El halo de grandeza, azul y dorado, titilaba esporádicamente alrededor de la cabeza de Logain, aunque el hombre cabalgaba encorvado en la silla. Min no comprendía por qué aparecía más a menudo últimamente. Logain ya no se molestaba en levantar los ojos de los hierbajos que crecían delante de su caballo hacia las bajas colinas boscosas que se extendían, ondulantes, todo en derredor.
Las otras dos mujeres cabalgaban juntas un poco más adelante, Siuan con la misma inseguridad que siempre en la peluda Bela y Leane guiando diestramente a su yegua gris, más con las rodillas que con las riendas. Sólo una franja extrañamente recta de helechos, sobresaliendo de la capa de hojas secas que cubría el suelo del bosque, apuntaba que allí había habido una calzada. Los delicados helechos estaban agostándose, y la capa de hojas crujía y susurraba bajo los cascos de los caballos. El denso dosel de ramas entrelazadas ofrecía cierto resguardo del sol de mediodía, pero no menguaba el bochorno. A Min le corría el sudor por la cara a pesar de la brisa que soplaba de tanto en tanto a su espalda.
Hacía ya quince días que cabalgaban hacia el suroeste de Lugard, guiados únicamente por la insistencia de Siuan de que sabía adónde se dirigían exactamente. Ni que decir tiene que no compartía esos conocimientos con los demás; Siuan y Leane mantenían la boca tan cerrada como cepos de osos después de saltar. Min dudaba incluso de que Leane lo supiera. Quince días, en los que las ciudades y los pueblos se habían ido haciendo paulatinamente más escasos y distanciados entre sí hasta que finalmente no hubo ninguno. De día en día, los hombros de Logain se habían encorvado un poco más, y, también de día en día, el halo aparecía más a menudo. Al principio sólo había rezongado que iban persiguiendo quimeras, pero Siuan había recuperado el liderazgo sin oposición a medida que el hombre se volvía más taciturno y meditabundo. Durante los últimos seis días pareció falto de energía incluso para interesarse hacia dónde se dirigían y si llegarían allí alguna vez.
Siuan y Leane iban hablando en voz baja ahora. Min sólo alcanzó a oír un apagado murmullo que podría haberse tomado por el del viento entre las hojas. Si intentaba acercarse más a ellas, le dirían que no perdiera de vista a Logain o simplemente la mirarían con fijeza hasta que sólo un tonto sin vista habría seguido metiendo las narices donde no le importaba. Habían hecho ambas cosas con bastante frecuencia. De vez en cuando, sin embargo, Leane se giraba en la silla para mirar a Logain.
Por último, Leane dejó que Campánula se retrasara y la puso junto al negro semental del hombre. El calor no parecía molestarla; su rostro cobrizo no tenía el menor rastro de sudor. Min tiró de las riendas de Galabardera para dejarle sitio.
—Ya no falta mucho —le dijo Leane a Logain con voz sensual. Él no levantó la vista de los hierbajos del suelo. La mujer se inclinó hacia él y se sujetó a su brazo para mantener el equilibrio. En realidad, se apretaba contra él—. Sólo un poco más, Dalyn. Tendrás tu venganza.
Los ojos apagados del hombre siguieron prendidos en el camino.
—Un muerto te haría más caso —comentó Min y lo decía en serio. Había tomado nota mentalmente de todo lo que Leane hacía y por las noches hablaba con ella, aunque procuraba no dar a entender el motivo. Nunca sería capaz de actuar del mismo modo que Leane («A no ser que esté tan llena de vino que no sepa lo que hago»); sin embargo, unos cuantos consejos podrían venirle bien—. ¿Qué tal si lo besas?
Leane le asestó una mirada que habría congelado un arroyo en su curso, pero Min se limitó a sostenérsela. Nunca había tenido con Leane los problemas habituales con Siuan —bueno, por lo menos no tantos— y esas escasas dificultades habían ido menguando desde que la otra mujer había salido de la Torre. Y menos aun desde que habían empezado a hablar de hombres. ¿Cómo se iba a sentir intimidada por una mujer que le había dicho con total seriedad que hay ciento siete maneras distintas de besar, y noventa y tres formas de tocar la cara de un hombre sin usar la mano? De hecho, Leane parecía creer estas cosas.
El comentario de Min sobre que le diera un beso no llevaba mala intención. Leane lo había arrullado, le había lanzado miradas que tendrían que haberlo derretido, desde el día en que tuvieron que sacarlo a la fuerza de entre las mantas en lugar de ser el primero en levantarse y azuzarlas para que se pusieran en marcha. Min ignoraba si Leane sentía algo realmente por el hombre, aunque le costaba trabajo incluso admitir la posibilidad, o si sólo intentaba animarlo para que no se diera por vencido y languideciera, a fin de mantenerlo con vida para lo que quiera que Siuan hubiera planeado.
Ciertamente, Leane no había dejado de coquetear con otros aparte de él. Por lo visto, ella y Siuan habían resuelto que Siuan se entendería con las mujeres y Leane, con los hombres, y así había sido desde Lugard. En dos ocasiones, sus sonrisas y miradas les habían proporcionado habitaciones donde el posadero había dicho un momento antes que no quedaba ninguna, habían rebajado el importe de la factura en aquellas dos y en tres más, y dos noches durmieron en graneros en lugar de hacerlo bajo los arbustos. También habían conseguido que las persiguiera un ama de casa armada con una horca, y que otra les volcara encima el desayuno de gachas frías, pero a Leane le parecieron divertidos esos incidentes, aunque no a los demás. Los últimos días, no obstante, Logain había dejado de reaccionar como cualquier hombre que la viera durante más de dos minutos. De hecho, ya no reaccionaba con nada.
Siuan hizo volver grupas a Bela; su postura era tan rígida, con los codos muy separados, que daba la impresión de que iba a caerse en cualquier momento. Tampoco a ella la afectaba el calor.
—¿Has visto el halo hoy? —Lo preguntó sin apenas mirar de soslayo a Logain.
—Sigue igual —repuso pacientemente Min.
Siuan se negaba a comprender o a creer por mucho que se lo repitiera, e igual le ocurría a Leane. Habría dado lo mismo si no hubiera vuelto a ver el halo desde la primera vez en Tar Valon. De estar Logain tirado en el camino, moribundo, con los últimos estertores, habría apostado todo cuanto tenía y más a que, de algún modo, se produciría una recuperación milagrosa. Aquello que veía era verdad. Siempre ocurría. Lo sabía de la misma manera que supo la primera vez que vio a Rand al’Thor que se enamoraría de él perdida y desesperadamente; del mismo modo que había sabido que tendría que compartirlo con otras dos mujeres. Logain estaba destinado a una gloria tal como pocos hombres habrían soñado alcanzar.
—No adoptes esa actitud conmigo —dijo Siuan, endureciendo la mirada—. Ya tenemos bastante con tener que dar de comer a este enorme congrio peludo si queremos que ingiera algo para que ahora vengas tú y te enfurruñes como una gaviota en invierno. Puede que tenga que aguantarlo a él, muchacha, pero si tú también empiezas a darme problemas no tardarás en lamentarlo. ¿Me he expresado con claridad?
—Sí, Mara. —«Al menos podrías haberle contestado con un poco de sarcasmo», se reprochó para sus adentros. «No tienes que ser mansa como una gallina. Has mandado a paseo a Leane en su cara». La domani había sugerido que pusiera en práctica con el herrador del último pueblo lo que le había enseñado. Era un hombre alto, apuesto, con manos fuertes y agradable sonrisa, pero aun así…—. Intentaré no enfurruñarme.
Lo peor era darse cuenta de que había intentado que su voz sonara sincera. Siuan producía ese efecto. Min no se imaginaba a Siuan hablando sobre cómo sonreírle a un hombre. Siuan lo miraría a los ojos directamente, le diría lo que tenía que hacer y esperaría que lo realizara de inmediato. Exactamente igual que con cualquier persona. Si actuaba de forma distinta, como con Logain, se debía únicamente a que el asunto no era lo bastante importante para presionar.
—No falta mucho, ¿verdad? —dijo enérgicamente Leane. El otro tono de voz lo reservaba para los hombres—. No me gusta su aspecto, y si tenemos que parar otra vez para hacer noche… En fin, que si tiene menos empuje de lo que tenía esta mañana, no sé si seremos capaces de hacerlo subir a la silla de montar.
—No, no falta mucho, si las últimas indicaciones que me dieron son totalmente correctas.
Siuan parecía irritada. Había preguntado en aquel último pueblo, hacía dos días —sin dejar que Min la oyera, por supuesto; Logain no había mostrado ningún interés— y no le gustaba que se lo recordaran. Min no entendía por qué. Siuan no podía temer que Elaida las estuviera persiguiendo.
En cuanto a ella, esperaba que no estuviera muy lejos. No era fácil calcular cuánto habían bajado hacia el sur desde que habían dejado la calzada a Jehannah. La mayoría de los campesinos sólo tenían una vaga idea de dónde estaban sus pueblos en relación con cualquier lugar excepto las ciudades más próximas, pero cuando cruzaron el Manetherendrelle hacia Altara, justo antes de que Siuan los sacara de la concurrida calzada, el viejo barquero había estado examinando un ajado mapa, un mapa que se extendía hasta las Montañas de la Niebla. A menos que se equivocara en sus cálculos, se encontrarían con otro ancho río en pocos kilómetros: o el Boern, lo que significaba que estarían ya en Ghealdan, donde se hallaban el Profeta y su multitudinaria chusma de seguidores, o el Eldar, con Amadicia y los Capas Blancas en la orilla opuesta.
Min apostaba por Ghealdan, con Profeta o sin él, e incluso eso era una sorpresa si de verdad estaban cerca. Sólo un necio esperaría encontrar una reunión de Aes Sedai más cerca de Amadicia de lo que tenían que estar ahora, y Siuan no era tonta ni mucho menos. Se encontraran en Ghealdan o en Altara, Amadicia no debía de estar a muchos kilómetros de distancia.
—Las consecuencias del amansamiento deben de haberlo alcanzado ahora —masculló Siuan—. Si pudiera aguantar unos cuantos días más…
Min mantuvo la boca cerrada; si la mujer no quería escuchar no tenía sentido hablar. Siuan sacudió la cabeza y taconeó a Bela para situarse de nuevo a la cabeza del grupo, aferrando las riendas como si esperara que la yegua saliera a galope en cualquier momento; por su parte, Leane volvió al tono acariciante con el que engatusaba a Logain. Quizá sentía algo por él; no sería una elección peor que la de la propia Min.
Las colinas boscosas seguían discurriendo en un panorama invariable de árboles, matorrales y zarzas. Los helechos que marcaban la antigua calzada seguían adelante, en línea recta; Leane decía que la tierra era diferente donde había estado el camino, como si Min hubiera tenido que saberlo. Ardillas con mechones de pelo en las puntas de las orejas les lanzaban una parrafada desde las ramas de tanto en tanto, y se oía el trino de pájaros de forma esporádica, aunque Min no supo distinguir de qué tipo eran. Baerlon no se consideraría una urbe comparada con Caemlyn o Illian o Tear, pero ella se tenía por una mujer de ciudad; un pájaro era un pájaro, y le importaba poco en qué tipo de suelo crecía un helecho.
Sus dudas surgieron de nuevo. Las había sentido más de una vez después de Hontanares de Kore, pero entonces le resultó más fácil desecharlas. Luego, desde Lugard, la habían atosigado más a menudo, y se sorprendió a sí misma considerando a Siuan desde una perspectiva que antes jamás se habría atrevido a plantearse. No es que tuviera valor para enfrentarse a ella, por supuesto; le molestaba admitir tal cosa, incluso ante sí misma. Sin embargo, Siuan quizá no sabía hacia dónde se dirigían. Podía mentir, puesto que la neutralización la había liberado de los Tres Juramentos. Tal vez sólo la empujaba la esperanza de que si continuaba adelante daría con algún rastro de lo que tan desesperadamente necesitaba encontrar. De un modo incipiente, y desde luego muy peculiar, Leane había empezado a llevar una vida propia que no estaba ligada a los problemas del poder, la Fuente Verdadera y Rand. No era que los hubiera abandonado completamente, pero en opinión de Min para Siuan no había nada aparte de esas cosas. La Torre Blanca y el Dragón Renacido eran toda su vida, y se aferraría a ellos aunque tuviera que mentirse incluso a sí misma.
El terreno boscoso dio paso a una villa grande de manera tan repentina que Min dio un respingo. Ocozoles, robles y pinos achaparrados —especies que conocía— llegaban a cincuenta pasos de las casas de techo de bálago, construidas con cantos de río sobre las suaves colinas. Habría apostado que el bosque había ocupado aquel espacio hasta hacía poco, ya que todavía crecían muchos árboles, agrupados en pequeños y alargados sotos, entre las casas, casi pegados a las paredes, y aquí y allí se veían tocones bastante recientes delante de las fachadas. Las calles conservaban el aspecto de tierra recién removida, no la superficie prensada de tierra que se conseguía tras generaciones de pies pisándola. Unos hombres, en mangas de camisa, estaban poniendo bálago nuevo en los techos de tres grandes cuadrados de piedra que debían de haber sido posadas —de hecho, en uno de ellos quedaba un letrero borroso y ajado que colgaba sobre la puerta—, pero no se veía por ningún sitio el bálago viejo. Había demasiadas mujeres yendo de un sitio para otro en comparación con los hombres que se veían, y muy pocos niños jugando considerando el número de mujeres. El aroma de la comida de mediodía que flotaba en el aire era lo único normal en aquel sitio.
Si la primera ojeada sobresaltó a Min, cuando la joven se fijó realmente en lo que había ante ella estuvo a punto de caerse de la yegua. Las mujeres más jóvenes, sacudiendo mantas por alguna ventana o dirigiéndose afanosas a alguna tarea, llevaban sencillos vestidos de lana, pero ningún pueblo más o menos grande contaba con tantas mujeres ataviadas con vestidos de montar, ya fueran de seda o de fina lana, de todos los colores y estilos. Alrededor de esas mujeres y de casi todos los hombres, flotaban halos e imágenes que cambiaban y titilaban ante los ojos de la muchacha; por lo general, pocas personas tenían algo susceptible de ser visto con su talento, pero a las Aes Sedai y a los Guardianes rara vez les faltaban halos durante más de una hora. Los niños debían de ser de los sirvientes de la Torre. Pocas eran las Aes Sedai que se casaban y muy de tarde en tarde; pero, conociéndolas, seguro que habrían hecho todo cuanto estuviera a su alcance para llevarse a sus criados con sus familias, sacándolos de cualquier lugar del que ellas mismas huirían por considerarlo peligroso. Siuan había encontrado la reunión de Aes Sedai.
Se produjo un extraño silencio cuando entraron en el pueblo a caballo. Nadie hablaba. Las Aes Sedai se quedaron inmóviles observándolos, al igual que las mujeres más jóvenes y las chicas que debían de ser Aceptadas o incluso novicias. Hombres que un momento antes se movían con la agilidad de lobos, se quedaron paralizados, con una mano oculta entre el bálago o metida tras un vano, sin duda donde tenían guardadas las armas. Los niños desaparecieron, conducidos apresuradamente por adultos que tenían que ser los sirvientes. Bajo todas aquellas miradas penetrantes, Min sintió que se le erizaba el vello en la nuca.
Leane parecía inquieta y miraba de reojo conforme pasaban entre la gente, pero Siuan mantuvo una expresión sosegada mientras los conducía hacia la posada más grande, la del letrero ilegible; allí desmontó torpemente y ató a Bela al aro de hierro de uno de los postes de piedra, que por su aspecto debían de haber colocado hacía muy poco tiempo. Min ayudó a Leane a desmontar a Logain —Siuan nunca echaba una mano para subirlo o bajarlo del caballo—, sin dejar de lanzar ojeadas en derredor. Todo el mundo los observaba, sin moverse.
—No esperaba que se me recibiera como a una hija pródiga —le susurró a la otra mujer—, pero ¿por qué nadie nos saluda al menos?
Antes de que Leane tuviera tiempo de contestar —si es que pensaba hacerlo— Siuan añadió:
—Bueno, no dejéis de remar cuando la costa está tan cerca. Traedlo aquí. —Desapareció en el interior de la posada mientras Min y Leane todavía conducían a Logain hacia la puerta. El hombre caminaba con facilidad, pero cuando dejaron de instarlo a seguir sólo dio un paso antes de detenerse.
La sala no se parecía a ninguna de las que Min había visto hasta entonces. Las grandes chimeneas estaban apagadas, por supuesto, y había huecos allí donde se habían desprendido piedras; el techo de yeso tenía desconchones y agujeros tan grandes como una cabeza, por los que asomaban los palos de la techumbre. Mesas disparejas de todos los tamaños y formas estaban distribuidas sobre un suelo agrietado y deteriorado por el tiempo; varias chicas lo estaban fregando. Sentadas a las mesas, mujeres con rostros intemporales examinaban pergaminos e impartían órdenes a los Guardianes, de los que sólo unos pocos llevaban sus capas de colores cambiantes, o a otras mujeres, algunas de las cuales tenían que ser Aceptadas o novicias. Otras eran demasiado mayores para eso, aproximadamente la mitad de ellas, canosas y con signos claros de su edad, y también había hombres que no eran Guardianes; la mayoría se movían presurosos como si llevaran mensajes o alcanzándoles pergaminos o copas de vino a las Aes Sedai. El bullicio tenía un aire satisfactorio de actividad, de ocupaciones. Los halos y las imágenes titilaban por toda la estancia, coronando cabezas, tan numerosos que Min tuvo que procurar hacer caso omiso de ellos para no agobiarse. No resultó fácil, pero era un truco que había aprendido cuando había a su alrededor varias Aes Sedai a la vez.
Cuatro de ellas se aproximaron hacia los recién llegados, una imagen perfecta de gracilidad y fría calma bajo sus trajes de montar. Para Min, ver sus rostros familiares fue como llegar a casa después de estar perdida.
Los verdes y rasgados ojos de Sheriam se clavaron de inmediato en Min. Unos rayos plateados y azules serpentearon alrededor de su pelo rojo, así como una suave luz dorada; Min ignoraba su significado. Algo metida en carnes bajo el traje de seda azul oscuro, de momento era la viva imagen de la severidad.
—Me alegraría más de verte, muchacha, si supiera cómo descubriste nuestra presencia aquí y si tuviera algún indicio de por qué concebiste la disparatada idea de traer a ese hombre aquí.
Media docena de Guardianes se había acercado; las manos descansaban en la empuñadura de la espada y los ojos estaban clavados en Logain, quien no parecía ver a nadie. Min se quedó boquiabierta. ¿Por qué le preguntaba a ella?
—¿Que cómo concebí la dispara…? —No tuvo ocasión de añadir nada más.
—Habría sido mucho mejor —la interrumpió fríamente Carlinya— que él hubiera muerto como se rumoreaba. —La suya no era una frialdad iracunda, sino de desapasionado razonamiento. Pertenecía al Ajah Blanco. Su vestido marfileño parecía haber tenido mucho uso. Durante un instante, Min vio la imagen de un cuervo flotando junto a su oscuro cabello; más bien era un dibujo del ave que la propia ave. Le pareció como un tatuaje, pero ignoraba su significado. Se concentró en las caras, intentando no ver nada más—. En cualquier caso, parece más muerto que vivo —continuó Carlinya, sin apenas hacer una pausa para respirar—. Fuera cual fuera tu idea, has hecho el esfuerzo en vano. Pero también a mí me gustaría saber cómo llegaste a Salidar.
Siuan y Leane intercambiaron miradas engreídas y zumbonas mientras las críticas llovían sobre Min. Nadie se había fijado en ellas.
Myrelle, con su morena belleza resaltada por el vestido de seda verde, el corpiño bordado con doradas líneas diagonales, por lo general exhibía una sonrisa sagaz que a veces habría podido rivalizar con los nuevos trucos de Leane. Pero ahora no sonreía, y saltó nada más acabar de hablar la hermana Blanca.
—Vamos, Min, di algo, no te quedes ahí boquiabierta, como una idiota. —Era conocida por su vehemencia, incluso entre las Verdes.
—Tienes que decírnoslo —intervino Anaiya en un tono más afable, aunque había en él un deje exasperado. Era una mujer de rasgos francos y aspecto maternal a pesar de la intemporalidad de su rostro; en ese momento se alisaba la falda gris como haría una madre intentando no coger la vara de castigo—. Encontraremos un lugar para ti y para estas otras dos chicas, pero debes decirnos cómo supiste llegar hasta aquí.
Min se sacudió para salir de su estupor y cerró la boca. Naturalmente. Esas otras dos chicas. Se había acostumbrado de tal modo a su nueva imagen que ya no se acordaba del gran cambio que habían sufrido. Suponía que ninguna de estas mujeres las había vuelto a ver desde que las habían arrastrado a las mazmorras de la Torre Blanca. Leane parecía a punto de prorrumpir en carcajadas, y Siuan sacudía la cabeza mirando a las Aes Sedai con gesto disgustado.
—No es conmigo con quien tenéis que hablar —respondió Min a Sheriam. «Dejemos que sean esas otras dos chicas las que aguanten sus miradas»—. Preguntadles a Siuan o a Leane.
Cuatro pares de ojos se volvieron hacia las otras, pero no asomó a ellos el reconocimiento inmediato. Observaron, fruncieron el ceño e intercambiaron miradas. Ninguno de los Guardianes quitó la vista de encima a Logain ni la mano de la empuñadura de la espada.
—La neutralización puede tener ese efecto —murmuró al cabo Myrelle—. He leído informes que dan a entender tal cosa.
—Los rasgos se asemejan, en muchos sentidos —dijo lentamente Sheriam—. Alguien podría haber buscado mujeres que se parecieran a ellas, pero ¿por qué?
El aire de engreimiento había desaparecido en Siuan y en Leane.
—Somos quienes somos —dijo esta última con voz cortante—. Preguntadnos. Una impostora no sabría lo que nosotras sabemos.
—Puede que mi rostro haya cambiado —intervino Siuan, sin esperar a que le preguntaran—, pero al menos sé lo que estoy haciendo y por qué, lo que es más de lo que puede decirse de vosotras, sin duda.
Min gimió al escuchar su tono acerado, pero Myrelle asintió con la cabeza y manifestó:
—Ésa es la voz de Siuan Sanche. Es ella.
—Es posible aprender las inflexiones de una voz —adujo Carlinya sin perder su fría calma.
—¿Y también se pueden aprender los recuerdos? —Anaiya adoptó un gesto severo—. Siuan, si realmente eres quien dices, el día de tu vigésimo segundo cumpleaños tuvimos una discusión. ¿Dónde ocurrió y qué consecuencias tuvo?
Siuan sonrió con seguridad a la otra mujer.
—Fue durante la conferencia que diste a las Aceptadas sobre el motivo de que tantas de las naciones que se repartieron el imperio de Artur Hawkwing tras su muerte no lograran sobrevivir. Todavía difiero contigo en algunos puntos, por cierto. El resultado fue que me pasé dos meses trabajando tres horas al día en las cocinas. «Con la esperanza de que el calor supere y consuma tu ardor», creo que fueron tus palabras exactas.
Si había pensado que con esa pregunta bastaría, estaba equivocada. Anaiya tenía más para ambas mujeres, y también Carlinya y Sheriam, quienes por lo visto habían sido novicias y Aceptadas al mismo tiempo que ellas. Eran sobre ese tipo de cosas que ninguna impostora habría podido enterarse: líos en los que se habían metido; travesuras que habían tenido o no éxito; opiniones compartidas respecto a diversas profesoras Aes Sedai. Min no podía creer que las mujeres que más tarde se habrían convertido en Sede Amyrlin y Guardiana de las Crónicas se hubieran metido en apuros tantas veces, pero tenía la impresión de que aquello sólo era la punta de una montaña enterrada, y por lo visto Sheriam no les había andado mucho a la zaga. Myrelle, varios años más joven, se limitó a comentarios divertidos, hasta que Siuan dijo algo sobre una trucha metida en el baño de Saroiya Sedai y una novicia a la que se le enseñó a tener mejores modales durante medio año. Y no es que Siuan pudiera echar en cara las trastadas de otras. ¿Lavar la ropa interior de una Aceptada antipática con hierbas urticantes? ¿Escabullirse de la Torre para ir a pescar? Hasta las Aceptadas necesitaban permiso para salir del recinto de la Torre y sólo a ciertas horas. Siuan y Leane, en complicidad, habían enfriado un cubo de agua hasta que estuvo casi congelado y luego lo colocaron de manera que se volcara sobre una Aes Sedai que las había hecho azotar, injustamente a su modo de ver. Por el destello que asomó a los ojos de Anaiya, tuvieron suerte de que no se descubriera la fechoría en aquel momento. Por lo que Min sabía acerca del entrenamiento de novicias, así como de las Aceptadas, estas mujeres habían sido afortunadas de permanecer el tiempo suficiente en la Torre para convertirse en Aes Sedai, y más aun de conservar intacto el pellejo.
—Estoy convencida —dijo finalmente la mujer de aspecto maternal mientras miraba a las otras.
Myrelle asintió después de que lo hiciera Sheriam.
—Todavía queda la cuestión de qué hacer con ellas —dijo sin embargo Carlinya, que miró directamente a Siuan, sin pestañear.
De repente las otras parecieron sentirse incómodas. Myrelle frunció los labios, y Anaiya contempló fijamente el suelo. Sheriam se alisaba la falda y evitaba mirar a ninguno de los recién llegados.
—Seguimos sabiendo lo que sabíamos antes —les dijo Leane, que también había fruncido la frente en un gesto algo preocupado—. Podemos ser de utilidad.
Siuan tenía la expresión sombría. Leane parecía haber disfrutado al evocar sus travesuras de jóvenes y los correspondientes castigos, pero a Siuan no le había hecho ni pizca de gracia. Aun así, y en contraste con su mirada casi furibunda, su voz sólo sonó un poco tirante:
—Queríais saber cómo os encontramos. Entré en contacto con una de mis informadoras que también trabaja para las Azules, y ella mencionó Sally Daer.
Min no entendía nada de lo de Sally Daer —¿quién era?—, pero Sheriam y las otras se miraron y asintieron. Siuan había hecho algo más que explicarles cómo las había encontrado; les había dado a entender que todavía tenía acceso a las informadoras que habían estado a su servicio como Sede Amyrlin.
—Siéntate allí, Min —le dijo Sheriam mientras señalaba una de las mesas desocupadas, en un rincón—. ¿O sigues siendo Elmindreda? Y que Logain vaya contigo. —Ella y las otras tres condujeron a Siuan y a Leane hacia la parte trasera de la sala. Otras dos mujeres vestidas con traje de montar se les unieron antes de que desaparecieran por una puerta tan nueva que la madera de los tablones estaba verde aún.
Min suspiró y condujo a Logain por el brazo a la mesa, hizo que se sentara en un tosco banco y ella se acomodó en una silla inestable. Dos de los Guardianes se situaron cerca de ellos, apoyados en la pared. No daban la impresión de que estuvieran vigilando a Logain, pero Min conocía a los Gaidin; no se les escapaba un detalle y podían desenvainar las espadas en un visto y no visto hasta estando dormidos.
Así que no iba a ser una calurosa acogida, aun después de admitir la identidad de Siuan y Leane. Bueno ¿y qué otra cosa podía esperarse? Siuan y Leane habían sido las dos mujeres más poderosas de la Torre Blanca, pero ahora ni siquiera eran Aes Sedai. Seguramente las otras ni siquiera sabrían cómo tratarlas. Y además habían aparecido con un falso Dragón amansado. Más valía que Siuan no hubiera mentido y de verdad tuviera un plan para él. Min dudaba que Sheriam y las otras fueran tan pacientes como lo había sido Logain.
Y Sheriam, al menos, la había reconocido a ella. Se puso de pie un momento para asomarse por los vidrios rotos de una ventana que daba a la calle. Sus caballos seguían atados a las pilastras, pero alguno de esos Guardianes que no estaban vigilando la atraparía antes de que tuviera ocasión de desatar las riendas de Galabardera. En su última estancia en la Torre, Siuan se había tomado muchas molestias en disfrazarla; por lo visto, sin resultado. No obstante, no creía que ninguna de las otras conociera su don de ver cosas. Siuan y Leane lo habían guardado en secreto, y Min se sentiría muy satisfecha si continuaba igual. Si estas Aes Sedai lo descubrían, la enredarían como había hecho Siuan, y nunca podría reunirse con Rand. No tendría ocasión de poner en práctica lo que había aprendido de Leane si la volvían a tener atada aquí.
Ayudar a Siuan a encontrar a este grupo, contribuir a que las Aes Sedai apoyaran a Rand estaba muy bien y era importante, pero también tenía su propia meta: hacer que un hombre que no se había fijado nunca en ella se enamorara de ella antes de que se volviera loco. Quizás estaba tan loca como él estaba condenado a estarlo.
—Entonces haremos una buena pareja —masculló entre dientes.
Una chica pecosa, de ojos verdes, que debía de ser una novicia, se paró junto a la mesa.
—¿Os apetece comer o beber algo? Hay guisado de venado y peras silvestres. Quizá también quede un poco de queso. —Puso tanto empeño en no mirar a Logain que fue como si lo hubiera observado fijamente.
—Las peras y el queso me parecen bien —contestó Min. Los dos últimos días habían pasado hambre; Siuan había conseguido pescar unos peces en un arroyo, pero era Logain quien se había ocupado de cazar cuando no comían en una posada o una granja. En su opinión, unas judías secas no podían considerarse comida—, Y un poco de vino, si tenéis. Pero primero me gustaría saber en qué país estamos, si esa información no es secreta también aquí. ¿Este pueblo se llama Salidar?
—Estamos en Altara. El Eldar se encuentra a un par de kilómetros al oeste. Amadicia está al otro lado. —La chica hizo una pésima imitación de la actitud misteriosa de las Aes Sedai—. ¿Qué mejor escondite para unas Aes Sedai que allí donde nunca se las buscaría?
—No tendríamos que escondernos —espetó una joven de cabello oscuro y rizoso, parándose junto a ellos. Min la reconoció; era una Aceptada llamada Faolain. Por su modo de ser, Min habría esperado que siguiera en la Torre. Que ella supiera, a Faolain nunca le había caído bien nadie ni nada, y a menudo había manifestado su deseo de elegir el Ajah Rojo cuando ascendiera a Aes Sedai. Era la perfecta seguidora de Elaida—. ¿Por qué vinisteis aquí? ¡Y con él! ¿Por qué vino ella? —Min no tuvo duda sobre a quién se refería—. Es culpa suya que tengamos que escondernos. No creí que ayudara a Mazrim Taim a escaparse, pero, si ahora se presenta aquí con él, a lo mejor sí lo hizo.
—Basta ya, Faolain —le dijo a la Aceptada una esbelta mujer con el cabello suelto cayéndole hasta la cintura y vestida con un traje de montar de seda de color dorado oscuro. Min creía conocerla. Edesina. Una Amarilla, si no se equivocaba—. Continúa con tus tareas —ordenó—. Y si tienes intención de traer comida, Tabiya, hazlo.
Edesina no prestó atención a la hosca reverencia de Faolain —la novicia hizo otra mejor y se alejó presurosa— y en cambio puso una mano sobre la cabeza de Logain. Con los ojos fijos en la mesa, el hombre no pareció advertirlo.
De repente Min vio aparecer un collar plateado ciñendo el cuello de la mujer; de forma igualmente repentina, se rompió. Min sufrió un escalofrío. No le gustaban las visiones relacionadas con los seanchan. Al menos Edesina escaparía de algún modo. Aun en el caso de que Min hubiera estado dispuesta a delatar su don, no tenía sentido poner sobre aviso a la mujer; eso no cambiaría las cosas.
—Es el amansamiento —dijo al cabo de un momento la Aes Sedai—. Supongo que ha renunciado a seguir viviendo. No puedo hacer nada por él, aunque tampoco estoy segura de que lo haría si pudiera. —La mirada que asestó a Min antes de alejarse distaba mucho de ser amistosa.
Una elegante y escultural mujer, vestida con un traje de seda de color rojizo, se paró a unos pasos de la mesa y observó fríamente a Logain y a Min, con ojos inexpresivos. Kiruna era una Verde, y, a su modo, su porte era regio; según le habían contado a Min, era hermana del rey de Arafel, pero en la Torre se había mostrado amistosa con ella. Min sonrió, pero aquellos grandes y oscuros ojos pasaron sobre ella sin reconocerla. Kiruna salió de la posada, y cuatro Guardianes, muy dispares entre sí pero todos ellos moviéndose con aquella felina y mortífera gracia, la siguieron de inmediato al exterior.
Mientras esperaba la comida, Min confió en que Siuan y Leane estuvieran teniendo un recibimiento más cálido.