puntillas y preguntándose si la muñeca se le rompería antes de que el hombro se le dislocara. ¡Y Birgitte siguió plantada en el mismo sitio, cruzada de brazos, y encima tuvo la desfachatez de enarcar inquisitivamente una ceja!

Elayne apretó los dientes; no le pediría ayuda.

—Suéltame, Cerandin —exigió, aunque habría querido que su voz no sonara tan falta de aliento—. ¡He dicho que me sueltes!

Al cabo de un momento la seanchan obedeció y retrocedió un paso cautelosamente.

—Eres una amiga, Morelin, y siempre lo serás. Quizá te conviertas en una dama noble algún día. Posees los modales para ello, y si atraes a un lord podría tomarte como una de sus asa. A veces las asa se convierten en esposas. Que la Luz te acompañe, Morelin. He de terminar mi trabajo. —Sostuvo la aguijada de manera que Mer enroscó la trompa en ella y el enorme animal permitió que la mujer lo condujese, pesadamente, hacia otra parte del recinto.

—Cerandin —llamó, cortante, Elayne—. ¡Cerandin! —La mujer de cabello claro no volvió la cabeza, y Elayne asestó una mirada furibunda a Birgitte—. Has sido una gran ayuda —gruñó, y echó a andar antes de que la otra mujer tuviese tiempo de responder.

Birgitte la alcanzó y caminó a su lado.

—Por lo que he oído y lo que he visto, has empleado bastante tiempo en enseñarle a esa mujer que tiene voluntad propia. ¿Acaso esperabas que te ayudase a arrebatarle de nuevo esa convicción?

—No era eso lo que intentaba en absoluto —masculló Elayne—. Lo que intentaba era cuidar de ella. Se encuentra muy lejos de su hogar, es una extraña dondequiera que vaya, y hay gente que no la trataría amablemente si se enterase de dónde procede.

—A mí me parece muy capaz de cuidar de sí misma —repuso con tono cortante Birgitte—. Claro que quizá también le enseñaste eso tú, ¿no? Sin duda era una infeliz desvalida hasta que la conociste.

La gélida mirada que le asestó Elayne pareció resbalar sobre ella como un trozo de hielo sobre una lámina de acero caliente.

—Te limitaste a observar sin hacer nada. Se supone que eres mi… —Echó una fugaz ojeada en derredor; sólo fue un vistazo rápido, pero bastó para que varios mozos agacharan la cabeza—. Mi Guardián. Y se supone que tienes que ayudarme a defenderme cuando me es imposible encauzar.

También Birgitte echó un vistazo en derredor, pero por desgracia no había nadie lo bastante cerca para que tuviera que contener la lengua.

—Te defenderé cuando estés en peligro, pero si todo el peligro que te amenaza es que te tumben sobre las rodillas de alguien para darte una azotaina por haberte comportado como una niña mimada, tendré que decidir si no es más conveniente permitir que aprendas una lección que podría salvarte de una situación igual o peor más adelante. ¡Mira que decir que eres la heredera de un trono! ¡Vaya! Si vas a ser Aes Sedai más te vale practicar la manera de alterar y torcer la verdad, no hacerla añicos.

Elayne estaba boquiabierta; tuvo que tropezar con sus propios pies para salir de su estupor y recuperar el habla.

—¡Pero es cierto que lo soy!

—Si tú lo dices —repuso Birgitte mientras su mirada recorría las polainas llenas de lentejuelas.

Elayne no pudo evitarlo; aguantar la afilada lengua de Nynaeve, a Cerandin comportándose con la tozudez de dos mulas, y ahora esto. Echó la cabeza hacia atrás y gritó con frustración.

Cuando el sonido cesó, dio la impresión de que incluso los animales se habían quedado callados. Los mozos estaban parados, contemplándola de hito en hito. La joven hizo caso omiso de ellos con actitud fría; ahora no había nada que pudiese afectarla. Estaba tan impasible como un témpano y con un absoluto control sobre sí misma.

—¿Ese grito era pidiendo ayuda? —inquirió Birgitte mientras ladeaba la cabeza—. ¿O es que tienes hambre? Supongo que podría encontrar una ama de cría en la…

Elayne se alejó a zancadas a la par que soltaba un sordo gruñido que habría enorgullecido a cualquiera de los leopardos.

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