27 La costumbre de la pusilanimidad

Vais al pairo, sin timón —les dijo Siuan a las seis mujeres que tenía enfrente, sentadas en seis tipos de sillas distintos.

La propia habitación era una mezcolanza. Sobre dos grandes mesas de cocina, pegadas a una pared, había plumas, tinteros y frascos de arena colocados en ordenadas hileras. Lámparas desparejadas, algunas de barro vidriado y otras doradas, y velas de todos los grosores y longitudes estaban dispuestas para proporcionar luz al caer la noche. Un trozo de alfombra de seda illiana, de fuertes colores azules, rojos y dorados, cubría parte de un suelo de tablones toscos y desgastados. A Leane y a ella las habían sentado al lado opuesto del trozo de alfombra, de manera que ambas eran el foco de todas las miradas. Las ventanas de bisagra, con los vidrios rotos o reemplazados por seda untada de aceite, estaban abiertas para dejar pasar un poco de aire, pero era insuficiente para aliviar el calor. Siuan Sanche se dijo para sus adentros que no envidiaba a estas mujeres por su habilidad para encauzar —lo tenía superado, sin duda— pero sí que envidiaba el que ninguna de ellas transpirara. Notaba que su propia cara estaba húmeda por el sudor.

—Toda esa actividad de ahí fuera es sólo apariencia y exhibición —añadió Siuan—. Puede que os engañéis a vosotras mismas y quizás incluso a los Gaidin, aunque yo en vuestro lugar no lo daría por hecho; sin embargo, a mí no podéis engañarme.

Habría preferido que Morvrin y Beonin no se hubieran sumado al grupo. Morvrin era escéptica en todo a despecho de su apariencia plácida y su expresión a veces ausente; la fornida hermana Marrón, con el cabello surcado de hebras grises, era de las que exigían seis evidencias antes de creer que los peces tenían escamas. Beonin era una bonita hermana Gris, de cabello dorado oscuro y ojos gris azulados tan grandes que le daban una constante apariencia de sobresalto; comparada con ella, Morvrin era una crédula.

—Elaida tiene la Torre en sus manos, y sabéis que manejará mal a Rand al’Thor —manifestó desdeñosamente Siuan—. Será pura suerte si no se deja llevar por el pánico y hace que lo amansen antes del Tarmon Gai’don. Sabéis que, sea cual sea el sentimiento que os inspira un hombre capaz de encauzar, las Rojas lo sienten multiplicado por diez. La Torre Blanca pasa por el momento de mayor debilidad cuando debería estar más fuerte que nunca, y se encuentra en manos de una necia cuando debería estar dirigida sagazmente. —Arrugó la nariz y las fue mirando a los ojos una a una—. Y aquí estáis, sentadas sin hacer nada, a la deriva y con las velas arriadas. ¿O esperáis convencerme de que estáis haciendo algo más que gandulear y soplar pompas de jabón al aire?

—¿Opinas como Siuan, Leane? —preguntó afablemente Anaiya. Siuan nunca había entendido por qué esta mujer le caía bien a Moraine. Intentar que hiciera algo que no quería era como golpear un saco de plumas. Nunca hacía frente a otro ni discutía; sólo se negaba, en silencio, a ceder. Hasta el modo en que se sentaba, con las manos entrelazadas, la hacía parecer más una mujer a punto de hacer la masa del pan que una Aes Sedai.

—En parte, sí —contestó Leane. Siuan le asestó una seca mirada que ella pasó por alto—. En lo que se refiere a Elaida, por supuesto. Elaida manejará tan mal a Rand al’Thor como está haciendo con la Torre. En cuanto al resto, sé que habéis trabajado duro para haber conseguido reunir a tantas hermanas como hay aquí, y espero que estéis trabajando con igual ahínco para hacer algo respecto a Elaida.

Siuan resopló de manera manifiesta. Mientras cruzaba la sala había visto de pasada algunos de aquellos pergaminos examinados con tanto interés: listas de provisiones; reparto de maderos para reconstrucción; asignación de tareas para talar árboles, reparar casas y limpiar pozos. Nada más. Nada que tuviera la menor relación con un informe respecto a las actividades de Elaida. Planeaban pasar el invierno allí, y sólo hacía falta que fuera capturada una Azul que supiera lo de Salidar, que la sometieran a interrogatorio —no aguantaría mucho si Alviarin se encargaba de ello— y Elaida sabría exactamente dónde echarles la red. Y, mientras, se preocupaban de plantar huertos y tener suficiente leña cortada antes de que se produjera la primera helada.

—Entonces sobran los comentarios —replicó fríamente Carlinya—. No parecéis entender que ya no sois la Amyrlin y la Guardiana. Ni siquiera sois Aes Sedai. —Algunas de las mujeres tuvieron la cortesía de sonrojarse; Morvrin y Beonin, no, sino las otras. A ninguna Aes Sedai le gustaba hablar de la neutralización o que se le recordara su existencia, y les parecía una falta de tacto hacerlo delante de ellas dos—. No es mi intención ser cruel al decirlo. No creímos los cargos presentados contra vosotras, a pesar de vuestro compañero de viaje, o en caso contrario no estaríamos aquí, pero no podéis ocupar vuestros antiguos puestos entre nosotras, y eso es un hecho indiscutible.

Siuan recordaba bien a Carlinya como novicia y Aceptada. Una vez al mes había cometido alguna falta leve, algo sin importancia que le reportaba una o dos horas extras de trabajo. Exactamente una vez al mes. Con ello intentó evitar que las demás la consideraran gazmoña. Aquéllas habían sido sus únicas infracciones —jamás rompió otras reglas ni se pasó de la raya; no habría sido lógico—, pero nunca comprendió por qué las otras chicas la consideraron, a pesar de todo, una favorita de las Aes Sedai. Mucha lógica y poco sentido común, así era Carlinya.

—A pesar de que lo que se os hizo se ajusta por pelos a la ley —dijo suavemente Sheriam—, convenimos en que fue malignamente injusto, una distorsión extrema del espíritu de la ley. —El respaldo de la silla, detrás de su pelirrojo cabello, tenía una incongruente talla que parecía un amasijo de serpientes luchando—. Digan lo que digan los rumores, la mayoría de los cargos alegados contra vosotras eran tan poco consistentes que se tendrían que haber desestimado por ridículos.

—Excepto el de que sabían lo de Rand al’Thor y conspiraron para ocultarlo a la Torre —intervino con dureza Carlinya.

—Sí —asintió Sheriam—; pero, aunque tal cosa fuera cierta, no justificaba el castigo impuesto. Ni tampoco se os debió juzgar en secreto, sin daros la oportunidad de defenderos. No temáis que os volvamos la espalda. Nos ocuparemos de que nunca os falte nada.

—Gracias —musitó Leane con voz débil y casi temblorosa.

Siuan torció el gesto.

—Ni siquiera me habéis preguntado sobre las informadoras que puedo utilizar. —Sheriam le había caído bien cuando eran estudiantes, aunque los años y las respectivas posiciones habían abierto una brecha entre ambas. Vaya, así que se ocuparían de que no les faltara nada—. ¿Está Aeldene aquí? —Anaiya empezó a negar con la cabeza antes de darse cuenta de lo que hacía—. Es lo que imaginaba o en caso contrario estaríais más enteradas de lo que ocurre en el mundo. Habéis dejado que sigan enviando sus informes a la Torre. —Poco a poco la noción penetró en el cerebro de las mujeres; ignoraban que Aeldene tuviera a su cargo a las informadoras—. Me encargué de que alguien me sustituyera al mando de la red del Ajah Azul antes de que se me nombrara Amyrlin. —Más sorpresa—. Con muy poco esfuerzo, todas las informadoras Azules y también las que me sirvieron como Amyrlin podrían estar enviándoos los informes siguiendo rutas que no les revelarían su punto de destino final. —Costaría más que un poco de esfuerzo, pero en su cabeza ya estaba todo planeado casi hasta el último detalle, y de momento no era menester revelarles más cosas—. Además, pueden seguir enviando informes a la Torre que contengan lo que… queráis que Elaida crea. —Había estado a punto de decir «queramos»; debía de tener cuidado con sus palabras.

No les hizo gracia, naturalmente. La identidad de las mujeres que se encargaban de las redes informativas sólo la conocían unas pocas, pero todas ellas eran Aes Sedai. Siempre lo habían sido. Empero, ésa era su única palanca para introducirse a la fuerza en los círculos donde se tomaban las decisiones. De otro modo, seguramente las meterían a Leane y a ella en una cabaña con una sirvienta para que las atendiera y quizá alguna que otra visita esporádica de Aes Sedai que quisieran examinar mujeres que habían sido neutralizadas, hasta que murieran. Y, en esas circunstancias, morirían pronto.

«¡Luz, podrían incluso casarnos!» Había quien pensaba que un marido y unos hijos podían ocupar a una mujer lo bastante para reemplazar el Poder Único en su vida. Más de una mujer que se había neutralizado accidentalmente al absorber demasiado saidar o probando el uso de un ter’angreal, se había encontrado emparejada con un posible marido. Puesto que esas mujeres que contraían matrimonio siempre ponían la mayor distancia posible entre ellas y la Torre y sus recuerdos, la teoría continuaba sin demostrarse.

—No tendría que entrañar mucha dificultad ponerme en contacto con quienes fueron mis informadoras antes de convertirme en Guardiana —manifestó con inseguridad Leane—. Y, lo que es más importante, con los contactos que tenía en la propia Tar Valon siendo Guardiana de las Crónicas. —La sorpresa hizo que muchos ojos se abrieran de par en par, aunque los de Carlinya se estrecharon. Leane parpadeó, rebulló con nerviosismo, y esbozó una débil sonrisa—. Siempre pensé que era una tontería dar más importancia a la corriente de opinión en Ebou Dar o en Bandar Eban que a la de nuestra propia ciudad. —Tenían que darse cuenta del valor de sus informadoras en Tar Valon.

—Siuan… —Morvrin se inclinó sobre su sillón mientras pronunciaba el nombre firmemente, como para enfatizar que no se había dirigido a ella con el tratamiento de «madre». Aquel semblante redondo manifestaba ahora más obstinación que placidez, y su maciza constitución resultaba un tanto amenazadora. Cuando Siuan era novicia, Morvrin rara vez parecía advertir las travesuras de las muchachas que la rodeaban, pero cuando lo hacía se ocupaba personalmente del asunto y de un modo que conseguía poner a todo el mundo más derecho que una vela durante días—. ¿Por qué íbamos a acceder a lo que quieres? Te han neutralizado, mujer. Fueras quien fueras antes, ya no era Aes Sedai. Si deseamos los nombres de esas informadoras, las dos tendréis que dárnoslos. —En esta última afirmación había una certeza absoluta; se los darían, de uno u otro modo. Lo harían, si estas mujeres los querían de verdad.

Leane se estremeció visiblemente, pero la silla de Siuan crujió cuando la mujer irguió la espalda.

—Sé muy bien que ya no soy la Amyrlin. ¿Creéis que ignoro que he sido neutralizada? Mi rostro ha cambiado, pero no lo que hay dentro de mí. Todo aquello que sabía sigue estando en mi cabeza. ¡Utilizadlo! ¡Por el amor de la Luz, utilizadme! —Inhaló profundamente para tranquilizarse. «¡Así me consuma si permito que me aparten a un lado para que me pudra!»

Myrelle aprovechó su pausa para intervenir.

—El temperamento fogoso de una joven a juego con un rostro joven. —Sonrió y se sentó al borde del sillón que podría haber estado delante de la chimenea de un granjero si a éste no le hubiera importado que el barniz se estuviera descascarillando. Sin embargo, no era su sonrisa habitual, lánguida y enterada por igual, y sus grandes ojos, casi tanto como los de Beonin, rebosaban compasión—. Estoy segura de que ninguna desea que os sintáis inútiles, Siuan. Y también que todas queremos aprovechar al máximo vuestros conocimientos. Lo que sabéis nos será de gran utilidad.

Siuan no quería su compasión.

—Parecéis haber olvidado a Logain y el motivo de que lo haya arrastrado hasta aquí desde Tar Valon. —Su intención no había sido sacar ella misma este tema, pero si iban a dejarlo morir sumido en la miseria…—. ¿Mi «disparatada idea» fueron las palabras que utilizasteis?

—De acuerdo, Siuan —dijo Sheriam—. ¿Por qué?

—Porque el primer paso para derribar a Elaida es que Logain revele a la Torre, y al mundo si es preciso, que el Ajah Rojo lo convirtió en un falso Dragón para así poder derrotarlo. —Ciertamente, ahora tenía toda la atención de las mujeres—. Lo encontraron unas Rojas en Ghealdan al menos un año antes de que se proclamara a sí mismo; pero, en lugar de llevarlo a Tar Valon para ser amansado, le inculcaron la idea de proclamar que era el Dragón Renacido.

—¿Estás segura de eso? —inquirió quedamente Beonin con un fuerte acento tarabonés. Estaba sentada muy quieta en la alta silla de asiento de mimbre, observando con intensidad.

—Ignora quiénes somos Leane y yo. Habló con nosotras varias veces en el camino hacia aquí, a altas horas de la noche, cuando Min estaba dormida y él no conseguía descansar. No lo dijo antes porque cree que toda la Torre estaba metida en la artimaña, pero sabe que fueron hermanas Rojas quienes lo ocultaron y le hablaron del Dragón Renacido.

—¿Por qué? —demandó Morvrin, a lo que Sheriam asintió.

—Sí, ¿por qué? Cualquiera de nosotras se habría desvivido por amansar a un hombre así, pero el Ajah Rojo vive sólo para eso. ¿Por qué iban a crear un falso Dragón?

—Logain no lo sabía —respondió—. Quizá pensaron que ganarían más capturando a un falso Dragón que amansando a un pobre necio que podía aterrorizar a una aldea. Quizá tienen razones para desear que haya más tumultos.

—No sugerimos que tengan algo que ver con Mazrim Taim o cualquiera de los otros —se apresuró a añadir Leane—. Elaida sin duda podrá aclararos lo que queréis saber.

Siuan las observó mientras rumiaban la información en silencio. En ningún momento habían considerado la posibilidad de que estuvieran mintiendo. «Una ventaja de haber sido neutralizada». Por lo visto no se les había pasado por la cabeza que ser neutralizada podría romper todos los vínculos con los Tres Juramentos. Algunas Aes Sedai estudiaban a mujeres neutralizadas, cierto, pero con precaución y de mala gana. Ninguna quería que se le recordara lo que podría ocurrirle también a ella.

En cuanto a Logain, Siuan no tenía por qué preocuparse. No mientras Min siguiera viendo lo que quiera que viera. El hombre viviría lo suficiente para declarar lo que ella quisiera una vez que hubiera hablado con él. No se atrevió a correr el riesgo de que decidiera dejarlas y marcharse, cosa que tal vez habría hecho si le hubiera revelado sus intenciones antes. Sin embargo, era su única oportunidad de vengarse ahora de quienes lo habían amansado, rodeado como estaba de Aes Sedai. Venganza del Ajah Rojo exclusivamente, cierto, pero tendría que conformarse con eso. Un pez en la barca compensaba un cardumen en el agua.

Echó una ojeada a Leane, que esbozó un levísimo atisbo de sonrisa. Bien. A Leane no le había gustado que no la hiciera partícipe esa misma mañana del plan que tenía para ese hombre, pero Siuan llevaba mucho tiempo rodeada de secretos para desvelar con facilidad más de lo que consideraba preciso, incluso a una amiga. Le pareció que la idea de que el Ajah Rojo estuviera implicado con otros falsos Dragones había sido inculcada con sutil acierto. Las Rojas habían sido las cabecillas del complot para derrocarla. Quizá no habría un Ajah Rojo después de que esto hubiera acabado.

—Esto cambia mucho las cosas —dijo al cabo de un tiempo Sheriam—. De ningún modo podemos seguir a una Amyrlin que hiciera algo así.

—¡Seguirla! —exclamó Siuan, por primera vez sobresaltada de verdad—. ¿Estabais considerando la posibilidad de volver para besar el anillo de Elaida? ¿Sabiendo lo que ha hecho y lo que hará?

Leane temblaba en su silla de rabia, ansiosa por soltar unas cuantas palabras escogidas de su repertorio, pero habían acordado que sería Siuan la que se dejaría llevar por el genio. Sheriam parecía un tanto avergonzada, y en las mejillas de Myrelle aparecieron dos rosetones, pero el resto reaccionó con total tranquilidad.

—La Torre debe ser fuerte —dijo Carlinya en un tono tan duro como una piedra—. El Dragón ha renacido, se aproxima la Última Batalla, y la Torre debe estar unida.

—Sí —asintió Anaiya—. Comprendemos vuestras razones para que Elaida no os guste, incluso para que la odiéis. Lo comprendemos, pero debemos pensar en la Torre y en el mundo. Confieso que a mí también me cae mal Elaida, pero tampoco me gustabas tú, Siuan. No es necesario que la Sede Amyrlin sea de nuestro agrado. Y no es preciso que nos mires de ese modo, Siuan. Siempre has tenido una lengua afilada, desde novicia, y el paso de los años sólo ha conseguido aguzarla más. Y, como Amyrlin, empujabas a las hermanas allí donde querías sin dar explicaciones del porqué. No es una combinación agradable.

—Trataré de… suavizar mi manera de hablar —manifestó Siuan en tono seco. ¿Qué esperaba esta mujer? ¿Que una Sede Amyrlin tratara a todas las hermanas como amigas de la infancia?—. Pero confío en que lo que os he dicho cambie vuestra idea de arrodillaros a los pies de Elaida.

—Si eso es suavizar tu manera de hablar, quizá tenga que ocuparme personalmente de corregir ese fallo, si es que te permitimos ocuparte de las informadoras —comentó Myrelle.

—Ahora no podemos volver a la Torre, por supuesto —dijo Sheriam—. Sabiendo esto, no, de ninguna forma. No volveremos hasta que estemos en disposición de deponer a Elaida.

—Haya hecho lo que haya hecho, las Rojas seguirán apoyándola. —Beonin lo expresó como un hecho, no como objeción. No era ningún secreto que las Rojas estaban resentidas porque no había habido una Amyrlin de su Ajah desde Bonwhin.

—Y también lo harán otras —abundó Morvrin—. Aquellas que han arriesgado demasiado en favor de Elaida para creer que les queda otra opción. Aquellas que apoyen la autoridad, por vil que sea. Y algunas que piensen que estamos dividiendo la Torre cuando tendría que estar unida a toda costa.

—Excepto las Rojas, hay posibilidad de tratar con todas —adujo juiciosamente Beonin—, negociar con ellas. —La mediación y la negociación eran la razón de la existencia de su Ajah.

—Por lo visto disponer de informadoras va a sernos de utilidad, Siuan. —Sheriam miró a las demás—. A menos que alguien piense todavía que deberíamos privarla de ellas.

Morvrin fue la última en negar con la cabeza, pero finalmente lo hizo, tras una larga e intensa mirada que hizo que Siuan se sintiera como si la hubiera troceado, pesado y medido.

No pudo evitar un suspiro de alivio. Nada de una corta vida consumiéndose en una choza, sino una existencia con un propósito. Puede que fuera corta también —nadie sabía cuánto podía vivir una mujer neutralizada teniendo algo que reemplazara el Poder Único—, pero existiendo un propósito, sería suficiente para ella. De modo que Myrelle iba a suavizar su modo de hablar, ¿no? «Yo le enseñaré a esa Verde de ojos de zorra… Bueno, lo que voy a hacer es contener la lengua y darme por satisfecha con que no haga más que mirarme. Sabía cómo iba a ser esto. Así me abrase, pero lo sabía».

—Gracias, Aes Sedai —contestó en el tono más sumiso que fue capaz de asumir. Llamarlas así le dolía; era otra ruptura, otro recordatorio de lo que ella no era ya—. Intentaré daros un buen servicio.

Myrelle no tendría que haber asentido con una expresión tan satisfecha. Siuan hizo caso omiso de la vocecilla interior que le decía que ella habría hecho lo mismo o más que Myrelle de estar en su lugar.

—Si me permitís una sugerencia —intervino Leane—, no será suficiente con esperar hasta que contéis con bastante apoyo en la Antecámara de la Torre para deponer a Elaida. —Siuan adoptó una expresión interesada, como si fuera la primera vez que oía tal cosa—. Elaida gobierna en Tar Valon, en la Torre Blanca, y para el mundo es la Amyrlin. De momento, no sois más que una congregación de disidentes. Puede acusaros de rebeldes y agitadoras, y, viniendo de la Sede Amyrlin, el mundo lo creerá.

—Difícilmente podemos impedir que sea Amyrlin mientras no se la haya depuesto —contestó Carlinya con un tono de frío menosprecio. De haber llevado puesto el chal de flecos blancos, lo habría ajustado con brusquedad en torno a los hombros.

—Pero sí podéis dar al mundo una verdadera Amyrlin. —Leane no se dirigió a la hermana Blanca, sino a todas en conjunto, mirándolas por turno, asumiendo una expresión en la que se mostraba segura de lo que decía pero al mismo tiempo ofreciendo una sugerencia que casi no esperaba que aceptaran. Fue Siuan la que apuntó la posibilidad de que utilizara los mismos trucos que empleaba con los hombres, sólo que adaptados para las mujeres—. He visto Aes Sedai de todos los Ajahs, excepto el Rojo, en la sala y en las calles. Haced que se instaure aquí una Antecámara, y que las designadas elijan una nueva Amyrlin. Entonces podréis presentaros al mundo como la verdadera Torre Blanca, en el exilio, y a Elaida como una usurpadora. Añadiendo a eso la revelación de Logain, ¿dudáis de a quién aceptarán las naciones como la verdadera Sede Amyrlin?

La idea despertó su interés. Siuan vio que le daban vueltas a esa posibilidad. Pensaran lo que pensaran las otras, sólo Sheriam manifestó algo en contra:

—Ello significaría que la Torre está realmente dividida —musitó tristemente la mujer de ojos verdes.

—Ya lo está —le respondió Siuan con acritud, y al momento deseó no haber hablado, cuando todas la miraron.

Se suponía que esta idea era exclusivamente de Leane. Ella tenía reputación de ser una diestra manipuladora, y podían desconfiar de cualquier cosa que propusiera. Por eso había empezado criticándolas duramente; no le habrían creído si les hubiera hablado con amabilidad. Se presentaría ante ellas como si todavía creyera que era la Sede Amyrlin, y las dejaría que la pusieran en su sitio. En contraste, Leane mostraría un talante más cooperativo, ofreciendo solamente lo poco que estaba en su mano, y estarían más dispuestas a escucharla. Cumplir su parte no resultó difícil… hasta que llegó lo de la súplica; entonces habría querido colgarlas a todas a secar al sol. ¡Sentadas allí, sin hacer nada!

«No tendría que haberte preocupado que recelaran de ti. Te consideran un junco roto». Si todo iba bien, seguirían pensando igual. Un junco útil pero débil en el que no merecía fijarse más de una vez. Era una aceptación dolorosa, si bien Duranda Tharne le había demostrado en Lugard cuán necesaria era. Sólo la admitirían según sus condiciones, y ella tendría que sacarles el mejor partido.

—Ojalá se me hubiera ocurrido a mí —continuó—. Ahora que lo he oído, la idea de Leane os proporciona un modo de volver a erigir la Torre sin que antes tengáis que destruirla por completo.

—Pero no tiene por qué gustarme —sentenció Sheriam—. No obstante, se hace lo que tiene que hacerse. La Rueda gira según sus designios, y, si la Luz quiere, sus giros quitarán la estola de los hombros de Elaida.

—Habrá que pactar con las hermanas que siguen en la Torre —musitó Beonin, casi para sí misma—. De modo que la Amyrlin que escojamos habrá de ser una sagaz negociadora, ¿no?

—Será preciso una mente despierta y muy clara —precisó Carlinya—. La nueva Amyrlin tiene que ser una mujer de razonamiento frío y lógico.

El resoplido de Morvrin sonó con fuerza suficiente para que todas brincaran en las sillas.

—Sheriam es la que tiene una posición más alta entre nosotras —dijo la hermana Marrón—, y nos ha mantenido unidas cuando habríamos salido huyendo en diez direcciones diferentes.

Sheriam sacudió la cabeza con energía, pero Myrelle no le dio opción de hablar.

—Sheriam es una elección excelente. Puedo prometer que todas las hermanas Verdes la respaldarán, lo sé.

En el semblante de Anaiya se reflejaba una completa conformidad. Era el momento de detener esto antes de que el asunto se fuera de las manos.

—¿Podría hacer una sugerencia? —Siuan creía que se le daba mejor aparentar timidez que simular modestia. Era un gran esfuerzo, pero se dijo que más le valía aprender a mantener esa actitud. «Myrelle no es la única que intentará meterme en el pantoque si cree que me excedo de los límites de mi posición. Sea cual sea». Sólo que no se limitarían a intentarlo; lo harían. Las Aes Sedai esperaban o, mejor dicho, exigían respeto de quienes no lo eran—. A mi modo de ver, sea quien sea la que elijáis debería ser alguien que no haya estado en la Torre cuando fui… destituida. ¿No sería mejor que la mujer destinada a unir de nuevo a la Torre fuera una a la que nadie pudiera acusar de haber tomado partido por uno u otro bando aquel día? —Como tuviera que seguir mucho con esta comedia, acabaría reventándole una vena en la cabeza.

—Sí, alguien muy fuerte con el Poder —añadió Leane—. Cuanto más fuerte sea, mejor representará los intereses de la Torre. O los que tendrá una vez que Elaida se haya ido.

Siuan habría querido darle una patada. Se suponía que ese comentario tendría que haber esperado un día entero, para presentarlo cuando hubieran empezado a barajar nombres. Entre las dos, Leane y ella, conocían a todas las hermanas lo suficiente para encontrar un punto débil, alguna duda que insinuar sutilmente en cuanto a la conveniencia de que llevara la estola y el cayado. Siuan preferiría vadear desnuda un agua infestada de cazones antes que estas mujeres comprendieran que estaba intentando manipularlas.

—Una hermana que estuviera fuera de la Torre —repitió Sheriam mientras asentía—. Eso es muy acertado, Siuan. Bien pensado.

Con qué facilidad caían en la tentación de darle palmaditas en la cabeza. Morvrin frunció los labios.

—No será fácil encontrar a quienquiera que elijamos.

—La fuerza en el Poder reduce las posibilidades. —Anaiya miró a las demás—. No sólo la convertirá en un símbolo mejor, al menos para las otras hermanas, sino que la fuerza en el Poder a menudo va acompañada por un carácter firme, y quienquiera que escojamos indudablemente necesitará tenerlo.

Carlinya y Beonin fueron las últimas en dar su conformidad.

Siuan mantuvo el gesto relajado, aunque por dentro sonreía. La ruptura de la Torre había cambiado muchas cosas, muchas maneras de pensar además de la suya. Estas mujeres habían reunido a las hermanas, las habían conducido hasta allí, y ahora estaban discutiendo quién debía ser propuesta a la nueva Antecámara, como si tal cosa no fuera prerrogativa de la propia Antecámara. No resultaría difícil conducirlas, con muchísima suavidad, al convencimiento de que la nueva Amyrlin debería ser alguien a la que ellas pudieran dirigir. Y, sin saberlo, tanto ellas como la Amyrlin que escogiera para reemplazarla estaría guiada por ella misma. Moraine y ella habían trabajado durante mucho tiempo para encontrar a Rand al’Thor y prepararlo, dedicando a ello gran parte de sus vidas, para correr el riesgo de que al final alguien hiciera una chapuza.

—Si se me permite hacer otra sugerencia… —Simplemente, la actitud timorata no formaba parte de su forma de ser; iba a tener que buscar otra clase de actitud. Procurando no rechinar los dientes, esperó a que Sheriam asintiera antes de continuar—. Elaida debe de estar intentando descubrir el paradero de Rand al’Thor; cuanto más al sur llegábamos, más aumentaban los rumores de que había abandonado Tear. Creo que lo ha hecho, y me parece que he llegado a la conclusión lógica de adónde se dirigió.

No fue menester aclarar que tendrían que encontrarlo antes de que lo hiciera Tar Valon. Todas lo dieron por entendido. Elaida no sólo lo utilizaría mal, sino que, si le ponía las manos encima y lograba aislarlo de la Fuente y mantenerlo bajo su control, cualquier esperanza de deponerla habría desaparecido. Los dirigentes de las naciones conocían las Profecías, aunque por regla general sus súbditos no tuvieran ni idea; le perdonarían una docena de falsos Dragones empujados por la necesidad.

—¿Adónde? —inquirió con aspereza Morvrin, adelantándose por poco a Sheriam, Anaiya y Myrelle.

—Al Yermo de Aiel.

Se produjo un breve silencio.

—Eso es ridículo —dijo después Carlinya.

Siuan refrenó una dura réplica y sonrió de un modo que esperaba pareciera de disculpa.

—Tal vez, pero leí algo sobre los Aiel cuando era Aceptada. Gitara Moroso sospechaba que algunas de las Sabias Aiel podían encauzar. —Por aquel entonces, Gitara era la Guardiana—. Uno de los libros que me hizo leer, un antiguo volumen del rincón más polvoriento de la biblioteca, afirmaba que los Aiel se llamaban a sí mismos el Pueblo del Dragón. No lo recordé hasta que intenté discurrir dónde podría haber ido Rand para desaparecer de ese modo. Las Profecías dicen «la Ciudadela de Tear nunca caerá hasta que llegue el Pueblo del Dragón», y había Aiel en la toma de la Ciudadela. En eso coinciden todos los rumores y la historia.

De repente, Morvrin pareció estar viendo otro lugar y otro tiempo.

—Recuerdo ciertas especulaciones sobre las Sabias nada más ser ascendida y recibir el chal. De ser verdad, resultaría fascinante, pero los Aiel no dan a las Aes Sedai una acogida mejor que a cualquier otro que entre en el Yermo, y sus Sabias, por lo que tengo entendido, están sujetas a alguna ley o costumbre que les impide hablar con forasteros, lo que dificulta en extremo acercarse suficientemente a una de ellas para percibir si… —Inopinadamente, se sacudió como si saliera de un trance y miró a Siuan y a Leane como si su lapsus hubiera sido culpa de ellas—. Algo que se recuerda de un libro, seguramente escrito por alguien que nunca vio un Aiel, es una paja muy fina para tejer un cesto.

—Sí, muy fina —convino Carlinya.

—¿Pero no merecerá la pena enviar a alguien al Yermo? —Le costó un gran esfuerzo hacer la pregunta en lugar de exigirlo. Todavía conservaba suficiente dominio sobre sí misma para hacer caso omiso del calor por regla general, pero no mientras intentaba arrastrar a estas mujeres hacia donde quería sin que ellas lo advirtieran—. Dudo que los Aiel intenten hacer daño a una Aes Sedai. —Al menos, Siuan no creía que se lo hicieran si era lo bastante rápida para demostrar su condición de Aes Sedai. Había que correr el riesgo—. Y, si él está en el Yermo, los Aiel lo sabrán. Recordad los Aiel de la Ciudadela.

—Tal vez —dijo lentamente Beonin—. El Yermo es grande. ¿A cuántas tendríamos que mandar?

—Si el Dragón Renacido se encuentra en el Yermo —adujo Anaiya—, los primeros Aiel que se encuentren lo sabrán. Los acontecimientos acompañan al tal Rand al’Thor, según se dice. No caerá al océano sin hacer un chapoteo que se oiga hasta en el último rincón del mundo.

—Debería ser una Verde —opinó Myrelle mientras sonreía por el comentario de Anaiya—. Ninguna de las demás está vinculada con más de un Guardián, y dos o tres Gaidin podrían resultar muy útiles en el Yermo hasta que los Aiel la reconozcan como una Aes Sedai. Siempre he deseado ver a un Aiel. —Era novicia durante la Guerra de Aiel y tenía prohibido salir de la Torre; aunque tampoco ninguna Aes Sedai había participado en el conflicto aparte de curar, naturalmente. Los Tres Juramentos les impedían luchar a menos que Tar Valon o la propia Torre fueran atacadas, y aquella guerra nunca había cruzado los brazos del río.

—Tú no —le dijo Sheriam—. Ni ninguna otra de las que formamos este consejo. Te comprometiste a llevar esto a buen fin cuando aceptaste sentarte con nosotras, y eso no incluye zascandilear por ahí porque estás aburrida. Me temo que, antes de que hayamos acabado, habrá más emociones de lo que a cualquiera de nosotras le gustaría tener. —En otras circunstancias habría resultado una excelente Amyrlin, pero en las actuales simplemente era demasiado firme y segura de sí misma—. Sin embargo, en lo referente a que sean Verdes… Sí, creo que sí. ¿Dos? —Su mirada pasó sobre las otras, consultando—. ¿Para más seguridad?

—¿Qué tal Kiruna Nachiman? —sugirió Anaiya.

—¿Y Bera Harkin? —añadió Beonin.

Las demás asintieron con la cabeza, salvo Myrelle, que se encogió de hombros con un gesto irritado. Las Aes Sedai no se enfurruñaban, pero a ella le faltaba poco.

Siuan soltó su segundo suspiro de alivio. Estaba segura de que su deducción era acertada. Rand había desaparecido en alguna parte, y, si se encontrara en cualquier lugar entre el Océano Aricio y la Columna Vertebral de Mundo, los rumores se habrían propagado rápidamente. Y, dondequiera que estuviera, Moraine se encontraría allí, aferrando el collar del chico. Kiruna y Bera accederían sin duda a llevar una carta a Moraine, y entre ellas tenían siete Guardianes que evitarían que los Aiel las mataran.

—No queremos cansaros a Leane y a ti —continuó Sheriam—. Pediré a una hermana Amarilla que os haga un examen. Quizá pueda ayudaros en algo, para que os sintáis mejor de algún modo. Buscaré unas habitaciones para vosotras, donde podáis descansar.

—Si vas a ser la encargada de las informadoras —agregó, solícita, Myrelle—, debes mantenerte fuerte.

—No soy tan débil como parecéis creer —protestó Siuan—. De otro modo, ¿habría sido capaz de seguiros más de tres mil kilómetros? Cualquier debilidad que padeciera tras ser neutralizada, ha desaparecido, estad seguras. —La verdad era que había encontrado de nuevo un centro de poder y no quería marcharse, pero, obviamente, eso no podía decirlo. Todos aquellos ojos prendidos en Leane y en ella con preocupación; bueno, los de Carlinya no, pero sí los de las demás. «¡Luz! ¡Van a encargar a una novicia que nos meta en la cama y nos arrope para que echemos un sueñecito!»

Sonó una llamada a la puerta y al punto entró Arinvar, el Guardián de Sheriam. Era cairhienino y, por ende, no muy alto, además de tener una constitución esbelta; sin embargo, a pesar de las canas en las sienes, sus rasgos eran duros y él se movía como un leopardo al acecho.

—Hay unos veinte jinetes hacia el este —anunció sin más preámbulo.

—No son Capas Blancas —dijo Carlinya—, o lo habrías indicado.

Sheriam le asestó una mirada seca. Muchas hermanas se volvían quisquillosas cuando alguien se inmiscuía entre ellas y su Gaidin.

—No podemos permitirles que escapen y quizás informen de nuestra presencia. ¿Se los puede capturar, Arinvar? Preferiría eso a tener que matarlos.

—Tanto lo uno como lo otro será difícil —contestó el Guardián—. Machan dice que van armados y que tienen aspecto de veteranos. Valen lo que diez veces su número de hombres más jóvenes.

Morvrin hizo un ruido de fastidio.

—Pues hay que hacer lo uno o lo otro. Discúlpame, Sheriam. Arinvar, ¿podrían los Gaidin conducir a hurtadillas a algunas de las hermanas más ágiles lo bastante cerca de esos hombres para tejer Aire a su alrededor?

El Guardián hizo un leve gesto de negación.

—Según Machan, es probable que hayan localizado a algunos de los Guardianes que están de vigilancia. Sin duda se darían cuenta si intentamos llevar a más de una o dos Aes Sedai cerca de ellos. Aun así, siguen aproximándose.

Siuan y Leane no fueron las únicas que intercambiaron miradas sobresaltadas. Pocos hombres veían a un Guardián que no deseaba ser localizado, incluso sin la capa de Gaidin.

—Entonces, haz lo que consideres mejor —dijo Sheriam—. Capturarlos, si ello es posible, pero ninguno debe escapar para revelar nuestra presencia aquí.

Antes de que Arinvar hubiera terminado de hacer una reverencia, con la mano sobre la empuñadura de la espada, otro hombre llegó junto a él; era corpulento, de piel cetrina, con el cabello largo hasta los hombros y una barba corta que no cubría su labio superior. Los gráciles movimientos de Guardián resultaban chocantes en un hombretón de su tamaño. Hizo un guiño a Myrelle, su Aes Sedai, al tiempo que anunciaba con su fuerte acento illiano:

—Todos los jinetes se han detenido excepto uno, que sigue avanzado solo. Le he echado una ojeada, y aunque mi anciana madre dijera lo contrario, yo seguiría insistiendo en que ese hombre es Gareth Bryne.

Siuan lo miró de hito en hito; de repente las manos y los pies se le habían quedado fríos. Corría el rumor de que Myrelle se había casado con este Guardián, Nuhel, y también con sus otros dos Gaidin, en contra de las costumbres y las leyes de cualquier nación que conocía Siuan. Éste era el tipo de idea que acudía a la mente cuando una gran estupefacción la dejaba aturdida, y, justo en ese momento, Siuan se sintió como si un mástil se hubiera desplomado sobre su cabeza. «¿Bryne aquí? ¡Es imposible! ¡Es absurdo!» Bryne no podía haberlos seguido todo el camino desde… «Oh, sí, podría y lo haría. Ése lo haría». Mientras viajaban, se había estado repitiendo que sólo era una precaución sensata no dejar rastro tras de sí, que Elaida sabía que no estaban muertas, a pesar de los rumores, y que no dejaría de perseguirlas hasta que las encontrara o fuera destituida. Siuan se había irritado al tener que pedir indicaciones al final, pero la idea que la acosó como un tiburón no fue que Elaida pudiera encontrar de algún modo a un herrero en una pequeña aldea de Altara, sino que el herrero sería como un letrero indicador para Bryne. «Quisiste convencerte de que era absurdo, ¿verdad? Pues aquí está él».

Recordaba muy bien el enfrentamiento con Bryne, cuando tuvo que doblegarlo a su deseo en aquel asunto de Murandy. Había sido como doblar una gruesa barra de hierro o un gran muelle que volvería a saltar si dejaba de presionar un instante. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad; había tenido que humillarlo en público con el fin de asegurarse de que lo tenía doblegado mientras lo necesitara así. No iría en contra de lo que había aceptado de rodillas, pidiéndole perdón, con cincuenta nobles como testigos. La propia Morgase ya le había planteado dificultades, y Siuan no había querido correr el riesgo de que Bryne le diera a la reina una excusa para ir en contra de sus instrucciones. Qué extraño era pensar que Elaida y ella habían trabajado juntas en aquel asunto, para someter a Morgase.

Tenía que controlarse. Estaba aturdida, pensando en cualquier cosa salvo en lo que necesitaba pensar. «Concéntrate. No es el momento de dejarse dominar por el pánico».

—Debéis ahuyentarlo o matarlo.

Supo que había cometido un error antes de que las palabras acabaran de salir de su boca, con un tono de apremio. Hasta los Guardianes la miraron; y las Aes Sedai… Hasta ahora no había sabido lo que era para alguien que no poseía Poder tener aquellos ojos clavados sobre uno con toda su fuerza. Se sentía desprotegida, como si su cuerpo y su mente estuvieran desnudos bajo aquel escrutinio. Aun sabiendo que las Aes Sedai no podían leer el pensamiento de otras personas, sintió el impulso de confesar antes de que las mujeres hicieran una relación de sus mentiras y delitos. Al menos confiaba en que su rostro no estuviera como el de Leane, ruborizado y con los ojos desorbitados.

—Sabéis por qué está aquí. —La voz de Sheriam rebosaba una sosegada certeza—. Las dos. Y no queréis enfrentaros a él. Hasta el punto de que nos habríais inducido a matarlo.

—Quedan vivos pocos grandes generales. —Nuhel los fue nombrando mientras contaba con los dedos—. Agelmar Jagad y Davram Bashere no abandonarán la Llaga, a mi entender, y Pedron Niall sin duda no os sería útil. Si Rodel Ituralde sigue vivo, estará enredado en problemas en algún lugar de lo que queda de Aran Doman. —Levantó el grueso pulgar—. Eso nos deja sólo a Gareth Bryne.

—¿Crees, pues, que necesitaremos un gran general? —inquirió con calma Sheriam.

Nuhel y Arinvar no se miraron, pero Siuan tuvo la sensación de que aun así habían intercambiado una ojeada.

—La decisión es vuestra, Sheriam —contestó Arinvar con un tono igualmente sosegado—. Vuestra y de las otras hermanas; pero, si tenéis intención de regresar a la Torre, nos podría ser útil. Si lo que pretendéis es quedaros aquí hasta que Elaida mande alguien a buscaros, entonces no.

Myrelle lanzó una mirada interrogante a Nuhel, que asintió con la cabeza.

—Al parecer estabas en lo cierto, Siuan —espetó secamente Anaiya—. No habíamos engañado a los Gaidin.

—La cuestión es si Bryne accederá a servirnos —dijo Carlinya.

—Sí —convino Morvrin, que añadió—: Tenemos que hacerle ver nuestra causa de tal modo que desee servirnos. No nos favorecería que se supiera que habíamos matado y detenido a un hombre tan notable antes de haber empezado con nuestro plan.

—Cierto —dijo Beonin—, y debemos ofrecerle una recompensa que lo ligue firmemente a nosotras.

Sheriam volvió la vista hacia los dos hombres.

—Cuando lord Bryne llegue al pueblo, no le digáis nada, pero conducidlo ante nosotras. —Tan pronto como la puerta se cerró detrás de los Guardianes, su mirada cobró firmeza. Siuan la reconoció; era la misma mirada intensa que ponía de rodillas a las novicias antes de que hubiera pronunciado una sola palabra—. Bien. Ahora nos explicaréis con todo detalle por qué está aquí Gareth Bryne.

No había otra opción. Si la pillaban aunque sólo fuera en una pequeña mentira, empezarían a cuestionar todo lo demás. Siuan inhaló profundamente.

—Nos refugiamos para pasar la noche en un granero, cerca de Hontanares de Kore, en Andor. Bryne es el señor del lugar, y…

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