Elayne permaneció sentada allí largo rato, vigilando el sueño de Birgitte. Al menos, era lo que parecía que hacía, dormir. Una vez rebulló y musitó con tono desesperado:
—Espérame, Gaidal. Espera. Ya voy, Gaidal. Espérame…
La frase quedó inacabada, dando paso de nuevo a una respiración lenta. ¿Estaría más fuerte? Su aspecto seguía siendo mortalmente pálido; mejor que el que tenía antes, pero aun así demacrado.
Al cabo de, quizás, una hora, Nynaeve regresó. Tenía los pies sucios y el surco de lágrimas recientes brillaba en sus mejillas.
—No podía seguir ahí fuera —dijo mientras colgaba la capa—. Duerme un poco, que yo la cuidaré. He de hacerlo.
Elayne se incorporó lentamente y se alisó los pliegues de la falda. A lo mejor velar un rato a Birgitte ayudaría a solventar el dilema a Nynaeve.
—Tampoco yo tengo ganas de dormir todavía. —Estaba agotada, pero se sentía completamente despejada—. Creo que iré a dar un paseo.
Nynaeve se limitó a asentir con la cabeza mientras ocupaba el lugar de su amiga, sentada en la otra cama, con los polvorientos pies colgando por el borde y los ojos prendidos en Birgitte.
Para sorpresa de Elayne, tampoco Thom y Juilin dormían. Habían hecho una lumbre pequeña junto al carromato y estaban sentados el uno frente al otro, con el fuego en medio, cruzados de piernas y fumando en sus pipas de caña larga. Thom se había metido la camisa por dentro de los calzones, y Juilin llevaba puesta la chaqueta, aunque no la camisa, y se había remangado. La joven miró en derredor antes de unirse a los dos hombres. La quietud reinaba en el campamento y la única luz provenía de la pequeña fogata y del brillo de las lámparas que se colaba a través de las ventanas del carromato.
Ninguno de los dos hombres pronunció una palabra mientras la joven se arreglaba las faldas; entonces Juilin miró a Thom, que asintió en silencio, y el rastreador cogió algo del suelo y lo sostuvo frente a Elayne.
—La encontré justo donde apareció tendida —dijo el hombre de piel oscura—. Como si se le hubiera caído de la mano.
Elayne cogió lentamente la flecha. Incluso las plumas del penacho parecían de plata.
—Distintiva —comentó coloquialmente Thom sin quitarse la pipa de entre los dientes—. Y si a ese detalle se añade el de la trenza… Todos los relatos la mencionan por alguna razón, aunque recuerdo algunos en los que creo que también podría ser ella con otros nombres y sin la trenza. Y otros con diferentes nombres pero con ella.
—A mí los relatos me dan igual —intervino Juilin, que hablaba de un modo tan tranquilo como Thom. Claro que hacía falta mucho para alterar a cualquiera de los dos hombres—. ¿Es ella? Ya resultaría bastante malo que no lo fuera, porque una mujer que aparece desnuda de la nada, así, pero… ¿En qué nos habéis metido Nyna… Nana y tú? —Se notaba que estaba preocupado; Juilin no cometía errores, nunca tenía este tipo de desliz.
Elayne giró la flecha entre las manos, simulando que la examinaba.
—Es una amiga —manifestó finalmente. Hasta que Birgitte la librara de su promesa de guardar el secreto no revelaría su identidad—. No es Aes Sedai, pero nos está ayudando. —Los hombres la miraban, esperando que añadiera algo más—. ¿Por qué no le disteis esto a Nynaeve?
Los dos intercambiaron una de aquellas miradas peculiares —los hombres parecían ser capaces de mantener toda una conversación únicamente a base de miradas, al menos cuando había mujeres delante— que dejaba tan claro como si hubieran pronunciado las palabras lo que pensaban de ella por guardar secretos. Sobre todo en algo que sabían casi con toda certeza. Pero ella había dado su palabra.
—Parecía incómoda —contestó Juilin que, muy juiciosamente, se puso a chupar la pipa con entusiasmo. Thom, por su parte, se quitó la suya de entre los dientes y soltó un resoplido que agitó el blanco bigote.
—¿Incómoda? Esa mujer salió en camisola, con aire de estar perdida, y cuando le pregunté si podía ayudarla no me arrancó la cabeza de un bofetón. ¡Se puso a llorar sobre mi hombro! —Dio unos tironcitos de su camisa mientras rezongaba algo sobre que estaba mojada—. Elayne, me pidió perdón por cualquier inconveniencia que pudiera haberme dicho, lo que podría resumirse en casi todas las palabras que han salido de su boca hacia mí. Clamaba que merecía una tunda de palos o que había recibido una tunda de palos, no estoy seguro, porque la mitad de las cosas que decía eran incoherencias; que era una cobarde y una estúpida testaruda. No sé qué le ocurre, pero desde luego dista mucho de ser ella misma.
—Una vez conocí a una mujer que actuaba de ese modo —intervino Juilin, con la mirada fija en la lumbre—. Se despertó y encontró a un ladrón en su dormitorio, y le asestó una cuchillada que le atravesó el corazón. Pero, cuando encendió una lámpara, descubrió que era su esposo. Su embarcación había atracado en los muelles muy temprano. La mujer se comportó como Nynaeve durante un par de semanas. —Apretó la boca—. Después se ahorcó.
—Detesto tener que cargarte con esto, pequeña —añadió tiernamente Thom—, pero si alguno de nosotros puede ayudarla, eres tú. Yo sé cómo sacar a un hombre de un mal momento; se le da un buen puntapié o se lo emborracha y se le facilita una pros… —Carraspeó con fuerza tratando de que pareciera un acceso de tos y se atusó el bigote. Lo malo de que la tratara como a una hija era que a veces parecía pensar que tenía doce años—. En fin, el asunto es que no sé cómo solucionar esto. Y aunque a Juilin no le importaría sentarla en las rodillas y hacerla brincar, dudo que ella se lo agradeciese.
—Antes haría brincar en mis rodillas a un tiburón —rezongó el rastreador, pero no con la dureza que lo habría hecho el día anterior. Estaba tan preocupado como Thom, aunque no tan dispuesto como él a admitirlo abiertamente.
—Haré cuanto esté en mi mano —les aseguró Elayne mientras volvía a dar vueltas a la flecha. Eran unos buenos hombres y no le gustaba tener que mentirles ni ocultarles cosas. Sin embargo, ahora no tenía más remedio que hacerlo. Nynaeve afirmaba que una mujer debía manejar a los hombres por su propio bien, pero no había que sobrepasar ciertos límites. No estaba bien conducir a un hombre hacia peligros que desconocía.
De modo que se lo contó. Lo del Tel’aran’rhiod y que los Renegados estaban libres y lo de Moghedien. No les dijo todo, por supuesto. Algunas cosas ocurridas en Tanchico le causaban demasiada vergüenza para pensar siquiera en ellas. Mantuvo su promesa de guardar en secreto la identidad de Birgitte y, por supuesto, no era necesario entrar en detalles sobre lo que Moghedien le había hecho a Nynaeve. Todo lo cual le puso bastante difícil explicar los acontecimientos de esta noche, pero se las arregló. Les contó todo lo que consideraba que debían saber, justo lo necesario para que fueran conscientes por primera vez de lo que en realidad se traían entre manos, y no sólo lo relacionado con localizar al Ajah Negro —cosa que los hizo bizquear cuando lo oyeron— sino sobre los Renegados y que Moghedien seguramente iba por Nynaeve y por ella. Además, dejó muy claro que también ellas dos tenían intención de dar caza a la Renegada, y que cualquiera que estuviera cerca se encontraba en peligro al estar entre el cazador y la presa en ambos sentidos.
—Ahora que lo sabéis —terminó—, la elección de quedaros o marcharos es vuestra. —Lo dejó así y puso mucho empeño en no mirar a Thom. Confiaba, casi desesperadamente, en que se quedara, pero no estaba dispuesta a darle a entender que se lo pedía, ni siquiera con una mirada.
—Todavía no te he enseñado ni la mitad de lo que necesitas saber si es que quieres ser tan buena reina como tu madre —manifestó el hombre, procurando dar un tono a su voz un tanto gruñón, pero echó a perder el intento al retirar con dulzura un mechón de cabello teñido que caía sobre la mejilla de la joven—. No vas a librarte de mí tan fácilmente, pequeña. Me propongo convertirte en una maestra del Da’es Daemar aunque para ello tenga que estar pasándote información hasta dejarte sorda. Ni siquiera te he enseñado todavía a manejar un cuchillo. Intenté enseñarle a tu madre, pero siempre rehusó argumentando que podía ordenar a un hombre que lo usara si se hacía necesario utilizar uno. Un modo absurdo de enfocar el asunto.
La joven se inclinó y le besó la ajada mejilla; el hombre parpadeó a la par que las densas cejas se arqueaban bruscamente, y luego sonrió y volvió a meterse la pipa en la boca.
—También puedes besarme a mí —dijo secamente Juilin—. Rand al’Thor utilizará mis entrañas de cebo para peces si no te llevo de vuelta con él sana y salva.
—No admitiré que te quedes por lo que te haya ordenado Rand al’Thor, Juilin. —Elayne levantó la barbilla en un gesto orgulloso. ¡Vaya! Así que llevársela de vuelta, ¿no?—. Te quedarás sólo si tú quieres. Y no te libero, ni a ti tampoco, Thom —el juglar había sonreído al oír el comentario del rastreador— de vuestra promesa de hacer lo que os mandemos. —La expresión estupefacta de Thom le resultó gratificante. La joven se volvió hacia Juilin—. Me seguiréis a mí, y a Nynaeve, por supuesto, plenamente conscientes de los enemigos a los que nos enfrentamos, o ya podéis preparar vuestro hato y cabalgar en Furtivo a donde os plazca. Os lo regalaré.
Juilin se sentó tan tieso como un poste, y su atezado rostro se tornó sombrío.
—Jamás he abandonado a una mujer en peligro. —Señaló a la joven con la larga caña de la pipa como si fuera un arma—. Como me mandes que me vaya, os seguiré como un halcón al acecho de la presa.
No era exactamente la respuesta que Elayne esperaba, pero tendría que conformarse.
—Entonces, de acuerdo. —Se levantó, sosteniendo la flecha a un costado y manteniendo un cierto aire frío. Creía que por fin los dos se habían dado cuenta de quién estaba al mando—. No falta mucho para que amanezca. —¿De verdad habría tenido Rand la desfachatez de decirle a Juilin que se «la trajera de vuelta»? Thom tendría que aguantar junto con el otro hombre un trato distante durante un tiempo, y se lo merecía por haber esbozado esa sonrisita burlona—. Apagad la lumbre e idos a dormir. Ahora, y sin excusas, Thom. No estaréis en condiciones de ser útiles para nada por la mañana si no descansáis.
Los dos hombres empezaron a echar tierra al fuego con las botas, obedientemente, pero cuando Elayne llegó a la escalerilla del carromato oyó que Thom rezongaba:
—A veces parece su madre.
—Entonces me alegro de no haber conocido nunca a esa mujer —refunfuñó Juilin—. ¿Echamos a suertes quién hace la primera guardia?
Thom aceptó. Faltó poco para que Elayne volviera junto a ellos, pero, en cambio, se sorprendió a sí misma al sonreír. «¡Hombres!» Lo pensó con cariño. El agradable estado de ánimo le duró hasta que entró en el carromato.
Nynaeve estaba sentada al borde la de cama, sosteniéndose con las dos manos, luchando por mantener abiertos los ojos para seguir vigilando a Birgitte. Todavía tenía sucios los pies.
Elayne soltó la flecha en uno de los armarios, detrás de unos sacos de guisante secos. Afortunadamente, su amiga ni siquiera la miró. Suponía que ver la flecha de plata no era precisamente lo que necesitaba Nynaeve en ese momento. Aunque no imaginaba qué podía convenirle en realidad ahora.
—Nynaeve, es hora de que te laves los pies y te vayas a dormir.
La antigua Zahorí giró la cabeza hacia ella y parpadeó como adormilada.
—¿Los pies? ¿Qué? Tengo que cuidarla.
—Tus pies, Nynaeve. Están sucios. —Tendría que ir paso a paso—. Lávatelos.
Con el entrecejo fruncido, Nynaeve bajó la vista a los pies llenos de polvo y luego asintió. Echó agua en la palangana, y derramó bastante mientras se lavaba; después de secarse los pies, volvió a tomar asiento en el mismo sitio.
—Tengo que velarla por si acaso… Gritó una vez. Llamó a Gaidal.
—Necesitas dormir, Nynaeve. —Elayne intentó empujarla para que se tumbara—. No puedes mantener abiertos los ojos.
—Claro que puedo —masculló mientras se resistía contra las manos de su amiga—. He de vigilarla, Elayne. Tengo que hacerlo.
Con su actitud, Nynaeve hacía que los dos hombres parecieran razonables y sumisos. Aunque Elayne hubiese querido seguir las pautas de Thom, no había modo de emborracharla ni buscarle un… chico guapo, de modo que sólo le quedaba la otra alternativa: un puntapié. Desde luego, ni el razonamiento ni el trato afable habían servido de nada.
—Ya estoy harta de tanto enfurruñamiento y autocompasión, Nynaeve —replicó firmemente—. Vas a dormirte ahora y por la mañana no quiero oír una sola palabra de lo despreciable y vil que eres, o, si no, le pediré a Cerandin que te ponga morados los dos ojos a cambio del que te curé. Ni siquiera me has dado las gracias por ello. ¡Y ahora, vete a dormir!
Los ojos de la antigua Zahorí se abrieron desmesuradamente en un gesto de indignación —al menos no parecía a punto de echarse a llorar—, pero Elayne le cerró los párpados con los dedos. No le costó el menor esfuerzo, y, a despecho de las quedas protestas, Nynaeve no tardó en quedarse dormida.
Elayne le dio unas palmaditas en el hombro antes de incorporarse. Confiaba en que tuviera un sueño tranquilo, con Lan; pero, en cualquier caso, que durmiera era mejor que nada. Contuvo un bostezo y se inclinó sobre Birgitte. No vio diferencia en el color del semblante de la mujer ni en su respiración, pero lo único que quedaba hacer era esperar y mantener la esperanza.
Se sentó en el suelo, entre los dos catres, y como la luz de las lámparas no parecía molestar a las dos mujeres las dejó encendidas; la ayudarían a mantenerse despierta, aunque tampoco veía razón para ello, realmente. Había hecho todo cuanto estaba en su mano, al igual que Nynaeve. Sin ser consciente de ello, la joven se recostó en la pared y la barbilla se inclinó lentamente sobre el pecho.
Tuvo un sueño agradable, aunque extraño. Rand estaba arrodillado a sus pies y ella le ponía una mano en la cabeza y lo vinculaba como su Guardián, uno de sus Guardianes. Tendría que elegir el Ajah Verde ahora, después de lo de Birgitte. Había más mujeres en el sueño, rostros que cambiaban de un momento a otro: Nynaeve, Min, Moraine, Aviendha, Berelain, Amathera, Liandrin, y otras a las que no conocía. Fueran quienes fueran, sabía que tenía que compartirlo con ellas porque en el sueño estaba convencida de que ésa era la visión que Min había tenido. No estaba segura de los sentimientos que le inspiraba tal cosa —habría querido arañar algunos de aquellos rostros— pero, si estaba marcado en el Entramado, así debería ser. Empero, tendría en común con él algo que no tendría ninguna de las otras: el vínculo entre Guardián y Aes Sedai.
—¿Qué es este sitio? —inquirió Berelain, con su cabello negro como ala de cuervo y tan hermosa que Elayne habría querido enseñarle los dientes. La mujer llevaba el vestido rojo de escote bajo que Luca quería que Nynaeve se pusiera. Esta mujer siempre llevaba ropa muy reveladora—. Despierta. Esto no es el Tel’aran’rhiod.
Elayne despertó sobresaltada y se encontró con Birgitte recostada de lado en la cama, agarrándole el brazo débilmente. Tenía la tez demasiado pálida, y estaba sudorosa, como si tuviera fiebre, pero la mirada de sus azules ojos seguía siendo penetrante y alerta, clavada en el rostro de Elayne.
—Esto no es el Tel’aran’rhiod. —No era una pregunta, pero Elayne asintió con la cabeza y Birgitte se tendió pesadamente en la cama al tiempo que soltaba un profundo suspiro—. Lo recuerdo todo —musitó—. Estoy aquí tal como soy, y lo recuerdo. Todo ha cambiado. Gaidal está ahí fuera, en alguna parte, como un niño o tal vez como un muchachito. Pero si alguna vez llego a encontrarlo, ¿qué pensará de una mujer lo bastante mayor para ser su madre? —Se frotó los ojos con rabia—. Yo no lloro. Nunca lloro. Eso también lo recuerdo, que la Luz me ayude. Nunca lloro.
Elayne se incorporó sobre las rodillas, junto al catre de la mujer.
—Lo encontrarás, Birgitte. —Mantuvo el tono bajo. Nynaeve parecía dormida, ya que emitía un quedo ronquido de vez en cuando, pero necesitaba descansar, no afrontar esta situación de nuevo, tan pronto—. Lo encontrarás de algún modo. Y él te amará. Sé que lo hará.
—¿Crees que es eso lo que importa? Podría soportar que no me amara. —El brillo de sus ojos puso en evidencia la mentira—. Pero me necesitará, Elayne, y no estaré allí. Siempre ha tenido más valor de lo que le conviene; siempre tuve que proporcionarle la precaución que le faltaba. Lo que es peor, deambulará por ahí, buscándome, sin saber qué es lo que quiere encontrar, sin entender por qué se siente incompleto. —Las lágrimas llenaron sus ojos y se deslizaron por las mejillas—. Moghedien dijo que me haría llorar para siempre, y ella… —De repente su cara se contrajo, y unos sollozos, quedos y desgarradores, salieron de su garganta con una violencia inusitada.
Elayne abrazó a la mujer mientras musitaba palabras de consuelo que sabía no servirían de nada. ¿Cómo se sentiría ella si le quitaran a Rand? La mera idea bastó para que estuviera a punto de agachar la cabeza y unirse a Birgitte en el llanto.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que cesaron los sollozos de Birgitte, pero finalmente la mujer la apartó y se echó hacia atrás a la par que se limpiaba las mejillas.
—Nunca había hecho esto excepto siendo una niña. Jamás. —Giró la cabeza y frunció la frente al reparar en Nynaeve, todavía dormida en la otra cama—. ¿La hirió gravemente Moghedien? No había visto a nadie retorcido de ese modo desde que Tourag apresó a Mareesh. —Elayne debió de poner un gesto de extrañeza, ya que Birgitte añadió—: En otra Era. ¿Está herida?
—No de gravedad. Más que nada ha sido anímicamente. Lo que hiciste sirvió para que escapara, pero sólo después de… —Elayne fue incapaz de decirlo. Demasiadas heridas estaban aún muy recientes—. Se culpa de lo ocurrido. Cree que… todo es por su culpa, por pedirte que nos ayudaras.
—Si no lo hubiera pedido, ahora Moghedien estaría enseñándole a suplicar. Es tan temeraria como Gaidal. —El timbre seco de Birgitte contrastaba fuertemente con sus mejillas húmedas—. No me metió en esto arrastrándome por el pelo. Si se hace responsable de las consecuencias, entonces se hace responsable de mis actos. —Como poco, su tono era furioso—. Soy una mujer libre, y tomo mis propias decisiones. Ella no ha decidido por mí.
—He de admitir que te estás tomando todo esto mejor… de lo que yo lo haría. —Fue incapaz de decir «mejor que Nynaeve». Tal cosa era cierta, pero también lo era lo otro.
—Yo siempre digo que, si uno tiene que subir al cadalso, ha de hacerlo gastando una chanza con la multitud, dando una moneda al verdugo y sonriendo cuando llegue el tirón de la cuerda. —La sonrisa de Birgitte era sombría—. Moghedien abrió la trampilla, pero mi cuello no se ha roto todavía. A lo mejor le doy una sorpresa antes de que esto haya acabado. —La mueca se borró para dar paso a un gesto ceñudo mientras contemplaba a Elayne—. Puedo… sentirte. Creo que sería capaz de cerrar los ojos y señalar tu paradero a más de un kilómetro de distancia.
Elayne inhaló profundamente.
—Te vinculé a mí como un Guardián —dijo con precipitación—. Estabas muriéndote, y la Curación no servía de nada, y… —La mujer la miraba de hito en hito. Ya no estaba ceñuda, pero sus ojos resultaban incómodamente penetrantes—. No había otra opción, Birgitte. De otro modo, habrías muerto.
—Un Guardián —musitó lentamente Birgitte—. Creo recordar una historia relativa a una mujer Guardián, pero fue en una vida tan lejana que sólo me acuerdo de eso.
Elayne tuvo que respirar hondo otra vez, y en esta ocasión hubo de obligarse a pronunciar las palabras.
—Hay algo que debes saber. Lo descubrirás antes o después, y he decidido no ocultar nada a personas que tienen derecho a estar enteradas, a menos que me vea irremediablemente obligada a hacerlo. —Hubo una tercera inhalación profunda—. No soy Aes Sedai, sino una simple Aceptada.
Durante unos segundos muy largos la mujer rubia la miró con fijeza, y luego sacudió lentamente la cabeza.
—Una Aceptada. En la Guerra de los Trollocs conocí a una Aceptada que vinculó a un tipo. Barashelle iba a ser sometida a la prueba para ascender a Aes Sedai al día siguiente, y era seguro que conseguiría el chal, pero tenía miedo de que otra mujer que pasaba la prueba ese mismo día lo cogiera antes. En la Guerra de los Trollocs, la Torre intentaba ascender a las mujeres a Aes Sedai tan pronto como era posible, por pura necesidad.
—¿Y qué ocurrió? —inquirió Elayne sin poder evitarlo. ¿Barashelle? Ese nombre le resultaba familiar.
Birgitte entrelazó los dedos de las manos sobre la manta que le cubría el torso, movió la cabeza en la almohada y adoptó una expresión de fingida compasión.
—Ni que decir tiene que no le permitieron someterse a la prueba cuando la descubrieron. Por grande que fuera la necesidad, no bastó para que se pasara por alto tal infracción. La obligaron a pasar el vínculo del pobre tipo a otra, y para enseñarle a tener paciencia la destinaron a las cocinas, con los pinches y las fregonas. Me contaron que pasó allí tres años, y cuando por fin recibió el chal, la Sede Amyrlin en persona le escogió el Guardián, un hombre con la tez como cuero seco y de carácter obstinado, llamado Anselan. Los vi unos cuantos años después, y no supe discernir cuál de los dos era quien daba las órdenes. Tampoco creo que Barashelle lo tuviera muy claro.
—Qué desagradable —rezongó Elayne. Tres años en las… Un momento. ¿Barashelle y Anselan? No podía tratarse de la misma pareja; ese relato no mencionaba nada sobre que Barashelle fuera Aes Sedai. Sin embargo, había leído dos versiones distintas, y a Thom le había oído recitar otra, pero en todas ellas Barashelle tenía que llevar a cabo algún largo y arduo trabajo para ganar el amor de Anselan. Dos mil años podían cambiar mucho el contenido de una historia.
—Sí, muy desagradable —se mostró de acuerdo Birgitte, y de repente sus ojos parecieron demasiado grandes e inocentes en su pálido semblante—. Supongo, puesto que quieres que te guarde tu terrible secreto, que no me tratarás con la dureza que tratan algunas Aes Sedai a sus Guardianes. No sería conveniente que me forzaras a contarlo con tal de escapar de ti.
—Eso casi suena como una amenaza. —Elayne alzó la barbilla de manera inconsciente—. Y no me gustan las amenazas, tanto si vienen de ti como de cualquier otra persona. Si crees que…
La mujer reclinada le aferró el brazo; se notaba que había recuperado mucho las fuerzas.
—Por favor —se disculpó—, no lo dije con esa intención. Gaidal afirma que mi sentido del humor tiene tan poca gracia como una piedra arrojada a un círculo de shoja. —Su expresión se oscureció levemente al mencionar aquel nombre, pero enseguida pasó—. Me salvaste la vida, heredera del trono de Andor. Guardaré tu secreto y te serviré como Guardián. Y seré tu amiga, si me aceptas como tal.
—Me sentiré orgullosa de contarte como amiga —¿En qué consistiría un círculo de shoja? Le preguntaría en otro momento. Puede que Birgitte estuviera más fuerte, pero necesitaba descansar, no que le hicieran preguntas—. Y también de tenerte como Guardián. —Por lo visto sí que iba a tener que escoger el Ajah Verde; aparte de todo lo demás, ése era el único modo en que podría vincular a Rand. El sueño seguía claro en su mente, y se proponía convencerlo para que aceptara su idea de un modo u otro—. A lo mejor podrías tratar de… moderar tu sentido del humor.
—Lo intentaré. —Sonó como si Birgitte dijera que intentaría levantar una montaña—. Pero si voy a ser tu Guardián, aunque sea en secreto, entonces habré de serlo con todas las consecuencias. Casi no puedes mantener abiertos los ojos, así que es hora de que duermas un poco. —Las cejas y la barbilla de Elayne se alzaron a la par, pero la otra mujer no le dio ocasión de hablar—. Entre otras cosas, es deber de un Guardián decirle a su Aes Sedai si se está forzando demasiado. Y también meterle un poco de sentido común en la cabeza cuando cree que puede entrar alegremente en la Fosa de la Perdición. Y mantenerla con vida para que así pueda llevar a cabo su misión. Haré todo eso por ti. No tendrás que preocuparte de guardarte la espalda cuando yo esté cerca, Elayne.
En fin, suponía que necesitaba descansar, pero a Birgitte le hacía aun más falta. Elayne bajó la luz de las lámparas y se ocupó de que la mujer estuviera cómoda en el catre, pero no hasta que Birgitte vio que ponía una almohada y unas mantas en el suelo, entre las dos camas. Hubo una pequeña discusión respecto a quién de ellas tenía que dormir en el suelo, pero Birgitte estaba todavía lo bastante débil para que a Elayne no le supusiera esfuerzo alguno obligarla a quedarse en la cama. Bueno, al menos no demasiado esfuerzo. Menos mal que los suaves ronquidos de Nynaeve no cesaron en ningún momento.
A pesar de lo que le había dicho a Birgitte, Elayne no se durmió de inmediato. La mujer no podía asomar la nariz fuera del carromato hasta que tuviera algo que ponerse, y era más alta que Nynaeve y que ella. Se sentó entre las dos camas y empezó a soltar el bajo de su traje de montar de seda gris oscuro. Por la mañana no habría tiempo para nada más que una rápida prueba y coser el bajo a la altura adecuada. El sueño la venció cuando no había deshecho más que la mitad del dobladillo.
Volvió a tener el sueño de que vinculaba a Rand, y se repitió en más de una ocasión. A veces él se arrodillaba voluntariamente, y otras veces ella tenía que hacer lo mismo que con Birgitte, incluso lo de colarse en su dormitorio mientras él dormía. Birgitte era ahora una de las otras mujeres. A Elayne eso no le importó demasiado. Ni ella ni Min ni Egwene ni Aviendha ni Nynaeve, aunque no podía imaginar lo que opinaría Rand al respecto. Pero otras… Acababa de ordenar a Birgitte, que vestía una de esas capas de colores cambiantes de los Guardianes, que llevara a rastras a Berelain y a Elaida a las cocinas durante tres años, cuando de repente las dos mujeres empezaron a apalearla. Se despertó y se encontró con Nynaeve pisoteándola para poder llegar hasta Birgitte y comprobar el estado de la mujer. La luz grisácea que precede al alba penetraba por las pequeñas ventanas.
Birgitte se despertó y manifestó que estaba más fuerte que nunca, además de tener un hambre de lobo. Elayne no estaba segura de si Nynaeve había superado su sentimiento de culpabilidad. No se retorcía las manos ni hizo mención alguna de lo sucedido; pero, mientras Elayne se lavaba la cara y las manos y explicaba lo del espectáculo ambulante y la razón por la que tenían que seguir allí un poco más, Nynaeve se dedicó a pelar unas peras y unas manzanas y a cortar queso, y se lo tendió todo a Birgitte en un plato, junto con una copa de vino rebajado con agua y aromatizado con miel y especias. Si Birgitte le hubiera dejado hacerlo, le habría dado de comer también. Nynaeve lavó el cabello a Birgitte con jenpimienta hasta que estuvo tan negro como el de Elayne —la heredera del trono se lo lavó ella misma, por supuesto—, le regaló sus mejores medias y ropa interior, y pareció contrariada cuando un par de escarpines de Elayne le encajaron mejor que los suyos. Insistió en ayudar a Birgitte a ponerse el vestido de seda gris tan pronto como tuvo seco el cabello y trenzado de nuevo —también había que sacar las costuras en la parte del pecho y de las caderas, pero eso tendría que esperar— e incluso quiso coser el bajo, hasta que la expresión incrédula de Elayne le hizo recoger velas y dedicarse a sus propias abluciones matinales, bien que, mientras se frotaba la cara, no dejó de rezongar que ella sabía coser tan bien como cualquiera. Cuando quería, claro.
Finalmente salieron al exterior, donde el brillante y dorado filo del sol empezaba a asomar sobre los árboles por el este. A esa hora temprana, el día parecía engañosamente agradable. El cielo estaba totalmente despejado, y al mediodía el ambiente sería caluroso y el aire estaría cargado de polvo.
Thom y Juilin se ocupaban de enganchar el tiro a la carreta, y todo el campamento bullía de actividad con los preparativos para la marcha. Furtivo ya estaba ensillado, y Elayne tomó nota para sus adentros respecto a manifestar que hoy cabalgaría ella antes de que cualquiera de los dos hombres se apropiara de la montura. Sin embargo, si Thom o Juilin se le adelantaban, tampoco se sentiría muy desilusionada. Esa misma tarde caminaría por el cable delante del público por primera vez. El vestido que le había enseñado Luca la ponía un poco nerviosa, pero por lo menos no protestaba con gazmoñería por ello como hacía Nynaeve.
Luca cruzó el campamento a largas zancadas en su dirección, con la roja capa ondeando tras él, e impartiendo a voces instrucciones que no eran necesarias a la par que caminaba:
—¡Latelle, despierta a esos osos! Los quiero de pie y gruñendo cuando crucemos por Samara. Clarine, esta vez ten bien vigilados a esos perros. Si alguno de ellos vuelve a perseguir a un gato… Brugh, tú y tus hermanos iréis ejecutando vuestras volteretas justo delante de mi carromato. Justo delante, tenlo presente. ¡Se supone que esto tiene que ser un desfile majestuoso, no una competición para ver cuál de vosotros hace los volantines más deprisa! Cerandin, controla a esos mastodontes. ¡Quiero que la gente abra la boca con pasmo por la sorpresa, no que grite de terror!
Se detuvo junto al carromato y les asestó una mirada furibunda que repartió entre Nynaeve y Elayne, dejando un poco para Birgitte.
—Qué amable de vuestra parte decidir que venís con el resto de nosotros, señora Nana y «lady» Morelin. Creí que habíais decidido dormir hasta las doce. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Birgitte—. Habéis sostenido una pequeña charla con alguien del otro lado del río, ¿no? Bueno, pues no tenemos tiempo para visitas. Me propongo que estemos instalados y actuando al mediodía.
Nynaeve pareció momentáneamente desconcertada por la parrafada, pero al final de la segunda frase ya le sostenía la mirada con igual ferocidad que él. Tal vez con Birgitte actuaba casi con cortedad, pero ello no implicaba que no sacara a relucir su temperamento en lo que a otros se refería.
—Estaremos preparadas para partir al mismo tiempo que el resto, y tú lo sabes, Valan Luca. Además, una hora o dos no representarán ninguna diferencia. Hay suficiente gente reunida al otro lado del río, y si acuden cien personas a la representación serán más de las que nunca soñaste tener. Si decidimos disfrutar sin prisas de un buen desayuno, puedes empezar a girar los pulgares y esperar. No conseguirás lo que quieres si nos dejas atrás.
Fue un modo grosero de recordarle que todavía no había recibido los cien marcos de oro prometidos, pero, por una vez, no bastó para frenar al hombre.
—¿Suficiente gente? ¡Suficiente gente! A la gente hay que atraerla, mujer. Chin Akima lleva aquí tres días, y tiene a un tipo que hace juegos malabares con hachas y espadas. Y nueve acróbatas. ¡Nueve! Otra mujer de la que nunca había oído hablar cuenta con dos mujeres acróbatas cuyos ejercicios en una cuerda floja harían que a los Chavana se les salieran los ojos de las órbitas. No imaginas lo que atrae a la multitud. Sillia Cerano tiene hombres con las caras pintadas como los bufones de la corte que se echan baldes de agua unos a otros y se atizan en la cabeza con vejigas hinchadas. ¡Y la gente paga un céntimo de plata más sólo para verlos! —De repente sus ojos se estrecharon al observar a Birgitte—. ¿Accederías a pintarte la cara? Sillia no tiene ninguna mujer entre sus bufones. Algunos de los encargados de los caballos estarían dispuestos a hacerlo. No duele recibir golpes con una vejiga hinchada, y te pagaré… —Dejó sin terminar la frase para hacer cálculos, ya que le gustaba tan poco como a Nynaeve desprenderse de dinero, y Birgitte aprovechó la pausa para hablar:
—No soy un bufón y no pienso serlo. Soy arquera.
—Arquera —rezongó Luca mientras contemplaba la compleja trenza negra que le caía sobre el hombro a la mujer—. Y supongo que te llamas Birgitte. ¿Quién eres? ¿Uno de esos necios que van a la caza del Cuerno de Valere? Aunque esa cosa existiera, ¿qué oportunidades hay de que cualquiera de vosotros lo encuentre en lugar de otro? Estaba en Illian cuando los cazadores prestaron el juramento, y los había a miles en la Gran Plaza de Tammaz. Salvo por la gloria que podrías obtener, no hay nada que eclipse al aplauso de…
—Soy arquera, tipo guapo —lo interrumpió firmemente Birgitte—. Proporcióname un arco y te venceré a ti o a cualquier otro que elijas. Te apuesto cien coronas de oro contra una tuya.
Elayne esperaba oír el chillido de Nynaeve —serían ellas quienes tendrían que cubrir la apuesta de Birgitte si perdía y, por mucho que la mujer dijera lo contrario, Elayne no creía que estuviera completamente recuperada—, pero la antigua Zahorí se limitó a cerrar los ojos y a inhalar profunda y lentamente.
—¡Mujeres! —gruñó Luca. Thom y Juilin no tendrían que haber mostrado aquella expresión, como si coincidieran con el comentario del otro hombre—. Eres un buen complemento para «lady» Morelin y Nana o comoquiera que se llamen realmente. —Hizo un amplio gesto, extendiendo la roja capa, con el que señalaba al conjunto de hombres y caballos que tenían alrededor—. A lo mejor te ha pasado por alto, mi avispada «Birgitte», pero aquí tengo un espectáculo que poner en marcha, y mis competidores ya están aligerando de monedas a Samara, como buenos estafadores que son.
Birgitte esbozó una leve sonrisa que curvó las comisuras de sus labios.
—¿Acaso tienes miedo, tipo guapo? Si quieres, dejamos tu parte de la apuesta en un céntimo de plata.
A juzgar por la congestión del rostro de Luca, Elayne temió que le diera un ataque de apoplejía en cualquier momento. De repente daba la sensación de que su garganta era demasiado ancha para el cuello de la camisa.
—Iré a coger mi arco —replicó casi con un siseo—. ¡Por lo que a mí respecta, podrás saldar tu deuda de cien coronas de oro actuando con la cara pintada o limpiando jaulas!
—¿Estás segura de que te encuentras bastante recuperada? —le preguntó Elayne a Birgitte mientras el hombre se alejaba mascullando entre dientes. La única palabra que la joven alcanzó a entender fue «¡mujeres!». Por su parte, Nynaeve observaba a la arquera como si quisiera que el suelo se abriera y se la tragara; a ella, no a Birgitte. Varios encargados de los caballos se habían reunido alrededor de Thom y Juilin por alguna razón.
—Tiene unas piernas bonitas —dijo Birgitte—, pero nunca me han gustado los hombres altos. Si a eso le añades una cara atractiva, siempre son unos tipos insufribles.
Petro se había unido al grupo de hombres, y doblaba a cualquiera de ellos en el tamaño. Dijo algo y después Thom y él se estrecharon la mano. Los Chavana también estaban allí. Y Latelle, hablando seriamente con Thom mientras lanzaba miradas sombrías a Nynaeve y a las dos mujeres que la acompañaban. Para cuando Luca regresó con un arco con la cuerda sin tensar y una aljaba de flechas, todo el mundo había dejado de hacer preparativos. Las carretas, los caballos y las jaulas —hasta los mastodontes atados— habían quedado abandonados, y toda la gente se apelotonaba alrededor de Thom y del rastreador. Siguieron a Luca, que se dirigió fuera del campamento, a corta distancia.
—Se me considera un buen arquero —dijo mientras trazaba una cruz en el tronco de un roble, a la altura de su torso. Había recuperado parte de su garbo, y se retiró cincuenta pasos pavoneándose al caminar—. Dispararé primero, así podrás ver a lo que te enfrentas.
Birgitte le quitó el arco de la mano y se apartó otros cincuenta pasos, seguida por la mirada de Luca. La mujer sacudió la cabeza al fijarse en el arco, pero lo sujetó entre los pies y lo encordó en un fluido movimiento antes de que Luca llegara junto a ella, Elayne y Nynaeve. Birgitte sacó una flecha de la aljaba que sostenía el hombre, la examinó un momento y después la tiró a un lado como si fuera un desecho. Luca frunció el ceño y abrió la boca para decir algo, pero la arquera ya había descartado un segundo proyectil. Los tres siguientes también fueron a parar al suelo alfombrado de hojas; clavó la sexta flecha en el suelo. De veintiuna que había en la aljaba, sólo se quedó con cuatro.
—Puede hacerlo —susurró Elayne, que procuró dar un tono de seguridad a su voz. Nynaeve asintió como abstraída; si tenían que pagar cien coronas de oro, a no tardar se verían obligadas a vender las joyas que Amathera les había regalado. No podían utilizar las cartas de valores, como le había explicado a Nynaeve; si las usaban, ello le revelaría a Elaida dónde habían estado aunque se hubieran marchado de allí. «Si hubiese reaccionado antes, podría haber impedido esto. Como mi Guardián, tiene que hacer lo que yo le diga, ¿no?» Hasta ahora, y por los indicios, la obediencia no era parte del vínculo. ¿Las Aes Sedai a las que había espiado habrían obligado a los hombres a prestar también juramento? Ahora que lo pensaba, creía que uno de ellos sí lo había hecho.
Birgitte encajó una flecha, levantó el arco y disparó sin hacer aparentemente una pausa para apuntar. Elayne cerró los ojos, pero la punta de acero se clavó en el centro exacto de la cruz marcada en el tronco. Antes de que hubiese dejado de cimbrearse, la segunda le pasó rozando y se hincó a su lado. Birgitte espero un instante entonces, pero sólo para que las dos flechas se quedaran inmóviles. Una ahogada exclamación de asombro se alzó entre los espectadores cuando un tercer proyectil dividió en dos el primero, pero la siguiente reacción de los presentes fue un profundo silencio de pasmo cuando la cuarta flecha partió a su vez la anterior, con idéntica limpieza, por el centro del astil. Una vez podría achacarse a la suerte. Dos veces…
El estupor de Luca era tal que sus ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas. Miró, boquiabierto, el árbol, y después a Birgitte; de nuevo volvió la vista al tronco y luego, otra vez, a la mujer. Ésta le tendió el arco, y Luca sacudió lentamente la cabeza, como aturdido.
De repente, lanzó el arco a un lado y extendió los brazos a la par que gritaba con entusiasmo:
—¡Nada de cuchillos! ¡Flechas! ¡Y desde un centenar de pasos!
Nynaeve tuvo que apoyarse en Elayne cuando el hombre explicó lo que quería, pero no protestó. Thom y Juilin estaban recogiendo dinero; la mayoría les daba las monedas con un suspiro o con una risa, pero Juilin tuvo que agarrar del brazo a Latelle cuando la mujer intentó escabullirse, y dirigirle unas cuantas palabras iracundas antes de que ella sacara el dinero de la bolsita. Así que eso era lo que se habían traído entre manos. Tendría que hablarles seriamente. Pero después.
—Nana, no tienes que acceder a esto —dijo Elayne a su amiga, pero la otra mujer no respondió y siguió mirando a Birgitte, el rostro demacrado.
—¿Y nuestra apuesta? —exigió la arquera cuando Luca se calló, falto de aliento. El hombre hizo una mueca y después tanteó lentamente en su bolsita del dinero y sacó una moneda, que lanzó por el aire a Birgitte. Elayne atisbó el brillo del oro al sol mientras Birgitte la examinaba para, de inmediato, lanzársela de nuevo a Luca—. La apuesta era un céntimo de plata por tu parte.
Los ojos del hombre se abrieron por la sorpresa, pero al instante se echaba a reír.
—Te la has ganado con creces —dijo, devolviéndole la moneda a la mujer—. Bien, ¿qué respondes? Vaya, pero si es posible que hasta la reina de Ghealdan en persona venga a ver una actuación como la tuya. Birgitte y sus flechas. ¡Las pintaremos de plata! ¡Y el arco también!
Elayne deseó desesperadamente que Birgitte la mirase. Si hacían lo que el hombre sugería sería tanto como poner un cartel indicando su posición a Moghedien.
Sin embargo, Birgitte se limitó a hacer saltar la moneda en la palma de su mano mientras sonreía.
—La pintura echaría a perder un espectáculo ya de por sí vulgar —dijo finalmente—. Y llámame Merian. Es un nombre por el que se me conoció en cierta ocasión. —Se apoyó en el arco y su sonrisa se ensanchó—. ¿Puedo tener también un vestido rojo?
Elayne soltó un suspiro de profundo alivio. Nynaeve parecía estar a punto de vomitar.