Temístocles Metaxas fue el Guía principal de mi segundo viaje a Bizancio. Desde el instante en que le encontré, sentí que aquel hombre iba a jugar un papel muy importante en mi destino. Y tuve razón.
Metaxas era bajo, apenas mediría el metro cincuenta. Su cráneo era triangular, liso por arriba y afilado por el mentón. Tenía unos cabellos crespos y rizados que empezaban a encanecerse. Pensé que debía contar con unos cincuenta años. Sus ojos eran negros y brillantes, con gruesas cejas; la nariz se perfilaba puntiaguda. Siempre se mordía los labios, tanto que a veces daba la sensación de carecer de ellos. No aparentaba ni el menor exceso de grasa y era un hombre extraordinariamente fuerte. Por último, su voz era baja y dominante.
Metaxas tenía carisma. ¿O era cinismo?
Algo a medio camino entre las dos cosas. Para él, el universo entero giraba alrededor de Temístocles Metaxas; los soles sólo existían para dar luz a Temístocles Metaxas; el Efecto Benchley sólo fue inventado para que Temístocles Metaxas pudiera cruzar los años. Si algún día se moría, el universo se derrumbaría tras él.
Fue uno de los primeros Guías contratados, cosa de la que ya hacía quince años. Si hubiera querido, sería el Jefe de todo el servicio de Guías Temporales, rodeado de un ejército de secretarias lascivas y sin necesidad alguna de tener que luchar con los mosquitos de la vieja Bizancio. Pero Metaxas eligió seguir trabajando de Guía y sólo se preocupaba de sus viajes a Bizancio. Se consideraba, prácticamente, como ciudadano bizantino, y pasaba las vacaciones en una villa que se había comprado en las afueras de la ciudad a comienzos del siglo XII.
Practicaba, igualmente, diversas ilegalidades más o menos graves; si alguna vez dejaba el trabajo, todo aquello terminaría. La Patrulla Temporal le temía enormemente y le dejaba hacer lo que quisiera. Naturalmente, Metaxas era lo bastante sensato como para no alterar el pasado de un modo que pudiera causar graves problemas en el tiempo actual pero salvo aquello sus pillajes en la línea se mantenían desde siempre en la más completa impunidad.
Cuando me lo encontré por primera vez me dijo:
—Uno no ha vivido lo bastante hasta que no se ha tirado a uno de sus antepasados.