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—El Servicio —declaré— está lleno de boys-scouts de mandíbula cuadrada. Tu mandíbula es redonda.

—Y tengo la nariz aplastada; eso ya lo sé. Y no soy tampoco un boy-scout. Pero, con todo, trabajo en el Servicio Temporal a tiempo parcial.

—No me lo creo. El Servicio Temporal está formado en su totalidad por amables muchachos de Indiana y Texas. Amables blancos de todas las razas, de todas las creencias y colores.

—Eso es la Patrulla del Tiempo —replicó Sam—. Yo sólo soy un Guía Temporal.

—¿Hay diferencia?

—Hay diferencia.

—Perdona mi ignorancia.

—La ignorancia no puede ser perdonada. Puede ser sólo curada.

—Háblame del Servicio Temporal.

—Hay dos divisiones —explicó Sam—. La Patrulla Temporal y los Guías Temporales. Los que cuentan chistes racistas terminan en la Patrulla Temporal. Los que inventan los chistes racistas terminan en los Guías Temporales. ¿Capisce?

—No del todo.

—Muchacho, si eres tan torpe, ¿por qué no eres negro? —me preguntó Sam amablemente. Los Patrulleros Temporales se dedican a limitar las paradojas temporales. Los Guías Temporales llevan a los turistas por la línea del tiempo. Los Guías detestan a los Patrulleros y los Patrulleros odian a los Guías. Yo soy Guía. Hago la ruta Mali-Ghana-Gao-Kush-Aksum-Congo en enero y febrero y, en octubre y noviembre, Sumer, el Egipto faraónico y, a veces, la gira Nazca-Mochica-Inca. Cuando andan escasos de personal, recorro las Cruzadas, la Carta Magna, 1066 y Agincourt. He tomado ya tres veces Constantinopla con la Cuarta Cruzada y dos veces la he recuperado por los turcos en 1453. ¡Cuidado, blanquillos!

—¡Todo eso es una broma, Sam!

—¡Claro, me lo he inventado todo, naturalmente! ¿Ves todas aquellas cosas? Han sido robadas en el pasado por tu servidor ante las mismas narices de la Patrulla Temporal; salvo en una ocasión, nunca han sospechado nada. Un patrullero intentó detenerme en Estambul, en 1563: le corté las pelotas y se las vendí al sultán por diez besantes. Tiré su crono al Bósforo y dejé que acabara sus días como eunuco.

—¡No lo hiciste!

—No, no lo hice —confesó Sam—. Pero tendría que haberlo hecho.

Me brillaban los ojos. Sentí que mi mayor deseo vibraba al alcance de la mano.

—¡Hazme volver a Bizancio, Sam!

—Vuelve tú solo. Alístate como Guía.

—¿Puedo?

—Siempre están pidiendo gente. Muchacho, ¿dónde tienes la cabeza? ¿Dices que eres licenciado en historia y que nunca has pensado trabajar para el Servicio Temporal?

—Lo pensé —le respondí, adoptando un aspecto indignado—. Pero nunca lo hice en serio. Colgarse un crono y visitar cualquier época del pasado… creía que debía ser una broma, Sam, si entiendes lo que quiero decir.

—Sé lo que quieres decir, pero tú no tienes ni idea. Voy a decirte cuál es tu problema, Jud. Eres un perdedor nato.

Yo ya lo sabía. ¿Cómo lo había descubierto tan deprisa?

—Lo que quieres, por encima de todo —me dijo—, es volver al pasado, como cualquier muchacho que tenga un par de buenas sinapsis y una buena cabeza. Así que, no haces más que pensar en ello pero sin creértelo, dejas que te metan en un sucio trabajo, y te largas a la primera de cambio. ¿Dónde estás ahora? ¿Cómo se te presentan las cosas? Tienes, ¿cuántos?, veintidós años…

—Veinticuatro.

—… y acabas de largarte del trabajo y no te has molestado en buscar otro y, cuando me harte de ti, te echaré a la calle; ¿has pensado lo que te pasará cuando se te acabe el dinero?

No contesté.

—Me apuesto a que en seis meses no tendrás donde caerte muerto, Jud. En ese momento, estarás maduro para saciar los ardores de alguna viuda rica; te aconsejo que elijas a una del Registro de Coños Palpitantes…

—¡Puag!

—O que te unas a la policía de las alucinaciones para ayudarles a preservar la realidad objetiva.

—¡Oh!

—O que vuelvas a la Altísima Corte Suprema y te presentes inocentemente ante el juez Mattachine…

—¡Blahh!

—O que hagas que lo que tenías que haber hecho desde el principio, es decir, alistarte como Guía Temporal. Naturalmente, no lo harás, porque eres un perdedor nato y los perdedores eligen infaliblemente la peor solución. ¿Exacto?

—No, Sam.

—¡Y una leche!

—¿Quieres irritarme?

—No, querido. —Me encendió un porro—. Me voy de juerga al palacio del esnife dentro de media hora. ¿Te molestaría darme el aceite?

—¡Dátelo tú solo, antropoide! No tengo ninguna gana de poner la mano encima de tu preciosa piel negra.

—¡Ah! ¡La heterosexualidad agresiva asoma los morros!

Se quitó toda la ropa, excepto el calzoncillo, y echó aceite en el balneomático. Los brazos del aparato empezaron a girar en círculos arácnidos y pulieron a Sam hasta que éste quedó lustroso y brillante.

—Sam —le dije—, quiero enrolarme en el Servicio Temporal.

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