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A las doce menos un minuto me levanté y subí la escalera para quedarme de único y auténtico Jud Elliott. Al entrar en la alcoba me permití el tonto pensamiento de suponer que todo estaba en orden y que Sauerabend se encontraba de nuevo en su cama. Que todo se haya restablecido retroactivamente, imploré. Pero Sauerabend no estaba en la habitación.

¿Significaba que nunca le encontraríamos?

No necesariamente. Quizá le habían llevado, para evitar complicaciones, a un momento ligeramente posterior de la línea, digamos, una o dos horas antes de amanecer.

Quizá le llevaron al momento en que saltó —unos trece minutos antes de medianoche— pero no me daba cuenta de su vuelta a causa de algún efecto de la paradoja del Desplazamiento Transitorio, que me mantenía fuera del sistema temporal.

No sabía nada. Ni siquiera quería saberlo. Simplemente anhelaba que Conrad Sauerabend fuese encontrado y devuelto a su justo puesto en la línea temporal, antes de que la Patrulla se diera cuenta de lo que pasaba y se me echase encima.

No era cosa de dormir. Me senté miserablemente en el borde de la cama, levantándome de vez en cuando para vigilar mi grupo. Los Gostaman dormían. Los Haggins dormían. Palmira, Bilbo y la señorita Pistil dormían también.

A las dos y media de la madrugada, llamaron suavemente a la puerta. Corrí a abrir.

Otro Jud Elliott se encontraba en el umbral.

—¿Quién eres? —le pregunté, preocupado.

—El mismo que se encontraba por aquí hace un rato. El que se fue a buscar ayuda. Somos los dos únicos Jud Elliott, ¿verdad?

—Creo que sí —dije, reuniéndome con él en el pasillo—. ¿Qué tal? ¿Qué ha pasado?

—Hace una semana que me marché. Hemos buscado por toda la línea.

—¿Quiénes? ¿Nosotros?

—Mira, primero me reuní con Metaxas en 1105, como dijiste. Quiere sacarnos del lío. Envió servidores a ver si encontraban a alguien parecido a Sauerabend en 1105.

—No era muy útil, creo.

—Valía la pena probar —añadió mi gemelo—. A continuación, Metaxas descendió al tiempo actual y llamó a Sam por teléfono, que llegó de Nueva Orleáns en compañía de Sid Buonocore. Metaxas avisó también a Kolettis, Gompers, Plastiras, Pappas… a todos los Guías que se ocupan de Bizancio, todo el equipo. A causa de los problemas de la discontinuidad, no pudimos avisar a los que se encontraban en una base temporal en diciembre de 2059, pero, con todo, éramos bastantes. Desde hace una semana seguimos la pista de Sauerabend, año por año, preguntando en los mercados, buscando pistas. Yo lo persigo entre dieciocho y veinticuatro horas diarias. Como los demás. Son maravillosos, ¡son verdaderos amigos!

—En efecto —repliqué—. ¿Qué oportunidades tenemos de encontrarle?

—Bueno, pensamos que no habrá salido de la región de Constantinopla, pero también puede haber llegado a 2059 y estar en Viena, o en Moscú, y desde allí volver a remontar la línea. No podemos insistir. Si no se encuentra en el período bizantino, verificaremos el período turco, luego el prebizantino, luego les preguntaremos a los Guías del tiempo actual que se ocupan de otras giras si pueden buscarle y…

Se encogió de hombros. Estaba agotado.

—Escucha —le dije—, descansa un poco. Tienes que volver a 1105 y quedarte en casa de Metaxas durante unos días. Luego, vuelve aquí y yo participaré en las búsquedas. Podemos estar así indefinidamente. Mientras tanto, mantendremos esta noche de 1204 como punto de referencia. Cuando quieras verme, salta a esta noche y seguiremos siempre en contacto. Puede costarnos varias vidas, pero Sauerabend debe estar en el grupo antes del alba.

—De acuerdo.

—¿Todo claro? Pasa unos días en la villa y vuelve dentro de media hora. Luego, me iré yo.

—Todo aclarado —dijo, saliendo a la calle para saltar.

Volví al dormitorio y proseguí aquella melancólica vela. A las tres de la mañana, Jud B estaba de vuelta y parecía otro hombre. Se le veía afeitado, parecía haberse bañado una o dos veces, llevaba ropa nueva y, visiblemente, había dormido en abundancia.

—Tres días de reposo en casa de Metaxas —dijo—. ¡Magnífico!

—Pareces estar en plena forma. En demasiada buena forma. ¿No habrás ido a reunirte con Pulcheria?

—Ni se me ocurrió. Pero, ¿hubiera importado? No querrás impedirme verla…

—No tienes ningún derecho…—empecé a protestar.

—Yo soy tú, ya lo sabes. No puedes estar celoso de ti mismo.

—Creo que no —concluí—. He sido un estúpido.

—Y yo más estúpido —declaró—. Debí ir con ella cuando estuve por allí.

—En fin, ahora me toca a mí. Pasaré unos días persiguiendo a Sauerabend, luego, me dirigiré a la villa para descansar y recuperarme y quizá disfrute un poco con nuestra bien amada. Espero que no veas ningún inconveniente.

—Todo correcto —suspiró—. Es tan tuya como mía.

—Exacto. Cuando haya terminado, volveré… digamos, a las tres y cuarto. ¿De acuerdo?

Preparamos nuestros horarios para evitar la más mínima discontinuidad en 1105; no quería encontrarme en el mismo tiempo que él, o, peor aún, antes de que él llegase.

Salí del albergue y remonté la línea. Una vez estuve en 1105, alquilé un carro que me condujo a la villa en un hermoso día de otoño.

Metaxas, con los ojos enrojecidos, mal afeitado, me recibió en la puerta preguntándome:

—¿Quién eres? ¿A o B?

—A. B me reemplaza en el albergue de 1204. ¿Cómo van las pesquisas?

—No muy bien —replicó Metaxas—. Pero no pierdas la esperanza. Siempre estaremos contigo. Ven a ver a unos viejos amigos.

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