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A las cuatro menos cuarto de aquella familiar noche de 1204 remonté una vez más las escaleras del albergue, esta vez en compañía de Sauerabend. Jud B iba de un lado para otro ante la puerta de la habitación. Su rostro se iluminó al ver a mi cautivo. Sauerabend pareció estupefacto al ver a mis dos yoes, pero no se atrevió a decir nada.

—Entra —le dije—. Y no toques el crono o lo lamentarás.

Sauerabend entró.

—La pesadilla ha terminado —le dije a Jud B—. Le hemos atrapado, le hemos quitado el crono y le hemos dado otro. Aquí está. Toda la operación ha durado cuatro horas ¿exacto?

—Más quién sabe cuántas semanas de búsqueda por toda la línea.

—Eso ahora carece de importancia. Le hemos encontrado. Hemos vuelto al punto de partida.

—Pero ahora hay un Jud de más —observó Jud B—. ¿Establecemos turnos?

—Claro. Uno de nosotros se queda con este grupo de payasos, les lleva como estaba previsto a 1453 y vuelve al siglo XXI. El otro se va a casa de Metaxas. ¿Lo echamos a suertes?

—¿Por qué no?

Sacó de la bolsa un besante de Alexis I y me lo enseñó para que comprobase que no estaba trucado. No lo estaba: Alexis en una cara, una representación de Cristo entronizado en la otra. Decidimos que Alexis fuera la cara y Jesús la cruz. Lancé al aire la moneda, la atrapé con un gesto vivo y la coloqué sobre el dorso de la otra mano. Supe, al sentir el borde cóncavo de la moneda contra la piel, que había salido cara.

—Cruz —dijo el otro Jud.

—No hay suerte, amigo.

Le enseñé la moneda. Hizo una mueca y la recogió.

—La gira durará tres o cuatro días, ¿no es cierto? —dijo tristemente—. Luego, dos semanas de vacaciones, que no podré disfrutar en 1105. Eso significa que tardarás en verme llegar a casa de Metaxas dieciséis o diecisiete días.

—Más o menos —asentí.

—Y durante todo ese tiempo harás el amor como un loco con Pulcheria.

—Naturalmente.

—Dedícame una de las veces —dijo, volviendo a entrar en la habitación.

Una vez solo, me apoyé en una columna y me dediqué media hora a recordar todas mis idas y venidas de aquella agitada noche, para asegurarme no aterrizar en un punto discontinuo de 1105. No debía equivocarme y aparecer antes de la captura de Sauerabend, y encontrarme con un Metaxas para quien toda aquella historia fuera, sencillamente… griego.

Calculé el salto cuidadosamente.

Salté.

Me dirigí una vez más a la bonita villa.

Todo había salido a la perfección. Metaxas me estrechó en sus brazos.

—La línea temporal está intacta —dijo—. He vuelto del año mil hace apenas unas horas, pero me ha bastado para efectuar una verificación. La mujer de León Ducas es Pulcheria. Un tal Angelus es el dueño de la taberna que fuera de Sauerabend. Aquí nadie recuerda nada. Puedes estar tranquilo.

—No puedo decirte cuánto lo estoy.

—Pues no hablemos más del asunto, ¿conforme?

—Conforme. ¿Dónde anda Sam?

—Al otro lado de la línea. Ha vuelto al trabajo. Y yo tengo que hacer lo mismo —me dijo Metaxas—. Mis vacaciones se terminan y un grupo de turistas me espera en diciembre de 2059. Me iré durante dos semanas y volveré… —pensó durante unos instantes—… el 18 de octubre de 1105. ¿Qué vas a hacer?

—Me quedaré por aquí hasta el 22 de octubre —contesté—. Luego, terminarán las vacaciones de mi alter ego y me reemplazará por estos lares mientras yo desciendo la línea para ocuparme de la siguiente gira.

—¿Vais a seguir así? ¿Alternando?

—Es la única manera.

—Sin duda, tienes razón —confirmó Metaxas.

Pero yo me había equivocado.

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