Capítulo III EN MARCHA

El 20 de abril salieron de Moscú juntos, en el expreso de Siberia, el profesor Kashtánov, el zoólogo Pápochkin, el meteorólogo Borovói y el médico Gromeko que, procedentes de distintos puntos, habían decidido reunirse en Moscú. Diez días después llegaban a la estación de Vladivostok.

En el hotel señalado de antemano nuestros viajeros encontraron ya a Trujánov, llegado una semana antes para hacer diferentes compras y recibir los artículos encargados. Al día siguiente, primero de mayo, los cinco fueron a recibir, cuando atracaba en el puerto, al barcoEstrella Polar, desde cuyo puente les sonreía el rostro atezado del capitán.

Durante tres días se procedió al embarque de carbón, lubrificantes, provisiones de boca, diferentes objetos del equipo científico y el equipaje personal de los miembros de la expedición que, por su parte, embarcaron al tercer día.

El 4 de mayo por la mañana todo estaba listo, las formalidades aduaneras terminadas, el equipaje y los pasajeros en sus puestos.

Cortando suavemente las olas de la bahía Zolotói Reg, elEstrella Polardobló al mediodía el cabo Oslínie Ushi y, por delante de la isla Russki, se dirigió hacia el Este. Desde el puente del capitán, los cinco viajeros se despedían con la mirada de la ciudad que desaparecía a lo lejos, extendida en anfiteatro por los montes, detrás de la verde bahía. En el fondo del alma cada uno se preguntaba involuntariamente: ¿Volveré yo a ver algún día estas orillas y mi Patria? Y todos sentían cierta tristeza. Pero la — fresca brisa marina y el ligero balanceo que comenzó poco ¡después de salir de la bahía ahuyentaron pronto los recuerdos de tierra.

Se escuchó el gong que llamaba al desayuno y los viajeros descendieron a la sala de oficiales después de lanzar unja última mirada a la negra franja de tierra patria que quedaba atrás.

Después del desayuno todos volvieron a cubierta para contemplar la negra masa de la isla de Askold, último trozo de tierra patria hasta llegar — a Kamchatka. Pasada la isla, elEstrella Polarviró hacia oriente. El viento había amainado y el barco cortaba suavemente las olas azules del mar del Jiapón, que se extendía al Sur y al Este. Unicamente al Norte, a una distancia de quince a veinte kilómetros, corría la línea oscura de la orilla de Ussurí. Al ponerse el sol también esta línea desapareció rápidamente detrás del cabo Povorotni.

El barco viró bruscamente hacia el Nordeste.

— ¿A qué puerto nos dirijimos?

— A ninguno, si no nos obliga alguna fuerte tormenta. Pero el barómetro está alto y no se prevé ninguna tormenta hasta las Kuriles.

— ¿Y una vez allí?

— Una vez allí, el frío mar de Ojotsk nos dará probablemente algún disgusto. Este odioso rincón del Océano Pacífico siempre prepara alguna encerrona a los barcos que se dirigen hacia Kamchatka. Las tempestades repentinas, las nieblas, la lluvia y la nieve son allí constantes, sobre todo en primavera y otoño. Ahora que a nosotros, nos servirá para prepararnos a las condiciones polares.




Gracias a la quietud del mar, todos durmieron y descansaron aquella noche perfectamente de después del ajetreo y las preocupaciones de los preparativos del viaje. Pero al día siguiente se justificaron las predicciones de Trujánov. El barómetro descendió bruscamente, sopló un fuerte noroeste, el cielo se cubrió de nubarrones grises y empezó a caer una fina lluvia otoñal. A la altura del cabo de la Paciencia, elEstrella Polarviró casi hacia el Este y entró en el mar de Ojotsk, alejándose más y más de Sajalín. Comenzó un fuerte balanceo y los viajeros pasaron una noche muy inquieta.

Al día siguiente el tiempo no mejoró. Se sucedían la lluvia y la nieve. Las olas oscuras, coronadas de blancas crestas de espuma, pegaban rítmicamente contra babor, salpicando toda la cubierta. Tuvieron que quedarse en la sala de oficiales charlando para pasar el tiempo. Pápochkin y Socavói, que soportaban mal el balanceo, no aparecieron a la hora del desayuno ni a la llora del almuerzo. El capitán sólo abandonaba por poco tiempo su puesto. Felizmente la tormenta no era fuerte e inclusoamainó durante la noche. A la mañana siguiente apareció por delante la masa oscura de la isla de Paramushir, la más grande de la parte septentrional de las Kuriles y, a la derecha, otras islas más pequeñas, las de Makanrushi y Onekotán, con el volcán de Toorusir del que ascendía una espesa columna de humo. El viento había cesado y el humo subía en línea recta, dispersándose en las capas altas de la atmósfera para convertirse en una nube gris apenas visible en el cielo entoldado. A unas millas, al Sur emergía del agua, semejante a una columna gigantesca, la abrupta roca de Avossi, igual que un enorme dedo negro que amenazase al barco. La franja blanca del oleaje hacía resaltar crudamente su base en la superficie del mar que, a la luz gris del día, tomaba un tinte verde aceituna.


— ¡Qué tétricas son estas islas! — exclamó Pápochkin, que había subido a cubierta al enterarse de que se veía tierra-. Unas rocas lúgubres, negras y rojizas, y arbustos rastreros.


— Y nieblas permanentes. En el verano lluvias, en invierno tormentas de nieve — añadió Trujánov-. Pero, de todas formas, hay gente que vive aquí.

— Las islas Kuriles son todas de origen volcánico — explicó Kashtánov. En ellas se cuentan veintitrés volcanes, de los cuales dieciséis se hallan en actividad más o menos permanente. Esta cadena, que une Kamchatka y el Japón, se extiende por el borde occidental de una gran depresión del fondo del mar, la cuenca de Tuskaror, que alcanza una profundidad de nueve mil quinientos metros. Las líneas de los grandes accidentes de la corteza terrestre suelen ir acompañadas de volcanes, y los frecuentes terremotos demuestran que todavía continúan los desplazamientos en la corteza terrestre y el equilibrio se altera.



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